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Las buenas nuevas del juicio

En el sistema levítico, el sumo sacerdote nunca entraba al Lugar


Santísimo (simbólico del juicio) sin sangre, porque se trataba del Día de
la Expiación, y sólo la sangre expía el pecado (lea Levítico 16 ). El elemento
clave, que se destaca una y otra vez, no es la ley sino la sangre, por
cuanto no es la ley sino la sangre la que hace expiación.

"Luego tomará un poco de la sangre del becerro, y con su dedo


rociará al lado oriental del Propiciatorio, y con su dedo esparcirá
la sangre siete veces ante el Propiciatorio. Después degollará para
el sacrificio de la expiación, el macho cabrío por el pecado del
pueblo. Llevará la sangre al interior, detrás del velo, y hará con la
sangre como hizo con la sangre del becerro, la esparcirá sobre el
Propiciatorio y delante de él. .. Entonces Aarón irá hacia el altar
que está ante el Señor, y lo expiará. Tomará sangre del becerro,
sangre del macho cabrío, y untará todos los cuernos del altar. Y
con su dedo esparcirá de la sangre siete veces sobre él. Así lo
purificará y lo santificará de las impurezas de los israelitas"
(Levítico 16:14, 15, 18, 19: la cursiva no está en el original).

Cada gota de esa sangre simbolizaba la sangre de Cristo, la única que


verdaderamente hace expiación: "Sabed que habéis sido rescatados de la
vana conducta que recibisteis de vuestros padres, no con cosas corrupti
bles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un
cordero sin mancha ni defecto" ( 1 Pedro 1: 18, 19). Y si bien es cierto que
el pecador es juzgado por sus obras, es la sangre y no las obras la que
protege al pecador arrepentido en el juicio.
Quizás el ejemplo más claro de cómo la justicia de Cristo nos cubre en
el juicio provenga de una de las parábolas de juicio que Jesús contó, a
saber, el relato de la fiesta de bodas. Después que los que fueron llamados
primero hubieron rechazado la invitación, "salieron los siervos por los
caminos, y juntaron a todos los que hallaron, malos y buenos. Y la sala se
llenó de convidados. Cuando el rey entró a ver a los convidados, vio allí
a un hombre sin vestido de boda. Y le dijo: 'Amigo, ¿cómo entraste aquí
sin vestido de boda?' Pero él cerró la boca. Entonces el rey dijo a los que
servían: 'Atadlo de pies y manos, y echadlo en las tinieblas de afuera. Allí
será el llanto y el crujir de dientes"' (Mateo 22: 10-13).
Qué determinó si el hombre entraba o era expulsado? La vestidura
que el rey había provisto para los invitados (una costumbre de ese tiempo).
El individuo interpelado había respondido a la invitación, pero nunca
aceptó lo que se le ofrecía. ¿Qué es esa vestidura si no la justicia de
Cristo? "En gran manera me gozaré en el Señor, me alegraré en mi Dios;
porque me vistió de vestidos de salvación, me rodeó de un manto de justicia
como a novio me atavió, como a novia adornada de sus joyas"
( lsaías 61: 1 0). El invitado, al aceptar la invitación pero no las condiciones,
rehazó lo que el rey le ofrecía.
Notemos que la parábola dice que tanto los malos como los buenos
acudieron al banquete. No dice si el hombre sin el vestido era bueno o malo.
En cierto sentido, no importa lo que haya sido. En el juicio ante
Dios, todos nosotros, "buenos" o "malos", somos reos de condenación si
no tenemos el vestido apropiado. Lo que el invitado necesitaba en la boda
es lo mismo que nosotros necesitamos en el juicio: algo que nos cubra. De
otro modo, seremos echados fuera, al lugar del llanto y el crujir de dientes.
Esa cubierta, simbolizada por el vestido de boda que menciona la
parabola, es la justicia de Jesús, acreditada a sus seguidores por fe; y es
nuestra única esperanza en el juicio.
Otra poderosa presentación del juicio, proveniente de la Sagrada
Escritura, aparece en el Antiguo Testamento:

"El Señor me mostró al sumo sacerdote Josué que estaba de


pie ante el Ángel del Señor. Y Satanás estaba a su derecha para
acusarlo. Dijo el Señor a Satanás: 'El Señor te reprenda, Satanás,
el Señor que ha elegido a Jerusalén, te reprenda. ¿No es éste un
tizón arrebatado del incendio?' Josué, vestido de ropa sucia, estaba
delante del Ángel. El Ángel mandó a los que estaban ante él:
'Quitadle esa ropa sucia'. Entonces dijo a Josué: 'Mira que he
quitado tu pecado de ti, y te vestí de ropa de gala'. Después dijo:
'Pongan mitra limpia sobre su cabeza'. Y pusieron una mitra limpia
sobre su cabeza, y lo vistieron de ropa limpia, mientras el
Ángel del Señor estaba presente" (Zacarías 3: 1-5).

