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Breve contrahistoria

de la democracia
FRANCISCO SERRATOS
Reallocating property
We engender transformation
We’re not concerned with poverty
Just the rebirth of a nation
No time for hesitation
Not even on occasion

This will be our legacy:


A vengeful population
It’s part of our conspiracy
And our motivation
And who needs integration
When we’ve got isolation?
It’s the rebirth of a nation
The rebirth of a nation

We don’t mind democracy


We have our ways around it
This new improved hypocrisy
Will help us to impound it
An old school education
Will show this generation

The Radio Dept.


“The New Improved Hypocrisy”
Prefaci o

Mi primer (des)encuentro con la democracia fue


en el año de 1988. Yo tenía seis años de edad.
Recuerdo que mi abuela, quien me crió durante
toda mi infancia, me llevó a las casillas de vo-
tación instaladas en la escuela donde yo asistía,
en un poblado a la orilla de la carretera hacia
Sayula, al sur de Veracruz, pegado a la frontera con
Oaxaca. Mi abuela me metió en el baño a las seis
de la mañana y tuve que soportar el frío tropi-
cal. Mientras tallaba mi cuerpo con un estropajo
de maíz seco que me enrojecía la piel, me dijo:
«Vamos a votar». Yo no sabía de qué hablaba,
pero me sonó a una buena oportunidad para ver
a mis amigos de la escuela que seguro estarían
ahí acompañando a sus papás.

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Caminamos la poca distancia hacia la escuela
primaria, arreglados y bien desayunados, ya que
íbamos a estar todo el día ahí. Mi abuela, que se
había graduado de la primaria el año anterior,
fue designada como funcionaria de casilla y esta-
ba nerviosa porque era la primera vez que debía
demostrar sus conocimientos en público.
Como había predicho, varios compañeros del
salón de clase estaban ahí y jugamos todo el día
a las canicas, a los encantados, a las escondidas y
a trepar naranjos para arrancar sus frutos. La di-
versión acabó entrada la tarde, cuando los niños
fueron llamados por sus madres para cenar; los
envidié: tenía hambre y mi abuela, lejos de termi-
nar con sus deberes cívicos, estaba enredada en
una conversación con los demás funcionarios de
casilla. En silencio, me dediqué a vagar por los
patios y salones vacíos de la escuela. Cuando me
cansé, decidí ir al salón donde estaba mi abuela.
Adentro, había adultos solamente y tenían la
misma cara de enfado y fatiga que yo. Todos
querían largarse a casa y descansar el cuerpo an-
tes de la llegada del lunes.
Me senté en una silla junto a mi abuela y, an-
tes de notarlo, me quedé dormido. Me despertó el
griterío de un remolino de gente dentro del salón.

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Unos hombres vestidos de rojo y blanco amedren-
taban a mi abuela, encargada de llevar a cabo el
conteo de votos, con palabras cuyo significado
no comprendía del todo, pero supuse que eran
malas. Ella, entre nerviosa y con las manos tem-
blorosas, sacaba los votos de las cajas; murmu-
raba los números, como queriendo silenciar su
ignorancia, haciendo un esfuerzo por recordar
cuál número seguía después del otro. Yo había
estudiado con ella, le había enseñado las vocales
y sabía que era capaz de contar hasta el cien, no
más. ¿Qué pasaría cuando llegara a ese número?
Jalé el vestido frondoso de mi abuela y le pedí
que nos fuéramos porque ya estaba aburrido. Ella
me dio un manotazo en un brazo y me dijo
que me sentara. Los hombres la presionaban,
parecían más desesperados que yo por terminar
el conteo. Hasta que mi abuela llegó al cien. Re-
cuerdo sus ojos cuando los levantó y miró a esos
hombres: derrotados y azorados. Ellos se ofre-
cieron a ayudarla con el conteo y le dijeron que
no había problema, si quería irse a descansar y
ponerme en la cama podía hacerlo sin ningún
resquemor. Ellos terminarían el conteo y se
encargarían de hacer el resto. Mi abuela dijo
que al menos debía limpiar el salón y recoger

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el material restante, pues había sido incapaz de
cumplir con su deber. Ellos insistieron, esta vez
más agresivos, en que nos fuéramos. No querían
a una pinche vieja ignorante a cargo de una
tarea con tanto valor cívico. Antes de retirar-
nos, mi abuela firmó unos documentos con su
mano insegura.
De camino a casa, en medio de una oscuridad
llena del ruido de pájaros y bichos que se metían
en el follaje de los árboles, mi abuela me dio la
lección de mi vida: «En la política los jodidos no
cabemos». No sabía de qué hablaba. Poco después,
supe que ese año se había cometido el fraude
electoral más grande de la historia del México
moderno. Aprendí que en el pueblo donde viví
los primeros años de mi vida el 80% de los po-
bladores eran analfabetos. Aprendí que en la de-
mocracia los jodidos no caben.
Esta simple anécdota, me parece, condensa
la experiencia de los que han querido acer-
carse a la política, sobre todo en un país como
México. Un desaliento: no importa quién gane
las elecciones, siempre pierden los mismos. En
mis poco más de 30 años de vida, los fraudes, la
compra de votos, la extorsión, la manipulación
ideológica, el autoritarismo, la represión, el

