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6 DINÁMICAS DE LO RURAL Y URBANO SOBRE ESTA ZONA

La ciudad de Pachuca tuvo un movimiento urbano muy peculiar desde sus orígenes.
Esta afirmación se hace al no compartir un pasado histórico agrícola como quizá
muchas de las ciudades más importantes del país.

La urbanización de Pachuca tiene sus orígenes en la época de la conquista; cuando los


españoles se dieron cuenta de que la región era rica en plata y comenzaron a explotar las
minas. Esto no quiere decir que los conquistadores hayan visto en esta zona un lugar
para pasar el resto de sus días; ya que los bienes obtenidos de las minas los llevaban a la
ciudad de México donde residían y en donde había “mayores posibilidades de servicios
e infraestructura” (Lorenzo Monterrubio, 1996: 8).

Así los primeros en poblar la ciudad y en verla como un asentamiento fueron los
indígenas provenientes de los cerros o, bien, de la República de indios, y al irse
incrementando la migración, los españoles tuvieron que asentarse también en Pachuca
(Tlahuelilpan en ese entonces) para no perder el control de su fuente de riqueza
argentífera. Es así, como la urbanización de la ciudad es más bien accidentada.

La alta demanda y la gran cantidad de plata que se extrajo de las minas pachuqueñas
colocaron en el mapa internacional a esta ciudad, ya que imperaba el sistema económico
del mercantilismo, lo que llamó la atención de los ingleses para invertir su capital y
hacerse ricos mediante la actividad minera. Esto provocó que la población creciera
aunque no aun ritmo muy acelerado, y entonces se catalogara a Pachuca primero como
“Real” y luego como ciudad.

Después, con la llegada de la industria, nuevas tecnologías y las nuevas oportunidades


de sobrevivir alrededor de la minería (comercio e industria doméstica), fueron
configurando no sólo la imagen de la zona, sino también a la sociedad.

Se puede decir, que Pachuca no ha creado la urbanidad que lo caracteriza, entendido


esto como la inexistente política de desarrollo interno que permitiría a la ciudad,
solventar las carencias de la misma; más bien esta ciudad se somete a las exigencias
económicas del mundo en general aunadas a los problemas sociales y políticos del país.
En primera instancia, los habitantes de Pachuca se agruparon en barrios típicos de las
regiones mineras en el Virreinato. Éstos se caracterizaban por “ocupar las partes altas de
los cerros que delimitan a la población, siguen los lineamientos tanto de los caprichos
topográficos como del factor cercanía al centro de producción. De las heridas abiertas
en la superficie terrestre manaron interminablemente las retorcidas calles, viviendas
apeñuzcadas y, en algunos ensanchamientos de callejones, el pequeño espacio para
altares y hornacinas populares, […] es decir servían como lugares de reproducción
social” (Íbid).

Lo anterior da cuenta que estos barrios eran de uso exclusivo de la clase popular o
trabajadora, y por situarse allí su vida “no laboral”, era propicio para las fiestas y
consagraciones a los “santos y santas”, pues no hay que olvidar que la religión era más
importante en esta sociedad, incluso que el gobierno.

Además, la ciudad tenía desde esa época una planicie árida dividida por el actual Río de
las Avenidas, la cual hubiera resultado más acorde para llevar a cabo un mejor
ordenamiento de la ciudad (Íbid), lo cual da cuenta que la agricultura no era una
actividad primordial, pues para aprovechar los recursos que ésta otorga, significaba para
los propietarios, el asentamiento en la zona y un trabajo y supervisión constante durante
el año. En cambio en la minería, podía extraerse en un día la ganancia que solventaría lo
de quizá medio año o más.

Sin embargo, la ciudad no observó cambios en su imagen, ni aún cuando Pedro Romero
de Terreros, obtuvo su fortuna en la veta “la Vizcaína” en el siglo XVIII. Tan sólo
destacaban los “necesarios” como la Parroquia de la Asunción, el convento de San
Francisco y el edificio de “las Cajas Reales”, además de una que otra plazuela que
servían como tianguis (Íbid).

Fue hasta el siglo XIX, en donde la ciudad mostró ya construcciones monumentales


para enaltecer la “paz y el progreso del porfiriato”.
Porfirio Díaz, en su afán por equiparar el progreso nacional con el occidental europeo,
impuso una política de magnanimidad de su gobierno a través de construcciones
notables que atrajeran el capital extranjero, al mismo tiempo que dieran identidad a la
nación festejando el centenario del inicio de la Independencia. (Lorenzo, 1996: 10 y
Florescano, 2005: 190).

Siguiendo esta ideología política, en Hidalgo, se construyeron escuelas a orillas de las


carreteras y caminos para impresionar a los turistas o visitantes extranjeros, se
construyó la fachada del panteón municipal y la torre del Reloj Monumental, sin duda,
la construcción que le da identidad a la ciudad. (Monografía estatal de Hidalgo, 1992:
166).

No obstante este hecho supone “una expresión más de las contradicciones y


desequilibrios sociales y económicos de la dictadura” (Lorenzo, 1996: 10), ya que tales
construcciones monumentales “están insertadas en el tejido urbano tradicional” (Ibíd.).