Primeramente, ¿cómo está vestido Josué? Con ropa sucia (la palabra
traducida como "sucia" viene de una palabra hebrea que significa
excremento humano; véanse (Deuteronomio 23: 13; Ezequiel 4: 12; Isaías
28:8), una gráfica descripción del estado en que se hallaba la ropa del sumo
sacerdote. ¿Qué significa esa ropa manchada, si no los pecados e iniquidades
del pueblo de Dios? Recordemos que se trata del sumo sacerdote y
que, como tal representa al pueblo en sentido corporativo; de este modo,
el pueblo de Dios, sus escogidos, su Iglesia, están representados en un
terrible estado espiritual. El sumo sacerdote, como representante de todo
el pueblo, se destaca en forma especial (es interesante notarlo) el Día de
la Expiación, un tiempo de arrepentimiento y expiación corporativos.
La visión de Zacarías evoca muchos paralelismos con los dos primeros
capítulos de Job, en los cuales Satanás aparece ante el Señor en cierta sesión
celestial de carácter judicial o legislativo, en la cual presenta cargos y
acusaciones
contra alguien que sirve al Señor. La palabra hebrea traducida como
"acusarlo" (Zacarías 3: 1) viene de la misma raíz de la cual se deriva el
término
"Satanás" (stn), y significa "ser o actuar en calidad de adversario".
Tal como sucede en el libro de Job, la interacción entre el Ángel del
Señor (que es Cristo) y Satanás no ocurre en un vacío. Cristo les habla a
"los que estaban ante él" (Zacarías 3:4), tal como en Job la contienda entre
Dios y Satanás ocurre en presencia de los "hijos de Dios" (Job 1 :6). Véase
también la escena del juicio celestial que presenta Daniel 7:10, en la cual
otros seres están presentes.
Notemos también lo que sucede en la visión de Zacarías. A pesar de
que Satanás ataca a Josué, lanzando contra él sus acusaciones, ¿quién recibe
la reprensión? ¿Josué, que sufre la vergüenza de tener sus ropas cubiertas
de excrementos (símbolo de un pueblo pecador), o Satanás? "El Señor
te reprenda, Satanás, el Señor que ha elegido a Jerusalén, te reprenda". Es
obvio que la presencia de Cristo se debe a su deseo de defender a su pueblo,
y no de acusarlo. ¡Quién puede negar que ésta es una expresión del
evangelio en el Antiguo Testamento!
A continuación el Señor declara que Josué es un tizón arrebatado del
incendio (los hijos de Israel, después de pasar muchos años en cautividad,
habrían sido destruidos si no fuera porque el Señor los había llevado de
vuelta a su tierra). Ahora bien, ¿qué tizón se ha podido escapar por sí
mismo del incendio? Ninguno. Tiene que haber un elemento externo, algo
o alguien que se lo arrebate al fuego. Del mismo modo, ninguno de nosotros
puede ser salvo por nada o nadie, a no ser por Dios mismo. Vemos
aquí entonces, otro ejemplo de un principio evangélico: Dios hace por
nosotros lo que nunca podríamos hacer por cuenta propia.
Pero la parte más importante viene cuando se da la orden de quitarle a
Josué las vestiduras inmundas y vestirlo con las nuevas. Notemos que Jesús
no le dice a Josué que limpie sus propia ropa, ni que se quite él mismo lo
que lleva puesto y se vista con lo nuevo. En cambio, el Señor mismo se
t•ncarga de efectuar el cambio, dando a sus ayudantes las órdenes del caso.
"Mira que he quitado tu pecado de ti, y te vestí de ropa de gala". Es
Dios quien se deshace de las ropas viejas y coloca las nuevas; es el Señor
quien elimina la iniquidad de Josué y lo viste de justicia. Una vez más,
qué cosa podría descrihir mejor que esta escena el plan de salvación?
Es el Señor quien elimina la iniquidad de Josué y lo viste de justicia.
Una vez más, ¿qué cosa podría describir mejor que esta escena el plan de
salvación?
Ahora, después que el Señor realiza este cambio de vestiduras, le dice
a Josué: "Si andas por mis caminos, y guardas mi ordenanza, también tú
juzgarás mi casa, también tú guardarás mis atrios, y te daré lugar entre éstos
que están aquí" (Zacarías 3:7). En otras
palabras, después de reprender a Satanás,
después de haber quitado las ropas sucias,
después de cubrir a Josué con ropa limpia,
entonces le da a Josué el mandato explícito
