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DEL MARIDO
DESAPARECIDO
“La mejor receta para la novela
policíaca es, que el detective no debe
saber, nunca, más que el lector”
Agatha Christie
DEDICATORIA Y
AGRADECIMIENTO
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
EPILOGO
UNO
Se desperezó lánguidamente, y
maniobró con cuidado hasta sentarse en
la cama al día siguiente, Roberto incluso
le había ayudado a acostarse, motivo
que había hecho que se fuera pronto a la
cama y que estuviera tan pronto, a las
seis de la mañana, despierta.
Posó con mucho cuidado el pie en
el suelo y confirmó que no le dolía como
el día anterior. Todavía no podía apoyar
el peso sobre él, pero era una mejoría
notable no sentir ese dolor continuo.
Cogió las muletas y decidió ducharse lo
primero, el no tener la escayola, hacía
que fuera mucho más fácil hacer las
cosas, sobre todo si no le dolía. Se
desnudó y se metió en la ducha
apoyándose en las paredes, y abrió el
grifo para ducharse.
A las nueve en punto sonó la
puerta, era él, le había dicho que se
presentaría para ver qué quería contarle
Francisca. Decía que tenía curiosidad,
pero no más que ella misma.
Cuando dieron las diez sin
noticias de ella, Natalia estaba histérica,
—Le habrá pasado algo, a lo
mejor ha surgido algo en la casa donde
trabaja y no ha podido venir—intentaba
tranquilizara
—Imposible, me hubiera avisado,
¡si aquí llegaba siempre quince minutos
antes de su hora!, le ha pasado algo
Roberto. Tengo que encontrar a alguien
que me dé el teléfono de Deborah
Bohnett—comenzó a buscar en la lista
de contactos de su móvil. Conocía a
varios actores, actrices y cantantes.
Estaba segura de que alguno lo tendría.
—No te lo van a decir, y seguro
que no está en guía telefónica—llevó las
tazas vacías a la cocina, mientras la
escuchaba hablar con dos tipos que le
dijeron que no lo tenían. Insistió con el
tercero,
—Déjalo Natalia, no te lo van a
dar—ella saludó a una amiga, una tal
Carmen, mirándole con cara de cabreo,
y le sonrió con suficiencia cuando dijo
—¿Me lo puedes dar?, si no te
preocupes, lo apunto—puso el altavoz y
lo tecleó en el mismo móvil—muchas
gracias Carmen, sí, te llamaré, por
supuesto.
Marcó a continuación, sin
regodearse en el triunfo, lo que le indicó
que realmente estaba muy preocupada,
—Buenos días, mire quería hablar
con Francisca, había quedado con ella
hoy, y no ha venido a casa—escuchó
unos instantes y frunció el ceño antes de
contestar—soy una amiga íntima, como
si fuera de la familia, puede decírmelo
—Roberto se inclinó hacia ella, cuando
vio cómo se le cambió el rostro por uno
de terror. Se le cayó el teléfono y
Roberto lo colgó antes de dejarlo en la
mesa, luego cogió sus manos.
—¿Qué ha ocurrido? —ella le
miró incrédula, abrió la boca, pero no
pudo hablar, tuvo que volver a vocalizar
para conseguir emitir dos palabras, cuyo
significado todavía no conseguía que
aceptara su cerebro,
—Está muerta.
SEIS
Se despidieron de ellos y se
encaminaron, al ritmo lento de las
muletas de Natalia, al coche. Roberto
notó que iba más despacio, parecía
sentir dolor,
—¿Te duele?
—Un poco, debe ser por haber
tenido tanto rato el pie en el suelo, pero
no he apoyado el peso en él. ¡Vaya rollo!
—Roberto sonrió con ternura y abrió la
puerta para que pudiera entrar en el
coche, le ayudó a hacerlo y luego cerró.
—El otro día te compré un gel
antiinflamatorio, cuando lleguemos te
daré un poco en el pie y te tomas una
pastilla y…
—¡Y a la cama, como una
viejecita! ¡qué ganas tengo de poder ir a
bailar y correr y…—se calló, porque
tampoco se le ocurrían qué más cosas
hacer,
—La próxima vez te lo pensarás
antes de coger un coche de carreras—
ella le miró incrédula, aunque él no lo
había dicho con tono de censura, sino
como un hecho
—¡Era por una causa benéfica!
—Ya—no dijo más pero no hizo
falta. Estaban llegando a su casa,
decidió no discutir, porque estaba harta
de que terminaran siempre discutiendo
por todo.
Se dejó caer en el sillón aliviada,
hasta que lo vio salir del baño con el
tubo de gel, y la pastilla, ésta se la tragó,
pero alargó la mano para que le diera el
tubo a ella,
—Dámelo—él se negó, y levantó
su pierna para sentarse en la silla donde
la tenía apoyada siempre, colocándola
encima de su regazo. Comenzó a
extender la crema con suavidad, y ella
se puso rígida esperando el dolor, pero
Roberto, sorprendentemente, sabía
utilizar las manos, y la masajeaba como
si lo hubiera hecho toda la vida. El
dolor fue desapareciendo poco a poco,
seguramente también gracias a la
pastilla que le había hecho tomar. Cerró
los ojos y se recostó en el sillón
gimiendo de placer, entonces, él paró, y
levantó la pierna de ella dejándola en el
suelo con cuidado, luego se arrodilló
ante ella, y separó sus muslos para
meterse dentro. Se quedó pegado a ella
mirándola, y Natalia le observó mientras
su corazón se aceleraba, al ver cómo se
inclinaba y tomaba posesión de su boca.
NUEVE
FIN