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AMAR Y PENSAR

Serie General Universitaria - 47


SANTIAGO LÓPEZ PETIT

AMAR Y PENSAR
El odio del querer vivir

edicions bellaterra
Diseño de la cubierta: Joaquín Monclús

© Edicions Bellaterra, S.L., 2005


Navas de Tolosa, 289 bis. 08026 Barcelona
www.ed-bellaterra.com

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Printed in Spain

ISBN: 84-7290-292-7
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Impreso por Hurope, S.L., Lima, 3 bis. 08030 Barcelona


A la meva onada marina
Índice

Prólogo, 11

Un acercamiento inquietante, 15

El querer vivir y la vida, 21


El querer vivir, 21 • El desafío, 26 • El retorno de la vida, 29

El odio libre, 33
Al comienzo está el odio, 33 • Una mirada a la Biblia: Caín y Abel, 36
• Miradas a la Grecia antigua: La Ilíada, Prometeo y Empédocles, 37
• Hacia otro odio, 39 • La soledad, 45 • La comunidad, 49

La exacerbación de la vida, 55

Amar, 65
Una obviedad trivial, 65 • La escena teatral, 66 • El amor y el querer
vivir, 70 • ¿Qué es amar?, 73

Pensar, 79
Pensar y filosofía, 79 • La palabra tautológica, 86 • El pensamiento y
el cuerpo, 88 • ¿Qué es pensar?, 92

Amar y pensar, 97

El doble trenzado de la vida: desafío y exacerbación, 105


En el espacio fronterizo, 105 • La tierra de nadie, 112 • Por una vida
política, 118

Bibliografía, 125
Prólogo

Con este libro termina la trilogía que he escrito sobre el querer vivir.
Empezó con la publicación de Entre el ser y el poder. Una apuesta
por el querer vivir, siguió con El infinito y la nada. El querer vivir
como desafío, y este libro es el último. Horror vacui. La travesía de
la Noche del Siglo queda entonces como un libro puente, como el en-
sayo que acerca brutalmente el querer vivir al nihilismo. Del querer
vivir como apuesta al odio del querer vivir. Se trata de diferentes eta-
pas, pero creo que en la última se recogen todas ellas. Dicho de otra
manera: todos los análisis convergen hacia el libro Amar y Pensar. El
querer vivir como diferencia entre ser y poder, el querer vivir como
contracción de la ambivalencia y, finalmente, el querer vivir arranca-
do de la vida misma por el odio.
Una idea única: el querer vivir. Un solo objetivo: expulsar el
miedo del querer vivir, para constituirlo (colectivamente) en desafío.
Para realizar este proyecto —que no es proyecto, ya que el proyecto
incorpora el tiempo sin decisión y el desafío, en cambio, niega el
tiempo y afirma la decisión— ha sido necesario impulsar una refle-
xión que abarcase campos diversos. Evidentemente, la filosofía está
en el centro si bien estrechamente vinculada con la política. Porque
hay que decirlo claro: estudiar el querer vivir no ha sido para mí un
problema intelectual. Pensar el querer vivir ha sido la manera de se-
guir vivo. Si he pensado el querer vivir lo más lejos que he podido ha
sido, pues, por necesidad, empujado por la propia vida. La dimensión
política era por tanto ineludible. Primero, porque el antecedente del
querer vivir era la autonomía obrera; segundo y sobre todo, porque
este mismo no-proyecto de investigación era directamente político.
12 _____________________________________________________ Amar y pensar

Amar y Pensar debía ser un suplemento a El infinito y la nada


ya que en él pretendía abordar algunos puntos que no había tenido
ocasión de tratar. Ocurre, sin embargo, que de ser un suplemento
poco a poco ha pasado a ser un libro que subvierte y convierte en fa-
llidos todos los demás. El nominalismo de la vida anteriormente de-
fendido entra en crisis. La vida retorna y complica el estatuto del que-
rer vivir. Todo se complica. El sentido de la vida, que había sido
desplazado al desafío del querer vivir, asoma de nuevo. La frase «la
vida se venga con la vida de ser vivida» es ahora el hilo rojo que re-
corre abiertamente el libro. La radicalización del análisis del querer
vivir lo hace aún más político. Decíamos que todo se complica y, ver-
daderamente, es así. Pero en realidad, y a pesar de lo que pudiera pa-
recer, se produce una simplificación total. No sólo desaparecen del
texto las citas, sino que la verdad del querer vivir se dice con palabras
absolutamente sencillas: amar, pensar y resistir. Es lo que llamo una
vida política, más exactamente tener una vida política. Haber llegado
a esta simplicidad me produce un cierto rubor. Es como si me sintie-
ra desnudo ante la mirada de todos. Desde esta sinceridad que espero
compartir, me atrevería a afirmar que, en cierto modo, ya no tengo
nada más que decir.
Porque no debe perderse mucho tiempo hablando de que hay
que amar, pensar y resistir. Una vida política hay que hacerla y basta.
Pero, sobre todo, no tenemos que engañarnos. Una vida política no
tiene nada que ver —no hace falta recordarlo— con participar del sis-
tema de partidos, aunque tampoco es un problema de intensidad. Una
vida política no flota en el aire. Está anclada en lo más íntimo de cada
uno de nosotros, en ese lugar secreto en el que decidimos ser quien
somos. Evidentemente, ese lugar no es el de una identidad fija, sino
aquél en que se deciden las cosas que realmente nos constituyen.
Cuando las vidas son sacudidas, por un atentado como el del 11 de
marzo en Madrid por ejemplo, ese lugar se nos aparece como una in-
terioridad común. ¿Por qué ir a trabajar? ¿Qué sentido tiene la vida?
Entonces, por unos momentos, estas preguntas son las que verdade-
ramente nos interpelan. Una vida política está permanentemente co-
nectada con esa interioridad común. Todo parece indicar que hoy día
la politización no pasa tanto por ser conscientes del lugar que se ocu-
pa en la estructura de explotación como por el hecho de que la propia
vida sea estremecida. En este sentido, amar y pensar pueden ser tam-
Prólogo __________________________________________________________ 13

bién ese viento que nos sacude. Pues bien, si amar y pensar son la vía
para que lo que hay de indómito en nosotros estalle, el odio a la vida
es paradójicamente la llama que enciende el fuego.
UN ACERCAMIENTO INQUIETANTE
Amar y pensar. Acercar el amar al pensar: ¿amar el pensar? Acercar el
pensar al amar: ¿pensar el amar? Las dos orillas de un río que impasi-
ble corre hacia el mar. El pensar no puede hablar del amor sin al mis-
mo tiempo renunciar a lo que es él mismo. Porque pensar es pensar: el
amor no se piensa. El amor no puede amar el pensamiento sin al mis-
mo tiempo perderse a sí mismo. Porque amar es amar: el pensar no se
ama. Amar y pensar: dos mundos que no se mezclan. Y, en cambio,
puedo tender un puente entre ambos: «Pienso en el amor» y «Amo el
pensamiento». Puedo acercarlos, sí, pero en el mismo instante cada
uno ya se ha desnaturalizado. Y, en cambio, cualquiera sabe qué signi-
fica pensar y amar. Es más, ante una tal pregunta, la respuesta no pue-
de ser más sencilla: es lo que, en cada uno de los casos, yo hago.
El pensar muere ante la puerta del amor ya que amar el pensa-
miento es menos que pensar. A su vez, el amor tampoco puede atra-
vesar la puerta del pensamiento sin quedar asimismo salpicado. Amar
y pensar parecen situarse frente a frente como los dos márgenes que
limitan la vida que pasa. Pero la vida no es el río que se desliza por la
angostura del «entre» que separa el amar y el pensar. Los márgenes
están siempre inundados. En verdad, no hay orillas ni río. Sólo una
misma fatalidad que nos lleva. Vivir. Pensar es vivir. Amar es vivir.
Amar y pensar se confunden en la fatalidad de un crimen. ¡Si pudie-
se la consumación del crimen evitar sus consecuencias! Un momento
antes de haber empezado a amar o a pensar, él era otro. Como otro era
su destino. Ahora ya es tarde. El que ama no será jamás feliz. El que
piensa, tampoco ¿Por qué su mano enarboló el cuchillo con el cual
desgarraría el aire?
18 _____________________________________________________ Amar y pensar

No, ciertamente, no seremos felices. Aunque exista una extraña


alegría en el vivir. Es inútil que te abras el pecho para extraerte el co-
razón. O que hagas un agujero en tu cabeza para vaciar tu cerebro.
Morirás desesperado. Y, además, te sentirás completamente ridículo.
Amar y pensar no constituyen ningún remanso de tranquilidad. Ambos
verbos huyen del presente para situarse entre el fue y el será. Ama
aquel que consigue inscribir el amor en el presente, aunque sea como
la mariposa que el coleccionista clava con un alfiler y poco a poco
muere. Piensa aquel que se esfuerza en pensar y que en un mar agita-
do de enormes olas negras se mantiene a flote. Si digo «pienso», si
digo «amo», inmediatamente un abismo se abre bajo mis pies. ¡Qué
difícil resulta contemplar el amor cara a cara! ¡Cuánto trabajo requie-
re atar un pensamiento! No juzgues nunca a quien ama o a quien pien-
sa. Es de cobardes. Empieza por traicionar a lo que más quieres, es
decir, a ti mismo. Lo sabes bien. Un largo trecho de vida ha tenido
que transcurrir para que este atrevimiento no te sea ajeno. Los fraca-
sos del pensamiento te han acercado a qué es pensar. Como los amo-
res que te han atravesado hablaban del amor. Hay que desnudarse de
seguridades, hay que desprenderse del orgullo. Hasta osar hacer del
ridículo un compañero de viaje. La ridiculez de la presunción y de la
insignificancia. Entonces quedará claro que este libro está escrito
contra ti.
No existe el Poder.
Existen las relaciones de poder.

No existe la Libertad.
Existen los procesos de liberación.

No existe la Vida.
Existe el querer vivir.

No existe el Amor.
Existe…

No existe el Pensamiento
Existe…
El querer vivir y la vida

El querer vivir

Sucia es la realidad. Esta realidad que movemos cada día cuando nos
levantamos por la mañana. Deshace el nudo de los sueños. Despliega
una sonrisa. Despojo de la noche. La realidad respira la vida que aún
no se ha marchitado.

Porque la realidad se ha hecho una con el capitalismo. Viviendo


reproducimos incansablemente el cielo azul que imperturbable nos
contempla. Viviendo reproducimos las prisiones de lo posible. Vi-
viendo nos ahogamos en la felicidad. Si pongo la cabeza en el horno
de la cocina y dejo el gas abierto no ocurrirá nada. La vida seguirá.
Efectivamente, la vida es una movilización total cuyo resultado es esa
realidad obvia. Piedra a piedra. Así se levanta la torre de dolor en la
que habitamos. La vida —quiero decir la vida misma, no una forma
de vida— se ha convertido en el auténtico modo de dominio y suje-
ción. Promesas de futuro surcan el aire plomizo. Amenaza lluvia de
hierro.

No hay afuera. La movilización que nos lleva se llama amor.


«¿Te acuerdas de cuándo escribiste tu primera carta de amor? ¿Y de
cuándo la recibiste? Aquella carta que siempre guardaste en un rincón
del armario. O la que quisiste escribir y no supiste. O que escribiste y
no te atreviste a enviar. Mejor aún, la carta de amor que siempre has
esperado recibir y que probablemente has desistido ya de seguir es-
perando. El País Semanal propone a sus lectores empezar el año 2002
22 _____________________________________________________ Amar y pensar

con amor, enviando por correo tu mejor carta de amor de ayer o de


hoy. La carta jamás escrita, la carta de amor desesperada y también la
serena. De entre todas las cartas recibidas, con una extensión máxima
de 20 líneas, publicaremos las más originales en nuestro número del
11 de febrero, el más cercano al 14 de febrero, San Valentín».

No hay afuera. La movilización que nos lleva se llama pensa-


miento. «¿Dónde se fabrica el pensamiento? En la ciudad del cono-
cimiento el concepto de trabajo está relacionado con las ideas, con las
nuevas tecnologías y las posibilidades de acceder y participar en las re-
des de información. Esto demanda unas determinadas condiciones de
concentración de actividades y de infraestructuras. La sociedad del
conocimiento es eminentemente urbana, porque las ciudades son es-
pacios de intercambio y de interacción, y por tanto, ideales para que
las personas se comuniquen y transformen sus inquietudes y curiosi-
dades en ideas». Suplemento temático especial «La sociedad del co-
nocimiento» La Vanguardia, 22-11-2002.

No hay afuera. «Las hormigas viven en colonias que tienen una


o más reinas y muchas obreras. La reina se queda generalmente pro-
tegida al fondo del nido. La mayoría de las hormigas son obreras. Los
machos tienen generalmente la cabeza pequeña, ojos grandes y un
gran tórax. Después de volar (y aparearse) no viven mucho tiempo.
En algunas especies las larvas hilan seda. Las hormigas obreras son
las que cuidan a las larvas, las alimentan y las lavan. Las hormigas
pueden comunicarse también entre ellas la distancia a la que se en-
cuentra la comida. O una señal de alarma». (Sacado de un texto de
biología sobre las hormigas hallado en Internet).

No hay afuera: amor, pensamiento… vida.

Llueve esperanza en gotas que no mojan la piel. El agua corre a


esconderse. El frío ha encogido los recuerdos. No se sale del amor
que necesitamos. No se sale del pensamiento que necesitamos. No se
sale de la vida que no nos necesita.

¿Qué país es éste? ¿Por qué la tierra está entreabierta? Veo sin ver,
escucho sin oír. ¿A qué lado del mundo me ha conducido querer vivir?
El querer vivir y la vida _____________________________________________ 23

Nunca como ahora se ha hablado tanto de la vida. Las guerras


humanitarias se hacen para salvarla. La bioética pretende legislarla.
Los libros de autoayuda se encargan de encauzarla. Pero nosotros sa-
bemos muy bien que la vida no existe. No digas tonterías. Lo que
afirmas es absurdo. Todos sabemos que la vida existe y qué es. Es
cierto. Creer en la vida es la condición necesaria para que el poder
pueda dominarnos. Todos nuestros miedos descansan en esta creen-
cia. Camino entre las ruinas luminosas de los escaparates. Algunos
niños juegan en un parque mientras sus padres permanecen atentos
como si temiesen algo. Los coches son estrellas que dibujan un fir-
mamento. Poco a poco he dejado atrás a todos los que me seguían. He
decidido que no voy a comer el pan que llevo conmigo hasta que me
sienta desfallecer. Entonces, cuando finalmente me lo ponga entre los
dientes, el pan tendrá un sabor único para mí. El pan es lo que busco
y espero. Sólo lo que se espera salva. Pero no hay pan. Sólo existe el
hambre. Esta hambre que me consume… Hambre de hambre.

Hambre de hambre. Sed de sed. Querer vivir.

Si pienso a fondo en mi vida cortando toda vía de hipostatiza-


ción hacia la vida me pongo ante el querer vivir que es mi querer vi-
vir. Y, entonces, la zozobra se apodera de mí. Zozobra quiere decir
que el fuego me empuja hacia la nieve y que la nieve me empuja ha-
cia el fuego. Que la nada y el infinito me atraviesan. Porque no soy
nada. Porque puedo infinitamente. Soy una contracción de la ambi-
valencia. Soy un querer vivir.

La ambivalencia que puedo pensar pero no conocer. Aquella que


no se separa de mí porque la llevo tan dentro de mí. ¿Desplegará algún
día su geometría de dolor? En cada uno de mis actos siento un infinito
que me arrastra. Como la nada me rodea y aleja. El infinito de la nada
y la nada del infinito. La ambivalencia se extiende y ciega mis sentidos.
La ambivalencia calla y desprecia mientras teje una sábana blanca
manchada de sangre. Lo Mismo. La demanda de infinito es el propio
infinito. La nihilización de lo que hay es la propia nada. Lo Mismo:
el infinito y la nada. Todo se pierde y nada se pierde en el combate que
no tiene lugar. Más allá de cada faz se oye un único latido.
24 _____________________________________________________ Amar y pensar

¿Por qué necesito yo explicarme contigo? Recuerda. La ambi-


valencia es una hermosa mentira.

No caigas en la tentación de querer mezclar el infinito y la nada.


Se entrelazan pero permanecen. La rosa y la espina, el agua y el hie-
lo, el rumor y el silencio, el amanecer y el ocaso… La espina hincada
en el corazón de la rosa hace que sangre. El hielo es la llaga abierta
del agua. El silencio habita el centro oscuro del rumor. El crepúsculo
duda si debe ya encender el mundo. Asciendo por una escalera infini-
ta el abismo de la nada. Todo me lo das. Esparces los cristales de mi
aliento fatigado.

Tan lejos, tan cerca. Estallo en lágrimas ardientes.

Vivir todo en relación al infinito deja la nada en el hueco de mis


manos. Abrir mi vida a la nada que me atraviesa pone el infinito en
mi regazo. La tempestad de la ambivalencia agita el cuerpo del que se
sabe condenado a morir. La mano intenta agarrarse al filo de la uni-
dad. La herida se abre más aún. Tampoco hay respuesta al grito de-
sesperado del querer vivir. No hay puente entre dos abismos. Pero yo
existo: querer vivir.

Vivo, empujando día tras día el yugo de mi propio duelo.

La vida es una palabra. El querer vivir es un grito.

No dejaremos nunca de explorar el querer vivir y cuando llegue-


mos al final volveremos a estar al comienzo: ante el querer vivir que
es mi querer vivir. La plenitud está dentro de mí. Pero mi querer vivir es
también el querer vivir del que participo. El camino de interiorización
debe sacarme fuera de mí. «Ser yo mismo» es un falso final.

La sombra del querer vivir es el ser. La sombra que el querer vi-


vir tiene que apartar para poder desplegarse y así poder avanzar. Hay
que soltarse del ser que nos acompaña para empezar a vivir. Nos han
obligado a ser. La decisión por el ser es un engaño en la travesía que
nos lleva. Tenemos que emprender un doble trabajo: ser lo que no so-
mos para vivir lo que somos.
El querer vivir y la vida _____________________________________________ 25

El objetivo es claro: debo vivirme como querer vivir. Contra el


ser y la nostalgia de ser y el cansancio de ser y… El único miedo que
puedo permitirme es el miedo al miedo de ser. No pongas nombre a
las cosas. Huye. Sólo la cobardía te retiene junto a ellas. Toda coarta-
da es el principio de una renuncia.

Querer vivir no tiene que sentirse. Eres un querer vivir. Estás en


el querer vivir porque vive en ti. Nada puede herirte. Abierto a todo y
a todos. Nada esperas. Resplandece la nieve azul. La nieve se fundirá
si tu orgullo desfallece.

Querer vivir no significa querer vivir algo concreto, un determi-


nado acontecimiento. Por esa razón, si los deseos pueden ser contra-
riados, el querer vivir, en cambio, no puede serlo. Nada puede frus-
trarlo. Ni la muerte.

En pocas ocasiones me sorprendo de estar vivo. La primavera


extiende sus brazos para arrancar una flor negra. El sol reseca los ner-
vios y todas las cosas bailan. Las hojas escritas terminarán dentro de
la papelera. Un viento helado vendrá con el invierno y será tan sofo-
cante que no podremos respirar. Vivir consiste en conjugar, día tras
día, el verbo querer vivir. Únicamente.

Estoy vivo. La luna que deseaba pasar inadvertida me mira con


ojos de envidia. Borbotones de ilusión primaveral se evaden de las ar-
terias del mundo. El verano no quiere callar. Esfuerzo inútil. En las
hojas caídas está escrita la llegada de la noche gélida. Mi alegría
quiebra el tiempo. Vivir consiste en conjugar el verbo querer vivir. Lo
Mismo nos hunde. Lo Mismo nos empuja. Hacia.

Hay una voz que me dice: «Estoy alegre». La blancura estupe-


facta de la nieve. Llamaré a la noche pétrea para que acuda. O, quizá,
a las lágrimas tristes de los imanes que atraen la muerte. Llamaré al
dolor de ser hombre evanescente. Para que esta voz no se oiga. ¿Al-
gún día no sentiré miedo al ridículo?

Vivir es conjugar el verbo querer vivir. Para abrir vidas paralelas


que podemos vivir o no vivir. Para escribir el texto que es la vida. Para
26 _____________________________________________________ Amar y pensar

construir constelaciones de palabras, cosas y cuerpos. Silencio: estoy


ante la vida. En la habitación de al lado no hay nadie. Nadie ha sobre-
vivido mucho tiempo en el interior de un museo. Los turistas lanzan
falsas monedas a una falsa fuente. La vida subida encima del pedestal
se ha desnudado dejando ver a todos el cadáver de una palabra.

El desafío

Todo el esfuerzo ha consistido en pasar de la vida al querer vivir. Ani-


quilar la vida para ganar el querer vivir. El querer vivir que es inma-
nente a la relación con el otro, que es una decisión, que es una extraña
paradoja… que es oscuro y precario. Y, sin embargo, no es suficiente
con este desplazamiento. Querer vivir no es aún querer vivir. La tau-
tología de la vida «la vida es la vida» no tiene ningún dinamismo in-
terno, está muerta. En cambio, la tautología del querer vivir «el que-
rer vivir es el querer vivir» sí lo tiene. El desafío, el querer vivir como
desafío, es lo que realiza y consuma esta tautología.

El objetivo perseguido es claro: hacer de mi querer vivir un de-


safío. De mi querer vivir que no me pertenece porque participo de él.
Contra la movilización total de la vida por lo obvio. Contra el fascis-
mo postmoderno que el simple vivir (re)produce. La vida debe con-
vertirse en acto de sabotaje, en un desafío: cortocircuitar, interrum-
pir… unilateralizar. Entérate bien: tu propia mano hace girar la gran
noria de la producción de consenso. Entérate bien: tu propia mirada
ha incrementado el valor de cambio del escaparate. Entérate bien: tu
propia respiración da aire al inmenso fuelle que apaga el fuego. Este
fuego que no viene del cielo, porque lo llevamos dentro.

El querer vivir se pone como desafío sólo cuando se da la con-


junción de tres experiencias distintas: la utilización del no-futuro
como palanca; la plasmación de un nosotros; y la creación de un
mundo. En este caso, la ambivalencia actúa como potencia única al
servicio del querer vivir. Potencia única significa que a la nihilización
del ser la sigue la expansión del querer vivir. El querer vivir se arran-
ca de sí mismo el querer vivir. El querer vivir devora sus entrañas y
El querer vivir y la vida _____________________________________________ 27

de este sacrificio —¿o se trata de un festín?— brota el querer vivir.


Entonces se puede concluir que la vida se ha politizado.

Tener una vida politizada o no tenerla. Esta es la cuestión.

La vida politizada, la vida en la cual el querer vivir se ha hecho


desafío, no es esclava de los hechos. Ni depende de las circunstancias
ni es una cuestión de intensidad. Siempre —aunque estemos comple-
tamente solos— podemos tener una vida política y hacerla nuestra.
Basta quererlo.

Tener una vida politizada es, muchas veces, tener una vida rota.

Una vida politizada no es aún una vida política.

El querer vivir hecho desafío constituye un gesto político radi-


cal. En tanto que gesto, es múltiple y está siempre por inventar. Exis-
te, sin embargo, una gramática o modo de uso de estos gestos. Su ela-
boración es tarea principal para cualquier pensamiento crítico que se
quiera a la altura de su tiempo.

Hacer del querer vivir un desafío no es fácil. No podrás descan-


sar a la vera del camino que conduce al fondo de la realidad. No po-
drás guarecerte en ninguna caverna del Sol negro que te guía. Tendrás
que luchar minuto a minuto para que tu desesperación no se funda en
sentido común. Voces estentóreas alzadas contra ti reclamarán un
lenguaje óseo que todo el mundo pueda entender. Seguirás adelante
porque debes seguir adelante. Te reprocharán que el mar rugiente de
silencios no quiere acompañarte. Que aquí no se vive tan mal. Ade-
lante. Quizá ya solo. Reventarás ante los ojos indiferentes de una
máscara. Y con todo no tienes por qué quejarte, ya que el propio via-
je te ha ocultado la verdad que, a pesar de entrever, te has negado a
saber. La verdad es la siguiente: tu viaje, el pensamiento crítico, pre-
supone siempre la coincidencia entre solución política y solución
existencial.