de caminar por los caminos de Dios y guardar
sus ordenanzas. Dios no le dijo: "Josué,
haz estas cosas, guarda mis caminos y ordenanzas,
y entonces te quitaré tus ropas
inmundas y te daré algo limpio para que te
pongas". Por el contrario, sólo después que hubo salvado a Josué, después
de haberle quitado su culpa y las manchas del pecado, y de haberlo
cubierto con su propia justicia, sólo entonces le dio el mandato de ser fiel
y obedecer. Vemos así que la obediencia no fue la causa de su cambio de
vestiduras, sino el resultado de haber experimentado ya el cambio. Si
ésta no es una descripcián de laforma en que somos salvados, ¿adónde
la iremos a buscar?
Elena de White, en una visión acerca de este capítulo, lo interpreta
igualmente en forma orientada al evangelio. ¡Cuán irónico es que el Hno.
Dale critique a la Hna. White y sus escritos porque, según él, contradicen
el evangelio! Pero si hubiera leído con atención lo que la sierva del Señor
escribió, especialmente esta sección y otras semejantes, nunca habría
fabricado tal error.
"El sumo sacerdote no puede defenderse a sí mismo ni a su
pueblo de las acusaciones de Satanás. No sostiene que Israel esté
libre de culpas. En sus andrajos sucios, que simbolizan los pecados
del pueblo, que él lleva como su representante, está delante
del ángel, confesando su culpa, señalando. sin embargo, su arrepentimiento
y humillación, fiando en la misericordia de un
Redentor que perdona el pecado; y con fe se aferra a las promesas
de Dios".
"Al ser aceptada la intercesión de Josué, se da la orden:
'Quitadle esas vestimentas viles', y a Josué el ángel declara: 'Mira
que he hecho pasar tu pecado de ti y te he hecho vestir de ropas
de gala'. 'Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y vestiéronle
de ropas'. Sus propios pecados y los de su pueblo fueron
perdonados. Israel había de ser revestido con 'ropas de gala' la
justicia de Cristo que le era imputada".
Para Elena de White, el acto de quitar la ropa manchada por el pecado
equivale al perdón de los pecados. Son perdonados, cubiertos por la sangre
de Cristo.
Ella también habla de las acusaciones que Satanás hace al pueblo de
Dios en todas las épocas, y de cómo "su carácter imperfecto le causa
regocijo'' al diablo.
Valiéndose de incontables designios. muy sutiles y crueles,
Satanás "intenta obtener su condenación. El hombre no puede por
sí mismo hacer frente a estas acusaciones. Con sus ropas manchadas
de pecado, confiesa su culpabilidad delante de Dios. Pero
Jesús, nuestro Abogado, presenta una súplica eficaz en favor de
todos los que mediante el arrepentimiento y la fe le han confiado
la guarda de sus almas. Intercede por su causa y vence a su acusador
con los poderosos argumentos del Calvario. Su perfecta
obediencia a la Ley de Dios, aun hasta la muerte en la cruz, le ha
dado toda potestad en el ciclo y en la tierra, y él solicita a su Padre
misericoruia y reconciliacion para el hombre culpable. Al acusa-
dor de sus hijos declara: '¡Jehová te reprenda, oh Satanás! Éstos
son la compra de mi sangre, tizones arrancados del fuego'. Y los
que confían en él con fe reciben la consoladora promesa: 'Mira
que he hecho pasar tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropa
de gala'. Todos los que se hayan revestido del manto de la justicia
de Cristo subsistirán delante de él como escogidos fieles y
veraces. Satanás no puede arrancarlos de la mano de Cristo.
¿Anti-evangelio? Por alguna razón, esas declaraciones de Elena de
White nunca llegaron a las páginas del libro del Hno. Dale Ratzlaff. Ella
continúa hablando de estos santos acongojados:
Su única esperanza se cifra en la misericordia de Dios, su
única defensa será la oración. Como Josué intercedía delante del
ángel, la Iglesia remanente, con corazón quebrantado y fe ferviente,
suplicará perdón y liberación por medio de Jesús su
Abogado. Sus miembros serán completamente conscientes del
carácter pecaminoso de sus vidas, verán su debilidad e indignidad,
y mientras se miren a sí mismos, estarán por desesperar. El
