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La historia le hizo sufrir en carne propia el mal empleo que otros dieron a sus
creaciones. Pero no ha sido precisamente la resignación el signo del espíritu chino. La
paciencia no es sinónimo de docilidad o sumisión. Es una virtud que no comulga con la
indolencia. Por eso, esta China de la proverbial parsimonia, de la quietud y la
espiritualidad, registra en sus anales las más tumultuosas protestas sociales de la
historia humana.
Un anónimo aldeano del siglo XXII a.J.C., ya le enrostraba al legendario rey Yao (en
tiempos de lo que muchos llaman el comunismo primitivo en China) su desamor y su
desaprensión por los problemas del pueblo. Lo hacía con melodía y con ritmo. Ese
canto, que ha quedado grabado sobre una plataforma de piedra en una perdida aldea
de la hoy provincia de Shanxi, viene a ser el primero y el más antiguo de los poemas
chinos.
En la lápida colocada sobre una plataforma de barro cocido (en la Mesopotamia los
sumerios vivían entonces la antesala de su escritura cuneiforme sobre ladrillos
moldeados), fue inscrito el poema que, según registros históricos, era conocido como
Canción del Palmoteo de Madera, porque era entonado acentuándole el ritmo con
golpes de un palo de madera sobre el suelo. También se le conoce como La Canción
del Yang, porque tiempos después era ejecutado al son de la musica de un instrumento
así llamado; o como La Canción del Viejo, porque –según referencias orales--su autor
era octogenario cuando la compuso:
Según las referencias históricas, el rey Yao era “tan benévolo como el cielo y tan sabio
como el emperador celestial”. Las comunas primitivas desarrollaban la libre producción
y formas de autosostenimiento, como queda revelado en el sentido del canto. El rey Yao
estimuló ese modo de producción. Un día, cuando la gente empezaba a inquietarse
porque, tras 50 años de sabio reinado, el emperador mostraba desinterés por el pueblo,
Yao decidió disfrazarse de simple campesino y llegó hasta la plaza donde el viejo juglar
concentraba a los aldeanos cantándoles sus poemas. En una ronda oyó cantar a los
niños:
Así lo hizo, siguiendo las normas de sus antepasados, el rey, que había comprendido el
mensaje popular, cedió el trono a su hijo y se retiró. Cuando murió, el pueblo supo
honrarlo. Hastá hoy queda en pie un templo dedicado a su memoria.
A dos kilómetros y medio de la ciudad de Lingfen – que cuando era sede de la corte
del rey Yao tenía el nombre de Pingyang-- está la aldea de Kangku, legataria de la
añeja inscripción. Quienes quieran ver la lápida con el poema grabado sobre su
superficie en caracteres antiguos, de cuando la lengua escrita china aún era informe,
deben remontar las vastas tierras loésicas de Shanxi y embeberse de alucinantes
panoramas en esa hoya que acogió los primeros asentamientos humanos de la antigua
China.