El gesto político radical cree que el problema de la vida tiene


una única solución. El querer vivir hecho desafío se nos ofrece como
28 _____________________________________________________ Amar y pensar

aquella vía que resuelve, a la vez, tanto el problema de la vida con-


creta en un sentido político, como el problema de la vida misma en un
sentido existencial. Cuesta admitir que el drama de la finitud del
hombre o el dolor de la existencia puedan ser resueltos o sencilla-
mente paliados mediante un cambio político-social. Y, sin embargo,
ése ha sido el presupuesto que ha caracterizado a todo pensamiento
crítico. La crítica actuaba «como si» ambas soluciones coincidieran.
Cuando a causa de la tenacidad de la realidad el presupuesto de la
coincidencia peligra, el pensamiento crítico se recubre con el manto
impoluto de lo trágico. De esta manera, el pensamiento trágico rinde
así un último servicio a las fuerzas del orden.

¿Cuál es, pues, la verdad que el pensamiento crítico ni solo ni


convenientemente protegido puede soportar? Que la vida se venga
con la vida de ser vivida.

Todo el esfuerzo ha consistido en pasar de la vida al querer vi-


vir. Para llegar finalmente a hacer del querer vivir un desafío. Tomar
las riendas de nuestra existencia y proyectarla en un campo de orquí-
deas. Donde la renuncia es voluptuosidad y el deseo una avidez sa-
ciada. Donde todas las despedidas son infinitamente revividas… Pero
la vida insiste.

La vida se venga con la vida de ser vivida.

«Comprender esta frase no parece ser muy difícil», eso es lo que


me dijo un día mi vecino del piso de abajo. «Significa, simplemente,
que en esta vida todo tiene un precio, todo a la larga se paga». Creo que
sólo le faltó añadir un «como debe ser». X, detenido en una cárcel de
alta seguridad francesa desde hace 20 años por su participación en la
lucha armada y sometido durante años a régimen de aislamiento total,
respondió así: «Nos mantienen con el mínimo de vida para que poda-
mos asistir a nuestra propia muerte». Se refería a los efectos del pen-
total. Le pregunté a un amigo profesor de filosofía qué pensaba de
dicha frase. Su respuesta estuvo bien fundamentada, aunque muy for-
mal. En primer lugar, significa que entre las vidas abiertas que el que-
rer vivir produce existe una confusión. En segundo lugar, que la ambi-
valencia del querer vivir parece autonomizarse respecto a él mismo. Y,
El querer vivir y la vida _____________________________________________ 29

finalmente, que existe una cierta supeditación del querer vivir en rela-
ción con las vidas por él producidas. La explicación me pareció acer-
tada y, sin embargo, creo que a ella como a las demás se le escapaba lo
esencial. La vida se venga con la vida de ser vivida. Esta frase me ob-
sesionó durante años. Lo esencial me lo dijo un día el mar. Por su-
puesto que en esta frase la vida (primera) no es la misma que la vida
(segunda). Esta diferenciación es, con todo, demasiado tranquilizado-
ra. En realidad hay que pensar la frase yendo más allá de ella. Toda
vida es oscura, toda vida es una victoria precaria. Podríamos precisar
mejor: vivir hace daño, viviendo hacemos daño. Este es el retorno de
la vida. La vida retorna desdoblándose en: esta vida/la vida… y así in-
definidamente. El movimiento de la frase quiere decir este desdobla-
miento al infinito. Pero ¿por qué existe este desdoblamiento? ¿Por qué
el desdoblamiento ocurre sobre mi cuerpo, al que hiere?

Estoy vivo porque vivo en mí. Es otro el que siempre vive. El


que está ahora aquí delante y me mira. Pero soy yo quien está vivo. La
vida no encuentra jamás apoyo. Las olas del querer vivir estallan al
chocar contra mí y la espuma blanca dibuja la caricatura de mi vida.

El querer vivir zozobra al querer vivir. El ser lo retiene aunque


para ello tenga que desdoblarse. Me siento agarrotado por el frío que
penetra en mis huesos y no sé qué me sucedería de permanecer indi-
viso. ¿Tanta crees que es tu fuerza? Sólo sé que la vida está enferma.

Tener una vida politizada tampoco salva de la vida.

Duele la distancia que el dolor produce.

El retorno de la vida

La vida retorna desafiando el desafío del querer vivir. La vida retorna


para vengarse. Se despliega alrededor del querer vivir hasta rodearlo
por completo con su murmullo hueco y ruinoso. Oigo que alguien la
nombra en voz alta. He dejado de vivir en mí. Oigo que alguien acu-
sa a la vida de habernos abandonado. He dejado de vivir en mí. Oigo
30 _____________________________________________________ Amar y pensar

que alguien afirma que la vida quiere matarnos. La vida es una ex-
piación, una expiación sin culpable ni redención posible. Por eso
odiamos la vida. Odiamos la vida para poder seguir viviendo. En los
túneles del metro una inmensa multitud pasea su desgracia sin saber
cuál es su falta. Ser culpable ofrece, por lo menos, la garantía de una
cierta existencia. Andamos por una cuerda de la que cuelgan brazos,
cabezas y piernas.

Si la mirada de la vida es mi cárcel, ¿cómo no voy a odiarla?

Odiamos la vida por lo que es. Por lo que nos hace. Porque no
tenemos más remedio. La resignación de los pies fatigados gime a su
paso. Levantaremos un muro de indiferencia para que definitivamen-
te se olvide de nosotros. La vida pesa sobre los cuerpos. Llevamos a
nuestros labios el vaso del arrepentimiento. Al final seguro que se
calmará. De pie, firmes, aguantamos un sol de ceniza mientras la vida
nos pasa revista. Yo soy desgarrado por una palabra pronunciada. Tú
eres humillado mediante un golpe de silencio. Él es desprovisto de
luz… Soportamos todos una arenga fálica. Espero desde hace siglos
la hora de poder descansar. Lejos de esa intemperie irritada. ¿Cómo
no voy a odiarla?

La expiación pone nubes en el mar de ilusiones. Tiñe de un co-


lor desquiciado todo lo que mi mano acaricia. La confusión negra vie-
ne conmigo. Hay que arrojar por la borda todo lo accesorio. Patética
autocontemplación de una profundidad de plástico. Lamentable es ser
siempre un niño. Simplifica lo que eres, arroja lejos de ti el rostro que
la expiación cierra. Entonces, transparente, conocerás las figuras de
la mentira.

Quiere llegar hasta donde sus ojos ven. Descifrar el murmullo


que viene con el viento. Sus pies han dejado huellas sobre la leche de-
rramada. El cínico quisiera ser el semáforo de la vida que corre. Diri-
girla imperturbable y servirse de ella. Mediación de la relación para
aumentar la conectividad. El utópico quiere poner un horizonte a la
vida que pasa. La esperanza es el aire que respira. Cree en el «como
si». Cree mucho. En él acaba la noche. Sus palabras consuelan a to-
dos aquellos que quieren consolarse. Bajo los árboles, para él, todo es
El querer vivir y la vida _____________________________________________ 31

verdad. El jovial afirma la inocencia de la vida. Si lo que bebes no te


emborracha es que no tienes sed suficiente. Aspira la fugacidad. El
hombre sólo tiene un verano en su vida. Quiere estar siempre en ca-
mino. En el fondo, necesita creer en el niño que juega, en el instante,
y sobre todo en él. Parapetado tras la eternidad espera. Su deseo sería
protegerse dentro de la vida.

El cínico, el utópico, el jovial… no saben odiar la vida. Por eso


son sus prisioneros. Su odio es débil. Débil porque carga con el miedo.

Porque la vida se venga con la vida, la vida es una expiación. No


hay redención porque no hay culpabilidad. El odio insuficiente nos
hunde aún más. La expiación se transforma en condena. La condena
se llama amar y pensar.

Nuestros pensamientos son mediocres por adaptativos. Nuestros


amores son tristes por desgraciados.
El odio libre

Al comienzo está el odio

El querer vivir, incluso el querer vivir hecho desafío, desaparece en el


océano de sequedad convulsa de la vida. El odio lucha contra el re-
sarcimiento de la vida. Al final, es ella la que triunfa en toda regla.
Omnipotencia de su desquite. La vida impertérrita socava la vida y
sacrifica al querer vivir. Tela de araña en la que nos sujetamos mien-
tras contemplamos el vacío, gritamos contra el viento ardiente de la
venganza. Somos ceniza de un fuego mal apagado. La vida quiere
agotarnos hasta que la vida se extinga.

La sabiduría antigua que aspira a proporcionar la felicidad o sa-


lud del alma defiende el equilibrio anímico y, en última instancia, una
noción de límite. Actúa como la madre que avisa al niño: «¡Cuidado,
si caminas sobre el suelo mojado vas a resbalar!». «¡Cuidado, si te co-
lumpias tan deprisa la cuerda va a romperse!»… Se trata de vivir
siempre dentro de un orden, lo que requiere una profunda desconfian-
za ante la vida. La desconfianza es, en el fondo, un odio insuficiente.

Yo puedo afirmar que odio la vida. Pero el odio es a la vida. De


esta manera se objetiva la vida, se convierte en algo que está frente a
mí. La objetivación funciona como culpabilización. El odio a la vida
la culpabiliza. Esta culpabilización presencializadora me hace sentir
miedo ante ella. Del miedo ante ella nace más odio. Pero un odio
siempre insuficiente. ¿Por qué insuficiente? Porque no permite la sa-
lida del círculo odio e miedo en el interior del cual estamos.
34 _____________________________________________________ Amar y pensar

El círculo odio e miedo en su desplegarse significa más odio y


más miedo. La circularidad que nos encierra se construye sobre el do-
ble carácter de objeto y de sujeto de la vida misma. En tanto que ob-
jeto de odio, la vida lo inspira, lo da. En tanto que sujeto de odio, la
vida lo siente, lo acoge. La unidad de sujeto y objeto se efectúa sobre
el querer vivir bajo el modo de una donación y una aceptación. Cuan-
do el querer vivir entra en la circularidad, se pierde. Dentro de ella,
destruido el querer vivir, únicamente subsiste la vida. La vida que
pone la boca sobre mi laceración.

El odio insuficiente y culpabilizador vive con la muerte. Las fra-


ses que dicen su extenderse son conocidas: «el odio produce más
odio», «el odio nos iguala a todos en lo peor…». Búsqueda obsesiva
de la seguridad. Incluso tus ideas se volverán contra ti. Corres lacera-
do a protegerte detrás de una ladera helada. No sabes que el ofidio
que te muerde está dentro de ti.

¿Cómo evacuar de la vida el miedo? ¿Cómo expulsar de la vida el


miedo para que ésta, por fin, nos restituya el querer vivir? Mi querer vivir.

Todos quieren siempre escuchar lo que más desean. Piden agua


para apagar el fuego, el árbol que les proteja del sol, la solución para
el problema acuciante. Pero no existe ninguna palabra de luz. No te
dejes engañar: la luz es incapaz de vencer a la noche. Sólo tu propia
noche puede triunfar sobre la noche. ¿Quién va a querer oír lo que
nunca nadie se ha atrevido a afirmar? Temo la reacción de los decep-
cionados pero aún más temo a los hijos del sol, porque ellos nunca
aceptarán una palabra de sombra. Sé que mi respuesta no será com-
prendida y que seré maldecido. Pero ya es hora de decirlo. El odio es
lo único que puede vencer al miedo. Sólo el odio puede separar el mie-
do de la vida y liberar así al querer vivir. ¿Quién osará bajar, quién
descenderá al interior de la circularidad odio e miedo para doblegar-
la? Aquel que sea capaz de odiar la vida con un odio suficiente. ¿Cuál
es este extraño odio que rompe la circularidad que nos sujeta? El odio
que habla así: «Odio la vida porque la quiero tanto…».

¿No sabes que esta palabra oscura puede hacer mucho daño? A ti
y a los demás. Promover un odio hacia la vida, sea cual sea, únicamen-
El odio libre ______________________________________________________ 35

te puede traernos amargura y desdichas. Allí donde el odio reina crecen


los fanatismos de cualquier signo. Donde el odio a la vida se extiende,
muere la vida. La venganza ocupa los corazones y la violencia ataca los
cuerpos. Entronizar el odio es una absoluta irresponsabilidad.

Sé todo lo que dices. Ciertamente el odio es una fuerza negra


que nos desborda porque trae el infierno a la tierra. Pero ¿no dice
Hölderlin que allí donde crece el peligro está la salvación? Se ha que-
rido abolir del discurso el odio expulsándolo como lo que no puede ni
llegar siquiera a pensarse. En los diccionarios de filosofía no se en-
cuentra la palabra odio y, curiosamente, sólo los diccionarios de teo-
logía la recogen. El odio, se nos dice, es un mal fruto del pecado. Y,
sin embargo, el pueblo de Israel deberá odiar a los enemigos de Dios
para no imitar su conducta. Y Dios mismo ¿no es capaz de odio? En
nuestra sociedad, en cambio, la defensa de cualquier forma de odio es
políticamente incorrecta. No digamos ya la promulgación de un odio
dirigido contra la vida, que, evidentemente, sería la expresión máxi-
ma de maldad y resentimiento.

Ir contra corriente no es garantía de estar en la verdad. Además,


el odio es un cuchillo que no tiene mango. Con él hieres y te hieres.

Hoy es inimaginable reivindicar el odio. La democracia basada


en el diálogo pretende ser la forma política insuperable de nuestra so-
ciedad. La crítica radical de la democracia es inmediatamente reco-
nocida como una variante de nihilismo portadora de odio y violencia.
¿Hace falta recordarlo? Cuando la clase trabajadora era capaz de ac-
tuar como un sujeto político, lo que la movía era precisamente el odio
de clase. Un odio que, por supuesto, no consistía en odiar al empre-
sario concreto sino al empresario en tanto que funcionario del capital.
El odio de clase estaba detrás tanto de los momentos históricos más
grandes como de la rebelión diaria.

¿Y tú, lo que quieres, entonces, es sustituir el antiguo odio de


clase por el odio a la vida? ¡Vaya idea más absurda!

En cierto modo sí. Hoy, la función del mercado la realiza la


vida. A la movilización total de la vida por lo obvio, que es el engra-
36 _____________________________________________________ Amar y pensar

naje de esta sociedad, se le debe oponer el odio. Un odio que es odio


a nuestra vida, odio contra la vida. No sé si me entiendes bien porque,
en realidad, tampoco deseo explicarme. Explicarme sería admitir que
debo dar alguna justificación. En absoluto se trata de eso. El odio a la
vida que defiendo no requiere ninguna justificación. ¿Qué odio es
aquel que pide una justificación?

No os avergoncéis jamás de seguir este camino que los razona-


bles han condenado. Han levantado dualidades que son muros de
compensación con los que detenerte. Abraza siempre a tu amigo.
Odia a tu enemigo. Esta vida es tu enemigo. El más alto honor es lle-
gar a hacerla tuya. Vencido el miedo, el querer vivir te guiará.

No regreses nunca. Aunque no sepas adónde conduce el camino


que has abierto. Todos los retornos tienen sabor a muerte. Cuando te
sientes para reposar junto a los tuyos, escucha la noche. Nada es inú-
til. Maldecirán tu memoria porque no quiere olvidar. Voz débil perse-
guida, cargas con el dolor de toda la humanidad. Ahuyenta todo arre-
pentimiento. Los cuervos vuelan muy bajo dispuestos a hartarse con
los desechos que el paso del tiempo arroja tras de sí. Aprende a sentir
el frío hasta que tus manos sangren. Entonces, recuerda que el odio a
la vida sabe sentir piedad.

El mayor acto de valentía es ser capaz de sentir piedad.

Una mirada a la Biblia: Caín y Abel

Abel era un pastor de ovejas, mientras que su hermano Caín cultiva-


ba la tierra. Vivían en completa armonía, cada uno volcado en lo
suyo. Al cabo de un tiempo, Dios, que no podía soportar su orgullo,
se inmiscuyó entre ellos. Dios, o sea la vida, les mandó rendir cuen-
tas y para ello quiso sondear la profundidad de su querer vivir. Pero la
vida no sólo midió el querer vivir de cada uno, sino que pretendió
compararlos entre sí. Para eso les exigió que cada uno hiciera una
ofrenda. Así lo hicieron. Dios aceptó la ofrenda de Abel, y no, en
cambio, la de Caín. Así la vida, que ya había conseguido dividirlos,
El odio libre ______________________________________________________ 37

introdujo finalmente una asimetría entre ellos. Caín se sintió herido


en su orgullo aunque no osó rebelarse. El odio que debía haber senti-
do contra la vida, lo dirigió contra su hermano Abel. ¿Por qué Caín
pasó a odiar a Abel? Porque tuvo miedo de ese Dios, es decir, esa
vida, que exige reconocimiento y sumisión. Por miedo, el odio contra
la vida se mutó en odio contra el hermano. Odio que, como es cono-
cido, llegaría hasta el asesinato. Se dice que, muerto Abel, Caín com-
prendió inmediatamente que había sido la propia vida la que había
desviado su odio contra el hermano.

Miradas a la Grecia antigua: La Ilíada, Prometeo y


Empédocles

Prometeo fue encadenado finalmente a una roca del Cáucaso. Así He-
festo, que llevaba los utensilios de herrero consigo, cumplió la ven-
ganza que su padre, Zeus, le había encargado: sujetar mediante fuer-
tes cadenas a Prometeo. Éste había roto el orden del cosmos porque
había sentido piedad de los hombres. Prometeo amaba a los hombres,
esos seres efímeros, y el que ama quiere que la cosa amada viva. Por
esa razón, el titán robó el querer vivir, privilegio único de los dioses,
y se lo entregó a los hombres. Con el querer vivir los hombres se
transformaron completamente. Por un lado, adquirieron un fuego in-
terior que les permitió descubrir la existencia del fuego; por otro lado,
consiguieron la esperanza ciega, que es el fármaco contra la desespe-
ración que nace de ser mortales. De esta manera, los ojos pudieron
ver, los oídos pudieron oír, y el querer vivir empujó el vivir. Los hom-
bres abandonaron el miedo y se hicieron orgullosos. Prometeo, a pe-
sar de estar encadenado y torturado por un buitre que se alimentaba
indefinidamente de su hígado, se resistió y odió con toda su fuerza a
los dioses. «A mí Zeus me importa menos que nada», afirmó según
Esquilo. Sabía que su expiación no podía terminar con la muerte, ya
que su destino era no morir. El que dio el querer vivir a los hombres
ni se arrepintió ni quiso revelar el secreto del que era portador. El se-
creto que Zeus ansiaba conocer, porque avisaba de su final, era sim-
plemente que la vida no existe.
38 _____________________________________________________ Amar y pensar

a) La Ilíada (Aquiles y Príamo)

Aquiles al matar a Héctor vengó la muerte de su amigo y compañero


de armas Patroclo. Pero no contento con ello, mandó atar el cadáver
del troyano a su carro para que fuera ultrajado. Su odio contra Héctor
y el pueblo de Troya era tan grande que acabó perdiendo toda piedad y
respeto ante su enemigo. Zeus, viendo ese furor inmenso, decidió in-
tervenir y mandó a Príamo el aviso de que fuera a rescatar el cadáver
de su hijo. El alado Hermes sería el encargado de ayudarle a introdu-
cirse dentro de la tienda de Aquiles. Príamo tendría que abrazar sus
rodillas, ofrecerle unos dones y suplicarle la devolución del cuerpo de
su amado Héctor. Gracias a la ayuda divina, Príamo apareció ante
Aquiles, y el odio mutuo fue tan intenso como la oscuridad ácida de
la muerte. Era un odio crecido, poco a poco, junto a los cuerpos des-
cuartizados que se pudrían a orillas del mar. Príamo pidió a Aquiles
que se apiadase de él y, a continuación, besó las manos del asesino de
su hijo. Entonces ocurrió algo totalmente impensable. El odio mutuo
se convirtió en un mismo odio contra la vida. Ambos se pusieron a
llorar desconsoladamente. Aquiles recordaba a Patroclo, a su padre
ya mayor. Príamo pensaba en Héctor a quien ya no vería nunca más.
Aquiles ayudó al anciano Príamo a incorporarse y finalmente dijo:
«Lo que los dioses han hilado para los míseros mortales es vivir entre
congojas, mientras ellos están exentos de cuitas». Por eso desde en-
tonces al mentar a Aquiles no olvidamos que en su desmesura vive un
odio a la vida, ya que el héroe es en definitiva aquél que acoge a la
muerte en vez de sufrirla, aquél que consuma su vida en una muerte
bella sin la decadencia de la vejez.

b) Empédocles

La palabra odio se dice en griego de muchas maneras: mîsos «aver-


sión», échthos «enemistad», eris «discordia», odîs «odio» y neikos
«odio» y «batalla» en Homero. Esta diversidad de significados remi-
te necesariamente a una experiencia primigenia compleja. Empédo-
cles, que emplea la palabra neikos, es quien mejor fija esta concep-
ción arcaica. Con su aportación se sitúa entre los «antiguos», que
reducen todas las cosas al Uno, y los «modernos», que lo multiplican
El odio libre ______________________________________________________ 39

al infinito. En última instancia, acepta el Uno pero en la multiplicidad


indivisible de la tétrada. En concreto, según él existen cuatro elemen-
tos (fuego, agua, tierra y aire) y dos fuerzas: el amor «Philotès» y el
odio «neikos». Mediante este recurso consigue explicar el cambio en
la permanencia del Uno. Así puede sostener, por un lado, la multipli-
cidad o división absoluta,y, por otro lado, la unidad o no división. La
cosmología que se desprende de este planteamiento consta de cuatro
etapas, que son las siguientes:

1. Existe una esfera, unidad total en reposo, que tiene en su centro el


amor.
2. El odio, que permanecía fuera, destruye la Esfera.
3. Los elementos se disponen en grandes masas homogéneas.
4. El amor interviene para iniciar un proceso de unificación que da
lugar a formas de vida.

Sin entrar en detalle, lo que interesa destacar es que todo comienza


con el odio. El odio es la fuerza que desagrega la Esfera indiferencia-
da, inmóvil y muerta que es este extraño dios. Gracias a su acción,
empieza la cosmogonía a desplegarse y la vida tiene la posibilidad de
originarse. Ciertamente, el odio y el amor son necesarios aunque su
combate no sea nunca frontal, ya que su oposición se da en el mundo.
Ambas fuerzas rivalizan entre ellas, y no hay ninguna moralización.
Es Aristóteles el que asociará amor con bien y odio con mal, aunque
acierte al remitir las dos fuerzas a un mismo principio que se desdo-
bla. El odio no es el mal. En todo caso es mal para la unidad divina
que deja de existir al dividirse. Para el hombre, el odio es mal y bien.

Hacia otro odio

Hemos llegado poco a poco al comienzo que andábamos persiguien-


do: existe otro odio. Un odio más primigenio que el odio mutuo y
que, sin embargo, no confunde el señor con el esclavo, el torturador
y la víctima. Un odio que parece despolarizar la dualidad amor/odio
para producirse en algo nuevo. Nada que ver con la estúpida afirma-
ción de la cercanía de amor y de odio, que, únicamente, sirve para
40 _____________________________________________________ Amar y pensar

justificar el tedioso fracaso. A este odio que intranquiliza porque es


difícil de pensar, que desasosiega porque es difícil de vivir y que, en
cambio, necesitamos para hacer frente a la vida, para escapar al poder
cuando afrontamos la muerte, lo llamaremos odio libre.

El odio libre a la vida es libre en dos acepciones: 1) libre en re-


lación al odio mismo: es mi odio porque yo lo escojo y decido. En
este sentido, me pertenece y singulariza. El mayor sometimiento
consiste justamente en no poder escoger el odio propio. En estar a
merced de un odio ajeno; 2) libre en relación a la vida, que sería el
objeto del odio. No existe ni culpabilización ni resentimiento, en
esta medida, mi odio no está encadenado ni sometido a la vida. ¿Qué
hace, en definitiva, el odio libre a la vida? Delimitar, mantener a
raya a la vida, que continuamente retorna para vengarse. O lo que es
igual, el odio libre a la vida fija «lo que no estoy dispuesto a vivir».
De esta manera, habiendo expulsado el miedo, nos restituye el que-
rer vivir.

El odio libre a la vida libera el querer vivir de la vida, a la que


estaba sujeto por el miedo. Más exactamente: libera el querer vivir
junto con su odio.

