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Bastián Olea H.
en exceso”, proviene del latín obésus (“el que ha comido mucho”), y se relaciona al
latín obex
connotación negativa del concepto de la gordura y sus derivados pareciera ser un
hecho que suele suavizarse mediante el uso de eufemismos, donde conceptos como
sobrepeso implican la existencia de un peso considerado normal, lo cual resulta
arbitrariamente estigmatizante y removido de cualquier consideración por la
diversidad corporal humana; mientras que la palabra obeso implica la patologización
de la gordura como una condición médica crítica. Corrientes feministas enfocadas
en la corporalidad, y particularmente a la gordura femenina como problemática
de género, plantean el uso de una estrategia de inversión (Varikas, 2006) respecto
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en las fuentes y referencias citadas, aclarando que los usos de conceptos médicos como anorexia, peso
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La estigmatización de la gordura
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en modas. Éstas, al ser emuladas por las demás clases, son forzadas a mutar en
pos de una nueva distinción simbólica de las clases altas respecto de las clases
inferiores (Bourdieu 1998; Girard, 1996). Cuando este proceso de diferenciación
opera bajo criterios netamente estéticos, remite a la evitación de marcas de estatus
características de los grupos sociales respecto de los cuales se desea distinguir. La
delgadez, como corporalidad y canon de las clases altas, mantiene su exclusividad
simbólica a través de la diferenciación oposicional con la gordura. Los sujetos que
desean adscribir a la delgadez, por consiguiente, persiguen los valores simbólicos
positivos atribuidos a dicha corporalidad. La consecución de delgadez bajo
justificaciones de salud y calidad de vida incurren en una identificación incorrecta
de causalidad entre el marcador del estatus y el significado total del estatus social
(Kirkland, 2011: 473) —es decir, entre delgadez y salud, éxito y bienestar— en
tanto las formas de vida de los sujetos de clases altas se explican por sus contextos
sociales y no por sus corporalidades (los mejores predictores de longevidad son la
educación y el estatus socioeconómico, y no el peso corporal).
Si bien la gordura afecta mayoritariamente a la mujer, es importante
notar que el efecto cultural que recae en ellas es considerablemente mayor a la
diferencia estadística de la medición corporal por género binario. A continuación
indagaremos algunas razones de este fenómeno.
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Disatisfacción corporal3
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31% de las mujeres reportó sentirse algo o muy insatisfechas con su peso y forma
corporal. Las mujeres de avanzada edad, las mujeres gordas, y las que más se
exponen a medios comunicacionales occidentales son las que reportan mayores
niveles de disatisfacción corporal (Swami et al., 2010: 318).
Una mayor exposición a medios comunicacionales que representan
imágenes delgadas o promueven la delgadez se correlaciona directamente con
el sentimiento de disatisfacción corporal (Dittmar y Howard 2004; Harrison
y Cantor 1997; Irving 2001; Stice y Shaw 1994; Swami et al. 2010; Van Vonderen
y Kinnally, 2012), posiblemente producido por la internalización de cánones
normativos de belleza. Mediante el proceso de comparación corporal con cuerpos
de mujeres delgadas, se producen sentimientos negativos en las mujeres que han
internalizado con anterioridad el canon normativo de belleza (Dittmar y Howard
2004; Stice, Spangler, y Agras, 2001), provocándose una alteración de la capacidad
de estimación, de las expectativas sociales frente a la belleza, y de las valoraciones
de sus propios cuerpos (Dittmar y Howard 2004; Freedman 1984; Irving, 2011).
Las comparaciones corporales son explicativas del sufrimiento de desórdenes
alimenticios (Harrison y Cantor 1997; Johnston y Taylor 2008; Nasser, 2005) como
la bulimia (Rayón et al., 2013), y al efectuarse respecto de cuerpos en extremo
delgados —como los de las modelos— son capaces de sugerir la idea de tener
sobrepeso (Rothblum, 1992). De la misma manera, la comparación con pares que sí
han sido capaces de adelgazar y adscribirse en el canon de la delgadez potencian el
sentimiento de disatisfacción al evidenciar la posibilidad incumplida —la delgadez
en potencia— de la gorda que ha sido incapaz (Van Vonderen y Kinnally, 2012).
