Vous êtes sur la page 1sur 87

Lección inaugural del Curso

Académico 2003-2004

El pensamiento y los
métodos matemáticos

Eusebio Corbacho Rosas


Excelentı́simo Señor Rector Magnı́fico
Dignı́simas Autoridades. Señores Claustrales.
Distinguidos Profesores. Estimados Alumnos.
Señoras y Señores.

Es para mı́ un gran honor pronunciar la lección inaugu-


ral del curso 2003-2004 en esta universidad que he visto
nacer y en esta ciudad que ha visto nacer a mis ancestros.
Me intimidó el encargo porque ya me han precedido en
este honor muchos verbos elocuentes que han pronunciado
magnı́ficas lecciones en momentos tan solemnes como éste.
Por ello, no me queda otro remedio que rendirme de an-
temano a la sabidurı́a de los que me escuchan y abando-
narme confiadamente a su tolerancia.

Les hablaré del pensamiento y los métodos matemáticos:

1 La Aritmética y la Geometrı́a euclı́dea

Si el origen del hombre sigue siendo enigmático desde dis-


tintos puntos de vista, las excavaciones arqueológicas han
demostrado con toda claridad que nuestros congéneres del
paleolı́tico superior y del mesolı́tico, del 30.000 al 4.000
a.C., ya constituı́an una humanidad que nos es próxima
porque sus individuos tenı́an una capacidad mental muy
similar a la nuestra para aproximarse a las realidades ex-
ternas con ayuda de los sentidos.

La matemática es una exploración de ciertas estructuras


complejas de la realidad que, mediante un proceso de sim-
bolización adecuado de los objetos a los que se acerca, y
mediante una manipulación racional y rigurosa de ellos, se
dirige hacia un dominio efectivo de dicha realidad.

2
Las dos estructuras complejas básicas con las que el hom-
bre matemático se enfrenta de una forma espontánea y
apremiante son las relacionadas con la multiplicidad y con
su espacio circundante. De la intención racional de con-
seguir su dominio surgen la Aritmética y la Geometrı́a.
Esta es la razón por la que, en un principio y por mucho
tiempo, la matemática fuera definida como la ciencia del
número y de la extensión.

El hombre, como muchas otras especies animales, percibe


la multiplicidad a través de sus sentidos pero su poder de
separación directa de las cantidades concretas raramente
supera el número cuatro. Ifrah presenta en apoyo de esta
afirmación la existencia de sistemas de numeración que
han utilizado un trazo | para representar el uno, || para
representar el dos, ||| para representar el tres y |||| para
representar el cuatro y la no existencia de sistemas que
hayan utilizado cinco trazos uniformes para representar el
número cinco. Nosotros mismos si estuvieramos haciendo
el escrutinio de una urna probablemente escribirı́amos ||||
en lugar de ||||| para dejar constancia del cómputo de cinco
votos.

Cuando el área cerebral de Wernicke, dedicada a la crea-


ción de ideas y a la organización de los razonamientos y las
oraciones, se desarrolla en consonancia con la gran circun-
volución lı́mbica de Broca, donde se encuentran las dos
áreas motrices de mayor tamaño, encargadas, de emitir
las señales que accionan el movimiento del aparato vocal
y el movimiento de las manos, tenemos al hombre capaz
de establecer correspondencias miembro a miembro entre
los elementos de dos conjuntos de naturaleza diferente y

3
emitir en cada paso una palabra distinta. Es decir, tene-
mos al hombre con la capacidad de contar y trascender
el lı́mite sensorial del cuatro o de cualquier otra cantidad
que imaginemos.

La extraordinaria estructura ósea y muscular de nuestra


mano, que le otorga la capacidad de oponer el pulgar a
cada uno de los otro cuatro dedos nos ha permitido uti-
lizarla como conjunto patrón para estas correspondencias
miembro a miembro y ası́ se explica que muchas culturas
mediante la utilización de las dos manos, adoptaran sis-
temas de numeración de base diez y otras, mediante la
utilización de las falanges de los cuatro dedos no pul-
gares adoptaran sistemas de base doce. Del paleolı́tico
medio procede un bastón de hueso de lobo con 55 muescas
distribuı́das en grupos de cinco, descubierto en 1937 en
Vestonice (Moravia), que nos demuestra que la base de
cómputo de aquel grabador era el cinco como los dedos de
su mano.

Demos un salto de más de 25.000 años y situémonos en


una de las fértiles llanuras sedimentarias generadas por
los grandes rı́os donde, con un trabajo moderado, el hom-
bre podı́a asegurar su subsistencia y disponer de tiempo
para cultivar las artes y el pensamiento. En las llanuras
del Tigris y el Eúfrates, en la Mesopotamia unificada por
Hammurabi (1792-1750 a.C.), los matemáticos y astró-
nomos ya usaban un sistema de numeración de base 60,
probablemente, con la intención de unificar las medidas
de los sistemas de numeración previos de base 10 y base
12, que tenı́a en cuenta la posición de las cifras en la escri-
tura de los números. Con sólo dos signos, una especie de
clavo ( ) para el uno, y una especie de ángulo ( ) para el

4
10, adecuadamente repetidos, empaquetados y ordenados,
eran capaces de escribir cualquier número. Por ejemplo:

19= , 67= , 70=

Sin embargo, con la elección de una base tan alta y la es-


casa variedad de trazos que se pueden conseguir por la
presión de uno o dos cálamos sobre la arcilla, era im-
posible que todos los números menores que la base tu-
vieran una cifra representativa especı́fica y se producı́an
ambigüedades de notación

=2 se confunde con = 61

aunque se procure mayor separación entre las cifras al es-


cribir el último. Otro defecto era no señalar la ausencia
de determinados órdenes de unidades. En una tablilla del
1.200 a.C. podemos encontrar el siguiente enunciado

el cuadrado de es

El primer número es 2 × 60 + 27 = 147 y el segundo es


6×602 +9 = 21.609 aunque parezca el 6×60+9 = 369. Sólo
a partir del siglo III a.C. se agregaba un clavo inclinado
por cada orden de unidades ausente, y ası́, aparece el cero
aunque no fuera concebido como el cardinal del vacı́o pues
en una tablilla de la época podemos leer

sacos menos ... ya ves, se ha terminado el grano

Estremece el hecho de que el hombre haya necesitado 30.000


años para pasar del 1 al 0.

5
El sistema de numeració sexagesimal posicional mesopotá-
mico deja muy transparente lo que el sı́mbolo representa
y hace tarea fácil las manipulaciones que con los números
conviene hacer, sumas, restas, multiplicaciones.... A pesar
de que su influencia es todavı́a patente en nuestra medición
del tiempo y de los ángulos, no pasó a la cultura occidental
a través de los griegos y los romanos. Fueron los pueblos
orientales de otra fértil llanura, la del rı́o Indo, quienes
recogieron este legado y a partir de él iniciaron el camino
hacia el sistema de numeración decimal que todos nosotros
hemos aprendido en la infancia.

Pudieron recorrer la parte final de este camino gracias a


una lengua y una escritura altamente evolucionadas. El
sánscrito que, en su forma primitiva nos ha sido transmi-
tido por los textos védicos, alcanza su madurez alrededor
del siglo V a.C. En esta lengua, los nombres de las nueve
cifras son

eka, dvi, tri, catur, panca, sat, sapta, asta, nava


1 2 3 4 5 6 7 8 9

En el Vajasaneyi Shamita de comienzos de nuestra era


aparece ya un vocablo especı́fico para cada una de las 12
primeras potencias de 10

dasa, shata, sahastra, ayuta, niyuta, prayuta


10 102 103 104 105 106

arbuda, nyarbuda, samudra, madhya, anta, parardha


107 108 109 1010 1011 1012

y en el Lalitavistara Sutra de comienzos de siglo IV esta


lista aparece ampliada hasta 10421. Tal exhuberancia, que
sólo se explica por un interés poético en contar las estre-
llas de la noche o las gotas de agua de todos los oceános,

6
colapsa la capacidad de memoria de cualquier cerebro hu-
mano. Nuestra última edición del DRAE, por ejemplo, se
conforma con llegar al cuatrillón que es la vigésimo cuarta
potencia de 10.

Por fortuna, también disponı́an de la escritura brahami


con un sı́mbolo especial para cada uno de los números
menores que diez, desvinculado de la intuición sensible y
fácil de reproducir

, , , , , , , ,
1 2 3 4 5 6 7 8 9

Para contar un conjunto cualquiera, agrupaban sus ele-


mentos de 10 en 10. Si quedaba algún resto, por ejemplo
5, escribı́an y si no, no escribı́an nada. Luego, agrupa-
ban los grupos de 10, de 10 en 10. Si quedaba algún resto,
por ejemplo 7, añadı́an dasa y si no, nada. Luego, agru-
paban los grupos de 100, de 10 en 10. Si quedaba algún
resto, por ejemplo 3, añadı́an sata y si no, nada. Luego
agrupaban los grupos de 1000, de 10 en 10. Si quedaba
algún resto, por ejemplo 9, añadı́an sahastra y si no,
nada...

Esta técnica les permitı́a nombrar y escribir con precisión


cualquier número. Por ejemplo, el ciento ocho millones
setecientos cincuenta y seis mil setecientos nueve lo es-
cribı́an

sata sahastra ayuta niyuta prayuta nyarbuda

Con el tiempo, se dieron cuenta de que no era necesario


escribir los nombres de las potencias de 10 si convenı́an un

7
orden ascendente y advertı́an los casos en que nada habı́a
que añadir, y sobre la mitad del siglo IV ya lo escribı́an
śūnya śūnya

La palabra sánscrita śūnya significa vacı́o y, a partir del


siglo VI fué sustituida en la escritura de los números por
un signo especı́fico muy similar a nuestro cero. En esta
época, en la India y en la mayorı́a de los paı́ses del Sudeste
Asiático el número 108.756. 709 ya se escribı́a
O O .

Ası́ concluyeron un sistema de numeración en el que cada


uno de sus diez sı́mbolos tiene un valor absoluto y un
valor de posición. Esta idea profunda e importante que
permite simbolizar cualquier elemento del conjunto N de
los números naturales, la vemos tan sencilla en la actu-
alidad que no reconocemos su verdadero mérito. Pero su
adecuación a las capacidades del hombre y la gran facili-
dad que ha proporcionado a todos los cálculos, la sitúa en
la primera lı́nea de los inventos útiles.

Podemos apreciar más la magnitud de esta obra si recor-


damos que escapó al genio de Euclides, de Arquı́medes
y de Apolonio, tres de los más grandes hombres que
ha dado la Antigüedad. Es tentador especular sobre las
causas por las que el pueblo griego adoptó sistemas de
numeración mucho menos eficientes para el manejo de los
grandes números que el sistema mesopotámico pero tal vez
se deba, simplemente, a la intuición tı́pica de este pueblo
de que el mundo no es un caos enmarañado sino un cosmos
ordenado, inteligible para la razón humana cuando se pres-
cinde de los aspectos que aumentan de manera supérflua
su complejidad.

8
La matemática griega se caracteriza muy especialmente
por sus logros en el dominio del espacio y la forma. En
lugar de contar, prefirieron medir. Para ellos medir era
establecer la proporción entre dos figuras tomando una de
ellas como patrón. En el siglo VII a.C. Tales estableció
su teorema sobre la proporcionalidad entre los segmentos
que dos rectas paralelas determinan en dos rectas secantes.
En uno de sus viajes a Egipto, Tales determinó la altura
de una pirámide comparando su sombra con la sombra de
su bastón y este hecho se considera un paradigma de los
procesos de matematización:

1. La mente se acerca a la realidad compleja y la ana-


liza descomponiéndola en sus elementos mas simples
y prescinde de los aspectos que entorpecen la sim-
bolización, es decir, abstrae, simplifica y modeliza.

2. La mente desarrolla el modelo, por el deseo de re-


solver los problemas reales que lo motivaron o por
puro placer estético de explorar los problemas que
el modelo mismo le propone. Va construyendo, con
todo rigor, un edificio conceptual que en ocasiones
alcanza una extensión y profundidad que parecen
poco razonables al profano, con la confianza de que
le ayudará a entender mejor la realidad de partida.

3. La mente vuelve a la realidad de partida con los


resultados de sus construcciones, a veces realizadas
sin pretensión alguna, y observa con sorpresa que su
adecuación a ella es perfecta.

En esa exploración mental de la forma, los griegos sólo ad-


miten la ayuda de dos instrumentos, la regla y el compás,

9
cuya simplicidad ha ganado su confianza pero, aún ası́,
son conscientes de que la geometrı́a es el arte de discurrir
bien sobre figuras que forzosamente son imperfectas.

El teorema de Tales permite dividir un segmento rectilı́neo


en tantas partes iguales como se desee y, probablemente,
ello indujo a los pitagóricos a pensar que, si la medida
de un segmento no es un número natural, se puede tomar
como nueva unidad de medida una parte de la primera, su-
ficientemente pequeña, de modo que ésta ya sea contenida
un número exacto de veces. Su lema todo lo que se conoce
tiene un número, sin el cual nada puede comprenderse, se
refiere pues a los números racionales positivos Q+ , siem-
pre cocientes de dos numeros naturales.

Por analogı́a, se plantearon el problema de dividir un arco


de circunferencia en partes iguales y llegaron, ası́, al primer
problema famoso, el de la trisección del ángulo, que no se
puede resolver con la sóla ayuda de la regla y el compás.

Del teorema de Tales también se deriva que la proporción


entre la longitud L de una circunferencia y la D de su
diámetro, es una constante universal, el mismo número π
para todas las circunferencias imaginables. La siguiente
figura nos dice que 3D < L < 4D o que 3 < π < 4

10
A pesar de los intentos de estrechar el cerco a la circun-
ferencia con polı́gonos de mayor número de lados, nunca
mejoraron la acotación
223 22
<π<
71 7
En los métodos griegos de medida es fundamental el es-
tudio de la semejanza. Dos segmentos rectilı́neos siempre
son semejantes y su proporción es la razón de semejanza.
Cuando dos figuras, con área o con volumen, son seme-
jantes, la proporción de sus medidas es el cuadrado o el
cubo de su razón de semejanza.

La altura sobre la hipotenusa de un triángulo rectángulo,


determina dos triángulos semejantes como los de la figura
siguiente y es inmediato que

h
a b a h
= ⇒ h2 = a · b
b h b

El cuadrado de lado h, por tener la misma área que el


rectángulo de lados a y b, es su cuadratura.
Todo triángulo tiene la misma área que un rectángulo de
igual base y mitad altura y hallando la cuadratura de éste
se obtiene la del triángulo dado.
Todo polı́gono se puede partir en triángulos y si hallamos
la cuadratura de cada uno de ellos y aprendemos a sumar
cuadrados, tendremos la cuadratura del polı́gono dado.
A sumar cuadrados nos enseñó Pitágoras mediante el
famoso teorema que asegura para todo triángulo rectángulo

11
que la suma de los cuadrados de los catetos es el cuadrado
de la hipotenusa:

+ = =

No sabemos cuál fué su demostración original pero debió


apoyarse en una construcción como la que acabamos de
presentar donde se percibe que el cuadrado inclinado y la
unión de los dos cuadrados sumandos son iguales porque
tienen el mismo defecto de área respecto del cuadrado pun-
teado.

