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Breve historia de todas las cosas, Marco Tulio


Aguilera

Toni Medina

Breve historia de todas las cosas

(Fragmento de Novela)

Marco Tulio Aguilera

40.

Benjuil Mnemjian El Todopoderoso

Mateo Albán advierte a sus amigos críticos del pasado, del presente y del futuro que la
siguiente historia es parecida a la de Blacamán y que no se disculpa. Solamente
adjunta que la realidad no es propiedad de nadie y que los embaucadores no tienen
marca registrada. Hecha la salvedad procede:

“El año de mil novecientos y sepa el diablo fue según la opinión de Mateo Albán, este
humilde ranador, tiempo de primates, frenápteros y frenólitos y por lo tanto tiempo
de nuevas historias y hechos interesantes que registró honesta y castamente en sus
cuadernillos. Para el Historiador-literato quien inició la época fue Benjuil Mnemjian,
el que se hacía llamar a sí mismo El Todopoderoso y cuyas caminanzas copió al pie de
la lepra a medida que iban saliendo de sus impárvulos labios. Pero antes que nada le
pareció inútil trasladar el acta de sentencia que decía así:

Visto el caso, con base a los cargos ya espuestos y en ausencia de descargos, el


sargento de policía, en ausencia también de jueces, alcalde y otras utoridades
impertinentes, condena a Benjuil Mnemjian de alias desconocido, a cinco años de
dura prisión, con prohibición del uso de su boca como no sea para comer, beber,
esputar u otros menesteres puramente biológicos y biográficos e indispensables para
la física suisistencia.

Pero la sentencia no se cumplió y la prueba es que El Todopoderoso contó lo

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siguiente: Pues yo me inicié en el negocio como todos, por la fuerza de las


circunstancias y la apertura de las maternales piernas de mi madre. En mis primeros
tiempos no tenía un mísero mendrugo que llevarme a la boca y vivía en Puriscal
arrastrando mis andrajos por las calles. Tal vez me dirán que era un hombre vigoroso
y joven, que podía trabajar, sin embargo les juro que yo traté de vivir como todos y no
encontré quien me dijera tomá esta herramienta y hacéme el brete. Nada, y de nada
nadie vive. Yo pensaba mucho y tenía ideas propias pero casualmente la de mi alta y
noble profesión me la sugirió otro. Era uno de esos tan comunes vendedores de
elíxires de larga vida y desempeño cordial. Admiré su verbo fluido y convincente, su
facundia, su buen decir y cortesía, que congregaba a los transeúntes, sus gestos
similares a los de actores trágicos, sus actitudes subyugadoras, típicas de un
tarambana, los ojos desmesurados, grises y brillantes, de loco, que parecían
mesmerizar a todos. Claro que no tomé la decisión de inmediato. Sabía que algún
insecto raro me zumbaba dentro de la testa, entre el occipucio y el frontispicio,
pugnando por salir, pero no era capaz de precisarlo todavía. De pronto comencé a
adoptar costumbres muy inquietantes y particulares. No era vanidad, no vayan a
creer, qué vanidad puede tener un indio autóctono que no posee ni dónde caerse
muerto. Era algo más grande. Al poco tiempo un duendecillo, que existen los
insolentes aunque no lo crean, me dijo: Máximo Antúnez, así me llamaba antes,
póngase a comprar estos y estos libros que a Su Merced le esperan grandes cosas y
tiene que prepararse. ¿Y yo qué iba a hacer? Pues moví mi ingenio que antes no me
dio para comer y ahora sí para conseguir empastados que fueron llenando mi casucha
como una epidemia. Estaban en mi cuarto de cuatro metros cuadrados, en el baño de
hueco y en el patio de perros flacos. Cuando no tuve dónde meterlos debí guardar los
sobrantes en las covachas de los vecinos. Ellos no tenían el menor escrúpulo en
utilizarlos como parches allí donde la lata o el cartón dejaban grietas o usar sus hojas
sabias para encender el fogón o venderlos por libras para envolver carnes. ¿Sus
Mercedes se imaginan a don Pascal o a monsieur Voltaire o al gran Platón haciendo
menester más útil? Si les he de hacer cuentas de lo que estudié no termino en mil
años. Eso fue entre otras cosas lógica del absurdo, astronomía íntima, acupuntura,
arte de Luilio, criptografía y coprografía y símbolos meatorios, catalepsis, los 613
mandamientos positivos de Maimónides y el sentido pésame de la marimonda,
legamología, el ying, el yang y el lin yu tang, la cábala, el Corán, las biblias de Allan
Kardek y de madame Blavatski y les digo a Sus Mercedes y a los demás que en esa
época enflaquecí hasta extremos increíbles y no sé por qué los vecinos comenzaron a
rendirme culto, se impusieron el deber de alimentarme y fue sólo gracias a ellos que
logré sobrevivir. No me creerán tal vez si les digo que en la butaca de rústico pino