El odio libre no lleva consigo ninguna eternidad. Ni la eternidad


del regazo en el que finalmente un día se podrá descansar ni la eter-
nidad del instante que nace de la intensificación que la repetición pro-
porciona.

El odio libre se despliega en las orillas de la vida, donde la ame-


naza es más cierta. Un preso está detenido en una cárcel de alta segu-
ridad. Siempre aislado, sometido durante horas a vigilancia, mal ali-
mentado… y todo ello con el fin de destruirlo. Su reacción ha sido
imponerse una autodisciplina de horarios, lecturas, ejercicios físi-
cos… mayor aún que la disciplina que los carceleros le inflingen. De
esta manera consigue no sólo sobrevivir, sino hacerlo de pie y con la
cabeza alta. El odio libre gana contra la fatiga de estar vivo. La san-
gre vuelve a circular por las venas heladas. El frío queda fuera de la
celda. El odio libre consiste en vencer contra uno mismo.
El odio libre ______________________________________________________ 41

Estás rodeado por un enemigo muy superior. Unos ojos te ace-


chan desde lo alto de las montañas. Brazos de hierro desplegados de-
sean sujetarte. Te quieren doblegar. El odio libre te empuja a la huida
pero también te proporciona un arma. Avanzas.

Vengo de muy lejos, de una soledad en la que yo no existo. Os


aviso: este rostro desencajado no es el mío. Queda mi ausencia que
come y se abraza a ella para que la oscuridad no me disuelva. No, no
se extraen momentos de creatividad de un abismo. He decidido sepa-
rar mi cabeza para no sentir el dolor, y sacarme los ojos calcinados
con una cuchara. Espero que los días se agoten pronto. Tengo bruta-
les ganas de dormir pero no lo consigo. Entro y salgo de la vida como
un cuchillo por los agujeros de un cuerpo asesinado. Es verdad. Para
mí la diferencia entre la vida y la muerte son 25 mg de anafranil. El
odio libre me mantiene de pie preparado para atacar de nuevo.

Sólo uno mismo sabe lo que puede el odio libre a la vida.

El odio es algo que los biempensantes rechazan de plano sin tan


siquiera reflexionar. Para ellos el odio libre es una paradoja de mal
gusto, ya que juntar odio y libertad no conduce a nada positivo. Los
biempensantes no pueden admitir que el querer vivir nos es restituido
precisamente gracias a esta vinculación insólita. El odio libre, efecti-
vamente, es una extraña negación, pero de ella nacen las afirmaciones
más insospechadas.

Se dice que en la guerra el miedo es libre porque anda suelto. El


odio libre, por el contrario, no es errante, ya que entonces sería odio
mutuo u odio contra uno mismo. El odio libre se fija en el querer vivir.

El odio libre sacude, crispa, estremece, golpea, zarandea… El


odio libre no te deja estar de vuelta de todo, ni perpetuamente cansa-
do, ni feliz con tu autocomplacencia. El odio libre te regala la fuerza
de un permanente malestar. De ti depende aprovecharlo o desperdi-
ciarlo.

El odio libre no menosprecia jamás a nadie: ni a un otro ni a uno


mismo. Por eso no sitúa nunca por debajo. Pero la superioridad que
42 _____________________________________________________ Amar y pensar

confiere no es la de una diferencia que pretende ser representada, sino


que sólo se ejerce como rechazo sin componendas.

Odioso se aplica en el lenguaje jurídico «a lo que contraría el es-


píritu o la intención de la Ley». En este sentido, el odio libre también
es odioso ya que va contra la ley de la vida. Esa ley según la cual «la
vida se venga con la vida de ser vivida».

Cicerón define el odio así: odium est ira inveterata. Podemos


retomar la definición. El odio libre es una cólera inveterada porque es
tan antiguo como la misma ley de la vida que combate.

El odio libre nos libera del miedo si bien nos encadena a un des-
tino. El querer vivir y su odio nos abren un camino sin retorno.

La operación lógica que efectúa el odio libre es la unilateraliza-


ción. La unilateralización no se realiza sobre las relaciones que for-
man las constelaciones de palabras-cuerpos-cosas, y que el querer vi-
vir ha producido. La unilateralización actúa sobre las relaciones entre
constelaciones, y el resultado es la dispersión de la vida en tanto que
objeto de odio. El odio libre es violento y, a la vez, abnegado: hace
estallar la vida pero nos la devuelve en toda su fuerza. Si, por el con-
trario, el odio libre es capturado por su objeto de odio, entonces es
desnaturalizado y se transforma en envidia, celos… y muerte.

La unilateralización interrumpe la relación y multiplica las di-


mensiones de la realidad. Operación formal que adquiere su conteni-
do siempre en lo concreto: cortocircuito, crítica, desplazamiento…
La unilateralización no es el Tercero en discordia en relación a la re-
lación. No es el parásito que vive a su costa, como lo es el ruido o la
fluctuación. El parásito impone una bifurcación al sistema: hundi-
miento o readecuación. En cambio, el resultado de la operación for-
mal que hemos llamado unilateralización escapa a este dualismo. La
bifurcación responde a una lógica en la que el Tercero sólo puede es-
tar dentro o fuera. Cabe estar, porque no hay afuera, dentro y al mar-
gen. Esperando el momento adecuado para atacar. La unilateraliza-
ción, porque no es el efecto de un parásito, porque no es un ave
carroñera, socava la bifurcación e impone otra no-solución.
El odio libre ______________________________________________________ 43

Tener una imagen es renunciar a imaginar. Tener un objeto de


odio es renunciar a odiar libremente.

He decidido finalmente que voy a odiar a la vida. A mi vida. A


las vidas que abro, a las vidas que vivo y que no son mías, a las vidas
que atravieso… El odio libre a la vida se plasma en su efectuación
como la relación que existe entre «yo» y ella. Más exactamente, entre
«yo» en tanto que centro de relaciones y ellas. Ahora bien, ese yo-
centro de relaciones frente a la(s) vida(s) es completamente subvertido
desde su propio interior. Lugar o posición frente a multiplicidad, pun-
to frente a infinito. El tiempo ha desaparecido y sólo queda el espa-
cio. El querer vivir como espaciamiento del espacio.

La vida es un hilo de plata ennegrecido que engarza apresurada-


mente las vidas que osamos desplegar. Vidas que brillan como una es-
trella. Vidas que, a veces, no son ni vida ni muerte. El tiempo, colec-
cionista ocioso e inflexible, las sujeta y ordena sistemáticamente. El
odio libre es el cuchillo que cortará esta linealidad argéntea. Impedi-
rá el regreso del pasado enfermizo que quiere intimidarnos; anulará la
opresión que subsiste en el presente; acabará con cualquier futuro
abusivo. «Lo que no estoy dispuesto a vivir» que el odio libre procla-
ma termina con las extorsiones y abroga las renuncias. Pasado, pre-
sente y futuro, el tiempo y su linealidad, se disipan. El odio libre pone
el tiempo entre paréntesis y nos deja en la intemperie. Allí donde úni-
camente existe el querer vivir y sus espaciamientos.

El odio libre a la vida divide el espacio entre «lo que no estoy


dispuesto a vivir» y lo que estoy dispuesto a vivir. La azada ahonda
sin descanso un surco invisible. La reiteración indefinida de esta ope-
ración sobre el mismo lugar expulsa el tiempo. Al final, lo que per-
manece no es un espacio sin tiempo, sino un espaciamiento del es-
pacio.

El odio libre nos libera de la cadena del tiempo. Somos un que-


rer vivir esculpido con rabia en el espacio. Un espaciamiento al bor-
de de la oquedad. ¿Cuántas seguridades hemos dejado atrás? Tene-
mos que combatir sobre todo la nostalgia de ser.
44 _____________________________________________________ Amar y pensar

El querer vivir que ha sido forjado como espaciamiento no tiene


lugar alguno donde protegerse. De pie, se resiste. Inmovilidad de la
fuerza, piedra viva. Tiritar de un escalofrío cuya procedencia desco-
nozco. Desciendo las escaleras del viento, pierdo para ganar. Se
anuncia algo nuevo. Bostezo del espacio que vive en mí como una
humedad insaciable. Donde no llega el lenguaje y las palabras se so-
lidifican. Piedra viva, ojos atónitos. Corazón pétreo que vibra en la
oscuridad. Músculo contraído que el ácido láctico paraliza. El espa-
ciamiento sostiene al querer vivir.

Espaciamiento o piel de la vida. Piel quemada por el frío lunar.


Piel arrancada por el viento. Piel amarillenta que deshoja tu mirada.

Querer vivir o neblina del espacio. Huésped de un sueño que se


extiende durante toda una vida. Fuga sin objeto. Donde no cabe la
mentira. El odio del querer vivir no miente.

Final del corredor de la muerte. Avanza por él y se disuelve. Ter-


quedad imposible fuera del tiempo.

Espacio que forcejea para convertirse en espaciamiento. Pujan-


za de lo inesperado. Ímpetu, impulso. Vivacidad de un aliento. Sudor
de un sueño que se sueña.

El odio libre selecciona las vidas que deseamos vivir para des-
pués engrandecerlas.

El odio libre espera sin esperanza. Te lo da todo porque también


puede quitártelo todo.

Cuando anochece en tus ojos y te sientes inútil, incapaz de re-


sistir los dardos venenosos arrojados por un sol metálico, buscas un
asidero. Dudas. Quizá sería mejor hacerles frente, pararles los pies.
Destruirlos. Es largo y contradictorio el camino que el odio del que-
rer vivir inaugura. Buscas una pregunta a la que aferrarte. Una pre-
gunta como la que te podría hacer un demonio que te persiguiese día
y noche: «¿Te atreverías a odiar libremente a la vida?». ¡No me hagas
reír! Mira a tu alrededor detenidamente. No hay nadie. No existe el
El odio libre ______________________________________________________ 45

demonio ni la pregunta ni la prueba. En el odio libre sólo tú sabes si


el odio es libre.

No existe ninguna pregunta para saber si el odio libre es real-


mente ya tu camino. Toda prueba es externa. No existe ninguna eva-
luación. ¿Cuándo ha empezado el odio libre contra la vida? ¿Desde
siempre? ¿Cuándo terminará? El querer vivir se hace espaciamiento.
No admitas que ninguna queja se interponga en tu avance. No deser-
tes del espaciamiento. Aunque sólo sea una nube que sobrevuela la
ausencia de tierra. Aunque sólo sea una palpitación ósea.

¿Hace falta que te lo diga? Hay dos únicos modos de espacia-


miento del querer vivir: la soledad y la comunidad.

En las largas noches de insomnio, cuando la cabeza descansa se-


parada del cuerpo, cuando los pies andan interminablemente sobre
una noche inexpresiva, entonces tú sabes muy bien que no hay más
que soledad o comunidad.

El odio libre es el padre de todas las cosas que nacen y mueren.

Sólo el odio puede salvarnos del odio que divide.

La soledad

La soledad existe porque somos una contracción de la ambivalencia


(infinito/nada) y jamás podremos sumergirnos completamente en la
nada ni fundirnos con el infinito. Para poder descansar en la nada hay
que pasar obligatoriamente por la aniquilación total. Para poder ser
uno con el infinito tenemos necesariamente que ir más allá de lo que
somos. En uno y otro caso, la muerte es la puerta y el obstáculo.

Nietzsche dice que para vivir en soledad hay que ser un animal
o un Dios. Hoy en las ciudades hay millones de personas que viven
solas en sus casas. ¿Qué son? ¿Te atreverías verdaderamente a juz-
garlas? ¿Qué sabes tú de ellas?
46 _____________________________________________________ Amar y pensar

La sociedad desaconseja la experiencia de la soledad. La soledad


es peligrosa para uno mismo y para los demás. Incluso no conviene a
Dios, que por esta razón es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En la época de la dictadura, ante el peligro de una larga deten-


ción en la cárcel, respondía con determinación: «Bueno, quizá estaré
encarcelado, pero no podrán conmigo porque podré pensar». Con el
tiempo los dolores de cabeza se hicieron cada vez más insistentes
hasta que un día, el día más triste de su vida, tuvo que admitir que las
migrañas continuamente le acompañarían y que, por tanto, no siem-
pre podría pensar. Trató de reponerse, lucharía con toda su fuerza
para defender el orgullo de pensar. Un día dando una clase se quedó
bloqueado, buscando una palabra que no acudía. De pie sobre la tari-
ma, no sabía dónde estaba, la mirada perdida. Tuvo que detener la
clase. El silencio de los estudiantes era total cuando abandonó el aula
y se dirigió a su despacho. Solo, completamente solo. El psiquiatra le
dijo que se trataba de ausencias, que no tenían mayor importancia,
que estuviese tranquilo porque no le producirían la muerte. No sa-
bía que esta soledad mataba lentamente.

Ruido insistente de piedras que caen del cielo. Mercurio que co-
rre por mis venas agujereando el corazón. Las manos vacías de luz,
los ojos intentan mirar en la oscuridad calcárea. Música que nadie ex-
cepto tú oye. Senderos ventosos que no van muy lejos. ¿Siempre re-
tornan?

Incapacidad para vibrar con los demás. Sin Dios ni patria. Una
nube errante ha cerrado mis ojos. Vuelven preguntas oscuras a mi ca-
beza. Anhelo un poco de calor.

Vivo dentro de un sueño que no se separa de mí. El ácido sulfú-


rico corroe mi piel y produce una llaga. Pulso del desaliento. Quiero
expulsar toda conmiseración para conmigo. Lo que hiere de verdad
será bienvenido, rechazo lo que únicamente produce rasguños. No
bajaré la guardia.

¿Cuántas soledades viven en ti?


El odio libre ______________________________________________________ 47

Que estemos obligados a decir «yo estoy solo» y que «Yo soy
(yo) solo» sea incorrecto gramaticalmente —además de no tener nin-
gún sentido— es algo que debe hacernos pensar. Todo parece indicar
que la soledad se gana contra ella misma. Eso significa que la soledad
es, a la vez, causa y efecto, prueba a superar y resultado. El aprendi-
zaje de la soledad empieza justo entonces, ya dentro de ella. Imagina
un triángulo en cuyos vértices esté escrito «víctima», «testigo» y
«verdugo». La soledad es tuya cuando los tres vértices se constituyen
realmente como vértices interrelacionados. Tú eres la víctima (el so-
litario que sufre); tú eres el verdugo (el solitario que se autoinflinge
el dolor); tú eres el testigo (el solitario que se autoobserva). La inte-
rrelación de los tres vértices o figuras implica un verdadero autocen-
tramiento. Es como si la soledad encallada en la tautología del «yo
soy (yo) solo» fuera ahora llevada más allá, hasta su consumación:
«yo soy el que soy». El aprendizaje de la soledad consistiría, pues, en
poder llegar a superponer las tres figuras: yo soy mi víctima, mi tes-
tigo y mi propio verdugo. La soledad así alcanzada me permitiría
afirmar finalmente: «yo soy el que soy». Ahora bien, esta afirmación
sólo puede hacerla Dios, como bien nos recuerda M. Eckhart. En
otras palabras, sólo un Dios puede afirmar que su soledad es suya, no-
sotros no. Es imposible aseverar: «mi soledad», porque por definición
la soledad se me escapa y jamás llegaré a aprehenderla completa-
mente. El querer vivir es inmediatamente su soledad, porque, paradó-
jicamente, es el límite de la misma soledad. Para Wittgenstein, el
«yo» no pertenece al mundo sino que es un límite de éste. Entre el «yo»
que conoce y el mundo conocido se da una relación parecida a la que
existe entre el ojo y el campo visual. El ojo no se ve a sí mismo. En
relación a la soledad, el querer vivir es el límite de ella. Porque no
somos Dios, el autocentramiento que la soledad nos proporciona es
relativo. En tanto el querer vivir es un límite, el sentimiento que le
acompaña se halla indiferenciado. Por eso, en el fondo de la soledad
sentimos el deseo de matar y, a la vez, que todo hombre es digno de
amor.

La soledad es uno de los espaciamientos del querer vivir. El otro


espaciamiento es la comunidad. Para intentar pensarlos tenemos que
abandonar distinciones conocidas, por ejemplo la que opone multi-
plicidad cualitativa a multiplicidad cuantitativa. A esta distinción le
48 _____________________________________________________ Amar y pensar

faltaría, por un lado, una dimensión vertical y, por otro lado, no lle-
garía a recoger la oposición verdaderamente existente. Quizá pueda
servir el concepto de superficie convenientemente matizado. La sole-
dad sería entonces una superficie sin confín. La comunidad sería, por
su parte, una superficie con confín.

Una superficie no es un mero objeto, porque toda superficie in-


corpora naturalmente la diferencia arriba/abajo y, sobre todo, tiende a
asimilarse con su límite. Una superficie coincide por tanto con su
propia frontera. De aquí que las superficies tengan un estatuto teóri-
co complicado, puesto que pueden ser pensadas simultáneamente
como abstracciones y como entidades físicas, si bien siempre consti-
tuyen tipos distintos de frontera.

La soledad es una superficie sin confín. En la superficie, y


constituyéndola como tal, está la ambivalencia del querer vivir. La
ambivalencia en su indeterminación, en su complejidad no reduci-
da, como la dicotomía infinito/nada, que es la manera bajo la cual
podemos pensarla. Por esta razón, la superficie que forma la sole-
dad no puede ser representada. En este caso, es totalmente válida la
afirmación de que la superficie es lo más profundo de las cosas. La
soledad es la superficie sin confín en la que habitamos. Superficie
de una cierta densidad, de una oscuridad compacta. La soledad, sin
embargo, en tanto que superficie no tiene confín. Esa es nuestra ex-
periencia de la soledad: un viaje interminable a una ausencia de fon-
do. Surcos de perpetuo dolor en una frente que se mantiene alta. La
soledad es un retorno que no acaba nunca, porque en su superficie
no hay territorialización alguna. El no-confín que la geometría aso-
ciada al lenguaje ordinario establece no debe ser confundido con
una línea imaginaria. El ecuador, por ejemplo, es una línea abstrac-
ta que no tiene propiedades físicas. Ni refleja ni absorbe la luz, por
lo que puede ser llamada invisible. En cambio, sin poseer ninguna
materialidad aunque podría ser dibujada, separa los dos hemisfe-
rios. El no-confín de la soledad como superficie es también invisi-
ble, aunque en otro sentido. Se asemeja más bien a la delimitación
de una sombra, al límite surgido como efecto de un proceso de rare-
facción. Whitehead habla de un «método de la abstracción extensi-
va» mediante el que identifica puntos, líneas y superficies de un
El odio libre ______________________________________________________ 49

continuo con conjuntos abstractos, o sea conjuntos que contienen


una infinita cantidad de las mismas entidades anidadas la una den-
tro de la otra, según una serie infinitamente convergente. Si consi-
deramos que la soledad puede ser descrita por un conjunto de esfe-
ras concéntricas que se expanden, el punto central hacia el que todas
convergen sería el querer vivir.

La soledad del querer vivir puede llenarse únicamente con más


soledad.

La experiencia radical de la soledad no es la de su autoapropia-


ción, sino más bien la de su pérdida. Cuanto menos dueño soy de mi
soledad, más sube la ambivalencia del querer vivir a la superficie. So-
ledad y retorno de la vida, vivir como imposibilidad de vivir. Exacer-
bación de la vida.

El odio libre a la vida se prolonga como exacerbación de la vida.


El odio libre es, por tanto, la condición de posibilidad de esta nueva
relación con la vida que hemos llamado exacerbación. Pero la sole-
dad sigue siendo, en todo momento, el paso necesario.

El odio del querer vivir se prolonga, en la medida que la contie-


ne, en la exacerbación de la vida.

La exacerbación de la vida está detrás de los dos únicos gestos


antepolíticos y radicales que existen: amar y pensar.

La comunidad

La existencia de la comunidad afirma que yo no estoy solo con mi


vida. Fuera de mí, abierto a los demás, avanzamos decididos hacia el
Norte. Nostalgia de la comunidad cuando sólo quedan trazas de ella.
Uno tras otro iban cayendo los pétalos. Se derrumbó la pared de com-
plicidades, se desvaneció el aliento creador. Ocaso permanente. Que-
da la actualidad del comunismo.
50 _____________________________________________________ Amar y pensar

La actualidad del comunismo está en la mirada insumisa. En el


grito de desesperación. En el fracaso acogido sin mentiras. La actua-
lidad del comunismo es la insistencia de la comunidad. La palabra
que preferiríamos no oír porque es nuestra muerte de Dios.

Ceniza inextinguible, la actualidad del comunismo. Morimos in-


tentando un nosotros.

Contra la actualidad del comunismo y su persistencia se levan-


tan las voces de los hombres sensatos. Esqueleto intacto que acompa-
ñas a la vida, no te olvidaré aunque tú no seas más que un hálito de
nada. Ausencia reincidente de horizonte. Los hombres sensatos pro-
siguen su tarea banalizadora.

«Los científicos han demostrado que las relaciones sociales


masajean importantes áreas neuronales y alargan la vida. El aisla-
miento social es un factor de riesgo, tan grave como el fumar… En
cambio, si tienes buenas relaciones de círculo, también sueles ser
bueno construyendo relaciones transversales. Estas, en particular,
son las que cimientan la prosperidad de un país. Es lo que yo inves-
tigo, y para eso me ha nombrado el presidente de EE.UU. coordi-
nador de una comisión federal. Debo tratar de detener el declive del
capital social norteamericano. ¿Qué es lo que yo propongo? Muy
sencillo. Aumente sus relaciones. Relacionarse nos enriquece a no-
sotros y a nuestro entorno… ¡Y además es sano y divertido! ¡Hable
con desconocidos! Asóciese con ellos para hacer cosas y disfrutar
juntos de la vida. Mejorará su mente y también la sociedad.» Decla-
raciones de Robert D. Putnam, ex presidente de la Universidad de
Harvard y editor del libro El declive del capital social, publicadas en
La Vanguardia, 3-7-2003.

La banalización más corriente de la comunidad es la llevada a


cabo por el discurso legitimador de la democracia. Su argumentación
es la siguiente: el hecho de que la política sea siempre «finita» quie-
re decir que a causa de su misma finitud no podrá jamás alcanzar la
perfección. Una barrera insuperable separará siempre verdad y políti-
ca. De aquí la necesidad de poner límites a la comunidad.
El odio libre ______________________________________________________ 51

Mientras haya hambre, mientras los niños mueran por falta de


medicinas… mientras nosotros lo queramos. Tenemos que luchar por
levantar la comunidad. Contra el tiempo, contra la política, contra no-
sotros mismos. No me avergüenzo de su recuerdo. No me arrepiento
de nada.

1977, Barcelona. Yo he visto más de dos mil trabajadores, a los


que la policía había estado hostigando violentamente, huir a la mon-
taña y andar. Andar hasta encontrar un claro del bosque donde poder
celebrar una asamblea. Una asamblea para decidir que no volvían al
trabajo si no eran readmitidos los cinco delegados elegidos por ellos.

2003, Barcelona. Yo he visto cientos de personas bajar puntual-


mente a las diez de la noche, parar la calle y, con cacerolas, cucharas
y toda clase de artilugios, llenar la ciudad de ritmo. Niños con sus pa-
dres, jóvenes, inmigrantes… todos contra la guerra. Todos confundi-
dos con la noche clamando a fuerza de estar vivos.

Y después nada. ¿Dónde resiste la comunidad? Y, después, la


soledad tras la puerta abruptamente cerrada.

Al acecho. Aguardas. La canción con la que juntos volveremos


a bailar.

Intento pensar en la comunidad fuera de una estetización de la


política, fuera de un programa político construido sobre la crítica ar-
tística. Por otro lado, sé muy bien que la comunidad que anuncia la
actualidad del comunismo no tiene nada que ver con la unión de los
amantes. La comunidad del hombre anónimo que soy yo, que somos
todos. ¿Cómo pensarla? ¿Cómo hacerla advenir?

