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Versión española:
Sofía Vidarrazaga Zimmermann
B IB L IO T E C A N U E V A
Cubierta: Gérard David, Le supplice du juge Sisamnés (¡498-1499) extrait du
panneau de La Jwstice de Cambyse Groninge-museum, Bruges
Ph. © du musée
Cedida por Bordas, París
© Bordas üunod
17 rué Rémy-Dumoncel. París (Francia)
O E. cast.: Biblioteca Nueva
Almagro, 38 - 28010 Madrid (España)
ISBN": 84-7030-307-4
Depósito Legal: M -50.153-2002
Impreso en Rogar, S. A.
Printed in Spain - Impreso en España
Tabla de materias
P R IM E R A PA R T E : D E S C U B R IM IE N T O
1. P R E L IM IN A R ES E P IS T E M O L O G IC O S ................................ 15
Alga'«os principios generales ....................... .............................. 15
1) C erebro o piel; 2) G énesis o estructura; 3) D esarro
llo lógico o renovación m etafórica; 4) M alestar actual
en la civilización; 5) C orteza o núcleo; 6 ) C ontenido
o continente.
El universo táctil y c u tá n e o .................................... ....................... 24
1) A proxim ación lingüística; 2 ) A proxim ación fisio
lógica; 3) A proxim ación evolucionista; 4) A proxim a
ción epistem ológica; 5) A proxim ación psico - psico
lógica; 6 ) A proxim ación interaccionista; 7) A proxi
m ación psicoanalítica.
2. C U A T R O SERIES D E D A TO S ................................................ 33
D atos etológicos .................................................................. 34
D atos g ru p a le s ..................................................................... 40
D atos proyectivos ................................................................ 42
D atos derm atológicos .......................................................... 44
3. LA N O C IO N D E Y O -P IE L ........................................................ 47
Pecho-boca y p e c h o -p ie l................................................... 47
La idea de Y o-piel .............................................................. 50
La fantasía de un a piel com ún y sus variantes narci-
sísticas y m a so q u ista s......................................................... 51
4. EL M IT O G R IE G O D E M A R S IA S ......................................... 57
M arco sociocultural ........................................................... 57
P rim er parte del m i t o ......................................................... 59
Segunda parte: los nueve m ite m a s .................................. 60
5. PSICOGENESIS D EL Y O -P IE L ............................................... 65
El doble feed-back en el sistema diádico m adre-niño . 65
Divergencias entre los puntos de vista cognitivo y
p sic o a n a lític o ........................................................................ 68
P articularidades deí Y o-piel considerado com o in
terfaz ....................................................................................... 72
D os ejem plos clínicos ....................................................... 75
Observación de Juanito, el niñito de los papeles
p e g a d o s .......................................................................... 75
Observación de Leonor, la niñita con cabeza de
co la d o r............................................................................ 75
SE G U N D A PA R T E : E S T R U C T U R A , F U N C IO N E S ,
S U P E R A C IO N
10. LA DOBLE PR O H IB IC IO N D EL T O C A R , C O N D IC IO N
DE S U P E R A C IO N D E L Y O - P I E L ........................................... 149
U na prohibición del tocar im plícita en Freud ........... 150
La prohibición crística explícita .................................... 154
Tres problem áticas del tocar ........................................... 157
La prohibición y sus cuatro dualidades ....................... 157
1) Sexualidad y/o agresividad; 2) La prohibición
exógena, lo prohibido endógeno; 3) Prohibición
de la fusión corporal, prohibición del to car m a
nual; 4) Bilateralidad.
Observación de J u a n ita ............................................. 161
D el Y o-piel al Y o -p e n s a n te ............................................. 162
El acceso a la intersensorialidad y la constitución
del sentido com ún .................................................. .......... 166
TE R C ER A PA R T E : P R IN C IP A L E S C O N F IG U R A C IO N E S
sional casi cotidiana, diré que el cam bio de la naturaleza del sufri
m iento de los pacientes que solicitan un psicoanálisis es significativo
desde que ejerzo esta terapeútica hace ya trein ta años; tam bién mis co
legas me lo han confirm ado. En tiem pos de F reud y de las dos prim eras
generaciones de sus continuadores, los psicoanalistas se encontraban
con neurosis características, histéricas, obsesivas, fóbicas o mixtas. A c
tualm en te, más de la m itad de la clientela psicoanalítica está form ada
p o r lo q ue se llam an estados lím ite y/o personalidades narcisísticas (si
se adm ite con K ohut la distinción de estas dos categorías). Etim ológi
cam ente se trata de estados en el lím ite de la neurosis y de la psicosis
y que reúnen rasgos que proceden de estas dos categorías tradicionales.
De hecho, esos enfermos sufren de una falta de límites: inccrtidum bre so
bre las fronteras entre el Yo psíquico y el Yo corporal, entre el Yo
realidad y el Yo ideal, entre lo que depende de sí m ism o y lo que de
pende de los dem ás; bruscas fluctuaciones de estas fronteras, acom pa
ñadas p or caídas en la depresión, indiferenciación de las zonas eróge
nas, confusión de las experiencias agradables y dolorosas, indiferencia
ción pulsional que hace sentir el aum ento de u n a pulsión com o vio
lencia y no com o deseo (lo que F. G antheret llam a las Incertitudes
d ’Eros, 1984), vulnerabilidad a la herida narcisística por causa de la
debilidad o de las fallas del envoltorio psíquico, sensación difusa de
m alestar, sentim iento de no vivir su vida, de ver funcionar su cuerpo y
su pensam iento desde fuera, de ser el espectador de algo que es y no es
su p ro p ia existencia. El tratam iento psicoanalítico de los estados lím i
te y de las personalidades narcisísticas requiere las modificaciones téc
nicas y la renovación conceptual que perm ita u n a m ejor com prensión
clínica y la expresión de psicoanálisis transicional, tom ada de R. Kaés
(1979 a), me parece convenirles (D. A nzieu, 1979).
N o es sorprendente que una civilización que cultiva am biciones
desm esuradas, que privilegia la exigencia que el individuo quede bajo
la responsabilidad global de la pareja, la fam ilia, las instituciones so
ciales, q ue incita pasivam ente a la abolición de todo sentim iento de lí
mites en los éxtasis artificiales que se buscan en las drogas quím icas y
en otras, que expone al niño, cada vez m ás frecuentem ente único, a la
concentración traum atizante, sobre él, del inconsciente de sus padres
en el m arco de un hogar cada vez m ás restringido en núm ero de p arti
cipantes y en estabilidad — no es sorprendente, pues, que tal cultura
favorezca la inm adurez y que suscite una proliferación de los trastor
nos psíquicos lím ite. A lo que se añade la im presión pesim ista de que,
al no p o n er ya lím ites en ninguna parte, los hum anos se encam inan
hacia catástrofes que pensadores y artistas contem poráneos se em pe
ñ an, en una especie de afán de lo peor, en representar com o inevi
tables.
Así, es urgente, psicológica y socialm ente, a mi parecer, reconstruir
ciertos lím ites, establecer de nuevo fronteras, reconocer los territorios
habitables y vivibles — lím ites y fronteras, a la vez, que instituyan las
diferencias y que perm itan los intercam bios entre las regiones (del psi
quism o,. del saber, de la sociedad y de la hum anidad) así delim itadas.
Sin tener clara conciencia de la finalidad de conjunto, los sabios han
em pezado aquí y allá esta tarea situándola en el cam po de su propia
com petencia. El m atem ático R ené Thom ha estudiado las interfaces
que separan, de form a abstracta, las regiones diferentes del espacio y
no por azar ha llam ado «teoría de las catástrofes» a la descripción y
clasificación de los cam bios bruscos de form a de esas interfaces: le
debo m ucho. M ediante instrum entos cada vez más perfeccionados, el
ajo y el oído del astrónom o intentan alcanzar los confines del univer
so: éste tendría límites en el espacio, lím ites en continua expansión en
■os que la m ateria que com pone los quasars, al aproxim arse a !a velo
cidad de la luz, se convertiría en energía; lím ites en el tiem po, con el
}ig bang original cuyo eco persistiría en el ruido de fondo del universo
/ cuya deflagración habría producido la nebulosa prim itiva. Los biólo
gos llevan su interés desde el núcleo de la célula a la m em brana, en la
iue descubren com o un cerebro activo que program a los intercam bios
le iones entre el protoplasm a y el exterior, ya que los fallos del código
'enético podrían explicar la predisposición a enferm edades graves
;ada vez m ás extendidas: la hipertensión arterial, la diabetes y quizá
tlgunas form as de cáncer. La noción de Y o-piel que propongo en psi-
:oanálisis va en el m ism o sentido. Cóm o se form an las envolturas psí-
[uicas, cuáles son sus estructuras, sus ajustes, sus patologías; cóm o,
>or un desarrollo psicoanalítico «transicional», pueden ser reinstaúra
las en el individuo (incluso extendidas a los grupos y a las institucio-
les); tales son las preguntas que me hago y a las que esta obra intenta
esponder.
(1) Cf. las actas, editadas por la «Association Psychanalytique de France», del colo
quio La Pulsión, pour quoi faire? (1984), fundamentalmente el artículo crítico de D. Wid-
locher, «Qucl usage faisons-nous du concept de pulsión?».
— «Se puede to car con los dedos», «P oner el dedo en la llaga»
(función de prueba de la realidad).
— «E ntrar en contacto», «M e lo he olido» (función de com unica
ción).
Datos etológicos
H acia 1950 se publicaron en inglés las obras cum bre de los etólo-
gos Lorenz (1949) y Tinbergen (1951). Bowlby (1961), psicoanalista
inglés, conoció entonces el fenóm eno de la huella: en la m ayor parte
de los pájaros y entre algunos m am íferos, los pequeños están genética
m ente predispuestos a m antener la proxim idad con un individuo en
particular, diferenciado ya a las pocas horas o días de su nacim iento
y que es preferido entre todos. G eneralm ente es la m adre, pero la ex
perim entación m uestra que puede ser una m adre de cualquier otra es
pecie: u n a pelota de espum a, una caja de cartón o el m ism o Lorenz.
Para el psicoanalista, el interés del experim ento está en que el peque
ño no sólo perm anece al lado de su m adre o la sigue en sus desplaza
m ientos, sino que la busca cuando ella no está y que entonces la llam a
con el m ayor desconsuelo. Este desconsuelo de la cría (de pájaro o de
mam ífero) es análogo a la angustia de separación de la m adre en la
cría hu m an a, y desaparece a p artir del restablecim iento del contacto
con la m adre. Bowlby se sorprende p o r el carácter p rim ario de esta
m anifestación y p o r el hecho de que no se relaciona con la problem á
tica oral entendida en su sentido estricto (alim entación, lactancia, pér
dida y después alucinación del pecho) al que los psicoanalistas se so
lían lim itar a p artir de F reud en cuanto a los niños pequeñitos. Piensa
que Spitz, M elante K lein y A na Freud, al quedar prisioneros del ap a
rato teórico freudiano, no pudieron o no supieron asum ir esta conse
cuencia y, refiriéndose a los trabajos de la escuela húngara sobre el
instinto filial y la pulsión de agarram iento (I. H erm ann, 1930, reto
m ado en F rancia p o r N icolás A braham , 1978) y sobre el am or p rim a
rio (A. y M. Balint, 1965), com o propone su teoría sobre una pulsión
de apego. Evoco en síntesis la idea de H erm ann. Las crías de los m a
míferos se agarran a los pelos de su m adre para encontrar u n a doble
seguridad física y psíquica. La desaparición casi com pleta de pieles so
bre la superficie del cuerpo hum ano facilita los intercam bios táctiles
prim arios significativos entre la m adre y el bebé y prepara el acceso de
los hum anos al lenguaje y a los otros códigos sem ióticos, pero hace
más aleatoria la satisfacción de la pulsión de agarram iento en el niño
pequeño. E nganchándose al pecho, a las m anos, al cuerpo entero y a
los vestidos de su m adre desencadenaría, com o respuesta, conductas
hasta entonces atribuidas a un utópico instinto m aternal. La catástrofe
que ato rm en taría el psiquism o naciente del bebé hum ano sería la del
desengancham iento: su aparición — precisa más tarde Bion, al que
cito— le sum erge en «un terror incalificable».
A p a rtir de estos últim os decenios la clínica psicoanalítica se en
cuentra enfrentada a la necesidad de in tro d u cir nuevas categorías no-
sológicas, siendo la de los casos lím ites la m ás prudente y la más
corriente. Se puede considerar que se trata de pacientes m ás desengan
chados específicam ente, de pacientes que han experim entado altern an
cias contradictorias —precoces y repetidas— , engancham ientos excesi
vos y desengancham ientos bruscos e im previsibles que haij sido vio
lentos p ara su Y o corporal y/o su Y o psíquico. D e ahí se desprenden
ciertas características de su funcionam iento psíquico; no están seguros
de lo que sienten; están m ucho m ás preocupados p o r lo que suponen
que son los deseos y los afectos de los demás; viven en el aquí y ahora
y se com unican en form a de narración; no tienen una disposición de
espíritu que perm ita, según la expresión de Bion (1962), aprender por
la experiencia de la vivencia personal, representarse esta experiencia,
sacar u n a perspectiva nueva cuya idea perm ance inquietante para
ellos; les cuesta desengancharse intelectualm ente de esta vivencia b o
rrosa, m ixta de ellos m ism os y del otro, abandonar el contacto táctil,
reestructurar sus relaciones con el m undo en to m o a la vista, acceder
a una «visión» conceptual de las cosas y de la realidad psíquica y les
cuesta tam bién el razonam iento abstracto; perm anecen pegados a los
dem ás en su vida social, pegados a las sensaciones y a las em ociones
en su vida m ental; tem en la penetración, ya sea la de la vista o la del
coito genital.
V olvam os a Bowlby. En su artículo de 1958, The nature o f the
child ties lo 'ais mother, presenta la hipótesis de u n a pulsión de apego,
independiente de la pulsión oral, que sería una pulsión prim aria no
sexual. D istingue cinco variables fundam entales en la relación m adre-
niño: la succión, el abrazo, el grito, la sonrisa y la com pañía. Esto
estim ula los trabajos de los etólogos que p o r su parte se encam inaban
hacia u n a hipótesis análoga y que acababan de conseguir la célebre y
elegante dem ostración experim ental de H arlow en los Estados U nidos,
publicada igualm ente en 1968 en un artículo titulado T he nature o f
the ¡ove. C om parando las reacciones de bebés-m onos ante m adres a rti
ficiales constituidas p or un soporte revestido de trapos suaves, que lac-
taban o n o (es decir, que presentaban o no un biberón) y ante m adres
artificiales igualm ente lactantes o no, pero hechas solam ente de hilos
m etálicos, com prueba que si se elim ina la variable lactancia la m adre-
pelaje es siem pre preferida a la m adre-alam bre com o objeto de apego,
y que si se tom a en consideración la varibie lactancia, ésta no intro d u
ce una diferencia estadísticam ente significativa.
A p artir de aquí, las experiencias de H arlow y su equipo hacia los
años 1960 in tentan calibrar el peso respectivo de los factores en el
apego del niño pequeñito a su madre. El bienestar proporcionado p o r
el contacto con la suavidad de una piel o de un pelaje resulta ser el
más im portante. El bienestar no se encontró más que de form a se
cundaria en los otros tres factores: la lactancia, el calor físico experi
m entado p or el contacto y el acunam iento del bebé p o r los m ovi
m ientos de su m adre cuando lo lleva o lo tiene agarrado a ella. Si el
bienestar del contacto se m antiene, los niños-m onos prefieren una m a
dre artificial que les lacta a la que no les lacta, y esto du ran te cien
días; prefieren igualm ente un sustituto basculante a un sustituto esta
ble durante ciento cincuenta días. Solam ente la búsqueda del calor se
ha revelado, en algunos casos, m ás fuerte que la del contacto: un bebé
m acaco, puesto en contacto con una m adre artificial de trapo suave
pero sin calor, no la abrazó más que una vez y huyó hacia el otro ex
trem o de la jau la durante todo el mes que duró la experiencia; otro
prefirió una m adre de alam bre calentada eléctricam ente a u n a m adre
de trapos a la tem peratura am biente (cf. tam bién K aufm an I.C., 1961).
En la observación clínica de los niños hum anos norm ales se com
probaron durante m ucho tiem po fenóm enos análogos, p o r lo que
Bowlby (1961) em prendió u n a reelaboración de la teoría psicoanalítica
susceptible de dar una explicación. A doptó com o m odelo la teoría del
control, nacida en la m ecánica y desarrollada en la electrónica y des
pués en la neurofisiología. La conducta ya no se define en térm inos de
tensión y de reducción de las tensiones, sino de fines esperados, de
procesos que conducen a esos fines y de señales que activan o inhiben
esos procesos. La vinculación aparece, en esta perspectiva, com o una
form a de hom eostasis. La finalidad del niño es m antener a la m adre
a u n a distancia que la deje accesible. Los procesos son los que conser
van o au m entan la proxim idad (desplazarse hacia, llorar, estrechar) o
los que anim an a la m adre a hacerlo (sonreír u otro tipo de am abilida
des). La función es u n a función de protección del pequeño fundam en
talm ente frente a los depredadores. U n a prueba es que el co m porta
m iento de apego se observa no solam ente en la relación con la m adre,
sino tam bién con el m ono m acho que defiende al grupo contra los de
predadores y protege a lo m onos pequeños contra los grandes. El a p e
go de la m adre al niño se m odifica a m edida que éste crece, pero la
reacción de desconsuelo cuando lo ha perdido no varía. El niño sopor
ta ausencias cada vez más largas de la m adre, pero sigue trastornándo
se de la m ism a form a si no viene en el m om ento en que la espera. El
adolescente conserva esta reacción interiorizándola, porque tiende a
escondérsela a los dem ás, incluso a sí m ism o.
Bowlby ha dedicado tres volúm enes al desarrollo de su tesis con el
títu lo general de A ttachem ent a n d Loss. A cabo de d ar un resum en su
m ario del prim ero, A ttachem ent (1969). El segundo, L a Separación
(1973), explica la sobredependcncia, la ansiedad y la fobia. El tercero,
L a p erte, tristesse et dépression (1975), está consagrado a los procesos
inconscientes y a los m ecanism os de defensa que los m antienen in
conscientes.
W innicott (1951) no ha com parado a los pequeños de los hum anos
con los de los anim ales, ni ha intentado teorizar de forma tan sistem á
tica, pero los fenóm enos transicionalcs que h a descrito y el espacio
transicional que la m adre establece para el niño, entre ella y el m u n
do, p odrían ser entendidos m uy bien com o efectos del apego. La ob
servación de H éléne, proporcionada p o r M onique D ouriez-Pinol
(1974), es ilustrativa: H éléne guiña los ojos y frunce la nariz con gesto
satisfecho cuando al dorm irse explora con el dedo sus pestañas y lue
go extiende esta reacción a la exploración de las pestañas de su m adre,
de su m uñeca, a frotarse la nariz contra la oreja del oso de peluche y,
p or fin, al contacto o a la evocación verbal de su m adre, de vuelta tras
haberse ausentado, o a aproxim arse a otros niños, a un gato, a zapatos
forrados de piel o a un pijam a m ullido. El au to r lo describe con exac
titu d com o un fenóm eno transicional. P o r mi parte, añado que el de
no m in ad o r com ún a todos estos com portam ientos de H éléne es la bús
queda del contacto con partes del cuerpo u objetos caracterizados por
la presencia de pelos especialm ente suaves al tacto o com puestos por
una m ateria que proporciona u n a sensación táctil análoga. Este con
tacto la sum erge en un encantam iento cuya naturaleza erógena parece
difícil afirm arse: el placer que se encuentra en la satisfacción de la
pulsión de apego parece de u n a clase distinta de la del placer que se
encu en tra en la satisfacción de la pulsión sexual oral y m anifiesta
m ente ayuda a H éléne prim ero a dorm irse confiadam ente, después a
tener confianza en el regreso de su m adre y, finalm ente, a proceder a
la clasificación de los seres y objetos en los que puede tener confianza.
W innicott prefirió trabajar en una perspectiva etiológica y artic u
lar, con más precisión que sus predecesores, la gravedad del trastorno
m ental con la precocidad de la carencia m aterna. Citem os el resum en
que da en «L ’enfant en bonne santé et Penfant en période de crise.
Q uelques propos sur les soins requis» (1962 b, pp. 22-23): si la caren
cia sobreviene antes de que el bebé se haya convertido en una perso
na, provoca la esquizofrenia infantil, los trastornos m entales no orgá
nicos y la predisposición a trastornos clínicos m entales posteriores; si
la carencia engendra un traum atism o en un ser lo bastante evoluciona
do com o para considerarse susceptible de resultar traum atizado, p ro
duce la predisposición a trastornos afectivos y a tendencias antisocia
les; si sobreviene cuando el niño quiere conquistar su independencia,
provoca la dependencia patológica, la oposición patológica y las crisis
de cólera.
W innicott (1962 a) h a precisado, igualm ente, la diversidad de las
necesidades del lactante que, por otra parte, subsiste en todo ser
hum ano. Ju n to a las necesidades corporales, el niño pequeño presenta
necesidades psíquicas que son satisfechas p o r una m adre «suficiente
m ente buena»; la insuficiencia de las respuestas del entorno a esas ne
cesidades psíquicas acarrea trastornos en la diferenciación del Y o y del
no-Yo; el exceso de respuesta prepara un hiperdesarrollo intelectual y
fantasm ático defensivo. Ju nto con la necesidad de com unicar, el niño
pequeño siente la necesidad de no com unicar y de vivir episódicam en
te el bienestar de la no integración del psiquism o y del organism o.
D espués de este reparo histórico intentem os reflexionar. E m pece
mos p o r hacer u n inventario de los hechos establecidos. En lo referen
te a la etología, pueden resum irse así:
Datos grupales
(1) Las dos primeras reflexiones sobre este tema publicadas por autores de lengua
francesa se deben a F. Duyckaerts, «l’Objet d’attachement: médiateur entre l’enfant et le
milieu», en Milieu et Développement (1972), y a R. Zazzo, «PAttachement. Une nouvelte
théorie sur les origines de l’affectivité» (1972). Dos volúmenes colectivos recogen contri
buciones francesas y extranjeras sobre diversos problemas en relación con el apego: Mo
deles anim aux du comportement huntain, Coloquio del C.N.R.S. dirigido por R. Chauvin
(1970); /'Attachement, volumen dirigido por R. Zazzo (1974).
y defensivam ente, adoptan una disposición en uno o en varios círculos
ovales concéntricos: huevo cerrado, seguridad reconstruida de u n a en
voltura narcisística colectiva. T u rq u et (1974) h a apuntado que la posi
bilidad, para un participante, de em erger com o sujeto fuera de la si
tu ación del individuo an ónim o y aislado pasa por el establecim iento
de un contacto (visual, gestual o verbal) con sus vecinos o con los dos
vecinos m ás inm ediatos. Así se constituye lo que T urquet llam a «la
frontera relacional de mí m ism o con la piel de mi vecino». «En el gru
po am plio, la ru p tu ra de la frontera de “ la piel de mi vecino” es una
am enaza siem pre presente, no sólo p o r la acción de las fuerzas centrí
fugas ya m encionadas que causan la retirada del m í-m ism o llevándolo
a estar, en sus relaciones, cada vez m ás aislado, idiosincrásico y alie
nado. La continuidad con la piel de su vecino tam bién está en peligro
porque el grupo am plio prom ueve num erosos problem as: ¿dónde?,
¿qué?, ¿de qué form a? son los vecinos del m í m ism o, sobre todo cuan
do sus sitios personales cam bian en el espacio, com o sucede constante
m ente, estando el otro próxim o, después lejos, tan pronto adelante,
tan p ro n to detrás, antes a la izquierda, ahora a la derecha y así sucesi
vam ente. Estos repetidos cam bios de sitio hacen que se planteen las
preguntas: ¿Por qué este cam bio?, ¿con qué base?, ¿en qué dirección se
ha m archado mi vecino?, ¿hacia qué?, ¿dónde ir?, etc. U na de las ca-
ractarísticas del grupo am plio es la ausencia de estabilidad; u n a expe
riencia kaleidoscópica la sustituye. El resultado para el m í-m ism o es
la experiencia de u n a piel relajada, unida al últim o vecino que ha h a
blado pero que está lejos. T al extensión puede alcanzar el um bral del
estallido de la piel; p ara evitarlo, el m í-m ism o no se hace ya solidario
y ab andona, se convierte en un “ singleton” y así en un desertor».
