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GRACIA – Parte 3 (Adaptado de Félix Ortiz)

ÚNICAMENTE PODEMOS VIVIR POR GRACIA


Todos nuestros méritos carecen de valor, de ningún valor para podernos presentar ante Dios y merecer su
aprobación. El profeta Isaías ya lo afirmó en el capítulo 64:6 cuando dijo: “Todos nosotros somos como un
hombre impuro; todas nuestras buenas obras como un trapo sucio; todos hemos caído como hojas
marchitas”.
Piensa por un momento en lo mejor que puedas presentar delante de Dios, aquello de lo que más orgulloso y
satisfecho te sientas. Pues bien, a sus ojos es pura basura. Carece de valor, no puede conseguirte su amor
y aceptación.
En Gálatas 3:3 el apóstol Pablo denuncia a los cristianos de Galacia porque tras comenzar por la fe y la
gracia habían caído en el error de querer continuar por medio de las obras, ¡como si aquello les hubiera
servido de algo ante el Señor! Querían continuar la vida cristiana acumulando méritos para poderse presentar
ante la presencia del Señor. Pablo les advierte de forma tajante que hacer eso significa, ni más ni menos, que
caer de la gracia.

Dejenmme que diga algo que seguramente puede sorprender. A los ojos del Señor el gran predicador Billy
Graham no es más digno de presentarse ante la presencia del Señor que cualquiera de nosotros. Tanto él, con
todos sus logros humanos, como nosotros, con toda nuestra miseria, única y exclusivamente podemos
presentarnos y mantenernos ante la presencia del Señor por su pura y bendita gracia. Ningún, repito, ningún
mérito humano nos franquea el acceso ante el Padre; es por pura y simple gracia.

El escritor británico Storms, citado por Jerry Bridges en su libro “La gracia transformadora” dice lo siguiente
con respecto a la gracia:

La gracia deja de ser gracia si Dios se ve obligado a conferirla ante la presencia del MERECIMIENTO
humano… la gracia deja de ser gracia si Dios está obligado a retirarla ante la presencia del
desmerecimiento humano… la gracia es tratar a una persona sin la más leve referencia a sus méritos,
sino únicamente de acuerdo con la infinita bondad y soberano propósito de Dios.

Si Dios ha de amarte por tus méritos, entonces ya no es gracia, son obras. Si Dios deja de amarte y
aceptarte debido a tu ausencia de méritos, entonces ya no estamos hablando de gracia, nuevamente estamos
hablando de obras. Storms lo ha definido con gran claridad: ES TRATAR A ALGUIEN CON AMOR Y
ACEPTACIÓN SIN LA MÁS MÍNIMA REFERENCIA A SUS MÉRITOS O AUSENCIA DE LOS
MISMOS.
Recordemos el ejemplo que anteriormente poníamos acerca de la distancia entre la costa atlántica de España
y Brasil. La distancia entre lo que Dios exige y lo que el mejor de nosotros puede dar es tan grande que sólo
la gracia puede hacer que seamos aceptados por el Señor.

Pensemos por un momento en la conocida parábola del Hijo Pródigo. El hijo que decidió permanecer en la
casa, obedeciendo y haciendo la voluntad del padre no fue más amado que aquel que tomó la decisión de
marcharse y vivir en abierta rebelión y desobediencia hacia su padre. El final de la parábola nos muestra que
estoy en lo cierto. El muchacho que marchó no fue menos amado por ello, aunque es cierto que no
experimentó el amor que el padre continuaba teniendo hacia él. Pero el punto en esta parábola no es lo que
el hijo experimentó sino la actitud permanente e incondicional del padre de seguir amando y aceptando a
pesar de todo.

¿Qué reacción ha provocado en vuestras mentes lo dicho en estos últimos párrafos? ¿Incomodidad con
un concepto que parece ir contra nuestra lógica evangélica? ¿Rebeldía porque consideramos injusto el que
Dios pueda amar igual al que obra que al que no obra?

Tal vez nuestro legalismo nos lleva a querer ser más justos y santos que el mismo Dios. Tal vez Él ha
decidido amar y aceptar incondicionalmente en base a su gracia a todos sus hijos y nosotros consideramos
que es injusto ese comportamiento. El legalista, quien trabajosa y esforzadamente se labra su camino para
acceder a la presencia de Dios y ganar su amor, no puede aceptar que Dios otorgue el mismo de forma
incondicional a aquel que carece de méritos, considera que ese tratamiento es injusto.

Valoramos enormemente el ser aceptados y amados no por lo que somos o podemos acumular en cuanto a
méritos, sino única y exclusivamente por la gracia del Señor. ¡Qué sería de nosotros sin su gracia!

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