Pero los fenómenos de representación y comparación operan en ambas
direcciones: si bien la exposición mediática a la delgadez produce sentimientos
adversos, la exposición a modelos de tallas más grandes es capaz de generar
satisfacción corporal (Dittmar y Howard 2004; Irving, 2011), lo cual significa que
es posible realizar esfuerzos mediáticos si se desea mejorar la salud psíquica de
mujeres con problemas de estima y disatisfacción corporal (Cusumano y J. K.
Thompson 1997; Rauscher, Kauer, y Wilson 2013; J. K. Thompson y Heinberg,
1999). El nivel de satisfacción corporal medido antes de la exposición experimental
a medios comunicacionales es clave a la hora de estimar el efecto de la exposición
a representaciones corporales, en tanto un mayor nivel de satisfacción corporal
previo, relacionado a una mayor autoestima, permite que los sujetos se enfrenten
mejor a los mensajes mediáticos, disminuyendo su efecto (Esnaola Etxaniz 2005;
Ricciardelli, McCabe, y Banfield, 2000).
Para el presente trabajo nos enfocaremos en medios escritos, en tanto
investigación previa ha demostrado que su consumo predice con mayor
consistencia la interiorización de cánones de belleza relacionados a la delgadez
(Bermúdez et al. 2009; Currie 1997; Field et al. 1999; Harrison y Cantor 1997; Stice
y Shaw 1994; Utter et al., 2003). Autores como Field (1999) incluso demuestran
que la lectura frecuente de revistas de moda duplican o triplican la probabilidad
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de incurrir en dietas con el objetivo de bajar de peso. Esto puede ser explicado
de acuerdo a la forma particular del consumo que cada medio ofrece: mientras
la televisión y radio son medios que suelen ser consumidos sin necesidad de
concentración o compromiso, la lectura implica un acto de constante atención y
reflexividad, por lo que sus mensajes podrían ser adquiridos más profundamente.
Desde tan temprano como la década de los ‘30 que el tópico de la “talla
ideal” es públicamente tratado en revistas para mujeres en Chile (Saa Espinoza,
2014). Como una forma de evaluar el nivel de representación mediática de estos
cuerpos en el caso chileno, analizamos los contenidos (incluyendo publicidad) de
los dos diarios de tiraje nacional y de las dos revistas “de mujeres” más leídas en
Chile según el estudio IPSOS (2015) de lectoría de diarios y revistas (enero-junio,
2015), siendo muestreados diez números de los diarios Las Últimas Noticias y La
Cuarta, y diez números de las revistas Mujer (de La Tercera El Mercurio).4
Llevamos a cabo un análisis de contenidos —con énfasis en posibles subtextos
negativos— sobre el trato que se dio a temáticas concernientes a la corporalidad,
la belleza y la gordura, y un análisis cuantitativo de las representaciones gráficas
de los diferentes tipos de cuerpos femeninos, clasificándolos5 en las categorías
delgado, intermedio y gordo, notando su contexto y particularidades.6
Dentro de la muestra estudiada, se obtuvieron un total de 1.297 cuerpos
femeninos representados dentro del contenido (artículos, portadas, etc.) de las
fuentes, y 516 cuerpos femeninos utilizados en publicidad, dando un total de
1.813 representaciones femeninas.
retrocediendo en el tiempo cada 8 días, con tal de obtener al menos una muestra de cada día de la
semana hacia atrás. En tanto las revistas utilizadas fueron de tiraje semanal, simplemente se analizaron
los números semanalmente hacia atrás, empezando por la misma semana que los diarios. Las fuentes
fueron obtenidas desde las secciones “papel digital” de sus respectivos sitios web.
representación corporal de dibujos contorneados (contour drawing scale) producida por Kakeshita y S.
de Sousa (2006), a su vez basada en las recomendaciones de Gardner, Friedman y Jackson (Gardner, B.
