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El Uruguay Feliz, ¿realidad o utopía?

Raúl Jacob
* Texto publicado en “Vida y cultura en el Rio de la Plata”, Tomo 1. Universidad de la República, 1986.

La imagen que existe a nivel mundial de los años veinte, es de una época pletórica En
parte tiene su explicación porque el mundo salía de una guerra, porque Europa se estaba re-
construyendo, y en particular porque el hombre aplicaba su creatividad en los más diversos
campos. Además fueron los años de la difusión masiva del automóvil, la radio, el cine: de los
grandes vuelos transatlánticos; fue una época que se asocia en general a la idea de progreso.
Intentaremos ver qué sucedió aquí: Uruguay, 35 grados de latitud sur. El panorama no
es muy alentador. La década comienza con una gran crisis: en 1920 caen las exportaciones –
los los guarismos más altos habían sido del 18 y el 19–; entra en dificultades una de las insti-
tuciones bancarias importantes, el Banco Italiano, que debe cesar sus pagos. Pero por otro
lado fue el año en que el ganado despachado en la tablada de Montevideo, y la lana, obtuvie-
ron los mejores precios, precios que no igualarían en el resto de la década del veinte.
En 1921 descienden los precios de la lana y del ganado, se desvaloriza la moneda,
cunde la desocupación, aumenta el costo de vida. En 1922 siguen las contingencias económi-
cas. En 1923 comienza la recuperación de las exportaciones. Hacia fines de 1924 se puede
decir que la crisis está resuelta, o por lo menos en vías de solucionarse.
Pasemos al final de la década. Año 1929, octubre, caída de la bolsa de Nueva York,
gran crisis, considerada hasta hace pocos años como la más grande del capitalismo. ¿Qué
pasaba aquí? Aquí nos habíamos anticipado, teníamos nuestra propia crisis. Ya en los meses
de marzo y abril había comenzado a desvalorizarse la moneda. 1929 cerró, según informó la
Oficina Nacional de Trabajo, con una disminución de 6.000 jornadas completas de trabajo.
Entonces si uno se pone a hacer cuentas, quedarían como años no críticos. 1925, 26,
27 y 28. ¿Fueron prósperos, o se vivía un espejismo? En parte se vivía una situación irreal
porque se acudió al endeudamiento externo, se volcó dinero que permitió mantener la mone-
da sobrevalorada, que se empleó en la construcción de obras públicas que dinamizaron el
mercado laboral, tanto por la absorción de mano de obra como por el trabajo que insumieron
al demandar productos industrializados.
La primera visión que podemos tener de toda esta década es que podrán haber sido
años locos pero que no necesariamente fue un Uruguay feliz. Pasemos a uno de los índices
más importantes para cualquier país, que es su comercio exterior. Uruguay venía sufriendo en
el concierto de los países latinoamericanos, pero en particular en los diez países de América
del Sur, un descaecimiento de su papel en el comercio exterior. En 1910 estaba en cuarto lu-
gar, en 1926 estaba en sexto lugar, y para una idea más actual, en 1983, según datos del BID,
estuvo en octavo lugar. Lo siguen últimos Bolivia y Paraguay.
Balanza comercial, punto importante porque permite avizorar las posibilidades de pa-
go y de consumo de un país. Según las estimaciones del Banco República, la década del vein-
te, entre 1920-29, cerró con un déficit en la balanza comercial de trece millones de pesos.
Cifra que importa porque fueron los con temporáneos los que elaboraron la imagen del país
“feliz”. Estadísticas más modernas, las de Henry Finch por ejemplo, estiman un superávit de
un millón y medio de pesos. Si lo comparamos con las exportaciones del año 30, que totaliza-
ron cien millones de pesos, en toda la década se habría producido un superávit del 1,5 de las
exportaciones de ese año, lo cual equivalía al capital de una industria más bien grande, cifra
insignificante para diez años de comercio exterior de un país.