También lograron la cuadratura de alguna lúnula que es


la porción de plano comprendida entre dos arcos de cir-
cunferencia. En la de Hipócrates

S
d
D

el teorema de Pitágoras asegura que 2d2 = D 2 y, en


consecuencia,

área del semicı́rculo menor d2 1


= 2 =
área del semicı́rculo mayor D 2
Por tanto, el área del semicı́rculo menor y la del cuadrante
del cı́rculo mayor son iguales y suprimiendo de ambas el

12
segmento circular común S se concluye que el área de la
lúnula es la misma que el área del triángulo de la figura y,
ası́, su cuadratura es obvia.

Estos éxitos conseguidos por medio del teorema de Pitá-


goras les hicieron pensar que podrı́an sumar cubos o ha-
llar la cuadratura del cı́rculo. Sin embargo, estos dos
problemas y el anteriormente comentado de la trisección
del ángulo que son conocidos en la literatura por proble-
mas délicos, son irresolubles con el método de la regla y
el compás.

El teorema de Pitágoras tambien √


nos dice que la diago-
nal de un cuadrado de lado 1 mide 2. Esta magnitud no
puede ser racional. Si lo fuese
√ m
∃m, n ∈ N tales que 2= con m.c.d(m, n) = 1
n
pero también tendrı́amos la cadena de implicaciones

m2 = 2n2 ⇒ ∃k ∈ N tal que m = 2k ⇒

n2 = 2k2 ⇒ ∃h ∈ N tal que n = 2h ⇒


m.c.d(m, n) ≥ 2,
con lo que llegarı́amos al absurdo de afirmar que 1 ≥ 2.

En la historia de las matemáticas y de la ciencia en gene-


ral, son muy importantes los momentos en que se pone
de manifiesto que ciertas formas de pensamiento no dis-
cutidas, se vuelven insostenibles. La aparición de los in-
conmensurables dió al traste con la creencia general de
que los números racionales llenaban la recta y regı́an el

13
universo, y el mundo pitagórico se vino abajo. Los es-
quemas iniciales que la mente matemática habı́a esperado
que pudieran explicar adecuadamente la realidad resulta-
ban demasiado simples y estrechos. Era necesario revisar
tales concepciones.

En algún momento de la segunda mitad del siglo V a.C.


un grupo de matemáticos griegos establecieron un nuevo
método para el descubrimiento de la verdad: el método
axiomático-deductivo que es, esencialmente, el mismo que
aún usamos hoy. Partiendo de unas pocas verdades evi-
dentes o axiomas y a través de una serie de etapas sucesi-
vas muy simples, se obtienen cadenas de afirmaciones con
la propiedad de que cualquiera de ellas es verdadera con
toda seguridad siempre que lo sean las anteriores. En el
siglo III a.C. aparecieron Los Elementos de Euclides
obra cumbre de la matemática griega que establece para
siempre la necesidad de una hipótesis, una tesis y una de-
mostración rigurosa para el avance seguro y la conducción
correcta de la imaginación hacia lo desconocido.

La incorporación de los inconmensurables a la aritmética


de Los Elementos se realiza en el Libro V que recoge
la nueva teorı́a de las proporciones creada por Eudoxo.
Precedida por cuatro definiciones sobre la naturaleza de
las razones y sobre las magnitudes entre las que existe
una razón, podemos encontrar la célebre definición sobre
la igualdad de dos razones:
Se dice que una primera magnitud guarda la misma razón
con una segunda que una tercera con una cuarta, cuando
cualesquiera equimúltiplos de la primera y la tercera ex-
cedan, sean iguales o resulten inferiores a la par, que cua-
lesquiera equimúltiplos de la segunda y la cuarta.

14
que hoy se expresasarı́a de forma más transparente
M1 M3
= ⇔
M2 M4


 n · M1 > m · M2 y n · M3 > m · M4




 o
∀m.n ∈ N n · M1 = m · M2 y n · M3 = m · M4




 o


n · M1 < m · M2 y n · M3 < m · M4
Aunque esta noción avanza la idea de cortadura que es-
tableció Dedekind (1831-1916), Los Elementos sólo cap-
tan de modo intuitivo la idea de recta como un continuo.
El postulado de orden total o el de continuidad que ase-
gura para dos magnitudes de la misma especie M1 y M2
la existencia de un n ∈ N y n magnitudes M21 , · · · , M2n,
cada una de ellas iguales a M2 , que cumplen

M21 + M22 + · · · + M2n > M1 ,

no aparecen explı́citamente enunciados aunque si se usan


en la demostración de algunas proposiciones, como la pri-
mera del Libro X que fundamenta el método de exhaución.

Los Elementos tienen como segundo gran valor el de


sistematizar todos los conocimientos matemáticos de su
época ordenándolos para facilitar su estudio y comprensión
a las generaciones posteriores. Sin embargo, no todos los
que han tenido que estudiarlos han sabido apreciar el es-
fuerzo de Euclides por el rigor y por evitar el uso de su
postulado más comprometido, el de las paralelas, aunque
ello complicara algunas demostraciones. Ya Tolomeo I

15
preguntó a Euclides por una manera de aprender ge-
ometrı́a que fuese más fácil que Los Elementos y tuvo
que oir la famosa respuesta: En geometrı́a no hay caminos
reales.
A lo largo de toda la Edad Media la mayorı́a de los estu-
diantes del quadrivium tropezaban con el pons asinorum,
teorema que afirma que si un triángulo tiene dos lados
iguales los ángulos opuestos también deben ser iguales,
y aprendı́an de memoria la complicada demostración, sin
entenderla, de un hecho que veı́an claro con sólo mirar
la figura. Hasta que Legendre (1752-1833) publicó sus
Éléments de Géométrie, de carácter más intuitivo, no
hubo para esta materia un texto alternativo mas usado
que Los Elementos. Una nota de la Academia de Cien-
cias de Paris nos da una valoración de este cambio:

Sin declararnos admiradores exclusivos de una manera pa-


sada de moda, dirı́amos que esta manera tiene ventajas,
como también graves inconvenientes; forma un lenguaje
poco conocido hoy en dı́a que deberı́a serlo más [...] porque
su estudio será como mı́nimo un ejercicio útil para acos-
tumbrarse al rigor de las argumentaciones que se está de-
masiado dispuesto a despreciar [...] Nadie nos escucharı́a
si propusiéramos que se comenzara el estudio de la geome-
trı́a por Euclides, pero se está en lo cierto cuando se
afirma que cualquier geómetra hará bien en leer a Eucli-
des una vez en su vida[...]

Sin embargo, como agúdamente señala Bochner, quizás


la influencia más negativa de Los Elementos fué la de no
permitir formar el producto A · B de dos magnitudes de
distinta especie, en general. Por ejemplo, era inconcebible
considerar el producto de un peso por una longitud. Esto

16
retrasó más de 2.000 años la introducción de la noción de
momento, fundamental en la matematización de la Fı́sica.

Debemos exceptuar de ello a Arquı́medes (287-212 a.C.),


uno de los mayores genios que ha existido, en el que se
conjuntan de manera magistral la metodologı́a euclideana
con la inventiva y la audacia necesaria para tratar pro-
blemas prácticos y crear nuevas lı́neas de pensamiento. La
pureza de la matemática en sus obras De la esfera y del
cilindro y De los conoides y esferoides, con ideas ger-
minales del futuro cálculo infinitesimal, se complementa
armoniosamente con sus trabajos sobre mecánica e hidros-
tática, poniendo de manifiesto cómo las matemáticas, la
pura y la aplicada, sirven cada una como estı́mulo y ayuda
de la otra y forman, en conjunto, una única y bien definida
lı́nea de pensamiento.

A los instrumentos de medida clásicamente aceptados, la


regla y el compás, Arquı́medes añadió la palanca, cuya
ley descubrió, y con ella fué capaz, por ejemplo, de ha-
llar la cuadratura de un segmento de parábola. Para ali-
gerar este relato, probaremos previamente y con ayuda de
métodos vectoriales actuales que

Dado un triángulo ABC, el lugar de los puntos P que sobre


AM MP
las cuerdas MN paralelas a AC cumplen = ,
AB MN
es una parábola.

17
C
C
 CN
 C
  C
  C
P  C
  C
A  C B
M

~ AC)
Si elegimos (A; AB, ~ como sistema de referencia afı́n,
la recta BC tiene ecuación x+y = 1 y la condición exigida
x f (x)
es = . La ecuación del lugar es f (x) =
1 1−x  
1 1
x(1 − x) que es una parábola con vértice , .
2 4
Arquı́medes, buen conocedor de Los Elementos, sabı́a
de esta propiedad de las parábolas y realizó la siguiente
construcción:
O• C
C
 CN

C
F  C
 G
E
C
  H C
 P  C
   C
A   CB
M D

Dado el arco de parábola AB, su punto de máxima al-


tura H y el punto medio D del segmento rectilı́neo AB,
tomó la doble prolongación DE de DH. Trazó por A la
paralela a DE y halló su intersección C con la prolon-
gación de BE. Determinó, ası́, el triángulo ABC cuyas
cuerdas paralelas a AC quedan divididas por los puntos

18
P de la parábola, según la razón anunciada. Prolongando
BH e intersecando con AC determinó el punto F y, en la
doble prolongación de BF , situó el punto O. Mediante el
teorema de Tales completó la cadena de igualdades
AM MP FG FG
= = =
AB MN FB FO
y dedujo que M P · F O = M N · F G. Interpretó esta
igualdad como el equilibrio mecánico, respecto al fulcro F ,
del peso de M P concentrado en O con el peso de M N en su
propia posición. Adelantándose en 1.700 años a Cavalieri
(1598-1647), infirió de ello que todo el peso del segmento
de parábola concentrado en O esta en equilibrio mecánico,
respecto del fulcro F , con todo el peso del triángulo ABC
concentrado en su baricentro.
Como la distancia de F a dicho baricentro es la tercera
parte de F O, su ley de la palanca le aseguraba que el peso
del segmento de parábola es la tercera parte del peso del
triángulo ABC que es cuatro veces el peso del triángulo
ABH y, suponiendo la densidad constante, concluyó:
4
área de la parábola AB = · área del triángulo ABH
3
Lo realmente destacable es que Arquı́medes sólo dió valor
a este maravilloso pronóstico mecánico cuando comprobó
el resultado por el riguroso método de exhaución.

En el asedio de su ciudad natal por las tropas romanas,


durante la Segunda Guerra Púnica, sus invenciones mecá-
nicas sembraron el terror entre los atacantes. Bastaba que
hubiera alguna actividad inusual en las murallas de Sira-
cusa para que las tropas romanas huyeran despavoridas
pensando que se les venı́a encima algún nuevo invento del

19
genial Arquı́medes en forma de lluvia de piedras, aceite
hirviendo o fuego griego. De hecho, después de dos años
de asedio, la ciudad sólo pudo ser tomada por la traición
de alguno de sus habitantes. Desgraciadamente, y a pesar
de las órdenes explı́citas de preservar su vida dadas por
Marcelo, jefe del ejército invasor, Arquı́medes pereció
durante el saqueo subsiguiente. En desagravio, sobre su
tumba se esculpió una esfera inscrita en su cilindro y la
razón de sus volúmenes, dos tercios. Era el año 212 a.C.

Podemos considerar este hecho como el sı́mbolo del comien-


zo de un largo perı́odo de estancamiento en el progreso
de las matemáticas. Es difı́cil hacer afirmaciones bien
fundamentadas sobre sus causas pero la transición de la
hegemonı́a griega a la romana contribuyó, sin duda. El
espı́ritu romano no parece haber estado tan predispuesto
como el griego para la especulación cientı́fica ni filosófica.
Su gran obra intelectual fué el asentamiento del derecho,
el establecimiento de una normas de convergencia para la
constitución de un imperio global. Los bárbaros del norte
que sucedieron a los romanos en el poder sobre el Occi-
dente europeo, carecieron del refinamiento necesario para
gustar de los placeres de la actividad intelectual y el centro
de gravedad de la matemática, como el de la filosofı́a y el
de las otras ciencias, localizado en Alejandrı́a en el periodo
helenı́stico, se fué trasladando a Oriente y fué allı́ donde se
conservaron gran parte de las tradiciones y herencias de la
Grecia clásica. El último gran geómetra de la matemática
griega, Apolonio, ya ejerció en Alejandrı́a atraı́do, sin
duda, por la luz de su famosa Biblioteca.

Apolonio de Pérgamo (262-190 a.C.) asombró al mundo


con sus ocho libros sobre las secciones cónicas. Su trabajo

20
tuvo origen en la mera curiosidad geométrica de conocer
las intersecciones de un cono con cualquier plano y fué
llevado adelante con un alarde extraordinario de técnica,
por puro placer estético. Pero, como muchas veces sucede
en matemáticas, encontró en el siglo XVII, con Kepler y
sus tres leyes del movimiento de los planetas del sistema
solar, una culminación práctica digna de tan bella teorı́a.
También, como le gustaba destacar a mi maestro An-
tonio Plans, su famoso teorema del Libro VII sobre la
constancia de la suma de los cuadrados de cualesquiera
dos semidiámetros conjugados de una elipse, adelantaba
una propiedad de los operadores lineales en R2 que ca-
racteriza a los operadores de Hilbert-Schmidt introducidos
a comienzos del siglo XX y que han sido la clave para la
resolución de importantı́simas ecuaciones funcionales.

2 El Álgebra y la Geometrı́a cartesiana

Cuando una sociedad alcanza cierto grado de desarrollo


y estructuración se hace habitual la necesidad de resolver
problemas de agrimensura, de todo tipo de construcciones,
de ejecución de herencias, legados o repartos y de toma de
decisiones en los pleitos, en el comercio y en todo tipo
de transacciones y asuntos con terceros. Para el dominio
efectivo de esta complejidad social y comercial, el proceso
de simbolización adecuado es la ecuación entre los datos
que se poseen y la cosa que se desea conocer o incógnita.
Cuando la relación entre datos e incógnitas se puede ex-
presar con el uso exclusivo de las operaciones aritméticas,
suma, resta, multiplicación, división y radicación, las ecua-
ciones se llaman algebriacas y sus técnicas de manipu-
lación racional y rigurosa consisten, como todos podemos
recordar, en la transposición de términos de un miembro

21
a otro de la ecuación y en la cancelación de los términos
iguales en ambos miembros de la misma. Una ecuación
algebraica puede ser escrita de forma retórica, con todas
las palabras, o de forma sincopada, con abreviaturas ade-
cuadas que permitan concentrar toda nuestra atención en
la esencia del problema que queremos resolver. Pero esta
gran ventaja para el que está en el secreto de los sı́mbolos,
produce la misma perplejidad en el profano que la que
siente quien no conoce el pentagrama ante una partitura.

Diophanto de Alejandrı́a que vivió 84 años, entre los


siglos II y III de nuestra era, inaugura con La Aritmética
el álgebra sincopada al introducir las notaciones α o ς
(primera y última letra de la palabra α ρ ι θ µ o ς) para
designar a las incógnitas, δ α o δ ς para sus cuadrados, κα
o κς para sus cubos y δδ α , δκα , κκα o δδ ς , δκς , κκς para
sus cuartas, quintas y sextas potencias. Mientras expresa
la suma de dos términos por su simple yuxtaposición, usa
para la resta una marca parecida a ∧ y utiliza la palabra
µ o ρ ι o υ para la raya de fracción. Las constantes en las
ecuaciones las precede con el término µo y, a veces, abre-
via la igualdad con la letra ι.

