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Un análisis a la soledad.

La visión de Octavio Paz sobre los mexicanos y sobre sí mismo.

Matias Alvarado Leyton.

1er año de Doctorado en Historia, Universidad San Sebastián.


Las siguientes reflexiones son fruto del análisis de El laberinto de la soledad de Octavio Paz.
Publicado originalmente en 1950, y siendo uno de sus títulos más reconocidos, este libro es
el reflejo de las inquietudes que por aquel entonces el escritor se planteaba sobre su pueblo,
los mexicanos. Buscando hacerlos inteligibles para él y los demás, el mexicano se arroja a
escudriñar en los suyos, quienes a veces ve con distancia y otras con cercanía, siendo esto
claro ejemplo de las propias contradicciones y complejidades que él mismo ve en el actuar
de su pueblo. Es sobre esto que versa este breve ensayo, sobre la visión que el autor propone
de los mexicanos y de sí mismo, y cómo ésta, particularmente, da cuenta de un momento
crucial, de inflexión, de desenvolvimiento hacía ellos mismos y hacía el resto, “momento de
reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer” (1).

El laberinto de la soledad es un libro breve, originalmente constituido por nueve


ensayos1, todos ellos independientes y auto conclusivos, pero vinculados entre sí en la
búsqueda de la esencia del mexicano. Dicha búsqueda se hace, particularmente, a través del
estudio de diferentes tiempos históricos o épocas cruciales para éstos, abarcando desde el
momento precortesiano hasta los días que en que se interroga su autor. Más allá de su
innegable riqueza y del vasto recorrido que realiza a través de la historia de los mexicanos,
el análisis de esta obra busca dar respuesta a una simple pregunta: ¿Cómo conecta el autor
con su pueblo a través de esta obra?

Si bien, el propio autor habla de “las sucesivas desilusiones posrevolucionarias” (26),


permitiendo situar el desarrollo de su obra en algún punto entre el fin de la Revolución
mexicana y el año de su publicación, esto no dice mucho. El hito histórico al cual alude,
aunque fundamental, siendo una “fase explosiva” (2) para los mexicanos, es uno cuyo
término no tiene consenso2. Es así como la Revolución mexicana, más que una marca
temporal, debe ser entendida como una de carácter mental, hablando de la psique del
mexicano. Aquella “fase explosiva” que significó la revolución para el mexicano, generó una

1
Si bien, El laberinto de la soledad fue publicado originalmente en 1950 contando con nueve ensayos dentro
de sí, fue recién en la década de 1970 cuando se incorpora Postdata, también libro de ensayos del mexicano, a
su primera obra. De este modo, El laberinto de la soledad pasa a estar constituido por sus nueve ensayos
originales y “Postdata”, la cual agrega otros tres ensayos que versan nuevamente sobre el mexicano.
2
Pese a las arduas investigaciones, aún hoy en día no existe un consenso claro sobre cuándo terminó la
Revolución mexicana. Hay quienes sitúan su término en 1917, con la proclamación de la Constitución; otros
hablan de 1920, con la presidencia de Adolfo de la Huerta; o en 1924, con la presidencia de Plutarco Elías
Calles. De igual modo, hay quienes afirman que la Revolución mexicana se extendió hasta la década de 1940.

1
“natural” tendencia, es decir, que “el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento, se
contemple” (2). De este modo, el momento posrevolucionario desde el cual el autor habla,
debe ser entendido principalmente como uno de reflexión, introspección, la cual es llevada a
cabo por un grupo “bastante reducido”, aunque fundamental, “constituido por esos que, por
razones diversas, tienen conciencia de su ser en tanto que mexicanos” (2); grupo del cual
Octavio Paz es parte.

Más allá de esto, es importante situar el desarrollo de esta obra en un tiempo y espacio
determinados. Es sabido fue publicada en Francia, mientras el mexicano se desempeñaba
como diplomático en este país, en el cual permaneció hasta 1951. Sin embargo, ello no
asegura que las cavilaciones que se materializaron en estas páginas hayan estado limitadas a
dicha estadía. De hecho, son más patentes las huellas de sus pasos por Estados Unidos dentro
de éstas, primeramente, en su infancia, en Los Ángeles, “ciudad habitada por más de un
millón de personas de origen mexicano” (2), y posteriormente en su adultez, entre 1943 y
1945, en Berkeley, ciudad de la cual intentó hacer notar su belleza a una mexicana
infructuosamente (9). Empero, dichas huellas, particularmente la última, parecen ser solo
parte las experiencias que recoge de sus propias vivencias, sin ser éstas determinantes en la
materialización de su obra. De hecho, el propio mexicano nos da, en su antepenúltimo
ensayo, una huella irrefutable: “Después de la segunda Guerra Mundial” (72). Hito histórico
discutible, pero con un amplio consenso sobre su término, el cual permite asegurar que su
célebre obra fue escrita durante la estadía del autor en Francia. Aunque pudo ser un trabajo
de largo aliento, y posiblemente existieron borradores e incluso tal vez muchas de las
reflexiones que son llevadas a la tinta pudieron ser previas, es indudable que la obra fue
acabada mientras el autor se encontraba en el Viejo Mundo. Esto se hace más lógico si se
tiene en cuenta que en aquel entonces Octavio Paz aumenta su producción de poesía y
comienza a descollar con la ensayística, iniciando, precisamente, con El laberinto de la
soledad. De igual forma, es aquí cuando el mexicano parece conquistar cierta madurez.

