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En muchos sentidos, sugiere Jonathan Sperber, Marx fue “un personaje anclado en el pasado”, y su
visión del futuro se basaba en condiciones totalmente distintas de las que prevalecen hoy:
Del mismo modo, la lucha contra de Mijaíl Bakunin, su rival ruso, por
el control de la Asociación Internacional de los Trabajadores (ait)
reflejaba más el odio de Marx a la monarquía prusiana y a sus
sospechas de que Bakunin era un paneslavista con vínculos secretos
con el zar que su oposición al autoritarismo del anarquismo de
Bakunin. Fueron estas pasiones y animadversiones propias del
siglo XIX las que dieron forma a la vida política de Marx, no las
colisiones ideológicas que nos resultan familiares por la época de la
Guerra Fría.
El mundo nuevo que quería Spencer era una versión idealizada del
primer capitalismo victoriano, mientras que el de Marx, se suponía,
debía llegar una vez que el capitalismo fuese derrocado; pero en algo
podían estar de acuerdo: ambos esperaban “una nueva era científica,
esencialmente distinta de las anteriores”. Así concluye Sperber: “El
día de hoy, quien visite el cementerio de Highgate, al norte de
Londres, podrá ver las tumbas de Karl Marx y Herbert Spencer una
frente a la otra, porque, pese a todas la diferencias intelectuales de
ambas figuras, no es una yuxtaposición totalmente descabellada.”
Comte había identificado la raza (al igual que el clima) como uno de
los determinantes físicos de la vida social. Y la filosofía de Comte
había inspirado, en parte, el Ensayo sobre la desigualdad de las
razas humanas (1853-1855), de Arthur de Gobineau, una defensa
muy influyente de las jerarquías innatas de la raza. Marx reaccionó
contra el libro de Gobineau con desdén, y no mostró señal alguna de
creer en la superioridad racial en su relación con su yerno Paul
Lafargue, que era de origen africano. (Su principal objeción al
matrimonio era que Lafargue carecía de una fuente de ingresos
fiable.) Pero Marx no era inmune a los estereotipos de su época. Su
descripción del socialista judío alemán Ferdinand Lassalle, que
Sperber califica de “un estallido terrible aun dentro de los parámetros
del siglo XIX”, ejemplifica esa influencia:
Observa Sperber que este pasaje demuestra que Marx tenía una
“percepción no racial de los judíos. La combinación de judío y alemán
que Marx vio en Lassalle era cultural y política”, no biológica. Pero,
como prosigue Sperber en su exposición, Marx llegó a referirse a los
tipos raciales de formas que sugieren que también estaban basados
en la ascendencia biológica. Al elogiar la obra del etnógrafo y geólogo
francés Pierre Trémaux (1818-1895), cuyo libro Los orígenes y la
transformación del hombre y otros seres había leído en 1866, Marx
alabó su teoría sobre el papel de la geología en la evolución animal y
humana, pues era “mucho más importante y rica que Darwin” porque
aportaba “los fundamentos de la naturaleza” para la nacionalidad y
mostraba que “el tipo racial de negro común solo es la forma
degenerada de uno mucho más elevado”. Con estas observaciones,
dice Sperber:
Sperber describe los varios oficios de Marx –en los que, según el
autor, tuvo más éxito como periodista radical y fundador de un
periódico que como organizador de la clase obrera– y analiza
meticulosamente sus cambiantes actitudes intelectuales y políticas.
No cabe duda de que Sperber acierta en presentar a Marx como una
figura compleja y variable, inmersa en un mundo ya lejano del
nuestro. Que eso signifique que el pensamiento de Marx es
completamente irrelevante con respecto a los conflictos y polémicas
de los siglos xx y XXI es un asunto distinto.
Lenin siguió los pasos de Marx al producir una nueva versión de esta
fe. No hay razón para descartar la afirmación, de Kołakowski y otros,
de que la combinación fatal de certeza metafísica y pseudociencia,
que Lenin asimiló de Marx, tuvo una función central en la creación del
totalitarismo comunista. Al perseguir la fantasía irrealizable de un
futuro armonioso tras el colapso del capitalismo, los seguidores
leninistas de Marx crearon una sociedad inhumana y represiva que
colapsó por sí misma, mientras que el capitalismo –a pesar de todos
sus problemas– continúa expandiéndose.