Teniendo en cuenta que los griegos utilizaban las letras


de su alfabeto, con una lı́nea horizontal encima, para rep-
resentar los números, según la tabla

α, β , γ , δ , , ς , ζ , η , θ
1 2 3 4 5 6 7 8 9

ι , κ , λ, µ, ν , ξ , ø , π , o
10 20 30 40 50 60 70 80 90

% , σ , τ , υ , φ , χ , ψ , $, T,
100 200 300 400 500 600 700 800 900

22
en La Aritmética se hubieran escrito las expresiones
 (
8x + 30 = 11y + 15 αηµo λ ι ςιαµo ι
23x2 − 15 ,
 δ α κγ ∧ ι µ o ρ ι o υ ςζµo o
7y + 90
Diophanto presenta los 189 problemas de La Aritmética
bajo la condición de no aceptar más que soluciones en-
teras o fraccionarias y siempre positivas. Al resolver un
problema de cuyo enunciado se desprenden dos incógnitas,
elige una de ellas y expresa la otra en función de ésta, o
incluso ambas en función de una nueva. Siempre enun-
cia los problemas de forma abstracta y después concreta
numéricamente los datos para resolver las ecuaciones re-
sultantes. Muchas de ellas eran indeterminadas pero Dio-
phanto se conformaba con algunas parejas de soluciones
naturales o fraccionarias positivas.

El problema más famoso de la colección trata de la des-


composición de un cuadrado en suma de otros dos cuadra-
dos y dió lugar al último teorema de Fermat: La ecuación
xn + y n = z n no tiene soluciones naturales para ningún
valor de n excepto para n = 2.

Por su enfoque aritmético, Diophanto ya está fuera del


curso principal de la matemática griega pero con su casuı́s-
tica exhaustiva, su alto grado de destreza y su arte para
buscar soluciones particulares aceptables, inicia la con-
strucción de una máquina mental de asombrosa precisión
y eficacia que le hace merecedor de ser reconocido como
el padre del Algebra y lo situa al mismo nivel que el más
famoso triángulo helenı́stico, Euclides, Arquı́medes y
Apolonio.

23
Alejandrı́a fué la capital cultural del mundo hasta ser con-
quistada por los Árabes en el año 614. A partir de la
segunda mitad del siglo VII la ciudad de Bagdad toma el
relevo y en ella tiene lugar la confluencia de la matemática
babilónica, con su tradición astronómica y aritmética, la
matemática griega, con todos los valores ya comentados y
la matemática hindú cuya aportación básica es el sistema
de numeración posicional de las diez cifras.

En la Bagdad de Las mil y una noches el califa abası́ Ab-


dullah al Ma’mum, fundador de la Dar al-Hikma o Casa
de la Sabidurı́a, animó al atrónomo y bibliotecario de su
corte Mohammet ibn Mose Al-Khwarizmi (780-835),
nacido en Jiva (Uzbekistán), a la publicación de las obras
De numero indiorum y Al-jabr wa’l Muqabāla.

La primera ha llegado hasta nosotros sólo a través de una


traducción latina y presenta de manera completa y pro-
funda el sistema de numeración hindú y las reglas para
realizar con él las operaciones numéricas. Se llamaron re-
glas de Al-Khawarizmi pero, por adaptación lingüı́stica,
acabaron siendo conocidas por el algoritmo.
La segunda, cuyo tı́tulo recoge los términos árabes al-jabr
y al-muqabāla que significan, respectivamente, trans-
posición y cancelación, trata de cómo utilizar estas técnicas
para resolver ecuaciones de primero y segundo grado aun-
que su planteamiento es totalmente retórico.

Etas obras se difundieron con la expansión territorial y


polı́tica del Islam y llegaron a Europa a través de la España
medieval y, en particular, a través de su Escuela de Tra-
ductores de Toledo. De allı́ salió la primera traducción
del Álgebra de Al-Khawarizmi, realizada por Roberto

24
de Chester en 1145, en la que se transcribió en carac-
teres romanos no sólo el tı́tulo, sino también la palabra
xhay, derivada de shay (cosa) que los árabes utilizaban
para nombrar la incógnita, y cuya inicial acabó siendo el
sı́mbolo universal de lo desconocido.

Sin embargo, no podemos olvidar el segundo camino por


el que entró en Europa el algoritmo. A partir del año 1000
surge una fuerte actividad económica, vinculada a la nave-
gación, en algunas ciudades como Venecia, Amalfi, Pisa o
Génova, que transforman a Italia en un puente natural
para el comercio entre las regiones del Norte de África y
Oriente Próximo y las del Norte de Europa. Las grandes
empresas de distribución y comercialización necesitaban
empleados que supieran convertir unidades de medida,
hacer cambios de moneda, calcular las tasas y aranceles
que debı́an ser pagados en cada operación de transporte
y otras muchas operaciones comerciales. El ábaco y los
numerales romanos enseñados en las escuelas eclesiáticas
de estas repúblicas italianas, resultaban mucho menos efi-
caces que el cálculo algorı́tmico practicado por los comer-
ciantes árabes. Este método permitı́a llevar a cabo de
manera más rápida y segura, con pluma y papel, opera-
ciones más complejas y, lo que era aún más importante,
facilitaba la revisión de dichas operaciones, la detección de
posibles errores y el control de los libros de contabilidad.

En este contexto surgen figuras que ayudaron a romper


el monopolio del ábaco en el ámbito numérico europeo,
como Gerbert d’Aurillac que aprendió algorı́tmica en
el monasterio de Santa Marı́a de Ripoll y que, al ac-
ceder al papado en el 999, como Silvestre II, influyó de-
cisivamente en eliminar la idea de que las 10 cifras eran

25
signos diabólicos de los árabes secuaces de Satanás o como
Leonardo Pisano Fibonacci que publicó en 1202 un in-
fluyente tratado de algorı́tmica, disfrazado con el tı́tulo de
Liber Abaci.

Las Universidades españolas e italianas ya enseñaban al-


gorı́tmica desde antes del Renacimiento, pero el hecho
de que la autoridad pontificia ordenara en 1648 abrir la
tumba de Silvestre II para demostrar que su defensa de
las cifras no se debió a la venta su alma a Lucifer, nos da
idea de lo difı́cil que puede resultar la aceptación social de
cualquier nuevo sistema.

Desde un punto de vista estrictamente matemático, tam-


bién nos llama la atención la lentitud con que prospe-
raba el álgebra en la doble dirección de lograr la concisión
adecuada en la escritura de las ecuaciones y conseguir la
solución por radicales de las de tercer y cuarto grado.

En el primer aspecto, si partimos del siglo III en que Dio-


phanto introdujo el álgegra sincopada, debemos contar
hasta el siglo XIII como un periodo de retroceso porque,
como ya hemos dicho, el álgebra de Al-Khawarizmi era
completamente retórica y en ese mismo estilo escribió Fi-
bonacci su Liber Abaci. Debemos esperar hasta el siglo
XV para que Luca Pacioli (1445-1517) con su Summa
de arithmetica escrita en notación sincopada, restablecie-
ra el nivel logrado por Diophanto.

26
Tabla de sı́mbolos de la Summa
Nombre Sı́mbolo Actual
cosa co x
censo ce x2
cubo cu x3
censo de censo ce·ce x4
censo de cubo ce·cu x5
cubo de cubo cu·cu x6
aequalis ae =
plus p +
minus m √−
radix R2 p 2√
radix universalis RV10pR5 10 + 5
Los algebristas italianos que utilizaron esta terminologı́a
de la Summa de arithmetica se llamaron cosistas y
practicaron la logı́stica numerossa porque siempre opera-
ron con números concretos.

François Viète (1540-1603) introdujo la logı́stica especiosa


reservando las letras vocales para las incógnitas y las con-
sonantes para simbolizar cualquier cantidad conocida o
parámetro y, ası́, al tratar ya no con números concretos
sino con categorı́as o especies inicia el álgebra simbólica.
Sin embargo, hay que esperar hasta el siglo XVII para que
Descartes (1596-1650) escriba las ecuaciones algebraicas
de forma ya reconocible por cualquiera de nosotros:

ax + by + c = 0

x2 + y 2 + axy + bx + cy + d = 0
ax2 + by 2 + cxy + dx + ey + f = 0
xn + a1 xn−1 + · · · + an−1 x + an = 0

27
El otro aspecto, el del progreso en la expresión por radi-
cales de las soluciones de las ecuaciones de tercer y cuarto
grado, lo comentaremos, si me permiten la licencia, en esta
notación cartesiana:

Al-Khawarizmi trató la ecuación de segundo. Al usar


sólo coeficientes positivos o nulos y considerar sólo ver-
daderas las soluciones positivas, se vió obligado a distin-
guir los seis casos
 
2 2
ax = c
 ax = bx + c

ax2 = bx y ax2 + bx = c

 
 2
bx = c ax + c = bx

pero las reglas de al-jabr y al-muqabāla transforman


la ecuación general ax2 + bx + c = 0, cuando a 6= 0,
sucesivamente en
b c b b2 b2 c
x2 + 2 x + = 0 , x2 + 2 x + 2 = 2 − ,
2a a 2a 4a 4a a
 2
b b2 − 4ac
x+ =
2a 4a2
b
por lo que el cambio x = X − la reduce a X 2 = C.
2a
La fórmula √
b b2 − 4ac
x=− ±
2a 2a
es parte del patrimonio cultural de todos nosotros y la
he recordado a sabiendas de lo que agradecemos que nos
cuenten de nuevo lo que ya conocemos.

El primer cosista que resolvió ecuaciones cúbicas fué el


profesor de la Universidad de Bolonia Scipione del Ferro

28
(1465-1526) aunque sólo fueran las de tipo X 3 +AX = B y
guardara su fórmula en estricto secreto. En aquella época,
cualquier profesor podı́a ser desafiado a un debate en el
que el adversario proponı́a una lista de problemas que
debı́an ser contestadas en público. Podı́a estar en juego
un premio simbólico o pecuniario o, incluso, la cátedra en
la universidad. Por eso no es extraño que guardara su
fórmula celosamente y sólo la transmitiera, poco antes de
morir, a su yerno y sucesor en la cátedra Annibale della
Nave y a su alumno Antonio del Fiore .

Con este as en la manga, del Fiore desafió a un debate


de treinta problemas al tartamudo Niccolo Fontana,
Tartaglia (1500-1557). Su lista sólo contenı́a enuncia-
dos del tipo:

i) Encuentra un número que se convierta en 6 cuando se


le suma su raiz cúbica. ii) ¿Por dónde debe ser cortado un
árbol de 12 varas de altura para que la parte que quede en
tierra sea la raiz cúbica de la que cae?...

La noche del 12 de febrero de 1535 Tartaglia no durmió.


Al dı́a siguiente tenı́a que responder a los treinta proble-
mas y no tenı́a la solución de ninguno. Pero, de repente,
le vino la inspiración:

29
Cuando está el cubo con las cosas preso
y se iguala a algún número discreto
busca otros dos que difieran en eso

Después harás esto que te espeto


que su producto siempre sea igual
al tercio cubo de la cosa neto

Después el resultado general


de sus lados cúbicos bien restados
te dará a ti la cosa principal
Con estos versos Tartaglia nos dice que debemos buscar
p y q tales que
 3
A √ √
p−q = B y pq = y tomar X = 3
p− 3
q
3

y, en efecto, nos indica un buen camino pues, entonces,


√ √ p p
X 3 = ( 3 p − 3 q)3 = p − 3 3 p2 q + 3 3 pq 2 − q

y se cumple que
A X B
z√
}| { z√ }| √ { z }| {
3
X + 3 pq ( p − q) = p − q
3 3 3

Con esta técnica, Tartaglia logró resolver sus treinta pro-


blemas, mientras del Fiore no pudo con ninguno de su
correspondiente y más variada lista.
En realidad, Tartaglia nos enseñó a resolver cualquier
ecuación de tercer grado ax3 + bx2 + cx + d = 0 pues,
b
mediante el cambio de variable x = X − , podemos
3a

30
reducirla a una del tipo X 3 + AX = B

 27ca2 − 9ab2
A =

con 27a3 .
2 3
B = 9cab − 27da − 2b


27a3
El primer cosista capaz de resolver ecuaciones de cuarto
grado fué Ludovico Ferrari (1522-1565) de cuya vida
poco se sabe. Su método era tan farragoso que he preferido
esperar hasta el siglo XVIII y contar con la ayuda del gran
Euler (1707-1783) para ofrecerles un apunte razonable de
cómo proceder:
La ecuación cuártica X 4 = AX 2 + BX + C admite la
solución √
√ √
X = p+ q+ r si
 A

 p+q+r =

 2
B2

p, q, r cumplen pqr =

 64 2
pq + pr + qr = A + 4C


16
es decir, si p, q, r son las raices de la ecuación cúbica

A 2 A2 + 4C B2
x3 − x + x− = 0.
2 16 64
Sólo nos resta, por tanto, hacer el cambio y recitar el
verso de Tartaglia. Además, cualquier ecuación de cuarto
grado ax4 + bx3 + cx2 + dx + e = 0 se reduce, mediante

31
b
el cambio x = X − , a una del tipo X 4 = AX 2 +BX +C
4a

 96a2 b2 − 256ca3

 A =


 256a4

128ca2 b − 32ab3 − 256da3
con B = .


 256a4
 2 3 2 4
C = 64da b − 256ea − 16cab + 3b


256a4
Hasta aquı́ llegamos de la mano de Euler y no es posi-
ble llegar más lejos. Abel (1802-1829) probó en 1824 que
para la ecuación general de grado mayor que cuatro no
puede haber una solución formal conseguida mediante ope-
raciones algebraicas sobre los coeficientes de la ecuación.
Los métodos de al-jabr y al-muqābala son insuficientes
para probar el teorema fundamental del álgebra que ase-
gura para cualquier ecuación algebraica
xn + a1 xn−1 + · · · + an−1 x + an = 0
la existencia de n raices iguales o distintas, reales o com-
plejas. Estamos de nuevo en una situación en la que los
métodos matemáticos que se mostraron solventes para re-
solver ciertos problemas de la realidad, acaban constru-
yendo un universo conceptual, tan real como el percepti-
ble por nuestros sentidos, en los que se plantean cuestiones
irresolubles por dichos métodos. Es el caso de los proble-
mas délicos para la geometrı́a de la regla y el compás o
del teorema fundamental para los métodos algebraicos y,
tal vez, sea éste el sino de cualquier método matemático
de alcance que el hombre pueda diseñar. Sin embargo,
tales situaciones siempre se han resuelto con la creación
de nuevos métodos más sofisticados, nuevas herramien-
tas más versátiles, que han permitido continuar la cons-
trucción del observatorio matemático del mundo.

32
Descartes ya habla en su juventud de estas cuestiones
y expresa con gran claridad sus planes de futuro, en una
carta dirigida a Beeckman:

En el dominio de la cantidad continua determinados pro-


blemas pueden resolverse con sólo lı́neas rectas y circun-
ferencias. Otros con la ayuda de curvas engendradas por
un movimiento único y descritas con compases especiales
tan determinados y tan geométricos como los que trazan
las circunferencias. Otros, finalmente, pueden resolverse
con la ayuda de curvas engendradas por dos movimientos
diferentes no subordinados el uno al otro.
Estimo que nada puede imaginarse que no sea resoluble
mediante alguna de las curvas de que hablo, y yo espero
demostrar qué tipos de cuestiones pueden resolverse de tal
o tal manera y no de tal otra.