tentador estará listo para acusarlos, como estaba listo para resistir
a Josué. Señalará sus vestiduras sucias, su carácter deficiente.
Presentará su debilidad e insensatez, su pecado de ingratitud,
cuán poco semejantes a Cristo son, lo cual ha deshonrado a su
Redentor. Se esforzará por espantar las almas con el pensamiento
de que su caso es desesperado, de que nunca se podrá lavar la
mancha de su contaminación. Espera destruir de tal manera su fe
que se entreguen a sus tentaciones, se desvíen de su fidelidad a
Dios, y reciban la marca de la bestia.
¿Quién se fija en sus pecados, su ropa sucia, su debilidad y su necedad,
su ingratitud y su desemejanza con Cristo? ¿El Señor o Satanás? Es
Satanás, no el Señor, porque Cristo ya conoce sus faltas, sus defectos, sus
pecados. Cristo, sin embargo, está ahí para defender su caso de todos
modos, porque éste es el Día de la Expiación, y la expiación tiene que ver
con la absolución, no con la condenación.
Piense en la oportunidad. Satanás procura desanimarlos para que reciban
"la marca de la bestia". Esto, entonces, se refiere a la última generación,
los que vivirán al final del tiempo, cuando termina el juicio, finaliza
el tiempo de prueba y ocurre la venida de Cristo.
El hecho de que los hijos reconocidos de Dios están representados
como de pie delante del Señor con ropas inmundas, debe
inducir a todos los que profesan su nombre a sentir humildad y a
escudriñar profundamente su corazón. Los que están de veras
purificando su alma y obedeciendo la verdad, tendrán una muy
humilde opnión de sí mismos. Cuanto más de cerca vean el carácter
sin mancha de Cristo, mayor será su deseo de ser transformados
a su imagen, y menos pureza y santidad verán en sí mismos.
Pero aunque debemos comprender nuestra condición pecaminosa,
debemos fiar en Cristo como nuestra justicia, nuestra santificación
y redención. No podemos contestar las acusaciones de
Satanás contra nosotros. Cristo puede presentar una intercesión
eficaz en nuestro favor. Puede hacer callar al acusador con argumentos
que no se basan en nuestros méritos, sino en los suyos.
¿Cuál es la respuesta para las acusaciones del diablo? Una sola cosa, a
saher, los méritos de Jesús, esa justicia que trajo en su vida y que ofrece
gratuitamente a todos los que la reclamen con fe, tanto para ahora como
para el juicio. Esas líneas que aparecen en letra cursiva en el párrafo anterior
son una poderosa expresión del evangelio y el juicio; muestran la
forma como la comprensión del ministerio en el segundo departamento
del Santuario contribuye a elaborar y explicar la cruz: muestran la
inexistencia de tensión o contradicción entre la cruz y el juicio; y finalmente,
muestran que el juicio es buenas nuevas porque nuestra gran esperanza en el
juicio son los méritos de Cristo.
"La visión de Zacarías con referencia a Josué y el ángel se aplica con
fuerza peculiar a la experiencia del pueblo de Dios durante la terminación
del gran Día de Expiación"."' Expresado de otro modo, Satanás acusa al
pueblo
de Dios -los que adolecen de "caracteres defectuosos", que padecen de
"debilidad y locura", que han sido "muy malos" y que están conscientes de
la ''pecaminosidad de sus vidas"- mientras son defendidos por Jesús, quien
aboga por ellos presentando los argumentos de la cruz, porque no existe
ninguna otra cosa que pueda ayudarles a salir sin culpa del juicio. Necesitan
el
cambio de ropa, "la justicia de Cristo -dice ella- que les es imputada".
A continuación presentamos una nueva declaración de Elena de White
sobre el mismo tema:
Mientras Jesús intercede por los súbditos de su gracia, Satanás
los acusa ante Dios como transgresores. El gran seductor procuró
arrastrarlos al escepticismo, hacerles perder la confianza en
Dios, separarse de su amor y transgredir su ley. Ahora él señala
la historia de sus vidas, los defectos de carácter, la falta de semejanza
con Cristo, lo que deshonró a su Redentor. Todos los pecados
que les indujo a cometer, y a causa de éstos los reclama como
sus súbditos.
Jesús no disculpa sus pecados, pero muestra su arrepentimiento