La comunidad es un espaciamiento del querer vivir. La unilate-


ralización (I) que el odio realizaba en relación a la vida se prolonga
ahora mediante una nueva unilateralización (II) que efectúa la sepa-
ración entre un dentro y un fuera, entre amigo y enemigo. El odio li-
bre culmina, en este caso, en una unidad política viva. No es verdad,
pues, que la comunidad nazca inmaculada. Surge en un campo de
fuerzas materializándolo y materializándose.
52 _____________________________________________________ Amar y pensar

La comunidad siempre avanza con esfuerzo, filo de navaja ame-


nazante que corta la apatía, que se enfrenta a sus enemigos. Plenitud
nunca alcanzada contra lo inerme. Hannah Arendt sostiene que es un
espacio de aparición, donde yo aparezco ante otros como otros ante
mí. Me entran unas ganas inmensas de reír.

La comunidad tampoco se alza sobre la comunicación intersub-


jetiva que resulta tan amable para los académicos. Esta condición
sólo puede venir después. El miedo, que nos impide pensar la comu-
nidad, la aplasta.

¿Por qué surge la comunidad? La comunidad no se origina por-


que haya una incompletitud esencial en el hombre. Ni porque esta in-
completitud remita, paradójicamente, a un exceso. La economía del
nosotros no es ni la del defecto ni la del exceso, sino la de la ambiva-
lencia. La comunidad se funda en la finitud de los seres mortales,
pero no porque mueren, sino porque quieren vivir. La muerte no es la
verdadera comunidad. Es el querer vivir.

La comunidad, en tanto que espaciamiento del querer vivir, so-


bredetermina la ambivalencia. Decíamos que en la soledad la ambi-
valencia subía a la superficie. Ahora, la ambivalencia, reducida y do-
minada, es interiorizada. En la comunidad, la ambivalencia del querer
vivir es organizada: puesta en el centro y re-partida. Por esa razón,
toda comunidad es siempre opaca.

Cuando la ambivalencia no funciona como potencia única re-


partida, entonces la comunidad se convierte en prisionera de una ló-
gica del absoluto. De la nihilización a la afirmación del infinito: la
comunidad oscila entre la inmanencia y la trascendencia, entre el des-
membramiento y el Uno, entre una imposible transparencia total y las
formas de su representación (Dios, el Estado…).

La comunidad es una superficie, pero una superficie con un con-


fín. El confín o límite está inscrito en esta diferencia inmanente que la
atraviesa y que, impidiendo su totalización, la abre hacia afuera. El
confín es, por tanto, el límite que funciona respecto a un exterior y, a la
vez, el límite que funciona en el interior de la propia comunidad. Se
puede afirmar, entonces, que el mismo límite coadyuva tanto a la auto-
El odio libre ______________________________________________________ 53

posición como al desfundamiento de la comunidad. Este doble movi-


miento del nos-otros instaura una opacidad esencial autoconstituyente.

La irrepresentabilidad de la comunidad se debe a su opacidad.


Esta opacidad ¿no es justamente la del querer vivir?

La comunidad no emerge de un fondo oscuro indeterminado.


Al contrario, emerge del estremecimiento común que produce querer
vivir.

Existe una imposibilidad radical en toda comunidad que le im-


pide llegar a ser. El nosotros únicamente podrá ser un estar-juntos.
De aquí que la subsistencia de una comunidad no sea, en el fondo,
más que la gestión de esa imposibilidad radical de ser.

Toda comunidad surge como un desafío, como un gesto político


radical sin contrapartida posible.

¿Qué es lo que desafía al poder en una comunidad? La ambiva-


lencia. La ambivalencia cuando es empleada por y a favor del nosotros.
O lo que es igual: el querer vivir que lleva su odio libre contra la vida
hasta sus últimas consecuencias. La reapropiación colectiva del odio.

El desafío es una interpelación al nosotros para que se atreva a


hacer la experiencia del nosotros. Esta experiencia, que consiste en
salir fuera de sí, es la del desasimiento.

El odio libre radicalizado traspasa la muerte.

La opacidad de la comunidad es su fuerza. Una fuerza que llega


hasta constituirse en desafío. Pero también, no hay que olvidarlo, es
su debilidad.

El odio libre que ha sido radicalizado no plantea la batalla en


términos de correlación de fuerzas. Mundo contra mundo. El nosotros
contra el Uno.

La comunidad es el espaciamiento del querer vivir en el que el


odio libre ha llegado hasta hacerse desafío.
LA EXACERBACIÓN DE LA VIDA
Si contemplo con ojos apasionados mi existencia en su monótona co-
tidianidad, poco podré decir de ella. Que me huye, que se esconde…
que no sé nada más que que estoy vivo. La sorpresa de estar vivo,
acompañada de este odio a la vida que me empuja a no rendirme.

Ves los pájaros posarse sobre los alambres que atan el cielo, y
envidias su extraño sosiego. Inmóviles aunque gráciles, atraviesan las
creencias sin sufrir por ello. Tú, en cambio, sufres por tantas desilu-
siones, por tantas derrotas. Pero sabes, porque en ello te va la vida,
que el objetivo final del odio a la vida es, precisamente, la exacerba-
ción de la vida misma.

En la exacerbación de la vida culmina el odio libre que se arre-


molinaba en la soledad. No te conoces porque has dejado tras de ti los
autoengaños y la pureza apacible. Eres viento.

Has aprendido cuál es tu manera de estar solo. Solo, como el


viento que lucha con los gritos y los rumores. Exacerbar la vida es lo
que tú haces cuando eres viento.

Exacerbar la vida significa: liberar la vida contra la vida.

Exacerbar la vida no quiere decir vivirlo todo desde todos los


lados. El combate que el odio libre había iniciado contra la vida aho-
ra se prolonga y amplía. La vida no lucha con la muerte. La vida lu-
cha contra la propia vida. Me precipito sobre ella como uno de estos
58 _____________________________________________________ Amar y pensar

luchadores implacables que tienen los ojos inyectados en sangre.


Quiero doblegarla. Me puede su resistencia. Me adapto a ella para
aprovechar su fuerza a mi favor. Me esquiva. La esquivo atacando.
Se esfumaron mis pensamientos. En mi cabeza tengo únicamente el
pensamiento de la batalla que no sé cuándo empezó ni cuándo termi-
nará. «Arrodíllate y reconoce que te ha vencido. Suya es la victoria».
La tierra tiembla a mis pies, tal es la violencia del combate. «Renun-
cia, no odies más». Me abrazo a la vida y ella se abraza con más vio-
lencia a mí. La estrecho contra mi cuerpo y ella se agarra con más
determinación a mí. La beso y me devuelve el beso. ¿He olvidado
que la guerra tiene que terminar con la victoria de alguien? No con-
sigo avanzar ni un milímetro. La lucha prosigue incansable. Ya no se
puede distinguir cuál es el cuerpo de la vida y cuál es el mío. Abra-
zados rodamos por el suelo. Me levanto y la vida está allí, esperán-
dome.

No estamos arrojados al mundo. Estamos siempre cogidos a la


vida, luchando contra ella por ella…

Exacerbar significa irritar, exasperar, agravar, agudizar… un es-


tado de ánimo o un estado físico penoso. Proviene del latín: «ex» (po-
ner o sacar afuera) y «acer» (calidad de acre, de amargo, de cruel).

La exacerbación de la vida no puede entenderse como una nue-


va aplicación de la unilateralización. La unilateralización (II) sí ex-
plicaba el avance hacia la comunidad y el desafío. Sin embargo, no
puede dar cuenta de los movimientos mucho más complejos que se
despliegan en la batalla frente a la vida. «A, ante, bajo, cabe, con,
contra… para, por…». Las preposiciones, sin ningún orden preesta-
blecido, son las que nos indican cómo tiene lugar la guerra. Con la
vida, contra la vida… por la vida… Abrazados, porque nos enfrenta-
mos, enfrentados porque nos abrazamos. La exacerbación de la vida
coincide con una pragmática de las preposiciones.

La pragmática de las preposiciones se distingue de una pragmá-


tica de la conjunción (… y… y…) porque ésta se dedica meramente a
interconectar los puntos, a hacer rizoma. Por supuesto, no hace falta
decirlo, tampoco tiene nada que ver con una pragmática copulativa
La exacerbación de la vida __________________________________________ 59

(… es… es…) propia de la lógica binaria y cuyo dualismo se limita a


construir estructuras arbóreas.

La pragmática de las preposiciones ni es una lógica binaria ni es


una lógica dialéctica. Su lógica es borrosa. Frente a la bivalencia (A
o noA, exacto, todo o nada, 0 o 1), la lógica borrosa admite: A y noA,
la parcialidad, que «todo es cuestión de grado» y el continuo entre 0
y 1. Imaginemos un grupo de personas al que dirigimos la siguiente
pregunta: ¿Cuántos de vosotros tenéis 18 años? Ante dicha pregunta
se formarán dos subgrupos en el caso de que existan personas mayo-
res y menores de esta edad. En cambio, si les preguntamos: ¿Cuántos
de vosotros sois adultos? y no especificamos edad alguna, entonces
habrá manos levantadas, manos sin levantar y manos que dudarán. La
teoría borrosa dibuja una curva entre los dos contrarios (adulto/no-
adulto). Cuanto más se parezca el conjunto A a su contrario noA, más
borroso será. Este modo de razonar ya se encontraba en J. Böhme
cuando afirmaba que todas las cosas consisten en sí y no (en una mez-
cla de afirmación y de negación). Lo que ocurre es que este modo de
entender lo borroso tiene como objetivo la matematización y por ello
requiere, como acabamos de ver, describir la paradoja a partir de la
oposición de los contrarios. Se puede ir más lejos, y es lo que hace
la pragmática de las preposiciones. Frente a la bivalencia (binaria o
contradictoria), la multivalencia de las diferentes preposiciones, to-
das o no, ordenadas o no, produciendo un conjunto borroso de mo-
mentos que expresa nuestra lucha con la vida.

La exacerbación de la vida, porque se apoya en una pragmática


de las preposiciones que construye una lógica borrosa ni es la afirma-
ción nietzscheana (que se quiere exenta de negatividad), ni es la ne-
gación dialéctica (que con su superación teleológica da cuenta del
movilismo de la vida).

Has luchado contra la vida por la vida para la vida… Cada vez
que te levantas y suena el timbre del despertador y sientes un vacío que
te impide gritar. O cuando tenías miedo de juntar tu vida con la de él
y preferiste huir, levantado el muro de una extraña infidelidad. En
todo cuanto miro se va parte de mí. ¡Si pudiera ser tan solo una cosa!
La exacerbación no puede encerrarse en la pura afirmación. Porque
60 _____________________________________________________ Amar y pensar

odio libremente la vida. Porque no estoy fuera de ella… Porque la


exacerbación consiste, justamente, en liberar la vida contra la vida.

La exacerbación de la vida en la que nos hundimos puede asi-


milarse a un juego. Juego que, a fuerza de ser jugado, se transforma
en guerra. Si consideramos el juego como una estructura —lo que es
lo mismo que decir que el juego siempre nos supera— entonces hay
que admitir también que es el mismo juego el que crea a sus jugado-
res y no a la inversa. Por el juego, los participantes se convierten en
actores que poseen un rango, con un lugar asignado… incluso con la
propiedad de estar vivos o muertos.

La guerra a la vida, la exacerbación de la vida produce disyun-


ción e irreversibilidad. Disyunción significa separación diferencial
entre los participantes. O lo que es igual: generación de distancia y
ruptura del nosotros. ¿Te extraña todavía que tu dolor te aleje de los
demás? La fabricación de irreversibilidad es consecuencia de la ex-
clusión de posibles. Jugar consiste en anular posibles, en disminuir su
número.

Alguien está inmerso en una actividad que desconozco. Sin em-


bargo, puedo hacerle la pregunta: ¿A qué juegas?

¿A qué juegas? Es una pregunta que remite a otras tres: ¿Quién


(puede) jugar? ¿Cómo se juega? ¿Por qué se juega? Intentemos con-
testar estas preguntas en nuestro juego, la exacerbación de la vida.
1) Puede jugar el que sabe odiar libremente a la vida. 2) El cómo se
juega queda respondido gracias a la pragmática de las preposiciones.
3) El porqué se juega no tiene una respuesta inmediata. Más bien pa-
rece ser un fractal cuyo fin no conocemos: de la guerra al odio, del
odio al querer vivir, del querer vivir a la propia constitución del que-
rer y del vivir…

Existe un «ante» el juego incluso cuando lo desconocemos


como tal. Podemos estar ante un juego y reconocernos en esta posi-
ción, porque el juego es lo que se nos da en sí mismo. «¿A qué jue-
gas?» presupone la relación circular entre dar y estar. Es lo que se ex-
presa en esta frase: El juego se da porque algo está en juego. Se da
La exacerbación de la vida __________________________________________ 61

escondiéndose. Pero ¿qué está en juego en el juego? Más exactamen-


te, en el caso de la exacerbación, lo que está en juego es que vivamos,
que podamos seguir vivos. La exacerbación de la vida dirigida por el
odio, desplegada mediante la pragmática de las preposiciones, ¿de-
semboca entonces en un final que nos protege? No, por supuesto que
no. La guerra es sin cuartel, aunque hay un extraño amor del odio li-
bre, un amor que nos salva.

En el juego de la vida, el juego que es autorreferencial se supe-


ra hacia la guerra. En la guerra nos olvidamos de la guerra, de sus re-
glas, y de nosotros mismos. Vivimos.

Exacerbar la vida es oponer a su irreversibilidad más irreversi-


bilidad, y a su disyunción más disyunción. Desde el querer vivir.

Nadie sabe qué quiere. Nadie se conoce a sí mismo. Vivimos


cuando exacerbamos la vida. Vivir es sobrevivir y nadie oye las ple-
garias.

Liberar la vida contra la vida. Lucho contra la vida por la vida


abrazada apretado hasta la estrangulación. El odio libre dirige la exa-
cerbación de la vida y yo no salgo incólume. La ambivalencia, por un
lado, sube completamente a la superficie y se hace fuerza destructiva.
El querer vivir que era el límite de la soledad se convierte, por otro
lado, en la posición que atraviesa —y mantiene, por lo tanto, unidos—
todos los momentos asociados a cada una de las preposiciones.

El querer vivir pasa de ser el límite de la soledad a ser una posi-


ción. Más exactamente, la pragmática de las preposiciones llevada
hasta el final construye esta posición como una posición desdoblada.

La exacerbación de la vida como prolongación del odio libre


cambia la disposición interna del propio querer vivir. Lo desdobla en
un Yo o conciencia de sí y en un centro de dolor. En la medida que
ambas instancias se separen, más se radicalizará la exacerbación.

Estoy perdido en el fondo de la vida y, sin embargo, me falta


vida.
62 _____________________________________________________ Amar y pensar

Quiero apresarla con mis manos y me expulsa fuera de ella, a


una región asolada en la que los árboles son de piedra. Intento hun-
dirme en ella y siempre, al final, corro a ponerme a salvo. La vida na-
vega por mis venas abiertas hacia un puerto donde guarecerse. ¿Por
qué tengo que ser un exiliado de la vida?

La vida está terriblemente unificada cuando tiendo una mano


hacia ella. Frente a mí. No soy más que una esquirla caída de la pared.

El querer vivir cruje. Yo o la conciencia de sí es la heterogenei-


dad que la vida no puede deglutir. El centro de dolor es la homoge-
neidad que me ata a ella. Mentira de vivir. El cielo enrojecido se ha
plegado sobre el mar y el naufragio me salva.

Habría querido no salir nunca de ti. Que mi cuerpo dolorido no


te fuese ajeno en ninguno de sus recovecos. Sentir la dulce brisa
mientras desciendo las escaleras de agua. Sé que sólo puedo ser tu
huésped. Un huésped que será maltratado hasta que el crujido de su
desgarramiento indique que la batalla ha empezado. La gente cami-
na tranquila por la ciudad. Los gritos cuelgan del aire como pájaros
que no quieren morir. No, no es un sueño. He ofrecido a la vida mi
corazón en la mano y la sangre perdida se ha arremolinado dentro
de mí.

El Yo y el centro de dolor que se originan cuando el querer vivir


se desgarra están separados y, a la vez, unidos. Son las dos determi-
naciones de la ambivalencia en tanto que fuerza, ya sea desde el infi-
nito, ya sea desde la nada. La primera determinación es el centro de
dolor. La segunda es el Yo.

El cambio de disposición interna del querer vivir no da lugar a


ninguna dualidad. El Yo y el centro de dolor son únicamente las dos
caras del mismo cristal. Este cristal que es la ambivalencia: la con-
tracción de la ambivalencia que me constituye. Cristal que corta mis
venas. Cristal traslúcido, aliento gozoso. Cristales que mastico infati-
gablemente. Cristales azules que caen como pétalos. Yo doliente.
Centro de dolor que me fija.
La exacerbación de la vida __________________________________________ 63

La exacerbación es una repetición que pone fin a la inocencia


del querer vivir. Ni un Dios ni una marioneta luchan con la vida. Con
la vida lucho, en cambio, yo. Querer vivir desdoblado en Yo y centro
de dolor. Fin de la inocencia ante un ojo lacerado, porque a partir de
ahora viviré sin estar viviendo. Así surge la escena del teatro en la
que represento mi vida. El Yo ante el centro de dolor, la conciencia de
sí ante el abismo troceado. Me gustaría sentarme y contemplar la ba-
talla desde lo alto. Dicen que el buen estratega es aquel que vence con
facilidad. ¿Qué victoria puede conseguirse en este enfrentamiento?
Quisiera volver a sorprenderme cuando sale el sol, quisiera volver a
asombrarme de que estoy vivo. Retrotraer el querer vivir antes, justo
antes del desgarramiento.

Vivir es administrar dosis de crueldad.

Vivir. Exacerbar la vida. Hacerse imposible vivir. Hasta que la


vida se libere contra la vida.

En todo juego no sólo se crean los participantes, sino que se pro-


ducen acontecimientos: se gana, se pierde… En el juego de la vida,
en la exacerbación, los acontecimientos que se generan son amar y
pensar.

Amar y pensar requieren, pues, un cambio de disposición del


querer vivir.

Para amar hay que exacerbar la vida.

Para pensar hay que exacerbar la vida.

No hay paz en la vida. Ningún armisticio debe firmarse con ella:


guerra a la guerra. La paz interior será siempre un espejismo en el de-
sierto circular.
Amar

Una obviedad trivial

Te quiero contra el tiempo. Contra el tiempo que se injiere entre no-


sotros y nos pone en dos orillas distintas. Te miro a los ojos y siento
tu presencia. Todo es mucho más sencillo. Como la lluvia que cae
ininterrumpidamente sobre la ciudad iluminada. Huyamos, nada ni
nadie nos espera. Huyamos de una vez.

He comprendido que vivir no es soñar y esperar que los sue-


ños lleguen un día, sino hacer de cada día un sueño. Así deseo que-
rerte.

Amar es ser todo el uno para el otro.

Te quiero y tú sabes que yo te quiero. Pero cuando estoy vivo a


tu lado, siento que no he sabido morir aún por ti, y que tú no puedes
saber cuánto realmente te quiero.

Todo lo que pueda decir acerca del amor ha sido ya dicho. Hui-
da, instante, abandono, donación… Creer que repitiéndolo lo rein-
vento es un consuelo que no puede satisfacer. Sé que, en el fondo, no
podré salir de la trivialidad. Más exactamente: sé que tengo que sa-
lir de ella para volver a ella. Con el peligro de caer en el ridículo.
Porque toda carta de amor tiene que ser necesariamente ridícula. La
66 _____________________________________________________ Amar y pensar

trivialidad, que se mantiene a lo largo del tiempo, ha sido hoy recu-


bierta con la obviedad. Cuando las referencias se han venido abajo
en esta noche del siglo, el amor resulta ser la última instancia pro-
ductora de sentido. Más necesario que nunca y, a la vez, imposible
en una sociedad construida sobre lo efímero. Todos queremos amar
y ser amados, y si no es así nos sentimos profundamente desgracia-
dos. El amor es una de las caras de la movilización total de la vida
por lo obvio. Como tal contribuye a crear esta realidad en la que so-
brevivimos. La obviedad, que es el peso de la realidad, debe ser des-
truida, para poder alcanzar la verdad del amor que subsiste en su tri-
vialidad.

La historia de la filosofía no ayuda mucho. La teoría platónica


del amor estableció que amar es una aspiración a poseer eternamente
el Bien, un viaje iniciático hacia el Bien supremo. Desde entonces, y
aunque el Bien se diga de otras maneras, ha prevalecido una concep-
ción intelectualista. Incluso Heidegger, que aparentemente no habla
del amor, piensa el pensamiento como un abandono amoroso al ser.
Para evitar esta deriva que coarta y desnaturaliza la experiencia del
amor se podría acudir a desplegar el discurso amoroso en todas sus
facetas. Pero, no nos engañemos, el discurso amoroso aunque refleje
la experiencia amorosa no coincide con ella. La experiencia amorosa
es más, y querer determinar este plus mediante el concepto es cierta-
mente problemático. Sin embargo, se trata de la única vía para poder
acercarnos a qué es amar y a su relación con el querer vivir. Para ello
dos condiciones pueden ayudarnos. La primera consiste en socavar el
pensamiento del amor mediante un estilo fragmentario que muestre la
tensión encerrada en este genitivo. La segunda, producir definiciones
del amor que se saben abiertas y que, por tanto, no lo agotan. Eviden-
temente, este proceder para nada supone renunciar a una aproxima-
ción con voluntad sistemática.

La escena teatral

El amor no tiene todos los colores del arco iris, sino uno solo. Por eso
no es cierto que se despliegue formando un espectro perfectamente
Amar ___________________________________________________________ 67

continuo desde el amor a sí mismo hasta el amor a Dios. No, el amor


posee el color de tus ojos cuando por la mañana me despierto abraza-
do a tu lado.

Que amar constituye hoy una tarea difícil es una experiencia


ampliamente compartida. Cuando todo se mide mediante criterios
funcionales, cuando la realización personal se pone en un primer pla-
no, cuando la existencia misma está hipotecada… no debe extrañar-
nos que el amor nos huya. Y, sin embargo, se trata de algo mucho más
serio. Más allá de estas dificultades contingentes presentimos que hay
una imposibilidad esencial en el amor mismo: amar es imposible.
Pero intentamos amar y, a pesar de todo, amamos. El amor nace en
los labios.

El amor es, efectivamente, un objeto histórico socialmente cons-


truido. Cómo hay que amar, qué sentimientos deben verse involucra-
dos y bajo qué formas hacerlo, todo ello nos viene dictado cuando el
amor se hace movilización total de la vida. Pero yo te quiero cada vez
que pronuncio tu nombre. La psicología nos enseña qué es el amor,
aunque, a la vez, nos lo oculta. La psicología es un auténtico obs-
táculo que tiene que ser suprimido.

Platón pone la reflexión acerca del amor en el corazón de la on-


tología. En la Modernidad (Descartes, Locke…) al psicologizar el
amor la sitúan fuera de la ontología. Uno y otro camino neutralizan la
fuerza del amor.

He tardado años en atreverme a escribir la palabra «amor».


¿Cuánto daño he producido con mi frialdad?

La idea que tenemos del amor está construida a partir de la ex-


periencia amorosa misma. Sin embargo, el pensamiento del amor no
es una experiencia del amor, sino del propio pensamiento. Sólo se
convierte en amor cuando el pensamiento se hunde y nos deja frente
al abismo. Entonces, ante la arbitrariedad que arrostramos sentimos
un nudo en el estómago: ¿por qué te quiero precisamente a ti?, ¿quién
eres en verdad?
68 _____________________________________________________ Amar y pensar

Si decido que el amor no tiene valor, entonces no tiene valor al-


guno. Si decido, por el contrario, que sí tiene un valor, entonces tiene
un valor absoluto.

El amor es absoluto o no es. Por eso es desesperado.

Ante el amor: ¿qué es el universo?

El amor, como la noche, devora incansablemente su propio co-


razón.

La pasión puede acompañar o no al amor, aunque el carácter ab-


soluto que el amor posee para nada depende de ella.

El amor es desesperado pero no triste.

Hablar del amor exige inventar un lenguaje.

Amar requiere sacarse de encima el peso de los huesos doblados


por el tiempo, hacerse transparente y ligero.

En la oscuridad mis ojos encuentran los tuyos. El beso se pierde


en tu boca. Mi lengua tiene el sabor de la muerte. Te abrazo y desatas
el nudo de mi garganta. En el silencio de la habitación mi abrazo te da
las gracias por existir.

El profeta crea con su fe a su pueblo. El místico crea con su


amor a Dios. ¿El amante crea con su amor su objeto de amor?

