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B EA TA J AC I N TA M AR T O

VID EN TE D E FATIM A

Fray Ant o nio Co rre do r Ga rc ía O. F.M .

Los niños her manos Franc isco y Jacinta Marto han s ido beatificados por
Juan Pablo II el 13-5- 2000 y se estableció su fiesta para el 20 de febrero.

APOSTOLADO MARIANO

Re ca re do, 44 41 003- S EVI LLA


Jacinta Marto, vidente de Fátima
En Aljustre l, pequeño barrio situado a unos ochocientos metros de
Fátima, nació Jacinta el 11 de marzo de 1910.

Era la más pequeña de los tres niños que viero n a Nuestra Señora el año
1917. Contaba entonces siete años de edad.

Era de clara inte ligenc ia. Ligera y a legre co mo una avec illa, s ie mpre
estaba corriendo, saltando o bailando.

Los otros dos vide ntes eran s u pr ima Luc ía, de d iez años, y su her ma no
Francisco, dos años mayor que ella.

Los tres se entretenía n e n los juegos propios de s u edad, como el de las


prendas y el de los ladrones.

Cuando se cansaban de jugar, Lucía les contaba his torias y cuentos que
había oído a sus her manas.

Pero a Jacinta lo que más le gustaba era escuchar el relato de la Pasión


del Señor.

Esto le producía gran impres ión, y exc la maba;

- iPobrecito de Nuestro Señor! ¡Nunca más cometeré pecados, ya que


tanto le hacen sufr ir!

Un día perdió en el jue go y Luc ía le ordenó que diera un beso a su


her mano.

Ella le contestó que por qué no le ma ndaba dar un beso al crucifijo.

- Bueno - le dijo Luc ía- , pues descuélga lo y me lo traes.

Cuando lo tuvo en la fa lda, le dijo:

- Ponte de rodillas y dale tres besos y tres abrazos.

- Eso sí; a Nuestro Señor le doy todos los besos y abrazos que quieras.
Le encantaba contemp lar las puestas del so l, y. soba lodo, ver salir las
estrellas.

Más que el sol le gustaba la luna, porque no q ue ma ba ni ce gaba. La


lla maba la lá mpara de Nuestra Señora.

Un año, en la fiesta de l Corpus, la dejó su her ma na ir en la procesió n,


vestida de ánge l, para que, junta men te con Luc ía, la nzara llores al paso del
Santís imo Sacramento.

Por más señas que le hizo su pr ima, no arrojó ni una sola flor en todo el
trayecto.

- ¿Por qué no echabas llores a Jesús?

- Porque no lo vi. ¿Lo viste tú?

- Tampoco lo vi. Pero, ¿no sabes tú que e l Niño Jesús de la Hostia no se


ve y que lo recib imos en la Sagrada Comunión?

- Pues yo le voy a pedir a mi ma má que tamb ién me deje ir a comulgar.

- Sí, pero el señor cura no te dará la Co munión hasta q ue no tengas d iez


años.

- Pues tú no los tienes y, sin e mbargo, comulgas.

- Porque es que me sabía muy b ie n todo el Catecis mo y tú no lo sabes


todavía.

Al igua l que Luc ía, consiguió salir, con su her ma no, a pastorear el
pequeño rebaño de casa.

Sentía especia l predilecc ión por los corderitos, sobre todo, por los más
blancos y pequeños.

En c ierta ocasión, la vio su her mano en med io del rebaño, cargada con
uno de ellos.

- ¿Por qué te pones en medio de las ovejas?

- Para imitar a Nuestro Señor, pues así lo he vis to en una estampa que yo
tengo.
Jacinta ve al Ángel de Portugal
Con las tres aparicio nes del Ángel, pretendía Nuestro Señor preparar la
me nte y e l corazó n de los pastorcitos para los graves acontec imientos que
iban a suceder.

Era el verano de 1916. Los tres niños guardaban sus rebaños en una
finca de la fa milia de Lucía.