A u n q u e T u rq u et n o haga referencia a ella, su descripción apoya la
teoría de Bowlby dem ostrando cóm o opera la pulsión de apego en
los hum anos: por la búsqueda de un contacto (en el doble sentido
corporal y social del térm ino) que asegure una doble protección contra
los peligros exteriores y co n tra el estado psíquico interno de desam pa
ro, y que hace posible los intercam bios de signos en una com unica
ción recíproca en la que cada com pañero se siente reconocido p o r el
otro. El desarrollo, en los grupos, de técnicas de contactos corporales,
de expresión corporal y de m asajes m utuos va en la m ism a línea.
C om o en las variables anexas de H arlow p ara los m onos, la investiga
ción del calor y del m ovim iento que m ece desem peña igualm ente un
papel. Los cursillistas se quejan del «frío» — físico y m oral— que reina
en el grupo am plio. E n el psicodram a o en los ejercicios corporales
aparece siem pre u n m im o colectivo de varios participantes apretados
unos contra otros, balanceando su cuerpo juntos. Su fusión term ina a
veces con un sim ulacro de u n a explosión volcánica, figuración de la
descarga com ún de la tensión tónica acum ulada en cada uno, a im a
gen y sem ejanza del bebé acariciado rítm icam ente, que tan to le gusta
ba m encionar a W allon, que descarga el exceso de tono en risas, cada
vez m ás agudas, que pueden, cuando sobrepasan cierto um bral, con
vertirse en sollozos.
T u rq u e t indica que la principal consecuencia del establecim iento,
p o r el yo psíquico en vías de reconstitución, de una piel-frontera con
su vecino es la posibilidad de vivir por delegación: el sujeto que vuel
ve a em erger com o tal «desea que otro m iem bro del grupo hable por
él para escuchar algo que le parezca sem ejante a lo que piensa o siente
y observar o saber, sustituyendo a sí m ism o p o r el otro, qué destino
puede ten er en el grupo lo que el otro ha dicho por mí». La m ism a
evolución se realiza con respecto a la m irada. U n participante cuenta
que estaba sentado frente a un «dulce rostro» y que eso le hizo confiar
en sí. D ulzura de un rostro, dulzura de la m irada, dulzura tam bién de
la voz: «L a calidad de la voz de los m onitores tiene más efecto que el
contenido de lo que in tentan decir, ya que el acento dulce, calm ado,
tranq uilizador es introyectado en tanto que las palabras se dejan de
lado». A quí se reconoce la cualidad típica que persigue la pulsión de
apego: la dulzura, la b landura, las pieles, lo velludo, cualidad de o ri
gen táctil y m etafóricam ente extendida después a los dem ás órganos de
los sentidos.
R ecordem os que en la teoría de W innicott (1962 a, pp. 12-13) la
integración del Yo en el tiem po y el espacio depende de la form a que
tiene la m adre de «sostener» (holding) al lactante, que la personaliza
ción del Y o depende de la form a de «cuidarle» (handling) y que la ins
tauración, p o r el Y o, de la relación de objeto depende de la presenta
ción de los objetos p o r la m adre (pecho, biberón, leche... ), gracias a
los cuales el lactante va a poder encontrar la satisfacción a sus necesi
dades. El segundo proceso es el que aquí nos interesa: «El Yo se basa
en un Y o corporal, pero solam ente cuando todo se reliza adecuada
m ente la persona del lactante em pieza a incorporarse al cuerpo y a las
funciones corporales, constituyendo la piel la m em brana-frontera». Y
W innicott ap orta u n a prueba en contra: la despersonalización ilustra
«la pérdida de u n a unión sólida entre el Y o y el cuerpo, com prendidas
las pulsiones del ello y los placeres instintuales».
Datos proyectivos
Datos dermatológicos
Pecho-boca y pecho-piel
F reu d no lim itaba la fase que calificaba de oral a la experiencia de
la zo n a buco-faríngea y al placer de la succión. Siem pre subrayó la
im p o rtan cia del placer consecutivo a esta repleción. Si la boca pro p o r
ciona la prim era experiencia, viva y breve, de un contacto diferencia-
dor, de u n lugar de paso e incorporación, la repleción aporta al lac
tan te la experiencia m ás difusa, más duradera de u n a m asa central, de
algo p len o, de un centro de gravedad. N o es sorprendente que la psi-
copatología contem poránea conceda cada vez más im portancia al sen
tim ien to de un vacío interior en ciertos enferm os, ni que un m étodo
de relajación com o el de Schulz sugiera que se sienta, en p rim er lugar
y sim ultáneam ente en todo el cuerpo, el calor (= el paso de la leche) y
la pesadez (= la repleción).
C on ocasión de la lactancia y de los cuidados, el bebé realiza una
tercera experiencia concom itante a las dos precedentes: se le tiene en
brazos, estrechado p o r el cuerpo de la m adre cuyo calor, olor y m ovi
m ientos siente; se siente llevado, m anipulado, frotado, lavado, acari
ciado, y todo ello acom pañado generalm ente de un baño de palabras y
de canturreos. E ncontram os aquí las características de la pulsión de
apego descritas p o r Bowlby y H arlow y las que, para Spitz y Balint,
evocan la idea de cavidad prim itiva. Estas actividades conducen p ro
gresivam ente al niñ o a diferenciar una superficie que se com pone de
u n a cara interna y otra externa, es decir, u n a interfaz que perm ite la
d istinción del afuera y del adentro, y volum en que le aportan la expe
riencia de un continente.
El pecho es el vocablo corrientem ente utilizado p o r los psicoana
listas p ara designar la realidad com pleta vivida entonces p o r el niño,
donde se m ezclan cuatro características que, a sem ejanza del niño, el
psiconalista se siente a veces tentado a confundir: pecho nutricio, p o r
una parte, que llena; p or otra, piel caliente y dulce al contacto, recep
táculo activo y estim ulante. El pecho m aterno global y sincrético es el
prim er objeto m ental. P or ello, el doble m érito de M elanie K lein es el
de haber dem ostrado que éste es apto para las prim eras sustituciones
m etonim icas: pecho-boca, pecho-cavidad, pecho-heces, pecho-orina,
pecho-pene, pecho-bebés rivales que despierta las catexias antagonis
tas de las dos. pulsiones fundam entales. El disfrute que ap o rta a las
pulsiones de vida —disfrute por participar en su creatividad— provoca
gratitud. C ontrariam ente, la envidia destructiva enfoca este pecho en
su creatividad m ism a, cuando frustra al bebé dando el disfrute a otro
que no es él m ismo. Pero, al poner el acento exclusivam ente en la fan
tasía, M elanie K lein descuida las cualidades propias de la experiencia
corporal (com o reacción a esta negligencia, W innicott (1962 a) privile
gió el holding y el handling de la m adre real) y, al insistir en las rela
ciones.entre ciertas partes del cuerpo y sus productos (leche, esperm a,
excrem entos) en una dinám ica creadora-destructora, descuida lo que
une a estas partes entre sí en un todo unifícador, la piel. La superficie
del cuerpo está ausente en la teoría de M elanie K lein, ausencia tanto
más sorprendente cuanto que uno de los elem entos esenciales de esta
teoría, la oposición entre la introyección (sobre el m odelo de lactan
cia) y la proyección (sobre el m odelo de la excreción) presupone la
constitución de un lím ite que diferencia el adentro del afuera. A p artir
de aquí se com prenden m ejor algunas reservas que suscita la técnica
kleiniana: el bom bardeo interpretativo corre el riesgo de privar al Yo
no solam ente de sus defensas, sino tam bién de su envoltura protectora.
Si bien es verdad que al hablar de «m undo exterior» y de «objetos in
ternos», M elanie Klein presupone la noción de espacio interno (cf.
D. H ouzel, 1985 a).
A lgunos de sus discípulos, sensibles a esta om isión, han elaborado
para paliarla nuevos conceptos (entre los cuales el Y o-piel encuentra
naturalm ente su lugar): introyección, por el pequeño, de la relación
m adre-niño en cuanto relación continente-contenido, y constitución
consecutiva de un «espacio em ocional» y de «un espacio del pensa
m iento» (el p rim er pensam iento, el de la ausencia del pecho, hace to
lerable la frustración que esta ausencia proporciona), desem bocando
en un ap arato para pensar los pensam ientos (Bion, 1962); representa
ciones respectivas de un Yo pu lp o blando y fofo y de un Y o-crustáceo
rígido en las dos formas, prim aria anorm al y secundaria con capara
zón, dél autism o infantil (Francés T ustin, 1972); segunda piel m uscu
lar com o coraza defensiva-ofensiva en los esquizofrénicos (Esther Bick,
1968); constitución de tres fronteras psíquicas con el espacio interno
de los objetos externos, con el espacio interno de los objetos internos,
con el m undo exterior, pero que dejan subsistir un «agujero negro»
(por analogía con la astrofísica) que engulle cualquier elem ento psí
q u ic o q u e se le a p ro x im a (d elirio , to rb e llin o au tístico ) (M eltzer, 1975).
Sin m ás dem ora, debo citar aquí igualm ente a cuatro psicoanalistas
franceses (de origen húngaro los dos prim eros, italiano y egipcio los
últim os) cuyas intuiciones clínicas y elaboraciones teóricas, convergen
tes con las mías, m e han ilustrado, estim ulado y confortado. C ualquier
conflicto psíquico inconsciente se despliega no solam ente con relación
a un eje edípico, sino tam bién y al m ismo tiem po con relación a un
eje narcisístico (B. G runberger, 1971). C ada subsistem a de aparato psí
quico y el sistem a psíquico en su conjunto obedecen a u n a interac
ción dialéctica entre corteza y núcleo (N. A braham , 1978). Existe un
funcionam iento originario, de naturaleza pictogram ática, del aparato
psíquico m ás arcaico que los funcionam ientos p rim ario y secundario
(P. C astoriadis-A ulagnier, 1975). U n espacio im aginario se desarrolla a
p artir de la relación de inclusión m utua de los cuerpos de la m adre y
del n iño, p or u n doble proceso de proyección sensorial y fantasm ática
(Sam i-Ali, 1974).
T o d a figura supone u n fondo sobre el cual aparece com o figura:
esta verdad elem ental es fácilm ente desconocida porque la atención
resulta norm alm ente atraída por la figura que emerge y no por el fon
do sobre el que ella destaca. La experiencia que tiene el bebé de los
orificios que perm iten el paso en el sentido de la incorporación o en
el de la expulsión es seguram ente im portante, pero solam ente existe
orificio perceptible p o r la relación con u n a sensación, aunque sea
vaga, de superficie y de volum en. El infans adquiere la percepción de
la piel com o superficie p o r las experiencias de contacto de su cuerpo
con el cuerpo de la m adre y dentro del cuadro de una relación asegu
radora de apego con ella. Se llega así no solam ente a la noción de un
lím ite entre el exterior y el interior, sinb tam bién a la confianza nece
saria para el control progresivo de los orificos, p orque no se puede
sentir confianza en cuanto a su funcionam iento si no se posee, p o r
o tra parte, un sentim iento básico que garantice la integridad de su en
v oltura corporal. La clínica confirm a en esto lo que Bion (1962) ha
teorizado con su noción de «continente» psíquico (container): los peli
gros de despersonalización están ligados a la im agen de una envoltura
perforable y a la angustia — prim aria según Bion— de un derram e de
la sustancia vital p o r los agujeros, angustia no de fraccionam iento sino
de vaciam iento, bastante bien m etaforizada p o r algunos pacientes que
se describen com o un huevo con la cáscara agujereada vaciándose de
su clara e incluso de su yem a. La piel es, p o r otra parte, la sede de las
sensaciones propioceptivas, cuya im portancia en el desarrollo del ca
rácter y del pensam iento ha subrayado H enri W allon: es uno de los
órganos reguladores del tono. El pensar en térm inos económ icos (acu
m ulación, desplazam iento y descarga de la tensión) presupone un Yo-
piel.
En el bebé, la superficie del conjunto de su cuerpo y del de su m a
dre es objeto de experiencias tan im portantes, p o r su cualidad em ocio
nal para estim ular la confianza, el placer y el pensam iento, com o las
experiencias unidas a la succión y a la excreción (Freud) o a la presen
cia fantástica de objetos internos que representan los productos del
funcionam iento de los orificios (M. Klein). Los cuidados de la m adre
producen estím ulos involuntarios de la piel con ocasión de los baños,
lavados, frotam ientos, traslados y cuidados. Adem ás, las m adres cono
cen muy bien la existencia de los placeres de la piel en el lactante — y
en ellas— y, con sus caricias y sus juegos, los provocan consciente
m ente. El niño pequeño recibe gestos m aternos al principio com o ex
citación, después com o com unicación. El masaje se convierte en m en
saje. El aprendizaje de la palabra requiere, fundam entalm ente, el esta
blecim iento previo de dichas com unicaciones preverbales precoces. La
novela y película Jo h n n y cogió su fu s il lo ilustran bien: un soldado
gravem ente herido ha perdido la vista, el oído y el m ovim iento; una
enferm era llega a com unicarse con él dibujando letras con la m ano so
bre el pecho del herido — procurándole, después, com o respuesta a
u n a petición m uda y p or m edio de una m asturbación condescendien
te, el placer de la descarga sexual. El enferm o vuelve a en contrar así el
gusto p or la vida, porque se siente sucesivam ente reconocido y satisfe
cho en su deseo de com unicación y en su deseo viril. Q ue existe eroti-
zación de la piel en el desarrollo del niño es un hecho innegable; los
placeres de la piel están integrados en la form a p relim inar de la activi
dad sexual del adulto; conservan un papel prim ordial en la hom ose
xualidad fem enina. N o es m enos cierto que la sexualidad genital, in
cluso autoerótica, sólo es accesible a los que han adquirido m ínim a
m ente el sentim iento de u n a seguridad de base en su p ro p ia piel. A de
más, com o sugirió Fedem (1852), la erotización de las fronteras del
cuerpo y del Yo llam a a la represión y a la am nesia de los estados psí
quicos originarios del Si-m ism o.
La idea de Yo-piel
La instauración del Y o-piel responde a la necesidad de u n a envol
tura narcisística y asegura el aparato psíquico la certeza y la constan
cia de u n bienestar básico. C orrelativam ente, el aparato psíquico p u e
de in ten tar las catexias sádicas y libidinales de los objetos; el Yo psí
quico se fortalece con las identificaciones a estos objetos y el Y o cor
poral puede gozar de los placeres pregenitales y, después, de los geni
tales.
C on el térm ino de Y o-piel designo u n a figuración de la que el niño
se sirve, en las fases precoces de su desarrollo, para representarse a sí
m ism o com o Y o que contiene los contenidos psíquicos a p artir de su
experiencia de superficie del cuerpo. Esto corresponde al m om ento en
el que el Y o psíquico se diferencia del Y o corporal en el plano o p era
tivo y perm anece confundido con él en el plano figurativo. T ausk
(1919) h a dem ostrado especialm ente bien que el síndrom e del aparato
para influenciar sólo se com prendía p o r la distinción de estos dos Yo;
el Y o psíquico sigue siendo considerado com o suyo p o r el sujeto (tam
bién ese Y o pone en práctica m ecanism os de defensa conta las p u l
siones sexuales peligrosas y, lógicam ente, interpreta los datos percepti
bles que le llegan), m ientras que el Yo corporal ya no es reconocido
p o r el sujeto com o suyo y las sensaciones cutáneas y sexuales que
em anan de él se atribuyen a la m aquinaria del aparato p ara influen
ciar, dirigida por las m aquinaciones de un seductor-perseguidor.
T o d a actividad psíquica se apoya en u n a función biológica. El Yo-
piel encuentra su apoyo en las diversas funciones de la piel. E speran
do proceder más adelante a su estudio sistem ático, señalo aquí breve
m ente tres de ellas (a las que me lim itaba en mi m ás im portante a r
tículo de 1974). La piel, prim era función, es el saco que contiene y re
tiene en su interior lo bueno y lo pleno que la lactancia, los cuidados
y el bañ o de palabras h an acum ulado en él. L a piel, segunda función,
es la interfaz que m arca el lím ite con el afuera y lo m antiene en el
exterior, es la barrera que protege de la penetración de las avideces y
agresiones que provienen de los dem ás, seres y objetos. La piel, final
m ente, tercera función, al m ism o tiem po que la boca y por lo m enos
tanto com o ella, es u n lugar y un m edio prim ario de com unicación
con el prójim o y de establecim iento de relaciones significantes; es,
adem ás, u n a superficie de inscripción de las huellas que ellos dejan.
C on este origen epidérm ico y propioceptivo, el Y o hereda la doble
posibilidad de establecer barreras (que se convierten en m ecanism os de
defensa psíquicos) y de filtrar los intercam bios (con el Ello, el Superyó
y el m undo exterior). Según mi criterio, si la pulsión de apego está
p ro n to y suficientem ente satisfecha, ap o rta al lactante la base sobre la
cual puede m anifestarse lo que L uquet (1962) ha llam ado el im pulso
integrador del Yo. C onsecuencia ulterior: el Y o-piel proporciona la
posibilidad del pensam iento.
(1) Expuesto en las jomadas Pean el Psychisme (Hospital Tamier, 19 febrero 1983).
4. EL M ITO GRIEGO BE MARSIAS
Marco sociocislíuraS
El m ito griego de M arsias (nom bre que se deriva etim ológicam ente
del verbo griego m a rn a m a l y designa «al que com bate») evoca, según
los historiadores de ¡as religiones, los com bates de los griegos para so
m eter a Frigia y a su ciudadela C elene (estado de Asia M enor situado
al este de Troya), y p ara im poner a los habitantes el culto de los dioses
griegos (representados p o r A polo) com o contrapartida de la conserva
ción de sus cultos locales, especialm ente los de Cibeles y M arsias. La
victoria de A polo sobre M arsias (que toca una flauta de dos tubos) es
seguida y reforzada p o r la victoria en A rcadia, del dios griego sobre
Pan (el inventor de la flauta de un solo tubo o siringa) (1). «Las victo
rias de A polo sobre M arsias y P an conm em oran las conquistas heléni
cas de Frigia y A rcadia así com o la sustitución de los instrum entos de
viento p or los de cuerda en esas regiones, salvo entre los cam pesinos.
El castigo de M arsias puede ser que se relacione con el rey sagrado a
quien se desollaba ritualm ente — lo m ism o que A tenea retira a Palas
su égida m ágica— o con la c o rte ja de un brote de aliso que se talla
p ara fabricar u n caram illo de pastor, siendo el aliso la personificación
de un dios o un sem idiós» (Graves, R ., 1958, p. 71).
La com petición m usical entre M arsias y A polo condensa toda una
serie de oposiciones: la de los bárbaros y los griegos; la de los pastores
de la m ontaña con costum bres m edio anim ales y los habitantes cultos
de la C iudad; la de los instrum entos de viento (la flauta de uno o de
dos tubos) y los instrum entos de cuerdas (la lira tiene siete); la de u n a
(1) Marsias tenía un hermano, Babis, que tocaba la flauta de un solo tubo, pero tan
mal que Apolo le habría dispensado de tocar: volvemos a encontrar aquí el tema de los
campesinos montañeros, extranjeros, groseros y ridículos a los que los griegos civiliza
dos y conquistadores toleran e! que conserven sus antiguas creencias con la condición de
que honren igualmente a los dioses griegos. Pan,' con su flauta y su rama de pino, es el
doble mitológico de Marsias: es un dios de la Arcadia, región montañosa del centro del
Peloponeso; Pan simboliza a sus pastores ágiles y velludos, de costumbres rudas y bruta
les como las de sus rebaños, de formas bestiales, gustos simplistas por siestas sombrea
das, por una música ingenua y una sexualidad polimorfa (pan quiere decir «todo» en
griego; el dios Pan tiene fama de probar indistintamente placeres homosexuales, hetero
sexuales y solitarios; una leyenda tardía supone que Penélope habría hecho el amor su
cesivamente con todos sus pretendientes antes de la vuelta de Ulises, y que Pan habría
nacido de esos múltiples amores).
sucesión m onárquica y cruel de poder político (por la m uerte periódi
ca del rey o del gran padre y p o r su desollam iento) y una sucesión de
m ocrática; la de los cultos dionisíacos y los cultos apolónicos; la de la
arro g an cia de la ju v en tu d o de las creencias caducas de la vejez, llam a
das am bas a inclinarse ante el control y la ley de la m adurez. M arsias,
efectivam ente, está representado tan pronto com o por un sileno, es de
cir, un sátiro viejo, com o por un joven com pañero de la gran diosa-
m adre de Frigia, Cibeles, inconsolable por la m uerte de su servidor, y
sin duda hijo y am ante, A tis (2). M arsias calm a su pena tocando la
flauta. Este poder reparador seductor de M arsias sobre la m adre de los
dioses lo hace am bicioso y pretencioso, lo que provoca el desafío de
A polo para determ inar cuál de los dos producirá con su instrum ento
la m ejor m úsica. Cibeles dio su nom bre al m onte Cibeleo, en donde
nace el río M arsias, y en cuya cim a estaba construida la ciudadela fri
gia de Celene.
U n m ito — este principio lo he enunciado ya (Anzieu D ., 1970)—
obedece a u n a doble codificación, una codificación de la realidad ex
terna, botánica, cosm ológica, socio-política, toponím ica, religiosa, etc.,
y una codificación de la realidad psíquica in tern a por su correspon
dencia con los elem entos codificados de la realidad externa. M i idea es
que el m ito de M arsias es una codificación de esta realidad psíquica
p articu lar que yo llam o el Y o-piel.
Lo que llam a mi atención en el m ito de M arsias y constituye su es
pecificidad en relación con los otros m itos griegos es, prim ero, el paso
de la envoltura sonora (proporcionada p o r la m úsica) a la envoltura
táctil (proporcionada p o r la piel); y, segundo, la transform ación de un
destino m aléfico (que se inscribe en y p o r la piel desollada) en un des
tino benéfico (esta piel conservada preserva la resurrección del Dios,
el m antenim iento de la vida y la vuelta de la fecundidad al país). En
mi análisis de este m ito griego no retendré m ás que los elem entos b á
sicos o m item as que se relacionan directam ente con la piel (y que se
encuentran figurados en las expresiones corrientes del lenguaje actual:
se triunfa com pletam ente sobre un adversario cuando se conserva la
piel, se está a gusto dentro de su piel cuando se la conserva entera;
pudiendo ser las m ujeres las mejores insem inadas por los hom bres por
lo que ellas tienen en la piel). La com paración con otros m itos griegos,
en los que la piel interviene solam ente de form a accesoria, m e p erm iti
rá verificar y com pletar la lista de m item as fundam entales de la piel y
dejar entrever la posibilidad de u n a clasificación estructural de estos
(2) Fue Frazer en le R am eau d ’or (1890-1915. tr. fr., tomo 2, cap. V) quien tuvo la
idea de relacionar a Marsias con Atis (y también con Adonis y con Osiris). El tema co
mún es el del destino trágico del hijo demasiado amado por una madre que quiere con
servarlo amorosamente para ella.
m itos según la presencia o la ausencia de tal o cual m item a y según
su sucesión y com binación.
