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¿Vendrá un paro nacional universitario o

una muerte anunciada?


Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Rebelión

La Universidad Nacional de Colombia, con más de 50.000 estudiantes, 3000


profesores y similar número de funcionarios y trabajadores, necesita 60.000
millones de pesos (20 millones de dólares) para culminar el año académico
de 2018, según anuncio su rectora. La historia es la misma para las 32
universidades públicas que requieren 1.8 billones de pesos para funcionar
y recuperar parcialmente la capacidad perdida a consecuencia de haber
cumplido la tarea exigida de crecer sin garantías, hasta duplicar el número
de programas y obligaciones con la misma base presupuestal y demás
garantías.

La realidad del riesgo puso al descubierto, que detrás de los innumerables


éxitos presentados con indicadores de eficiencia hay un enorme hueco
presupuestal que anuncia una tragedia, que en un símil al efecto
invernadero, si no se detiene a tiempo hará colapsar el sistema e inclusive
provocar la desaparición misma del concepto universidad pública para las
mayorías de población víctima de la desigualdad, que ha creado daños
estructurales. Las universidades aumentaron todas sus cifras pero el estado
las abandono a mitad del camino provocando una desfinanciación que las
tiene el borde del abismo sin retorno. En la última década los estudiantes
pasaron de ser 1.360.000 en 2007 a 2.390.000 en 2016 (portafolio.co, abril
2018) con apenas pequeñas adiciones presupuestales. Las directivas
aprendieron a solucionar remendando las carencias (dividieron salones, los
parqueaderos desplazaron parques, los profesores a contrato se quedaron
sin despachos, los laboratorios sin instrumentos, las tecnologías rezagadas
y las aulas con goteras). El presupuesto pasó de 20.8 billones a 37. 4
billones, según el gobierno un incremento del 78% en la década, lo que es
cierto matemáticamente, pero políticamente incorrecto, ya que la cifra
incorporó en un amplio porcentaje la financiación de otras instituciones de
educación superior (IES) y las estratégicas transferencias al sector privado
por vía de programas como ser pilo paga. En paralelo el presupuesto de
ciencia, tecnología e innovación, decreció en un 46% siendo uno de los más
bajos de América con un 0.27% del PIB, (IMD, índice mundial de
competitividad 2018, imagenpoblana.com) y bajo nivel de incidencia para
fortalecer la ciencia y el desarrollo no solo económico sino también de la
mentalidad y la manera de convivir.

La desfinanciación crece, la autonomía se debilita, pero la unidad de las


universidades avanza, a pesar de que cada una pasa su agonía atendiendo
con mayor o menor escala la tensión de sus problemas internos de
desgobierno, injerencias externas y gasto de energía respondiendo a los
obesos e intocables sistemas de gestión privada que ahogan la inteligencia
con indicadores, convertidos en costosos obstáculos para el pensamiento y
que aunque no impacten suman. De conjunto el sistema de universidades
publicas tiene afectadas a fondo todas sus estructuras y está en alto riesgo
de ser vaciadas totalmente de su contenido, que las llevaría a dejar de ser el
escenario de conocimiento y de la cultura para ser empresas privadas que
compiten por recursos, sin ética, política ni democracia.

El sistema universitario estatal esta desfinanciado por el incumplimiento del


estado que tiene una deuda adicional contraída de 15 billones de pesos para
infraestructura y un compromiso para detener el desmonte de garantías al
derecho al trabajo (70% del profesorado labora con contratos precarios), la
pérdida paulatina de garantías salariales y la amenaza de modificación de
estatutos internos con los que se les pretende acomodar a políticas de
disciplinamiento, control, reducción de tiempos de estudio, tratamiento de
la protesta como asunto de guerra y libre arbitrio para sus equipos
directivos.

Para evitar el fin de la universidad que quedo del S.XX, los múltiples
comunicados de estudiantes, profesores, trabajadores, sindicatos, y las
relatorías y conclusiones de asambleas y foros se anuncia que hay
suficientes razones para reiniciar nuevas luchas, mezcladas, transversales
e incluyentes de otros sectores sociales, con lugar común en la defensa de
la dignidad, que podrá traducirse en un paro nacional, que ponga en
evidencia las técnicas del poder hegemónico responsable de la crisis y
repercuta en la gobernabilidad y estabilidad del gobierno y logre que las
universidades garanticen su existencia. La situación se tensa porque
mientras en las universidades buscan salidas para impedir su tragedia, el
gobierno ofrece desprecio, motiva el ánimo de guerra y anuncia inclusive
billonarias adiciones de presupuesto para material de guerra y atención a
las migraciones alentadas políticamente.

El momento despeja el camino para arreciar la lucha frontal por la defensa


de la existencia misma de la universidad pública. Las motivaciones parecen
indicar el retorno social protagónico de las universidades, que recuperan la
memoria de su decisiva incidencia para ponerle fin a la hegemonía
conservadora de los años 20 del S XX, la caída del General Rojas Pinilla y el
Paro Universitario Nacional de 1971, cuyo programa mínimo nacional
proclamó (como ahora) la abolición de los consejos superiores universitarios
(considerados una expresión neocolonial y semifeudal); la defensa de la
asignación de un presupuesto suficiente para el pleno funcionamiento de la
universidad y la congelación de matrículas (notasobreras.net, feb de 2011).
En el siglo XXI anunciaron su capacidad para influir en la vida del país con
movilizaciones de confrontación a los tratados de libre comercio, al plan de
desarrollo y al recorte de transferencias departamentales, abriendo el
camino a los encuentros nacionales estudiantiles universitarios (ene) y su
posterior salto a las mesas amplias que articularon la Mesa Amplia Nacional
Estudiantil, MANE, que en 2011, logró la atención del país con imaginativas
y contundentes movilizaciones en defensa de la educación pública frenando
el impulso del gobierno saquear el carácter histórico y convertir de manera
definitiva a las universidades en empresas con ánimo de lucro, que liberaran
recursos públicos para la corrupción y la muerte.

En la nueva movilización en marcha, confluyen todos los estamentos


universitarios (inclusive directivas) y centran su agenda común en la
exigencia de financiación adecuada, ante la desfinanciación que amenaza
su existencia; la defensa de la autonomía para trazar por cuenta propia su
destino libre de injerencias y clientelismos y; la recuperación de su papel
relevante para construir democracia. Aunque el gobierno demuestra su
menosprecio por la ciencia, la educación, la cultura y en general los valores
de la vida y los derechos, la movilización ya comenzó y el 10 de octubre se
hará visible para el mundo con la toma universitaria de Bogotá, que puede
dar inicio a un paro nacional de hondas repercusiones, y que en todo caso
se irá después a las regiones, para que en los territorios cada universidad
decida su destino y haga valer su poder y su saber para transformar la vida,
liberarla de la guerra y con imaginación e inteligencia recupere su potencia
creadora y supere las debilidades y ataduras que la tienen a merced de
quienes usan el poder para destruir y no para construir la vida buena,
civilizada, sin barbarie. La cita es el 10 de octubre, a 526 años de la invasión.

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