La vida asesina sistemáticamente mi vida. La muerte solamente


acude a recogerla. Estrecho con fuerza tu mano.

El amor es desesperado. La amistad, tranquila.

El amor es desesperado porque su verdad es insoportable para


nosotros. Pero ¿cuál es su verdad? El amor es como el Ser. Está
siempre más allá de sus significaciones. Se dispersa en ellas pero no
se agota en ellas, y si bien cada una de las categorías (o concrecio-
Amar ___________________________________________________________ 69

nes) es inmediatamente el Ser (el amor), el conjunto de las catego-


rías (o concreciones) nunca será el Ser (el amor) plenamente. El
amor se dispersa y su verdad estalla en multiplicidad. La verdad
del amor es revelarnos la muerte en la muerte del amado; la verdad del
amor es que el cuerpo que me une a ti también me separa de ti; la
verdad del amor es que siendo absoluto basta una palabra para des-
truirlo…

La extraña esencialidad del amor consiste en que cuando se reú-


ne en el amor se intelectualiza y se pierde, mientras que cuando se
concreta, se disemina en la incompletitud. Esencialidad que no es la
de la cosa ni de la relación. Absoluto que mata y salva. Estrella en
la noche sin estrellas. Absoluto porque yo lo quiero y, en cambio, me
arrastras adonde no quiero ir. Necesito la paradoja para hablar del
amor: ceguera que ve, prisión voluntaria, enfermedad deseada. Nece-
sito, sobre todo, romper la paradoja, para poder quererte.

El amor posee una estructura autoritaria que se despliega siem-


pre mediante un doble vínculo. 1) Somos Dos: tú y yo y, en cambio,
tenemos que ser Uno. 2) Somos Uno, pero tenemos que ser Dos: tú y
yo. Ansiada unión sin unidad. Quererse es rebelarse contra el amor,
dejar de ser prisioneros de una imagen que nos encierra. Es difícil
conseguirlo. El amor se nos impone como un código basado en un
juego de diferencias: amar/ser amado; como una identidad impres-
cindible ligada al yo que dice «te quiero»; como una escena teatral en
la que somos actores.

Entramos en escena cada vez que miramos estos ojos que nos
pierden. Amar es siempre re-presentar que se ama. Ante él o ella. Te
miro detenidamente queriendo que ningún rasgo tuyo se me escape:
quisiera recordar la forma de tus labios, el color de tu pelo… Inme-
diatamente me veo junto a ti, mirándote. Y, entonces, tú estás ya lejos
de mí, mientras yo trato de abrazarte. Mis manos sólo rozan el vacío
que ha dejado tu ausencia.

Entramos en escena cada vez que decimos: «Te quiero». No, no


hay diálogo cuando estamos el uno frente al otro. Tu paso ha ilumi-
nado la calle y ahora poco a poco te alejas. Tienes que contestarme.
70 _____________________________________________________ Amar y pensar

«Te quiero» es una pregunta. «Te quiero» es la pregunta que yo te di-


rijo día tras día.

Entramos en escena cada vez que concebimos la relación amo-


rosa en términos de relación de poder. Cuando el par ganancia/pérdi-
da mide y articula todo lo que hacemos. Lo que no significa que el
amor tenga que ser puro y desinteresado. Del egoísmo compartido, de
la mutua utilización puede nacer el amor. El origen del amor no es
una fuente cristalina.

La escena teatral donde el amor construye su poder puede ser


subvertida porque, aunque es el dominio de la mentira, reposa sobre
la veracidad. La veracidad que me hace dar mi vida por ti; la veraci-
dad que convierte el «te quiero» en una frase nueva cada vez que la
pronuncio; la veracidad que convierte mi amor por ti en más fuerte
que la muerte.

Si el amor es absoluto, aunque contenga el anochecer de la im-


pureza, siempre podrá encender la escena teatral. Fuego vehemente
que incendias todo lo estable. Fuego famélico que te alimentas de no-
sotros. Abrasados. Gracias a ti, nuestra muerte se retrasa.

Por más que queramos, no conseguiremos salir de la escena tea-


tral del amor. No existe la presencia plena. Sólo existe la no-relación
del encuentro entre dos personas que se quieren. Amar.

El amor y el querer vivir

El querer vivir es una contracción de la ambivalencia. Esa ambiva-


lencia que sólo podemos pensar como la dicotomía infinito/nada. Vi-
vir consiste en la expansión del querer vivir, en abrir vidas paralelas,
en construir constelaciones de relaciones. ¿Y el amor? El amor que
enciende amor… Esperaba tu llegada en aquel pequeño jardín junto
al mercado, rodeado de ancianos que hablaban entre sí. Recuerdo
amarillo imborrable. No sé qué hago fuera de ti, no sé qué hago. ¿Por
qué el amor está tan cerca del querer vivir?
Amar ___________________________________________________________ 71

En el cuerpo amado se libera el querer vivir.

El amor es más fuerte que el querer vivir. A veces, se ama con-


tra el propio querer vivir.

El amor puede herir, e incluso, romper al querer vivir.

Si el horizonte del querer vivir es el propio querer vivir, el hori-


zonte del amor es la muerte. El querer vivir, en cierta manera, esqui-
va la finitud. El amor, no. Sé que yo moriré porque algún día estaré
lejos de ti. Se ama para conquistar un poco de eternidad. El amor sabe
mucho de la verdad de la vida.

La estructura del amor no es la posesión sino la fidelidad al que-


rer vivir.

El amor, en el fondo, no necesita al querer vivir. El querer vivir,


en cambio, necesita el amor.

El amor da más realidad.

Tu querer vivir y el mío. Cabalgamos veloces contra nosotros


mismos. Calor de ti. Late la oscuridad. La oscuridad ha reventado mis
ojos. No los necesito para saber que estás a mi lado.

Sombra sin cuerpo, el querer vivir que no ama.

No se trata de amar muchas cosas sino de amar más.

El amor es el viento que sacude una vida.

El mar no existe. Existe el querer vivir y las olas turbulentas de


la vida. Cuando amamos, las olas del mar se recogen y, entonces, el
mar llora.

Para amar, el querer vivir tiene que hundirse en su soledad y no


sentir miedo. No se ama para salir de la soledad. Amar no es un acto
cobarde. Se ama desde la valentía de poner a un extraño —extraño
72 _____________________________________________________ Amar y pensar

que deberá permanecer tal— en la propia vida. Se ama siempre desde


la soledad.

Es claro qué significa morir de amor. Pero ¿qué significa vivir


de amor?

Hasta el amor de Dios necesitó un cuerpo, su Hijo, para poder


expresarse.

El amor es lo que colorea al querer vivir.

Algún día. Quizás algún día me sentaré junto al camino y podré


decir: «No sé otra cosa que amar».

La filosofía de Nietzsche puede condensarse en su propuesta del


amor fati. Lo sorprendente es que, a pesar de la centralidad del amor,
no existe lugar para el vínculo amoroso. Su propuesta de amor a la
vida hay que verla, en definitiva, como un mal menor. La imposibili-
dad de amar se traduce en un amor a la vida que necesariamente es re-
signado. Paradójicamente, una filosofía del odio y de la exacerbación
de la vida sí deja un espacio al amor.

El cristianismo ha separado siempre el amor del querer vivir.


Esta operación era imprescindible para poder proyectarlo en Dios.
Dios se convertía, así, en fuente de la Vida y del Amor. Pero el amor
surge de la exacerbación de la vida, de este abismo en que un cuerpo
se roza con otro cuerpo, de un movimiento que nos lleva, de una mi-
rada fugaz. El amor y el querer vivir están tan cerca que lo único que
los separa es el carácter absoluto y desesperado del amor.

Se ama porque se ama. El querer vivir únicamente asiente. Y,


sin embargo, se ama del modo como lo que uno es. Se es del modo
como resolvemos la paradoja constitutiva en la que consiste el que-
rer vivir. Yo soy como recompongo, día a día, mi querer vivir. Pero
el amor, porque mantiene esta extraña relación con el absoluto, lleva
al querer vivir fuera de sí: lo empuja o lo hunde, lo exalta o lo desa-
lienta.
Amar ___________________________________________________________ 73

El amor tenía antes que afirmarse contra lo prohibido y lo hacía


mediante la transgresión. Es lo que Bataille preconizaba. Hoy, los lí-
mites han saltado gracias a una aparente liberación sexual. El amor
no se confronta ya con la ley o la norma, sino con la ideología visco-
sa de la felicidad.

La felicidad que produce el amor gira siempre en torno a un cen-


tro de dolor.

Amar no hace feliz. Amar sólo nos llena de vida.

¿Por qué el amor está tan cerca del querer vivir?

Apoyo la frente contra la tuya y tengo que cerrar los ojos. Sien-
to tu pelo acariciarme la cara. Tranquilidad de escalofríos que no me
deja reposar. Devoro el silencio para poder oírte. Frente contra fren-
te. Aguantamos juntos. Aguantamos sin caernos por la vida. Me sacas
del cansancio de ser. Aspiro el olor del jazmín que sale de tus pechos.
Hambre contra sed. Siento todo el peso del mundo. Hemos hecho la
cocina nueva para estar más cómodos y porque la madera estaba ya
podrida. Hoy, seguramente, saldremos a pasear.

¿Qué es amar?

Si quemo los miedos que me atenazan; si ahogo en el fondo del océa-


no las esperanzas que me mueven; si, en definitiva, me atrevo a des-
cuartizar lo que yo soy. Entonces, sólo entonces, amaré a cambio de
nada. Cuando se ama de esta manera, cuando se ama sin esperar nada,
amar se hace transparente y se muestra en lo que es: amar es querer
compartir el querer vivir.

Se ama desde la soledad. Se ama siempre a un extraño. Ese ex-


traño que ha entrado en la propia vida.

Amar es darse para poder compartir el querer vivir.


74 _____________________________________________________ Amar y pensar

«Querer compartir el querer vivir» no significa desear que algo


mío sea repartido entre yo y otra persona, o a la inversa. Cuando amo
no comparto mi querer vivir, sino el querer vivir. Es decir, compar-
to no lo que soy sino justamente lo que me excede. Lo que está más
allá de mi querer vivir, aunque dicho querer vivir sea su condición de
posibilidad. ¿Cómo es posible que yo participe de aquello que está
fuera de mí porque me excede? Porque el querer vivir es inmanente a
la relación con el otro. La imagen del fuego ha sido empleada nume-
rosas veces para referirse al amor. Podríamos reformularla así: amar
es compartir el fuego de la vida. Aunque yo sea débil seré fuerte como
tú, pues tanto es mi amor por ti. Aunque yo esté triste me alegraré.
Aunque yo no quiera respirar, sentiremos juntos el olor ácido de la
noche.

La locura de amar es la locura de querer compartir el querer vi-


vir. El coraje de amar es la valentía de adentrarse por caminos ig-
notos.

Querer compartir el querer vivir. Amar. No existe fundamento


alguno ni horizonte más allá de este deseo que nos lleva. Amar nos
introduce en una circularidad cuyos momentos son tres: dejar de ser
uno mismo-sentirse vivo-ser amado. Amamos —queremos compartir
el querer vivir— para perdernos y reencontrarnos otros, para sentir-
nos vivos y no muertos, y para que alguien nos ame. Círculo terrible
en el que caemos. Círculo maldito que ansiamos transitar. Rueda in-
candescente que gira sin descanso y no comprendemos.

Necesitamos amar. No se puede vivir sin amar. Pero no encon-


traremos una explicación final. Ninguno de los tres momentos es más
esencial que los demás, y puede servir de fundamento último. Cada
uno de ellos remite a otro… y la rueda de tres radios gira imperturba-
ble. El querer vivir compartido. Nos enciende y nos aplasta.

El enigma del amor no es esta rueda. El enigma es por qué de-


seamos entrar en ella.

Para amar hay que exacerbar la vida, y que el encuentro con el


otro no se establezca sobre ninguna relación. 1) Tengo que estar dis-
Amar ___________________________________________________________ 75

puesto a perderlo todo en cualquier momento. 2) No permitiré jamás


que el otro tenga algo que agradecerme.

Dos perros se precipitan el uno sobre el otro. Se persiguen, in-


cluso se muerden. Pero no se hacen daño, están jugando. En su com-
portamiento existe un metalenguaje que advierte: «Es un juego».
Adorno afirma que amar es poder mostrarse en su debilidad ante el
otro, porque éste no se aprovechará. ¿El amor sería, pues, una especie
de metalenguaje? Hay que ir más allá. Yo sé que amar es saber cómo
hacer un daño inmenso al otro. Cada uno sabe que el otro lo sabe. La
crueldad de un final impuesto está ahí. Pero la crueldad no se mues-
tra porque es sencillamente aplazada, empujada más adelante. El que-
rer vivir que ha atravesado la exacerbación de la vida no se engaña.
Amar es una fuerza destructiva, yo soy esa fuerza destructiva dirigida
contra ti que te abraza. Amar es una fuerza destructiva que se contie-
ne. Lo que contiene a la fuerza es la ternura.

La ternura me arranca de la vorágine de huesos desollados don-


de arranco ternura del choque de cuerpos desnudos… Hundo mis ma-
nos en tus pechos de ceniza.

La exacerbación de la vida me ha llenado de vida. Mi querer vi-


vir arde desbocado deshaciendo la mentira de la vida. Solo contra el
mundo. Temo la fuerza de destrucción que nace en mí. Condena de
vivir indiviso. Amo para no hacerme daño. Me salvas/te salvo. Me
hundes/te hundo. La autodestrucción se pone entre tu y yo. Con el
amor, la vida redobla su amenaza. Juntos, cogidos de la mano, con-
templamos desde la cima los coches que pasan veloces dejando una
estela de muerte.

Amar calma la fuerza de destrucción que me posee.

Amar es una salida victoriosa afuera.

Amar es cuando juntos nos perdemos ahí, afuera.

La fuerza de destrucción que está entre los dos, porque el amor


nos hace como lo que amamos, nos acerca el querer vivir. El querer
76 _____________________________________________________ Amar y pensar

vivir —no, mi querer vivir— es la llave que abre la puerta del afuera.
Amar es una salida afuera en la que sentimos la ambivalencia: el infi-
nito y la nada en su torbellino impensable. Cogidos, abrazados. Dentro
del torbellino de infinitonada sentimos que todo límite ha saltado. La
medida del amor es que no tiene ninguna medida. Alegría y dolor.
Quererse en la verdad del quererse. Desesperación absoluta porque es
esperanza infinita.

Te quiero como nunca he querido. ¿Cuántas veces lo has dicho


ya?

Pensar la ambivalencia es pensarla necesariamente como la di-


cotomía infinito y nada. Sentirla es abrirse a lo Mismo. Habitar esa
mismidad que está más allá del infinito y la nada, y que no reduce lo
uno a lo otro.

Es incorrecto, pues, decir que sentimos la ambivalencia. Senti-


mos, y nos atraviesa, aquello que en ella está más allá de ella. Pero
¿cómo decirlo?

Cuando sentimos la ambivalencia nos perdemos para dejar de


ser. El infinito y la nada se enlazan sobre los amantes y en los aman-
tes. Pero, de ninguna manera, se convierten en potencia única al ser-
vicio del querer vivir. Amar no hace del querer vivir un desafío. Sa-
lir afuera. No existe una política del amor. Más exactamente, no
puede convertirse el amor en fundamento de ninguna política crítica
y radical.

Breton quería hacer del surrealismo una política espiritual de la


alegría, en la que el amor jugaba el papel de regenerador de la socie-
dad. Ya no cabe ninguna ingenuidad al respecto. El amor se imposi-
bilita a sí mismo como punto de partida para una política crítica y ra-
dical, porque necesita conjurar el vacío.

Tiene razón Blanchot cuando afirma que la comunidad de los


amantes es subversiva. Lo que sucede es que no subvierte realmente
a la sociedad. Únicamente cambia a los propios amantes.
Amar ___________________________________________________________ 77

Exacerbo la vida y tú haces igual. Nos encontramos juntos sien-


do arrojados unidos el uno al otro. Hundo mi cabeza en tu regazo,
acaricias mi pelo. Sentimos la ambivalencia que nos constituye. Sen-
timos que, aunque yo soy yo y tú eres tú, el centro de dolor es el mis-
mo. Una misma llaga nos junta. Una misma llaga nos separa.

Salir afuera, juntos. La ambivalencia sentida desorganiza el


cuerpo de los amantes. Una caricia mía rehace tu cuerpo. Como un
beso tuyo hace mis labios. Nos perdemos para renacer otros. Contra
la argolla del ser. En mi cuerpo que tu amas se libera mi querer vivir.

La ambivalencia que viene del afuera actúa sobre la fuerza des-


tructiva pero contenida en que cada amante se ha transformado. «Ac-
túa» significa que la fuerza destructiva que antes estaba en la superfi-
cie es ahora retenida entre tú y yo. Entre tú y yo hay un abismo. La
fuerza que nos hunde y, a la vez, nos eleva.

Nadie podrá asomarse allí donde dejamos de ser.

Nadie podrá pisar nuestro amor.

¿Qué une a los amantes? Un centro de dolor común y esa fuerza


destructiva contenida que se ha convertido en nuestro tálamo. Víncu-
lo glacial, reflejas el afuera. Mi cuerpo rehecho que encaja en el tuyo
que asimismo ha sido rehecho que encaja en el mío.

Amar. Quemando miedos. Hundiendo seguridades. El querer vi-


vir es un mismo ritmo. La ambivalencia sentida recluye el fuego que
nos anima en una única fuerza de destrucción. Tu lengua ha borrado
las orillas del mar. Mis manos sujetan el azul de espanto. Juntos avan-
zamos hacia.

Lo que nos une es lo mismo que nos destruye.

Amar ataca al ser que me encierra en lo que yo soy. Proceso de


impersonalización que empieza con un aprendizaje de la soledad.
Compartiremos el querer vivir. Mi querer vivir y el tuyo se agrandan
indefinidamente.
78 _____________________________________________________ Amar y pensar

Existen necesariamente dos definiciones del amor, porque la


predisposición a amar así lo requiere. Cada una por su lado es insufi-
ciente, pero su conjunción siempre será problemática. Te amo desde
mí mismo. Para mí mismo. Amar consiste en una autorreflexión des-
centrada del querer vivir. Una operación de salida/retorno del querer
vivir descentrada por el objeto amado, y que tiene lugar en el elemento
de la indiferencia. Te amo desde ti. Para ti. Amar consiste en la ex-
pansión de mi querer vivir desde un centro de dolor común. Autorre-
flexión desde el yo y expansión desde el centro de dolor común. De-
trás, una misma fuerza.

El querer vivir no tiene la necesidad de amar a causa de su con-


dición incompleta. Al querer vivir no le falta nada, porque es una
contracción de la ambivalencia en la que nada se ha perdido.

El querer vivir se hace preguntas. El querer vivir que ama es, él


mismo, una pregunta.

Te amo al borde de las lágrimas.

El amor es esencialmente injusto.


Pensar

Pensar y filosofía

Pensar no es aplicar el sentido común. Pensar tampoco es calcular.


Todo el mundo cree que sabe qué es pensar. No es cierto. Y, sin em-
bargo, cuando se piensa todos pensamos siempre lo mismo.

Mediante el pensamiento planifico mi vida. Discierno entre di-


ferentes opciones. Salgo adelante. Incluso me pierdo a mí mismo. Sé
que nada de eso es pensar. Pero ¿desde qué pensamiento sé que eso
no es pensamiento?

La filosofía ha pretendido siempre mantener una relación privi-


legiada con el pensamiento, de tal manera que el pensar propio de la
filosofía constituiría el verdadero pensar. Aceptémoslo como punto
de partida. Entonces encarar la respuesta a qué es pensar pasará por
pensar el pensar o, lo que es igual, por afrontar la filosofía como pro-
blema filosófico.

La filosofía como problema filosófico nos indica mediante esta


circularidad que la filosofía reclama para sí una forma propia de pro-
blema, un modo específico de ponerse como problema. Ni la noción
de problema científico ni la de problema en general sirven. Y eso es
así porque la filosofía se nos pone como problema —y por tanto
como problema filosófico— tanto en su comienzo como en su ense-
ñanza. Hegel lo recoge en una frase transparente: «Si uno quiere es-
tudiar filosofía y no sabe qué es la filosofía, mejor que no la estudie».
80 _____________________________________________________ Amar y pensar

Evidentemente de ninguna otra disciplina puede decirse algo pareci-


do. Nuestro objetivo es claro: abordar la filosofía como el problema
filosófico que es. Pero ¿cómo hacerlo?

¿Y si en vez de perseguir el problema filosófico —lo que pare-


ce una vía imposible— nos dedicáramos a analizar los problemas fi-
losóficos tal y cómo se han desplegado en el transcurso de la Historia
de la filosofía?

El resultado de esta búsqueda es sencilla de resumir. Para las po-


siciones metafísicas, si bien con forma distinta, los problemas filosó-
ficos siempre son los mismos. Para las posiciones materialistas, no
existe esta unidad entre forma y contenido, por lo que los problemas
filosóficos se desarrollan, precisan, desplazan e incluso, en ocasio-
nes, pueden resolverse. A estas dos posiciones habría que añadir una
tercera posición que Deleuze ejemplificaría bien, y para la cual de lo
que se trata es de devolver la irreductibilidad de lo problemático a los
problemas filosóficos mismos, que serían entonces considerados
como figuras de la diferencia (idea, acontecimiento, sentido…). La
conclusión es inesperada: en todos los casos sin excepción los pro-
blemas filosóficos son construidos en función de un determinado
modo de pensar. Por lo que se puede afirmar que la reducción de
complejidad aplicada al pasar del problema a los problemas filosófi-
cos no sirve para nada. El análisis de los problemas filosóficos en la
historia de la filosofía nos aboca a la pregunta: «¿Qué es pensar?».
Pero la pregunta «¿qué es pensar?» es precisamente, como ya sabe-
mos, el problema filosófico por excelencia. De nuevo estamos en la
circularidad inicial: la filosofía como problema filosófico. O lo que es
igual: pensar el pensar.

Para «pensar el pensar» intentemos aproximarnos a la escritura


del discurso filosófico, a su constitución histórica. Si contemplamos
el acto de escribir filosofía en el interior de su historia hallamos
siempre una preocupación o insatisfacción ante el «desarrollo alcan-
zado por la filosofía». Descartes, por ejemplo, sostiene: «No existe
en ella nada que no sea discutible y, por consiguiente, dudoso»; Kant
habla de que la «filosofía ha recaído en el anticuado y carcomido
dogmatismo» y, Husserl emplea directamente la palabra «crisis»
Pensar ___________________________________________________________ 81

para referirse a ella. Esta constatación viene acompañada de la deci-


sión de poner fin a dicha situación. Esa decisión, que empieza sepa-
rando los amigos de los enemigos, se prolonga en una voluntad de
poner orden. Para ello, se recurrirá al empleo de los dispositivos
convenientes (la duda metódica, el análisis crítico, la fenomenolo-
gía…). Desde esta perspectiva, o sea, desde el análisis de la consti-
tución histórica del discurso filosófico podemos afirmar que la filo-
sofía es una disposición formal. Una disposición formal en el doble
sentido de la palabra: 1) La filosofía es un orden conceptual. 2) La
filosofía es una imposición de orden. De ser así, es indudable que
«pensar el pensar» nos aboca a plantearnos la relación que existe en-
tre el pensar y el orden.

Por más vueltas que le demos a la constitución histórica del dis-


curso filosófico jamás conseguiremos descifrar la relación que hay
entre el pensar y el orden. Es como si la filosofía se hubiese autopro-
tegido con el paso de los siglos. Sin embargo, al comienzo del filoso-
far, cuando la razón no había cerrado aún la puerta al mito, entonces
sí se abre una vía de acceso. En el comienzo…

Con los autores presocráticos comienza el discurso filosófico.


Con ellos se inicia la construcción de modelos de orden. Ya sea im-
potenciando el poder en el Centro (agua, apeiron…), ya sea poten-
ciando el centro como poder (el Ser, el Logos…), bajo fondo de la
Polis o de la Acrópolis, el discurso filosófico se constituye a partir de
una frase-guía: «Pensar en el orden».

