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*** Ngo Dü o Fiesta de Muertos es el nombre de la ofrenda que habitantes de la comunidad Cruz

Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz, montaron en el patio central del recinto

*** Para la ocasión se creó una vivienda de tamaño real, en cuyo interior se colocó el altar de
muertos, a fin de que sea “como lo hacemos en casa”, comentaron los pobladores

El olor del incienso y del copal impregnaban el ambiente en el que decenas de niños, provenientes
de diversas escuelas de educación primaria, esperaban atentos el inicio del tiempo ritual para
invitar a los difuntos a degustar las ofrendas incluidas del altar de muertos otomí que alberga el
Museo Nacional de Antropología (MNA).

Ngo Dü. Día de Muertos en Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz es el nombre de la ofrenda
instalada en el patio central del recinto perteneciente al Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH), colocada por 33 integrantes de esa comunidad otomí en el interior de una
vivienda de tamaño real que se creó para la ocasión, a fin de que sea “como lo hacemos en casa”,
comentaban algunos pobladores de esa entidad.

Antonio Saborit, director del Museo Nacional de Antropología, expresó que para el recinto es un
honor en estas fechas ser anfitriones de la ofrenda con la que cerró el XVI Coloquio Internacional
sobre Otopames.

El tiempo ritual dio inicio. Don Mauro Santiago, curandero otomí, explicó en su lengua el
significado de la ofrenda de “Todos Santos”, al tiempo que intercalaba palabras en español. Los
niños, atentos al ritual con el que se “invita” a los ya fallecidos, aplaudían al término de los sones
de “santos” que los músicos de “costumbre” interpretaban.

Guitarrita o jarana, un bajo sexto y el violín amenizaban la presentación de la ofrenda. Piezas


dedicadas a la memoria de los difuntos eran interpretadas por el trío, que también se dio tiempo
para improvisar una breve calavera en agradecimiento al museo del INAH por permitirles mostrar
parte de sus tradiciones, en el marco de su 50 aniversario.

Nancy Marel Santiago Salazar, integrante de la comunidad, explicó que los materiales y productos
con los que está hecho el altar fueron traídos desde su lugar de origen.
“A la ofrenda le ponemos frutas, como plátano, limas, naranjas, camotes llamados perritos que
sólo se dan en esa región, chayotes, yuca que se prepara en conserva con dulce hecho con
piloncillo, elaborado en la comunidad, calabazas, pipitorias (dulces de leche) y chocolate en atole.
Además de tamales y mole”, detalló.

Lourdes Báez, especialista del INAH quien coordinó el montaje del altar, explicó que las imágenes
religiosas, entre ellas de la Virgen de Guadalupe, se colocan bajo un arco hecho de otates (varas
para armar la curvatura), jonote y palo de anona pepecocka, forrado con flores de cempasúchil y
terciopelo. La arcada da la bienvenida a los difuntos y está colocada en la cúspide del altar como
una suerte de portal entre los dos mundos: el de los vivos y el de los muertos.

Sobre la iconografía religiosa, Báez detalló que en esta comunidad es de relevancia contar con
retratos o efigies de santos y vírgenes en el altar de muertos, por que con ellos se sacraliza el
espacio, ya que piensan que sus difuntos viven con estas entidades.

Afuera de la casa, continuó, se instala una pequeña mesa con algunos elementos del altar, como
fruta, ceras o vasos con agua. “Algo muy sencillo, una cruz forrada de flores, para los difuntos que
no tienen dónde llegar”.

La Ngo Dü (Fiesta de Muertos) se realiza del 31 de octubre al 2 de noviembre, pero en Cruz Blanca
el 18 de octubre —día de San Lucas— se recuerda a los que murieron de forma violenta, y aunque
el retorno de estos difuntos es temido por la carga emocional y espiritual de su fallecimiento, se
deben realizar los mismos rituales que, sin amenazar la integridad de los vivos al interior del casa,
permitan satisfacer las necesidades de los ancestros que regresan.

A los familiares fenecidos se les hace un camino con pétalos de cempasúchil, cáscaras de cacao y
pepita o pipián, que inicia desde el camino principal de su calle hasta la puerta de la casa donde
está la ofrenda, de ahí al hogar del fallecido (si está cerca), para demostrarles que la ofrenda está
lista.

A través del aroma del cempasúchil, los difuntos identifican el camino que los llevará de vuelta a
su casa. Para “materializarlos” se colocan sus fotografías en el altar. Completan la ofrenda panes
de dulce, velas o ceras, bebidas, como cerveza, aguardiente de caña, refrescos, aguas de frutas, así
como otros alimentos que también fueron elaborados con las antiguas técnicas culinarias como la
molienda de los chiles para los moles y tamales en el metate.
Para los otomíes del norte de Veracruz, el mundo está dividido en dos partes: la superior, en la
que habitan los hombres y está regido por el Sol, y la inferior, el inframundo, lugar de los dioses y
seres inmortales, pero también de quienes han fallecido, que se convierten en ancestros para
retornar al mundo de los vivos y nuevamente convivir con ellos el Día de Muertos.

“En dicha localidad se tiene la creencia que los espíritus de los infantes fallecidos, los ‘angelitos’,
llegan el 31 de octubre a medianoche y se van el 1 de noviembre después de disfrutar la comida,
los refrescos y el chocolate, así como la fruta y los dulces que con gran esmero les prepararon en
sus hogares”, comentó Lourdes Báez.