Habían ter minado el re zo del rosar io. Y vieron q ue, sobre el olivar,
venía hacia e llos un joven de extraordinar ia her mos ura, transparente como
el crista l.

A! aproximarse, les dice;

-No temáis. Soy el Ánge l de la Paz. Rezad conmigo.

Y, arrodillándose, inc linó la fre nte hasta e l s ue lo, repitie ndo por tres
veces;

- «¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los
que no creen, ni. adoran, ni esperan, ni os ama n».

Después, levantá ndose, añadió;

- «Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la vo z de


vuestras súp licas».

Y, dicho esto, desapareció.


Otra vez, durante la s iesta, juga ndo los niños en el huerto de Lucía, ve n,
de repente, al Ánge l, que les d ijo;

- ¿Qué hacéis? Orad, orad mucho. Los Sagrados Corazones de Jesús y de


María tie nen sobre vosotros designios de miser icordia. O freced
constante mente al Altís imo oraciones y sacrific ios.

- ¿Cómo hemos de sacrificarnos? - preguntó Luc ía.

- De todo lo que podáis, ofreced a Dios sacrific ios de reparación por lo s


muchos pecados con que es ofend ido, y p idie ndo por la conversió n de los
pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria. Yo soy e l Ánge l de su
guarda, el Ánge l de Portuga l. Sobre todo, aceptad y soportad con sumis ión
los sufr imie ntos que el Señor quie ra enviaros.

Estaban otro día, con las ovejas, rezando, rostro en tierra, la oración:
«Dios mío, yo creo», etc. cuando vie ron al Ángel con un cáliz en la ma no,
y, sobre él, una hostia, de la que ca ían, dentro de l cá liz, algunas gotas de
sangre.
Deja el cáliz e n e l aire, se arrodilla junto a ellos y les hace repetir por
tres veces:

«Santís ima Tr inidad, Padre, Hijo y Espír itu Santo: Yo os ofre zco el
preciosís imo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en
todos los tabernáculos del mundo, en reparación de los ultrajes, ind iferen-
cias y sacr ile gios con que es ofe ndido. Y por los mér itos infinitos de su
Sagrado. Corazón y por la interces ión del I nmaculado Corazón de María, os
pido la convers ión de los pobres pecadores».

Después el Ánge l se leva ntó, toma la sagrada for ma y se la da a Lucía, y


reparte el cáliz entre Jacinta y Fran cisco, diciendo al mis mo tie mpo:

«To mad y bebed el Cuerpo y Sangre de Jesucr isto, horr ib le mente


ultrajado por los hombres ingratos. Repa rad sus crímenes y consolad a
vuestro Dios».

Postrándose de nuevo, repitió por tres veces la ante dicha orac ión:
«Santís ima Tr inidad», etc., y desapareció.

Los niños per manec ieron largo rato en la mis ma actitud, repitie ndo
tamb ién esas palabras.

Cuando se le vantaro n, estaban como e ns imis mados. Y. al darse cuenta


de que ya anochecía, regresaron a casa.
Jacinta ve seis veces a Nuestra Señora
Habituada ya Jacinta a este ambiente sobrenatura l, tuvo la d icha de ver
seis veces a Nuestra Señora.

Las apariciones come nzaro n así:

Era el 13 de ma yo de 1917. Cuidaban el ganado en Cova de Iría. Ya


había n a lmorzado, habían re zado el ro sario y jugaban a construir casas.
Francisco era el cantero y las dos pastorcitas le traían los mater ia les.

En esto, la vivís ima luz de un re lá mpago los dejó sorprendidos, y


decidieron volver al pueb lo, temiendo alguna tor menta.

Bajaban la cuesta, cua ndo otro relá mpago, más fuerte a ún que e l
primero, los hizo detener.

Y, delante de e llos sobre una enc ina, conte mpla n a una jove nc ita, más
her mosa que el sol.