N. Friedman, y Jackson 1998), que contiene 9 cuerpos dispuestos del más delgado al más gordo (rango
de IMC entre 17.5 y 37.5). Para reducir complejidad, se interpretó como delgado a los cuerpos desde
el 1 al 3, intermedio del 4 al 6, y gordo del 7 al 9. Se escogió esta escala por sobre las más ampliamente
usadas —como la de Stunkard (1983) o la de Thompson (1995)— por representar cuerpos más realistas,
atractivos, y distribuidos de forma más lineal entre etapas.
se encuentra dentro del primer o segundo plano de la fotografía; está vestido de tal manera que pueda
aparece de un tamaño considerable, no menor a una octava parte de la medida vertical de la página.
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Intermedia 73 5 78 4,3%
Gorda 21 0 21 1,16%
Delgada 612 97,5% 403 90,4% 105 84% 83 84,7% 1203 92,8%
Total 628 100% 446 100% 125 100% 98 100% 1297 100%
Gorda 0 0% 0 0% 0 0% 0 0% 0 0%
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Gorda 0% 0% 0% 0% 100%
con el promedio de los totales por fuente (324,35 para contenido, 129 para publicidad).
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La dieta como método de control del peso corporal fue tocada con mesura
y asesoramiento propicio, reconociéndose los peligros que puede conllevar de
no controlarse debidamente. Fueron denunciadas también prácticas como el
ayuno y la bulimia, y en ciertas ocasiones fueron referenciadas las circunstancias
sociales que llevan a las mujeres a incurrir en ellas. A pesar de ello, las revistas
contaron entre sus páginas con numerosos espacios publicitarios sobre fármacos
destinados a la quema de grasa y reducción de peso, con una frecuencia media
de 1,75 espacios publicitarios por revista. Uno de ellos versa: “el lunes empiezo
la dieta, y la termino”, acompañado de una foto de una mujer delgada comiendo
una dona de chocolate, implicando que el consumo de las pastillas promocionadas
permite liberarse de la irresponsabilidad que conlleva el comer “de más”.
Corporalidad. La Revista Ya lleva la delantera en el trato político de la
corporalidad femenina, al destacar en la primera página de cada número su
“Compromiso de Revista Ya por la imagen saludable de la mujer”, en el cual se
promete evitar el uso de software de manipulación fotográfica, contratar modelos
con un IMC mayor a 18,5 bajo certificación médica, y evitar la promoción de
“estereotipos femeninos físicos no saludables”. Este compromiso pareciera
corresponder a un acto de corrección política que en la práctica carece de efectividad,
al no traducirse en diferencias comparativas respecto de la representación femenina
presentada por la competencia. Si bien la manifestación de dicha intención puede
ser un avance para el reconocimiento de la arbitrariedad de los cánones de belleza
femeninos y las presiones que a su alrededor se configuran, ésta actitud puede
terminar volviéndose en un acto de tolerancia represiva, donde la revista obtiene
una ganancia política por medio de la apropiación y neutralización de una crítica
social válida (Marcuse, 1965). El compromiso deriva en un seminario resumido
en un reportaje titulado “En busca de una pantalla sin estereotipos”,15 donde
principalmente se expusieron críticas contra la discriminación etaria por parte del
mundo del espectáculo, y además se hacen referencias a la falta de representación
bajo criterios de género. La actriz Catalina Saavedra toca el tema de la corporalidad
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romper con la norma es el que genera más reacción, en tanto situación inicial
de desobediencia estética. La incapacidad o negación de la gorda por complacer
las predisposiciones corporales provoca el rechazo del otro que sí se esmera por
satisfacer un conjunto de preceptos y valores, constituyéndose esta diferenciación
también en exclusión.