A partir del mediodía del 1 hasta la noche del 2, las almas de los adultos reemplazan a los
“angelitos”, quienes se desvanecen. Esta fecha marca el inicio de la visita de los ancestros al
mundo de los vivos y, al mismo tiempo, refuerza los lazos comunitarios a través de las ofrendas y
alimentos. En esta localidad la ofrenda se monta sólo para 12 difuntos, aunque tengan más.

La ofrenda otomí Ngo Dü. Día de Muertos en Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz
permanecerá hasta el 9 de noviembre de 2014, en el patio central del MNA, Reforma y Gandhi s/n,
colonia Chapultepec Polanco. Horarios: martes a domingo de 9:00 a 19:00 horas.

LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE


MUERTOS EN LA HUASTECA
Por Martín Trejo Mendoza.
Gastrónomo.
La estancia se llena del color de la flor de los cuatrocientos pétalos, por los pasillos
se respira el aroma del copal, mientras que en la cocina se preparan los manjares
a ofrendar. Por la ventana se ven las personas que van y vienen pues todos se
alistan para el Xantolo, una celebración que es reminiscencia de la tradición
prehispánica de honrar a los muertos. Es aquí donde la muerte cobra vida. Xantolo
en lengua náhuatl quiere decir “Día de Muertos” y significa para la zona Huasteca
del país (integrada por el norte de Veracruz, el sur de Tamaulipas, la Sierra Gorda
de Querétaro y algunas regiones de los estados de San Luis Potosí e Hidalgo), la
celebración más importante. En las siguientes líneas quiero describir cómo se lleva
a cabo dicha tradición al noroeste del estado de Hidalgo en el Municipio de Huejutla
de Reyes (uno de los lugares que conforman la Huasteca).
Todo comienza el día de San Juan (24 de junio) cuando los campesinos salen al
campo para regar la semilla de la flor de cempasúchil. Cuando llega el 29 de junio
las familias acuden a la plaza para comprar guajolotes, gallinas y cerdos que
pondrán a engordar y después guisarán en tamales, moles y caldos para compartir
con vivos y muertos. Las mujeres dan inicio al bordado de servilletas y manteles
que se ponen en el altar. Pocos días antes de la llegada del xantolo, las familias se
reúnen para la molienda del chocolate que ofrecerán y beberán durante la
celebración. A lo lejos se escuchan el repicar de las campanas acompañado del
sonido de juegos pirotécnicos. De esta manera el pueblo se entera que sus muertos
están entre ellos.

El 30 de octubre, también conocido como “Domingo grande”, se realizan las últimas


compras. El mercado luce en su mayor esplendor con montones de naranjas,
mandarinas, chiles secos y frescos, cacahuates, calaveritas de azúcar, jarrones,
canastas y caballitos de barro que se venden en los puestos.

Ese mismo día por la tarde, las familias comienzan a levantar el arco. Éste se
compone de otates (o cañas de azúcar) que se sujetan a la mesa. Después se cubre
con palmilla, ramilletes de flor de cempasúchil y mano de león. A la mitad del arco
se cuelga la fruta, pan de muerto con forma humana y las canastas llenas de
cacahuates y dulces. La mesa se decora con manteles bellamente bordados y al
centro suele colocarse la imagen de un santo, las fotos del ser querido, platones
con galletas, dulces, cacahuates, pan, calaveras de azúcar, nueces y tablillas de
chocolate. A cada extremo de la mesa se disponen dos jarrones. También se ponen
velas, así como un tronco al cual se le hacen orificios para colocar las ceras.
El 31 de octubre a las doce del día se reciben las almas de los difuntos pequeños.
Este día la ofrenda consiste en caldo y tamales que deben ser sin picante, además
de chocolate con pan. El 1 de noviembre se reciben a los difuntos adultos con lo
que más les agradaba en vida, donde ya se pueden incluir guisos picosos, cerveza,
aguardiente y tabaco en hoja. Para atraer el alma de los muertos se realiza el
camino de flor de cempasúchil desde el altar hasta la puerta de la casa que queda
impregnado del olor del copal que se mantiene encendido porque se dice que éste
purifica el alma. Cabe mencionar que el color de la flor representa al sol dador de
vida y la fecundidad.

En las calles se sabe que son días de fiesta pues se escuchan los alegres acordes
del violín, jarana y la quinta huapanguera que acompañan las danzas de los
huehues (viejos), quienes representan a las almas. Todo es celebración y gozo pues
las lágrimas se convierten en sonrisas. Las ánimas que no tienen una casa a dónde
llegar, cuentan con un lugar en las ofrendas de cada hogar donde se les dedica una
cera a su nombre junto con un vaso de agua.
Se dice que las ofrendas son personalizadas debido a que no solo se colocan los
platillos favoritos del difunto, también se incluyen, en el caso de los hombres,
sombreros, machetes y morrales, mientras que a las mujeres, ollas, molcajetes e
hilos para bordar. Todo debe ser nuevo, pues así lo marca la tradición.
Al amanecer del día 2 de noviembre, los pobladores de Huejutla de Reyes acuden
al campo santo para llevar su ofrenda a la tumba y convivir con sus difuntos por
última vez en el año. Después de las doce del día nuevamente se escuchan las
campanas y los juegos pirotécnicos como señal de que nuestros difuntos regresan
a descansar. La celebración del Xantolo concluye pero no se olvida, pues forma
parte de nuestras raíces y los vivos, gustosos se prepararan para festejar a sus
seres queridos el próximo año.

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