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LA ÉTICA DE EMANNUEL LEVINAS

Emannuel Levinas (datos de nacimiento y muerte) es un filósofo lituano que


perteneció, primero, al existencialismo alemán siendo discípulo de Husserl y de
Heidegger. Luego se desarrolló en el existencialismo francés, perteneciendo a la
escuela de Sartre y Camus.

Sus vivencias como prisionero de guerra, de los nazis, durante la Segunda Guerra
Mundial y la gran decepción de ver a su maestro Heidegger en el nacismo, hicieron
que renunciara a las ideas del existencialismo alemán; además, ya en Francia
tampoco encuentra identificación plena con este tipo de existencialismo y decide
tomar su ruta de pensamiento en una nueva y propia dirección.

Las primeras de sus controversias, catalogadas como rebeldías o innovaciones,


consisten en quitar la primacía al ser; es decir, hace a un lado la ontología y en su
lugar coloca a la ética. Esto porque considera que la vanagloria a que llega el ser
(existencial) a través de los movimientos nacionalistas, en Alemania e Italia, solo
lograron destrucción y ruina.

Al poner la ética como fundamento de su sistema filosófico, lo hace dándole vida,


de nuevo, a un término que prácticamente estaba en desuso: la alteridad y, también,
dándole primacía a la sociedad frente al individuo.

La redefinición o nuevo uso de la alteridad lo realiza definiendo ésta como el


ponerse en el lugar del otro, pero de una manera sincera y verdadera, esto es: en
su triunfo y en su fracaso, en su alegría y en su tristeza, en su abundancia y en su
miseria; es decir, en todos los órdenes de la vida.

Es seguro que llega a pensar así, luego de las grandes privaciones y sufrimientos
que tuvo como prisionero de guerra, y pide una identificación plena con el otro a
través de su solidaridad. Llega así, a definir una responsabilidad por el otro que es
natural e inherente al ser humano.

Para nuestro filosofo la responsabilidad está ligada al acto de responder, de no


ignorar al otro; pues, según su concepto, el ignorarlo es asesinarlo; de entablar un
dialogo en igualdad, donde en el discurso se habla y se responde de tú a tú: es
decir, se da al otro la misma importancia que tiene el yo; para, de esta manera, tener
una relación donde se están comunicando seres de igual valor en todos los órdenes
existenciales.

Así, pues, para Levinas la relación del yo con el tú adquiere una dimensión distinta
a la que tiene en Bubber, puesto que en esta última el yo puede ser la parte
dominante y el tú la dominada mediante una relación jerárquica, tal es el caso: las
relaciones de trabajo, donde hay jefe y subordinado; o la relación en la escuela,
donde hay maestro y alumno. Aquí se pierde esta jerarquía y se trata tan solo de la
relación de igualdad.

Para llegar a este logro se tiene que incursionar en el tejido social y para ello el
filósofo define la sociedad íntima, que es la sociedad de dos: el ser y el otro. Este
ser y este otro son dos elementos que a través de la relación dialógica llegan a
identificarse y darse mutuamente la importancia debida a través de la práctica de
valores: respeto, dignidad, agradecimiento, comprensión, perdón, ayuda, etc. Por
relación dialógica se entiende aquí la relación lograda a través del dialogo.

La sociedad íntima la generaliza de dos maneras al grueso de la sociedad como un


todo: una manera es que el ser tenga relación con más de un otro (con muchos
otros), por ejemplo: al dictar una conferencia o al dar una clase: aquí el ser se dirige
a un conglomerado, pero en realidad dentro de ese grupo, sea grande o pequeño,
la relación se vuelve dialógica cuando cada otro que pertenece a esa sociedad pone
atención a lo que el ser está transmitiendo, atiende con valores. De esta manera,
el ser con cada otro que le pone atención establece una sociedad íntima y,
entonces, la relación del ser con los otros conforma un conjunto de sociedades
íntimas que generan el funcionamiento de la sociedad y el ser, como un todo.