(3) Este episodio ilustra lo que, por contraste con la envidia del pene, convendría
llamar el horror del pene en la mujer. La virgen y guerrera Atenea se horroriza al ver su
cara transformada en un par de nalgas con un pene que cuelga o que se yergue en el
medio.
(4) Según algunas versiones, el jurado estaba presidido por el dios del monte Tmolo
(lugar de concursos), e incluía también a Midas, el rey de Frigia, introductor del culto a
Dionisio en este país. Cuando Tmolo dio el premio a Apolo, Midas objetó la decisión.
Para castigarle, Apolo le hizo crecer las famosas orejas de asno (¡castigo apropiado para
alguien que no tenía oído musical!); escondidas en vano bajo el gorro frigio, que termi
naron por ser la causa de una vergüenza mortal para el que las llevaba (Graves, op. cil.,
p. 229). Según otras versiones, el concurso que Midas arbitró sería el concurso siguiente
entre Apolo y Pan.
poniendo su instrum ento al revés. E videntem ente, M arsias fracasó,
m ientras que A polo tocaba su lira vuelta del revés y cantaba him nos
tan m aravillosos, en h onor a los dioses del O lim po, que las M usas no
tuvieron m ás rem edio que darle el prem io (Graves, op. cit., pp. 67-68).
A llí em pieza la segunda parte del m ito, la que concierne específica
m ente a la piel. A quí sigo la versión de F razer {op. cit.., pp. 396-400)
de la que voy a ir extrayendo los m item as subyacentes.
O bservación de Ju an ito
(1) Carta a Fliess del 06-XII-1986, en Freud S„ 1887-1902, tr. fr„ p. 157).
El aparato defi lenguaje
imagen cinestesica
Figura 8.— Esquem a psicológico de la representación de palabra.
(5) Las asociaciones (acústicas, visuales, táctiles...) del objeto constituyen la repre
sentación de objeto. En 1915, en la última parte de su artículo sobre E l inconsciente,
1‘reud modifica su terminología y a partir de aquí hablará de representación de cosa,
siempre como oposición a la representación de palabra, reservando la expresión de re
presentación de objeto al resultado de la combinación representación de cosa y represen
tación de palabra.
Del trabajo teórico de F reud sobre el ap arato del lenguaje voy a
retener tres rasgos im portantes en la evolución de su pensam iento: el
esfuerzo p ara separar el estudio del lenguaje de u n a estrecha correla
ción, térm ino a térm ino, con los datos anatóm icos y neurofisiológicos
y para buscar la especificidad del pensam iento verbal y del funciona
m iento psíquico en general; la necesidad de clasificación ternaria (los
tres tipos de afasia son el preludio del aparato psíquico); y una in tu i
ción topográfica original y de rico porvenir: lo que funciona com o
«centro supuesto» se encuentra situado en la «periferia».
ES aparato psíquico
(6) Treinta años más tarde, en la última frase de este libro, en su reedición de 1925,
reemplaza significativamente Nervensyslem por Seelenben (vida psíquica).
(7) La traducción francesa lo llama «sistema neurónico».
(8) Freud escribe indistintamente psychischer o seelischer Apparat (aparato psíquico
o mental).
(9) La Standard Edition ha elegido para la traducción inglesa el termino de ageney
(agencia) por razones que están expuestas en el Prefacio general (S.E., 1, XXIII-XXIV).
y uniones. El térm ino de «asociación» se repite frecuentem ente en la
m onografía sobre la afasia, texto arduo en el que no es fácil distinguir
entre el em pleo de dicho térm ino, en el sentido de conexiones nervio
sas, y el de asociaciones de ideas tan apreciado por la psicología em pi-
rista inglesa (10).
La evolución teórica de F reud es concom inante no sólo con la de
sus intereses clínicos, sino tam bién con la de sus técnicas terapéuticas
con sus pacientes neuróticos. En la época del aparato del lenguaje
practica la electroterapia y la contrasugcstión hipnótica. El aparato
(p, i//, a) es contem poráneo del paso del m étodo catártico (expuesto en
los E studios sobre la histeria) al de la concentración m ental con la
eventual im posición de ¡as m anos sobre la frente del paciente despier
to. El ap arato psíquico se concibe, poco más o m enos, al m ism o tiem
po que la p alabra — y la noción— de «psicoanálisis» que instaüra el
m étodo de la asociación libre y que introduce, com o uno de los d in a
mismos de la cura, la interpretación de los sueños y de las form acio
nes inconscientes análogas. Estoy sorprendido de ver cóm o la doble
arborescencia dibujada por el esquem a psicológico de la representa
ción de p alabra de 1891, podría servir para form ar la red de la libre
asociación verbal en el preconsciente y el desdoblam iento de ésta en
dos direcciones, la de la conciencia (donde se convierte en un sistem a
abierto) y la del inconsciente (donde com pone un sistem a cerrado).
D u ran te trein ta años este esquem a, de una doble arborescencia
disim étrica, perm anece com o uno de los m odelos im plícitos de las
conceptualizaciones y de la práctica de F reud. «M ás allá del principio
del placer» (1920) y «El Y o y el Ello» (1923) m arcan la ru p tu ra con
este esquem a: para representar el aparato psíquico la doble arbores
cencia deja paso a la im agen y a la noción de una vesícula, .¿de una e n
voltura. Se h a desplazado la atención de los contenidos psíquicos
conscientes e inconscientes al psiquism o com o continente. «El bloc
m aravilloso» (1925) term ina de precisar la estructura topográfica de
esta envoltura y de confirm ar im plícitam ente el apoyo del Yo sobre la
piel. En el intervalo, el m anuscrito enviado a Fliess en 1895 continúa
la inversión epistem ológica iniciada por F reud en su m onografía sobre
L a afasia-, el ap arato psíquico (a punto de ser denom inado com o tal)
no es sólo un sistem a de transform ación de fuerzas; la disposición re
lativa de los subsistem as que lo com ponen define un espacio psíquico
cuyas configuraciones específicas perm anecen aún, en el espíritu y la
im aginación de F reud, m uy dependientes de los esquem as anatóm icos
y neurológicos antes de en contrar su asiento topográfico en la proyec-
(10) Por lo que yo conozco, no existe en Freud un estudio sólido sobre esta cues
tión. Tal estudio podría demostrar cómo Freud pasa de las concepciones neurológicas y
psicológicas del termino a la noción propiamente psicoanalítica de las asociaciones
libres.
ción de la superficie del cuerpo, en cuyo fondo em ergen com o figuras
significantes las experiencias sensoriales.
(13) Doy las gracias a Jean-Michel Petot que, con su estudio minucioso de los tex
tos, me ha ayudado a redactar el pasaje siguiente sobre las barreras de contacto.
Y F reud evoca alusivam ente, com o caso p artic u la r de esta propiedad
general, la ley de F ech ner (que establece que la sensación varía com o
el logaritm o de la excitación). U n aum ento cuantitativo se traduce en
cam bios cualitativos que am ortiguan los aum entos de intensidad pri
m itiva y que producen cualidades sensibles cada vez más com plejas.
5) Su resistencia tiene un lím ite. Son abolidas tem poralm ente, in
cluso d u raderam ente p or la irrupción de cantidades elevadas. Este es
el caso del dolor que, com o consecuencia de u n a excitación sensorial
de cantidad elevada, pone en m ovim iento el sistem a tp, transm itiéndo
se sin ningún obstáculo al sistem a i//. Este dolor, «com o el resplandor
del rayo (b litz), deja tras de sí aberturas perm anentes e incluso borra
por com pleto la resistencia de las barreras de contacto» (S.E., I, 307;
O.C., I, 221).
6) P ero «puede haber dolor en donde los estím ulos exteriores son
débiles, caso en el cual aparece siem pre vinculado con una solución
de continuidad; es decir, que un dolor se produce cuando cierta can ti
dad (Q) externa actúa directam ente sobre las term inaciones de las n eu
ronas cp, sin m ediación de los «aparatos de las term inaciones nervio
sas» (ibid). Las barreras de contacto son, pues, protecciones de segun
da línea que para funcionar requieren la intervención en prim era lí
nea, al m enos en relación con el exterior, de un «para-cantidades»
(Q uantitátsschirm e) cuya ru p tu ra abre la vía al desbordam iento cuan
titativo de las barreras de contacto. En efecto:
«Las neuronas tp no term inan librem ente en la periferia,
sino a través de form aciones celulares, siendo éstas y no dichas
n euronas las que reciben los estím ulos exógenos. Estos « apara
tos teleneuronales» —en el sentido m ás am plio del térm ino—
bien podrían tener la finalidad de im pedir que las cantidades
exógenas (Q) incidan con las de su intensidad sobre tp, sino que
sean previam ente atenuadas. En tal caso cum plirían la función
de «pantallas de cantidad» (Q), que sólo dejarían pasar fraccio
nes de las cantidades exógenas (Q).
«Con ello concordaría el hecho de que el otro tipo de term i
naciones nerviosas — el que las term inaciones libres, sin órgano
teleneuronal— sea, con m ucho, el más com ún en la periferia
interna del cuerpo. A llí parecen ser innecesarias las pantallas
de cantidad (Q), probablem ente porque las cantidades (Qn) que
allí son recibidas no necesitan ser reducidas al nivel intercelu
lar, dado que de p o r sí ya se hallan en ese nivel» (S. E., I, 306;
O .C ., I, 220).
Se trata de u na estructura disim étrica. A unque F reud no habla aún
de envoltura psíquica, se la presiente y se la describe com o un ajusta
m iento de dos capas, u n a capa externa («para-cantidades»; cf. la m em
brana celulósica de los vegetales, el cuero y las pieles de los anim ales),
y una capa interna (la red de «barreras de contacto»; cf. los órganos
sensoriales de la epiderm is, o la fúnda cortical). La capa interna está
protegida de las cantidades exógenas pero no lo está de las cantidades
endógenas.
FIGURA 13
«U n estím ulo m ás poderoso sigue una vía distinta que otro
m ás débil. Así, p o r ejem plo, Q n 1 recorrerá únicam ente la vía 1
y en el p u n to term inal ct transm itirá una fracción de w- Q n2 (es
decir, una cantidad dos veces m ayor que Q n 1) no transm itirá
en a una fracción dos veces m ayor, sino que podrá pasar tam
bién p or la vía II, que es la más delgada, y abrirá un segundo
p u n to term inal hacia \¡j (en /?); Qn3 abrirá la m ás delgada de las
vías y transferirá asim ism o p o r el pu n to term inal (veáse la figu
ra). D e tal m anera que la vía <p única quedará aliviada de su
carga y la m ayor cantidad se traducirá por el hecho de catacti-
zar varias neuronas en y , en lugar de una sola.» (S. E., I,
314-315; O. C , I, 226-227)
Percepción
C onsciente
(14) Desde mi punto de vista, los comentaristas se han equivocado al tomar al pie
de la letra esta declaración de prudencia. Freud ha subrayado demasiado el papel media
dor de los pictogramas, entre la representación de las cosas y el pensamiento verbal, que
se apoyan en la escritura alfabética (aunque sólo fuera para descifrar el jeroglífico del
sueño), para no «ver» en este esquema de las preconcepciones que aún no puede verbali-
zar y que se encuentran en la situación de pensamiento figurativo. Por mi parte, he po
dido testar la validez de este esquema desplegándolo en el espacio del psicodrama en
grupo amplio, facilitando así la construcción de un aparato psíquico grupal (Anzieu
D„ 1982 a).
(15) Freud remite a M ás allá del principio del placer (1920), capítulo 4, donde in
troduce la comparación decisiva del aparato psíquico con la vesícula protoplásmica. Ei
sistema Pcpt.—Cs, análogo al ectodermo cerebral, está descrito allí como siendo su cor
teza. Su posición «en el límite que separa el afuera del adentro» le permite «recibir las ex
citaciones de ambos lados» (G.M., 13, 29; S.E., 18, 28-29; O.C., III, 2517). La cubierta
consciente del psiquismo aparece, pues, como lo que los matemáticos llaman ahora una
«interfaz».
u na parte de su superficie, esto es, la constituida por el sistem a
P., y tam poco se halla precisam ente separado de él, pues co n
fluye con él en su parte inferior (16)» (G.W ., 13; S.e., 19, 251;
O .C ., III, 2707-2708.)
Freud no tiene necesidad de recordar aquí uno de los principios
fundam entales del psicoanálisis, según el cual todo lo que es psíquico
se desarrolla con referencia constante a la experiencia corporal. Y endo
directam ente al resultado de una form a tan condensada que puede p a
recer elíptica, precisa de la experiencia corporal de la que procede es
pecíficam ente el Yo: la envoltura psíquica deriva, por apuntalam iento,
de la envoltura corporal. El «tocar» está especialm ente consignado por
él, y la piel lo está indirectam ente bajo la expresión de «superficie»
del «propio cuerpo»:
«En la génesis del yo, y en su diferenciación del Ello, parece
haber actuado aún otro factor distinto de la influencia del siste
m a P. El propio cuerpo, y, sobre todo, la superficie del m ism o,
es un lugar del cual pueden partir sim ultáneam ente percepcio
nes externas e internas. Es objeto de la visión, com o otro cuer
po cualquiera; pero produce al tacto dos sensaciones, u n a de la
cuales puede equipararse a una percepción interna (17)» (G.W .,
13, 253; S.E., 19, 25; O.C., III, 2709.)
El Yo en su estado originario corresponde, pues, m uy bien en
Freud a lo que he propuesto llam ar Y o-piel. U n exam en más m inu
cioso de la experiencia corporal sobre la cual se apoya el Y o para
constituirse, nos llevaría a tener en consideración por lo m enos dos
factores no tom ados en cuenta por Freud: las sensaciones de calor y
frío que igualm ente proporciona la piel, y los intercam bios respirato
rios, concom itantes de los intercam bios epidérm icos y que, incluso,
pueden constituir u n a variante particular. C on relación a los dem ás
registros sensoriales, lo táctil posee una característica distintiva que lo
sitúa no solam ente en el origen del psiquism o, sino que le perm ite
proporcionarle perm anentem ente algo que se puede llam ar fondo
m ental, tela de fondo sobre la cual los contenidos psíquicos se inscri
ben com o figuras o, incluso, envoltura continente que hace que el
aparato psíquico sea susceptible de tener contenidos (para expresarm e
com o Bion (1967); en esta segunda perspectiva yo diría que prim ero
existen pensam ientos y después un «aparato para pensar los pensa
m ientos»; yo añadiría, a la expresión de Bion, que el paso de los pen-
(16) Por otra parte, Freud dice que el Yo es una diferenciación interna del Ello. La
clínica confirma muy bien esta idea freudiana de un espacio fusional entre el Yo y el
Ello (cf., el espacio transicional de Winnicott).
(17) Freud subraya visión y tacto, precisión omitida en la nueva traducción francesa
y también en la española.
sam ientos al pensar, es decir, a la constitución del Yo, se opera p o r un
doble apoyo: en la relación con el niño pequeño, com o este au to r ha
visto claram ente, y en la relación, que m e parece decisiva, de co n ti
nencia con respecto a las excitaciones exógenas, relación cuya expe
riencia recibe el niño de su propia piel, seguram ente estim ulada en
prim er lugar por su m adre. Lo táctil proporciona, en efecto, una p er
cepción «externa» y una percepción «interna» a la vez. Freud hace
alusión al hecho de que siento al objeto que toca mi piel, al m ism o
tiem po que siento mi piel tocada por el objeto. P or otra parte, rápida
m ente —se sabe y se ve— esta bipolaridad de lo táctil es objeto de una
exploración activa p o r parte del niño: con su dedo, voluntariam ente
toca partes de su cuerpo, se lleva el pulgar o el dedo gordo del pie a la
boca, experim entando de esta form a, sim ultáneam ente, las posiciones
com plem entarias del objeto y del sujeto. Se puede pensar que este des
doblam iento, inherente a las sensaciones táctiles, prepara el desdobla
m iento reflexivo del Yo consciente que h a venido a apoyarse en la ex
periencia táctil.
F reud se salta este eslabón que acabo de restablecer para enunciar
la conclusión que se im pone: «El yo es, ante todo, un ser corpóreo
(Kórperliches) y no sólo un ser superficial (Oberjlachenwesen), sino, in
cluso, la proyección de u n a superficie» (G.W ., 13, 253; S.E., 19, 26;
O .C., III, 2709). A este pasaje corresponde la adición, con la autoriza
ción de F reud, a p artir de 1927, en la edición inglesa, de la n ota si
guiente en la que reproduzco, entre paréntesis, los térm inos ingleses
im p ortantes a los que doy u n a traducción personal:
P-Cc
recopilaron sus artículos ulteriores sobre el tratamiento de la psicosis en una obra tradu
cida al francés en 1979 con el título L a psychologie du M oi et les psychoses, de donde se
han extraído las citas que aparecen a continuación. —Fedem se interesa en una forma
muy particular de afectos, los sentimientos del Yo (son estados psíquicos más que afec
tos). Paralelamente, otro psiquiatra vienes, que había llegado más tarde al psicoanálisis,
Paul Schilder (1886-1940), estudia los trastornos de la conciencia del Sí-mismo (1913),
la noción neurológica de esquema corporal (1923) y, después de su rápida emigración a
los Estados Unidos en 1930, publica en 1933 su artículo, de sobra conocido, «L’image
du corps» (cf. Schilder, P., 1950). Estas dos investigaciones se ignoran y se completan a
la vez: Schilder pone en evidencia representaciones inconscientes; Federn, los sentimien
tos inconscientes.
así: conserva pero com pleta (19). F reud se intreresaba sobre todo por
el núcleo, p o r el inconsciente com o núcleo del psiquism o y p o r el
com plejo de E dipo com o núcleo de la educación, de la cultura y de la
neurosis. P ara le lam en te a P au l S childer, que elab o rab a al m ism o
tiem po la noción de la im agen corporal. F edem concentra su aten
ción en la corteza y en los fenóm enos de los bordes. Freud realizaba el
inventario de los procesos psíquicos prim arios y secundarios; F edera,
ju n to a estos procesos, estudia los estados del Yo, sin cuyo conoci
m iento e interpretación la cura psicoanalítica de las personalidades
narcisistas resulta incom pleta o im potente. P ero actúa de acuerdo con
el esquem a definido por F reud (1914) en su artícu lo «Introducción al
narcisism o».
Según F ed em , las fronteras del Yo «están en cam bio perpetuo».
V arían con los individuos y en el m ism o individuo según los m om en
tos del día o de la noche, según las fases de su vida, encierran conte
nidos diferentes. Esta afirm ación puede com prenderse, creo yo, en re
lación con la cura psicoanalítica: el psicoanalista tiene que estar aten
to en las sesiones, no solam ente al contenido y al estilo de las asocia
ciones libres, sino tam bién a las fluctuaciones del Y o del paciente; tie
ne que localizar los m om entos en los que éstas sobrevienen y desarro
llar en el yo del paciente una conciencia suficiente (capaz de sobrevi
vir al final del psicoanálisis) de las m odificaciones de sus propias fron
teras. De aquí se derivan la oportunidad y la eficacia de la in terp reta
ción: la palabra, según F edem , actúa poniendo en relación dos fronte
ras del Y o ' lo que, en su momento, produce las modificaciones de la
econom ía libidinal: a las cargas pulsionales «estáticas» pueden susti
tuirles las cargas «móviles».
(19) Fedem formaba parte del pequeño grupo inicial que se reunió en torno a
Freud a partir de 1902, la «Sociedad psicológica del miércoles por la tarde», convertida
en 1908 en la Sociedad psicoanálitica de Viena. Fedem es, con Hitschmann y Sadger,
uno de los escasos miembros fundadores que permanecen en esta sociedad hasta su diso
lución por los nazis durante la Anschluss en 1938. Cuando Freud contrae el cáncer, es a
Fedem a quien confía la vicepresidencia de la Sociedad psicoanalítica de Viena. Cuando
llega el momento de emigrar, es a Fedem a quien le da el original de las Actas de la So
ciedad Psicoanalítica de Viena. Fedem lleva el manuscrito a su exilio americano y lo
preserva para su publicación, realizada después por su hijo Ernst en colaboración con
H. Nunberg.
perim entado en la despersonalización o en ciertos estados místicos.
Igualm ente, he descrito este sentim iento de incertidum bre de los lím i
tes en la regresión-disociación individual de la búsqueda creadora (pri
m era fase del trabajo de elaboración de una obra) o en la regresión-
fusión colectiva de la ilusión grupal (D. A nzieu, 1980 a). La investiga
ción psicoanalítica de la pareja am orosa ha dem ostrado, p o r u n a p a r
te, que los dos com pañeros se apegan el uno al otro allí donde sus
fronteras psíquicas son inciertas, insuficientes o desfallecientes.
Existe, pues, un sentim iento del Yo del que el sujeto no es cons
ciente en su estado de funcionam iento norm al, pero que se revela con
ocasión de los fallos de este últim o. El sentim iento del Yo es un senti
m iento prim ario, constante y variable. El Yo, del que F reud ha hecho
una entidad, existe claram ente: el ser hum ano tiene una sensación
subjetiva, sensación y no ilusión, porque corresponde a una realidad
que es a su vez de naturaleza subjetiva. El Y o es a la vez sujeto (se le
designa p o r el pronom bre «Yo») y objeto (se le llam a «Sí-mismo»):
«El Yo es a la vez vehículo y objeto de la conciencia. H ablam os de
Y o en su capacidad de vehículo de la conciencia com o Y o-m ism o»
(Federn P „ 1952, tr. fr., p. 101).
Este sentim iento del Y o com prende tres elem entos constitutivos, el
sentim iento de u n a unidad en el tiem po (una continuidad), el de una
unidad en el espacio en el m om ento presente (más precisam ente, de
una proxim idad) y, finalm ente, el de una casualidad. Federn adjudica
al Y o un dinam ism o y una flexibilidad que F reud no le había dado.
P ero com o Freud da al Y o u n a representación topográfica, el senti
m iento del Yo constituye el núcleo del Y o y es (salvo patología grave)
constante. El sentim iento de las fronteras del Y o constituye su órgano
periférico: a diferencia de lo que pasa con el núcleo en estado norm al,
este segundo sentim iento es el de u n a fluctuación perm anente de las
fronteras.
El tiem po no existe para el sistem a inconsciente (de aquí el senti
m iento de un Yo sin principio ni fin, de un Yo inm ortal). El sistem a
consciente, p o r el contrario, tiene el sentim iento de una unidad del Yo
en el tiem po; lo que le perm ite fundam entalm ente considerar que los
acontecim ientos que nos suceden siguen un orden cronológico (de
aquí el sentim iento de la fluidez, de un avance hacia un presente; de
aquí el orden tradicional en u n a narración). En el funcionam iento pre-
consciente, el sentim iento de unidad del Yo en el tiem po es m uy v a
riable; puede estar conservado al m enos parcialm ente; se m antiene el
sentim iento de un orden cronológico de los acontecim ientos del sueño,
salvo en el sueño que se reduce al flash de u n a im agen (esto explica
que la m ultiplicidad de los personajes refleje diversas partes del Sí-
m ism o del sujeto, y que el sueño sea utilizado p o r algunos creadores
com o in strum ento de descubrim iento por la desconstrucción de los sa
beres previos y de los estados conscientes). Si el sentim iento de unidad
del Y o en el tiem po desaparece de la vida despierta, se produce fenó
m enos de despersonalización y de la confusión patológica del presente
con el pasado («déjá vu»).
