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La ciudad de Pachuca tuvo un movimiento urbano muy peculiar desde sus orígenes.
Esta afirmación se hace al no compartir un pasado histórico agrícola como quizá
muchas de las ciudades más importantes del país.
Así los primeros en poblar la ciudad y en verla como un asentamiento fueron los
indígenas provenientes de los cerros o, bien, de la República de indios, y al irse
incrementando la migración, los españoles tuvieron que asentarse también en Pachuca
(Tlahuelilpan en ese entonces) para no perder el control de su fuente de riqueza
argentífera. Es así, como la urbanización de la ciudad es más bien accidentada.
La alta demanda y la gran cantidad de plata que se extrajo de las minas pachuqueñas
colocaron en el mapa internacional a esta ciudad, ya que imperaba el sistema económico
del mercantilismo, lo que llamó la atención de los ingleses para invertir su capital y
hacerse ricos mediante la actividad minera. Esto provocó que la población creciera
aunque no aun ritmo muy acelerado, y entonces se catalogara a Pachuca primero como
“Real” y luego como ciudad.
Lo anterior da cuenta que estos barrios eran de uso exclusivo de la clase popular o
trabajadora, y por situarse allí su vida “no laboral”, era propicio para las fiestas y
consagraciones a los “santos y santas”, pues no hay que olvidar que la religión era más
importante en esta sociedad, incluso que el gobierno.
Además, la ciudad tenía desde esa época una planicie árida dividida por el actual Río de
las Avenidas, la cual hubiera resultado más acorde para llevar a cabo un mejor
ordenamiento de la ciudad (Íbid), lo cual da cuenta que la agricultura no era una
actividad primordial, pues para aprovechar los recursos que ésta otorga, significaba para
los propietarios, el asentamiento en la zona y un trabajo y supervisión constante durante
el año. En cambio en la minería, podía extraerse en un día la ganancia que solventaría lo
de quizá medio año o más.
Sin embargo, la ciudad no observó cambios en su imagen, ni aún cuando Pedro Romero
de Terreros, obtuvo su fortuna en la veta “la Vizcaína” en el siglo XVIII. Tan sólo
destacaban los “necesarios” como la Parroquia de la Asunción, el convento de San
Francisco y el edificio de “las Cajas Reales”, además de una que otra plazuela que
servían como tianguis (Íbid).
Otro hecho de importancia que cambió la cara urbana de Pachuca, fue la sustitución de
la plaza principal “Constitución”, por la de la Plaza Independencia, que albergaría al
Reloj Monumental en el proceso de embellecimiento y modernización para atraer
capitales extranjeros (Lorenzo, 1996: 10).
En cuanto a las viviendas de los habitantes, Antonio Lorenzo Monterrubio(1996)
manifiesta que al ser “fabricadas de los desechos fabriles de la industria extractiva”, le
otorgaron un toque pintoresco a la zona que le dio identidad1; contrario a lo que sucede
en la actualidad, ya que “la invasión de las técnicas y los materiales constructivos más
comerciales, atentan contra la fisonomía de la ciudad. El block y el concreto
uniformizan a todos los asentamientos de la República […] En Pachuca se ha querido
paliar esa grisura imperante mediante la incorporación de pintura en la fachada” (Íbid:
16).
No obstante lo que se debe notar las repercusiones de una industria argentífera desigual,
que obligó en un principio a los mineros a levantar sus asentamientos con materiales de
mala calidad, y que por la inercia industrial en la cual se iba adentrando México,
permitieron la entrada de materiales nuevos de construcción, representando una vez
más, la modernización del país llevada a cabo por Porfirio Díaz.
También Lorenzo Monterrubio afirma que “las construcciones son los símbolos del
poder ya sea político, económico o religioso”; y que las de Pachuca, exceptuando la del
convento de San Francisco, no presentan un partido arquitectónico ambicioso o
complejo (Íbid: 17); lo que podría traducirse en el desinterés heredado de las élites en
desarrollar la zona, y en cambio, aprovechaban los recursos naturales y humanos para
acrecentar sus capitales, construyendo únicamente lo necesario para establecer un orden
y control que legalizaran sus acciones e inversiones; como el edificio de “las Cajas”, la
parroquia de la “Asunción”, el actual jardín de la Constitución”, etc.
En ese contexto, entre los cambios más importantes que ocurrieron en la distribución
regional de las actividades económicas en México, entre 1970 y 1980 (fenómeno que
seguiría en vigencia hasta el año 2000), sobresalieron el desplazamiento de la capacidad
productiva del Distrito Federal hacia su región periférica inmediata. (Palacios, J. José,
1988).
“El crecimiento urbano de Pachuca ha sido marcado durante las tres últimas décadas.
Para 1970 la región Pachuca-Tizayuca contaba con seis localidades urbanas: Pachuca de
Soto, Mineral del Monte (antes Real del Monte), Tizayuca, San Agustín Tlaxiaca,
Tolcayuca y Villa de Tezontepec.
Todas estas localidades, junto con Pachuca forman un solo centro de población, a pesar
de irse integrando poco a poco, y no sería una sorpresa que en el futro sean más las que
formen parte de dicho centro, pues la Ley General de Asentamientos Urbanos de 1993,
define a los centros de población como: “...las áreas constituidas por las zonas
urbanizadas, las que se reserven a su expansión y las que se consideren no urbanizables
por causas de preservación ecológica, prevención de riesgos y mantenimiento de
actividades productivas dentro de los límites de dichos centros; así como las que por
resolución de la autoridad competente se provean para la fundación de los mismos”
(Secretaría de Desarrollo Social., Ley General de asentamientos Humanos 1993).
Este crecimiento se debió al surgimiento de industrias no mineras, el aumento del
comercio, el incremento del aparato burocrático y a la elevación de la población
estudiantil en diversos planteles de educación superior y media superior.
Respecto a las localidades rurales de la región, en 1970 existían 213 localidades que
representaban el 39.7% de la población de la región, en 1990 éstas se habían
incrementado a 289 y albergaban el 23.6% de la población regional, en diez años el
numero de localidades rurales se incremento a 481, concentrando solo 20.7% de la
población regional (Íbid).
En este periodo, debe destacarse el notable incremento de localidades rurales, en 1970
se registraron 40 localidades con menos de 50 habitantes, en 1990 se contabilizaron 80
y para el año 2000 alcanzaron un total de 262. Tal como puede observarse, en la región
se ha dado al mismo tiempo un proceso de urbanización con una dispersión
considerable de la población en pequeñas localidades de tipo rural; pero el fenómeno
anterior no es privativo de la región, pues esta tendencia se observa en el ámbito estatal
y nacional (INEGI, 2000).
Esto se explica porque por ser uno de los procesos de las sociedades industriales que
describe Lucas Marín, y se refiere al “Proceso de urbanización”: “Aquí es cuando hay
un trasvase de población activa de agricultura a la industria y servicios, éxodo rural y
flujos migratorios desde el campo y pueblos pequeños a las grandes urbes industriales.”