Aún en esta época, de acuerdo con el plano de propuesta de la nueva nomenclatura de la


ciudad del año 1900, del acervo histórico de la UAEH (Íbid), la ciudad está dividida en
cuatro cuadrantes en las cuáles se nota el trazo irregular de las calles; pero en el
cuadrante I (SW), de reciente creación, “presenta una retícula mucho más uniforme,
propia de un crecimiento planificado y condicionado por la racionalización de los
servicios públicos”. Además se presenta una combinación “muy acorde al espíritu de la
época (modernizar a la nación), donde se mezclan nombres geográficos de lugares
diversos (Eufrates, Edimburgo, Himalaya), seres de la mitología clásica (Héctor, Ícaro),
personajes históricos disímbolos (Jenofonte, Dante… sin faltar Hidalgo), fechas
históricas, recuerdos del mundo precortesiano (Chichimecas, Achichintla,
Agualmetzli)”. (Íbid: 14).
Estos últimos de raíz indígena, sobresalen porque si, bien, Porfirio Díaz quería darle a la
nación un aire europeo, también tenía que reafirmar la identidad de la patria mexicana
aludiendo al pasado “natural” de la nación, construyendo plazas, monumentos y
esculturas en honor a los indígenas en todo el país (Florescano, 2005: 191).

Otro hecho de importancia que cambió la cara urbana de Pachuca, fue la sustitución de
la plaza principal “Constitución”, por la de la Plaza Independencia, que albergaría al
Reloj Monumental en el proceso de embellecimiento y modernización para atraer
capitales extranjeros (Lorenzo, 1996: 10).
En cuanto a las viviendas de los habitantes, Antonio Lorenzo Monterrubio(1996)
manifiesta que al ser “fabricadas de los desechos fabriles de la industria extractiva”, le
otorgaron un toque pintoresco a la zona que le dio identidad1; contrario a lo que sucede
en la actualidad, ya que “la invasión de las técnicas y los materiales constructivos más
comerciales, atentan contra la fisonomía de la ciudad. El block y el concreto
uniformizan a todos los asentamientos de la República […] En Pachuca se ha querido
paliar esa grisura imperante mediante la incorporación de pintura en la fachada” (Íbid:
16).
No obstante lo que se debe notar las repercusiones de una industria argentífera desigual,
que obligó en un principio a los mineros a levantar sus asentamientos con materiales de
mala calidad, y que por la inercia industrial en la cual se iba adentrando México,
permitieron la entrada de materiales nuevos de construcción, representando una vez
más, la modernización del país llevada a cabo por Porfirio Díaz.

También Lorenzo Monterrubio afirma que “las construcciones son los símbolos del
poder ya sea político, económico o religioso”; y que las de Pachuca, exceptuando la del
convento de San Francisco, no presentan un partido arquitectónico ambicioso o
complejo (Íbid: 17); lo que podría traducirse en el desinterés heredado de las élites en
desarrollar la zona, y en cambio, aprovechaban los recursos naturales y humanos para
acrecentar sus capitales, construyendo únicamente lo necesario para establecer un orden
y control que legalizaran sus acciones e inversiones; como el edificio de “las Cajas”, la
parroquia de la “Asunción”, el actual jardín de la Constitución”, etc.

Respecto al crecimiento de la ciudad que se extiende en el sur, responde al “trazo


regulado, característico de los conglomerados industriales, que responde a la
especulación inmobiliaria y a la economía de la infraestructura urbana (Íbid: 20); la cual
provoca que al contrario de los barrios altos, se pierda identidad a causa de la
homogeneidad de los conjuntos de interés social, que muchas veces más bien funcionan
como casa-dormitorio, un fenómeno muy común en las áreas metropolitanas.

El crecimiento poblacional de la región se debe principalmente a la migración de


personas provenientes de la Zona Metropolitana del Estado de México y el Distrito
Federal (ZMEMDF). (Vargas y Gutiérrez, 2005).
1
La prueba de esto está en el significado de Pachuca que quiere decir “lugar estrecho”.
Este fenómeno está relacionado con la necesidad de los habitantes de la zona
Metropolitana, por encontrar nuevas alternativas de vivienda, ya que hay quienes son
desplazados por la constante crecimiento poblacional, a causa de que siguen llegando
personas de otros estados en busca de oportunidades de trabajo, y que no sólo es en la
capital del país en donde se instalan, sino también dentro de la llamada “megalópolis”;
región comprendida por la ZMEMDF y la ciudad de Tizayuca, Hgo., localizada a 45
minutos o menos aproximadamente de Pachuca.

En ese contexto, entre los cambios más importantes que ocurrieron en la distribución
regional de las actividades económicas en México, entre 1970 y 1980 (fenómeno que
seguiría en vigencia hasta el año 2000), sobresalieron el desplazamiento de la capacidad
productiva del Distrito Federal hacia su región periférica inmediata. (Palacios, J. José,
1988).