En relación con su contenido, el sentim iento del Yo com prende un
sentim iento m ental y un sentim iento corporal. En la vida norm al esta
dualidad no se pone de relieve porque están presentes al m ism o tiem
po; así, su distinción no se hace presente si no se presta atención a
procesos com o el despertar o el dorm ir, donde están separados (la difi
cultad está en m antener u n a atención suficiente en estados psíquicos
m arcados p o r la dism inución de la vigilancia). T am bién existe u n ter
cer sentim iento, el de las fronteras fluctuantes entre el Yo psíquico y
el Y o corporal. E n estado de vigilia se experim enta el Y o psíquico
com o situado en el interior del Yo corporal. El Yo corporal, apoyán
dose en la periodicidad de los procesos corporales, adquiere u n a eva
luación objetiva del tiem po (consciente y preconsciente que nos
perm ite, p or ejem plo, despertam os a una hora determ inada); p o r el
contrario, la intensidad del Y o psíquico en los sueños, ju n to con la
ausencia de experiencia del tiem po en el inconsciente, explica la expe
riencia anorm al de la velocidad y de la extensión vivida del tiem po
del sueño. El sentim iento m ental del Yo (o sentim iento del Yo psíqui
co) tiene com o form ulación racional el «pienso, luego existo». Asegura
al sujeto la conservación y el sentim iento de su propia identidad. A
m enudo, va asociado el Superyó, y es puram ente m ental (porque el
Superyó, que no tiene acceso a la m ovilidad, puede actuar sobre la
atención, p ero no sobre la voluntad). P or ejem plo, los im pulsos o
ideas obsesivas vienen del Superyó y van acom pañadas del sentim ien
to (variable con la cantidad de investim iento inconsciente) de que es
tán a p u n to de alcanzar u n a descarga m otriz a la que no llegan real
m ente jam ás (de aquí ese sentim iento del Y o m ental tan agudo en el
obsesivo). El sentim iento m ental del Yo es el sentim iento de un «Yo
interior». Este sentim iento es fluctuante: los procesos m entales pueden
dejar de ser atribuidos al Yo psíquico interno, es decir, dejar de ser re
conocidos com o m entales; en la neurosis histérica se convierten en fe
nóm enos corporales; en la psicosis se proyectan hacia la realidad ex
terna.
El sentim iento corporal del Yo es «un sentim iento unificado de los
investim ientos libidinales de los aparatos m otores y sensoriales» (ibid.,
p. 33). Es «com puesto»: incluye diversos sentim ientos sin que sean
idénticos entre ellos; p o r ejem plo, los recuerdos sensoriales y m otores
que se refieren a nuestra propia persona; la unidad de percepción de
nuestro p ropio cuerpo en relación con la organización som ática.
Los sentimientos de las fronteras del Yo
El ser hu m an o tiene el sentim iento inconsciente de u n a frontera
entre el Y o psíquico y el Yo corporal. P or otra parte, tiene el senti
m iento inconsciente de una frontera entre el Y o y el Superyó. V ea
mos con F edern cóm o los sentim ientos de estas fronteras intervienen
en los estados de paso. E l adorm ecim iento disocia el sentim iento m en
tal y el sentim iento corporal del Y o, p o r una parte, y, p o r otra, el Yo
y el Superyó:
1) Lo m ism o que la piel cum ple una función de sostenim iento del
esqueleto y de los m úsculos, el Y o-piel cum ple la de m antenim iento
del psiquism o. La función biológica se ejerce por lo que W innicott
(1962, p. 12-13) llam ó holding; es decir, por la form a en que la m a
dre sostiene el cuerpo del bebé. La función psíquica se desarrolla por
interiorización del holding m aterno. El Yo-piel es u n a parte de la
m adre — especialm ente sus m anos— que ha sido interiorizada y que
m antiene el funcionam iento del psiquism o, al m enos durante la vigi
lia, de la m ism a form a que la m adre m antiene en ese m ism o tiem po el
cuerpo del bebé en u n estado de unidad y de solidez. La capacidad del
bebé p ara m antenerse psíquicam ente a sí m ism o condiciona el acceso
a la posición de sentado, después a la de de pie y a la de m archa. El
apoyo externo sobre el cuerpo m aterno conduce al bebé a adquirir el
apoyo interno sobre su colum na vertebral, com o una espina sólida
que le perm ite ponerse derecho. U no de los núcleos que anticipan el
Yo consiste en la sensación-im agen de un falo interno m aterno o, m ás
generalm ente, parental, que asegura al espacio m ental, en vías de
constituirse un prim er eje, del orden de la verticalidad y de la lucha
contra la pesantez y que prepara la experiencia de tener u n a vida psí
quica p ara sí. Adosándose a este eje, el Yo hace actuar a los m ecanis
mos de defensa m ás arcaicos, com o la escisión y la identificación
proyectiva. Pero solam ente puede adosarse a este soporte con toda se
guridad si está seguro de tener en su cuerpo zonas de contacto estre
cho y estable con la piel, los m úsculos y las palm as de la m ano de la
m adre (y de las personas de su entorno prim ario) y, en la periferia de
su psiquism o, un círculo recíproco con el psiquism o de la m adre (lo
que Sam i-Ali (1974) ha llam ado «inclusión m utua»).
Blaise Pascal, tem pranam ente huérfano de m adre, teorizó muy
bien en física, después en psicología y en la apologética religiosa, so
bre este h o rro r del vacío interior durante m ucho tiem po atribuido a
la naturaleza y sobre esta falta del objeto soporte necesario al psiquis
m o para que éste encuentre su centro de gravedad. F rancis Bacon p in
ta en sus cuadros los cuerpos decadentes a quienes la piel y los vesti
dos aseguran u n a unidad superficial, pero que están desprovistos de
esta espina dorsal que m antiene el cuerpo y el pensam iento: pieles lle
nas de sustancias m ás líquidas que sólidas, lo cual corresponde m uy
bien a la im agen del cuerpo del alcohólico (1).
Lo que aq u í está en juego no es la incorporación fantasm ática del
pecho nutricio, sino la identificación prim aria con un objeto soporte
contra el cual el niño se abraza y que lo tiene en brazos; es m ás bien
la pulsión de agarram iento o de apego la que encuentra m ayor satis
facción que la libido. La unión, cara a cara, del cuerpo del niño con el
cuerpo de la m adre, está vinculada con la pulsión sexual que en cuen
tra satisfacción a nivel oral en la m am ada y en esta m anifestación de
am or que es el abrazo. Los adultos que se am an encuentran general
m ente este tipo de acoplam iento para dar satisfación a sus pulsiones
sexuales a nivel genital. En cam bio, la identificación prim aria con ei
objeto soporte supone otro dispositivo espacial que se presenta con
dos variantes com plem entarias: G rotstein (1981), discípulo california-
no de Bion, h a sido el prim ero que las ha precisado: espalda del niño
contra vientre de la persona objeto-soporte (back-ground objecl), vien
tre del n iño contra la espalda de ésta.
En la prim era variante, el niño está adosado al objeto soporte que
se m oldea ahuecándose sobre él. Se siente protegido p o r su parte pos
terior; es la espalda la única parte de su cuerpo que n o se puede ni
tocar n i ver. La pesadilla frecuente en los niños con fiebre, de una su
perficie que se arruga, se com ba, se desgarra, llena de jorobas y de
agujeros, traduce de form a figurativa la espera de la representación
aseguradora de u n a piel com ún con el objeto soporte que le sostiene.
Esta superficie que desfallece puede ser interpretada p o r él soñador
com o u n a ondulación de serpientes, pero sería un error de interpreta-
(1) Cf. mis dos monografías, «De l’horreur du vide á sa pensée: Pascal» y «La peau,
la mere et le miroir dans les tableaux de Francis Bacon», reproducidos en Le Corps de
l'oeuvre (Anzieu D., 1981 a).
ción el entenderla únicam ente com o un sím bolo fálico. La presencia
de m uchas serpientes reptando no tiene el m ism o sentido que la de
una serpiente única que se pone derecha. G rotstein cita uno de estos
sueños de una niña pequeña aportado por la m adre que se analizaba
con él.
«Su hija se despertó en m edio de la noche viendo serpientes
p o r todas partes, incluso en el suelo p o r el que ella cam inaba.
C orrió a la habitación de su m adre y, saltando sobre ella, puso
su espalda contra el vientre de su m adre. Era éste el único sitio
donde podía encontrar consuelo. A unque la paciente era la m a
dre y no la niña, sus asociaciones en relación con este aconteci
m iento establecieron, inm ediatam ente, el hecho de que la m a
dre se había identificado con su niña. Era ella la n iña pequeña
que deseaba tenderse sobre mí para procurarse el «soporte»
(backing), la protección y la cobertura (rearing) de los que ella
se h abía sentido privada p o r sus propios padres» (2).
La segunda posición, la del niño tum bado ju n tan d o !a parte de de
lante de su cuerpo a la espalda de la persona que cum ple para él la
función de objeto soporte, aporta al interesado la sensación-
sentim iento de que la parte más apreciada y frágil de su cuerpo, es
decir, su vientre, está protegida detrás de la pantalla protectora, el
para-excitación originario que es el cuerpo de este otro m antenedor.
Esta experiencia em pieza generalm ente con uno u otro de los padres
(incluso con am bos); puede co n tin u ar durante bastante tiem po con un
herm ano o herm ana con quien el niño com parte la cam a. (Hasta su
psicoanálisis con Bion, Sam uel Beckett no era capaz de vencer la an
gustia del insom nio si no dorm ía unido a su herm ano mayor). U na de
mis pacientes, educada por una pareja de padres violentos' y desuni
dos, encontraba su seguridad interior, hasta la prepubertad, durm ién
dose así pegada a su herm ana pequeña, con quien com partía la cam a.
A quella de las dos que tuviera m ás m iedo «hacía de silla» (ésta era su
expresión) para acoger y abrazar contra ella el cuerpo tranquilizador
de la otra. D urante toda u n a fase de su análisis su transferencia me
invitaba im plícitam ente, a m í tam bién, a hacer de silla: m e reclam aba
la alternancia de mis asociaciones libres con las suyas, la confesión de
mis pensam ientos y sentim ientos, de mis angustias; me proponía el
acercam iento de su cuerpo, sin com prender por qué yo rechazaba el
que ella viniera a sentarse sobre mis rodillas. T uve que analizar p ri
m ero com o u n a sexualizáción defensiva la seducción histérica con la
que ella cubría su petición; después pudim os elaborar su angustia p o r
la pérdida del objeto soporte.
(2) Agradezco a Annick Maufras du Chalellier el haberme hecho conocer este texto
y el haberme proporcionado la traducción francesa.
G rotstein relata otro tipo de ejem plo significativo: «Pacientes en
análisis, frecuentem ente, me han contado sueños en los que ellos co n
ducían un coche desde el asiento de atrás. Las asociaciones a estos
sueños conducían, casi invariablem ente, a la noción de tener u n «so
porte» (backing) defectuoso y, com o consecuencia, una dificultad para
la autonom ía». G rotstein p ropone incluso un juego de palabras in tra
ducibie: porque el objeto-soporte está «detrás» o «debajo» (he under
stands), proporciona el paradigm a de la «com prensión» (understan-
ding).
Tres puntualizadones
N o exam inaré en este capítulo más que una sola distinción senso-
m otriz de base, la que se refiere a la plenitud o al vacío respiratorio.
Se estudiarán otras oposiciones en la tercera parte. Igualm ente, rem ito
al lector a mi artículo «S ur la confusion prim aire de Panim é ct de
I’inanim é. U n cas de triple m éprise» (A nzieu D., 1982 b).
O bservación de P andora
(1) En algunos casos límite, un contacto táctil mínimo puede admitirse transitoria y
excepcionalmente para reconstruir el apoyo del Yo sobre la piel; por ejemplo, el pacien
te puede apoyar su cabeza en el hombro del psicoanalista un instante cuando se marcha
(cf. la cura de Mme Oggi que R. Kaspi relató en 1979).
m atism os, las paradojas ejercidas por el entorno prim ero, prorrogando
así las situaciones patógenas. Al psicoanalista no le corresponde llenar
las fallas narcisísticas, ni proporcionar un objeto real de am or, sino des
arrollar en el paciente una conciencia suficiente de sí y de los dem ás
para que sepa buscar, en contrar y conservar, fuera del análisis, los pro
tagonistas susceptibles de satisfacer sus necesidades corporales y sus de
seos psíquicos. La salud m ental, decía Bolwby, es elegir vivir con perso
nas que no nos hagan enferm ar...
9. ALTERACIONES DE LA ESTRUCTURA
DEL YO-PIEL
EN LAS PERSONALIDADES
NARCISÍ8TICAS
Y EN LOS ESTADOS LIM ÍTE
(1) En Francia existe una exposición detallada de este debate en dos obras de Berge-
ret (1974, p. 52-59 y p. 76; 1975, pp. 283-285). Bergeret está más próximo a Kohut que
a Kernberg. Demuestra que un estado límite no puede ser considerado como ana «neu
rosis» (incluso narcisística) y que el nivel de carencia narcisística va en crescendo, de la
personalidad narcisística al estado límite y luego a la organización prepsicótica (esta últi
ma recubre, de hecho, una estructura psicótica no descompensada aún). Para Bergeret, la
verdadera enfermedad del narcisismo primario es la psicosis; la verdadera enfermedad
del narcisismo secundario (relacional) és el estado límite; la neurosis incluye ciertamente
los fallos narcisísticos aunque no es en sí una «enfermedad del narcisismo». Por otra
parte, agradezco a Jacques Palaci por su ayuda para esclarecer estas cuestiones.
m o que sigue una línea de evolución relativam ente separada de la de la
relación de objeto, y que pasa p o r u n a estructura particular, la de las re
laciones con «Sí-m ism os objetos», en las que la diferenciación entre el
Sí-m ism o y el objeto es insuficiente; estas relaciones están cargadas nar-
cisísticam ente (m ientras que las relaciones de objeto lo están libidinal-
m ente); son analizables gracias al reconocim iento de los dos tipos de
transferencia específicam ente narcisística, la transferencia en espejo y la
transferencia idealizante. Estos pacientes, que sufren trastornos narci-
sisticos, conservan un funcionam iento psíquico relativam ente au tó n o
mo, con las capacidades — perdidas en situaciones de heridas narcisísti-
cas pero recuperables, sobre todo si el otro da prueba de em patia hacia
elios— de tolerar un retraso en la satisfacción del deseo, de soportar el
dolor m oral y de identificarse con el objeto.
K em berg, p or el contrario, distingue u n a gran variedad de estados
lím ite según la gravedad de la patología del carácter. Estos diversos gra
dos de estados lím ite incluyen adem ás trastornos narcisísticos asociados
de gran variedad; desde el narcisism o norm al hasta la personalidad n ar
cisística, a las neurosis de carácter e incluso hasta estructuras narcisísti-
cas patológicas, definidas p o r la carga libidinal de un Sí-m ism o p ato ló
gico; a saber, el Sí-m ism o grandioso, fusión del Sí-m ism o ideal, del
objeto ideal y de lar. im agos actuales del Sí-m ism o. La función del Sí-
m ism o grandioso es defensiva contra las imagos arcaicas de u n a frag
m entación in tern a de un Sí-m ism o destructor y de un objeto persecutor
que interviene en las relaciones de objeto precoces, cargadas libidinal y
agresivam ente.
La perspectiva topográfica, en la que se inscribe mi concepto del
Y o-piel, p o d ría ap o rtar un argum ento suplem entario para distinguir las
personalidades narcisísticas de los estados lím ite. El Y o-piel «norm al»
no rodea la totalidad del ap arato psíquico y presenta una doble faz, ex
terna e interna, con u n a distancia entre ellas, que deja el espacio libre
para un cierto juego. En las personalidades narcisísticas esta lim itación
y este espacio tienden a desaparecer. El paciente necesita que su propia
envoltura psíquica sea suficiente, no conservar con otro u n a piel com ún
que m arque y provoque su dependencia con él. Pero no posee, en abso
luto, los m edios para realizar su am bición: su Y o-piel, que ha em peza
do a estructurarse, es aú n frágil. N ecesita ser reforzado. Para ello cuenta
con dos operaciones. U n a consiste en abolir el espacio entre las dos fa
ses del Y o-piel, entre las estim ulaciones externas y la excitación in ter
na, entre la im agen que da de sí y la que se le devuelve; su envoltura se
solidifica convirtiéndose en un centro e incluso en un doble centro de
interés: p ara sí m ism o y para los dem ás, tendiendo a envolver la totali
dad del psiquism o. Así entendida y solidificada, esta estructura le ap o r
ta las certidum bres, pero carece de flexibilidad y la m ás pequeña herida
narcisista la desgarra. La otra operación consiste en forrar exteriorm en-
te este Y o-piel personal, cim entándolo con una piel m aterna sim bólica
análoga a la égida de Zeus, o de esos oropeles deslum brantes con los
que se cubren las jóvenes m aniquíes a m enudo anoréxicas, cuyo res
plandor las renarcisisa provisionalm ente ante una am enaza constante
de un desm oronam iento del continente psíquico. En la fantasía narci
sística, la m adre no conserva la piel com ún con el niño; ella se la da y
él se cubre con ella triunfante; este don m aterno generoso (la m adre se
desprende de su piel para asegurarle protección y fuerza en la vida) tie
ne una potencialidad benéfica: el niño se im agina que tiene un destino
heroico (lo cual puede, efectivam ente, em pujarle a su realización). Esta
doble envoltura (la suya propia unida a la de su madre) es brillante,
ideal, proporciona la personalidad narcisística con ilusión de invulnera
bilidad e inm ortalidad. Está representada en el aparato psíquico por el
fenóm eno — que ilustraré— de la «doble pared». En la fantasía m aso-
quista la m adre cruel únicam ente hace el sim ulacro de dar su piel al
niño, com o regalo envenenado, y cuya intención m aléfica consiste en
recuperar el Y o-piel singular del n iño que se había pegado a esta piel,
en arrancársela dolorosam ente al interesado para restablecer la fantasía
de u n a piel com ún con él, con la dependencia que de ello se deriva, con
el am or reencontrado a costa de la independencia perdida y com o co n
trap artid a de las heridas m orales y psíquicas que se han conferido.
G racias a la organización del Y o-piel en doble pared, en las perso
nalidades narcisistas, la relación continente-contenido queda preserva
da y el Y o psíquico se m antiene integrado en el Y o-corporal. La activi
dad del pensam iento e incluso el trabajo psíquico creador perm anecen
posibles.
C om o contrapartida, en los estados lím ite la herida no se lim ita a la
periferia; es la estructura de conjunto del Y o-piel la que se encuentra
alterada. Las dos faces del Y o-piel se convierten en una sola, mas esta
faz única está torcida com o el anillo descrito p o r el m atem ático M ohe-
bius, con el que Lacan (2) com paró por prim era vez el Yo: de aquí los
trastornos de la distinción entre lo que viene del adentro y lo que viene
del afuera. U na parte del sistem a de percepción-conciencia, norm al
m ente localizado en la interfaz entre el m undo exterior y la realidad
interna, se encuentra despegada de este em plazam iento y situada en
posición de observador exterior (el naciente estado lím ite asiste, desde
fuera, al funcionam iento de su cuerpo y de su espíritu, com o espectador
desinteresado p o r su p ro p ia vida). Pero la parte del sistem a de percep
ción-conciencia que subsiste com o interfaz le asegura al sujeto una
adaptación a la realidad suficiente para que no se convierta en psicóti-
(2) Para Lacan, el Yo tiene normalmente esta estructura que lo pervierte y lo alie
na. Según mi experiencia, esta configuración en anillo de Moebius es específica de los
estados límite.
co. La producción fantasm áíica y su puesta en circulación en el entorno
próxim o están dism inuidas. La dificultad de contener los afectos, que
constituyen el núcleo existencial de la persona (por el carácter distor
sionado del Yo-piel), los hace em igrar desde el centro hacia la periferia,
donde term in an ocupando algunos de los lugares que han quedado li
bres p or el desplazam iento, hacia afuera, de u n a parte del sistem a p er
cepción-conciencia que, donde ya inconscientes, se enquistan y se frag
m entan en trozos del Sí-m ism o escondido, cuyo retorno disruptivo a la
conciencia es tem ido com o u n a aparición de fantasmas. De aquí u n a se
gunda paradoja que obedece a la m ism a estructura en anillo de M ohe-
bius: lo m ism o que el afuera se convierte en un adentro que vuelve a
convertirse en un afuera, y así continuam ente, el contenido, m al conte
nido, se convierte en continente que contiene mal. Finalm ente, la plaza
central del Sí-m ism o, abandonada por estos afectos prim arios dem asia
do violentos (desam paro, terror, odio), se convierte en un lugar vacío, y
la angustia de este vacío interior, central, es objeto de la queja esencial
de estos pacientes siem pre, a m enos que no hayan llegado a llenarlo con
la presencia im aginaria de un objeto o de un ser ideal (una causa, un
m aestro, un am or-pasión im posible, una ideología, etcétera).
(4) Los ancianos Griegos explicaban la visión de los objetos por el hccho de que
una película invisible se separaba de ellos y transportaba su forma hasta el ojo que reci
bía así su impresión. El ídolo (del verbo idein, ver) es este doble inmaterial del objeto
que permite verlo.
dad de su película, m ás que am ar a seres reales prefiere adorar a sus
ídolos — lo que propiam ente se llam a idolatría.
La m áquina de M orel ha film ado a M orel y a sus acom pañantes d u
rante una sem ana y cuyos episodios reproyectará indefinidam ente.
Pero, p ara transferirlos a sus im ágenes proyectadas, esta grabación tom a
de los personajes reales sus características vivas y conscientes. «Recordé
que el h orror que algunos pueblos tienen a ser representados en imagen
reposa en la creencia según la cual, m ientras se forma la im agen de una
persona, su alm a pasa a la im agen y la persona muere: (...) la hipótesis
de que las im ágenes poseen un alm a parece exigir com o base el que los
que la em iten la pierdan en el m om ento que son captadas por los apa-
ratos» (pp. 111-112). P or «im prudencia», dice (p. 110), pero aún más
p o r u n a necesidad lógica inherente a su creencia el narrador procede a
su p ro p ia verificación. Sitúa su m ano izquierda delante del aparato de
grabación y, poco después, su m ano real se descam a, m ientras que la
im agen de su m ano in tacta se conserva en los archivos del m useo donde
se proyectará de cuando en cuando. P or esto m ismo, com prende cóm o
M orel y sus amigos han m uerto: por haber sido grabados para la eterni
dad. El cinism o de M orel h a hecho que sea el único en saberlo y en
quererlo: «Es esto u n a m ostruosidad que parece estar en arm onía con el
hom bre que al realizar su idea organiza u n a m uerte colectiva y decide,
autoritariam ente, hacer solidarios a todos sus amigos» (p. 112). La ilu
sión de in m ortalidad va acom pañada —lo que no me sorprende— por
una ilusión grupal: gracias a la invención de M orel «el hom bre elegirá
un lugar retirado y placentero, reunirá a su alrededor a las personas que
más am a y se p erpetuará en el seno de un paraíso intim o. Si las escenas
que se deben p erpetuar se tom an en m om entos diferentes, el m ism o ja r
dín inclu irá m uchos paraísos individuales, donde las sociedades, ignora
das entre sí, cum plirán sus funciones sim ultáneam ente, sin choques,
casi en los m ism os lugares» (pp. 97-98).
