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Hoy en día la ciencia ficción está presente en otras formas de expresión donde ha
encontrado un mayor nivel de popularidad, como el cine y la televisión. Sin
embargo, fue en la literatura, a través del cuento corto y la novela, que este género
marcó más de un precedente durante el siglo XX.
Es la posibilidad del conejo que habla con el ser humano, y comparten aventuras y
reflexiones, toman tragos juntos, y construyen casas y edificaciones, por ejemplo.
Por su parte, en la literatura de ciencia-ficción, y en su linde con lo fantástico, pero
con un enfoque diferente; aparecen los viajes a la luna, la presencia de lo selenitas,
los animales que son propios de la luna y que hablan, entre otros.
Cabe resaltar que el primer texto de ciencia ficción, mal llamado así por lo demás,
fue La historia verdadera de Luciano de Samósata. Este escritor griego del segundo
siglo después de Cristo, narra la historia de dos marinos que después de navegar
ochenta días llegan a una isla que señala los límites de los viajes de Hércules y
Dionisio. Un torbellino los arrastra hasta la Luna, donde encuentran animales muy
parecidos a buitres, caballos, arañas más grandes que una isla y jinetes que
cabalgan en pulgas. Los hombres se casan con hombres, y los selenitas mantienen
una batalla con los habitantes del Sol por el planeta Venus. El cielo se tiñó de rojo y
los aventureros volvieron a la Tierra, luego son tragados por una serpiente marina
para ser llevados a una isla subterránea donde se encuentran con las almas de los
filósofos y los héroes. La historia termina y promete una continuación que no se
conoce.
Tema
Incluso si se tratase de una narración que ocurre fuera de nuestro planeta o en otro
plano temporal, existen ciertas leyes que deben poder aplicarse y sustentarse para
brindar un mayor nivel de verosimilitud en la narración, brindando mayores
emociones al lector.
Todo cuento de ciencia ficción que quiera exponer un universo novedoso, cuyas
características no se encuentran aún en otros relatos del género, debe estar
capacitado para hacer investigaciones previas, que le permitan sumar ciertos
fenómenos a su narración.
Ya queda de parte del autor brindarle el nombre y la forma que desee, pero al
menos parte de un principio, aunque no sea conocido, puede ser posible.
Escritores
5. J. G. BALLARD
4. FRANK HERBERT
Dune, cuya primera parte se publicó en 1966, es una de las sagas de ciencia ficción
más populares de la historia. Su autor, Frank Hebert, desarrolló dentro del género
el tema de la ecología.
3. URSULA K. LE GUIN
1 H. G. WELLS
El autor británico del siglo XIX e inicios del XX sentó las bases de la ciencia ficción
en novelas como La máquina del tiempo (1895), El hombre invisible (1897) y La
guerra de los mundos (1898).
LA MÁQUINA DEL TIEMPO, H. G.
WELLS: ¿HITO DE LA CIENCIA-
FICCIÓN O PROFECÍA SOCIAL?
Wells reconocía en ese prólogo que una parte del texto, compuesto por 16
capítulos y un epílogo, ya la había utilizado en un artículo publicado en 1893 en
el Henley’s National Observer, aunque entonces no había recibido la atención
que a él le hubiera gustado. En el libro se incluye esa parte como la explicación
que el protagonista de la trama ofrece en su casa a algunos invitados para
referirles lo que él entendía como las bases científicas de los viajes en el tiempo.
La parte segunda, que incluye ese aspecto más sociológico y político, además de
la aventura del héroe de la novela, cuyo nombre nunca sabremos y al que Wells
se refiere sólo como “el viajero a través del tiempo” o el crononauta, “fue la que
se escribió tan precipitadamente en Sevenoaks en 1894”, según contaba con
sorna el autor. Así, añadía, “de una raíz muy profunda brota una historia muy
deshilachada”, inspirada “por las discusiones entre los estudiantes de los
laboratorios y por los debates sostenidos en el Real Colegio de Ciencias en el
Siglo XIX”, en el que Wells había trabajado como profesor.
Esta idea considera al tiempo como una cuarta dimensión que complementa las
tres dimensiones espaciales conocidas. La única diferencia entre la dimensión
tiempo y el resto, tal y como explican el crononauta y el propio Wells en ese
prólogo, “consiste en el movimiento de la conciencia a lo largo de él, que es lo
que constituye el progreso o avance del presente”.
En La máquina del tiempo, Herbert George Wells evita abordar cualquier tipo de
paradoja espacio-temporal que, según la teoría, se presentaría en semejante viaje.
Tal evasión no socava la calidad literaria del libro, sino más bien todo lo
contrario. “Somos incapaces de visualizar una cuarta dimensión, porque requiere
de un salto de la lógica que nuestro cerebro sencillamente no
comprende”, explica el físico Michio Kaku. En este sentido, Wells, que no habla
de agujeros de gusano, saltos en universos multidimensionales, etcétera, da por
sentada la manipulación del tejido espacio-temporal y, sin describir tampoco el
funcionamiento de su máquina, avanza hacia el meollo de la novela, situado en la
escalofriante fecha del año 802.701 de “nuestra era”. Del viaje en sí, además de
narrar someramente los cambios en la naturaleza y la ciudad que percibe sentado
en su artilugio viajero (que tampoco se mueve de donde se encuentra desde un
principio), se limita a indicar que “resulta imposible describir lo que se siente al
viajar en el tiempo. Es demasiado desagradable. Como si uno viajara por un
camino lleno de subidas y bajadas, o como si la cabeza se bamboleara contra
nuestra voluntad”.
En ese remoto futuro, el viajero del tiempo encuentra un mundo muy diferente a
la Inglaterra victoriana de la que partió. Encuentra allí dos razas humanas, los
dulces, bellos e inocentes “elóis”, que viven en la superficie con la única
dedicación de comer frutas y dormir, y los ávidos y astutos “morlocks”,
habitantes del subsuelo, con un aspecto y unos hábitos muy inquietantes. La
relación entre ambas poblaciones, evolucionadas por diferentes sendas del
original ser humano, no esconde cierta morbosidad y augura los peores presagios
sobre el destino que aguardaría a nuestra especie.