Cuando Descartes habla de compases especiales se re-


fiere a instrumentos como el mesolabio, que es un compás
ordinario al que se añaden en los brazos reglas perpendic-
ulares a los mismos, con una ligadura fija (•) y el resto
deslizantes (◦):

Y


◦
H
F◦
B ◦ A
D

 A A
A A
 A A
O ?
A ◦AC A◦E A◦G X
A A
A
A
A

33
Si lo cerramos, llevando el brazo OY sobre OX, todos los
puntos B,C,D, E,F ,G y H confluyen en A. Al abrirlo, la
regla BC obliga a deslizar a la DC, ésta a la DE y, ası́
sucesivamente, hasta recuperar nuestra figura con un solo
movimiento coordinado. Todos los triángulos rectángulos
que aparecen son semejantes y, ası́,
OB OC OD OE OF OG
= = = = =
OC OD OE OF OG OH
Si OB = 1 y OC = t, resulta que OD = t2 , OE = t3 ,
OF = t4 ,· · · y, por tanto, el mesolabio nos permite hallar
raices cuadradas, cúbicas, cuartas,· · ·
Duplicar el cubo unidad es construir un cubo √ de volumen
2 o, si se prefiere, un segmento de longitud 3 2. Por tanto,
abriendo el mesolabio hasta que OE = 2, el segmento OC
tendrá la longitud deseada.

Cuando Descartes habla de curvas engendradas por movi-


mientos no subordinados se refiere a curvas como la tri-
sectriz que es el lugar geométrico de la intersección de dos
rectas del plano cuyo movimiento puede describir, tras fi-
jar uno de sus sistemas de referencia, del siguiente modo:
La primera, parte de la posición inicial y = 1 y se traslada
paralelamente al el eje OX, con velocidad constante. La
segunda, parte de la posición inicial x = 0 y gira en torno
al origen, en sentido horario, con velocidad angular con-
stante. Ambas deben llegar al eje OX simultáneamente.

Si el tiempo que tardan en llegar al eje OX se toma como


unidad, el lugar geométrico de la intersección de dichas

34
rectas tiene ecuación horaria

 1−t
x =

π(1 − t)
tan

 2
y = 1 − t

πy
o ecuación implı́ta y − x tan = 0. Su gráfica es
2

La trisectriz tiene dos propiedades importantes:

1. Reduce el problema de la trisección de un ángulo a


la trisección de un segmento, como se indica en la
figura.
2
2. Nos proporciona un segmento de longitud = 0.6366...
π
puesto que
y y 2
lim π y = y→0
lim πy = .
y→0
tan π
2 2

Con este segmento y el teorema de Tales construı́mos otro


de longitud π

35
x
2 2
π 1
= ⇒ x=π
2
2 x
0 π 1

y, con éste último y el mesolabio obtenemos uno de lon-


√ √
gitud π. El cuadrado de lado π tiene la misma área
que el cı́rculo unidad y, por tanto, la trisectriz resuelve,
también, el problema de la cuadratura del cı́rculo.

Sin embargo, Descartes en el Libro II de La Géométrie,


uno de los tres ensayos que acompañan al Discurso del
método de 1637, excluye todas las curvas generadas por
movimientos no subordinados: la espiral, la trisectriz y
otras curvas semejantes que en verdad no pertenecen sino
a las Mecánicas.

Descartes desea, ante todo, resolver metódicamente los


problemas de la ciencia y sabe la importancia que tiene la
determinación de la tangente o la normal a una curva en
cualquiera de sus puntos:

Me atrevo a afirmar que saber cuándo pueden trazarse


lineas rectas que corten a una curva formando un ángulo
recto con ella, es el problema cuyo conocimiento es más
útil y no sólo el más general que yo conozco sino también
el que más he deseado llegar a conocer.

Pero su método de determinación de la normal, que con-


siste básicamente en localizar un punto del eje OX que sea
el centro de una circunferencia que toque a la curva en el
punto deseado, sin cortarla, no puede aplicarlo a las cur-
vas mecánicas. Por eso las excluye de su tema de estudio

36
especializado aunque sabı́a servirse de ellas con destreza.
Descartes que inaugura con el Discurso del método la
filosofı́a estrictamente moderna, pasando del objetivismo
ingenuo al subjetivismo trascendental, también participa
en la concepción de la ciencia moderna apuntando la necesi-
dad de especialización.

La Géométrie de Descartes se limita a la consideración


de curvas algebraicas, es decir, al lugar de los ceros de poli-
nomios de dos variables. Este punto de vista restrictivo
resultó, sin embargo, sumamente fecundo pues sirvió para
fundamentar de manera estricta la correspondencia entre
álgebra y geometrı́a y marcó el comienzo de la actual ge-
ometrı́a algebraica.

3 El Cálculo Infinitesimal

El movimiento es la estructura compleja de la realidad


cuyo estudio y dominio interesó más al hombre europeo
del siglo XVII. Los dos problemas esenciales que se pre-
tende resolver son determinar la velocidad y la aceleración
a partir del conocimiento del desplazamiento y, a la in-
versa, deducir el desplazamiento a partir del conocimiento
de la velocidad o la aceleración. Su manipulación racional
y rigurosa precisa de los métodos del cálculo infinitesimal
que estudian magnitudes que cambian suavemente con el
tiempo y controlan las tasas de esos cambios.

Este interés por el estudio del movimiento no es nuevo.


Aunque para Platón y Aristóteles no puede existir una
auténtica ciencia que trate a los objetos cambiantes de
este mundo y Euclides sólo se ocupe de objetos inmóviles
contemplados en una especie de universo de las ideas,

37
Arquı́medes en su tratado De las Espirales ya con-
sideró estas curvas mecánicas engendradas por dos movi-
mientos uniformes: la rotación igualmente rápida de una
semirrecta en torno al origen y la traslación igualmente
rápida de un punto sobre dicha semirrecta a partir de ese
origen.

Contemplando la gráfica de su trayectoria podemos apre-


ciar que el movimiento resultante ya no es igualmente
rápido pues el punto recorre arcos de curva de longitud
distinta en tiempos iguales y podemos entender el interés
por determinar la velocidad en cada instante y por cono-
cer su tasa de cambio.
Los astrónomos también se habı́an ocupado de los movi-
mientos aparentes de los cuerpos celestes. Hasta el siglo
XVI la única teorı́a aceptada por los profesionales de la
astronomı́a, encargados del cálculo de calendarios y de las
tablas de navegación, fué el sistema geocéntrico de Ptolo-
meo (85-165) descrito en el monumental Almagesto. Este
sistema era el único aceptable tanto para la concepción
griega de la Naturaleza como para la idea cristiana del
Hombre como centro del Universo.

Copérnico(1474-1543), sólo cuando es consciente de que


se acerca el final de sus dı́as, se atreve a publicar De revo-
lutionibus orbitum caelestium que sitúa al Sol en el

38
centro de nuestro sistema planetario aunque mantiene la
hipótesis ptolomeica de que la Tierra y los demás planetas
recorren órbitas cı́rculares a velocidad uniforme.

Kepler(1571-1630) estaba convencido de que el Universo


creado por Dios debe regirse por principios simples y al no
poder explicar las cuidadas mediciones de Tycho Brahe
(1546-1601) sobre la órbita de Marte con la premisa del
movimiento planetario circular uniforme, decidió aban-
donar esta hipótesis. Lo intentó con una elipse colocando
el Sol en uno de los focos y, como por magia, todos los
datos cuadraron. En su Nueva Astronomı́a de 1609
nos dió a conocer sus dos primeras leyes:

1. Todo planeta describe una elipse en la que el Sol


ocupa un foco.

2. El segmento rectilı́neo Sol-planeta barre áreas iguales


en tiempos iguales.

Contemplando la gráfica apreciamos que el movimiento


del planeta no es igualmente rápido pues a áreas iguales
no corresponden arcos de elipse de la misma longitud.

Con todos estos antecedentes la Revolución Cientı́fica del


siglo XVII estaba lista para ser programada por Galileo
(1564-1642). Los principios básicos de la Fı́sica deben

39
derivarse de la experimentación y deben expresarse me-
diante una formulación matemática secilla que permita la
realización de predicciones comprobables. Lo afirmó en
1610 de forma memorable:

La filosofı́a está escrita en ese gran libro que está de-


lante de nuestros ojos - el universo- pero que no podemos
entender si no aprendemos primero el lenguaje, y com-
prendemos los sı́mbolos en los que está escrito. El libro
está escrito en lenguaje matemático, y los sı́mbolos son
triángulos, circunferencias y otras figuras geométricas sin
cuya ayuda es imposible comprender ni una palabra de él,
sin lo cual se deambula en vano a través de un oscuro
laberinto.

En su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del


mundo publicado en 1632 bajo la forma de una amable
discusión entre tres personajes, hace una crı́tica feroz del
sistema geocéntrico e introduce visiones nuevas sobre la
gravedad y su percepción de que las leyes cuantitativas que
rigen los movimientos acelerados deben poder deducirse de
una ley matemática simple. El libro tuvo tanto éxito que
atrajo la atención de la Inquisición con las consecuencias
de reclusión perpetua en su villa de Arcetri.

En su Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno


a due nove scienze llevado secretamente a Holanda y
publicado allı́ en 1638, Galileo fórmula la ley del movi-
miento uniformemente acelerado (el espacio recorrido es
proporcional al cuadrado del tiempo) y la ley de la com-
posición de movimientos y ello le lleva a la conclusión
correcta de que los proyectiles han de tener una trayec-
toria parabólica.

40
Sin embargo la idea de velocidad en los Discorsi es aún
bastante vaga e intuitiva. En ninguna parte consta de
modo preciso qué se entiende por velocidad instantánea
ni, aún, por velocidad media. Sin preparación ni justifi-
cación, en medio del Axioma III, podemos leer: El espacio
recorrido en un tiempo dado a mayor velocidad es mayor
que el espacio recorrido, en el mismo tiempo, a menor ve-
locidad.

Estas observaciones quizás merezcan una reflexión gen-


eral. Si bien las matemáticas se enriquecieron consider-
ablemente con Galileo, su fecundidad parece vinculada a
un debilitamiento de las condiciones euclideanas. Tiene
un gran ingenio para el gran reino de las curvas pero rara-
mente se preocupa por delimitar estrictamente las hipótesis
de partida y las construcciones admitidas. Las razones de
esta desherencia son múltiples pero entre ellas está, sin
duda, el haber puesto a punto procedimientos que funcio-
nan y que no tienen justificación en términos euclı́deos.
Pero tal vez, y de modo más generalizado, debamos con-
cluir que el hombre de esa época está persuadido de que el
recurso a las luces naturales hace supérflua toda discusión
acerca de los principios. Se sabe qué es el número, el es-
pacio, el tiempo,..., y eso basta.

Podemos pensar que la diferencia de actitudes de Descar-


tes y Galileo, no son sólo una cuestión de temperamen-
tos o un accidente histórico, sino que va unida a la propia
naturaleza de las matemáticas, que genera movimientos
contrarios e indisociables: Por un lado el rigor, la pre-
ocupación por la economı́a de las hipótesis, una cierta
exigencia estética; por el otro, una especie de habilidad

41
conquistadora, un sano apetito por captar los problemas
que se presentan y abrir nuevas vı́as.

Pero también genera, cuando el alejamiento pone en peli-


gro su unidad, al hombre universal capaz de hacer una
sı́nteses conceptual que supere dichas diferencias. Lo he-
mos encontrado en Arquı́medes, con su método de la
palanca para descubrir nuevos resultados, y con la ex-
haución para controlar su validez, y lo volvemos a en-
contrar en Newton con su método de fluxiones para
describir el movimiento y las demostraciones clásicas de
los nuevos resultados que con él lograba.

Newton (1642-1727) y sus Philosophiae naturalis Prin-


cipia Mathematica logran la sı́ntesis conceptual de toda
la matemática conocida hasta el momento de su publi-
cación en 1687. En el prefacio ya nos ofrece su visión
global de la ciencia, no exenta de cierta crı́tica a Descartes:

Como los antiguos consideraban de la mayor importancia


la mecánica para la investigación de las cosas naturales y
como los modernos han intentado reducir los fenómenos
de la naturaleza a las leyes matemáticas, he querido en
este trabajo cultivar la matemática en tanto en cuanto se
relaciona con la filosofı́a.
Los antiguos consideraban dos aspectos de la mecánica:
el racional, que procede con exactitud mediante demostra-
ciones, y el práctico. A la mecánica práctica pertenecen
todas las artes manuales de las que tomó su nombre la
mecánica. Pero como los artı́fices no trabajan con exac-
titud absoluta, llega a suceder que lo perfectamente ex-
acto se llama geométrico, y mecánico lo no tan exacto.
Sin embargo, los errores no están en el arte, sino en los

42
artı́fices[...].
La descripción de la lı́neas rectas y los cı́rculos sobre la
cual se basa la geometrı́a pertenece a la mecánica. La
geometrı́a no nos enseña a trazar esas lı́neas, aunque re-
quiere que sean trazadas[...]. Se exige de la mecánica la
solución de ese problema y cuando está resuelto se mues-
tra la utilidad de lo aprendido, y constituye un tı́tulo de
gloria para la geometrı́a el hecho de que a partir de esos
pocos principios, recibidos de otra procedencia, sea capaz
de producir tantas cosas. Por consiguiente la geometrı́a
no es sino aquella parte de la mecánica universal que pro-
pone y demuestra con exactitud el arte de medir[...].

Los Principia constan de tres libros, los dos primeros


titulados Sobre el movimiento de los cuerpos y el ter-
cero Sobre el Sistema del Mundo, y es una de las obras
cumbre de la Ciencia que presenta un modelo matemático
riguroso que le permite explicar todos los fenómenos del
movimiento a partir de tres leyes fundamentales. Newton
conocı́a bien los trabajos de Galileo sobre el movimiento
de proyectiles y los de Kepler sobre el movimiento de los
planetas y logra relacionarlos y deducirlos de unos mismos
principios. Para ello hizo uso de sus propias contribuciones
al álgebra, la geometrı́a y, sobre todo, su método de fluxio-
nes. Sin embargo, es difı́cil descubrir estas matemáticas
revolucionarias en los Principia pues Newton emplea
deliberadamente un lenguaje geométrico similar al uti-
lizado por Arquı́medes y los grandes matemáticos grie-
gos.

Comienza Newton su primer Libro con ocho definiciones,


entre las que se encuentran las de fuerza, masa y cantidad
de movimiento y un famoso escolio sobre términos cono-

43
cidı́simos para todos: tiempo, espacio y movimiento.
Después enuncia sus famosas tres leyes del movimiento:

1. Todos los cuerpos perseveran en su estado de reposo


o de movimiento uniforme en lı́nea recta, salvo que
se vean forzados a cambiar ese estado por fuerzas
impresas.

2. El cambio de movimiento es proporcional a la fuerza


motriz impresa, y se hace en la dirección de la lı́nea
recta en la que se imprime esa fuerza.

3. Para toda acción hay siempre una reacción opuesta


e igual. Las acciones recı́procas de dos cuerpos en-
tre sı́ son siempre iguales y dirigidas hacia partes
contrarias.