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quedaron marcadas las huellas de mis nalgas y el punto rampante del cóccix y que en
la mesa del comedor, bueno, mi casa era dormitorio, sala, comedor, todo en el mismo
espacio, los codos hicieron un hueco de topo. Para completar mi autodoctorado el
duendecillo me dijo Benjuil, ya no era Máximo según mi otro yo, ahora tenés que
estudiar lengua bien misteriosa y oscura y meterle el diente a la descifración de libros
prohibidos, cantar músicas exóticas y aprender el arte de la oratoria y el
embaucamiento y para aprender ésta penúltima me encerré en el escusado de hueco.
Si vieran qué difícil fue cambiar el habladito cansón y humilde de nuestros padres
mesoamericanos. Con el tiempo y las canciones de nota alta, piedras en la boca al
modo de Tulio Cicerón, gárgaras de aceite de ricino caliente y otros métodos no
menos cruentos y sofisticados mejoré notablemente mi insoportable garlar aunque
todavía después de considerar terminado mi estudio conservaba ciertos defectos de
dición y algunas debilidades más inmorales que morales. Decía sin albor alguno
jilosojía, dentre, conceito. No pude aprender nunca a prenunciar esas morrongas
palabrejas porque como soy medio mueco y con doble frenillo se me sale un gageo
muy afrancesado, claro que también sirve para despistar al enemigo, sobre todo
cuando suelto la pagsimonia, la tgasmutación, la pagtenogénesis y así para adelante,
lo que no me perjudica sino que me adjudica y me enviste de autoridad ante tanta
gente cornúpeda, implúmida e inconspicua. Y ya con estas armas me dijo el duende
caprichoso: Andá cabrón (el duende al ganar confianza se hizo irrespetuoso) a
recorrer el mundo que ya tenés garbo y prestancia. Y me fui pues, comencé a caminar
y me paré y detuve en el primer caserío que encontré a echar labia y piruetas para
llamar la atención, mostré piedras virtuosas y cuando había suficiente plebe reunida
me anuncié de la siguiente manera y razón con perdón de los escuchas: Yo soy Benjuil
Mnemjian, amigo de Dios y del diablo y de todas las criaturas de en medio,
especialista en misterios, encantamientos y profecías, primer ser humano en lanzarse
a las aguas de las Cataratas del Niágara dentro de un barril de cerveza, hacedor de
lluvias, arrostrador de peligros, propietario del libro infinito en el que están
resumidas todas las cosas, las que existen y las que no existen y las que sin existir
existen a güevo por virtud de la famosa ley del tercero incluido acuñada por el gran
soterista don Manuelito Kan. Propietario, decía, del libro infinito donde están escritas
todas las palabras desde el principio de los tiempos, cuando había una sola expresión
que era prohibido pronunciar si lo denominado no estaba presente. Además fui
constructor de la Gran Muralla China y desflorador de una japonesita inexpugnable
que se burló de todos los machos del barrio de mi infancia. Constructor también fui
de las torres de Pisa, Eiffel y el Empire States Building. Me precio de filósofo,
yantador de clavos oxidables, vidrios, ácidos, serpientes, cuchillas de afeitar

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superesteinles, hacedor de inventos cruciales, caminador de cuerdas flojas tendidas


hacia el infinito y amarradas de un solo lado, cabalgador de pegasos, centauros,
cebúes y hembras insoportables, productor y sanador de terremotos, salidor de
laberintos, clarividente, domador de minotauros y mujeres enfurecidas y
menopáusicas, adiestrador de medusas y pterodáctilos, intérprete de biblias, coranes,
panfletos y constituciones, parlador de todas las lenguas habidas e indebidas, lícitas y
prohibidas, cirílicas y grecolatinas, compañero de parranda de Harún Al Raschid, el
juerguista más grande entre los sultanes de Bagdad, levantador de muertos muy
muertos y recalcitrantes, mutacálime de Alá, conocedor de los siete sabios (yo soy,
modestamente, el séptimo). Fui el primer hombre en cruzar a nado con una mano
amarrada a la espalda el Atlántico desde Gibraltar hasta la península de la Florida.
También discípulo de los gnomos de la Selva Negra, heredero de la sabiduría de Isaac
Bensalomón Israelí, el más antiguo filósofo hebreo. Poseedor de once piedras
filosofales, trece arañas mágicas y dos originales agujas de coser muertos. Bebedor de
aguas estigias, pócimas y elíxires, nigromante licenciado en Egipto en las entrañas de
la pirámide perdida de Toth, cuyas fetideces habrían matado a un Ulises…

Y siguió mencionando hazañas que el Historiador no registra por simple táctica


literaria.