y su fe, y, reclamando el perdón para ellos, levanta sus manos
heridas ante el Padre y los santos ángeles, diciendo: Los conozco
por sus nombres. Los he grabado en las palmas de mis manos. 'Los
sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: al corazón contrito
y humillado no despreciarás tú, oh Dios" (Salmo 51: 17). Y al acusador
de su pueblo le dice: 'Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová
que ha escogido a Jerusalén, te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado
del incendio?' (Zacarías 3:2). Cristo revestirá a sus fieles
con su propia justicia, para presentarlos a su Padre como una
Iglesia gloriosa, no teniendo mancha, ni arruga ni otra cosa seme-
jante' (Efesios 5:27, V.M.). Sus nombres están inscritos en el libro
de la vida, y de estos escogidos está escrito: 'Andarán conmigo en
vestiduras blancas; porque son dignos' (Apocalipsis 3:4).
Sin embargo, el Hno, Dale insiste en que el juicio investigador. como
lo ha enseñado Elena de White. se opone al evangelio. Ella efectúa el
siguiente comentario adicional acerca de la visión de Zacarías:
Los hijos de Dios han sido muy deficientes en muchos respectos.
Satanás tiene un conocimiento exacto de los pecados que
él los indujo a cometer, y los presenta de la manera más exagerada,
declarando: '¿Me destierra Dios a mí y a mis ángeles de su
presencia, y, sin embargo recompensará a aquellos que han sido
culpables de los mismos pecados? Tú no puedes hacer esto con
justicia, oh Señor. Tu trono no subsistirá en rectitud y juicio. La
justicia exige que se pronuncie sentencia contra ellos'.
Pero aunque los seguidores de Cristo han pecado. no se han
entregado al dominio del mal. Han puesto a un lado sus pecados,
han buscado al Señor con humildad y contrición y el Abogado
divino intercede en su favor. El que ha sido más ultrajado por su
ingratitud, el que conoce sus pecados y también su arrepentimiento,
declara: '¡Jehová te reprenda, oh Satán! Yo di mi vida por
estas almas. Están esculpidas en las palmas de mis manos"
Es mucho pedir a los seguidores de Cristo, quienes lo proclaman su
Señor, que no se sometan al control del mal? ¿No someterse al control del
mal es muy diferente, verdad, que ser un cristiano fiel que ama al Señor
pero que lucha -no siempre con éxito-- con su yo, con el pecado, y con
las tentaciones?
Por cierto es diferente, y sin embargo Elena de White no expresa la
idea con tanto énfasis como lo hace Juan: "Hijitos. nadie os engañe; el que
hace justicia es justo. como él (Jesús) es justo. El que practica el pecado
es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció
el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" ( 1 Juan 3:7, 8).
O bien como dice Pablo: "Y manifiestas son las obras de la carne, que
son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de
las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican
tales cosas no heredarán el reino de Dios" (Gálatas 5:19-21 ).
O especialmente como lo expresó Jesús: "Pero yo os digo que cualquiera
que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su
corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo
de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo
tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer,
córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y
no que todo tu cuerpo sea echado al infierno" (Mateo 5:28-30).
Podemos hablar hasta cansamos de gracia, sangre, perdón, justificación
y sustitución, pero quienes usan estos conceptos como una cubierta
para ocultar la iniquidad, son precisamente los únicos que necesitan temer
el juicio (Mateo 7:22, 23). En contraste, los que Elena de White describe
en su interpretación de la visión de Zacarías concerniente al juicio, lejos
de negar el evangelio, lo llevan a una gloriosa culminación en sus propias
vidas. El juicio no es un tiempo cuando Dios finaliza nuestra elección y
reconoce si lo hemos aceptado o no, elección que inevitablemente ya se
había manifestado en nuestras obras.

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