“El crecimiento urbano de Pachuca ha sido marcado durante las tres últimas décadas.
Para 1970 la región Pachuca-Tizayuca contaba con seis localidades urbanas: Pachuca de
Soto, Mineral del Monte (antes Real del Monte), Tizayuca, San Agustín Tlaxiaca,
Tolcayuca y Villa de Tezontepec.

En 1990, las localidades se habían incrementado a trece, y ya para el año 2000 a


diecisiete, conformando también la zona Mineral de la reforma, Zapotlán, Acayuca,
Zempoala, singuilucan, Puchuquilla, Huitzila, Tepojaco, Felipe Ángeles, Nopancalco y
Epazoyucan” (Vargas y Gutiérrez., 2005).

Todas estas localidades, junto con Pachuca forman un solo centro de población, a pesar
de irse integrando poco a poco, y no sería una sorpresa que en el futro sean más las que
formen parte de dicho centro, pues la Ley General de Asentamientos Urbanos de 1993,
define a los centros de población como: “...las áreas constituidas por las zonas
urbanizadas, las que se reserven a su expansión y las que se consideren no urbanizables
por causas de preservación ecológica, prevención de riesgos y mantenimiento de
actividades productivas dentro de los límites de dichos centros; así como las que por
resolución de la autoridad competente se provean para la fundación de los mismos”
(Secretaría de Desarrollo Social., Ley General de asentamientos Humanos 1993).
Este crecimiento se debió al surgimiento de industrias no mineras, el aumento del
comercio, el incremento del aparato burocrático y a la elevación de la población
estudiantil en diversos planteles de educación superior y media superior.

Es así como se observa un crecimiento de la mancha urbana, primordialmente de la


ciudad de Pachuca hacia el sur, en dirección al Distrito Federal, ciudades que quedan
conectadas por el proceso de urbanización.

El proceso de urbanización se ilustra en la transición de sociedades de tipo industrial y


se manifiesta, sobre todo, en procesos de concentración y expansión de su espacio
construido. Posteriormente, estos procesos llevarán a las ciudades a su conurbación con
otras áreas urbanas y a otros cambios más complejos (Consejo Nacional de Población,
Evolución de las ciudades de México 1900-1990, México, 1994).

A finales de los sesentas, Pachuca experimentó la creación de colonias,


fraccionamientos o unidades habitacionales, que se han instalado a los alrededores de la
ciudad, ocasionando por tanto, su crecimiento.

A pesar de que en las últimas tres décadas se observa el predominio de la población


urbana en la región, la mayoría de las localidades urbanas apenas están en proceso de
transición de lo rural a lo urbano, ya que son localidades con menos de 15,000
habitantes, y únicamente tres localidades superan esta cifra; Pachuca de Soto (231,797),
Tizayuca (33,182) y Pachuca del Mineral de la Reforma (29,797). Pachuca y Pachuca
de Soto presentan el fenómeno de conurbación y conforman la Zona Metropolitana de
Pachuca (Vargas y Gutiérrez, 2005).

Respecto a las localidades rurales de la región, en 1970 existían 213 localidades que
representaban el 39.7% de la población de la región, en 1990 éstas se habían
incrementado a 289 y albergaban el 23.6% de la población regional, en diez años el
numero de localidades rurales se incremento a 481, concentrando solo 20.7% de la
población regional (Íbid).
En este periodo, debe destacarse el notable incremento de localidades rurales, en 1970
se registraron 40 localidades con menos de 50 habitantes, en 1990 se contabilizaron 80
y para el año 2000 alcanzaron un total de 262. Tal como puede observarse, en la región
se ha dado al mismo tiempo un proceso de urbanización con una dispersión
considerable de la población en pequeñas localidades de tipo rural; pero el fenómeno
anterior no es privativo de la región, pues esta tendencia se observa en el ámbito estatal
y nacional (INEGI, 2000).

A pesar de que en los últimos años se ha incrementado el proceso de urbanización en la


región, al mismo tiempo se observa que el ritmo de urbanización se ha desacelerado (es
la diferencia entre la tasa de crecimiento de la población urbana y la tasa de crecimiento
de la población rural). En el periodo de 1970 a 1990 la tasa de crecimiento urbana y
rural fue de 4.5% y 0.6%, respectivamente, por lo tanto, el ritmo de urbanización fue de
3.8%. Sin embargo, este ritmo disminuyó a 1.7% en el decenio de 1990 al 2000, debido
a que la tasa de crecimiento de la población rural registro 1.8%. (Vargas y Gutiérrez,
2005).

Esto se explica porque por ser uno de los procesos de las sociedades industriales que
describe Lucas Marín, y se refiere al “Proceso de urbanización”: “Aquí es cuando hay
un trasvase de población activa de agricultura a la industria y servicios, éxodo rural y
flujos migratorios desde el campo y pueblos pequeños a las grandes urbes industriales.”

Su desarrollo ha llegado a tal punto, que grandes campos de cultivo de cebada


principalmente, tuvieron que ser eliminados, para la construcción de fraccionamientos y
colonias habitacionales.

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