El n arrador — que es un doble de M orel— lleva la lógica de su in
vención y de esta ilusión al extrem o. Está enam orado de u n a Faustina
inm ortal, que ya no lo puede percibir. Entonces, y al costo de grandes
esfuerzos, aprende a dom inar el funcionam iento de la m áquina. Proyec-.
ta las escenas en las que F austina está presente, las vuelve a grabar e,
intercalándose en ellas com o si la acom pañara, m antiene con ella un
diálogo am oroso. Sólo puede ya m orir, ya su piel com ienza a caer. En
lugar de la antigua introduce en la m áquina de proyectar esta grabación
nueva, que será proyectada eternam ente. Su diario y su vida se detienen
con el deseo de que alguien invente u n a m áquina m ás perfeccionada
que le hiciera en trar en la conciencia de F austina — una m áquina que
term inara p o r suprim ir cualquier diferencia entre la percepción y
la fantasía, entre la representación de origen externo y la de origen
interno.
La fantasía de raa doble pared
Ilusión de inm ortalidad, ilusión grupal, ilusión am orosa, ilusión de
realidad de los personajes novelescos: nos encontram os dentro de la
problem ática narcisista. Y la necesidad de sobrecargar así la envoltura
narcisista, aparece com o la contrapartida defensiva de u n a fantasía de
piel descarnada: ante un peligro perm anente de ataques externos/
internos es necesario redorar el escudo de un Y o-piel poco seguro de
sus funciones de para-excitación y de continente psíquico. La solución
topográfica consiste entonces en abolir el espacio entre las dos caras,
externa e interna, del Y o-piel e im aginar la interfaz com o una doble p a
red. En tan to que esta solución se m antenga, en sentido exagerado,
com o «im aginaria» (es decir, productora de u n a imagen de sí engañado
ra pero tranquilizante) el paciente se inscribirá en el registro de la n eu
rosis, pero si esta solución consiste en una transform ación real del Yo-
piel será el autism o o el m utism o psicógeno, com o ha intentado expli
car A nnie A nzieu en D e la chair au verbe (1978, p. 129): «La envoltu
ra cutánea externa del cuerpo está realm ente “ agujereada” p o r los órga
nos de los sentidos, el ano y el orificio uretral. Se puede construir la
hipótesis de que la sensibilidad de estos orificios, orientados hacia el
exterior del cuerpo por el objeto que pasa por ellos, provoca en el niño
pequeño una confusión: el contacto interno del cuerpo y de su conteni
do con la pared cutánea que le da sus lím ites, no está diferenciado del
contacto cutáneo externo con los objetos que le rodean. Esto viene a de
cir que el n iño está penetrado p o r las im ágenes visuales, p o r los sonidos
y los olores, y que se convierte en continente y lugar de paso, com o
sucede con las heces, la orina, la leche o su propio grito. La envoltura
interna puede, pues, ella tam bién, ser atacada y perforada p o r las p er
cepciones-objetos. Algunas situaciones de angustia hacen de este fenó
m eno fantasm ático una persecución perm anente, que violenta y agita el
in terior corporal del lactante contra la cual se hace necesario cerrar, por
cualquier m edio, todos los orificios controlables».
N o obstante, es curioso com probar que el narrador de L a invención
de Morel, a causa de u n defecto de diferenciación entre superficie exter
n a e interna, vive u n a ilusión de doble pared. H abiendo logrado locali
zar, gracias a un tragaluz, el subterráneo de las m áquinas, pudo, aun
estando herm éticam ente cerrado, penetrar en él por una brecha aguje
reada p or los golpes de u n a b arra de hierro. M ás que p o r el hecho de
ver las m áquinas paradas se sorprendió p o r «un encantam iento y u n a
adm iración sin límites: los m uros, el techo y el suelo eran de porcelana
azulada y todo, hasta el aire m ism o (...), tenía esta diafanidad celeste y
profunda que se encuentra en la espum a de las cataratas» (p. 20). U na
vez que descubrió cuál había sido la intención de M orel, vuelve a las
m áquinas p ara intentar com prender y do m in ar su funcionam iento.
C uando se ponen en m archa las exam ina: en vano, su m ecanism o p er
m anece inaccesible. M ira en 1a sala a su alrededor y, de pronto, se sien
te desorientado. «Busqué la abertura que había hecho. Y a no estaba (...)
Di un paso de lado para ver si la ilusión persistía (...). Palpé todos los
m uros. R ecogí del suelo los trozos de porcelana y de ladrillo que habían
caído al agujerear la abertura. D urante m ucho tiem po palpé la m uralla
en el m ism o sitio. M e vi obligado a ad m itir que se había reconstruido»
(pp. 103-104). N uevam ente se sirve de la barra de hierro, pero los tro
zos de m uro que hace saltar se reconstruyen inm ediatam ente. «En una
visión tan lúcida que parecía efím era y sobrenatural, mis ojos encontra
ron la celeste continuidad de la porcelana, la pared indem ne y entera,
la habitación cerrada» (p. 105). Ya no hay salida posible, se siente aco
rralado, víctim a de un encantam iento y se asusta. Y luego com prende:
«Estos m uros (...) son las proyecciones de las m áquinas. C oinciden con
los m uros construidos p o r los albañiles (son los m ism os m uros grabados
por las m áquinas y después proyectados sobre sí mismos). A llí donde
rom pí o suprim í el p rim er m uro queda el m uro proyectado. C om o se
trata de u n a proyección, ningún poder es capaz de atravesarla ni de su
prim irla (en tanto que los m otores funcionen) (...) M orel debió haber
im aginado esta protección de doble pared para que nadie pudiese llegar
a las m áquinas que m antienen su inm ortalidad» (p. 106).
P ara un estudio más profundo de la envoltura narcisística y de su
papel en el aviador, el héroe y el creador, envío al lector al trabajo de
A ndré M issenard (1979) «N arcissism e et rupture».
Observación de Sebastiana
Sebastiana, a diferencia de la personalidad narcisística evocada por
el relato de Bioy Casares, tiene u n a organización lím ite, que un segun
do análisis cara a cara conm igo pudo m ejorar después del resultado des
graciado de un p rim er análisis sobre el diván, llevado por un «psicoana
lista» avaro de interpretaciones y adepto a sesiones dem asiado cortas.
Se me presenta en un estado de depresión im portante, actualizada por
esta cura que ella acaba de interrum pir y aum entada p o r la desidealiza
ción brutal de su psicoanalista. He aquí unos e stra d o s de su ú ltim a se
sión, antes de la tem ida interrupción de las vacaciones, que reaviva su
angustia de u n a ru p tu ra en la continuidad de su Sí-mismo.
«Algo sucede, se inicia y... ipluf! Justo, cuando em piezo a
creérm elo, com o por casualidad, las vacaciones... La cuestión se
plantea tam bién a propósito de «justo cuando em piezo a creér
m elo» precisam ente en el m om ento de las vacaciones. Tengo
m iedo. ¿A quién estoy hablando? ¿Qué pasa? ¿Qué me estoy ha
ciendo? La últim a vez, cuando m e habló usted a propósito de
este episodio de mi infancia (se trataba de juegos sexuales angus
tiosos que ella sufría por parte de un m edio herm ano m ayor que
ella, y en los que ella, ausentándose de su cuerpo, se contenía
para no sentir placer), tuve la im presión de que era una m entira
enorm e. U sted me hacía decir algo que yo no sabía, en lo que no
había caído (yo había evocado su vértigo ante las sensaciones
que ella debió sentir nacer entonces en ella). Y, sin em bargo, es
todavía peor. D iciéndole eso, lo digo sin decirlo, m e detesto, le
detesto. Estoy harta (...). ¿Por qué me quedo? Sin duda, p o r n e
cesidad de que ocupe usted otro lugar que no sea aquel en el que
yo le proyecto con fuerza en este m om ento. P ara poder hablarle
al m enos. P ara que, p o r lo m enos, usted m e responda, y que
pueda vivir.»
Sus sentim ientos de culpa son superficiales, su vergüenza es profun
da, unida con un Y o-piel que no cum ple suficientem ente su función de
para-excitación y p o r cuyas fallas las sensaciones, em ociones y pulsio
nes que q uerría m antener escondidas, corren el riesgo de hacerse visi
bles a los dem ás. La caída en el vacío interior es una forma de, desapare
cer a las posibles m iradas. La excitación no está asociada a las fantasías
edípicas; n o sólo su sentido sexual no es reconocido, sino que la excita
ción es vivida com o puram ente m ecánica y com o radicalm ente privada
de todo sentido. Los intentos de descargarla, es decir, de aportarle una
resolución cuantitativa, desem bocan en fracasos; la m asturbación, en la
adolescencia, y el coito, ahora, le proporcionan los orgasmos, pero no
apaciguan la tensión siem pre difusa en su cuerpo. La sensación ha su
frido una transform ación cualitativa: la cualidad agradable de las sensa
ciones, disociada de éstas, ha sido objeto de una escisión en m últiples
trozos disem inados que ha destruido esta cualidad agradable. A cu al
quier precio, Sebastiana privilegia el principio de prevención de lo d e
sagradable, sobre el de la búsqueda del placer; búsqueda a la que prefie
re renunciar, con la finalidad de desviar su libido de la carga pulsional
en los objetos y ponerla al servicio de los fines narcisísticos del Y o y de
la protección del Sí-m ism o. Según Bion, esta prevención es propia de la
parte psicótica del aparato psíquico, aquella que no está contenida por
el entorno o p o r el pensam iento. H acer el vacío de las cualidades sensi
bles es una form a, si no de evacuar lo desagradable (porque persiste un
sentim iento de m alestar), al m enos de m antenerlo al exterior del siste
ma percepción-conciencia. Es un vacío sanitario que el aparato psíq u i
co sustituye com o ersatz a la envoltura continente y com prensiva que
un Y o-piel desfalleciente no asegura. Así efectuado este vacío de las
cualidades sensibles (m ientras que las dem ás funciones corporales y las
intelectuales perm anecen, generalm ente, intactas en ella), Sebastiana
vive pero sin creer que vive, sin creer en la posibilidad de un funciona-'
m iento natural. Vive en paralelo con su propia vida. Asiste, a distancia,
al funcionam iento m ecánico de su cuerpo y de su espíritu, que tres años
de psicoanálisis conm igo han podido restablecer en lo esencial. Expresa
un odio creciente hacia mí p o r tres razones: porque está descontenta
de esta m ejoría que la destina a un funcionam iento autom ático sin p la
cer y p o rque su libido, reavivada p o r la cura, se reorienta hacia los
objetos y vuelve a cargar libidinalm ente sus zonas erógenas, lo cual
am enaza el equilibrio obtenido haciendo el vacío y al que perm anece
apegada, y, finalm ente, porque la evolución de la transferencia deja de
hacerla buscar en m í el sosten analítico de un entorno suficientem ente
com prensivo y la enfrenta a la im agen am enazante de u n pene m asculi
no seductor y perseguidor. Ai m ism o tiem po, de form a contradictoria,
la esperanza de o tra form a de funcionam iento, fundada en el principio
del placer y susceptible de hacerla feliz, se despierta: las vacaciones lle
gan ju stam en te cuando em pieza a «creérselo». Entonces es necesario in
terpretar la com pulsión de repetición; es decir, la espera, incluso la a n
ticipación provocadora del retom o de la decepción producida antigua
m ente p o r las intrusiones precoces y por las exigencias paradójicas de
su m adre: ésta, generosa y sobreestim ulante p o r sus cuidados corporales
y por su vivo am o r p or su hija, adoptaba bruscam ente u n a actitud rígi
da, m oralizadora y rechazante ante las necesidades del Y o que la n iña
expresaba.
M as no sólo fue esto. La m adre, laica practicante, si m e p er
m ito esta com paración, se dedicaba a obras sociales. D u ran te sus
frecuentes ausencias confiaba el cuidado de Sebastiana a u n a ve
cina, cam pesina robusta, sim ple y desenvuelta que se consagraba
activam ente a sus ocupaciones del hogar con su brazo derecho,
m ientras que su brazo izquierdo sostenía a la pequeña m ás o
m enos apretada a su cuerpo. A dem ás, esta m ujer llevaba un d e
lantal de cuero cubierto de grasa que no había sido jam ás lava
do, sobre el que derrapaban los pies del bebé con patucos de
lana. A.sí, la angustia de la pérdida de la m adre se encontraba
agravada p or la búsqueda desesperada de un apoyo físico, de un
sostén prim ordial, y p o r la angustia de la falta del objeto sopor
te. M e hizo falta algún tiem po para hacer u n a com paración con
la repetición transferencial de esta falla que dism inuía la prim e
ra función del Yo-piel: yo tenía, en efecto, la im presión desagra
dable de que, cualesquiera que fueran mi abnegación y mi inge
niosidad p ara interpretar, la paciente se m e escurría entre los
dedos.
D urante m ucho tiem po, la postura corporal de Sebastiana
m e intrigó: se sentaba en la silla situada frente a la m ía, pero su
cuerpo no estaba frente al mío; giraba hacia el lado derecho h a
ciendo un ángulo de casi veinte grados con relación a mí y m an
tenía esta posición du ran te toda la sesión; cuando me hablaba o
me escuchaba sólo m e m iraba su ojo izquierdo. Y o m e decía que
ella establecía conm igo u n a com unicación «oblicua»; por otra
parte, a m enudo com prendía mis interpretaciones de form a ses
gada; cuando yo le hablaba tenía la im presión de ser un jugador
de b illar que debe a p u n ta r a la bola roja no directam ente, sino
p o r la banda. D e hecho, esta postura estaba sobredeterm inada:
desde el p u n to de vista edípico, la protegía de revivir un cara a
cara sexual con su herm anastro m ayor; desde el punto de vista
narcisístico, explicaba con su cuerpo esta torsión de su Y o-piel
en form a de anillo de M oebius, que he señalado más arriba,
com o típ ica de los estados lím ite. Esta torsión de la interfaz,
constituida por el sistem a percepción-conciencia, producía en
ella errores en la percepción de las señales em ocionales y gestua-
les em itidas p o r el entorno, luego una agravación del m alenten
dido y de la frustración y, finalm ente, u n a explosión de rabia,
agotadora p ara los suyos y para ella misma.
La m ism a Sebastiana consideró que su psicoanálisis había
term inado el día que se sentó ante mí, con la cara de fren te y no
de perfil, p ara decirm e, de frente, las dos cosas que m e tenía que
decir: p o r una parte, que le hacía falta rom per con este psico
análisis que le quitaba dem asiado tiem po y dinero, que la su
m ergía en dem asiados sufrim ientos y dem asiado odio, que p ro
rrogaba dem asiado su pasado en el presente y que contribuía a
diferir su vida; por otra, que ya no tenía el espíritu torcido, que
u na descarga reciente le había com o colocado la colum na verte
bral en su sitio, que se sentía capaz de soportar sus reacciones de
decepción y de odio, situándolas dentro de sus propios lím ites y
liberándose por sí misma.
Observación de Juanita
Este fue el caso de Juanita, seguido p o r mí, tan to en psico
análisis com o en psicoterapia desde hace m ás de quince años.
(2) Los padres «jóvenes» que, después de una generación dentro de la cultura occi
dental, asumen de buen grado, en igualdad con la madre, la nutrición y los cuidados del
bebé (a excepción del embarazo y la lactancia a! pecho), ayudan mucho a la madre y lo
hacen con verdadero placer, pero complican la tarea del niño pequeño que debe separar
se de dos relaciones duales en vez de una sola. En ellos, la constitución de una prohibi
ción endógena se encuentra retardada o debilitada.
D urante años afronté su enorm e angustia persccutiva. N o se
sentía protegida ni en su cuerpo ni en su casa. Irrum pía en la
m ía con llam adas telefónicas a cualquier hora, de día o de n o
che, durante la sem ana o el fin de sem ana, con peticiones de
éntrevistas inm ediatas, con la negativa a abandonar mi despa
cho al final de algunas sesiones. El establecim iento progresivo
de un cuadro psicoterápico regular y la reconstrucción de los
principales traum atism os de su infancia y de su adolescencia le
perm itieron constituirse poco a poco un Y o-piel, encontrar una
actividad profesional que la hacía independiente de sus padres
y consagrar su tiem po libre a la com posición de textos litera
rios que concluyeron la elaboración sim bólica de sus conflictos.
Transfiriendo, en un personaje de ficción, la experiencia de los
intercam bios verbales que había adquirido conm igo, describe
las palabras de ese personaje com o m anos que la han tenido,
retenido, contenido, que la han dado un rostro y que la han
perm itido reconocer su dolor: una m ano tendida hacia ella
m uy lejos, m uy lejos por encim a del abism o, u n a m ano que
term inó consiguiendo con éxito coger la suya com o un puente
m ás allá del tiem po (m ientras que en la realidad no hem os te
nido contactos corporales excluyendo el apretón de m anos tra
dicional), u na m ano que calienta las dos suyas, una m ano que
después se separa, ai m ism o tiem po que la voz del personaje
explica dulcem ente que tiene que m archarse, que volverá y,
m irándolo alejarse, ella puede sollozar largam ente por prim era
vez desde hace m ucho tiem po. O trb pasaje significativo se re
fiere al desenlace de un relato en el que la heroína es atropella
da en la carretera p o r un coche cuando vuelve p o r la noche a
casa. M ientras que agoniza, una Voz a su lado la m antiene viva
aún cierto tiem po, una voz que repite cuatro veces y de cuatro
formas distintas: «No lá toques». Luego entra en el sol — sol de
la m uerte que figura la m uerte psíquica de m i paciente p rodu
cida a causa de tantas efracciones, pero tam bién sol de la ver
dad. Lo que ella, sin defensa, jam ás ha podido expresar más
que indirectam ente presentando signos de locura —a saber, que
no se la toque— es finalm ente enunciado con claridad, con cal
m a, con fuerza, com o u n a ley indestructible del universo p sí
quico que las carencias pueden ocultar ocasionalm ente sin a l
terar su realidad estructurante fundam ental.
PRINCIPALES CONFIGURACIONES
11. LA ENVOLTURA SONORA
(1) Cf. Guy Rosotato, «La voix», en Essais sur le symbolique (1966, pp. 287-305).
Voy a relatar dos sesiones significativas de una cura psicoanalítica.
Llam o al paciente M arsias, com o recuerdo del sileno dcshollado por
A polo.
Hace varios años que M arsias está en psicoanálisis. A hora
hacem os sesiones cara a cara, de una hora de duración, p o r una
reacción terapéutica negativa que surgió con la posición recos
tada. G racias al nuevo dispositivo se pudo retom ar el trabajo
psicoanalítico que conllevó algunas m ejorías en la vida del su
jeto, aunque las interrupciones de la cura, ocasionadas por las
vacaciones, se siguen soportando mal.
En la prim era sesión, después de las cortas vacaciones de
prim avera, M arsias, m ás bien deprim ido, se describe com o va
cío. Se ha sentido ausente en los contactos con los dem ás a la
vuelta a sus actividades profesionales. Igualm ente, me encuen
tra con aspecto ausente. M e ha perdido. D espués pone de relie
ve que los dos grandes períodos de depresión, vividos durante
su cura, h an sucedido en las vacaciones de verano, aunque uno
de ellos había seguido a un fracaso profesional que le había
afectado m ucho. En Sem ana Santa pudo ausentarse du ran te un
fin de sem ana prolongado. Se m archó al Sur, a un hotel confo-
table al borde de u n m ar magnífico, con piscina de agua calien
te. Le gusta m ucho la natación y las excursiones. No obstante,
las cosas salieron mal. T uvo m alas relaciones con las personas
del pequeño grupo con el que se había m archado, amigos o co
legas de trabajo de am bos sexos, que tam bién eran com pañeros
frecuentes de los fines de sem ana. Se sintió olvidado, abando
nado, rechazado. Su m ujer tuvo que quedarse en casa con su
hijo convaleciente. Las cam inatas le cansaron y, sobre todo, las
sesiones colectivas en la piscina fueron de m al en peor: perdía
el aliento, no encontraba el ritm o de sus m ovim ientos, m u lti
plicaba los esfuerzos descoordinados, tenía m iedo de tirarse al
agua, la sensación de estar m ojado le hacía desagradable el co n
tacto con el agua, a pesar del sol tiritaba; incluso dos veces,
cuando cam inaba al borde de la piscina, resbaló en las baldosas
húm edas golpeándose la cabeza dolorosam ente.
Se m e pasa p or la im aginación la idea de que M arsias viene
a las sesiones no tanto para que yo le nu tra, com o he tenido la
im presión de estar haciendo desde que le recibo con nuestro
nuevo dispositivo, sino p ara que le lleve en brazos, le caliente,
m anipule y para que, con el ejercicio, haga posible las capaci
dades de su cuerpo y de su pensam iento. Le hablo, por prim era
vez, de su cuerpo com o volum en en el espacio, com o fuente de
sensaciones y de m ovim ientos, com o m iedo a la caída, sin ob
ten er de M arsias m ás que una educada aprobación. M e decido
entonces a plantearle una pregunta directa: no cóm o su m adre
le ha lactado, sino ¿cóm o le ha tenido en brazos cuando era pe
queño? Evoca entonces un recuerdo al que ya ha aludido dos o
tres veces y del que a esta m adre le gustaba hablar. Poco des
pués del n acim iento de M arsias, m uy ocupada ya con sus cu a
tro prim eros hijos — un hijo m ayor y tres hijas— , se encontró
dividida entre el recién nacido y la pequeña' que había venido
al m undo u n año antes y que acababa de caer gravem ente en
ferma. La m adre confió a M arsias a u n a criada, m ucho más ex
p erta en las tareas dom ésticas que en los cuidados que un bebé
reclam a, au n q u e se había em peñado en darle el pecho perso
n alm ente a este hijo cuyo nacim iento la había llenado de gozo.
Le daba el pecho generosa y rápidam ente, precipitándose, ter
m inada la m am ada e inm ediatam ente después de dejarle en
m anos de la em pleada, se dirigía hacia la herm ana de M arsias
cuya salud perm aneció tan debilitada durante sem anas que se
llegó a tem er por su vida. E ntre estas visitas-m am adas que
M arsias absorbía glotonam ente, era vigilado y olvidado al m is
m o tiem po p o r la criada, vieja solterona, austera, de principios,
trabajadora, que actuaba p o r deber y no para d ar y recibir p la
cer y que m antenía una relación sado-m asoquista con su p a tra
ña. Se interesaba por el cuerpo de M arsias solam ente para
adiestram ientos prem aturos o para los cuidados mecánicos: no
jugaba con él. M arsias estaba abandonado en un estado pasivo-
apático. D espués de algunos meses se dieron cuenta de que el
n iño no reaccionaba norm alm ente, y la criada c re y á su deber
co m u n icar que el niño com prendía m al y que había nacido re
trasado. La m adre, horrorizada p o r esta declaración, agarra a
M arsias, lo sacude, lo m ueve, lo estim ula, le habla, y el bebé
m ira, sonríe, balbucea, exulta, satisfaciendo a su m adre, tra n
quilizada p o r su norm alidad. La m adre repitió m uchas veces
esta verificación, y se decidió luego a cam biar de criada.
Este relato m e perm ite efectuar varias relaciones que com u
nico en parte y poco a poco a M arsias. Prim ero, que espera las
sesiones conm igo de la m ism a form a que él aspiraba a las visi
tas-m am ada de su m adre: ansiedad p o r la idea de un retraso
p o r mi parte, p o r u n a sesión que tenía que anular, m iedo de
que su m adre no viniera m ás y de que él m ism o se pusiera en
ferm o com o esta herm ana cuya m uerte se tem ía.