Como primer ímpetu, intenta n escapar, pero les dice:

-No tengá is miedo, que no os haré mal.

Luc ía, más confiada y va lerosa que los otros dos, entabló con e lla e l
siguie nte diá logo :

- ¿De dónde es usted?

- Yo soy del cielo.


- ¿Y qué es lo que desea?

- Vengo a deciros que, durante seis veces seguidas, el d ía trece de cada


mes, ve ngá is aquí a esta mis ma hora. En octubre os diré q uién soy y q ué es
lo que quiero.

- ¿Yo tambié n iré a l cie lo?

- Sí, tú irás.

- ¿Y Jacinta?

- Tambié n.

- ¿Y Francisco?

- Tambié n, pero antes tiene que rezar muc hos rosarios.


Anunc io a los vid e nte s que te ndría n que sufr ir mucho y les aconsejó el
rezo diar io del santo rosario.

Dic ho esto, desapareció la Vis ió n.

Los niños quedaron muy conte ntos, porque les había prometido que
ir ía n al c ie lo.

Luc ía prohib ió a sus pr imos ter minante me nte decir a nadie una sola
palabra dé lo que habían presenciado.

Pero era un secreto demasiado grande para niños tan pequeños. Jacinta
lo contó todo en casa y Francisco confir maba lo que su her ma na decía.

Su madre, la se ñora Olimp ia, lo to mó pr imero a r isa. Después les


hub iera dado una buena somanta, a no ser por la inter venc ión de l padre, el
señor Pedro Marto, que comentaba:

- Dejemos soñar a los niños. Después de todo, sueñan cosas buenas.

Enterada tamb ién la fa milia de Luc ía, qued aron todos consternados.

En la se gunda aparic ión, acaecida e l d ía de San An tonio, vo lvió a


recomendarles la Señora que acudieran a llí el d ía trece de cada mes, que
rezaran el rosario y que aprend ieran a leer.

Luc ía le pid ió que los lle vara al Paraíso.

- Sí, a Jacinta y a Francisco vendré pronto a llevár me los. Pero tú has de


quedarte más tie mpo aquí abajo.
La señora Rosa, madre de Lucía, la lle vó a casa del señor Cura para que
se desdijera de todo lo que contaba.

Francisco y Jacinta la acompañaron, pues le hab ían d icho a Luc ía :

-Nosotros iremos contigo y, s i nos pegan, lo s ufr ire mos por amor a
Nuestro Señor y por los pecadores.

Francisco asentía a todo lo que Lucía narraba.


l'ercera y cuarta aparición

Tercera y cuarta aparición


En la tercera aparició n, les dijo la Virge n:

- Sacrificaos por los pecadores y decid a menudo; «¡Oh, Jesús! Por


vuestro a mor, por la convers ió n de los pecadores y en reparación de las
ofensas que se cometen contra el Inmaculado Corazón de María».

Lue go les mostró el infierno, y d ijo:

- Habéis visto el infierno, adonde van a parar los pobres pecadores.

Después les reveló un secreto, y concluyó :

-No digá is esto a nadie A Francisco sí podéis decírselo.

Lue go añadió :

-Cuando recéis e l rosar io, decid a l fina l de cada de cena: «¡Oh, Jesús
mío! Perdonad nuestros pecados; libradnos del fuego de l infier no; lle vad al
cie lo a todas las a lmas, especialme nte ? las más necesitadas de vuestra
miser icordia ».

El trece de agosto no se presentaron los niños en Cova de ir ía, porque el


Alca lde de Vila Nova de Ourem los lle vó, engañados, a su casa.

Como no pudo sonsacarles el secreto, los metió en la cárcel. Jacinta se


echó a llorar y ni Luc ía cons iguió consolar la.
Quinta y sexta aparición

El Alcalde aparentó que tenía preparada una caldera de aceite hir vie ndo.