«Pensar el pensar» quiere decir «pensar en el orden». Eso es lo


que se hizo en el comienzo del filosofar. Pero ya al principio «pensar
en el orden» tenía dos acepciones diferentes. Pensar en el orden era
pensar el orden y, a la vez, pensar en orden. Mirada a la totalidad que
sabe ver regularidades. Expulsión de argumentos de autoridad para
desplegar en su lugar deducciones lógicas. El programa político que
esta frase-guía contenía fue desarrollado en su máxima radicalidad
por Parménides. «El Ser es» o la tautología del Ser que opera como
operador lógico de inclusión/exclusión. Porque el no-ser no es. El
Absoluto ha entrado en el discurso filosófico.
82 _____________________________________________________ Amar y pensar

Agustín, algunos siglos después, definió «el orden como una


disposición de cosas…». Tautología del orden. Isomorfismo del Ser y
del orden. Deslegitimación tanto del Ser como del orden —que en su
árida vaciedad, en el funcionamiento de su lógica absoluta— no re-
miten sino a sí mismos.

«Pensar el pensar» en el comienzo significa «pensar en el or-


den». Entre el pensamiento y el orden parece existir una estrecha re-
lación. ¿Por qué?

Intento pensar algo, sacar pensamiento de mi pensamiento. Con-


vulsiones de un hierro al rojo sobre un yunque de cristal. A un lado,
arrojo hojas secas. Al otro lado, formas geométricas. ¿Por qué el or-
den acompaña infatigablemente a mi pensamiento?

Pensar fuera del orden es querer dibujar una línea sobre el mar.
Pensar en el interior del orden es querer detener el viento.

Pensar el pensar. Pienso en el pensamiento, pero la nariz sirve


para oler, los ojos para ver, y las manos nunca tocan el cielo. Pienso
en el orden que quiero romper, y no consigo arrancar la luz a la luz ni
la oscuridad a la oscuridad.

Un pensamiento fuera del orden clama por ser ordenado. El or-


den fuera del pensamiento pide ser pensado. ¿Dónde se encuentran el
pensamiento y el orden?

Todo pensamiento tiene un cuerpo. Por eso pienso en el orden al


intentar pensar el pensar.

Volvamos a la frase-guía «pensar en el orden» para pensarla de


nuevo. Es sorprendente la cercanía de dos reflexiones acerca del or-
den separadas por siglos de diferencia. Platón se pregunta en El so-
fista: «¿Qué ocurriría si permitimos que todo tenga el poder de inter-
comunicarse…?». Y responde: «El cambio mismo estaría en reposo y
el reposo…». Luhmann, por su parte, exclama: «Si todo dependiese
de todo, tendríamos un caos absoluto y ni causas ni efectos podrían
ser planificados de manera sensata». Para el primero, el cosmos y la
Pensar ___________________________________________________________ 83

polis se vendrían abajo. Para el segundo, la sociedad entera se de-


rrumbaría. Para estabilizar este Todo amenazado, como es sabido,
Platón admitirá el ser del no-ser y Luhmann reconocerá asimismo la
capacidad constructiva del conflicto. A Platón, que comete el célebre
parricidio de su maestro Parménides, le asusta, sin embargo, aceptar
las consecuencias de su decisión. Porque ocurre que las relaciones
que se traban espontáneamente entre los diferentes géneros (movi-
miento, reposo, Mismo, Otro…) no generan un mundo pacificado. En
otras palabras: los géneros abandonados a su necesidad lógica no
conducen a un orden estable y armónico. Para remediarlo, Platón tie-
ne que apelar a un demiurgo bondadoso que mirando las ideas-mode-
los, y a partir de lo preexistente, construya un cosmos ordenado. De
esta manera, el sistema de necesidades lógicas se convierte en un sis-
tema teleológico. El mito será el único modo que encuentra Platón
para salvar el orden. Luhmann preferirá elaborar una teoría general
de sistemas que no deja de ser un auténtica ficción.

Con todo, el estatuto del orden seguirá siendo problemático. Es


lo que deberá reconocer Platón —porque no en vano se trata de un
gran pensador— en su diálogo El Parménides. La aporía del funda-
mento dice la imposibilidad de fundar el orden. Son las dos grandes
hipótesis: 1) El Uno no es. 2) El Uno es. Empecemos por la primera.
«El Uno no es» significa que el Uno es Uno, y que existe una inde-
terminación total por carencia, debido a que el Uno permanece ence-
rrado en él. En la segunda hipótesis «el Uno es». Ahora estamos ante
el desdoblamiento entre Ser y Uno, es decir, ante una multiplicidad
desordenada, un caos por inclusión, ya que el Uno se confunde con
los demás entes. Un fundamento que fundamente y, a la vez, sea tras-
cendente es imposible. Esta reflexión nos aboca a la aporía del orden.

Por un camino o por otro, el resultado es siempre el mismo: el


estatuto problemático del orden. En otras palabras: en el plano onto-
lógico no conseguimos aprehender el orden, sólo el mito da cuenta de
él. ¿Y si el orden huyese de nosotros precisamente porque está dema-
siado cerca, porque es el elemento propio del pensar? De ser así, ten-
dríamos que reformular la frase-guía. «Pensar el pensar» es «pensar
en el orden en tanto que no-objeto». La reflexividad del pensar co-
braría una nueva forma. Pero no habríamos salido de ella. ¿O sí?
84 _____________________________________________________ Amar y pensar

La filosofía como problema filosófico, la reflexividad del pen-


sar, se ha escindido en dos momentos según privilegiemos la efectua-
ción «en el» o la autorreferencia «en tanto que». El primero corres-
ponde a los sistemas de pensamiento. El segundo, al pensamiento.
Los sistemas de pensamiento están en la Historia. El pensamiento no
tiene Historia.

La filosofía se ha confrontado a la aporía del orden. Pero, por lo


general, para aplanarla. Aplanarla en la dualidad Mismo/Otro. La fi-
losofía contemporánea, por su parte, se rebelará contra la primacía
del Mismo. Salvar el Otro, en todas sus múltiples figuras (diferencia,
acontecimiento, Otro completamente Otro…) será su objetivo. Lévi-
nas lo indica con claridad: «Invirtiendo los términos Mismo/Otro
pensamos seguir una tradición tan o igual de antigua —aquella que
no liga el Derecho al poder y que no reduce todo Otro a Mismo».

¿Y si estos Otros no fueran verdaderos botes de salvamento sino


simples imitaciones pintadas en el barco del orden que nos lleva? En-
tonces, querer huir del orden con estos frágiles y evanescentes espe-
jismos nos haría más prisioneros, si cabe, del orden mismo.

«Pensar el pensar» es, en definitiva, pensar en el orden (en tan-


to que no-objeto). ¿No hay otra salida? Parece que sólo nos queda ha-
cer del «pensar el pensar» un pensar contra el orden. Ésta es la vía
que vamos a seguir.

Saint Just, como buen revolucionario, creía que: «El orden pre-
sente es el desorden futuro». Pero nosotros sabemos también que «el
desorden futuro es el orden presente». Conviene no olvidarlo.

Volvamos a los inicios del discurso filosófico. En la Metafísica


de Aristóteles el «pensar en el orden» halla una expresión concreta:
«Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar mo-
vidos por la admiración, al principio admirados ante los fenómenos
sorprendentes más comunes, luego avanzando poco a poco y plan-
teándose problemas mayores». Nos podemos preguntar por qué es
necesario pasar de la perplejidad inicial a la problematización, es de-
cir, a la formulación de preguntas. Si dejamos por poco interesante la
Pensar ___________________________________________________________ 85

opción de permanecer absortos, debemos saltar el hecho mismo de


hacernos preguntas. En realidad, Sócrates mismo nos abre el cami-
no. El Sócrates que es capaz de situarnos ante su última pregunta:
¿Por qué el hombre de hoy no mataría a Sócrates (ni le haría el más
mínimo caso)? La respuesta a la que hemos llamado la última pre-
gunta de Sócrates es bastante terrible. Ocurre que preguntar no abre el
camino de la duda ni de la inseguridad creadora. O lo que es igual:
el modelo pregunta/respuesta constitutivo del diálogo fortalece al
poder en la actualidad, ya que colabora a rehacer el consenso, a com-
pensar el déficit de sentido que la modernización sin fin y la nece-
sidad de legitimación implican. Hoy, pensar no es dialogar. Pero
¿cómo ir más allá del modelo pregunta/respuesta para así abrir el ca-
mino a otro pensar?

Ha llegado la hora de preguntarse acerca del propio preguntar.


De responder a la última que nos plantea Sócrates. Ese preguntar por
la pregunta ¿qué es sino interferir el modelo pregunta/respuesta? Hay
dos modos de hacerlo: 1) Cortocircuitar todas las preguntas y res-
puestas en una red única. 2) Gritar o murmurar impidiendo la comu-
nicación. Hegel y Nietzsche ejemplifican estas posiciones. Hegel,
cuando en su Lógica muestra la autoexposición de la procesualidad
del Absoluto y desenmascara —ordenándolas incluso— las catego-
rías sobre las cuales se edifica el pensar. Nietzsche, cuando con su
grito de Sí a la vida multiplicado infinitamente por el eterno retorno
termina con la banalidad que recubre el diálogo. Ambos, desde fuera
o desde dentro, a paso lento o a paso ligero, socavan el orden. «Pen-
sar el pensar» es ahora «pensar contra el orden».

«Pensar contra el orden». Se realiza cuando Hegel puede llegar


a afirmar: Todo lo real es racional y todo lo racional es real. Se rea-
liza cuando Nietzsche puede llegar a afirmar: Todo retorna. Pero
¿desde dónde hablan uno y otro? Hablan desde el no-lugar en el que
se puede decir: «Hay orden». Es un no-lugar porque el acceso a él se
paga con la disolución. La Lógica de Hegel es el reino del pensar
puro en el que no hay espacio para la conciencia. El eterno retorno
rompe la jerarquía modelo/copia y termina con toda pretensión de
identidad.
86 _____________________________________________________ Amar y pensar

Los griegos también se confrontaban con el no-lugar. Pero para


ellos el «Hay orden» remitía a una donación. «Se da el orden». Para no-
sotros, en cambio, el «Hay orden» remite a un «Se restablece el or-
den». Y, sin embargo, «pensar contra el orden» no es todavía otro
pensar.

«Pensar el pensar» se plasma en dos vías distintas y, aparente-


mente, opuestas: «pensar en el orden» y «pensar contra el orden».
Decimos aparentemente opuestas, ya que ambas arrancan del «Hay
orden». Ni una vía ni la otra nos permiten pensar fuera del orden y,
por tanto, abren a un pensar otro. Estamos lejos de pensar, estamos le-
jos de haber pensado.

La palabra tautológica

Aplastada la aporía del orden, empieza la hegemonía del pensamien-


to del orden. Desde el Mismo. La palabra tautológica dice: «El Ser es
el Ser». La palabra tautológica es la autoposición del Ser.

Palabra tautológica de la que hablo, de la que escribo. Incansa-


blemente. Mientras ella disfruta de su victoria.

La palabra tautológica identifica una presencia pura que no co-


noce la ausencia. Del otro lado, cuando no hay límite. Noche lumino-
sa cuando no hay luz ni oscuridad. «El ser es el ser». Lo dice todo.
Sin réplica. Privilegio constitutivo de lo Mismo. Únicamente puedo
ser un otro aniquilado. Ante ti. Apelar al Otro sabemos ya que es una
ilusión.

La palabra tautológica, y frente a ella, el querer vivir. Mirada


absoluta ante la que no puedo fijar mi mirada. Sol oscuridad negra.
Inmensidad ininteligible que se ofrece. Para sobrevivir, el querer vi-
vir que se rebela te reduce mediante la dualidad ausencia/presencia.
Entonces eres representada como presencia pura neutralizada, como
exceso en relación a un defecto, como una posibilidad oscilante. En-
tonces «lo dices todo y no dices nada».
Pensar ___________________________________________________________ 87

La palabra tautológica ha sido fijada en el instante. Después ha


sido abierta, y la función constitutiva de lo Mismo se ha desplegado.
Fijada, abierta, la palabra se prolonga en una unidad discursiva. La
autoposición del ser se ha cambiado en prescripción.

Porque la rebelión absoluta no existe. Porque el querer vivir ha-


bita el tiempo. Pensar es posibilitar la posibilidad (oscilante) que es
la palabra tautológica.

Pensar es abrir, fijar y prolongar la palabra tautológica en unas


condiciones históricas determinadas. Así, en cada caso y según sea la
estructura de referencia, se produce el discurso metafísico que gira en
torno al Uno/múltiple, al sujeto/objeto y al sistema/entorno. Eviden-
temente, éstos son solamente los discursos preponderantes.

Pensar es, en definitiva, prolongar la palabra del poder.

Palabra tautológica herida. Palabra del poder sometida que, a


su vez, somete. ¿Cuánto paga el querer vivir por esta acción? El que-
rer vivir no sale incólume de la batalla. Sujeto a la palabra. Sujeto.
Engranaje que articula el paso de la autoposición del ser a la pres-
cripción del ser. El pensar que triunfa en Occidente es el funcio-
namiento de esta maquinaria. Repetidamente. La escena teatral del
pensamiento queda así abierta. Allí transcurre la historia de la filo-
sofía.

La palabra tautológica siempre vence. Reducida, continúo suje-


to a su destino. Llevo en la sangre los cristales azules de su rotura.

Interpelación sojuzgada. No puedes cerrar la puerta al tiempo.


Centro inasequible conquistado. Palabra tautológica desplegada. Im-
posición a la que permanezco atado. Marco en el interior del cual
pienso y vivo. Hasta agotar mi querer vivir.

«El ser es el ser» es siempre la respuesta a una pregunta que no


aparece. La respuesta autoritaria a la pregunta realizada por un niño.
He recogido los fragmentos de la palabra tautológica con mis manos.
En la playa levanto castillos de arena. Interminablemente. Las olas
88 _____________________________________________________ Amar y pensar

del mar deshacen las construcciones de ceniza. Conviene ya dejar de


ser niños.

Lo mirado no se convierte en la mirada. He clavado una estaca


en su único ojo. El querer vivir atraviesa la palabra tautológica de-
jando un rastro de paradojas muertas. Ya no espera nada ¿porque lo
espera todo?

Existe otro pensar que empieza donde el pensar usual se rinde.

El pensamiento y el cuerpo

El otro pensar nace en y de la exacerbación de la vida. De la prolon-


gación del odio libre contra la vida y de este combate sin descanso
con ella. El otro pensar nace de la rebelión que quiere encerrar la pa-
labra tautológica en ella misma. Para pensar hay que exacerbar la
vida.

Pensar no es producir. Pensar no es jugar.

Pensar es luchar por mantener abierta la aporía del orden. Por


impedir que sea aplastada. Ni hacia el Mismo. Ni hacia el Otro.

El otro pensar no es un «pensar en el orden ni contra el orden».


El otro pensar es un «pensar contra el pensar».

Pensar, este pensamiento que buscamos, intentará por todos los


medios huirnos.

La seguridad autosatisfecha, el cansancio miedoso, el deseo de


fama… obstruyen el pensamiento. El pensamiento, sin embargo, re-
quiere ambición para poder soportar precisamente la ausencia de pen-
samiento. ¿Pensamos verdaderamente alguna vez?

Pensar requiere un aprendizaje de la soledad para desembara-


zarnos de lo inútil que nos constituye. Inútil es la pesadez y la turbie-
Pensar ___________________________________________________________ 89

dad. Tenemos que conquistar la belleza de lo simple. Aunque la me-


lancolía quiera llenar el silencio que palpita.

Artaud expresó bien cuál es el drama: me pongo en condiciones


de pensar, y no se me ocurre nada.

El pensamiento, como la noche sin día, se devora a sí mismo in-


definidamente.

¿Los agujeros del pensamiento a dónde van a dar?

El pensamiento interrumpe el mundo. De sangre salpicado. La


sangre piensa.

Sueño que viene a mí un pensamiento que ocupa enteramente mi


cerebro. Hasta sacarme fuera de mí.

«¿Vale la pena?» es la pregunta que acaba con el aliento del pen-


samiento. Hay que pensar como si nunca antes se hubiera pensado.

Si, cuando pensamos, pensamos todos lo mismo, pensar tiene


que ser un abrazo.

Exacerbar la vida pone en peligro nuestra vida. Soltada de sus


cadenas, nos aprieta hasta que el desasosiego se apodera de nosotros.
Embebidos de vida, temblamos. Náufragos en un mar de ceniza. El
querer vivir se desdobla en un yo consciente y en un centro de dolor.
Me siento dividido entre la memoria y el olvido, entre el hondo sus-
piro y el escalofrío. Sobrevivo a la ambivalencia que me lleva gracias
a mi propia escisión. Me hago fuerte en ella, mientras espero el pró-
ximo ataque. Alzo la cabeza para otear cuándo llegará el pájaro de
fuego. Yo sé que ya he sido derrotado, pero de la derrota brota el vue-
lo lacerante.

Exacerbar la vida, liberar la vida contra la vida, me empuja más


allá de lo que soy. Cuerpo rehecho sin contrapartida. El querer vivir
se ha replegado y ahora coinciden mi yo y el centro de dolor sobre el
cuerpo. La exacerbación de la vida me pone en peligro. En situación
90 _____________________________________________________ Amar y pensar

de peligro extremo se piensa con el cuerpo. El yo, el centro de dolor


y el cuerpo son una y solo una misma cosa. Cuerpo que piensa. Inte-
rioridad común. Me levanto de nuevo, la vida se arremolina a mis
pies. Vomito el ser. Hálito de fuego. Recojo las sombras que el sol ha
derramado. Avanzo decidido. Yo sé que al final he vencido.

Pensar es plegar el querer vivir hasta que el yo, el centro de do-


lor, y el cuerpo lleguen a coincidir. Este pensar es un acontecimiento.

Pensar es peligroso, pero eso no es lo relevante. Ponerse en si-


tuación de peligro abre la puerta al pensamiento. Eso sí que es lo de-
cisivo.

El poder domina mediante el miedo. Existe, sin embargo, otro


miedo. El miedo que evalúa el peligro, que sabe tratar con él. Se re-
quiere, pues, conocer el propio miedo, cuál es su calidad si se quiere
llegar a pensar.

El poder intenta impedir el pensar. Lo hace evitando la superpo-


sición entre el yo y el centro de dolor, haciendo que aumente la dis-
tancia que los separa. El hilo musical, la sucesión de imágenes… que
se despliegan en el metro y en tantos lugares están dirigidos a impo-
sibilitar este encuentro.

En la distancia entre el yo y el centro de dolor se pone el cuerpo


que no piensa.

El grito de un pensamiento no se apaga nunca.

Pensar es tenerte a ti, sólo a ti mismo. Querer vivir.

El otro pensar que persigo, que me persigue. Al mantener abier-


ta la aporía del orden, lo socava. Una ola enfurecida arrastra las pie-
dras de cuarzo blanco hacia la orilla. Cuando la ola se retira, las piedras
la siguen; pero no vuelven a su antiguo lugar.

La aporía del orden mantenida es el gusano que devora el fun-


damento.
Pensar ___________________________________________________________ 91

La única huida que dignifica: volverse contra el aguijón.

Has soltado los perros. Lo que ha sucedido había de suceder. ¡A


qué afligirte por lo que has hecho! No invoques a un Dios que no es-
cucha. Para el otro pensar no habrá jamás descanso. Celebra que el
«Hay orden» se ha hundido.

El «Hay orden» es una mirada que no sucumbe ante ningún ho-


rizonte. Encierra aquello que quiere alzarse. Captura todo lo que pre-
tende huirle. Manto de nieve que cubre de silencio el Sí y el No, y to-
das sus combinaciones. Pensar desde el «Hay orden» hace que el
cerebro rebose una seguridad gris. Camino conocido y camino por
conocer. ¿A qué hay que temer cuando el elemento propio del pensa-
miento es su impensado?

La rebelión subvierte el «Hay orden». Ahora el elemento del


pensar y el impensado son distintos. Se han acabado los reconoci-
mientos que vienen del poder. También se han hundido los puentes
tras de ti. Tus manos ven el paisaje inacabado que se extiende delan-
te tuyo. Hueles con los ojos llorosos la flor helada de la noche que ha
venido. Padecer iniquidades será el destino de todo aquel que se
aventure por la senda que abandona la dialéctica.

La rebelión que mantiene abierta la aporía del orden regala al


pensamiento el impensado del pensamiento.

El perseverar de la rebelión no busca detener el tiempo en el ins-


tante. Perseverar en la rebelión significa, por el contrario, expulsarlo.
No hay nada inefable en ello, sólo la aridez de un comienzo. La rebe-
lión, ahora sí, me acerca el impensado.

Antes de la pregunta y de la respuesta. Antes de la llamada y de


la escucha. Antes de la separación entre un antes y un después. An-
tes… de antes.

Descuartizado. No sé qué hago vagando en un jardín sin esta-


tuas. Sobrevivo a una segunda vida.
92 _____________________________________________________ Amar y pensar

Impensado. Una tras otra han ido cayendo las separaciones que
me separan de ti. Pero sé muy bien que tú eres, justamente, la separa-
ción misma.

El otro pensar piensa la separación.

El otro pensar arranca del cuerpo.

¿Qué es pensar?

Pensar es exponerse y abrirse al impensado. Para presentir la ambi-


valencia. El otro pensar pre-siente la ambivalencia. El pensar usual
transforma, en cambio, la ambivalencia en la dicotomía infinito y
nada. Y eso cuando no iguala el infinito y la nada, o construye puen-
tes entre ambos.

No hagas caso de estos vanos ladridos. Tú y yo somos los úni-


cos que hemos llegado hasta aquí. El impensado nos ha sido devuel-
to en toda su fuerza, para que, por fin, nos adentremos en el pensa-
miento. Acuérdate, sin embargo, de las advertencias.

La ambivalencia que presiento es el impensado del pensamien-


to. Pre-sentir la ambivalencia, el infinito y la nada en ese su anudarse
que no reduce el uno al otro, es estar atravesado por la fuerza de la
asimetría. El impensado presentido por el cuerpo, la fuerza de la asi-
metría sobre nuestro cuerpo es la fuerza del dolor hacia la vida.

Soy una asimetría porque entre querer vivir y no-querer vivir no


hay simetría alguna. La asimetría que soy es, justamente, la que me
lleva fuera de mí.

El impensado del pensamiento se clava sobre mi cuerpo como


ese dolor que empuja mi vida.

Quisiera decirte una dulce mentira para animar así tus justas es-
peranzas. El impensado es «la fuerza callada del Ser», dice Heideg-
Pensar ___________________________________________________________ 93

ger. Una llamada a la que tú respondes con la escucha. No, el impen-


sado es la fuerza de la asimetría sobre ti. De la asimetría entre dolor y
vida. El impensado que hiere tu cuerpo y te empuja a pensar dice:
«Sufrir para afirmarse». En tu valentía hallas tu desgracia.

El impensado que tú acoges no te dejará ya jamás vivir, y, sin


embargo, es lo único que te hará vivir.

El impensado no es simplemente el dolor. Es el dolor que mira


hacia la vida.

«Sufrir para afirmarse» no tiene nada que ver con liberarse del
dolor a través de la aceptación del dolor. No hay estoicismo, porque el
objetivo no consiste en liberarse del dolor. Como tampoco hay maso-
quismo alguno, ya que el dolor no es un medio para conseguir placer.

Pensar no es pensar. Eso quiere decir que, contra lo que cree el


sentido común, pensar no es aún haber llegado a pensar. Es en este
sentido que podemos afirmar: pensar no es pensar. Pero si digo que
pensar no es pensar, lo digo necesariamente desde otro pensar. Sólo
desde otro pensamiento se puede decir que «pensar no es pensar».
Ahora bien: el otro pensar no puede ser otro pensar. ¿Por qué? Por-
que, como ya hemos dicho, pensar no es pensar. Entonces tenemos que
admitir que el otro pensar no es otro pensar puesto que únicamente
puede ser: un empezar a pensar.

Pensar es hacer la experiencia de la imposibilidad de pensar


como condición de la posibilidad misma de pensar.

El otro pensar, que no es más que un empezar a pensar, me pro-


duce dolor. Porque supone no haber llegado a pensar, porque supone
no vivir aún, porque en definitiva me imposibilita encajar en el mun-
do. Cuando siento el dolor a fondo necesariamente no encajo en este
mundo. No puedo vivir ni pensar. Pero entonces, justamente, empie-
zo a pensar: es el otro pensar.