L a segunda relación la había yo presentido al com ienzo de
la sesión, y ahora se confirm a: se le alim entó suficientem ente;
lo que espera de mí es lo que la criada no le daba, que yo lo
estim ule, que ejercite su psiquism o (en su casa existían m om en
tos de tal pobreza de vida interior que daba la im presión de
m uerte psíquica). Desde que le recibo cara a cara m antenem os
diálogos m ás frecuentes, im portantes intercam bios de m iradas y
de m ím ica, com unicaciones a nivel postural. A distancia y p o r
interpretaciones de estos intercam bios es com o si yo le levanta
ra, le llevara en brazos, le calentara, le pusiera en m ovim iento,
y, si fuera preciso, le sacudiera y le hiciera reaccionar, gesticu
lar y hablar: y se lo dije.
T ercero, com prendo m ejor ahora cuál es la imagen del
cuerpo de M arsias. Para su m adre era un tubo digestivo sobre
cargado pulsionalm ente y erotizado en sus dos extrem idades
(a la m enor em oción experim enta una violenta necesidad de
m icción, y uno de sus m iedos es el de orinarse durante las rela
ciones sexuales). Su cuerpo com o globalidad carnal, com o vo
lum en y com o m ovim iento, no fue cargado libidinalm ente por
la criada. De aquí su angustia de vacío.
Sobre estos tres tem as tuvim os un intercam bio verbal acti
vo, vivo y caluroso. A su m archa, en lugar de darm e, com o h a
bitualm ente, una m ano blanda, me aprieta los dedos firm em en
te. M i contratransferencia está dom inada p o r el sentim iento de
la satisfacción del trabajo realizado.
Mi decepción es m ayor en nuestro siguiente encuentro.
A nte mi gran sorpresa, M arsias llega deprim ido y lam entándose
del carácter negativo de la sesión precedente que, por el contra
rio, a mí me había parecido enriquecedora para él (y lo había
sido para mi com presión de él, es decir, para mí). M e dejo lle
var por un m ovim iento interior de decepción paralelo al suyo,
aunque, evidentem ente, no le digo nada. Pienso: después de un
paso hacia adelante da dos pasos hacia atrás, niega el progreso
que ha efectuado. Estoy a pu n to de tirar la toalla, pero m e re
cupero. C om prendo que cuando gana en un aspecto tiene m ie
do de perder en otro, se lo digo y evoco la ley del todo o nada,
que ya le h abía dicho que regía sus reacciones internas. Preciso:
la ú ltim a vez encontró conm igo el contacto «corporal» que le
había faltado con su niñera; inm ediatam ente tuvo la sensación
de haber perdido, com o contrapartida, el otro m odo de contac
to, m ás habitual hasta entonces entre nosotros, el de la m am a
da breve pero intensa con su madre. La eficacia de mi explica
ción es inm ediata: se reanuda su trabajo psíquico. R elaciona
esta explicación con esta pérdida alternada con su gran m iedo
— que no había enunciado nunca tan claram ente— de que el
psicoanálisis le quite algo — no en el sentido de la castración,
precisa espontáneam ente— , de que le prive de sus posibilidades
m entales. Efectivam ente, el problem a de M arsias se refiere al
déficit de su libido narcisista y a los efectos de la carencia de su
entorno prim itivo en cuanto a asegurar la satisfacción de las
necesidades del Yo, tal com o las distingue W innicott de las n e
cesidades del cuerpo. Pero ¿dónde situar las necesidades del Yo
en la secuencia que acabo de referir?
La alianza terapéutica que M arsias y yo hem os vuelto a e n
contrar, perm ite avanzar en el trabajo de análisis y nos perm ite
tam bién que aparezca otra dim ensión de su susceptibilidad ante
la frustración (dicho de otra form a, ante la herida narcisísti
ca): cuando alguien le da lo que no tuvo de su m adre, eso no
cuenta, porque es su m adre quien hubiera debido proporcio
nárselo. De esta form a m antiene en su cabeza un proceso p er
p etu am en te inacabado: ¡que su m adre y que el psicoanalista re
conozcan p o r fin las equivocaciones que han tenido con él des
de el principio! M arsias no es psicótico porque, en conjunto, su
funcionam iento m ental ha sido asegurado en su infancia: hubo
siem pre alguien, su herm an o o sus herm anas, o las sucesivas
criadas, o luego curas que cum plieron este papel, y M arsias,
por prim era vez, recuerda a u n a vecina a la que visitaba casi
todos los días desde que aprendió a hablar, antes de ir a la es
cuela. H ablaba con ella sin p arar y m uy librem ente, algo im po
sible con su m adre que estaba no sólo dem asiado ocupada, sino
que únicam ente aceptaba que se expresara lo que estaba de
acuerdo con su código m oral y su ideal del niño perfecto. En
cuanto a m í, com prueba M arsias, tan pronto sucede com o con
la vecina, tan pronto com o con la m adre.
Y vuelve a su relación conm igo. E ncuentra q u e j e aporto
m ucho, experim enta m ás gusto p o r la vida, no se perderá sus
sesiones p o r nada del m undo. M as, subsiste entre nosotros una
dificultad im portante: a m enudo no com prende lo que le digo,
lo que la ú ltim a vez fue incisivo ahora no lo recuerda, incluso
no m e ha «oído» en el sentido acústico del térm ino. Adem ás, si
en el intervalo entre las sesiones piensa en sus problem as y le
llega una idea interesante, entonces no puede expresarse ante
mí. P or esto perm anece m udo, tiene el espíritu vacío.
P rim ero m e encuentro cogido de im proviso p o r esta resis
tencia. Luego, se efectúa una relación en mi cabeza y le p re
gunto: ¿cómo le hablaba su m adre cuando era pequeño? D es
cribe u n a situación sobre la que aú n no había dicho una p ala
bra a pesar de varios años de psicoanálisis, y que p o r la tarde,
redactando la observación de esta sesión, he resum ido con la
expresión de baño negativo de palabras.
P or u n a parte, su m adre tenía unas connotaciones de voz
roncas y duras que correspondían a bruscos, im previsibles y
frecuentes accesos de mal hum or: la relación de M arsias, de
bebé, con la m elodía m aterna com o portadora de un sentido
global era, pues, interrum pida, cortada, com o estaba cortada,
p o r los cuidados m ecánicos de la criada, la relación de in te r
cam bio corporal intensa y satisfactoria con la m adre durante
las m am adas. Así, las dos principales infraestructuras del signi
ficado (el significado infralingüístico que se encuentra en los
cuidados y juegos del cuerpo y el significado prelingüístico de
la escucha global de los fonemas) estaban afectados p o r la m is
m a perturbación.
P o r otra parte, la m adre de M arsias no sabía expresar bien
lo que sentía o deseaba. A dem ás, esto era m otivo de irritación
o ironía para su entorno. Es posible que no supiera ni adivinar
lo que sus fam iliares sentían, ni ayudarles a form ularlo. No
supo h ab lar a su últim o hijo en un lenguaje en el que éste h u
biera podido reconocerse. D e aquí la im presión de M arsias de
tener que enfrentarse con su m adre y conm igo en una lengua
extranjera.
La secuencia de estas dos sesiones m e ha confirm ado que en el
caso de carencia precoz del entorno en cuanto a las necesidades del
Yo, es porque el sujeto ha carecido de una hetero-estim ulación sufi
ciente de algunas de sus funciones psíquicas, hetero-estim ulación que,
en el caso de un entorno suficientem ente bueno, perm ite al contrario
llegar inm ediatam ente a la autoestim ulación de estas funciones p o r la
identificación introyectiva. En este caso la finalidad de la cura es,
pues: a) A p o rtar esta hetero-estim ulación p o r m edio de m odificacio
nes apropiadas del dispositivo analítico, por la determ inación del psi
coanalista para sim bolizar, en lugar del paciente, cada vez que éste
tiene el espíritu vacío, b) H acer aparecer en la transferencia las a n ti
guas fallas del Sí-m ism o y las incertidum bres en la coherencia y en los
lím ites del Y o, de tal form a que los dos com pañeros puedan trabajar
analíticam ente en su elaboración (efectivam ente, el paciente con ca
rencia y no neurótico, estará de todas form as profundam ente insatisfe
cho del psicoanalista y del psicoanálisis, pero la alianza sim biótica
que se habrá establecido entre la parte auténtica de su Sí-m ism o y el
psicoanalista le perm itirá reconocer, poco a poco a través de sus insa
tisfacciones, la presencia de algunos déficit precisos, específicos, cir-
cunscribibles, designables y relativam ente superables en las condicio
nes nuevas del entorno).
Audición y ffonacáÓE en el lactante
Es necesario ahora recordar los hechos establecidos en cuanto a la
audición y fonación del lactante (2) que convergen en esta conclusión:
el bebé está unido a sus padres por un sistem a de com unicación ver
daderam ente audiofónico; la cavidad bucofaríngea, en cuanto que p ro
duce los form antes indispensables para la com unicación, pronto está
bajo el control de la vida m ental em brionaria, al m ism o tiem po que
juega un papel esencial en la expresión de las em ociones.
A parte de los ruidos específicos producidos por la tos y por las ac
tividades alim enticias y digestivas (que hacen del propio cuerpo una
caverna sonora donde estos ruidos son tanto m ás inquietantes cuanto
el interesado no puede localizar su origen), ya desde el nacim iento, el
grito es el sonido más característico que los recién nacidos em iten. El
análisis físico de los parám etros acústicos perm itió al inglés Wolff, en
1963 y 1966, distinguir, en el lactante de m enos de tres sem anas, cu a
tro tipos de gritos estructural y funcionalm ente distintos: el grito de
ham bre, el de cólera (por ejem plo, cuando está desnudo), el de dolor
de origen externo (por ejem plo, durante una tom a de sangre del talón)
o visceral, y el grito com o respuesta a la frustración (por ejem plo, en
el caso de la retirada de una tetin a que chupa activam ente). Estos cua
tro gritos tienen un desarrollo tem poral, una duración de frecuencias y
características espectrográficas específicas. El grito de ham bre (aunque
no esté necesariam ente unido a este estado fisiológico) parece ser fun
dam ental; sucede siem pre a los otros tres que serían sus variantes. T o
dos estos gritos son puros reflejos fisiológicos.
Estos gritos inducen en las m adres — que, p o r otra parte, inten
tan distinguirlos m uy pronto— , con variantes que se deben a su expe
riencia y a su carácter, reacciones específicas encam inadas' a que el
grito cese. A hora bien, la m aniobra m ás eficaz de extinción es la voz
m aterna: a p artir del final de la segunda sem ana detiene el grito del
bebé m ucho m ejor que cualquier otro sonido o que la presencia visual
del rostro hum ano. A partir de la tercera sem ana, al m enos en el m e
dio fam iliar norm al, aparece el «falso grito de desam paro para llam ar
la atención» (Wolf): son gem idos que term inan en gritos, su estructura
física es m uy diferente de los cuatro gritos de base. Es la prim era em i
sión sonora intencional; dicho de otra form a, la prim era com unica
ción. A las cinco sem anas el bebé distingue la voz m aterna de las de
m ás voces, m ientras que no diferencia todavía el rostro m aterno de los
(3) Los problemas de la voz y de la audición apenas han interesado a los comenta
dores de Freud. Los editores de la Standard Edition no hacen ni siquiera figurar en sus
dría aportarle: 1 el Supcryó sádico arcaico em pieza a transform arse
en un Superyó regulador del pensam iento y de la conducta, con el
aprendizaje de la prim era articulación del lenguaje (asim ilación de re
alas que rigen el uso léxico, la gram atical y sintáctica); 2.° C on an te
rioridad, el Y o se constituye com o instancia relativam ente autónom a,
p or apoyo en la piel, con la adquisición de la segunda articulación
(fijación del flujo de la em isión vocal a los fonem as que son los que
form an la lengua m aterna) y con la adquisición, igualm ente, del esta
tuto de exterritorialidad del objeto. 3.° C on m ayor anterioridad, el Sí-
m ism o se form a com o una envoltura sonora en la experiencia del
baño de sonidos concom itante a la de la lactancia. Este baño de soni
dos prefigura el Y o-piel y su doble faz vuelta hacia adentro y hacia
afuera, porque la envoltura sonora está com puesta de sonidos em itidos
alternativam ente p o r el entorno y p o r el bebé. La com binación de es
tos sonidos produce, pues: a) un espacio-volum en com ún que perm ite
el intercam bio bilateral (m ientras que la lactancia y la elim inación
realizan una circulación de sentido único); b ) u n a prim era im agen (es
pacio-auditiva) del propio cuerpo, y c) un vínculo de realización fusio-
nal real con la m adre (sin el cual, la fusión im aginaria con ella no se
ría posteriorm ente posible).
La semiofonía
Los artilugios de la tecnología y la inventiva de !a m itología y de la
ciencia ficción m e van a p roporcionar las pruebas suplem entarias.
La idea de sum ergir a los niños que padecen trastornos del lenguaje
en un baño sonoro previo a toda reeducación se puso a prueba en
F rancia bajo el nom bre de sem iofonía (4). Se encierra al sujeto en una
cabina insonorizada y espaciosa, dotada de un m icro y de un casco de
escucha, verdadero «huevo fantasm ático» dentro del que puede re
plegarse y regresar narcisísticam ente. En una p rim era fase, puram ente
pasiva, juega librem ente (dibujos, rom pecabezas, etc.) escuchando d u
rante m edia hora m úsica filtrada, rica en arm ónicos agudos y luego,
durante otra m edia hora, una voz filtrada y pregrabada. Está así som e
tido a un baño sonoro reducido al ritm o, a la m elodía y a la inflexión.
índices los términos: voz, sonido y audición. Unicamente han retenido las referencias al
grito y a los parecidos de sonidos utilizados por los lapsus y los juegos de palabras. Que
da por emprender una investigación sobre lo sonoro en Freud.
(4) I. Beller, L a Sémioplionie (1973). El autor parte de la experiencia de Birch y
Lee (1955): estimulaciones auditivas binaurales de 60 decibelios durante sesenta segundo
en sujetos que sufren de afasia expresiva, a causa de una inhibición cortical permanente,
provocan una mejoría inmediata de su eficiencia verbal que dura cinco o diez minutos.
Igualmente está inspirada en el oído electrónico de Tomatis modificando esia con
cepción.
La segunda fase de la reeducación se refiere a la segunda articulación;
requiere del sujeto, después de la audición de la m úsica filtrada, la re
petición activa de significantes igualm ente pregrabados y pasados por
un filtro dulce que hace que la voz sea perfectam ente audible y dis
tinta, favoreciendo la escala de los arm ónicos agudos; al m ism o tiem
po que repite las palabras, ci sujeto se oye en los auriculares, descubre
su propia voz y realiza la experiencia del feed-back auditivo-fonatorio.
La fase siguiente, m ás banal, incluye la desaparición del baño m usi
cal previo, así com o de los sonidos filtrados y la repetición de frases
organizadas en form a de relato. Si el niño repite m al, si voluntaria
m ente introduce variantes caprichosas o groseras, no se le hace n in
guna puntualización ni am onestación. Igualm ente, puede continuar
dibujando, escuchando y hablando. P ara aprender u n código, ¿acaso
no hace falta prim ero jugar con él y tam bién ser libre de transgredirlo?
«Así, creyendo dialogar con el otro, el niño aprende m uy pronto a
dialogar con sí m ism o, con esta otra parte del Sí-m ism o que descono
cía y que precisam ente proyectaba sobre los dem ás alienando así toda
posibilidad de diálogo real» {ibid., p. 64).
El au to r se lim ita a una posición puram ente didáctica, evacuando
no solam ente la transferencia y la interpretación, sino tam bién los
puntos de referencia y la com prensión del papel de las carencias del
entorno en los déficit lingüísticos del niño. Com o m ucho, lo que bus
ca es el hacer funcionar u n a m áquina de curar. N o obstante, la in tu i
ción de la que parte es fecunda.
«En el prim er período de la reeducación llam ada pasiva, durante la
cual se filtran intensam ente los sonidos exteriores que pierden así su
significado, la vivencia del sujeto podría definirse com o u n sentim ien
to agradable de extrañeza... Esta em oción induce a un estado de ela
ción percibida en la persona m ism a, es decir, en la representación que
el sujeto tiene de sí m ism o» (ibid., p. 75). La extrañeza no es inquie
tante m ás que allí donde el entorno no «contiene» (en el sentido de
Bion) la vivencia psíquica del sujeto.
El espejo sonoro
Lo que del otro es oído cuando envuelve al Sí-m ism o en la arm o
nía (¿qué otra palabra m usical convendría aquí?) y luego, cuando
com o reto m o responde en eco a lo em itido y lo estim ula, introduce al
pequeño en el área de la ilusión. W innicott (1951) señaló el parloteo
entre los fenóm enos transicionales, pero poniéndolo en el m ism o p la
no que las dem ás conductas de este tipo. A h o ra bien, el bebé sólo
se autoestim ula para em itir, oyéndose, si el entorno le ha preparado
para ello por la calidad, la precocidad y el volum en del baño sonoro
en el que está sum ergido. A ntes que la m irada y la sonrisa de la m a
dre, que le nutre y le cuida, rem itan al niño u n a im agen de sí que le
sea visualm ente perceptible y que interiorice para reforzar su Sí-
m ism o y bosquejar su Yo, el baño m elódico (la voz de la m adre, sus
canciones, la m úsica que ella le hace escuchar) pone a su disposición
un p rim er espejo sonoro que utiliza prim ero con sus gritos (que la voz
m aterna tranquiliza com o respuesta) y luego con sus gorjeos y final
m ente con sus juegos de articulación fonem ática.
La m itología griega no deja de descubrir la unión del espejo visual
y del sonoro en la constitución del narcisism o. La leyenda de la ninfa
Eco no está ligada p o r casualidad a la de Narciso. H om bre joven, N a r
ciso suscita, en num erosas ninfas y jovencitas, pasiones a las que él
perm anece insensible. A su vez, la ninfa Eco se enam ora de él sin o b
tener nada a cam bio. D esesperada, se retira a la soledad donde pierde
el ap etito y adelgaza; de su persona evanescente pronto no queda m ás
que u n a voz gim iente que repite las últim as sílabas de las palabras que
se pronuncian. D u ran te este tiem po, las jóvenes despreciadas por N a r
ciso obtienen venganza de Ném esis. D espués de u n a cacería en un día
m uy caluroso, N arciso se inclina sobre u n a fuente para refrescarse y
percibe su im agen tan bella que se enam ora de ella. En sim etría con
Eco y su imagen sonora, N arciso se ap arta del m undo, no haciendo
m ás que inclinarse sobre su im agen visual y dejándose languidecer. In
cluso al paso del cortejo fúnebre sobre las aguas del Sys, seguirá in
tentando distinguir sus propios trazos... Esta leyenda m arca m uy bien
la precedencia del espejo sonoro sobre el espejo visual, así com o el ca
rácter prim ario fem enino de la voz y el vínculo entre la em isión sono
ra y la dem anda de am or. Pero proporciona, tam bién, los elem entos
de una com prensión patogénica: si el espejo —sonoro o visual— no
reenvía al sujeto m ás que su pro p ia im agen, es decir, su dem anda, su
desam paro (Eco) o la búsqueda de ideal (Narciso), el resultado es la
desunión pulsional que libera las pulsiones de m uerte y que Ies asegu
ra una prim acía económ ica sobre las pulsiones de vida.
A m enudo, ya se sabe, se reconoce a la m adre de un esquizofrénico
en el m alestar que su voz causa al profesional que ha venido a consul
tar: voz m onocorde (con mal ritm o), m etálica (sin m elodía), ronca
(con predom inio de los tonos graves, lo que favorece en que escucha
la confusión de sonidos y el sentim iento de su intrusión). Sem ejante
voz perturba la constitución del Sí-m ismo: el baño sonoro ya no es
envolvente, se hace desagradable (en térm inos de Y o-piel se llam aría
rugoso), es agujereado y agujereante. Esto sin prejuzgar la co n tin u a
ción que es, du ran te la adquisición de la prim era articulación del len
guaje, la interferencia de la m adre en el pensam iento lógico del niño
por la conm inación paradójica y p o r la descalificación de los en uncia
dos que el niño em ite sobre sí m ism o (cf. A nzieu D., 1975 b). Sola
m ente la conjunción grave de las perturbaciones fonem ática y sem án
tica produciría la esquizofrenia. Si las dos perturbaciones han sido
ligeras es que estam os ante personalidades narcisísticas. Si la prim era
ha tenido lugar sin la segunda, se consituye la predisposición a las
reacciones psicosom áticas. Si la segunda se ha producido sin la p rim e
ra, nos encontraríam os con un gran núm ero de trastornos de la adap
tación escolar, intelectual y social.
Los defectos del espejo sonoro patógeno son:
La envoltura de calor
Es significativa una observación bastante frecuente en relajación.
El relajado, que llega prim ero y se instala solo en la habitación, em
pieza el ejercicio. Siente el calor por todo su cuerpo con bastante ra p i
dez y de form a agradable. Llega el relajador a quien está esperando: la
sensación de calor desaparece inm ediatam ente. El interesado se lo
com unica al relajador que, por otra parte, es psicoanalista y busca, a
través de su diálogo, elucidar y descubrir la causa de esta desaparición:
en vano. El psicoterapeuta decide entonces perm anecer silencioso y
relajarse, dejando al paciente, según la descripción de W innicott
(1958), realizar la experiencia de encontrarse solo en presencia de al
guien que respeta su soledad, protegiéndola con su proxim idad. El re
lajado vuelve entonces progresivam ente a recobrar la sensación global
de calor.
¿Cóm o com prender esta observación? El paciente, solo en una ha
bitación fam iliar revalorizada, vive una experiencia de crecim iento y
ensanche del Si-m ism o, con una extensión de los lím ites del Yo cor
poral y las dim ensiones m ism as de la habitación. El bienestar de tener
un Y o-piel en expansión, p o r u n a parte, y, por otra, que le pertenece,
reaviva la im presión prim aria de u n a envoltura de calor. La entrada
del psicoterapeuta representa un quebrantam iento traum ático de esta
envoltura dem asiado grande y dem asiado frágil (la barrera del calor es
un para-excitación m ediocre). U n a vez que el calor ha desaparecido,
el paciente busca un nuevo apoyo sobre el cual podría funcionar su
Y o-piel en interacción con el psicoterapeuta. ¿Será la fantasía arcaica
de una piel com ún a los dos com pañeros? Pero el relajador habla en
lugar de tocar el cuerpo, y el relajado se resiste a sem ejante regresión.
R eencuentra la sensación englobante de calor cuando la angustia de
fraccionam iento se ha disipado y cuando su Yo corporal ha vuelto a
los lím ites m ás próxim os de los del propio cuerpo. La presencia dis
cretam ente protectora del relajador (análoga a la neutralidad silencio
sam ente acogedora del psicoanalista) deja libre al paciente para rea-
propiarse un Y o-piel identificándose con el terapeuta, seguro de su
propio Y o-piel. El paciente escapa al triple peligro de robar la piel del
otro, o de tener su piel robadai p o r el otro, o de ser revestido por el re
galo envenenado de la piel del otro que le im pediría acceder a una
piel independiente. La im presión de calor se extiende del Yo corporal
al Yo psíquico y envuelve al Sí-mismo.
La envoltura de calor (si perm anece evidentem ente tem plada) ates
tigua u n a seguridad narcisística y una carga pulsional de apego sufi
cientes para en tra r en una relación de intercam bio con el otro, a
condición de que se realice sobre la base del m utuo respeto de la singula
ridad y auto n o m ía de cada uno: el lenguaje corriente habla entonces
significativam ente de «contactos calurosos». Esta envoltura delim ita
un territorio pacífico, con unos puestos fronterizos que perm iten la
entrada y salida de viajeros verificando únicam ente que no tienen in
tenciones o arm as malévolas.