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abuso policial y el partidismo son algunas de las
múltiples caras de la única democracia que he
conocido. Es un sistema que me precede y me ex-
cede: ha existido antes que yo y al parecer, como
van las cosas, seguirá siendo así dentro de los
próximos 30 años, cuando tal vez ya esté muerto.
Enrique Krauze —un celebrado intelectual
mexicano— gusta decir en sus columnas de opi-
nión publicadas en periódicos nacionales que los
jóvenes que cuestionamos el remedo de régimen
democrático que tenemos hoy en día no enten-
demos la política. Antes los presidentes se im-
ponían o derrocaban con las armas, mientras
que ahora lo hacen con los votos. Después de
la supuesta caída de los metarrelatos y de los go-
biernos fascistas fundados en el marxismo —¿no
han sido acaso más cruentos, sin menoscabar el
horror de primeros, los del liberalismo y neo-
liberalismo?—, hemos heredado el mejor de los
mundos posibles: la democracia como forma
de superar todas las fallas políticas del siglo xx.
Pero, en realidad, de verdad, ¿hemos progresado?
Este libro en cierta manera es la exploración
de la decepción que aprendí con mi abuela, la
cual no pretendo resolver porque el mero inten-
to es una tarea que rebasa el propósito de este

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ensayo. Partiendo de este desconocimiento, me
interesa generar una contrapropuesta, un sinsen-
tido de la democracia en tres de sus momentos
más importantes: la Atenas clásica en los siglos iv
y v a.c., el surgimiento de la democracia liberal
y representativa durante los siglos xviii y xix, y
por último el sistema democrático de los últi-
mos cuarenta años en el Occidente. No tomo
el concepto de democracia como algo unívoco,
porque no hay un solo tipo; hay republicana,
socialista, directa, representativa, deliberativa,
liberal, radical, etc., y cada una tiene característi-
cas singulares que se contraponen a otra. Decidí
abordar estos tres estadios porque son los que en
cierta medida han moldeado el sistema que se
vive hoy en día. Intento hacer una arqueología
del presente escarbando en el pasado. Esto no
quiere decir que el lector tenga en sus manos un
ensayo histórico exhaustivo, porque tomo la his-
toria como un argumento y no como un fin para
describir la democracia en aquellos tres periodos.
Me explico: interesan más las ideas y relaciones
en que las estaba fundada la práctica de la de-
mocracia que su cronología. De esta manera, en
los tres capítulos que conforman este libro hablo

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de las relaciones de la democracia con la esclavi-
tud, la discriminación, la desigualdad, el racismo,
la guerra y el neoliberalismo.
Esos lados oscuros que pocos intelectuales
atienden tanto en la esfera pública como en sus
columnas de opinión a la hora de hablar del ré-
gimen político en el que vivimos, creo que ayu-
dan a comprender por qué, después de tantos
siglos, de revoluciones y de experimentos socia-
les y políticos, la democracia, a pesar de basarse
en un gobierno de la mayoría, no funciona para
ésta. Incluso en países en los que, durante los úl-
timos 50 años, ha sido un régimen constante, la
mayoría de la población siempre sufre las reper-
cusiones económicas y políticas más severas. Si
partimos de esa verdad en tanto aceptada como
común, ¿por qué se sigue defendiendo la democra-
cia? No importa desde cuál perspectiva se intente
aplicar, desde el liberalismo hasta el socialismo, la
democracia ha demostrado ser tan ineficaz, y
en algunos casos peor, que cualquier otra forma
de sistema político. Hemos llegado a un callejón
sin salida y olvidado el camino de regreso. Este
ensayo, en lugar de conducirnos más adentro
de ese callejón hacia una posible luz o salida al

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paraíso, es un esfuerzo por ir hacia atrás y así, tal
vez, ayudarnos a entender por qué la democracia
parece haber condenado a sus practicantes a una
vida en un mundo cada vez más desigual, empo-
brecido, explotado y contaminado.

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ÍND IC E

5 Prefacio

13 El mito de la democracia

45 La libertad es esclavitud

77 It's Politics, Stupid!

103 ¿Qué nos queda?

111 Nota aclaratoria

113 Bibliografía

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