El dolor me deja ante el pensar. El pensar se hace con dolor.


94 _____________________________________________________ Amar y pensar

«Pensar el dolor» coincide con «el dolor de pensar».

Para el pensar, el dolor no es su objeto. Desde el otro pensar


queda inutilizada, por tanto, la pregunta por la utilidad del dolor.

A la circularidad del pensar y del dolor hay que añadir otra cir-
cularidad: la que existe entre pensar y vivir. El «pensar de la vida»
significa el pensar que pertenece a la vida. Pero nosotros sabemos
que la vida es un nombre, que lo realmente existente es el querer vi-
vir. Pensar del querer vivir es lo mismo que el querer vivir pensando.
Pero es precisamente el otro pensar.

Por su parte, «la vida del pensar», la vida que es pensar es el


querer vivir pensando. Éste es, asimismo, el otro pensar.

En resumen: el pensar impulsa el vivir y el vivir, a su vez, el


pensar. Y, de nuevo, esta su estrecha cercanía impide que el vivir sea
un objeto del pensar.

El otro pensar es «pensar contra el pensar» (1.ª deducción).

El otro pensar, el pensar —como tal— no tiene objeto. Ni el dolor


ni el vivir lo son. El impensado, por supuesto, tampoco es un objeto para
el pensar. Si es así nos hallamos ante dos circularidades, o abriéndolas,
ante dos serie infinitas. Las series en las que estamos y nos llevan:

-pensar-dolor-pensar-dolor-
-pensar-vivir-pensar-vivir-

El dolor y el vivir son interiores en relación al pensar. Pero las


circularidades pensar/vivir y pensar/dolor son diferentes ya que el
pensar se articula de distinta manera en cada caso. ¿Cómo explicar
el acercamiento sin que se confundan el dolor y el vivir, puesto que
las dos series no son una misma, ya que persiste una incomunicabili-
dad no sólo de grado?

Entre el dolor y el vivir existe una unidad compleja que no pue-


de pensarse en términos dialécticos. Recurramos a los términos rela-
Pensar ___________________________________________________________ 95

ción y fuerza. Por ejemplo: el dinero es una fuerza que obliga y una
relación que se establece. Pero no es las dos cosas simultáneamente.
En nuestro caso: tanto el vivir como el dolor pueden ser fuerza y re-
lación. Pero lo que sean dependerá de la relación con el otro término.
Cada uno de los dos términos (vida o dolor) quiere imponerse como
fuerza, mientras que el otro, entonces, sólo puede ofrecérsele como re-
lación. Pues bien, cuando el vivir es fuerza y el dolor relación, o sea,
cuando estamos ante la fuerza del dolor hacia el vivir, entonces se
unifican y bloquean las dos series anteriores. «Sufrir para afirmar-
nos» nos desencadena. O de otra manera: la fuerza asimétrica que nos
atraviesa es la misma que nos libera.

El otro pensar —que no tiene objeto y al que mueve la fuerza de


la asimetría— sólo puede ser un pensar contra el pensar.

El otro pensar es «pensar contra el pensar» (2.ª deducción).

La fuerza asimétrica del dolor no debe ser descargada sobre los


demás. Tampoco hay que preguntarse por su causa, lo que es generar
una trascendencia. Si cumplimos estas reglas, y permitimos que la
asimetría vivir/dolor funcione sobre nuestro cuerpo, entonces:

Ahondar en el dolor desde la vida inicializa una posición. El su-


frimiento en su radicalización permite abrir un horizonte cero, ya que
limpia el horizonte de cualquier miedo. Cuando el cuerpo se confun-
de con el dolor ya no se teme nada.

Tener derecho a disponer de nuestro propio dolor fundamenta


una posición. El dolor es mío y me pertenece. Nadie, ni médicos, ni
psicólogos, etc. puede apropiarse de él.

Estar al margen de la vida y, sin embargo, querer vivir delimita


una posición.

Ahora es sencillo definir en qué consiste pensar. Pensar es ocu-


par una posición, y se ocupa una posición cuando gracias a la fuerza
asimétrica del dolor conseguimos llevar a cabo la inicialización, la
fundamentación y la delimitación. Ocupar una posición significa,
96 _____________________________________________________ Amar y pensar

pues, haber vencido sobre el orden. Se trata de una victoria sobre la


posición que el orden mismo constituía y defendía.

Pensar es ocupar una posición. Más exactamente: pensar es una


desocupación del orden. Para ello pensar, el otro pensar, tiene que ser
un pensar contra el pensar.

Pensar no es dialogar. Pensar es «pensar contra el pensar». De


ahí arranca su dimensión esencialmente política.
AMAR Y PENSAR
Amar el amor impide amar. Pensar el pensamiento impide pensar.

Amar es amar contra el amor. Pensar es pensar contra el pensar.


La primera es una victoria contra el Uno, la segunda una victoria con-
tra el orden. La unidad del orden. La ordenación del Uno.

Pensar y amar. Golpean golpeando. Ensangrentados, se extien-


den por la llanura estrellada. Por doquier. En ningún lugar.

Amar y pensar hacen fuerte. La fortaleza de la libertad.

La ternura es el signo de puntuación del lenguaje del amor. El


concepto lo es para el lenguaje del pensar. Pausa en un camino que no
lleva a ninguna parte.

El pensar y el amor ¿se ignoran a causa de su cercanía? Defor-


mados, desviados… Es una misma intención la que impide su llegar
a ser. ¿Es una misma intención la que impide su aproximación?

Amar y pensar no son gestos políticos sino antepolíticos. Lo


antepolítico no significa prepolítico. Un gesto prepolítico perma-
nece encerrado en la esfera privada; en cambio, un gesto antepolí-
tico abre una nueva e impensada relación del cuerpo con el poder.
Sin embargo, de su radicalidad política no se desprende ninguna
política.
100 ___________________________________________________ Amar y pensar

El amor corre el peligro de quedar encerrado en una vida priva-


da. El pensar corre el peligro de ser sentido común.

Toda política es, necesariamente, una política de la relación.


Amar y pensar no son una relación, sino un encuentro. Por esa razón,
no puede haber una política ni del amor ni del pensar.

El amor y el pensar son actos antisociales por subversivos. De-


trás de ellos existe la misma fuerza anárquica del querer vivir exacer-
bado. Como fuerza destructiva puesta entre los dos. Como fuerza asi-
métrica del dolor hacia la vida.

Amar quiere la eternidad. Pensar, el instante.

El amor tiene memoria de los gestos. El pensar, de las pala-


bras.

El amor y el pensar, en realidad, no existen. Lo que existen son


momentos de amor. Momentos de pensamiento.

Amar y pensar no tienen nada que ver con la felicidad.

Ni pensar ni amar dan sentido alguno a la vida. Si lo dieran, es


que no son ni amar ni pensar.

Necesito una música que haga estallar mi cabeza. Que acelere


mi corazón. Para poder descansar de una vez.

Se piensa y se ama para ahogar, por unos momentos, este querer


vivir exacerbado que nos lleva. En el fondo, pienso y amo para no ha-
cerme daño a mí mismo.

Si me temo, si temo a mi querer vivir, ¿de cuántos peligros no


voy a tener miedo?

Amar y pensar necesitan de un obstáculo. El hombre es un en-


cadenado de sí mismo.
Amar y pensar ___________________________________________________ 101

El final del pensar y del amor es el mismo: la ambición de que-


rer pensar o de querer amar.

Eco que no responde a mi voz. Este «ahora» y este «aquí» mal-


ditos que no acuden a mi llamada. La amargura de la vida que hace
soportable la vida.

En el amor, la palabra «Te quiero» es esencial. Decirla produ-


ce una especie de dolor profundo, como si la máxima felicidad tu-
viese que coincidir con el máximo dolor. ¿Cuál es esta palabra para
el pensar?

El cristianismo insiste en que no hace falta decir «Te quiero»


para obrar con amor. En el fondo, lo que el cristianismo persigue es
separar el amor del querer vivir. De igual modo, pretende cortar el
pensar respecto del querer vivir.

Se ama porque se ama. Se piensa porque se piensa. Un mismo


sentimiento acompaña al amar y al pensar. Este sentimiento provoca
en nosotros la idea de vacío.

Todo amor tiende a ser puro amor. El puro amor es olvido de sí


y total desinterés respecto a uno mismo. Su culminación pasa necesa-
riamente por la autodestrucción. Todo verdadero pensar tiende a ser
un pensamiento que no puede pensarse a sí mismo. Pensar contra el
pensar que culmina también en la autodestrucción. Esta destrucción
por desapego no es más que la presencia de la ambivalencia, del infi-
nito y la nada en el hombre.

El amor y el pensar son fuertes como la muerte.

Es todo el cuerpo el que piensa y ama. Cuerpo del otro. Cuerpo


mío que tengo conmigo.

El amor empieza por el amor. El pensar, por el pensar.

El pensar se devora a sí mismo. El amor es famélico.


102 ___________________________________________________ Amar y pensar

La autorreferencialidad es la máxima tentación porque parece


conferir una omnipotencia suprema. Amarse a sí mismo. Pensamien-
to que se piensa a sí mismo. La única manera de no caer en ella con-
siste en que la exacerbación de la vida los empuje fuera de sí.

La vida no nos da el amor y el pensar. La vida nos los reserva.


No se pasa incólume por el amor. Tampoco por el pensar.

Para los surrealistas tanto el amor como el pensar fueron vías de


escape y de regeneración del mundo. Nosotros, por el contrario, ya no
podemos participar de dicha ilusión. Nuestra esperanza reside para-
dójicamente en su radical imposibilidad.

El pensamiento que piensa más que lo que piensa. El amor que


ama más que lo que ama. No, no hay plenitud bajo este cielo. Querer
vivir.

El amor es la única locura socialmente consentida. Pensar es la


única locura políticamente tolerada.

La Grecia antigua inventó el héroe. China, el estratega. El héroe


es aquel que ama pero no piensa. El estratega es aquel que piensa
pero no ama.

Amar y pensar: aventuras sin consuelo.

La modestia es la clase de orgullo que conviene al pensar. Al


amor le conviene, en cambio, un orgullo sin modestia.

En la alegría más inmensa nos guardamos un rincón de tristeza


por lo que pueda venir. Obramos con cautela porque nos duele el de-
sencanto. La alegría de amar no deja ningún camino de retorno. La
alegría de pensar, tampoco.

En tiempos de traición amar y pensar son tan hermosos…

Un pensar moralizado no es pensar. Pero un pensar amoral tam-


poco es pensar. Lo mismo puede decirse del amar.
Amar y pensar ___________________________________________________ 103

La prohibición cuadricula el mar hasta que la sal nos muestra


sus cristales cúbicos. Amar y pensar son necesariamente una trans-
gresión. Ritmo de la idea. Ritmo de la carne. Grito en la opacidad de
la noche insomne.

Una misma emoción es la que acerca el pensar al amar. Esa


emoción es la inquietud. La inquietud de una noche en blanco. Espe-
rando.

Desde la Antigüedad se afirma que el deseo de pureza debe


acompañar al pensar y al amor. Se requiere una ascesis para llegar a
su culminación. Es un error. La repetición consubstancial —tanto al
pensar como al amor— necesita de la impureza para poder desple-
garse. El amar y el pensar son absolutos pero para nada puros.

Amar y pensar son un querer ver. El ojo persigue el ritmo que


ansia ver pero no ve. Creemos que nos elevamos porque nos hacemos
aire. En realidad, nos hundimos un poco más.

Todo verdadero pensar es obsesivo. Todo verdadero amor es


perturbador. La insistencia señala tanto la ausencia del objeto amado
como del objeto pensado.

El amor no depende del objeto amado. El pensar no depende del


pensamiento pensado. Tanto uno como otro dependen del querer vi-
vir.

Amar no tiene fundamento. Pensar, tampoco. La palabra amoro-


sa se hace nueva en su repetirse. El pensar se crea en la lucha cons-
tante contra su fijación.

Amar y pensar son radicalmente solitarios. Para pensar y amar


se requiere un largo aprendizaje de la soledad.

Una vida de amor siempre ganará frente a una vida de pensa-


miento. «En esta vida no he hecho más que amar». Esta frase no pue-
de decirse de la misma manera si sustituimos amar por pensar.
104 ___________________________________________________ Amar y pensar

Pocas pasiones. Pocas ideas.

Amar y pensar se cruzan de un modo extraño. Un sentimiento


hace nacer una idea. Una idea, otro sentimiento. Pero en los extre-
mos: amar no es pensar y pensar no es amar. Por eso es necesario
reinventar el amor y violentar el pensamiento. Para que ambos sean
simultáneamente posibles. Para que ambos estallen cada uno en el in-
terior del otro.

El sueño de «vivir todas las vidas» es la propuesta comercial


que realiza esta sociedad de consumo. Nada que ver con amar y pen-
sar. No se trata de amar y pensar muchas posibilidades. Lo que hay
que hacer es amar y pensar más.

Una sociedad que nos impide amar y pensar debe ser destruida.
El doble trenzado de la vida: desafío y exacerbación

En el espacio fronterizo

Cuando el capitalismo coincide con la realidad, la (auto)movilización


total de la vida reproduce este mundo. Vivimos y nosotros mismos
—viviendo— creamos esta pesadilla en la que habitamos. La econo-
mía es economía de la vida, porque el mercado ha sido sustituido por
la vida misma. La crítica de la economía política ha dejado lugar a la
crítica política de la vida.

Nuestra pesadilla consiste en movilizarnos para producir esta


realidad obvia que nos rodea, que nos tranquiliza, y que también nos
aniquila. Con la Gran Transformación se ha producido un cambio
fundamental: la vida ha dejado de ser un dato objetivo. Ahora tene-
mos que reinventarnos nuestra vida misma si queremos vivir. En otras
palabras: para esta realidad capitalista sobramos completamente, a
no ser que hagamos de nuestra vida un proyecto inscrito dentro de la
automovilización. Eso es lo que intentan hacer los que aún no han
sido expulsados por superfluos. Vivir es conectarse a la sociedad-red.
De esta manera surge una nueva dramaturgia que se organiza en tres
teatros distintos pero complementarios.

El teatro de emprendedores. Son los protagonistas. Son los due-


ños de un capital social rico en redes, en agujeros estructurales, en
asimetrías informativas, un capital, en fin, que asegura su vida garan-
tizándoles la movilidad, esto es, la capacidad de participar en el dise-
ño y gestión de proyectos. Hablamos, pues, de un capital social lite-
106 ___________________________________________________ Amar y pensar

ralmente incorporado a su persona: cúmulo de experiencias, de con-


tactos, de referencias versátiles, dispuestas a producir ideas, a fran-
quear dominios institucionales muy alejados. La suma movilizable de
esas competencias define sus opciones de promoción, que siempre es
transversal (pasar de un proyecto a otro), sus recursos de empleabili-
dad, su posición, en fin, en el todo.

El teatro de marionetas. Son los precarios, aquellos cuya pobre-


za de capital social condena a una precariedad sometida al ritmo de la
hipoteca. La falta de contactos, la formación escasa o muy especiali-
zada, la estandarización de las experiencias, reducen la productividad
de estos sujetos, su creatividad, la plusvalía potencial de sus conoci-
mientos. Atrapados en relaciones localizadas, densas y cortas, sin
apenas nada más que el lugar —geográfico o social— que necesaria-
mente ocupan en el territorio, son ellos quienes fijan de manera esta-
ble los nodos vinculados a los desplazamientos de la actividad co-
nectiva del emprendedor.

El teatro de sombras. Son los otros, los desconectados, las vidas


sin rostro, sin suerte, sin papeles: el residuo. Arrojados de pronto a un
mundo para el que no están preparados, sometidas sus relaciones,
pues, a un régimen de fuerza despiadado, sobre el que nadie les ad-
virtió, agonizan por debajo del nivel de la comunicación socialmente
rentable, significante. Nadie los conoce. La red no puede registrarlos,
no tienen nada que decir ni que vender. Las sombras representan, con
su desconexión, la posibilidad aciaga pero esencial de la sociedad
red, esto es, de un mundo construido sobre puras conexiones. Así que
es el miedo, el miedo a su presencia fantasmal, amenazante, lo que nos
hace movernos, lo que impulsa y sostiene nuestras vidas, lo que decre-
ta, en fin, la movilización general.

El mundo que la sociedad-red organiza ya no tiene afuera. Las


fronteras atravesadas continuamente por los flujos de capital, mer-
cancías, imágenes… son desrealizadas. No hay límite alguno a la in-
manencia del capital. A la vez, las fronteras se levantan como muros
insuperables que separan absolutamente quien está de un lado o del
otro. La frontera se efectúa sobre los cuerpos de quienes persiguen
ingresar en el mundo. La (auto)movilización de la vida desrealiza y
El doble trenzado de la vida ________________________________________ 107

efectúa la frontera. Sólo hay un mundo unificado por un espacio fron-


terizo.

Espacio fronterizo indefinido sin puertas abiertas, sin ventanas


abiertas… con lápidas sin nombre flotando sobre el mar.

El espacio fronterizo es la proyección de la (auto)movilización


de la vida sobre el mundo.

En el espacio fronterizo no existe ninguna frontera que separe


con la precisión del estilete a los dos adversarios. Interpenetrados
mutuamente, resulta totalmente imposible trazar una línea de separa-
ción. No se puede marcar un límite sin que, al mismo instante, dicho
límite sea empujado hacia un lado o hacia el otro. Habitamos, estig-
matizados, en un infierno que se extiende indefinidamente: dejad a
los vivos que maten a los vivos.

La política del miedo, su producción y gestión, es la política


que gobierna el mundo. Producen miedo las guerras humanitarias y
los atentados indiscriminados, la guerra contra el terrorismo y el
terrorismo que está en guerra, el trabajo precarizado y el inmigran-
te que llega de noche por mar. Es como si la reducción de comple-
jidad del mundo tuviese como efecto la producción de miedo —y el
propio miedo fuese en realidad— el objetivo perseguido. La políti-
ca del miedo nos remite aparentemente a una época premoderna en
la que la decisión del soberano es lo esencial. ¿Quién decide de-
sencadenar una guerra preventiva? ¿Quién decide entrar en la es-
cuela tomada por un grupo armado? ¿Quién…? Las preguntas ver-
daderamente importantes que están detrás de los acontecimientos
mismos desaparecen. Los porqués son triturados por la máquina
militar.

Frente a la política del miedo se halla la propuesta de una políti-


ca cuya función es esencialmente cognitiva, y que pretende devolver
la legibilidad al espacio fronterizo. Esta posición más democrática ol-
vida que la política del miedo sabe también leer en la opacidad de lo
social.
108 ___________________________________________________ Amar y pensar

Reducidos a espectadores amenazados, intentamos sobrevivir en


el espacio fronterizo. La política del miedo que reina en el mundo
empuja inexorablemente el querer vivir hacia el mero instinto de su-
pervivencia.

En el espacio fronterizo la ley es más que nunca una cristaliza-


ción de las relaciones de poder. Pura violencia. Pero el campo de con-
centración está al lado de un supermercado de los valores.

La frontera-límite se ha hecho con todo el espacio fronterizo. La


línea de frontera se ha convertido en umbrales iterados hasta el infi-
nito. La vida y la muerte no están separadas. Infinitos umbrales las
unen. Infinitos umbrales las separan. En el espacio fronterizo no so-
mos más que muertos en vida o vidas muertas. La muerte y la vida se
encuentran en mí. Ninguna promesa de felicidad.

En el espacio fronterizo no hay limitaciones para el poder. Toda


medida siendo excepcional es, en principio —pero sólo en princi-
pio— temporal. Lo que ocurre es que el tiempo es determinado por el
poder mismo.

El espacio fronterizo es un inmenso campo de concentración


que tiene un cartel colgado en la entrada en el que el poder afirma:
«Todo me está permitido».

El espacio fronterizo es un inmenso supermercado de los valo-


res que tiene un cartel colgado en la entrada en el que el poder afirma:
«El diálogo os hará libres».

Andando sobre ascuas intenta traspasar la frontera. Ser por fin


un extranjero. Pero la red del tiempo se abate sobre él. Sabemos quién
eres y dónde vives.

El exilio es un regalo que el espacio fronterizo no hace.

Si preguntas te dirán que no preguntes. Si no preguntas te dirán


que tienes que preguntar. Con sigilo procuras esconderte detrás de la
maleza. Pero en el espacio fronterizo no hay refugio para nadie. In-
El doble trenzado de la vida ________________________________________ 109

numerables focos de rayos infrarrojos iluminan la noche. Y, sin em-


bargo, no existe un puesto privilegiado de observación, ya que el ojo
que observa está incluido en el propio campo de visión. Tu muerte no
es mi muerte. ¿Quién escribió antes que yo que el mar era un sueño
verde brillante? Lloras, huyendo de ti mismo, como el río que se diri-
ge a un mar que no encuentra. Llegar, llegar por fin… «La sombra
que me sigue no es mi sombra. No la conozco». Llegar, llegar por fin,
afuera.

He querido fundirme con la piedra lunar herida por el paso del


tiempo. Y con el árbol seco que resiste al viento de guerra. Miedo y es-
peranza. Tiemblo a causa del frío. Espero que pase una nube. Espero.

Encerrado, afuera de una noche que no se puede mirar, si tú no


llevas contigo una noche más oscura. No hay camino de regreso.

Ante mí, el dolor del mundo. La mezcla de gasolina y agua de


mar produce desvanecimientos a los que buscan tener una vida. El mar
lava los cuerpos heridos hasta hacerlos desaparecer.

Excavo un túnel interminable con la fuerza de mi desesperación.


Ese que avanza imperturbable soy yo. Caigo en la trampa que me
tiende el silencio. El espacio fronterizo mata impunemente y salva ar-
bitrariamente.

Sol abyecto. El espacio fronterizo es el reino de la extrema


transparencia. Nadie canta. Las plegarias son rumores que el viento
se lleva.

Dicen que vigilemos nuestras pertenencias. Esperamos sentados


y solos. Alguien yace en medio de su propia sangre. Numerosas tien-
das duty free están llenas de colores. ¿Quién pensará en mí cuando
los míos hayan muerto?

Invisible muro de renuncias y de miedo que quisiera traspasar.


Oigo palabras que jamás nadie ha oído. Extranjero entre los extranje-
ros. ¿Hasta cuándo vas a seguir viviendo de mí?
110 ___________________________________________________ Amar y pensar

Nadie sabe nada de mis vidas que fueron mi vida.

En el mundo globalizado de flujos de información, de imáge-


nes… de capitales tiene lugar una compresión del espacio y del tiem-
po. La velocidad instantánea rige una realidad fugaz y fragmentaria
hecha de umbrales infinitesimales de tiempo y espacio. Es el espacio
fronterizo donde todo, aparentemente todo, queda subsumido. El po-
der se dispersa e invisibiliza en el territorio de tal manera que la pro-
pia realidad es el poder. A su vez, la resistencia se hace difusa en su
invisibilización, por lo que la realidad misma acaba siendo la propia
resistencia. Este fenómeno, de supresión y borrado de las entidades
ontológicas reales, se ha ilustrado empleando la metáfora del paso del
estado sólido al líquido. La disolución de los sólidos (Estado-na-
ción…) nos dejaría en una modernidad líquida hecha de mercados
desregularizados, flexibilización y precarización. Ocurre, sin embar-
go, que el estado líquido como metáfora es inadecuado para describir
lo que hemos llamado el espacio fronterizo. La inadecuación se debe
a que la fluidez no es absoluta, y por eso son factibles las dos opera-
ciones matemáticas que se despliegan cuando se puede definir una
métrica: las integrales y las derivadas. El poder sería la realización de
la integral de una función entre dos puntos. El cálculo de un área, lo
que comporta indiferenciación por empleo de la diferencia. La deri-
vada de una función en un punto, por su parte, sería la pendiente de la
recta tangente a la función en este punto. La derivada sería un llevar
al límite. Es conocido que la integración y la derivación se oponen.
Podríamos afirmar, sin embargo, que ni la integral es sólo visibiliza-
ción (es también invisibilización) ni la derivada es sólo invisibili-
zación (es también visibilización). En nuestro espacio fronterizo la
integral y la derivada constituyen los dos modos diferentes de gestión
de la dualidad presencia/ausencia. El resultado es sencillo: en el es-
pacio fronterizo únicamente existe ejercicio del poder y luchas por el
reconocimiento. Evidentemente, no hace falta decirlo, las luchas por
el reconocimiento funcionan dentro de la estrategia del poder.