Después continuó diciendo El Todopoderoso: Tal vez ustedes no me crean y de pronto


me van a decir que estaba engañando a la gente. Nada de eso, caballeros. No señores
del jurado. Para su información yo soy el resumen de todos los hombres, desde los
más insignificantes hasta los trascendentes y no sólo de los actuales sino de los de
todas las épocas, desde el pitecantropues erectus, pasando por el sapiens hasta llegar
al actual que es el cretinus mandilonus subcoleópterus, subespecie del
energumenoides epistolarun ergonómicus. Como es lógico no todos me creen, pero
yo sí, y eso es lo importante. Ni cumplo con lo prometido ni dejo de cumplir. La única
condición que pongo para realizar lo que ofrezco es que todos me crean y como no he
llegado a ese lugar encantado, siempre debo alejarme con el dolor del alma y sin
embargo no me doy por vencido, reaparezco en otro sitio. Y resulta que después de
mucho caminar, señoras y señores, voy llegando a San Isidro de El General donde
reuní una multitud gigantesca y como en este mundo no hay panza sin ombligo la
gente se fue convenciendo, con venciendo, entienden, no sé por cuá, tal vez por la
fuerza de mis argumentos o por el poder magnético de mi voz de barítono tartamudo
y mueco o por la apostura y presencia de un servidor, que con todo y lo indio, ya con
mi turbante, mi joya destellante en la frente y mi blanquísima túnica, soy
impresionante. O quizás fue el cansancio y la deshidratación ocasionados por la

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espera del milagro bajo un sol de caricatura o alguna confabulación de fuerzas muy
especiales de este sitio. Lo cierto es que al principio se reían, después estaban serios
como quesos y al final la muche dumbre, es decir, la muy mucha gente, comenzó a
emanar un halo brillantísimo que anunciaba la realización de lo irrealizable: ya se
sentía temblar el mundo sobre sus cimientos, los ojos se volvían hacia el cementerio a
la espera de ver procesiones de muertos, se presentían prodigios, hazañas
inenarrables, se oían mil dialectos, se erigían por obra de hechizo mil monumentos de
alturas que ligaban el cielo con la tierra, comenzaban a volar por los aires ángeles de
todos los pelajes que aterrizaban entre los parroquianos y aceptaban un trago, un
cigarrito, una invitación a cenar donde Pascual o en Los Camioneros… cuando se
escuchó la sirena de una radiopatrulla, un armatoste gigantesco y bruto que frenó
como si hubiera estado al borde de un abismo. De aquella carroza funeraria salió un
fantoche acaudillado por dos monigotes quienes me tomaron por los brazos sin
escuchar mis advertencias de convertirlos en tepezcuintles.

Y aquí vine a parar.

Durante el proceso, si a eso se puede llamar proceso, no se me permitió pronunciar


una sola palabra, además, mis estimados mostrencos, ¿para qué pronunciarla?...
Como ustedes pueden suponer tengo muchas investigaciones por hacer y cuando
quiera puedo utilizar mi don de convertirme en un chorro de humo para escurrirme
entre los barrotes. Mi primer proyecto es establecer un canal de comunicación entre
las 26 dimensiones del universo, mi segundo plan es aclarar el problema de la
relación espacio-temporal entre el cuerpo etéreo y el corruptible, después pretendo
localizar en el organismo el sitio exacto donde se aloja el alma, aislarla y reproducirla
y enlatarla para su exportación y luego revertir el tiempo para enmendar los errores
históricos, entender el sentido del pecado en el equilibrio de la humanidad, abrir
brechas en el tiempo para viajar al instante a cualquier parte, romper las barreras del
espacio para tener una vecindad inmediata con los seres más remotos, transmutar
cualquier metal en oro sin molestos y dispendiosos procedimientos, crear
desalinizadores de aguas marítimas e instalarlos en todas las casas o, algo más
sencillo, convertir los mares en lagos de agua dulce.