También importa la balanza de pagos, es decir la diferencia existente entre lo que el
país recibe por concepto de empréstitos, radicación de inversiones extranjeras, turismo, y por
ganancias del capital nacional invertido en el exterior; con lo que el país remite para el pago
de dividendos y amortizaciones de empresas extranjeras, pago de intereses y amortizaciones
de la deuda externa, por el turismo al exterior, y también por las remesas que hacen los inmi-
grantes a sus países de origen. Se calcula que a fines de la década del veinte la balanza de
pagos era deficitaria en cincuenta millones de pesos, o sea la mitad de las exportaciones del
año 1930. En resumidas cuentas y para no seguir con cifras: lo que el país producía, lo que el
país comercializaba, lo que al país le quedaba de vender, no cubría sus necesidades, tanto las
de su consumo como las del capital que absorbía. Esta es una segunda cosa a subrayar.
Se visualiza una expansión en las importaciones, lo cual no es de sorprender habida
cuenta de que había crecido la población. Pero hay un hecho mucho más importante y es que
a partir de 1916, nuestro principal proveedor va a ser Estados Unidos que sustituyó al Reino
Unido que había sido en todo el siglo XIX el principal abastecedor del Uruguay. Esto no es
un hecho aislado, se inscribe en un contexto más amplio caracterizado por el expansionismo
estadounidense, donde hay algunos hitos salientes como el año 1915 en que se instala la pri-
mera sucursal de un banco norteamericano en Uruguay, el hoy Citibank, en que se concreta el
primer empréstito con Nueva York, que pasa a sustituir a Londres como plaza financiera. La
década del veinte es un período en que se expanden las inversiones en empresas en Uruguay.
A principios de siglo prácticamente no había empresas norteamericanas en el país. Según un
informe del Ministerio de Hacienda, a fines del año 31 el 14% del capital invertido en socie-
dades anónimas era de origen norteamericano, y el 39% de la deuda externa uruguaya era con
Estados Unidos, (había sido cero en 1914).
Por otro lado cambia la estructura de las importaciones. Hacia fines de la década, el
40% de las importaciones van a ser combustibles y automóviles, lo cual también da una idea
de los cambios y la revolución tecnológica producida, en que se sustituye a nivel industrial la
hulla por el fuel oil, en que el automóvil se difunde. Uruguay a fines de los años veinte era
considerado de acuerdo a su Población como el tercer país de América Latina en número de
automóviles,–lo precedían nada menos que Estados Unidos y después Cuba– y en números
absolutos, en cantidad de autos, en América del Sur ocupaba el tercer lugar –primero venían
Argentina y Brasil.
A nivel de las exportaciones se produce también una expansión en volumen, lo cual
tampoco es de extrañar por el mismo motivo que se expanden las importaciones, es decir,
porque aumenta la población. Pero hay un hecho muy importante y es la caída de los precios
de las exportaciones. Los mejores precios obtenidos por las exportaciones uruguayas desde el
comienzo de la primera guerra mundial, fueron los años 18, 19 y 20. Después, en toda la
década del veinte no se van a obtener esos buenos precios. En 1932 César Charlone, –el que
sería futuro Ministro de Hacienda de Terra, luego de Pacheco– había calculado que en la
década del veinte, en los diez años de la década, a una disminución promedial del 10% en el
precio de las exportaciones había correspondido un aumento del 22% en el precio de las im-
portaciones, por lo cual el país había perdido en diez años, por el deterioro en los términos de
intercambio, cien millones de pesos. Es decir que las exportaciones, simbólicamente, del año
30, se habían perdido por los bajos precios obtenidos por los productos exportables urugua-
yos en comparación a lo que cobraban los países industrializados. ¿Qué era lo que exportaba
Uruguay, cuál era la piedra angular de su comercio exterior? El 84% de las exportaciones del
año 29 fueron de productos proporcionados por la ganadería; 33% correspondió a los diver-
sos rubros carnes, en conserva, tasajo y refrigeradas; 30% lanas; aproximadamente 12% cue-
ros. Es decir que la ganadería seguía siendo la base del sistema productivo uruguayo. Hablar
de la ganadería en este período nos obliga a ir un poquito atrás, a referirnos al triunfo del fri-
gorífico como sistema industrializador cárnico, en sustitución de la tradicional forma de ex-
portación desde el siglo XVII: el tasajo. Auge que en Uruguay se da en un reducido número
de años (en 1905 se exporta la primera partida de carne congelada con destino al mercado de
Londres; en 1913 su exportación supera a la del tasajo). El predominio del frigorífico como
sistema industrializador se da paralelo a la irrupción del capital norteamericano en el Cono
Sur, en pos del dominio de la industria de la carne, las razones fueron variadas. Por un lado
las apetencias del mercado inglés, en constante crecimiento, beneficiado por una política li-
brecambista. En segundo lugar el hecho de que Estados Unidos, tradicional proveedor de la
plaza británica, había llegado al límite de su producción y debió atender a su mercado inter-
no, en constante crecimiento por la afluencia masiva de inmigrantes. Por otra parte, es por
estos años que las empresas radicadas en Chicago se vinculan con el sistema financiero nor-
teamericano, y existen capitales para ser exportados.
