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Sica Las sociedades indígenas del Tucumán colonial

Con los inicios de la conquista española, el Tucumán resignificó su situación de “frontera”,


debido a su posición marginal, en relación con los Andes centrales, y lo tardío de conquista,
por ello, la implantación del sistema colonial en la región se caracterizó por el fuerte
protagonismo de los intereses privados debido a las complicaciones para consolidar el dominio
efectivo sobre grupos indígenas rebeldes o de difícil sujeción. En el largo plazo los efectos de la
dominación colonial fueron devastadores provocando la imposibilidad de la perduración de las
sociedades indígenas en el Tucumán colonial debido al traumatismo combinado de la
conquista, la explotación y los desarraigos. Para ella, el destino final de los indígenas del
Tucumán era la inexorable pérdida cultural y el rápido mestizaje desde el siglo XVII. La invasión
europea supuso una brutal alteración del status político, social, económico, religioso y fiscal de
los antiguos habitantes convertidos en “indios” coloniales. Dentro de la sociedad indígena
existió también una marcada diferencia en la respuesta que cada grupo asumió frente a la
conquista europea, mientras algunos fueron sometidos rápidamente en las últimas décadas
del Siglo XVI, otros resistieron creando dos fronteras de guerras. Los valles Calchaquíes y del
Chaco fueron, aunque con características muy diferentes, un obstáculo para la ocupación
definitiva del territorio. La conquista general del Tucumán tuvo distintos momentos y varias
etapas. Una primera que se abre con las primeras entradas al territorio y se relacionaba con la
“descarga de la tierra” a causa de las guerras civiles en los Andes centrales. Entre 1550 y los
fines de la década del 90, con muchas dificultades se fueron fundando una serie de ciudades:
Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán, Córdoba de la Nueva Andalucía, San Felipe de
Lerma en el Valle de Salta, Todos los Santos de la Nueva Rioja, San Salvador de Jujuy,
quedando en el camino muchas fundaciones frustradas. Desde las primeras entradas
europeas, los valles Calchaquíes se constituyeron en una verdadera zona de frontera, fuera del
dominio de los españoles y controlada por las sociedades indígenas. La larga resistencia de los
valles Calchaquíes durante gran parte del siglo XVII, atentaba contra la necesidad y deseo de
gobernadores y virreyes de conseguir el dominio definitivo del territorio y acabar con la
situación de guerra. Los valles Calchaquíes tras las guerras fueron repoblados, desde finales del
siglo XVII. En muchos casos, y por la necesidad de mano de obra, lentamente los antiguos
pobladores del Valle fueron volviendo a sus tierras de origen. Desde los primeros años, la
encomienda articuló la relación entre españoles e indígenas. En un principio fue el incentivo
para la participación en las empresas militares, y posteriormente se convirtió en la más
importante fuente de provisión de mano de obra para poner en marcha diferentes empresas
económicas por parte los conquistadores. El tributo requerido a las comunidades fue uno de
los mecanismos centrales para la extracción de excedente organizado, desde los primeros
tiempos, sobre la base de la encomienda y el servicio personal. Otra de las políticas aplicadas,
desde la conquista, consistió en obligar a la población prehispánica –que ya había perdido la
posesión de sus antiguos territorios- a instalarse en pueblos, que copiaban el patrón
arquitectónico y las instituciones españoles. La creación de estos pueblos obedeció a
diferentes motivos: la articulación económica, la catequización, la separación estamental entre
indios y blancos y el control fiscal y de la mano de obra. Este proceso, visto desde el lado
indígena, constituía una de las más substanciales transformaciones. El masivo proceso de
urbanización forzada fue impuesto, en los Andes centrales, por el Virrey Toledo y dio origen a
una serie de pueblos organizados por las autoridades y conocidas como las “reducciones
toledanas”. En la gobernación de Tucumán, la práctica era que las fundaciones se concretaran
como iniciativa de los encomenderos con escasa injerencia estatal.