La envoltura fría
La sensación física de frío que experim enta el Y o corporal y que se
conjuga con la frialdad en el sentido m oral, opuesta por el Yo psíqui
co a las solicitaciones de contacto que em anan de los dem ás, persigue
la constitución o reconstitución de una envoltura protectora m ás h er
m ética, más cerrada sobre sí m ism a, m ás narcisísticam ente protectora,
un para-excitación que m antiene a los dem ás a distancia. El Y o-piel,
lo he dicho ya, consiste en dos capas, m ás o m enos separadas u n a de
otra, u n a vuelta hacia los estím ulos exógenos, la otra hacia las excita
ciones pulsionales internas. El destino no es el m ism o si la envoltura
fría concierne solam ente a la capa externa, o sólo a la capa interna, o
a las dos, lo que puede conducir a la catatonía.
M e lim itaré al caso del escritor. La prim era fase del trabajo psíqui
co cread o r es n o sólo u n a fase de regresión a u n a sensación
— em oción— im agen inconsciente llam ada a p roporcionar el tem a o el
tono director de la obra, sino u n a fase de «sobrecogim iento», m elafori-
zado p o r un sum ergim iento en el frío, p o r u n a ascensión invernal, por
u n a m archa agotadora sobre la nieve (cf. el cisne de M allarm é prisio
nero en la superficie helada de un lago), con acom pañam iento de esca
lofríos y recurso a la enferm edad física y a la fiebre para calentarse,
con la sensación m ortal por la pérdida de indicadores en la blancura
de una neblina escarchante, con el «enfriam iento» de las relaciones
am istosas y am orosas (1). La faz externa del Y o-piel se convierte en
una envoltura fría que, fijándolas, suspende las relaciones con la reali
dad exterior. La faz in terna del Y o-piel, así protegida y sobrecargada,
se encuentra disponible al m áxim o para «captar» a los representantes
pulsionales habitualm ente reprim idos, incluso aún no sim bolizados,
cuya elaboración será la originalidad de la obra.
La oposición de calor y frío es u n a de las distinciones de base que
el Y o-piel perm ite adquirir y que juega un papel im portante en la
adaptación a la realidad física, en las oscilaciones de acercam iento y
Observación de «Errónea»
Se trata de una m ujer para la que no he encontrado m ejor
seudónim o que el de «Errónea», p o r la frecuencia y la intensi
dad dram ática con las que, a lo largo de toda su infancia y a
m enudo aún en su edad adulta, se le afirm aba que lo que ella
sentía era erróneo. C uando era pequeña se la bañaba, no al
m ism o tiem po que a su herm ano pequeño, lo que hubiera sido
indecente, sino justam ente antes. T am bién, y para que el baño
estuviera a la tem peratura conveniente para el niño, se p repa
raba p ara «Errónea» un baño hirviendo en el que se la sum er
gía a la fuerza. Si ella se quejaba del excesivo calor, la tía que,
al trabajar los padres tenía a su cargo a los niños, la trataba de
m entirosa. Si gritaba, porque se encontraba m al, la m adre, a
quien se le avisaba, la acusaba de m elindre. C uando salía de la
bañera, roja com o un cangrejo, titubeante y a p u n to de desfa
llecer, el padre, que en el intervalo h abía venido com o refuer
zo, le reprochaba no tener vigor ni carácter. N o se la tom ó en
serio m ás que el día en que se hundió a causa de un síncope.
D ebió sufrir innum erables situaciones análogas suscitadas por
los celos de esta tía abusiva, p o r la indiferencia lejana de una
m adre acaparada p o r su profesión y p o r el sadism o cíel padre.
H e aquí u n rasgo que presenta un carácter de doble coacción
(double bind). A ella, a quien, de pequeña, su m adre y su tía le
habían som etido a los baños ardientes, de m ayor su padre se
los prohibió — los baños calientes son debilitantes para el cuer
po y p ara el carácter— y fue condenada a unas duchas frías que
tenía la obligación de tom ar, tanto en invierno com o en vera
no, en un sótano sin calefacción de la casa, donde la ducha h a
bía sido instalada deliberadam ente. El padre lo controlaba di
rectam ente, incluso cuando su hija se hizo púber.
«Errónea» revivió, innum erables veces durante sus sesiones
de psicoanálisis, la dificultad de com unicarm e sus pensam ien
tos y sus afectos p o r terror a que yo negara su veracidad. Brus
cam ente experim entaba una sensación de frío glacial sobre el
diván. A m enudo gem ía y estallaba im pulsivam ente en sollo
zos. M uchas veces llegó a experim entar, en la sesión, un esta
do interm ediario entre de alucinación y de despersonalización:
la realidad ya no era la realidad, su percepción de las cosas se
em brollaba, las tres dim ensiones del espacio vacilaban; ella
misma con tin u ab a existiendo pero separada de su cuerpo, al
exterior de él. Experiencia que com prendió p o r sí m isma,
cuando la hubo verbalizado detallada y suficientem ente, com o
la reviviscencia de su situación infantil en el cuarto de baño,
cuando su organism o estaba en el lím ite del desvanecim iento.
Creí que con «E rrónea» podía ahorrarm e la transferencia
paradójica: este fue mi tu rn o de ser erróneo. M uy pronto me
testim onia una transferencia positiva y pude, apoyándom e en
ella, dem ostrarle el sistem a paradójico en el que sus padres la
habían m etido y del cual ella no dejaba de hablarm e. Esta
alianza terapéutica positiva produjo efectos positivos en su vida
social y profesional y en su relación con sus niños. P ero p erm a
necía hipersensible y frágil: la m enor advertencia por parte de
un in terlo cu to r habitual, o de mí m ism o, la sum ergía en ese
desasosiego profundo en el que no estaba ya segura de sus pro
pias sensaciones, ideas y deseos, en el que los lím ites de su Yo
se difum inaban. B ruscam ente se inclinó hacia la transferencia
paradójica, localizando en adelante sus dificultades en la cura
conm igo, viviéndom e com o aquél por el que no lograba hacer
se entender y cuyas interpretaciones (que m e atribuía o cuyo su
sentido deform aba) perseguían la negación sistem ática de si
misma. Su cura no em pezó a progresar m ás que:
— cuando hube aceptado plenam ente ser el objeto de una
transferencia paradójica.
— cuando ella tuvo la prueba, a la vez, de que podía ablandar
m e em ocionalm ente pero de que yo perm anecía firm e en mis
convicciones.
Negando que de niña sintiera efectivam ente lo que sentía: «tu sen
sación de tener dem asiado calor, es falsa; eso es lo que dices, pero no
es verdad que lo sientas; los padres saben m ejor que los niños lo que
ellos sienten; ni tu cuerpo ni tu verdad te pertenecen» los padres no
se situaban en el terreno m oral del bien y del m al, sino en aquel lógi
co de la confusión de lo verdadero y de lo falso y su paradoja, obliga
ban al n iño a in vertir lo verdadero y lo falso. D e aquí los trastornos
consecutivos en la constitución de los lím ites del Yo y de la realidad,
y en la com unicación de su pu n to de vista a los dem ás. A sí se instaura
lo que A rnaud Lévy ha descrito, en una com unicación que perm ane
ce m edita, com o u n a subversión de la lógica, com o u n a perversión del
pensam iento, nueva forma de la patología perversa que viene a añadir
se a las perversiones sexuales y a la perversión m oral.
13. LA ENVOLTURA OLFATIVA
(1) Los psicofisiológicos han recogido cuatro tipos de señales olfativas: el deseo
amoroso, el miedo, la cólera, el olor a muerte de las personas que se saben condenadas.
No he tenido éxito en diferenciar estas cuatro señales en Getsemaní, bien porque el
mundo olfativo está fuertemente reprimido en mí, bien porque la comunicación fusional
global entre Getsemaní y su madrina no permitían a mi paciente diferenciarlas. Es posi
ble que la intuición y la empatia del psicoanalista reposen en una base olfativa difícil de
estudiar.
m e ensuciaba. Pero com o era «involuntario», por una parte le ah o rra
ba un esfuerzo de pensam iento y, por otra, sentim ientos dem asiado vi
vos de culpabilidad.
En la evolución ulterior de esta cura la transpiración m al
oliente se atenuó. Sólo reapareció en circunstancias difíciles
que pude, entonces, in terpretar com o repeticiones de algunos
traum atism os antigüos, cuyo recuerdo pudo recuperar a costa
de un considerable esfuerzo de atención, m em oria y juicio.
E fectivam ente, tuvo que aprender a utilizar los procesos psíq u i
cos secundarios de los que le dispensaba, hasta entonces, la ac
tividad de descarga autom ática de las pulsiones y que eran ya
posible gracias a la estructuración progresiva de su Y o-piel,
com o contenedor psíquico m ás flexible y m ás sólido. Igualm en
te, debió soportar los sentim ientos de culpabilidad y odio m or
tífero, prim ero p o r su m adre y luego por su padre, a costa de
u n a angustia intensa que hizo irrupción en form a de dolores
cardíacos. Así, poco a poco venció la escisión entre el Yo psí
quico y el Yo corporal que había paralizado el proceso psicoa-
nalítico al principio de su tratam iento.
F reud y Bion publicaron algunas observaciones bastante reducidas
de pacientes que atacaban la continuidad de su propia piel, ap retándo
se los granos o extirpando las espinillas: m anifestaciones, según ellos,
de un com plejo de castración arcaico que am enazaba la integridad de
la piel, en general, y no específicam ente la de los órganos genitales.
La envoltura olfativa de G etsem aní, llena de agujeros, es diferente. En
prim er lugar presenta un defecto fundam ental del continente. En se
gundo, sirve para reforzar el com plejo de castración, com o tendrá oca
sión de poner en evidencia la continuación de la cura.
El trabajo de elaboración de su Y o-piel olfativo, en el que
G etsem aní y yo participam os activam ente, dura varias sem a
nas. H a vuelto a estar m uy presente en las sesiones. G etsem aní
transpira m enos frecuentem ente y m enos fuerte. C uando esto
está a p u n to de sucederle o le ha sucedido, lo anuncia y ju n to s
buscam os la em oción que ha intervenido.
Observación de AJíce
Alice es la prim era hija de una m adre joven, inm adura y
torpe, que estim ula la vitalidad del bebé a tontas y a locas,
pero que, du ran te los tres prim eros m eses llega a ejercer p ro
gresivam ente la función de p rim era piel continente, de ello se
deriva una dism inución, en su hija, de los estados de no-
integración y de su cortejo de tem blores, estornudos y m ovi
m ientos desordenados. AI final del p rim er trim estre, la m adre
se traslada a u n a casa que no está term inada. R eacciona con un
desfallecim iento de su capacidad de m antenim iento (holding) y
con un retraim ien to en su relación con el bebé. O bliga a A iicia
a un dom inio m uscular p rem aturo (beber p o r sí m ism a en una
taza protegida p o r una tapadera, brincar en un corralito) y a
una pseudoindependencia (la m adre reprim e duram ente los llo
ros y gritos nocturnos). Vuelve a su p rim era actitud de hi-
perestim ulación, anim ando y adm irando la hiperactividad y
agresividad de Alicia, llam ándola «boxeador» p o r su hábito de
atacar con puñetazos el rostro de la gente. En lugar de en co n
trar en su m adre una verdadera piel continente, A licia en c u en
tra en su p ro p ia m usculatura un continente sustitutivo.
Observación de M ary
M ary es u n a pequeña esquizofrénica cuyo análisis, en curso
desde la edad de tres años y m edio, revela u n a intolerancia gra
ve a la separación, vinculada a las perturbaciones de su historia
infantil: nacim iento difícil, pereza al m am ar el pecho, eczem as,
a los cu atro meses, con rascados que le hacían sangrar, aferra
m iento extrem o a la m adre, espera del alim ento m al soportado,
retraso generalizado del desarrollo. Llega encorvada a las sesio
nes, las articulaciones rígidas, con el aspecto grotesco de «un
saco de patatas» com o lo pudo verbalizar después. Este saco
corría el peligro constante de perder sus contenidos: identifica
ción proyectiva a un objeto m aterno que no lograba perm itirle
contener las partes de sí m ism a, y representación de su propia
piel com o continuam ente perforada. M ary accedió a u n a relati
va independencia y a la capacidad de m antenerse derecha sa
cando el m ayor partido posible de su segunda piel m uscular,
más sólida y m ás flexible a la vez, gracias al tratam iento.
A propósito de un paciente neurótico adulto, Bick describe dos re
presentaciones alternantes y com plem entarias de la segunda piei m us
cular. El analizante se describe tan pronto en un estado de «hipopóta
m o» (es la segunda piel vista desde el exterior: es agresivo, tiránico,
cáustico y egocéntrico), com o en estado de «saco de patatas» (se trata
de los frutos cuya piel es fina y frágil que, corrientem ente, sim bolizan
el pecho; este saco representa el interior del Sí-m ism o tal y com o lo
protege y oculta la segunda piel; ésta contiene las partes psíquicas da
ñadas, secuelas de un período arcaico de trastornos de la nutrición: en
este estado, el paciente está susceptible, inquieto, reclam a atención y
elogios, tem e catástrofes y hundim ientos).
Estas observaciones dem asiado densas y a veces elípticas, reclam an
que añada algunas puntualizaciones adicionales:
1. La segunda piel m uscular está superdesarrollada anorm alm en
te, ya que viene a com pensar una grave insuficiencia del Yo-
piel y a o b tu rar las fallas, fisuras y agujeros de la prim era piel
continente. P ero todo el m undo tiene necesidad de una segun
da piel m uscular, com o para-excitación activo que refuerza el
para-excitación pasivo integrado p o r la capa externa de un Yo-
piel norm alm ente constituido. El papel de los deportes y de la
ropa tiene a m enudo el m ism o sentido. H ay pacientes que se
protegen de la regresión psicoanalítica y de la desnudez de las
partes dañadas y/o mal em palm adas entre ellas del Sí-mismo,
precediendo o continuando su sesión de psicoanálisis con una
sesión de cu ltu ra física, o conservando su abrigo, e incluso en
volviéndose con una m anta, cuando se tum ban en el diván.
2. La carga pulsional específica del aparato m uscular, yy por ello
de la segunda piel, le proporciona la agresividad (m ientras que
el Y o-piel táctil prim ario va cargado por la pulsión de apego, o
de agarram iento, o de autoconservación): atacar es un m edio
eficaz de defenderse; es adelantarse, preservarse m anteniendo el
peligro a distancia.
3. La anorm alidad psíquica, propia de la segunda piel m uscular,
se debe a la confusión entre la envoltura para-excitación y la
envoltura superficie de inscripción: de aquí los trastornos entre
com unicación y pensam iento. L a explicación me parece que es
la siguiente. Si las incitaciones que se reciben de una m adre h i
pertónica y/o del entorno prim ario han sido dem asiado inten
sas, incoherentes y bruscas, el aparato psíquico prefiere prote
gerse cuantitativam ente antes que filtrarlos cualitativam ente. Si
estas incitaciones exógenas han sido dem asiado débiles porque
provenían de una m adre deprim ida y replegada sobre ella m is
m a, no hay casi nada que filtrar y la búsqueda de incitaciones
endógenas llega a ser una condición previa. En los dos casos la
segunda piel es útil, ya sea para reforzar la protección externa
o la activación interna.
(I) Este relato apareció en la revista americana Galaxy. Agradezco a Roland Gori
el habérmela hecho conocer. Cf. R. Gori y M. Thaon (1975).
d o r Bentley se encuentra aprisionado en una esfera que no deja pasar
ni el oxígeno ni la luz. Ciego, se debate m edio afixiado. En vano su
plica al im placable profesor Shiggert, con quien se m antiene en co m u
nicación constante por radio, a través de un m icrófono en el oído (m a
terialización del Superyó acústico del que habla Freud), para que le li
bre del Protect. La voz insiste para que realice su m isión en interés de
la ciencia, sin m odificación del protocolo experim ental: ni pensarlo,
dice la voz, «no hay que confiarse (...) con un equipo de mil m illones
encim a». C om o ú ltim o esfuerzo (y por las necesidades de un happy
end), Bentley llega a aserrar las correas que lo atan al Protect y a des
hacerse de él. Puede aceptar la am istad de los Telenes, com prendiendo
que lo que ellos querían no era el hom bre sino la m áquina-dem onio
que form aba un cuerpo con él pero que no era verdaderam ente él, és
tos lo reconocen al ver en él un prim er gesto de hum anidad: liberado
del P rotect, Bentley se ap arta voluntariam ente para no aplastar a un
anim alito.
Este tem a de la falsa piel fue tratado ya en un relato de Sheckley,
H u n tin g problem (U n problem a de caza) (1935). Los extraterrestres se
van de caza y ju ran volver con una piel de T erreno para su jefe. Loca
lizan un asteroide, se apoderan de él, lo despellejan y vuelven triu n
fantes a su p u n to de partida. Pero la víctim a está sana y salva porque
solam ente han cogido su escafandra. V olviendo al M odéle experim en
tal, se pueden recoger los siguientes tem as subyacentes, significativos
de los pacientes dotados de esta falsa piel suslilutiva de un Y o-piel
desfalleciente: u na fantasía de invulnerabilidad, un com portam iento
autom ático de hom bre-m áquina; un aspecto m itad hum ano m itad an i
m al; el retraim iento protector dentro de un cascarón herm ético; la
desconfianza ante lo que los dem ás proponen com o bueno* pero que
corre el peligro de ser m alo; la escisión entre el Y o corporal y el Yo
psíquico; un baño de palabras que no crea una envoltura sonora de
com prensión, sino que se reduce a la voz repetitiva de un Superyó que
im p lan ta sus conm inaciones dentro del oído; la debilidad, en cualidad
y cantidad, de las com unicaciones em itidas; la dificultad que los de
m ás tienen para en tra r en contacto con dichos sujetos.
Observación de Gerardo
G erardo es un trabajador social de unos treinta años. El m o
m ento crucial de su psicoanálisis conm igo es el de un sueño de
angustia en el que,, llevado por un torrente, llega justam ente a
agarrarse al arco de un puente. Justam ente allí, y con razón, se
lam entaba tan to de mi silencio en el que le dejaba chapotear,
com o de m is interpretaciones dem asiado vagas, dem asiado ge
nerales para ayudarle. G erardo m ism o relaciona el torrente del
sueño con el pecho generoso, desbordante y excesivo de su m a-
dre a lo largo de su lactancia. Y o la com pleto recordándole
que, al haber crecido, y al no ser ya alim entado al pecho por
esta m adre que le había dado dem asiado, en cu an to a los d e
seos de la boca (le sum ergía en el placer oral y en el desencade
n am ien to de la avidez que ella sobreestim ulaba en él), no le
daba bastante en cuanto a las necesidades de la piel; le hablaba
de u n a form a vaga, general (lo m ism o que se repetía en la rela
ción transferencia-coníratransferencia); siem pre le com praba
ropa dem asiado grande p o r m iedo a que no fuera utilizada sufi
cientem ente. Así, ni el Y o corporal ni el Yo psíquico fueron
contenidos en su ju sta m edida. G erardo recordó, poco después,
que en su adolescencia em pezó a com prarse pantalones de talla
m uy pequeña: para equilibrar la talla dem asiado grande de la
ropa (de la piel continente, pues) que su m adre le p roporciona
ba. El padre, buen técnico pero taciturno, le había enseñado el
dom inio de los seres inanim ados, pero no la form a en que los
seres anim ados se com unican: en la p rim era p arte de su an á li
sis, m e transfirió esta im agen de un padre dotado de una técn i
ca sólida pero m udo, hasta el sueño del to rren te en el que la
transferencia basculó hacia el registro m aterno. C uanto m ás ex
ploraba este registro en las sesiones, era m ás fuerte la necesidad
de desarrollar actividades físicas intensas fuera de las m ism as,
para cultiv ar su respiración (am enazada p o r u n a m am ada de
m asiado ávida) y para ap retar su cin tu ra m uscular (en lugar de
estar apretad o p or los trajes dem asiado estrechos). Llegó a e n
trenarse, tum bado de espaldas, en levantar pesas cada vez m ás
pesadas. Perm anecí m ucho tiem po preguntándom e qué quería
decirm e sobre su posición de tum bado sobre m i diván, encon
trándom e en un aprieto, cada vez m ayor, a causa de mi escaso
gusto p or ese tipo de hazañas físicas. G erardo term inó expre
sando la relación con el recuerdo angustioso m ás antiguo que
le quedaba de su infancia y del que ya m e h abía hablado, de
u n a form a m uy vaga y general, para que hubiéram os podido
encontrarle algún sentido. E chado sobre su cam a pequeña em
pleaba un tiem po interm inable para dorm irse ya que veía sobre
el aparador, frente a él, una m anzana que quería que se le diera
pero sin decir que la quería. Su m adre no se m ovía y no com
prendía n ada de sus lloros que dejaba que persistieran hasta
que cayera dorm ido de cansancio. Es este un bello ejem plo en
el que la prohibición del tocar perm anece dem asiado confusa y
la función continente de la m adre dem asiado im precisa para
que el psiquism o del niño, asegurado en su Y o-piel, renuncie
fácil y eficazm ente a la com unicación táctil p o r el intercam bio
verbal, soporte de una com prensión m utua. E ntrenarse con las
pesas significaba fortificar y hacer crecer sus brazos para poder
coger la m anzana por sí m ismo: éste era el escenario incons
ciente subyacente a este desarrollo (localizado en una parte del
cuerpo) de la segunda piel m uscular.
A certada o equivocadam ente, no creí que fuera bueno inter
p retar el aferram iento al arco de su sueño. Yo no quería que
una sobrecarga interpretativa transform ase mi palabra en to
rrente, ni que G erardo fuera privado prem aturam ente del sos
tén del arco que me transfería. Es posible que esta discreción
p o r mi parte, le haya alentado tácitam ente para reforzar su se
gunda piel m uscular. Es siem pre la angustia de no poder afe
rrarse al objeto de apego (o incluso al pecho-piel-continente)
la que se m anifiesta tanto m ás fuertem ente en tanto que la pu l
sión libidinal esté, por contraste, intensam ente satisfecha en la
relación de objeto al pecho-boca. M e pareció que mi trabajo
interpretativo, continuo e im portante sobre los dem ás puntos,
debía ser suficiente para restablecer en G erardo la capacidad de
introyectar un pecho-piel-continente. En la m edida que se p u e
den ju zg ar los resultados de un análisis, su efecto parece que se
alcanzó, m ás tarde, p o r u n a m utación espontánea del Yo an á
loga a la descrita anteriorm ente en Sebastiana (cf. pp. 146-147).
16. LA ENVOLTURA DE SUFRIMIENTO
(2) Cf. la investigación de Odile Bourguignon sobre las familias que tienen varios
hijos muertos. Morí des enfants et struclures fam iliales (1984).
dos son dolorosos, penosos de d ar y recibir. U na vez cada dos días
__cada día en ciertos m om entos y en los servicios más adiestrados— ,
el herido es sum ergido desnudo en un baño fuertem ente esterilizado
con lejía, donde se procede a la desinfección de la llaga. Este baño
provoca un estado de choc, sobre todo si se hace con anestesia parcial
que puede ser necesaria. Los m édicos arrancan los colgajos deteriora
dos de la piel con la finalidad de perm itir que se regenere com pleta
m ente, reproduciendo inconscientem ente el ciclo del m ito griego de
M arsias. Cada vez que entran en las salas de cuidados dem asiado ca
lientes deben, incluso si salen por unos m inutos, desvestirse, cam biar
se y volverse a vestir con ropas estériles debajo de las cuales están casi
desnudos. La regresión del enferm o a la desnudez sin defensas del re
cién nacido, la exposición a las agresiones del m undo exterior y a la
violencia eventual de los m ayores es difícil de soportar, no solam ente
p ara los quem ados, sino tam bién para el equipo m édico en el que un
m ecanism o de defensa consiste en erotizar, con sus palabras, las rela
ciones que tienen entre ellos, otro m ecanism o es el rechazo a identifi
carse a los enferm os privados de casi toda posibilidad de placer.