De ellas deduce seis corolarios que contienen las leyes de


composición de velocidades y fuerzas, y la invariancia de
todos los movimientos bajo movimientos inerciales del es-
pacio, entre otros hechos destacados. Newton honra a
Galileo al que atribuye las dos primeras leyes y los dos
primeros corolarios y nos honra a todos ofreciéndonos una
enorme cantidad de demostraciones matemáticas relativas
al movimiento de los cuerpos. Por ejemplo, prueba que el
movimiento de un punto sometido a una fuerza central se
realiza necesariamente en un plano y a velocidad areolar
constante (2a ley planetaria de Kepler). Además prueba
que si la trayectoria del punto es una elipse y el centro
de la fuerza ocupa uno de sus focos, la fuerza impresa al
punto debe ser inversamente proporcional al cuadrado de
su distancia al centro.

44
El segundo Libro lo dedica al estudio del movimiento de
un cuerpo en un medio resistente. Esboza teorı́as sobre la
resistencia en un medio fluı́do, aceptando que es propor-
cional al cuadrado de la velocidad, estudia la propagación
de las ondas, comienza el estudio de los fluı́dos viscosos,
etc.
En el tercer Libro establece la Teorı́a de la Gravitación
Universal y la resume en la ecuación universal que todos
conocemos
m1 × m2
F =G (1)
d2
Yo no sabrı́a decirles cuántos megas de información con-
tiene este chip neuronal sólo atacable por el virus de la
Relatividad, pero sı́ puedo decirles que de él extrajo
Newton las leyes de Kepler, el movimiento de los saté-
lites alrededor de un planeta, las masas de los restantes
planetas y del Sol en relación con la de la Tierra, el achata-
1
miento producido por la rotación de la Tierra ( 230 frente
1
al valor 297 admitido hoy), la precesión de los equinoc-
cios, la variación del peso con la latitud, la teorı́a de las
mareas como acción combinada de la Tierra y la Luna, etc.

En todas estas deducciones debió utilizar Newton su mé-


todo de fluxiones pero evitó mostrarlo por ser consciente
de que aún no podı́a justificarlo rigurosamente. Conside-
ra en él, a la manera de Fermat (1601-1665) y Barrow
(1630-1677), un elemento infinitesimal, de sı́mbolo o, que
es una especie de quanta o partı́cula atómica de tiempo.
Además, considera toda figura geométrica engendrada por
los movimientos de algún mecanismo acorde con su estruc-
tura. En particular, una curva simple puede ser engen-
drada según el siguiente esquema general:

45
Un punto móvil B se mueve sobre una lı́nea horizontal a
partir de un punto A, arrastrando un segmento vertical
BD de longitud variable. El extremo D engendra la curva
f y el barrido del segmento crea la superficie S. AB será
la base y BD la ordenada.

Newton considera la curva y la superficie como fluentes


con el tiempo. Cada fluente tiene su tasa de flujo o fluxión
o velocidad (fluxio sive velocitas). El flujo mı́nimo de un
fluente φ con fluxión φ0 será el producto φ0 o y, ası́, todo
impulso es proporcionado por o. Ası́ pues, el papel funda-
mental le corresponde al tiempo. Sin embargo, dice:

Como no poseemos estimación alguna del tiempo más que


representado y medido a través del movimiento uniforme,
y puesto que, no puede existir razón entre cantidades más
que si son del mismo género, no tendré en cuenta el tiempo
considerado formalmente sino que, entre las cantidades
propuestas que son del mismo género, supondré que una
se incrementa conforme a una fluxión uniforme y referiré
a ellas todas las demás cantidades como si élla fuese el
mismo tiempo.

Como la propia base es un fluente x, en la mayorı́a de


los casos Newton hace avanzar al punto B una unidad
de longitud por unidad de tiempo, es decir, toma x0 = 1.
Ası́, el flujo mı́nimo de x o incremento de x, será 1 o = o
y hará jugar a la x el papel del tiempo. En este caso

46
hoy dirı́amos que x es la variable independiente, que su
derivada es 1 y escribirı́amos f (x) y S(x) .

Con una gran intuición y la aplicación de su teorema bi-


nomial y los desarrollos en serie preparados por Fermat,
Pascal (1623-1662) y Wallis (1616-1703), Newton ela-
bora una algorı́tmica universal que le permite determinar
los incrementos contemporáneos de los fluentes que inter-
vienen en términos del fluente de referencia elegido.

Apoyado en los trabajos sobre la determinación de la recta


tocante o recta tangente a una curva de Descartes, Fer-
mat y Roberval (1602-1675) interpreta f 0 (x) como la
pendiente de dicha recta y apoyado en los indivisibles de
Cavalieri y Kepler y en los trabajos de integración de
Barrow prueba el teorema fundamental del método de
fluxiones
S 0 (x) = f (x)
Con ello Newton cambia radicalmente la concepción tradi-
cional del área como lı́mite de una suma de indivisibles y
convierte el viejo problema de las cuadraturas en un sim-
ple problema de antiderivación.

Podrı́amos decir que, en esencia, hasta aquı́ llegan los


conocimientos matemáticos de los alumnos que se incor-
poran hoy a nuestra Universidad. Pero, evidentemente,
no con estas notaciones y sin la presencia de ese extraño
sı́mbolo infinitesimal o.

Es necesario esperar a Cauchy (1789-1857) para que, apo-


yado en el concepto de lı́mite introducido por d’Alem-
bert (1717-1783), nos proporcione las definiciones rigu-

47
rosas de convergencia de series, derivada e integral, que
siguen vigentes hoy mismo. La única objeción que se le
puede poner a la obra de Cauchy es que define la in-
tegral para funciones continuas y prueba su existencia
usando, en realidad, la continuidad uniforme. Aunque
este ajuste final lo ultimaron Weierstrass (1815-1897)
y Heine (1821-1881), básicamente debemos a Cauchy la
sustitución de las curvas fluentes, por funciones reales con-
tinuas; el manejo del evanescente fantasma del tiempo o,
por el cálculo de lı́mtes; las fluxiones, por las derivadas
(que no son sino lı́mites); las superficies fluentes, por las
integrales (que vuelven al reino de la exhaución en forma
se sumas) y la adopción de la más afortunada notación
diferencial de Leibnitz (1646-1716). Con ello nos legó
una preciosa herramienta, ya utilizable por cualquier ciu-
dadano mayor de edad, como es el cálculo diferencial e
integral actual.
De acuerdo con Bochner, daremos por terminada, con
Cauchy, la revolución cientı́fica iniciada en el XVII.

La obra monumental de Newton convenció a la Humani-


dad de la existencia de un nuevo orden en el mundo y de
estar en un universo controlable por un pequeño número
de principios fı́sicos expresables únicamente en términos
matemáticos. La fı́sica y las matemáticas siguieron avan-
zando juntas impulsadas por cientı́ficos como:
Los Bernoulli (1667-1789), Euler (1707-1783), Cou-
lomb (1736-1806), Lagrange (1736-1813), Monge (1746-
1818), Laplace (1749-1827), Legendre (1752-1833), Fou-
rier (1768-1830), Biot (1774-1862), Ampère (1775-1836),
Gauss (1777-1855), Bolzano (1781-1848), Savart (1791-
1841), Faraday (1791-1867), Jacobi (1804-1851), Hamil-
ton (1805-1865), Dirichlet (1815-1859), Riemann (1826-

48
1866) y Maxwell (1831-1879), por citar sólo a los más
significados, y cuya cantidad se explica, en parte, por las
posibilidades que los nuevos tiempos ofrecen a todo ciu-
dadano dispuesto a llegar hasta el frente donde se lucha
con lo desconocido.

Controlando la complejidad del movimiento hasta la se-


gunda variación, deducen nuevas ecuaciones universales,
como las que rigen las ondas

∂2φ ∂2φ ∂2φ 1 ∂ 2φ


+ + − =0 (2)
∂x2 ∂y 2 ∂z 2 v 2 ∂t2

o las que rigen la dinámica de los medios continuos


1 1 ∂w
f − ∇p = rotw ∧ w + ∇kwk2 +
ρ 2 ∂t
(3)
∂ρ
+ div(ρw) = 0
∂t

o la electrodinámica
∂D
rotH = J +
∂t
∂B
rotE = −
∂t
(4)
divD = ρ
divB = 0

Las explicaciones de los sı́mbolos y cómo leer en ellas y


manipular la preciosa información que encierran, está, evi-
dentemente, fuera de lo que es razonable que diga hoy

49
aquı́. Me dedicaré a ello, para mis nuevos alumnos de Am-
pliación de Cálculo, en coordinación con todos mis colegas
de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales,
durante todo el curso que hoy comienza, con la esperanza
de que cuando termine, hayamos logrado su satisfactoria
comprensión del mundo macroscópico, al menos, como lo
entendı́an los cientı́ficos de finales del siglo XIX.

De la complejidad del movimiento aún les quedará por


estudiar dos genuinos descubrimientos del siglo XX: La
Teorı́a de la Relatividad y la Mecánica Cuántica.

La teorı́a especial de la relatividad formulada por Ein-


stein (1879-1955) en 1905, aunque atrevida en sus pos-
tulados, no requiere nuevas matemáticas. Trata de ex-
plicar con precisión los fenómenos que ocurren a veloci-
dades próximas a la velocidad de la luz, que el experimento
de Michelson (1852-1931) y Morley(1838-1923) habı́a
convertido en una constante universal c, no obediente a la
ley de composición de velocidades. Las transformaciones
que dejan invariantes las ecuaciones de esta dinámica ya
no son las de Galileo sino las de Lorentz (1853-1928)
definidas en el tetradimensional espacio-tiempo
L: R4 →  R4 
x0
+ vt0
r 
 v2 
 0  1− 2 
x  c 
y 0 

 y0 

 
z 0  7→ 
 z 0 

 0 v 0
t0 t + x 
2
r c
 

 v2 
1− 2
c

50
que son las únicas que no alteran la ecuación ondulatoria

∂ 2φ ∂ 2φ ∂ 2φ 1 ∂ 2φ
+ + − =0.
∂x2 ∂y 2 ∂z 2 c2 ∂t2
Dilatan el tiempo a velocidades relativistas pero coinciden
con las de Galileo cuando v es despreciable frente a c.

La teorı́a general de la relatividad formulada por Ein-


stein en 1916 ya requiere el uso de los métodos tensoriales
de Ricci (1852-1925) y Levi-Civita (1873-1941) pues el
universo debe ser modelizado como una variedad tetradi-
mensional dotada de una métrica riemanniana
4
X
ds2 = gij dxi dxj
i,j=1

Esta formulación en términos de espacios curvos no euclı́-


deos, inseparable ya de la nueva teorı́a, tiene espectacu-
lares corolarios, como la curvatura de los rayos de luz bajo
potentes campos gravitatorios y la equivalencia entre masa
y energı́a, expresada en la ecuación universal

E = m × c2 (5)

que pronto fueron confirmados por los experimentos y apli-


cados a los aceleradores de partı́culas y a la producción de
energı́a atómica o de fusión.

La mecánica cuántica intenta describir los acontecimien-


tos que tienen lugar a escala atómica y explicar las discre-
pancias con las predicciones de la fı́sica clásica cuando se
aplica a estos fenómenos microscópicos.

51
El primer aviso lo da Plank (1858-1947) al descubrir que
la energı́a emitida por un oscilador atómico surge en can-
tidades discretas, proporcionales a la frecuencia intrı́nseca
del oscilador radiante. Designa a la constante de propor-
cionalidad ~, la calcula y la convierte en la famosa con-
stante universal que lleva su nombre.
El segundo lo da Bohr (1885-1962) al comprobar en el es-
pectro de emisión que los electrones excitados del átomo
de hidrógeno sólo existen en aquellos estados cuyo mo-
~
mento cinético es múltiplo entero de .

Poincaré (18854-1912) se da cuenta de que esta cuanti-
zación de las variables fı́sicas implica aceptar que, a nivel
microscópico, los fenómenos tienen lugar de manera es-
encialmente discontinua y, por tanto, imprevisible y co-
menta:

Lo que las nuevas investigaciones parecen poner en tela


de juicio no son sólo los principios fundamentales de la
mecánica, sino algo que hasta ahora nos parecı́a insepa-
trable del concepto mismo de ley natural. Los fenómenos
fı́sicos dejarı́an de obedecer a leyes expresables por ecua-
ciones diferenciales y esto, indudablemente, serı́a la mayor
y más radical revolución en la filosofı́a natural desde los
tiempos de Newton.

Otro tipo de dificultad importante que aparecı́a al estu-


diar el mundo atómico era la dualidad onda-partı́cula:
La luz tanto parecı́a ser una onda como una lluvia de
partı́culas. En los fenómenos de interferencia y difracción
actuaba como una onda. Sin embargo, Einstein para
explicar en 1905 el efecto fotoeléctrico tuvo que postular
que un rayo de luz de frecuencia ν se comportaba como

52
una colección de fotones cada uno con energı́a ~ν. Esta
hipótesis fué ratificada en 1923 por Compton (1892-1962)
haciendo saltar electrones de una placa metálica mediante
su bombardeo con fotones.
Thomson (1856-1940) descubrió el electrón en 1897 como
una partı́cula minúscula, tremendamente veloz y cargada
negativamente. Sin embargo, Davisson (1881-1958) reci-
bió el Nobel de Fı́sica en 1937 por mostrar experimen-
talmente que los electrones se difractan a través de una
~
red cristalina como una onda de longitud de onda λ = ,
p
donde p es la cantidad de movimiento del electrón.
Hubo, pues, que aceptar las ideas de L. de Broglie (1892-
1987) y Schrödinger (1887-1961) de asignar paquetes de
ondas a las partı́culas materiales.

Varios fueron los modelos matemáticos utilizados para des-


cribir esta nueva complejidad de la mecánica cuántica y, en
algunos casos, las matemáticas empleadas eran insatisfac-
torias y poco rigurosas. Las formulaciones que alcanzaron
más éxito fueron la mecánica matricial de Heisenberg
(1901-1976) y la mecánica ondulatoria de Schrödinger y
se hacı́a cada vez más necesario una teorı́a unificada. La
dificultad residı́a en encontrar una analogı́a formal del es-
pacio discreto Z de los ı́ndices de las matrices de Heisem-
berg y el espacio Ω de la variable continua de las ecua-
ciones de Schrödinger.

Como ya sucediera con las cónicas de Apolonio que pudo


usar Kepler o con las variedades de Riemann que pudo
usar Einstein, también en esta ocasión, la matemática
tenı́a preparada la herramienta ad hoc para la fı́sica:

53
- Hilbert (1862-1943) habı́a introducido en sus traba-
jos sobre ecuaciones integrales el espacio de Hilbert
de las sucesiones complejas de cuadrado sumable
`2 (Z)

- Lebesgue (1875-1941) habı́a desarrollado una teorı́a


de la medida e integración que proporcionaba el es-
pacio de Hilbert de las funciones complejas de cuadra-
do integrable L2 (Ω)

- F. Riesz (1880-1956) y Fisher (1875-1954) habı́an


demostrado que los espacios `2 (Z) y L2 (Ω) son iso-
morfos e isométricos

Von Neuman (1903-1957), discı́pulo distinguido de Hil-


bert, dedujo de la isometrı́a de los espacios `2 (Z) y L2 (Ω)
la equivalencia de las dos formulaciones de la mecánica
cuántica. La formulación de Von Neuman, basada en
las propiedades intrı́nsecas del espacio de Hilbert sepa-
rable complejo, está hoy universalmente aceptada y sus
resultados concuerdan enormemente con las experiencias.
En esta formulación los operadores del espacio de Hilbert
representan los observables del sistema fı́sico. Cualquier
propiedad puramente matemática de un operador puede
ser interpretada por un fı́sico teórico como un suceso o
como una propiedad de un suceso en la realidad y sólo
en el sentido ontológico de las interpretaciones aparecen
diferencias.