El Cono Sur –Argentina, Uruguay y Río Grande del Sur– estaban a mucho menor dis-
tancia que los dominios británicos productores de carne, tenían las condiciones ecológicas
necesarias para la reproducción de ganado y también mano de obra barata. El primer país
donde Estados Unidos irrumpe es Argentina, donde ya había instalados frigoríficos británi-
cos. Comienza una guerra por el mercado en que el gran capital permitió a los frigoríficos
norteamericanos comprar a mayor precio el ganado, volcarlo en el mercado de Londres, satu-
rarlo y bajar el precio para el consumidor inglés. Los frigoríficos británicos y argentinos tu-
vieron que pagar más por el ganado y recibir menos en el mercado de consumo.
Los frigoríficos norteamericanos tenían una tecnología más sofisticado que permitía el
aprovechamiento integral de la res, lograron en esta guerra hacer sentar en la mesa de nego-
ciaciones a los británicos y también a los frigoríficas nacionales argentinos, y establecer un
pool que se llamó Conferencia de Fletes, que se repartió las bodegas de los buques frigorífi-
cos –imprescindibles para el transporte al mercado de consumo británico–, que en sí signi-
ficó, por un lado, el reparto del mercado británico y por el otro el monopolio de compra al
productor ganadero rioplatense. ¿Por qué el reparto de fletes? La carne refrigerada perdía sus
cualidades luego de cuarenta días. El transporte en esa época en buques frigoríficos hasta el
Reino Unido se hacía en treinta días. 0 sea que quedaba un plazo de diez días en que la carne
debía ser comercializada, y si no lo era, tenía que ser sometida al congelado que a su vez
agregaba un costo adicional al valor de la carne enfriada. Para cualquier frigorífico lo vital
era precisamente contar con los fletes necesarios, con las bodegas necesarias. Acuerdos se
hicieron tres: en 1911, 1914, 1927. En todos ellos los frigoríficos norteamericanos aumenta-
ron su participación en el tonelaje, en las bodegas asignadas a la producción de sus plantas en
el Río de la Plata.
Paralelamente a esta guerra se produjo la extranjerización de esta industria en Uru-
guay. El primer frigorífico fue de capitales nacionales. En 1911 fue puesto en venta, hubo una
puja entre una empresa angloargentina la Sansinena y el Swift –ganando la primera–. El go-
bierno de Batlle y Ordóñez tenía un proyecto para un frigorífico nacional con capitales mix-
tos –incluso mandó un enviado a buscar capitales británicos, los que participarían minorita-
riamente en la empresa.