- Ven tú la pr imera - le d ijo a Jac inta- . Vas a ser fr ita como una
pescadilla.

-No revelaré nada -advirtió a los otros, mie ntras se la lle vaban.

Y la encerró e n una hab itac ión, donde la e ncontra ron lue go Franc isco y
Luc ía.
Quinta y sexta aparición

Quinta y sexta aparición


El 19 de agosto vieron a- la Vir gen en Los Va liños.

Al preguntar le Luc ía que debía n hacer con el d inero que el pueb lo


dejaba en Cova de Iría, la Señora contesto:

- Haced dos andas. Una la lle varás tú con Jacinta y otras dos niñas,
vestidas de blanco. La otra la lle vará Francisco con otros tres niños,
vest idos tambié n con túnicas bla ncas. Todo para solemnizar la fiesta de
Nuestra Señora del Rosario.

En septie mbre ma ndó a los niños que moderaran sus penitenc ias.

Una de ellas era q ue se ceñían a la cintura una soga muy áspera, y les
dijo que se la quitase n de noche.

La aparición de octubre es la más importante de todas.

- ¿Quién es usted. Señora, y qué desea de mí? - preguntó Luc ía.

- Soy la Virge n del Rosario. Quiero que en este lugar se leva nte una
capilla en mi honor y que se rece el rosario todos los días... Que no ofendan
más a Nuestro Señor, que está ya demasiado ofend ido.

Lue go los setenta mil espectadores viero n e l mila gro d el sol, q ue daba
vue ltas, camb iando de color.
- ¡Mila gro! ¡Milagro! - excla man unos.

- ¡Dios mío, miser icordia! I mplora n los demás.

Los pastorcitos divisa n, junto al so l, a l Niño Jesús, a San José y a la


Vir gen de l Carmen, con el escapular io en la ma no.

Jacinta logró sa lir ilesa de entre aquella multitud, gracias a que un


hombre, alto v fornido, la sacó en brazos
Jacinta se sacrifica por los pecadores
Después de las apariciones, Jacinta siguió su vida nor ma l. Pero tantas
vis itas recib ía, que e lla y Franc isco dejaron el pastoreo, siendo
reempla zados por su hermano Juan.

Los tres videntes come nzaron a ir a la escue la. Más no por eso se
olvidaban de hacer sacrific ios por los pecadores.

Jacinta no se cansaba de inve ntar penitenc ias. Daba la merie nda a otros
niños, comía bellotas amar gas y aceitunas verdes y ácidas.

- ¡No comas eso, Jacinta! - dijo Luc ía- . Están amargas.

- Es precisame nte por su amargura por lo que las como. Así se


convierten los pecadores.

En otra ocasión, debilitada Jacinta por el hambre y la sed, dijo a Lucía,


con la senc illez habitua l en e lla :

- Di a las chic harras y a las ranas que se callen, pues me dan dolor de
cabeza.

Francisco le recordó:

- ¿No quieres sufr ir esto por los pecadores?

Jacinta, sujetando su cabeza entre las ma nos, dijo :

- Sí quiero, sí. Que sigan canta ndo.

Parecía que no sólo aceptaba los sufr imie ntos, s ino que los a maba.
Sentía verdaderas ansias de sufr ir. Y con e l ca lvar io que le quedaba todavía
por recorrer. Era ya una verdadera santita. Muchas personas que hab laban
con ella, se volvían más p iadosas. Y es que veían que actuaba por
convenc imie nto.

Un d ía en que Luc ía estaba acongojada por tener que ir a declarar ante


la Ad ministrac ión de Ourem, advirtió a su prima :

-No te preocupes. Si inte ntan matarte, diles que Franc isco y yo somos lo
mis mo que tú y q ueremos morir ta mb ién.
Enfermedad y muerte de Jacinta
En septie mbre de 1918, cayó enferma Jac inta, al igua l que su her ma no
Francisco.