La otra manera de tratar las relaciones dialógicas, es la relación que el ser tiene con
los bienes y servicios que recibe de la sociedad, los cuales ha de pagar el ser
desarrollando de la mejor manera posible lo que a él le corresponde hacer dentro
de la sociedad, y lo hace bien. Por ejemplo: Un maestro tiene como responsabilidad
dar clase a sus estudiantes. A cambio de esas clases que da recibe bienes y
servicios, como: alimentos, transporte, vestido, calzado, casa, recreación, etcétera;
donde este etcétera es una larga lista de cosas y de situaciones que necesita para
vivir. De aquí se puede intuir que el dinero no es más que la forma de intercambio
entre lo que el ser hace por los otros y lo que los otro hacen por él. Hasta aquí la
relación parece ser entre el ser y su fuerza de trabajo ante los otros, pero en
realidad se convierte en una relación ética cuando el ser reconoce y acepta que así
como él desea recibir bienes y servicios de buena calidad, también los otros esperan
lo mismo de él. Aquí es donde se encuentra la relación dialógica entre el ser y la
sociedad como un todo, porque hay una actitud de responsabilidad; es decir, de
buena respuesta cuando la preocupación es la misma, tanto de ida como de vuelta
entre el ser y los otros, porque cada uno quiere lo mejor. Lo que hace ética esta
relación es la toma de conciencia de la responsabilidad que el ser tiene con los
otros, porque de esta manera no necesita presiones para cumplir con lo que de él
espera la sociedad, sino que actúa en función de lo que él espera de los otros: lo
mejor.

Vale la pena señalar que en el devenir social los papeles del ser y del otro se
intercambian a cada momento, y la sociedad íntima se restablece también a cada
momento, ya que la misma funciona mientras los dos: el ser y el otro, están cara a
cara. Lo cual puede darse tanto en una relación fija como puede ser el trabajo, el
estudio o la familia, al igual que con quien nos encontramos en el autobús mientras
viajamos y nunca se vuelven a encontrar el ser con ese otro. De aquí que la
sociedad íntima es un concepto de relaciones interpersonales que no es fija puesto
que aún y cuando la relación que se lleve sea cotidiana, la de esposos, por ejemplo,
mientras no se encuentren frente a frente no conforman una sociedad íntima,
Entonces, a diario el ser conforma múltiples y variadas sociedades íntimas, de
acuerdo a sus actividades o necesidades.

De esta forma se está estableciendo una relación social en valores, donde se


magnifica el hecho de entregar lo mejor del ser en lo que hace, porque él también
espera lo mejor en lo que los otros hagan.

Esta es una manera diferente de ver la ética como la parte práctica de la filosofía:
ya no se trata de asumir la posición del bien y evitar la posición del mal, porque
ambos conceptos caen en lo relativo. Tanto el bien como el mal se pueden definir
desde distintos puntos de vista, porque se refieren a lo que hago por los otros, y a
señalar lo que los otros hacen en general. Pero en este caso predomina el cómo
quiero las cosas para mí y en devolver de esa misma manera lo que hago por los
otros, y lo que siempre quiere el ser es lo mejor para él; entonces, su consigna será
dar lo mejor para los otros. El resultado de esta óptica es una mejor convivencia
social.

A la pregunta ¿cómo quiero que sean las cosas para mí? La respuesta sería: quiero
las cosas lo mejor posible. Bien, entonces, mi primera preocupación ha de ser
entregar lo que yo hago, lo mejor posible.

Esta ética es axiológica, de valores, pero no solo de valores éticos, sino también de
valores cristianos; ya lo expresa Levinas en uno de sus libros (citar): esta ética nos
recuerda que el pensamiento accidental no es solo hijo de Grecia, sino también de
Jerusalén. Con la frase anterior el filósofo hace ver que estas ideas llevan una
fuerte carga de ética cristiana, pero esto no nos debe sorprender: qué acaso la
cultura occidental, a la que pertenecemos, no es hija de ideas de la Antigua Grecia
maduradas a lo largo de los mil años de la Edad Media. Por qué sorprendernos
cuando si ante la terrible descomposición social en que vivimos solo el retorno al
respeto de la dignidad y calidad humana puede ayudarnos; no es, acaso, quitar el
excesivo valor al poder y a los bienes materiales lo que puede devolverle su valor
al ser humano; no será que todavía resuenan las palabras de Sócrates, en el
conócete a ti mismo, como una sentencia o como un reto para el hombre del siglo
XXI.

Sí…son muchas las preguntas y consideraciones que pueden formularse a partir de


esta forma de ver la filosofía de nuestro tiempo. Pero es necesario, ante todo, tener
la entrega y buena voluntad para hacer las cosas bien, y de ver en aquel que
tenemos enfrente a alguien como nosotros, con iguales derechos y obligaciones,
con las mismas oportunidades, y no al que se usa cuando conviene pero se ignora
cuando se le ha de servir.
Este es el mensaje que encuentro en la ética de Emannuel Levinas y que hoy,
respetuosamente, comparto con ustedes.

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