Ese mismo año el gobierno aprobó una ley de protección a la industria frigorífica, que
los más suspicaces dijeron que tenía un nombre: Compañía Swift. Fue ese año precisamente
que se instaló la compañía Swift, primer frigorífico norteamericano, que erigió en el Cerro, su
planta “Montevideo”. El gobierno desistió de la idea del proyectado Frigorífico Nacional, y
éste fue un error inconmensurable porque hubiese existido la posibilidad, en plena guerra
interfrigorífica entre los intereses británicos y norteamericanos, de que el Nacional consiguie-
se mercados alternativos al británico. Cuando va a nacer, en 1928, va a nacer tardíamente. Va
a arrendar la planta de La Frigorífica Uruguaya (Sansinena). Se le va a dar una pequeña cuota
de exportación al mercado británico, y no va a poder cumplir con la finalidad para la que fue
fundado. Su nacimiento es una especie de larga agonía que se extiende por cincuenta años
hasta el 78, en que el gobierno militar lo suprime. A la planta primera del Swift, le sucede en
el 17 la instalación del Armour, y en el 24 una empresa británica compra la Liebig, trans-
formándola en el frigorífico Anglo. Hacia 1924, pues, la industria frigorífica uruguaya se
compone de cuatro establecimientos, todos extranjeros.
Para la ganadería, el frigorífico fue un verdadero desafío que impulsó un segundo ci-
clo modernizador. El primero había sido en el siglo XIX, y su trípode había estado asentado
en el ovino, el alambramiento y la refinación de ganado. El frigorífico va a requerir al pro-
ductor rural un ganado superior. El vacuno debió ser mejorado en calidad apresuradamente,
sobre todo a partir de la gran demanda a raíz de la primera guerra mundial. El lanar, cuya raza
fundamental había sido productora de lana, (merino), debió adaptarse a una nueva demanda
que fue de carnes y lanas, por lo que se adoptan razas como Lincoln, Romney Marsh, que
son productoras de lana y carne a la vez. Se debió intensificar el alambramiento; intentar
acortar el ciclo de producción del ganado, de preparación; mejorar su calidad y para ello
cambiar la alimentación de pradera natural a pradera artificial
Es necesario hacer un balance de cómo la ganadería se adaptó a los requerimientos del
moderno frigorífico. Para mejorar la calidad genética vacuna había dos sistemas que eran el
cruzamiento y el mestizaje. El cruzamiento consistía en que a una vaca criolla se le tiraba un
toro puro, de pedigree; después, a la mestiza el toro de pedigree, hasta tener un tipo racial
puro por cruza. Esta era una empresa riesgosa, costosa. Pero había un camino más sencillo
que era a una vaca criolla tirarle un toro mestizo. Era el sistema más económico. Se obtenía
un ganado de inferior calidad pero se mejoraba en algo las carnes. Este fue el seguido por el
grueso de los productores rurales uruguayos, optaron por el mestizaje y no por el cruzamien-
to.
El alambramiento era necesario para intensificar la producción ganadera, y en 1913
para prevenir la difusión de enfermedades se dictó una ley por la cual los predios linderos
tenían que instalar alambradas de siete hilos –norma que se supone que como toda ley es
obligatoria. En 1928, sólo un 30% de los establecimientos habían cumplido con este requisi-
to. La pradera artificial era imprescindible para disminuir el tiempo de preparación del gana-
do, para mejorar su calidad, pero fueron excepcionales los ganaderos que optaron por hacer
pradera artificial.
Un somero balance muestra que en 1908 el stock vacuno del Uruguay era de ocho mi-
llones de cabezas y de veintiséis de ovinos. En 1930, ya a comienzos de la nueva década, era
de siete millones de vacunos –un millón menos– y de veinte millones de ovinos –seis millo-
nes menos Como había crecido la población, en 1908 había ocho vacunos por habitante, en
1930 cuatro. Se puede decir que se había llegado a lo que sería por décadas la frontera en el
stock animal del país. Desde este punto de vista el Uruguay era menos rico.
Se había adelantado en el mejoramiento genético vacuno: hacia 1930 se había cumpli-
do la erradicación del ganado criollo (la herencia de Hernandarias) por el sistema de mestiza-
je. En el lanar se dio el cambio racial. La alimentación siguió siendo problema; prácticamente
la base de toda la crisis estructural de la ganadería uruguaya encuentra sus raíces en la década
del veinte. El talón de Aquiles al día de hoy es el de la alimentación, incluso se calcula que
sólo hay entre un 7% y un 10% de praderas artificiales.
¿Qué decían de todo esto los ganaderos? Ellos se sintieron víctimas de los frigoríficos.