Sintió lue go mejoría, pero, muerto su her mano, se le declaró una


pleur itis p urule nta, por lo que fue preciso inter nar la en e l hosp ita l de Vila
Nova de Ourem.

Allí per manec ió durante los meses de julio y agosto de 1919.

Dos veces la vis itó Luc ía. Al preguntarle s i sufr ía muc ho, contestó:

- Sí, mucho, pero lo ofrezco por la conversió n de los pecadores y por el


Inmaculado Corazón de María.

Como la e nfer medad era incurab le y se necesitaban ca mas para otros


enfer mos de aquel centro, determina ron volver a Aljustre l.

Los forasteros continuaban vis itándo la. Esto le mo lestaba mucho, pero a
todos ponía buena cara.

Un día, llorando, se abrazó a Lucía, y le manifestó :

- Prima, la Vir gen se me ha aparecido otra vez y me ha anunc iado que


iré a un hospita l de Lisboa. Así que no te volveré a ver más, ni ta mpoco a
mis padres. Después de sufr ir muc ho, mor iré sola. Pero me ha d icho que no
tema, que Ella muy p/onto me lle vará al c ielo. As í que reza mucho por mí.
-No te apures porque yo río pueda acompañarte. Ha de ser por poco
tie mpo. Tú p iensa s ie mpre en Nuestro Señor y en la Santís ima Vir ge n.
Diles con frecuenc ia esas oraciones que tanto te gustan.

- Sí, sí. No me cansaré de repetirlas hasta la muerte. Después las cantaré


en el c ielo.

A mediados de enero de 1920, lle gó en peregr inac ión a Fátima, e l


célebre doctor don Enr ique Lisboa.
Quiso ver a las videntes, y ta nto se impresio nó del la mentable estado en
que Jacinta se ha llaba, que se empeñó en trasladar la a su sa la del hosp ita l
de Lisboa con el ñn de operarla.

La ingresaron, pr imero, en el Orfe linato de Nuestra Señora de los


Mila gros, que dir igía la c lar isa Sor Purificación God iño, y a la que las
acogidas, unas ve inte huer fa nitas, lla maban cariñosame nte «mad r ina ».

Permanec ió allí Jac inta unos quince d ías. Se confesó y comulgaba


diar ia mente. Era fe liz.

Cuando marchó, dejó un profundo recuerdo de sus virtudes; de su


amabilidad, de su paciencia, de su mo destia y agradecimie nto a su
bienhechora.

Su «madr ina» escr ib ió en un cuaderno importantes frases escuc hadas de


sus lab ios;

«Hay que hacer penitenc ia. Si los ho mbres se con vierten, e l Señor nos
seguirá perdonando; pero, si no cambia n de vida, vendrá un castigo».

«La Santís ima Vir gen no puede detener más el brazo de su amado Hijo
sobre el mundo».

El dos de febrero, la trasladaron al hospita l de Doña Es tefa nía. La


operaron el día d ie z, pero, por su muc ha debilidad, no pud ieron dar le
clorofor mo, sola mente anestes ia local.

Le extrajeron dos costillas, y las curas que le hac ían diar ia me nte eran
muy do lorosas.
La consolaba muc ho que su «madr ina » la vis itara con frecuenc ia.

Una de las veces le hizo señas para que se acercase, y le ma nifestó;

- «Madrina», ya no me quejo. La Santís ima Vir gen me ha quitado todos


los dolores y me ha d icho que pronto vendrá a llevar me con Ella.
En e fecto, a los die z d ías de la operación, lla mó al co nfesor y le
pid ió tamb ién e l viático.

El sacerdote pensó que podría administrárselo a l d ía s iguie nte.


Pero, a las diez y media de la noche, en el s ile nc io de aquella sala y
asistida sola me nte por su e nfermera, voló a la glor ia, a conte mp lar la
belleza de Mar ía I nmaculada, que ya hab ía vis lumbrado aquí en la
tierra.

Era el 20 de febrero de 1920.

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