4 Conclusión

Desde finales del siglo XIX la matemática trata de domi-


nar, también, la complejidad de su propia realidad con-
ceptual. Como si quisiera construir los juegos reunidos

54
educativos del mundo, va diseñando diferentes tableros,
donde los avances se producen bajo reglas estrictas que
los jugadores deben conocer antes de empezar la partida.
Mas tarde, las tácticas, estrategias y conclusiones de esos
ejercicios de la razón, inocuos y de bajo coste, se aplican
a diversos aspectos de la realidad fı́sica, técnica, biológica,
sociológica, lingüı́stica, filosófica, etc.

Cada tablero es un conjunto finito o infinito X, cuyos ele-


mentos pueden ser los signos de un alfabeto; los habitantes
de un pais; los enfermos de un hospital; los números natu-
rales, enteros, racionales, reales o complejos; las n-tuplas
de esos números; los polı́gonos, poliedros o politopos de
cualquier espacio; las funciones reales, complejas o valo-
radas en cualquier conjunto V y definidas en cualquier
dominio D; los caminos que unen dos puntos del espacio
fı́sico;...

Sobre él se fijan relaciones, operaciones y todo tipo de sub-


conjuntos que determinan su estructura topológica o de
medida, axiomáticamente, del modo descrito en el apéndice
para leer, que con todo cariño he escrito para ustedes como
complemento de lo que aquı́ se ha expuesto.

La construcción y dominio de esas estructuras de orden,


algebraicas, topológicas, de medida o cualquier combi-
nación de ellas, ha constituido la tarea diaria de muchos
matemáticos del siglo XX y siguirá siendo la de muchos
otros en el futuro. Podrı́amos decir que su táctica es cons-
truir bases indestructibles, tableros seguros donde jugar
con modelos abstractos de la realidad y su estrategia es
más profunda y más simple, es que un dı́a cualquiera, sin
saber cómo, alguna de las otras ciencias los necesite.

55
Sin embargo, y ésta es la limitación y la grandeza de
la matemática como ciencia de las estructuras, esos
matemáticos saben muy bien, desde que Gödel (1906-
1978) demostró su teorema de incompletitud, que en cual-
quier tablero que diseñen con enjundia suficiente para con-
tener a la aritmética, siempre surgirán proposiciones in-
decibles, partidas que finalicen en tablas.

Hoy es posible utilizar esas estructuras matemáticas en


soportes electrónicos que realizan las operaciones y los
cálculos a velocidad de vértigo, en sistemas de numera-
ción que sólo utilizan dos cifras para expresar cualquier
número, adaptados no ya al hombre mismo, sino a las
nuevas heramientas que ha sido capaz de construir.

Las otras ciencias alcanzan el enorme prestigio que to-


dos conocemos con la matematización de sus métodos o la
utilización de los procesos de linealización para aproximar
las soluciones de las ecuaciones universales que expresan
sus leyes experimentales básicas. La matemática, a su
vez, ha alcanzado enormes coeficientes de productividad
cientı́fica al participar en todo tipo de modelizaciones de
la compleja realidad externa.

Pero es claro que si nos salimos del dominio siempre limi-


tado donde las leyes fundamentales de las ciencias se apli-
can plenamente, la baja en el rendimiento matemático se
acelera. No es comparable el éxito alcanzado en el estudio
del átomo de hidrógeno con el alcanzado en el estudio de
la interacción entre dos moléculas un poco más complejas.
Los especialistas saben de esta degeneración relativamente
rápida de las posibilidades de la ciencia pero, tal vez, esta

56
cuestión se airea poco ante el gran público por razones
ligadas a la propia sociologı́a de la ciencia actual.

El hombre de hoy ha depositado ciegamente su fe en la


ciencia, tal vez porque ésta se ha convertido en un nuevo
misterio para él. Nuestra misión, es presentarle clara-
mente sus grandes avances pero, también, sus lagunas,
para que puedan surgir nuevos hombres universales ca-
paces de rellenarlas.

Los necesitamos más que nunca porque ante una cien-


cia y una tecnologı́a parceladas por una especialización
exagerada y creciente, ante una preocupación polı́tica por
formar a ciudadanos de un nuevo imperio global sin que
importe que ignoren la geometrı́a, ante la dependencia de
unas herramientas multinacionales que aún no son univer-
sales, corremos el peligro de entrar en un nuevo perı́odo de
oscuridad, en una época de una nueva ignorancia más rica
y más compleja que nunca hecha de infinitas sabidurı́as
inconexas.

57
5 Apéndice: Las estructuras
5.1 Ordenes
Cada conjunto X da lugar a nuevos conjuntos, como el
de sus pares X × X o el de sus subconjuntos P(X)
o el de sus relaciones binarias P(X × X) pues cada
R ∈ P(X × X) induce las relaciones R y R> siguientes:

x R y ⇔ (x, y) ∈ R ⇔ (y, x) ∈ >(R) ⇔ y R> x

En particular, la diagonal ∆ = {(x, x) : x ∈ X} induce la


igualdad. Una relación R se llama:
reflexiva si ∆ ⊂ R.
simétrica si R = >(R).
antisimétrica si( R ∩ >(R) = ∆.
(x, z) ∈ R
transitiva si ⇒ (x, y) ∈ R
(z, y) ∈ R
Una relación reflexiva, transitiva y antisimétrica se llama
de orden y se suele denotar . Es orden total cuando

∀(x, y) ∈ X × X ⇒ xy o y  x.

Toda esta información se resume en la expresión concisa


(X, ), que constituye un nuevo sı́mbolo matemático que
representa un conjuntos estructurado en el que se sub-
liman viejas ideas.

Por ejemplo, en (X, ), para un A ⊂ X, se precisan los


conceptos de
cota superior: s ∈ X tal(que x  s ∀x ∈ A.
σ es cota superior de A
supremo: σ ∈ X tal que
σ  s ∀s cota superior de A
cota inferior: i ∈ X tal que i  x ∀x ∈ A.

58
(
ı es cota inferior de A
ı́nfimo: ı ∈ X tal que
i  ı ∀i cota inferior de A
En este tablero (X, ) se puede jugar a averiguar si un
determinado A ⊂ X tiene supremo o no lo tiene, si tiene
ı́nfimo o no lo tiene y, en caso de que ambos existan, si
pertenecen o no al conjunto A.

5.2 Operaciones
Entre dos conjuntos X e Y se puede establecer aplica-
ciones f : X → Y que son reglas que asignan a cada
x ∈ X un y sólo un elemento f (x) ∈ Y .

Cualquier aplicación
∗: X×X → X
(x, y) 7→ x∗y
es una operación interna en X y se dice que ∗

es asociativa si (x ∗ y) ∗ z = x ∗ (y ∗ z)
es conmutativa si x ∗ y = y ∗ x
es l-cancelativa si x ∗ y = x ∗ z ⇒ y = z
es r-cancelativa si x ∗ y = z ∗ y ⇒ x = z
es cancelativa si es l-r-cancelativa.
tiene elemento neutro θ si θ ∗ x = x ∗ θ ∀x ∈ X
tiene inversos si ∀x ∈ X ∃xi? ∈ X tal que

x ∗ xi? = xi? ∗ x = θ

Si  : X × X → X es otra operación interna, se dice

l-distributiva con ∗ si

x  (y ∗ z) = (x  y) ∗ (x  z) ∀x, y, z ∈ X

59
r-distributiva con ∗ si

(x ∗ y)  z = (x  z) ∗ (y  z) ∀x, y, z ∈ X

distributiva con ∗ si es l-r-distributiva.

El conjunto X dotado de la operación ∗ se denota (X, ∗)


y se llama grupoide. Si ∗ es asociativa se llama semi-
grupo. Si, además, ∗ es conmutativa, el semigrupo se
dice abeliano. Un semigrupo con elemento neutro θ es
un monoide y se denota (X, ∗, θ). Si el monoide tiene in-
versos se llama grupo y puede ser abeliano o no abeliano.
El conjunto X dotado de las operaciones ∗ y  se denota
(X, ∗, ). Se llama anillo cuando (X, ∗, θ) es un grupo
abeliano y  es asociativa y distributiva con ∗. Un anillo
es abeliano si  es conmutativa y unitario si  tiene
elemento neutro e. Un anillo unitario (X, ∗, θ, , e) tal
que (X \ {θ}, , e) es grupo, se llama cuerpo y puede ser
abeliano o no abeliano.

Las estructuras algebraicas y de orden se pueden ensam-


blar obteniendo estructuras más ricas, como la de cuerpo
totalmente ordenado, simbolizada por (X, ∗, θ, , e; ),
que de forma precisa se define:

1. (X, ∗, θ, , e) es un cuerpo.

2. (X, ) es un conjunto totalmente ordenado.

3. x  y ⇒ x ∗ z  y ∗ z ∀z ∈ X
(
θx
4. ⇒ θ xy
θy

En un cuerpo conmutativo totalmente ordenado se cumple:

60
1. θ ≺ e, es decir, θ  e y θ 6= e
n
2. e ∗ · · · ∗ e 6= θ ∀n ∈ N.

3. Existe un subcuerpo como (Q, +, 0, ·, 1; ≤).


Dedekind consideró cuerpos conmutativos totalmente or-
denados completos, en los que todo subconjunto con cota
superior tiene supremo, y probó que
1. Todos son identificables entre sı́.

2. Cumplen el postulado de continuidad de Eudoxo:


(
θ≺x n
⇒ ∃n ∈ N tal que y  x ∗ · · · ∗ x
θy

3. En ellos se puede resolver cualquier ecuación


n
x ··· x = a con n ∈ N y 0a

Ası́ pues, los cuerpos conmutativos totalmente ordenados


completos tienen un modelo único que es el de los números
reales (R, +, 0, ·, 1; ≤) por todos conocido. Con esta pre-
sentación se resaltan y precisan las reglas de juego que
imperan en los problemas cuyo planteamiento precisa un
sólo dato numérico y que ya han sido comentados en la
sección segunda.

En muchos otros problemas se precisan n datos numéricos


para describir cada situación. Cada estado a considerar
será una n-tupla (x1 , · · · , xn) ∈ Rn o, si se prefiere, una
función x : {1, · · · , n} → R. En general, si el indicial de
los datos es un conjunto cualquiera I, cada estado a con-
siderar será una función f : I → R y el problema deberá

61
plantearse en el conjunto de funciones RI = {f : I → R}.

Este conjunto RI recibe, transferida desde R, la suma


puntual ⊕ de modo que, si ϑ : I → R es la función nula,
(RI , ⊕, ϑ) es grupo abeliano.

RI también recibe desde R el producto puntual • pero


es evidente que aunque (RI , ⊕, ϑ, •) es un anillo unitario,
no es ı́ntegro ya que puede suceder que f • g = ϑ sin que
f = ϑ ni g = ϑ y, en consecuencia, (RI , ⊕, ϑ, •) no
puede sumergirse en un cuerpo.

Sin embargo, la operación externa

: R × RI → RI , λ f : I → R
(λ, f ) 7 → λ f i 7 → λ · f (i)
tiene muy buenas propiedades. Peano (1858-1932) las
postuló en nueva estructura llamada espacio vectorial
real (X, +, θ; R, ·), que de forma precisa se define:
1. (X, +, θ) es un grupo abeliano
2. λ · (x + y) = λ · x + λ · y ∀λ ∈ R y ∀x, y ∈ X
3. (λ + µ) · x = λ · x + µ · x ∀λ, µ ∈ R y ∀x ∈ X
4. (λ · µ) · x = λ · (µ · x) ∀λ, µ ∈ R y ∀x ∈ X
5. 1 · x = x ∀x ∈ X
Los elementos de un espacio vectorial se llaman vectores
y los del cuerpo escalares. Una combinación lineal es
una suma finita de productos de escalares y vectores como
n
X
λ 1 · x1 + · · · + λ n · xn = λ i · xi
i=1

62
El conjunto de todas las combinaciones lineales que se
pueden formar con los elementos de un subconjunto A ⊂ X
es su envoltura lineal y se denota [A]. Cuando [A]=X
decimos que A es generador de X.

Un conjunto finito de vectores {x1 , x2, ..., xn} ⊂ X se dice


linealmente independiente cuando cada elemento de
[x1 , x2 , ..., xn] admite una expresión única como combi-
nación lineal de dichos vectores. Para ello es necesario
y suficiente que
n
X
λ i · xi = θ ⇔ λi = 0 ∀i = 1, ..., n.
i=1

Un subconjunto L ⊂ X se dice libre cuando todos sus sub-


conjunto finitos son linealmente independientes. Un sub-
conjunto de X generador y libre es una base de Hamel
y su existencia está asegurada en todo espacio vectorial
si admitimos el axioma de elección. Todas las bases
de Hamel de un espacio vectorial tienen el mismo cardi-
nal que es su dimensión algebraica y se denota dim(X).

El soporte de una función f : I → R es el conjunto de


ı́ndices donde no es nula. El subconjunto

F (I) = {f : I → R | sopf finito}

es un subespacio vectorial de (RI , ⊕, ϑ; R, ). La familia


{δi | i ∈ I} donde

δi : I → ( R
1 si j = i
j 7→
0 si j 6= i

63
es base de Hamel de F (I) y, por ello, F (I) es un sencillo
prototipo de espacio vectorial real de dimensión car(I).

Una de las técnicas más poderosas que ha diseñado la


matemática actual es, precisamente, la representación de
cualquier elemento de un espacio objeto de su interés, en
términos de una base o familia minimal de elementos de
ese espacio. Pero esta técnica sólo resulta eficaz cuando la
base tiene, a lo más, el cardinal de N.

El espacio vectorial de las sucesiones



X
S = {s : N → R | | s(n) |< ∞}
n=1

contiene a F (N) pero su dimensión algebraica es el car-


dinal de R, estrictamente mayor que el de N. Sin em-
bargo, a nadie se le escapa que la familia {δn | n ∈ N}
podrı́a conservar su capacidad para representar elementos
si fuéramos capaces de considerar combinaciones lineales

X
infinitas del tipo λn · δn . Ello se consigue añadiendo a
n=1
la estructura algebraica de S nuevas estructuras que con-
trolen los procesos de paso al lı́mite.

5.3 Topologı́as
Este tipo de estructuras han nacido a partir de ideas y
métodos de la geometrı́a y el cálculo infinitesimal, con
aportaciones de Euler, Riemann, Weierstrass, Can-
tor, Poincaré, Frechet (1878-1973) y Brouwer (1881-
1966) pero adquieren identidad propia con Haussdorff
(1868-1942) que es considerado el padre de la topologı́a

64
general por acuñar en 1914 el concepto de familia de en-
tornos de un punto. Alexandrov (1896-1982) dió en 1928
la definición actual de topologı́a en un conjunto X, de
modo conciso y abstracto, sin más que fijar un subcon-
junto no vacı́o T ⊂ P(X) que cumple:

1. ∅ ∈ T y X∈T

2. {Ai : i ∈ I} ⊂ T ⇒ ∪Ai ∈ T

3. {Ai : i = 1 · · · n} ⊂ T ⇒ ∩Ai ∈ T

Evidentemente, {∅, X} y P(X) siempre son topologı́as


en X. Además, dado cualquier E ⊂ P(X) el conjunto
de topologı́as que contienen a E tiene un mı́nimo (en la
relación contenido) que es la topologı́a generada por
E. Por ejemplo, el conjunto de todos los intervalos (a, b)
de R genera su topologı́a habitual H y el subconjunto
{A×B : A ∈ T , B ∈ S} ⊂ P(X ×Y ) genera la topologı́a
producto T ⊗ S en X × Y .