–Saltemos unos cuantos proyectos y vamos a la acción –le dijo Mateo.

Benjuil Mnemjian siguió hablando ocho horas seguidas sin percatarse que los
escuchantes se habían dormido. Cuando el literato despertó el hombre seguía ahí, con
los ojos en blanco, en plena posesión de la palabra.

–Y ya pueden ver Sus Mercedes afuera, aferrados a los barrotes, aglomerados a las

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puertas, subidos a los árboles del parque, desde los edificios con catalejos y
catacortos, me miran, me otean, me esperan, están apostados miles de personas
llegadas de los más apartados lugares del mundo y no sería raro que al municipio se
le ocurriera cobrar por verme o tal vez me mandara asesinar para tener por fin un
personaje célebre al cual hacerle una estatua de cuerpo entero y mandarle escribir
biografías de mil páginas…Entre nos, Sus Mercedes, puedo comunicar que ya se está
formando una secta, una religión, un cuerpo disciplinario que persigue el noble
propósito de suministrarme los más curiosos y apartados aparatos y libros y retortas
y alambiques para facilitar mi trabajo que es, ni más ni menos, y ustedes tienen el alto
y primer privilegio de saberlo, alcanzar la universal paz y felicidad del mundo
universo sin problemas de restricciones, estreñimientos o…

Tras otras dos horas Benjuil comenzaba a perder el aliento en medio de tanta
emoción, dejaba sus frases inconclusas, como quien siente que todas las ideas del
mundo se atropellan en su cabeza y todas se apuran a manifestarse, creando graves
congestiones en las puertas de la conciencia y de su boca. Y sin embargo seguía:

Algunos de mis adeptos son sinceros, otros son los tristemente célebres buscadores
de profetas, plaga que siempre ha existido, los cuales sólo esperan mi salida para, en
primera medida, cobrar lo que creen les corresponde por su espera, paciencia y
fidelidad, y en segunda, crucificarme boca abajo, quebrantarme las rodillas con mazos
y hacerme beber la cicuta que siempre les corresponde a los hombres grandes. Los
pobres: no saben que esperar es la mejor forma de morir antes de tiempo. He dicho y
fiat lux.

Apenas hubo escuchado y copiado esta historia, Mateo Albán se subió en hombros de
El Loco y se asomó a la larga ventanilla que lo ligaba con el mundo de la gente real
para certificar la verdad o mentira de cuanto decía Banjuil Mnemjian. Solamente vio
a los negritos de Termidor sentados frente a la Inspección de Policía y a unos cuantos
amigos del Paticorvo Palomo rondando la Supervisión Educativa, donde los Cuervos
asoleaban sus vientres cerveceros a la espera de las maestras del día. Se admiró
entonces de la bien construida fantasía de El Todopoderoso y se preguntó si
realmente no hacía falta un poco de fe para ver a la muchedumbre. De todos modos se
regocijó pensando cuán provechosa sería la presencia de aquel auténtico frenáptero
dentro de la dura prisión.

Del Autor

Marco Tulio Aguilera Garramuño

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(Bogotá, 1949) publicó su primera novela en Buenos Aires cuando tenía 24 años. La
obra Breve historia de todas las cosas fue presentada con gran estruendo publicitario
por Ediciones La Flor, diciendo que era mejor que Cien años de soledad y que Marco
Tulio era un escritor mejor que García Márquez pero sin bigote. La crítica se ensañó
con el novato. Mediando el año 2002 Marco Tulio ha publicado más de veinte libros,
ha recibido decenas de premios literarios, entre nacionales e internacionales; ha sido
aclamado por críticos y lectores de muchos países. Entre sus títulos memorables
están Cuentos para después de hacer el amor, Mujeres amadas y Los placeres
perdidos. A principios del 2002 aparecieron en México las novelas La hermosa vida y
La pequeña maestra de violín, pertenecientes a la tetralogía El libro de la vida, cuyo
primer volumen, ya publicado, se llama Buenabestia / Las noches de Ventura.

Marco Tulio Aguilera es investigador de la Dirección Editorial de la Universidad


Veracruzana, en México; durante cinco años ha mantenido el máximo nivel de
productividad académica de dicha universidad; ha sido galardonado con los títulos de
Creador Artístico y Creador con Trayectoria del Estado de Veracruz; ha sido becario
residente del Centro Banff para las Artes de Canadá, y ha dictado conferencias en
universidades de varios países.

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