Entender todo esto no es antojadizo. Dada la complejidad de la obra, saber el cuándo


y dónde fue ésta concebida permite acercarse a su autor, tratar de entenderlo y así entender
sus dichos. Intentar saber cómo el mexicano conecta con los suyos parece así más fácil. Es
en este punto donde no se puede evadir la cuestión de la autorrepresentación. Si bien, es un

2
término complejo y para entenderlo a cabalidad es necesario conocer su vida y la cronología
de su producción artística3, es posible trazar ciertas líneas entre Octavio Paz y sus dichos. Es
más, se puede proponer que mucho de lo que el autor ve en los mexicanos, lo ve en sí mismo.

Si bien, desde un principio el autor se sitúa a sí mismo como parte de aquel grupo
“bastante reducido” que se preocupa por la esencia del mexicano, distanciándose
conscientemente del resto de sus compatriotas que no lo hacen, esto es solo una primera y
obvia marca. Aquella soledad, sobre la que vuelve una y otra vez, en diferentes tiempos
históricos para relatar el sentir del mexicano, quien a su vez se conforma a sí mismo como
“fruto de una violación” (33) vivida en la conquista, parece no solo sombría, sino algo que
lo afecta a él, a Octavio Paz. En tanto hombre moderno, es parte de ese “sentimiento de
soledad” del cual habla, aquel que genera la “nostalgia de un cuerpo del que fuimos
arrancados” (88). Más allá del reiterado uso de una primera persona plural, es claro que el
autor siente aquella soledad, no solo por su tiempo histórico, sino por ser mexicano. Pese a
las distancias entre él y los mexicanos sobre los cuales escribe, de las cuales debió ser
consciente, el autor no deja de sentirse mexicano, pues “Las épocas viejas nunca desaparecen
completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía” (2); por ello
ahondar en las épocas de su pueblo, buscando develar la esencia de éste y así la suya misma.

Octavio Paz se siente parte de lo que escribe, probablemente se ve a sí y a su


generación de compatriotas como cruciales en el devenir de la historia de los mexicanos. Esto
pues señala que su pueblo se encuentra en ese “trance de crecimiento” (1), cual adolescente
interrogándose a sí mismo. Dicha analogía no se acaba en entender al pueblo mexicano como
un país en vías de desarrollo, materialmente hablando, puesto que eso no basta. “Las
circunstancias actuales de México transforman así el proyecto de una filosofía mexicana en
la necesidad de pensar por nosotros mismos unos problemas que ya no son exclusivamente
nuestros, sino de todos los hombres” (71), de este modo, el momento que atraviesan los
mexicanos no solo es crucial materialmente, sino también intelectualmente, pues es una
oportunidad de transformar sus experiencias, particulares, en respuestas universales.

3
La autorrepresentación debe ser entendida, al menos en esta instancia, en su acepción más moderna, siendo
una confesión por la que el artista desvela cosas más íntimas de la vida de sí, de su posición social, de sus
ideales y de las relaciones entre él y sus modelos, en el caso de Octavio Paz, los mexicanos.

3
El propio autor debió a ver sentido esa responsabilidad al escribir su obra, pues la
soledad de la cual habla, pese a sus diferencias, es claramente extensible a todos los hombres,
pues “En todos lados el hombre está solo” (5). Es más, es probable que el propio Octavio Paz
se haya sentido así, puesto que él podía ver en su vida parte de la historia de desarraigos de
su pueblo, asimismo se debió haber visto tentado a compararse con aquel adolescente que
aún se interroga a sí mismo en busca de respuesta. Es claro que él mismo aún no concebía
una respuesta tajante a cómo afrontar el momento que atravesaba su pueblo, puesto que éste
comenzaba a tener “la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto pensamiento nos
ha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón
multiplican las cámaras de tortura” (89). La modernidad material y política, y la confianza
en el progreso podían traer tranquilidad, pero también podían significar el afrontar retos en
los cuales toda la experiencia histórica de los mexicanos tal vez no bastaba. Ante esto, el
autor solo deja planteada la interrogante, concluyendo su búsqueda no solo de conocimiento,
sino que también de autoconocimiento. Si bien, no alcanza todas las respuestas que podrían
pretenderse, Octavio Paz sí conquista aquella madurez que no ve en su pueblo, logrando
erguirse por sobre los demás e inmortalizarse a través de El laberinto de la soledad.

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