La estructura (X, T ) se llama espacio topológico, los


elementos de T son los abiertos del espacio y sus com-
plementarios, los cerrados. Los abiertos que contienen
a un C ⊂ X constituyen su familia de entornos abier-
tos ET (C). En (X, T ) se puede definir el lı́mite de una
sucesión {xn } ⊂ X y se escribe {xn } → x cuando:

∀A ∈ ET (x) ∃n0 ∈ N tal que xn ∈ A ∀n > n0

Para asegurar la unicidad del lı́mite de toda sucesión con-


vergente se exige que para cualesquiera dos puntos dis-
tintos x 6= y existan A ∈ ET (x) y B ∈ ET (y) tales que
A ∩ B = ∅. Un espacio topológico en que se pueden sep-
ara dos puntos de este modo se llama de Hausdorff.

65
También se pueden exigir mayores grados de separación
destacando, por ejemplo, entre los Hausdorff, los espa-
cios topológicos regulares en que se puede separar todo
cerrado de todo punto no contenido en él o los normales
en que se pueden separar cualesquiera dos cerrados dis-
juntos.

Para caracterizar la existencia de subsucesiones conver-


gentes en toda sucesión de un subconjunto de un espa-
cio métrico, Fréchet (1878-1973) introdujo en 1906 el
término de compacto. Alexandrov y Urysohn (1898-
1924) extendieron la idea a cualquier espacio (X, T ) en
1923 y llamaron compacto a todo subconjunto cuyos cubri-
mientos abiertos tienen subcubrimientos finitos. Tycho-
nov (1906-1993) probó en 1930 que el producto de com-
pactos es compacto.

Entre espacios topológicos (X, T ) e (Y, S) ya se puede


definir la continuidad de una aplicación f : X → Y
en un punto x ∈ X:

∀B ∈ ES (f (x)) ∃A ∈ ET (x) tal que f (A) ⊂ B

y caracterizar su continuidad global mediante el teorema

f ∈ C(X, Y ) ⇔ f −1 (B) ∈ T ∀B ∈ S

La posibilidad de definir funciones continuas de un Haus-


dorff (X, T ) en ([0, 1], H) aumenta con el grado de sepa-
ración de (X, T ). Ası́, por ejemplo:

Urysohn carcterizó los espacios normales como los Haus-

66
dorff en que para todo par de cerrados dijuntos F1 y F2
(
f (F1 ) = {0}
∃f ∈ C(X, [0, 1]) tal que
f (F2 ) = {1}

Tietze (1880-1964) los caracterizó como los Hausdorff


en que es posible extender toda función continua definida
en un cerrado f : F → [0, 1] a una continua f¯ : X → [0, 1].

Un espacio de Hausdorff se dice completamente regu-


lar cuando para todo cerrado F y todo punto x ∈/F
(
f (F ) = {0}
∃f ∈ C(X, [0, 1]) tal que
f (x) = 1
Estos espacios están entre los normales y los regulares y
desempeñan un importante papel.

El ensamblaje algebraico-topológico en estructuras de tipo


(X, ∗; T ) se realiza exigiendo la continuidad de las opera-
ciones. Ası́, por ejemplo:

Von Neumann definió en 1935 el espacio vectorial


topológico como la estructura (X, +, θ; R, ·; T ) que cumple:
1. (X, +, θ; R, ·) es un espacio vectorial.
2. La operación interna + : X × X → X es (T ⊗ T , T )-
continua.
3. La operación externa · : R × X → X es (H ⊗ T , T )-
continua.
Los espectaculares avances del Cálculo durante el siglo
XX han tenido lugar mayoritariamente en espacios vec-
toriales topológicos como los espacios de Hilbert, los de

67
Banach (1892-1945), los espacios de distribuciones de
Schwartz (1915-2002) y los espacios de Sobolev(1908-
1989) pero también se ha desarrollado el Cálculo en semi-
grupos y grupos topológicos.

Un semigrupo topológico es una estructura (X, ∗; T )


cumple que
1. (X, ∗) es un semigrupo.

2. La operación interna ∗ : X × X → X es (T ⊗ T , T )-
continua.

Un grupo topológico es una estructura (X, ∗, θ; T ) cumple:


1. (X, ∗, θ) es un grupo.

2. La operación interna ∗ : X × X → X es (T ⊗ T , T )-
continua.

3. La inversión i∗ : X → X es (T , T )-continua.

5.4 Quasi-uniformidades
Cartan (1904) dió en 1937 la definición de filtro en X
como el subconjunto F ⊂ P(X) que cumple
1. F 6= ∅ ∀F ∈ F

2. ∀F1 , F2 ∈ F ∃F3 ∈ F tal que F3 ⊂ F1 ∩ F2

3. F ∈ F y F ⊂ G ⇒ G∈F

A. Weil (1906-1998) mediante la operación entre las rela-


ciones de X:
◦: P(X × X) × P(X × X) → P(X × X)
(U, V ) 7→ U ◦V

68
( ( )
(x, z) ∈ V
donde U ◦V = (x, y) : ∃z ∈ X tal que
(z, y) ∈ U
definió en 1937 el concepto de uniformidad en X como
un filtro U de relaciones reflexivas de X que cumple:

∀U ∈ U ∃ S = >(S) ∈ U tal que S◦S ⊂U

Csaszár en 1960, suprimiendo la exigencia de simetrı́a,


definió una quasi-uniformidad en X como un filtro P
de relaciones reflexivas de X tal que

∀P ∈ P ∃Q ∈ P que cumple Q◦Q ⊂ P

La estructura (X, P), llamada espacio quasi-uniforme,


es adecuada para estudiar la convergencia pues extiende
el concepto de espacio métrico dando para cada punto
x ∈ X una familia de subconjuntos de X

{P [x] : P ∈ P} donde P [x] = {y : (x, y) ∈ P }

que cumple los cuatro axiomas de Haussdorff para la fa-


milia de entornos del punto x en una (única) topologı́a que
designaremos TP .

Con la supresión de la simetrı́a en las uniformidades de


Weil se consigue pasar del famoso teorema:

Todo espacio topológico completamente regular es uniformi-


zable,
al importantı́simo teorema de Csaszár-Pervin:

Todo espacio topológico es quasi-uniformizable.

69
Aunque el concepto de espacio quasi-uniforme es equiv-
alente al de espacio topológico, resulta que dada una apli-
cación f : X → Y entre los espacios (X, P) e (Y, Q) no
sólo se puede considerar su (TP , TQ)-continuidad

∀(x, Q) ∈ X × Q ∃P ∈ P tal que f (P [x]) ⊂ Q[f (x)]

sino también su (P, Q)-continuidad uniforme

∀Q ∈ Q ∃P ∈ P tal que (f × f )(P ) ⊂ Q

Si el ensamblaje algebraico-quasi-uniforme en estructuras


de tipo (X, ∗; P) se realiza exigiendo la continuidad uni-
forme de la operación interna, surge una nueva problemá-
tica interesante. Por ejemplo:

¿Es siempre un semigrupo topológico, quasi-uniformizable?

La respuesta es negativa y la caracterización de los semi-


grupos topológicos quasi-uniformizables es, todavı́a, un
problema en vı́as de solución (ver [Co-Di-Ta I y II]).

Sin embargo, todo espacio vectorial topológico (X, T ) es


uniformizable, es decir, existe una uniformidad U en X tal
que T = TU y cumple, entre otras condiciones, que

∀U ∈ U ∃V ∈ U tal que V +V ⊂U

En un espacio de Hilbert esa uniformidad está generada


por la familia

{Uε : ε > 0} donde Uε = {(x, y) : kx − yk < ε}

siendo k k : X → R+ una norma euclı́dea:


1. kxk = 0 ⇔ x=θ

70
2. kx + yk ≤ kxk + kyk ∀x, y ∈ X
3. kλ · xk = |λ| kxk ∀(λ, x) ∈ R × X
4. kx + yk2 + kx − yk2 = 2kxk2 + 2kyk2 ∀x, y ∈ X
En un espacio de Banach se prescinde de esta última
condición 4. de la norma, que deja de llamarse euclı́dea.
En ambos tipos de espacio, se exige, además, que todo
filtro F ⊂ P(X) de Cauchy, es decir, que cumpla
∀U ∈ U ∃F ∈ F tal que F × F ⊂ U ,
sea convergente a algún punto x ∈ X, es decir,
∀U ∈ U ∃F ∈ F tal que F ⊂ U [x]
Los espacios de Banach han sido estudiados a fondo en
la segunda mitad del siglo XX. Las aplicaciones lineales
continuas L : X → Y entre ellos, que se definen
1. L(x1 + x2 ) = L(x1 ) + L(x2 )
2. L(λ · x) = λ · L(x)
3. ∃k ≥ 0 tal que kL(x)k ≤ kkxk ∀x ∈ X,
forman otro espacio de Banach que se designa B(X, Y )
y han sido el objeto de gran cantidad de insignes pu-
blicaciones que se iniciaron en 1932 con La théorie des
opérations linéaires del propio Stefan Banach.

El cálculo diferencial ha pasado a ser el estudio de las fun-


ciones definidas en un abierto de un Banach con valores
en otro Banach, f : A ⊂ X → Y , que cumplen
∀x ∈ A ∃Lx ∈ B(X, Y ) tal que f (x + h) − f (x) ≈ Lx (h)
La nueva aplicación

71
Df : A⊂X → B(X, Y )
x 7→ Lx
puede gozar de la misma propiedad

∀x ∈ A ∃L0x ∈ B(X, B(X, Y )) tal que

Df (x + h) − Df (x) ≈ L0x (h).


Como B(X, B(X, Y )) es identificable con B2 (X × X, Y ),
espacio de las aplicaciones bilineales continuas de X en Y ,
nos queda definida la aplicación
D2 f : A⊂X → B2 (X × X, Y )
x 7 → L0x
Se podrı́a continuar este proceso, pero no suele ser nece-
sario. La aproximación
1
f (x + h) ≈ f (x) + Df (x)(h) + D2 f (x)(h, h)
2
que nos permite estudiar funciones complicadas mediante
el simple manejo de operadores lineales y bilineales es, casi
siempre, suficiente para estudiar los problemas de la rea-
lidad, como ya lo fuera para Newton la velocidad y la
aceleración o ya lo fuera para los griegos el simple manejo
de la regla y el compás.

Es más, en muchas ocasiones basta con la aproximación


lineal. Muchos problemas de la ciencia y la tecnologı́a
pueden reducirse a encontrar un x ∈ X en el que una de-
terminada función f : X → Y toma un determinado valor
b ∈ Y , es decir, a resolver una ecuación f (x) = b.

72
Si f puede suponerse diferenciable y, por cualquier método,
llegamos a saber que la solución está próxima a x0 , como

f (x) ≈ f (x0 ) + Df (x0 )(x − x0 ),

el problema f (x) = b puede aproximarse por el lineal


(
L = Df (x0 )
L(x) = b donde .
b = b − f (x0 ) + Df (x0 )(x0 )

Si, en particular, X e Y son el mismo espacio de Hilbert,


el problema lineal L(x) = b, puede sumergirse en el prob-
lema lineal autoadjunto
(
H = L∗ ◦ L
H(x) = b donde .
b = L∗ (b)

cuyas soluciones son soluciones generalizadas del L(x) = b.

Si, más en particular, X es un Hilbert separable y H


transforma conjuntos acotados en compactos, el operador
H admite una representación

X
H= λi ui ⊗ ui
i=1

donde {ui } es una base ortonormal y {λi} es una sucesión


escalar nula. Entoces, se cumple la siguiente alternativa
de Fredholm (1866-1927):

Si Λ(H) es el conjunto de autovalores de H y µ ∈ R \ {0}


es un parámetro, para el problema Hµ (x) = b con
Hµ = I − µH se cumple:

73

1 X (b | ui )
1. Si ∈/ Λ(f ), ∃| solución x = ui
µ 1 − µλi
i=1

1
2. Si ∈ Λ(f ), hay una variedad de soluciones
µ

(
X (b | ui ) Hµ (x) = o sólo
x∈ ui +V 1 ⇔
1 − µλi µ tiene solución o
i=1

5.5 Medidas
Lebesgue dió en 1902 la definición de σ-álgebra en X
como el subconjunto M ⊂ P(X) que cumple

1. X ∈ M

2. A ∈ M ⇒ X \A ∈ M

[
3. {An | n ∈ N} ⊂ M ⇒ An ∈ M
n=1

Evidentemente, {∅, X} y P(X) siempre son σ-álgebras en


X. Además, dado cualquier E ⊂ P(X) el conjunto de σ-
álgebras que contienen a E tiene un mı́nimo (en la relación
contenido) que es la σ-álgebra generada por E. Ası́,
por ejemplo, una topologı́a T en X genera la σ-álgebra
de Borel B(T ) de X.

Con Lebesgue la medida deja de ser el concepto geomé-


trico a priori que habı́an establecido los griegos y se con-
vierte, sencillamente, en una aplicación
µ: M → [0, ∞] que verifica las propiedades
A 7→ µ(A)

74
1. µ(∅) = 0

2. {An | n ∈ N} ⊂ M disjuntos ⇒

! ∞
[ X
µ An = µ(An )
n=1 n=1

La estructura (X, M, µ) se llama espacio de medida


y es la adecuada para resolver todos los problemas de
cuadratura clásicos. Los elementos de M se llaman con-
juntos medibles. Cuando µ(X) = 1, (X, M, µ) se llama
espacio probabilı́stico, los conjuntos medibles se lla-
man sucesos y en esta estructura se plantean todos los
problemas del azar y de la estadı́stica.

Una aplicación f : X → Y de un espacio de medida


(X, M, µ) en un conjunto arbitrario Y , traslada la estruc-
tura de medida que tenemos en X, al conjunto Y pues en
él quedan definidas la σ-álgebra

Mf = {B ⊂ Y : f −1 (B) ∈ M}

y la medida o ley de f
µf : Mf → [0, ∞]
B 7→ µ(f −1 (B))
En particular, una función f : X → R se llama medible
cuando todos los intervalos (a,b) de R están en Mf . Es
medible la función caracterı́stica de cualquier A ∈ M:
1A : X → ( R
0 si x ∈
/A
x 7→
1 si x ∈ A

75
También es medible cualquier función s : X → R que toma
un número finito de valores distintos {t1 , · · · , tn } cuando
s−1 (ti ) = Ai ∈ M ∀i = 1, · · · , n. Esta función tiene
Xn
la representación canónica s = ti · 1Ai y, si es no
i=1
negativa, se llama función simple y se puede integrar
respecto de µ
Z Xn
s dµ = ti · µ(Ai ∩ M ) ∀M ∈ M
M i=1
(
∞ si t > 0
con el convenio t · ∞ = y ∞ + ∞ = ∞.
0 si t = 0
Es fácil probar que la suma puntual de dos funciones sim-
ples es simple, que el producto de una función simple por
un número real no negativo es una función simple y que
se cumplen las propiedades
R R R
1. M (s1 + s2 ) dµ = M s1 dµ + M s2 dµ
R R
2. M λ · s dµ = λ · M s dµ
m
X
De 1. se sigue que si r j · 1B j es otra representación
j=1
de s, no necesariamente canónica, con {r1 , · · · , rm} ⊂ R+
y {B1 , · · · , Bm } ⊂ M, también
Z m
X
s dµ = rj · µ(Bj ∩ M ) ∀M ∈ M.
M j=1

La integral indefinida de la función simple s se define


Is : M → R[0, ∞]
M 7 → M s dµ

76
y es fácil probar que es otra medida. Si designamos S(X, M)
al conjunto de todas las funciones simples definidas en X y
M(M) al conjunto de medidas definidas en M nos queda
definido el morfismo de integración
I: S(X, M) → M(M)
s 7→ Is
El problema esencial del cálculo integral es, por tanto, ex-
tender el morfismo de integración al mayor superconjunto
posible de S(X, M) y, como podemos sospechar por lo que
hemos ido diciendo, el grado de separación topológica de
los espacios implicados será determinante para el éxito de
su solución (ver [Ab-Co-Ta]).