Sólo en un aspecto la metáfora de la fluidez es parcialmente


acertada: desaparecen las posiciones preasignadas y estables. La es-
tructura entra en crisis, entramos en el reino de la inestabilidad y de
la contingencia. Con todo, hay que precisar que la acción efectuada
El doble trenzado de la vida ________________________________________ 111

sobre un líquido (o en un líquido) no da cuenta de lo que es verda-


deramente la confrontación con la realidad. El uso del término «geli-
ficación» introduce una complejidad necesaria. La gelificación del
mundo es «la experiencia del mundo» y como tal tiene un doble sen-
tido:

1. Es la experiencia que el querer vivir hace diariamente del mundo


en su confrontarse con una realidad que es, a la vez y paradójica-
mente, dura y blanda. Una experiencia que encierra una compleja
fenomenología: el agotamiento de lo posible porque toda negocia-
ción está encerrada dentro de unos límites insuperables, la impo-
tencia y, en el mismo instante, la sensación de no encajar en este
mundo…
2. Y es también la experiencia del mundo mismo expresada como
vaivén entre el estallido de la homonimia —el hecho de que la rea-
lidad se diga de muchas maneras— y la hegemonía final, en cada
caso, de una imagen de la realidad que acaba por confundirse con
ella misma al levantarse ante nosotros.

Todos somos prófugos y podemos ser detenidos en cualquier mo-


mento. Mi vida no es mía. Yo sólo soy aquél que persigue su vida día
y noche. La sensación de abandono es total. Los presagios me aho-
gan. No sé por qué cada día tengo más la sensación de que me falta el
aire.

El espacio fronterizo está recorrido por haces de luz intermiten-


tes, vigilado por satélite, surcado por barcos patrulla. La visibilidad
es tan completa que el poder mismo está asediado por ella. Pero no
pasa nada.

La realidad no funda lo creíble, es más bien lo creíble lo que


funda la realidad. Pero si por un milagro un buen día todos dejáramos
de creer, no pasaría nada. La realidad persistiría incólume.

No logro pasar al otro lado. Ir más allá del horizonte. Las pala-
bras no abren ningún resquicio. Por el camino se pierden las ideas pe-
ligrosas.
112 ___________________________________________________ Amar y pensar

Siempre estoy llegando de un viaje que yo no he escogido.

De la mano del espacio fronterizo se introduce el nihilismo. La


exacerbación (el amar y el pensar) y el desafío deberán ser nueva-
mente expuestos, ahora en relación a él. Pero el nihilismo ya actuaba.
Que la vida se venga con la vida de ser vivida ¿no es un modo de ex-
presar la lógica nihilista? La comunidad se deshace, amar hace
daño… el nihilismo está detrás. El nihilismo y la vida contra el que-
rer vivir. Contra y a favor.

Quiero librarme de la mordaza del miedo.

Quiero hacer reír a la tristeza y llorar a la alegría.

Quiero estremecer la eternidad.

Si quieres entenderme tienes que aprender Física. El nihilismo


es una palanca para el querer vivir.

Respiro con fuerza la vida, pero siempre queda algo afuera.

El querer vivir es el grito de la vida. ¿Por qué los gritos que lan-
zo caen como piedras enigmáticas sobre mí?

La tierra de nadie

Vida privada con sus mediocres miedos y sus pequeñas pasiones. Vida
vivida como única. Mi padre, mi madre y yo. Me arrastro por el sue-
lo confiando en encontrar un amigo. El grito de una gaviota me asus-
ta. Qué niños son estos sin verano. Qué palabras son estas que no di-
cen nada. Me persiguen los acreedores que quieren cobrarse el aire
que respiro.

El espacio fronterizo es un desierto circular que engulle conti-


nuamente sus límites. «La vida es la vida». Respuesta a una pregunta
que tiene ya la respuesta en ella. El nihilismo se extiende hasta ocu-
El doble trenzado de la vida ________________________________________ 113

par cualquier intersticio. Nada: nada de vida es lo que queda. El nihi-


lismo se consuma en la vida que tengo y que soy.

El nihilismo no debe contemplarse como un fenómeno de des-


valorización de los valores supremos. Si así fuera, bastaría con pen-
sar una transvaloración tomando la nada como fin. Hay que encarar el
nihilismo en su esencia. Y la esencia del nihilismo no es el debilita-
miento del ser, sino la aniquilación de la vida. Nihilismo = nada de
vida. El querer vivir o está funcionando en la (auto)movilización
de la vida o es pura vida biológica.

El nihilismo es mi vida privada. Vida privada de luz oscura.


Vida privada de vida.

Ante el nihilismo, se alzan dos respuestas. La primera consiste


en creer que existen lugares a los que el nihilismo no llega, que es po-
sible avanzarse a él. Esta visión activista es ingenua, cuando está cla-
ro que nunca seremos más nihilistas que el propio Estado-guerra, y
que esta carrera hacia el apocalipsis no puede girarse en contra de ella
misma. La segunda respuesta defiende estar a la espera, y en esta pa-
sividad expectante esperar una relación otra con el Ser. Ocurre que ni
el paroxismo de la catástrofe ni la espera silenciosa están a la altura
de la amenaza.

Me levanto por la mañana y me acuesto por la noche. Y eso lo


hago día tras día. Duermo para después tener que despertarme. A ve-
ces sueño que eso se acaba. El nihilismo nos escupe a la cara: «La vida
es la vida». La palabra nihil (nada) de nihilismo dice la nada de vida.
Dice el olvido del querer vivir. Si es así: ¿Cómo arrancar una vida (po-
lítica) del espacio fronterizo en el que habito?

En «la vida es la vida» se consuma el nihilismo. No hay alter-


nativas, pues. Sólo integrales y derivadas efectuadas sobre un espa-
cio fronterizo. La afirmación se pierde en el laberinto. La negación
es atacada por la retaguardia. Imponer una tierra de nadie parece ser
la única solución. La tierra de nadie como condición de posibilidad
de otra relación con el nihilismo. Pero ¿cómo hacerlo? Ya hemos
adelantado la respuesta al introducir el concepto de odio libre. Sa-
114 ___________________________________________________ Amar y pensar

bemos que existe un odio que libera al querer vivir del miedo. Un
odio que actúa mediante la unilateralización de las relaciones esta-
blecidas entre las constelaciones de palabras-cuerpos-cosas. Ahora
se trata de ver cómo actúa ese odio libre en el interior del espacio
fronterizo.

El odio libre unilateraliza desde la que es su propia posición.


Odio mi vida/la vida. Éste es el punto de partida. Mi odio no distin-
gue entre mi vida y la vida. El odio rechaza este desdoblamiento, ya
que hoy es la propia vida la que se ha convertido en forma de domi-
nio y sujeción. La acción del odio no tiene, pues, nada que ver con
añadir una nueva línea divisoria, con reproducir fronteras. Querer le-
vantar una barricada en el espacio fronterizo de la movilización total
está condenado al fracaso. Querer dialogar ofrece un espacio que no
ha sido verdaderamente ganado. El odio libre expulsa de sí delimi-
tando y delimitando expulsa de sí. La unilateralización excava sin
descanso. El odio libre actúa como una potencia de vaciamiento del
espacio fronterizo. El odio libre es capaz de imponer una tierra de na-
die a la vida que nos sojuzga.

Aprende a ser el que eres hasta dejar de serlo.

La división usual entre nihilismo activo y nihilismo pasivo no


sirve para calificar al odio libre.

El odio libre, porque no persigue ningún reconocimiento, esca-


pa a las estrategias de poder.

La tierra de nadie no es una isla libre de nihilismo. No existe la


pureza. La tierra de nadie es el objeto de la experiencia del querer vi-
vir. Más exactamente: el odio es la experiencia que hace el querer vivir
cuando construye «la tierra de nadie» como su objeto.

La tierra de nadie en la red de los nombres.

La tierra de nadie es la red de los sin nombre.

La tierra de nadie es un espacio en blanco. Un espacio en blan-


El doble trenzado de la vida ________________________________________ 115

co que da sentido a las frases. Pero de la tierra de nadie sólo salen fra-
ses de lucha.

El odio pone el tiempo entre paréntesis, y hace del querer vivir


un espaciamiento. Pero el nihilismo, que es una lógica de la decaden-
cia ya que implica el olvido del querer vivir, actúa sobre el espacia-
miento. En la tierra de nadie, el querer vivir-espaciamiento se tempo-
raliza, y tiene que sostenerse sobre sí mismo. Sin aposento donde
descansar, sin asidero donde agarrarse, el querer vivir se juega su pro-
pia vida. Su abrirse al nihilismo es amenaza de muerte y, a la vez, la
posibilidad de establecer una nueva relación con el nihilismo.

La soledad y la comunidad, los espaciamientos del querer vivir,


se hundirán inevitablemente en el océano salado. Tarda la llegada de
la mañana, y no se divisa ningún barco en el horizonte.

El cuerpo desollado con los huesos brillantes. Mi tierra de nadie.

Tierra de nadie, exacerbación y desafío, intemperie sin fronteras.

En la tierra de nadie, el espacio fronterizo vaciado por el odio


del querer vivir, se hace línea del nihilismo. Imponer una tierra de na-
die es ser capaz de trazar una línea del nihilismo. La ausencia de vida
es lo que me decía que yo estaba vivo. La línea del nihilismo que tra-
zo termina con esta dependencia. He desenterrado el hacha de guerra
y las humillaciones huyen de mí. Arranco los marcos de las venta-
nas y reviento las puertas. No hay compensaciones que me retengan
ni premios que me esperen. Aprieto los dientes: sólo salen palabras
de lucha.

La línea del nihilismo es impuesta por la potencia de vacia-


miento.

Nada de asentamientos colonizadores. Agujeros, sólo agujeros.

La línea del nihilismo no separa la vida de la muerte. Separa la


vida de la vida.
116 ___________________________________________________ Amar y pensar

No se trata de arrancar el querer vivir de la muerte, sino de la


vida. Para que retorne a sí mismo. El precio que el querer vivir paga-
rá por ello será la necesidad de establecer una relación con el nihi-
lismo.

En la vida no hay nada más que muerte. Rostros y cuerpos


muertos. Ahora la muerte ya no se acerca.

En la tierra de nadie, cuando la línea del nihilismo traza los con-


tornos de mi existencia, vivir ya no es sobrevivir.

El odio del querer vivir nos confronta con el nihilismo si bien


siempre desde el propio querer vivir.

El nihilismo no toca fondo. No hay inversión del nihilismo.


Existen únicamente travesías del nihilismo.

El querer vivir se abre al nihilismo cuando lo pone dentro de sí.


Se constituye entonces un pliegue de la línea del nihilismo. Este plie-
gue, que comporta el uso de la autodestrucción por el propio querer
vivir, significa ya sea amar ya sea pensar. Amar y pensar son, pues,
un pliegue de la línea del nihilismo, un exponerse y habitar al nihilis-
mo. Aunque sin arraigar en él, ya que el pliegue debe continuamente
ser re-hecho. Por eso, tanto el que piensa como el que ama desfallece.
O mejor dicho: tiene que desfallecer, quedarse sin fuerzas.

El querer vivir se abre también al nihilismo cuando empuja más


allá de sí la línea del nihilismo. Un gesto político radical es el des-
plazamiento de la línea del nihilismo. Por esta razón, el gesto políti-
co radical es necesariamente un desafío, desafío hecho con el querer
vivir. De otra manera: un gesto político radical consiste en la radica-
lización de un gesto nihilista. Añadiendo, enseguida, una precisión
fundamental: un gesto nihilista no será nunca un gesto radical, pues-
to que no tiene nada que ver con él. El desafío es modesto. Puede ser
por insistencia, al exigir con determinación lo que aparentemente no
es esencial. Puede ser oponiendo una paradoja, supuestamente sin
sentido, al sinsentido del poder.
El doble trenzado de la vida ________________________________________ 117

El nominalismo de la vida y la defensa del querer vivir terminan


con la vieja dualidad vida y forma. La forma es un principio ordena-
dor que confiere coherencia y unidad a una multiplicidad, un sistema
rígido de relaciones, de jerarquías y sumisiones. Por eso la forma
duerme en el museo. Por eso vivir no puede ser más que destruir las
formas.

Y, sin embargo, la destrucción de la ilusión no puede suponer


una aniquilación absoluta. A pesar de todo necesitamos alguna forma.
Aunque esta forma sea una forma que habrá que hacer estallar. Aun-
que esta forma sea justamente la misma ausencia de forma.

Vivir es exacerbar la vida, para poder amar y pensar. Vivir es ha-


cer del querer vivir un desafío. Vivir es únicamente: exacerbar y de-
safiar la vida. Una y otra vez, hasta que la sangre y el sudor se abra-
cen. Hasta que ya no hay orilla alguna.

La exacerbación exige una vida-sin-forma. El desafío, una vida-


con-forma.

La exacerbación —amar y pensar— exigen una vida-sin-forma


porque la ambivalencia que ha subido a la superficie no puede ence-
rrarse en el interior de una forma sin desnaturalizarse. El que ama o
piensa atraviesa las formas, sin permanecer en ellas. Huye de toda
institucionalización. En este sentido, amar y pensar son procesos ne-
cesariamente de autodestrucción. No se supeditan a nada y, por tanto,
no cabe ninguna utilización de ellos. Ni el pensar ni el amor son ser-
vidores de algo o de alguien. Su fin está contenido en ellos mismos.
De aquí que se pueda afirmar su perfecta inutilidad. Pensar y amar no
sirven para nada. Su posibilidad radica en su misma imposibilidad.
Hay que arrancar el amar del amor. Y el pensar del propio pensar. Por
eso son desesperados. Ninguna decisión está detrás de ellos. Al con-
trario, no se decide que se quiere pensar, como no se decide que se
quiere amar. Y, quizás por ello, poseen una extraña reversibilidad.

El desafío con el querer vivir exige una vida-con-forma. No se


trata aquí de que la forma exteriorice un principio intensivo. La for-
ma no se define a priori, sino que sólo se hace visible al final. Sucede
118 ___________________________________________________ Amar y pensar

lo mismo que con la música contemporánea, que emplea algo pareci-


do a un concepto de forma que se renueva a cada instante. La forma
es el gesto político radical que configura el desafío. Para desafiar al
poder se requiere una forma. Una forma que, cuando la propia vida se
convierte en acto de sabotaje, estalla. Es así como el querer vivir pue-
de atravesar lo posible-imposible, y entrar en los resquicios de la rea-
lidad. La vida-con-forma es irreversible porque gira en torno a una
decisión. La decisión singulariza y, a la vez, constituye el desafío.

La exacerbación junto y frente al desafío. La vida-sin-forma jun-


to y frente a la vida-con-forma.

Bebe el fuego, y cuando la garganta abrasada te impida respirar,


sentirás cuál es el fondo de tu vida.

Por una vida política

Vivir. La exacerbación tiene que empujar el desafío, y el desafío a la


exacerbación.

Cuando la exacerbación de la vida alcanza a hacer del querer vi-


vir un desafío, cuando el desafío del querer vivir es tal que llega a
exacerbar la vida, entonces y sólo entonces, surge una vida política.

De la tierra de nadie que el odio abre, sólo salen palabras de lu-


cha. Amar, pensar y luchar. Una vida política es una vida transparen-
te que no tiene nada que ver con la opacidad artificiosa de una vida
privada. Una vida política está hecha de materiales sencillos. Consis-
te en amar, pensar y luchar. Nada más. Toda ella es lucha.

Una vida política puede ser totalmente solitaria. Una vida polí-
tica puede ser exclusivamente personal y, a pesar de ello, no ser una
vida privada.

En ocasiones, una vida política tiene amigos. Los amigos no son


aquellos que se confiesan intimidades sino aquellos que comparten el
El doble trenzado de la vida ________________________________________ 119

mismo fondo. El fondo constituido por este mutuo remitirse de la


exacerbación y el desafío.

El amigo no es alguien que sirve para ratificarte en lo que eres,


sino para empujarte más lejos.

Entre la exacerbación y el desafío no hay síntesis dialéctica po-


sible. La dialéctica no sirve para dar cuenta de una articulación que
tiene en ella misma la disyunción. La dialéctica se ofrece como solu-
ción y, en cambio, no debe existir solución.

El odio está detrás de la articulación, de la que el querer vivir se-


ría el punto ciego. Una articulación no pretende conciliar dos opues-
tos. Al contrario, mantiene su separación, sin que por ello se rompa
su unión. Pero no hay que creer que la articulación liga dos conteni-
dos que le preexisten. La articulación ni agrega ni adhiere, porque
mantiene en su centro una ambivalencia irreductible.

La exacerbación, que se prolonga en el amar y el pensar, requie-


re una vida-sin-forma que pueda abrirse al otro y al impensado, que
permite ser permanentemente atravesada. La vida-sin-forma es, en
definitiva, la verdad del que ama o piensa.

El desafío, que se prolonga en un gesto político radical, unilate-


ralización al segundo grado, exige una vida-con-forma que haga po-
sible el resistirse. En este caso la vida-con-forma no es propiamente
la verdad, sino que habita en ella. Las formulaciones de dicha verdad
son diversas: la apuesta prevaricante («resistirse sin esperar nada»)…

Siempre vuelve la misma cuestión: el querer vivir y el nihilismo.


El desafío domina y dirige el nihilismo desde fuera. La exacerbación
(amar y pensar) domina y dirige el nihilismo desde dentro.

Valiente es el que escoge el peligro al que se quiere enfrentar.

El Sí a la vida, la afirmación nietzscheana se nos aparece inge-


nua y apolítica. En lugar de la afirmación, la exacerbación y el desa-
fío, el pliegue y el desplazamiento de la línea del nihilismo.
120 ___________________________________________________ Amar y pensar

La distinción exacerbación y desafío permite abandonar el


concepto de inmanencia, aunque sin caer en ningún modo de tras-
cendencia. La exacerbación y el desafío articulan y canalizan el
nihilismo, por eso nombran las leyes de producción de la vida polí-
tica.

El mal no es simple privación, tiene plena positividad. Cuando


la exacerbación y el desafío se disocian, cuando no se alcanza la vida
política, entonces emerge y sale a la luz el fondo del que somos una
contracción. El fondo, se presenta como mal.

La articulación entre la exacerbación y el desafío es, en realidad,


una doble articulación. Como ya sabemos, la exacerbación se desdo-
bla en amar y pensar. El desafío, por su parte, se desdobla en estrate-
gia de objetivos y desocupación del orden. La estrategia de objetivos
efectúa la unilateralización en su aspecto destructivo, sobre todo
como interrupción de los flujos de poder, sentido y explotación. La
desocupación plasma la unilateralización en su aspecto constructivo,
como multiplicación de dimensiones de la realidad.

Existe un doble trenzado entre la exacerbación (amar y pensar)


y el desafío (destrucción y construcción). Este doble trenzado, sin
embargo, no es algo que va de suyo, muy al contrario, la tendencia
natural es a su disolución. No es suficiente que el odio libre a la vida
esté detrás de ambos polos, es necesario además que se alcen puentes
efectivos. Estos puentes, que funcionan como transformaciones, son
los siguientes:

Desde el polo exacerbación:

1) amar ÀÀÀæ amistad


2) pensar (= pensar contra el pensar) ÀÀÀæ pensar en situación.

Desde el polo desafío:

Destrucción/Construcción ÀÀÀæ radicalización (amar y pensar)

La vida-sin-forma y la vida-con-forma son inconmensurables.


El doble trenzado de la vida ________________________________________ 121

Pero pueden llegar a ser compatibles si se levantan estos puentes. Por


ejemplo: manteniendo unidos «pensar» y «pensar en situación». Lo
que ocurre es que esto no es en absoluto fácil. El pensar de la exacer-
bación es «pensar contra el pensar», desocupar el lugar de la enun-
ciación, abrirse al impensado… En cambio, el «pensar en situación»
inventa un nosotros que ocupa el lugar de la enunciación y procura
sostenerse sobre la ola del movimiento real. Y no digamos la dificul-
tad de aunar el amar —el amar que hace de la sociedad una ilusoria
mentira— y la resistencia al poder.

Toda vida política es una conquista precaria.

La politización de la existencia es la lucha por mantener unidos


la exacerbación y el desafío.

La exacerbación y el desafío constituyen el doble trenzado de la


vida. Vivir es trenzar infatigablemente esta cuerda. Cuerda con la que
podemos atacar el cielo. Cuerda con la que podemos colgarnos.

Ni Habermas ni Foucault. Frente a la ética del consenso y al arte


de vivir: la defensa de una vida política.

Hacer de la vida de uno mismo una obra de arte es un privilegio


que el hombre anónimo, es decir, cada uno de nosotros, no puede
darse.

Ciertamente, muchas veces, una vida política es una vida rota.


Unos estudiantes me dijeron que yo por lo menos podía tener una
vida rota, cuando ellos tan sólo podían aspirar a ser errores en el sis-
tema informático. Es verdad. En una vida rota aún hay demasiado es-
teticismo. Ningún espacio para una estética de la existencia. Una vida
política tiene que ser una vida llena de rabia.

«¡No hay nada que hacer!» es la exclamación de la impotencia


que permanece en el interior del posibilismo. Una vida política no
juega al posibilismo. Por esa razón el «¡No hay nada que hacer!» sig-
nifica, para ella, que todo está por hacer.
122 ___________________________________________________ Amar y pensar

En verdad sólo hay travesías del nihilismo. Cuando amamos y


pensamos. Cuando desafiamos al poder. No esperamos nada.

No sé cuánto tiempo me queda de vida. Ha empezado a oscure-


cer y siento cómo el calor del sol huye de mí. Pronto el sol quizá se
convierta en un recuerdo imaginado. He vivido una y mil vidas. He
recorrido infinitas veces el camino que no lleva a ninguna parte, y no
estoy apenas cansado. Estoy solo. Traspasé el espejo con mi mirada
y el instante cayó a mis pies herido de muerte. Lo cogí en mis manos y
de él brotaron nuevas hojas. Con ellas preparé un lecho en el que me
tendí. Hundido en él, sentí que era levantado hacia lo más alto, y des-
pués, lanzado nuevamente hacia abajo. Sobre la piel de mi cuerpo se
desliza aún este frescor que apaga una a una las gotas de mi sudor. He
reído tanto que no he podido conciliar el sueño. Me he acostumbrado
a permanecer bajo este cielo tan azul sin ansiar otra cosa que absor-
berlo todo él dentro de mí. He mirado cara a cara al sol, y él, después
de enrojecer, ha palidecido. He amado también. En ocasiones, sin em-
bargo, el recuerdo me ha traído una mueca de dolor. Y una nube. Y
también una sombra.

No sé cuánto tiempo me queda de vida todavía. En mi larga


errancia se confunden el dolor y la alegría. El barco que zarpa del
puerto dejando una estela de ilusiones, y el mismo barco cuando atra-
ca con sus recuerdos. La vida vivida hasta el final, con la tentación de
la muerte. El río que después de atravesar innumerables tierras tiene
un poco de todos, y el mar que siendo de nadie, en su incesante re-
plegarse lo atrae hacia él. He errado por los valles donde la hierba que
crece junto al agua se me ofrecía como refugio. Y allí tuve que aplas-
tar unas serpientes que se calentaban bajo el sol. Alcancé sin descan-
so alguno las cumbres más altas donde la nieve no perece. Y allí, en
el silencio, tuve que luchar contra un rayo que lo quería todo. Cuan-
do pongo pie en la cima, la cima se convierte en valle. Cuando des-
canso en el valle, el valle se hace escarpado e inaccesible como una
cima. He osado pasear por el filo de un cuchillo mientras la noche era
desgarrada por rayos que se deslizaban como serpientes. El fuego
donde me hundo no se apaga con agua. El odio del querer vivir. He
atado lo posible con lo imposible, y he tenido que cerrar los oídos a
sus terribles gritos de protesta. Aquí estoy desgarrado y roto, después
El doble trenzado de la vida ________________________________________ 123

de haber traspasado una infinidad de veces esa ventana con rejas. No


temo a nada. No sé si llegaremos a vencer. Pero sé por lo que hay que
luchar.

La vida es el campo de batalla.

Tenemos que reapropiarnos de nuestro odio a la vida.


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