La quem adura realiza el equivalente de la situación experim ental,
en la que se suspenden o se alteran algunas funciones de la piel y d o n
de es posible observar las repercusiones correspondientes a algunas
funciones psíquicas. El Y o-piel, privado de su apoyo corporal, presen
ta entonces algunos fallos que, sin em bargo, es posible rem ediar en
parte p or m edios psíquicos.
U n a de mis estudiantes de doctorado de tercer ciclo, Em m anuelle
M outin, logró que se la adm itiera durante cierto tiem po com o psicólo
go clínico en un servicio de este tipo. ¿Qué es lo que un psicólogo
puede hacer, se le objetaba, en un lugar de cuidados únicam ente físi
cos? Mi alu m n a era objeto de u n a desvalorización sistem ática por p ar
te del personal m édico y de las enferm eras, que cristalizaba en una
agresividad latente hacia los enferm os y que reaccionaba persecutiva-
m ente ante el hecho de ver el funcionam iento del servicio observado
por un extraño. P or el contrario, E m m anuelle se beneficiaba de una
libertad total en cuanto a los contactos psicológicos con los heridos.
Pudo tener entrevistas continuas, largas y eventualm ente repetidas con
algunos grandes quem ados, ayudando así a los agonizantes. La p ro h i
bición significada se refería a los contactos con el personal de cuidados
a quien no era necesario «perturbar» en sus actividades: los cuidados
«psíquicos» debían desaparecer ante la prioridad de los cuidados físi
cos. Prohibición difícil de respetar, porque las tensiones dram áticas
que afectaban a los enferm os y que ponían en peligro la buena m archa
del tratam ien to nacían siem pre, durante estos cuidados físicos, de la
relación psicológica inapropiada del m édico o de la enferm era con el
enferm o.
H e aquí u n a prim era observación que agradezco a Em m anuelie
M outin p or haberla puesto a mi disposición:
Observación de Armando
O bservación de P au ü ta
«Asistía al baño de una adolescente poco dañada pero m uy
sensible. El baño, que era doloroso, se desarrollaba en un am
biente tranquilizador. Eram os tres, la enferm a, la enferm era y
yo m ism a. La actitud de la enferm era, enérgica pero tran q u ili
zadora y afectuosa, debiera haber facilitado norm alm ente los
cuidados. Yo intervenía poco, cuidando de no m olestarla en su
trabajo y confiando en esta enferm era a quien yo estim aba es
pecialm ente. N o obstante, P aulita reaccionaba m al am plifican
do su dolor con gran nerviosism o. R epentinam ente me gritó
casi agresivam ente: “ ¡no ves que me duele! ¡Di cualquier cosa,
te lo suplico, habla, habla!” . C onozco ya por experiencia la re
lación entre un baño de palabras y la desaparición del dolor.
Im poniendo silencio a la enferm era con un gesto discreto, me
preocupé de que la jovencita hablara de sí m ism a, conducién
dola hacia lo que la podía reconfortar: su fam ilia, su entorno,
abreviando, sus apoyos afectivos. Este esfuerzo un poco tardío
sólo tuvo u n éxito parcial pero, p o r lo m enos, perm itió que el
baño se desarrollara sin problem as y casi sin dolor.»
U n servicio de quem ados graves sólo puede funcionar, psicológica
m ente, si se instauran m ecanism os de defensa colectivos contra la fan
tasía de la piel desollada que la situación evoca inevitablem ente en
cada uno. Efectivam ente, el m argen entre arrancar los colgajos de piel
m uerta por su bien y desollarle vivo p o r p u ra crueldad es frágil. La
sobrecarga pulsional sexualizada de las relaciones entre los sanitarios
in ten ta que el personal m antenga la distinción entre fantasía y reali
d ad ; u n a realidad peligrosa porque se acerca m ucho a la fantasía. En
cuanto a los enferm os, es la escucha de su historia personal y de sus
problem as, es un diálogo vivo entre ellos lo que puede garantizar la
distancia entre la fantasía de un deshollam iento inflingido con inten
ción cruel y la representación del arrancam iento terapéutico de la piel.
La fantasía que quiere hacerles sufrir sobrecarga su dolor físico, im
p o rtante ya, de un sufrim iento psíquico, el resultado de la adición es
tanto m ás insoportable cuanto que la función de continente psíquico
de los afectos no puede ya apoyarse en la función continente de una
piel intacta. Sin em bargo, la piel de palabras que se teje entre el heri
do y un in terlocutor com prensivo, puede restablecer sim bólicam ente
una piel psíquica continente, a p ta p ara hacer m ás tolerable el dolor de
una herida de la piel real.
DeS cuerpo sufriente aS cuerpo de sufrimiento
Observación de Fanchon
R esum o la larga observación de este caso publicada por M ichelin
Enríquez:
El sueño y su película
En el prim er sentido del térm ino, u n a película es una fina m em
brana que protege y envuelve algunas partes de los organism os vegeta
les o anim ales y, p o r extensión, la palabra designa una capa, siem pre
fina, de una m ateria sólida en la superficie de un líquido o sobre la
cara exterior de otro sólido. En un segundo sentido, la película utiliza
da en fotografía es una hoja fina que sirve de soporte a la capa sensi
ble que se va a im presionar. En estos dos sentidos es el sueño una pe
lícula. El sueño constituye un para-exciíación que envuelve al psiquis-
m o del d urm iente y le protege de la actividad latente de los restos
diurnos (los deseos insatisfechos de la víspera, fusionados con los de
seos insatisfechos de la infancia) y de la excitación, lo que Jean G ui-
llaum in (1979) ha llam ado los «restos nocturnos» (sensaciones lum i
nosas, sonoras, térm icas, táctiles, cenestésicas, necesidades orgánicas,
etcétera, activas durante el sueño). Este para-excitación es una m em
bran a fina que sitúa en el m ism o plano los estím ulos externos y las
crecidas pulsionales internas, dism inuyendo sus diferencias (esto no es,
pues, u na interfaz ap ta para separar, com o lo hace el Y o-piel, el aden
tro del afuera); es u n a m em brana frágil, fácil de rom perse y de disipar
se (por ello, el sueño de angustia), una m em brana efím era (sólo dura
lo que dura el sueño, incluso si se supusiese que la presencia de esta
m em brana tranquiliza suficientem ente al durm iente para que, h abién
dola introyectado inconscientem ente, se repliegue en ella, regrese al
estado del narcisism o prim ario en donde la beatitud, la reducción a
cero de las tensiones y la m uerte se confunden y se sum erge en un
profundo sueño sin soñar) (cf. G reen A., 1984).
P o r otra parte, el sueño es u n a película im presionable que graba
las im ágenes m entales generalm ente visuales, eventualm ente subtitu
ladas o parlantes, a veces en im ágenes fijas com o en la fotografía, más
a m enudo de acuerdo con un desarrollo anim ado com o en las pelícu
las o, esta com paración m ás m oderna es m ejor, com o en un video
clip. Es u n a función del Y o-piel la que es activada, la función de su
perficie sensible y de grabación de huellas y de inscripciones. Si no, el
Yo-piel, al m enos la im agen del cuerpo desrealizada y achatada, p ro
porciona la p an talla del sueño sobre cuyo fondo em ergen las represen
taciones que sim bolizan o personifican las fuerzas y las instancias psí
quicas en conflicto. La película puede ser m ala, la bobina puede atas
carse o ilum inarse y el sueño desaparece. Si todo está bien, al desper
tar se puede revelar el film, visionario, rehacer el m ontaje e, incluso,
proyectarlo bajo la forma de un relato que se hace a los dem ás.
Para que el sueño tenga lugar, se presupone que un Y o-piel se
haya constituido (los bebés y los psicóticos no sueñan en el sentido es
tricto del térm ino; no han adquirido una distinción segura entre la vís
pera y el sueño, entre la percepción de la realidad y la alucinación).
R ecíprocam ente, el sueño tiene, entre otras, la función de in ten tar re
p arar el Y o-piel, no sólo porque éste peligra de deshacerse durante el
sueño, sino y sobre todo, porque ha sido m ás o m enos cribado de p er
foraciones producidas por las efracciones que ha sufrido la víspera.
Esta función vital del sueño de reconstrucción cotidiana de la envoltu
ra psíquica, explica, creo, p o r qué todo el m undo o casi todo el m u n
d o .su eñ a todas las noches o casi todas. N ecesariam ente ignprada por
la prim era teoría freudiana del aparato psíquico, está im plícita en la
segunda teoría: voy a in ten tar dem ostrarlo.
Los sueños de Z enobia le tejen una piel psíquica que reem plaza su
para-excitación desfalleciente. H a em pezado a reconstituir su Y o-piel
a p artir del m om ento en que he interpretado su persecución sonora,
poniendo el acento sobre la confusión entre los ruidos del adentro y el
ruido que produce en su cabeza su rabia interior, escindida, fragm en
tada y proyectada. Su relato hace desfilar delante de m í sus sueños sin
detenerse an te ninguno, sin darm e ni el tiem po ni los elem entos de
u n a posible interpretación. Es com o sobrevolarlos. M ás exactam ente,
tengo la im presión de que sus sueños la sobrevuelan y la envuelven
con una cu n a de imágenes. La envoltura de sufrim iento deja paso a
una película de sueños, m ediante la cual su Y o-piel tom a m ucha
m ayor consistencia. Su aparato psíquico puede incluso sim bolizar esta
actividad renaciente de sim bolización p o r la m etáfora de la bola, que
condensa algunas representaciones: la de u n a envoltura psíquica en
vías de term inación y unificación; la de cabeza, es decir, tom ando u n a
expresión de Bion, de un aparato p ara pensar sus propios pensam ien
tos; la del pecho m aterno om nipotente y perdido, en el interior del
cual ella ha continuado viviendo hasta ahora regresiva y fantasm ática-
m ente; la de los órganos m asculinos de la fecundación cuya falta sufre
al haber sido desalojada de su sitio de objeto privilegiado del am or
m aterno p o r el nacim iento de u n herm ano. Así se entrecruzan las dos
dim ensiones narcisística y objetal de su psicopatología, prefiguración
de las interpretaciones cruzadas que tendría que darle durante las se
m anas siguientes y que alternarían con la tom a en consideración de su
fantasm ática sexual, pregenital y edípica, con la de las fallas y sobre
cargas (sobre todo en form a de seducción) de su envoltura narcisística.
Efectivam ente, la adquisición por el sujeto de su identidad sexual d e
pende de dos condiciones. U na, necesaria, es que tenga para contener
la u n a piel p ara él, en el interior de la cual se sienta precisam ente su-
■ to La otra suficiente, es que haga, en relación con fantasías perver
sas polim orfas y edípicas, la experiencia, en esta piel, de las zonas eró-
genas y de los placeres que se pueden experim entar.
A lgunas sesiones más tarde aparece, por fin, un sueño sobre
el que nos es posible trabajar: «Sale de su casa, la calzada está
hundida. Se ven los cim ientos del inm ueble. Su herm ano llega
con toda su familia. Ella está acostada sobre un colchón. Todo
el m undo la m ira con calm a. Ella se siente crispada, tiene de
seos de chillar. Está som etida a una prueba horrible: debe hacer
el am or con su herm ano delante de los dem ás.» Se despierta
agotada.
Sus asociaciones la llevan a volver sobre un sueño reciente
de bestialidad que la había perturbado m ucho y a evocar el ca
rácter asqueroso de la sexualidad que h a vivido, durante su in
fancia y en las prim eras relaciones sexuales en la adolescencia,
com o u n a pru eb a indignante. «Los jugueteos de mis padres
eran com o los de los anim ales... (una pausa). P ara colm o, tem o
que toda la confianza que yo tengo en usted sea puesta en
duda.»
Yo: «Sería la calzada hundida, los cim ientos am enazados.
U sted espera de m í que yo la ayude a contener el exceso de ex
citaciones sexuales que existen en usted desde su infancia, de
las que su psicoanálisis le da una conciencia cada vez m ás
viva.» La palabra sexualidad es así pronunciada por prim era
vez en su cura, y por m í m ismo.
E lla precisa que du ran te toda su infancia y adolescencia ha
vivido en un estado desagradable de excitación perm anente y
confusa del que no se llegaba a deshacer.
Yo: «E ra la excitación sexual, pero usted no podía identifi
carla com o sexual porque nadie de su entorno se lo había ex
plicado. T am poco sabe usted localizar en qué partes de su
cuerpo siente usted esta excitación porque no tiene usted una
representación suficientem ente segura de su anatom ía fem enina
p ara poderlo hacer.» Se m archa m ás serena.
En la siguiente sesión vuelve sobre este m aterial, abundante
en sueños, con el que m e inunda: se le ha escapado p o r todas
partes y tem e que vaya a desbordar mi capacidad para co n tro
larlo.
Yo: «U sted m e pone en la m ism a situación de ser desborda
do p o r los sueños, de la m ism a form a que usted m ism a lo está
p o r la excitación sexual.»
Z enobia p u d o form ular su petición, refrenada después del
p rincipio de la sesión: ¿Q ué es lo que yo pienso de sus sueños?
M e declaro de acuerdo en responder, aquí y ahora, sobre
sus sueños, ya que su entorno no había respondido en otro
tiem po a las preguntas que ella se hacía sobre la sexualidad, y
ya que desde entonces siente la necesidad incom prensible de
interrogar a los dem ás sobre lo que ella siente y sobre lo que
piensan que ella m ism a siente. P ero preciso que no tengo n in
gún ju icio que hacer ni sobre sus sueños, ni sobre sus actos. Yo
no tengo que decidir, p o r ejem plo, si el incesto o la bestialidad
están bien o mal. A continuación le com unico dos in terp reta
ciones. La prim era pretende diferenciar el objeto de apego del
de seducción. Con el perro, que se pega a ella en el sueño más
antiguo, ella realiza la experiencia de un objeto con el que se
com unica a un nivel vital prim itivo y esencial, p o r el co n
tacto táctil, la suavidad del pelo, el calor del cuerpo y la caricia
del lam eteo. Estas sensaciones de bienestar por las que se deja
envolver, le perm iten sentirse suficientem ente a gusto para sen
tir u n deseo propiam ente sexual y fem enino, pero inquietante,
de ser penetrada. C on su herm ano, en el últim o sueño, la se
xualidad es bestial en otro sentido, porque él es brutal, ella le
ha odiado desde su nacim iento, él podría vengarse poseyéndo
la, lo que significaría realizar con él un incesto m onstruoso,
anim al. Es el am ante tem ido con quien, de pequeña, im aginó
que podría tener su iniciación sexual.
E n segundo lugar, subrayo la interferencia, em barazosa para
ella, entre la necesidad sexual corporal, cuya realización p er
m anece en ella aún incom pleta, y la necesidad psíquica de ser
com prendida. Se abandona al deseo sexual brutal del hom bre
com o víctim a que piensa que esto es necesario p ara obtener, al
precio del placer físico que ella le proporciona, la satisfacción
de sus necesidades del Yo, tan hipotética com o insaciable (hago
alusión a dos tipos de experiencias que se han sucedido en la
historia de su vida sexual). De aquí la seducción que pone por
delante en sus relaciones con los hom bres y en el juego en el
que se aprisiona ella m isma; le recuerdo que los prim eros m e
ses de su psicoanálisis conm igo se habían dedicado a re-jugar y
des-jugar este juego.
(2) Vuelvo a utilizar aquí las descripciones de Francés Tustin (1972, 1981) y de Do-
nald Meltzer y col. (1975), tal y como han sido resumidas y completadas por Claudine y
Pierre Geissmann, L ’enfant et sa psychose (1984).
ción del autista p or los m ovim ientos circulares o p o r los torbellinos
que se producen en el m undo exterior y sus propios m ovim ientos gira
torios estererotipados, evocan el peligro de engullirse dentro de estos
agujeros negros y el de un intento desesperado de contenerse (D. H ou-
zel, 1985 b).
D. M arcelli caracteriza la «posición autística» p o r u n pensam iento
de contigüidad no sim bólica (m etoním ica), por el objeto parcial situa
do en un p lano bidim ensional, por una relación autística de objeto (en
los casos patológicos) y narcisística (en los casos norm ales), por el
apoyo del Yo en la piel y en los órganos sensoriales próxim os (tacto,
olfato, gusto). Los m ecanism os de defensa son dos:
— identificación adhesiva: D. M arcelli describe u n a nueva forma:
«tom ar la m ano del aldulto para servirse de ella com o de una
prolongación de su propio m iem bro superior», es decir, incluir
al otro en un Yo sin lím ites; « tom ar la m ano del adulto o p e
garse a él cuerpo a cuerpo (...) quiere decir utilizar el sentido
del tacto en u n a relación de contigüidad donde no existen lím i
tes»; el m ism o proceso se vuelve a en contrar con el olfato y el
gusto (los sentidos próxim os); los sentidos distales son u tiliza
dos, p o r otra parte, anulando cualquier distancia entre el Y o y
el no-Yo: el autista «oye» la m úsica de la frase y reproduce,
exagerándola, su m elopea; lo m ism o que se aferra al objeto con
la m irada;
— el desm antelam iento: im pide la constitución de la intersenso-
rialidad y de la piel com o continuum que une los órganos de
los sentidos: «desm antelan su Yo en capacidades perceptivas
separadas» (M eltzer), reducen el objeto tipo «sentido com ún» a
una «m ultiplicidad de acontecim ientos unisensoriales, en los
cuales anim ado e inanim ado se hacen indiscernibles».
El autista rechaza la com unicación por la m irada y la palabra, p o r
que rechaza la separación del cuerpo de la m adre, el lím ite: si no, vie
nen el pánico y la violencia. El niño norm al, por el contrario, utiliza
el «pointing» (Vigotski): tiende la m ano para coger el objeto deseado;
la m ano perm anece en el aire si el objeto está dem asiado lejano, este
gesto adquiere un valor sem iótico para el entorno, y, com o co n trap ar
tida, el n iño lo utiliza para com unicarse (cf. «la ilusión anticipatoria»
según D iatkine).
El Y o-piel es u n a envoltura que em ite y recibe señales en interac
ción con el entorno, «vibra» en resonancia; está anim ada e in terio r
m ente viva, clara y lum inosa. El autista — sin duda de u n .m o d o gené
ticam ente preprogram ado— tiene noción de dicha envoltura, que sin
em bargo perm anece vacía, negra, inanim ada, m uda, a falta de expe
riencias concretas que la actualicen. Las envolturas autísticas propor-
rio n an así al negarlas, u n a verificación de la estructura y de las fun
ciones del Y o-piel.
De la piel al pensamiento
En esta obra he expuesto cóm o las cualidades sensibles se organi
zan en un espacio interno, el del Sí-m ism o, delim itado por una in ter
faz con los objetos exteriores que constituyen el Yo (y, luego, por
otras interfaces: entre Yo psíquico y Yo corporal, entre Yo y Superyo,
entre los diversos objetos internos, etc.) A su vez, la diferenciación to
pográfica del espacio psíquico incluye transform aciones de las cu alid a
des sensibles en elem entos de fantasías, sím bolos, pensam ientos. Sólo
he podido dejar entrever lo que inicia estas transform aciones: estudiar
las en detalle requeriría de otro libro. Diversos autores, por otra parte,
han propuesto teorías que se refieren a las etapas de estas transform a
ciones: W innicott, H anna Segal (1957) con la «ecuación sim bólica»,
Bion con los ocho niveles de su «parrilla» hasta el pensam iento abs
tracto form alizado, etc. P or mi parte, pienso dem ostrar algún día
cóm o cada una de las nueve funciones del Y o-piel proporciona uno de
los m arcos o uno de los procesos del pensam iento.
Para terminar
Si la palabra del otro es o p o rtu n a, viva y verdadera, perm ite al des
tinatario reconstruir su envoltura psíquica continente, y lo perm ite, en
la m edida en que las palabras oídas tejan una piel sim bólica que sea
un equivalente en los planos fonológico y sem ántico de los ecotactilis-
mos originarios entre el pequeño y su entorno m aterno y, familiar.
Esto funciona así en la am istad, en la cura psicoanalítica y en la lectu
ra literaria. La escritura puede ser, igualm ente, u n a palabra de sí m is
m o y sólo para sí m ismo, que cum pla desde la adolescencia esta m is
m a función reconstituyente, después de u n a viva em oción, una tensión
en las relaciones con el entorno, una crisis interior. Esto sucede no
sólo con m uchos escritores (aun cuando esta necesidad de restablecer
un Y o-piel provisionalm ente desfalleciente sea a m enudo desconocida
por el interesado y quede escondida bajo m otivos m ás banales: gozar,
protegerse de la m uerte, rivalizar con la fecundidad fem enina, etc.),
sino más aún contra la m ayoría de los que escriben (sin intención esté
tica y sin preocupación p o r un público). M icheline Enriquez (1984)
ha descrito, con la expresión de «escritura representativa», una activi
dad en la que el paciente asegura su presencia ante el m undo y ante sí
m ism o (es decir, m antiene su Y o en la posición que he calificado de
interfaz), anotando palabra p o r palabra en el papel el m arco espacio-
tem poral donde se encuentra, sus percepciones actuales, los gestos m a
teriales que acaba de realizar. T al es el caso de su paciente Fanchon
(cuya observación ha sido relatada m ás arriba, p. 225). F anchon co
m enta así el episodio que ha constituido una etapa im portante de su
curación: «Es com o si esta escritura m e hubiera perm itido la recupera
ción de una piel» (ibid., p. 249). Tal es tam bién el caso de D oris Les-
sing que, en el Carnet d ’or (1962), señala su recurso al carnet azul
para luchar contra la depresión (3):
«M e encuentro en un punto en el que la form a y la expre
sión desaparecen; entonces ya no soy nada, mi inteligencia se
desvanece, m e encuentro cada vez más aterrorizada... (...).» «Es
entonces cuando decido em plear el carnet azul únicam ente
para an o tar los hechos. C ada tarde me sentaba en mi taburete,
con m úsica, y consignaba mi jo rn ad a com o si yo, A na, fijara a
A n a en la página...»
«C ada día m odelaba a A na, decía yo: hoy m e he levantado
a las siete. He preparado el desayuno de Juanita, la he enviado
a la escuela, etc., y he tenido la im presión de haber salvado el
día del caos...»
Esta auto-observación de una m ujer escritora pone en evidencia el
tronco com ún, a p artir del cual se diferencia la escritura del intelec
tu al (ensayista, crítico, etc.) de la del creador de una obra de ficción.
En P our un portrail psychanalytique de l ’inlellecluel (A nzieu D.,
1984), la piel es la superficie del cerebro proyectada a to m ar contacto
con las cosas, según un proceso recíproco en el que la cosas (lo visto,
lo escuchado, lo tocado, lo sentido y lo gustado) son transform adas di
rectam ente en ideas que a su vez filtran la percepción de las cosas.
L a palabra oral, e incluso escrita, tiene poder de piel. M is pacien
tes m e han convencido de ello. El frecuentar algunas grandes obras li
terarias me lo han confirm ado. Fue al principio una intuición perso
nal que tardé en convertir en idea. Si he escrito esta obra es tam bién
p ara defender p o r la escritura m i Yo-piel. C on este acto de reconoci
m iento puedo considerar term inada la presente obra.
(3) Trad. fr. Albin Michel, 1976, p. 427. Citada y comentada por M. Ennquez
(1984, p. 208).
Tabla de observaciones