Lebesgue lo resolvió en X = R, con una σ-álgebra M1


más fina que la generada por los intervalos (a, b) y una
medida invariante por traslaciones m1 que asigna a estos
intervalos el valor de su cásica longitud. Su espacio de fun-
ciones integrables resultó ser un espacio de Banach que
contenı́a a todas las funciones que habı́an logrado integrar
Arquı́medes, Newton, Cauchy, Riemann,..., y con
el mismo resultado. Pero, también, aparecieron muchas
otras más, que rellenaron los huecos existentes de forma
similar a como los inconmensurables habı́an completado
la recta.

La estructura de medida de Lebesgue se puede crear


fácilmente en cualquier abierto Ω ⊂ Rn que se convierte
en el espacio de medida (Ω, Mn, mn). Los métodos de in-
tegración de funciones φ : (a, b) → R se aprovechan para
las funciones f : Ω ⊂ Rn → R gracias a los teoremas del
cambio de variable y de Fubini (1879-1943).

77
Cambio de variable: Si f : Ω ⊂ Rn → R es inte-
grable, Q ⊂ Rn es un abierto y C : Q → Ω es una función
diferenciable en todo punto u ∈ Q con det DC(u) 6= 0,
Z Z
f d mn = f (C(u)) · | det DC(u)|d mn(u)
Ω Q

Fubini en R2 :
Z x2 "Z ψ2 (x) # Z y2
"Z
ϕ2 (y)
#
f (x, y)dy dx = f (x, y)dx dy
x1 ψ1 (x) y1 ϕ1 (y)

y y
y = ψ2 (x) y2 •

x = ϕ1 (y)

A A x = ϕ2 (y)

y1 •
y = ψ1 (x)

x1 x2 x x
O O

Los procesos de cuadratura que tanto ingenio exigieron a


Tales, Pitágoras, Hipócrates, Arquı́medes,..., se re-
suelven ahora de modo sistemático:

v y
d
C 1-
Q - A

O a b u O x

78
Hallar la cuadratura de A ⊂ R2 es calcular m2 (A)
Z
m2 (A) = 1 dm2
A

Se busca un rectángulo Q = (a, b) × (c, d) ⊂ R2 y una


función diferenciable C : Q → A con det DC(u) 6= 0 en
casi todo punto de Q. Entonces
Z Z
1 dm2 = |DC(u)|dm2 (u)
A Q

y, con Fubini, resolvemos la más sencilla de las dos inte-


grales siguientes
Z b Z d  Z d Z b 
|DC(u, v)|dv du o |DC(u, v)|du dv
a c c a

La mı́tica cuadratura del cı́rculo se convierte ası́, en un


ejercicio elemental:
El cı́rculo A de centro el origen y radio r se representa
mediante la función
C: (0, r) × (0, 2π) → A
(ρ, θ) 7→ (ρ cos θ, ρ sin θ)
cuya diferencial viene dada por la matriz
 
cos θ −ρ sin θ
DC(ρ, θ) = con det DC(ρ, θ) = ρ
sin θ ρ cos θ
Z Z 2π
r
r2
m2 (A) = ρ dρ · dθ = · 2π = πr 2
0 0 2

La estructura de medida de Lebesgue se puede trasladar


también a cualquier variedad diferenciable.

79
Un subconjunto V ⊂ Rm es una variedad diferencia-
ble n-dimensional (n ≤ m) de clase C k (k ≥ 1) si para
cada x ∈ V existe (Ω, α) tal que

• Ω es un abierto de Rn

• α : Ω → V ⊂ Rm de clase C k y Dα(u) es de rango


máximo ∀u ∈ Ω

• α(Ω) es un entorno abierto de x en M .

En tal caso diremos que (Ω, α) es una carta local o un


entorno coordenado del punto x. El conjunto de cartas
locales necesarias para describir V es el atlas de la var-
iedad. La ecuación vectorial x = α(u) o su desglose

x1 = α1 (u1 , · · · , un )


..
 .

x = α (u , · · · , u )
m n 1 n

constituyen las ecuaciones paramétricas de la variedad en


función de los parámetros u = (u1 , · · · , un).

El hecho de que Dα(u) : Rn → Rm tenga rango máximo


significa que su matriz tiene sus n vectores columna
 
∂α ∂α
(u) = t1 , · · · , (u) = tn
∂u1 ∂un

independientes. Estos vectores constituyen una base canó-


nica de ImDα(u) = Tx (V ) que es el espacio tangente a la
variedad en el punto x = α(u).

Si (Ω, α) es una carta local tal que α(Ω) = M , mediante

80
la aplicación α transferiremos a V la estructura de medida
(Ω, Mn, mn). En V consideramos la σ-álgebra

Aα = {E ⊂ V | α−1 (E) ∈ Mn }

y la medida
µα : Aα → Z [0,∞]
1
E 7→ G (t1 , · · · , tn ) dmn
2
α−1 (E)

donde G(t1 , · · · , tn ) es el determinante de Gram de los


vectores {t1 , · · · , tn } y nos da el cuadrado de la medida
del paralelepı́pedo engendrado por ellos.

La aplicación lineal biyectiva Dα(u) : Rn → Tx (V ) trans-


forma el paralelepı́pedo canónico, de medida 1, determi-
nado por los vectores {e1 , · · · , en } en el paralelepı́pedo
determinado por los vectores {t1 , · · · , tn } y, por tanto,
1
G 2 (t1 , · · · , tn ) no es más que el factor de cambio de me-
dida que produce dicha aplicación lineal.

No es difı́cil comprobar que el espacio de medida (V, Aα, µα )


resulta independiente de la carta (Ω, α) y, en consecuen-
cia, la variedad diferenciable V tiene una estructura de
medida canónica (V, A, µ) que llamaremos de Lebesgue.
O si se prefiere, cada curva y cada superficie de nuestro
espacio fı́sico R3 tiene una estructura de medida canónica.

Con ello, la teorı́a de la medida y la integración elabo-


rada por Lebesgue recupera y aclara dos importantı́simos
resultados del siglo XIX: los teoremas de Gauss y de
Stokes (1819-1903).

81
Gauss: Sea V un abierto de R3 cuya frontera ∂V es una
superficie de clase C 1 que en cada punto x tiene definido
el vector unitario normal exterior n(x) y sean (V, M3, m3 )
y (∂V, A, µ) sus espacios de medida de Lebesgue.
Si V̄ = V ∪ ∂V es acotado y está contenido en un abierto
Ω ⊂ R3 donde hay definida una f : Ω ⊂ R3 → R3 de clase
C 1 se cumple, siendo div f (x) = trazaDf (x), que
Z Z
divf dm3 = (f | n) dµ
V ∂V

Stokes: Sea Σ una superficie orientable en R3 de clase


C 2 y n(x) el vector normal unitario elegido en el punto
x. Sea S ⊂ Σ un abierto en la topologı́a relativa de Σ
tal que ∂S es una curva de clase C 2 que en cada punto
y tiene definido un vector e(y) unitario normal exterior a
S dentro de Ty (Σ) y un vector unitario tangente t(y), y
supongamos que

lim n(x) = e(y) × t(y)


x→y

Sean (S, A2 , µ2 ) y (∂S, A1 , µ1 ) sus espacios de medida de


Lebesgue y supongamos que S̄ = S ∪ ∂S es acotado y
está contenido en un abierto Ω ⊂ R3 donde hay definida
una f : Ω → R3 de clase C 2 . Entonces, si rot f = ∇ × f ,
se cumple que
Z Z
(rotf | n) dµ2 = (f | t) dµ1
S ∂S

El viejo teorema fundamental del Cálculo infinitesimal


Z b
0
S (x) = f (x) o si se prefiere f (x)dx = S(a) − S(b)
a

82
que tan buenos resultados diera a Newton, relaciona el
comportamiento de una función en la frontera de un in-
tervalo con el de su derivación en todo el intervalo y los
teoremas de Gauss y Stokes generalizan esta misma idea
para variedades con borde pues, tanto div f como rot f ,
son derivaciones de la función f .

Pero en el mundo no todo son intervalos o curvas y su-


perficies diferenciables. Hay también realidades que no
pueden ser modelizadas como una variedad diferenciable.
Por ejemplo:

Tomemos un segmento cualquiera, dividámoslo en tres


partes iguales y elimenemos el segmento central. Pro-
cedamos de igual modo con los dos segmentos restantes,...,
y ası́, infinitas veces. ¿Qué nos queda? Pues nos queda un
conjunto C de medida de Lebesgue nula, con la misma
cardinalidad de R, que se llama conjunto de Cantor.

Tomemos un segmento cualquiera, dividámoslo en tres


partes iguales y sustituyamos el segmento central por los
otros dos lados del triángulo equilátero que sobre ese seg-
mento central se puede construir. Procedamos de igual
modo con los cuatro segmentos obtenidos,..., y ası́, infini-
tas veces. ¿Qué nos queda? pues una curva K de longitud
de Lebesgue infinita, no diferenciable en punto alguno,
que se llama curva de Koch que podemos imaginar con
la secuencia

83
Para el tratamiento de estos monstruos, que más tarde
Mandelbrot (1924) bautizó con el nombre de fractales
y los ordenadores nos permitieron ver, Hausdorff intro-
dujo ya en 1919 la teorı́a de la medida y de la dimensión
geométrica:
Dado un conjunto V ⊂ Rm , y fijado un calibre δ > 0, con-
sideró todos sus δ-recubrimientos abiertos {An : n ∈ N}:
[
V ⊂ An y D(An ) = sup{kx − yk : x, y ∈ An } < δ

Fijado un parámetro real cualquiera s > 0 definió


(∞ )
X
Hδs (V ) = inf [D(An)]s : {An } δ − recubrimiento
n=1

y calculó la medida s dimensional de V

H s (V ) = lim Hδs (V )
δ→0

Probó que existe un único valor de s = d(V ) tal que


(
t < d(V ) ⇒ H t (V ) = ∞
d(V ) > t ⇒ H t (V ) = 0

y a ese número le llamó dimensión del conjunto V . Si V es


una variedad diferenciable n dimensional (n ≤ m) en Rm
resulta que d(V ) = n y H n (V ) es proporcional a la medida
de Lebesgue de V . Pero para los conjuntos fractales, ese
número puede ser no natural. Por ejemplo:

log 2 log 4
d(C) = y d(K) =
log 3 log 3

y en esas dimensiones sus medidas ya son significativas.

84
Bibliografı́a
[Ab-Co-Ta] Abreu, T., Corbacho, E., Tarieladze, V., Inte-
gration in quasi-uniforms monoids V Iberoameri-
can Conference in Topology and its Applications,
Lorca, 2003.
[Ar] Arquı́medes, El Método, Alianza Editorial,
Madrid, 1986.
[Ba] Banach, S., Oeuvres. Volume II, PWN Editions
scientifiques de Pologne, Warszawa, 1979.
[Be] Benedetti, M., , UCM, Madrid, 2000.
[Bo] Bochner, S., El papel de la matemática en el de-
sarrollo de la ciencia, Alianza Universidad Cien-
cia 689, Madrid, 1991.
[Bom] Bombal, F., Matemática y desarrollo cientı́fico,
UCM, Madrid, 2000.
[Ch] Chica, B., Descartes. Geometrı́a y método, Nivola
Editorial, Madrid, 2001.
[Co] Collette, J.P., Historia de las Matemáticas I, II,
Siglo XXI Editores, Madrid, 1985.
[Co-Di-Ta I] Corbacho, E., Dikranjan, D., Tarieladze, V.
Absortion Adjunctable semigroups Research and
Exposition in Mathematics Vol. 24 Heldermann,
Berlin, 2001.
[Co-Di-Ta II] Corbacho, E., Dikranjan, D., Tarieladze,
V. Quasi-uniformizable semigroups V Iberoameri-
can Conference in Topology and its Applications,
Lorca, 2003.

85
[De] Descartes, R., Discurso del método, Alianza Edi-
torial, Madrid, 1980.

[Du] Dunhan, W., Viaje a través de los genios,


Pirámide, Madrid, 1993.

[Duv] Duvaut, G., Mécanique des milieux continus,


Masson, Paris, 1990.

[Eu] Euclides, Elementos I-IV; V-IX; X-XIII, Editorial


Gredos, Madrid, 1996.

[Fe] Feyman, R., El Carácter de la ley fı́sica,


Metatemas, Barcelona, 2000.

[Ga] Garcı́a Barreno, P., La Ciencia en tus manos,


Espasa-Forum, Madrid, 2000.

[Go] González Urbaneja, P.M., Las raices del cálculo


infinitesimal en el siglo XVII, Alianza Editorial,
Madrid, 1992.

[Gué-Le] Guénard, F., Leliêvre, G., Pensar la


matemática, Metatemas, Barcelona, 1999.

[Gui] Guillen, M., Cinco ecuaciones que cambiaron el


mundo, Temas de Debate, Barcelona, 2001.

[Guz] Guzmán, M., Estructuras fractales y sus aplica-


ciones, Labor Matemáticas, Barcelona, 1993.

[If] Ifrah, G., Historia universal de las cifras, Espasa-


Forum, Madrid, 1997.

[Kl] Kline, M., El pensamiento matemático de la


antigúedad a nuestros dı́as I, II, III, Alianza Edi-
torial, Madrid, 1992.

86
[Kö] Köthe, G., Topological vector spaces I, Springer,
Berlin, 1969.

[Ma] Mandelbrot, B., La geometrı́a fractal de la natu-


raleza, Metatemas, Barcelona, 1997.

[Mo] Mosterı́n, J., Los lógicos, Espasa-Forum, Madrid,


2000.

[Ne] Newton, I., Principios matemáticos de la filosofı́a


natural, Editorial Tecnos, Madrid, 1987.

[Re-Mi] Reitz, J.; Milford, F.J., Fundamentos de la teorı́a


electromagnética, Editorial Hispano Americana,
Méjico, 1969.

[Ru] Rubio de Francia, J.L., Memoria Analisis II,


Zaragoza, 1975.

[Sa] Sábato, E., Uno y el universo, Seix Barral,


Barcelona, 1998.

[San] Santaló, L., La matemática: Una filosofı́a y una


técnica, Editorial Ariel, Barcelona, 1994.

[We] Weil, A., Number Theory, Birkhäuser, Boston,


2001.

87

Vous aimerez peut-être aussi