Durante el Siglo XVIII, algunos pueblos de indios se desarticularon y agonizaron mientras


otros pervivieron con mayor vitalidad. Los diferentes estudios muestran que la existencia de
estrategias comunitarias, autoridades y la posesión de tierras los situaba en las mejores
condiciones para su conservación. Entre los que fueron desapareciendo encontramos aquellos
en los que su población fue dispersándose cuando una buena parte de los tributarios dejó de
estar sujetos al régimen de encomiendas. Otros se desarticularon por la pérdida de sus tierras
o de sus habitantes, presionados muchas veces por las propiedades privadas colindantes, o la
apetencia de diferentes grupos sobre sus recursos. También estuvieron los que se fusionaron
por el poco caudal demográfico o por la imposición e intereses de encomenderos o
autoridades. ¿Quiénes eran los llamados “indios libres”? Según Boixadós y Farberman
procedían de familias e individuos migrantes que habían olvidado tanto su origen como su
pertenencia a la casta tributaria. Para ellos, la contracara de no pagar tributo era la pérdida del
acceso a tierras y aguadas que los pueblos de indios podían garantizar a sus miembros. Con los
inicios del Siglo XIX, el complejo derrotero de los pueblos de indios del Tucumán y sus tierras
ingreso en su etapa final. La disolución de los pueblos como entidades y la desamortización de
las tierras comunales fue un largo proceso que, en algunas regiones, abarco casi todo el siglo.

La asamblea del año XIII suprimió la encomienda, el servicio personal, la mita y el tributo
proclamando, al menos en un plano teórico, la transformación de los antiguos tributarios en
ciudadanos libres. Sin embargo, en el contexto de guerras e inestabilidad no se plantearon
políticas generales que comprendieran a la población indígena en su conjunto. Los nuevos
Estados provinciales del noroeste, surgidos de las antiguas jurisdicciones coloniales, debieron
discutir e implantar diferentes políticas y medidas frente a lo que se suponía el “problema” de
la propiedad comunal indígena. Las disposiciones legislativas y los procedimientos que se
ensayaron estuvieron en relación tanto con las realidades específicas de cada provincia, la
cantidad de tierras y población indígena como también la necesidad de recursos para sostener
las nuevas provincias. En el nuevo contexto político que inauguraron los procesos de
emancipación, la asamblea del año XIII suprimió la encomienda, el servicio personal, la mita y
el tributo proclamando, al menos en un plano teórico, la transformación de los antiguos
tributarios en ciudadanos libres. Sin embargo, en la situación de guerras e inestabilidad no se
plantearon políticas generales que comprendieran a la población indígena en su conjunto. Los
nuevos Estados provinciales del noroeste, surgido de las antiguas jurisdicciones coloniales,
debieron discutir e implantar diferentes políticas y medidas frente a lo que se suponía el
“problema” de la propiedad comunal indígena. Las disposiciones legislativas y los
procedimientos que se ensayaron estuvieron en relación tanto con las realidades específicas
de cada provincia, la cantidad de tierras y población indígena como también la necesidad de
recursos para sostener a las nuevas provincias. Dichas medidas se sustentaban en un discurso
que condenaba la existencia de instituciones corporativas y justificaba la apropiación de sus
tierras en aras de la primacía del individuo y la propiedad privada. Sin embargo, en la práctica
los procesos de disolución y desamortización de las comunidades indígenas fue un largo
proceso que en ciertas provincias duró hasta el siglo XX o al menos la segunda mitad del Siglo
XIX.
En algunas provincias, esto se dio de hecho y en otras como Jujuy y Córdoba fue producto de la
acción legislativa. En cada una de ellas también se diferenció la figura jurídica bajo la cual se
iniciaron los procesos desamortizadores. Mientras la legislatura de Córdoba consideró que las
antiguas tierras de los pueblos de indios habían sido propiedad de los antiguos comuneros, los
legisladores de Jujuy decidieron que las comunidades sólo habían gozado derechos de
usufructo durante la etapa colonial. Por ello, Córdoba la dividió entre los “comuneros” y Jujuy
sólo entregó su dominio útil bajo la figura de la enfiteusis. La única excepción en este
panorama fue la comunidad de Amaicha que, a través de la protocolarización de la copia de
sus títulos coloniales, logró ser reconocida por la provincia de Tucumán, proceso favorecido
por el contexto político, dado que en esta provincia no se legisló sobre la propiedad comunal
indígena en general. Con la ruptura del antiguo pacto “colonial” y las transformaciones que
trajo el Siglo XIX se terminó por cerrar el último capítulo de la larga, conflictiva y compleja
historia de las sociedades indígenas coloniales del Tucumán, que la conquista de la región
había inaugurado en el Siglo XVI.

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