Descorporeización
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interiorización del otro-represor y juez que reforzará y sancionará bajo los criterios
de validez heteronormativos del hombre. Su interiorización significa el paso
desde una competencia por complacer a los hombres hacia una competencia entre
mujeres (L. S. Brown 1989; Girard, 1996), puesto que cada mujer se torna también
jueza de sus pares, donde las diferentes prácticas de presión al cumplimiento de la
performatividad de la belleza femenina institucionalizan la mirada masculina en
base a la amenaza que significa la comparación y el reconocimiento.
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El privilegio de la delgadez
Lógica oposicional
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ejemplo, es una de las bases culturales para la desigual distribución del poder,
así como también lo es la raza, y probablemente también lo sea la gordura. El
cuerpo gordo, a través de su mera existencia, significa el fundamento para el
nacimiento del privilegio de su contraparte; se trata de un continuo proceso de
diferir, en el cual la identidad de la delgadez genera una relación contingente
con la construcción política del otro como estrategia constituyente de la posición
dominante (Benhabib, 2006).
Todo discurso oposicional remite a la creación de aquello que excluye
(Braziel, 2001), agrupando los valores positivos y negativos dentro de una
condición de existencia mutua: “Un exterior constitutivo o relativo está
compuesto, por supuesto, por una serie de exclusiones que, sin embargo, son
interiores a ese sistema como su propia necesidad no tematizable” (Butler,
2002: 71). La conformación de la delgadez requiere de la existencia de la
gordura como elemento interno dispuesto a la exclusión, lo cual anula toda
posibilidad de eliminación entre contrapuestos, en tanto la eliminación del
enemigo en la política resulta en la imposibilidad de contraposición, y por
consiguiente, en la despolitización (Derrida, 1998). Se recurre, entonces, a la
enemistad reconstituyente, entendida como la mantención y reproducción
del enemigo en pos de la afirmación de la identidad propia, que permite
la agrupación de individuos afines como constitución identitaria de un
grupo social. La lógica oposicional de la delgadez y la gordura reside en
la construcción performativa del otro posibilitada por el desigual acceso al
poder enunciativo, ejecutando “la reiteración de una norma o un conjunto
de normas [que], en la medida en que adquiera[n] la condición de acto en el
presente, oculta o disimula las convenciones de las que es una repetición.”
(Butler, 2002: 34)
La construcción simbólica negativizada presupone, lógicamente, la
intención del grupo positivado de alejarse de aquello determinado por él como
negativo. En el acto de denuncia del otro ocurre tanto la solidificación de la
negativización como el distanciamiento respecto de ella misma, pero a menudo
el afán de estigmatizar discursivamente llega a un extremo en el cual la denuncia
se desenmascara a sí misma como estrategia discursivo-política de constitución
oposicional de la identidad, ahora fuera del velo de “objetividad” que proveía
su naturalización. La anoréxica es el ejemplo paradigmático de este fenómeno,
llamado autoinmunidad en el paradigma biológico, donde el terror interiorizado
de la gordura que fomenta su denuncia simultáneamente incentiva la realización
de prácticas que serían propias de una mujer gorda en búsqueda de la delgadez.
Pero la anoréxica no es gorda, a pesar de que todas sus prácticas y discursos
respecto de su propio cuerpo puedan informarnos que sí lo es, pues termina
actuando un rol que la dispone como tal basada en su desprecio a la gordura.
En el fenómeno autoinmune, las fuerzas propias “se dañan a sí mismas
en su intención de herir al enemigo” (Serratore, 2015) cuando la preocupación
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panóptica del “evitar caer” en la gordura dirige a la mujer, presionada por todos
los frentes, hacia la eliminación performativa del límite entre lo gordo y lo delgado,
al descubrirse ambos cuerpos performando las mismas prácticas.
La gordura subvertida
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