Los frigoríficos alzaron artificialmente las cotizaciones cuando existió una gran demanda
internacional pero cuando la misma cayó a principios de la década del veinte, también des-
cendieron los precios. Además los frigoríficos, en combinación con el ferrocarril, tenían di-
versas maneras de manipular los precios, y los ganaderos sufrieron la voracidad del capital
extranjero, tanto que incluso algunos como Irureta Goyena, se permitieron pujos de naciona-
lismo económico, fugaces, hasta con ciertos destellos de antimperialismo, y es a instancias de
los ganaderos, y por su lucha, que en definitiva se impulsó nuevamente la idea de un frigorí-
fico nacional, hasta su triunfo en 1928. Los ganaderos decían que a ellos no les convenía in-
vertir porque los frigoríficas pagaban lo mismo por el ganado mejorado que por el ganado no
mejorado.
¿Qué decían los frigoríficos? Los frigoríficos afirmaban que los ganaderos uruguayos,
al revés que los argentinos, no producían un ganado de calidad. Mientras que en Argentina
los novillos se preparaban en dos años, en Uruguay se preparaban en cuatro. Mientras que en
Argentina el 90% del ganado tipo frigorífico era aprovechable industrialmente, en Uruguay el
60%. El secreto estaba en que en Argentina se lo criaba con alfalfa, y en Uruguay con pradera
natural. También explicaban los frigoríficos por qué pagaban malos precios, o pagaban me-
nos que el ganado argentino; se quejaban de la legislación obrera; de la no participación en el
abasto de Montevideo al que el batllismo les puso trabas; de que dado el sistema de crianza
de ganado utilizado por el productor uruguayo, la oferta era estacional.
El frigorífico podía trabajar en la época de engorde del ganado, en las estaciones de
primavera, verano y otoño, el resto del año tenía que disminuir al mínimo su actividad. Esto
repercutió en el papel del Uruguay en el comercio internacional. En primer lugar las carnes
uruguayas eran pagadas por los frigoríficos extranjeros menos que las similares argentinas.
Por otra parte, Uruguay fue fundamentalmente exportador de carnes congeladas y no enfria-
das, que eran las que se pagaban menos en el mercado internacional. ¿Quién tenía la culpa?
El productor se quejaba del frigorífico, el frigorífico del sistema de producción, y quizás la
explicación está en que para el productor uruguayo era más rentable arrendar más campo o
comprar más campo, seguir la tradicional ecuación una vaca/una hectárea, y obtener un me-
nor costo de producción, a invertir en mejorar la calidad de su ganado, en hacer praderas arti-
ficiales que al revés que en Argentina, donde se tiraba alfalfa en la pampa y crecía, acá había
que fertilizarla por la calidad de la tierra. Lo importante es que la ganadería en este proceso
de modernización, fue liberando –al igual que lo había hecho en el siglo XIX– mano de obra.
Esto sucedió paralelo al aumento del costo de producción. Durante la primera guerra mundial
los ganaderos se vincularon con el sistema bancario, requirieron dinero por la gran cantidad
de circulante necesaria para movilizar los negocios; fue rentable transportar el ganado por
ferrocarril, se sustituyó el sistema de arreo; crecieron los costos de producción; aumentaron
los arrendamientos. Durante la crisis de los primeros años de la década del veinte, se encon-
traron los ganaderos con baja de precios y aumento del costo de producción, a lo que se sumó
en el año 23 la aprobación del salario mínimo rural. La consecuencia fue que la ganadería
liberó mano de obra, como había acontecido en el siglo XIX. La población rural fue a los
centros urbanos, a los ejidos de los centros urbanos, muchas veces como paso intermedio de
un camino más largo que era llegar a Montevideo. La población de Montevideo se duplicó
entre 1908 y 1930; la del país en general pasó de un millón –en números redondos– de habi-
tantes, a un millón setecientos mil en 1929, crecimiento de un 60%; y la población económi-
camente activa, los que podían y necesitaban trabajar, entre 1909 y 1929 creció en un cuarto
de millón.
¿Cuáles eran los caminos para esta población que además había recibido en la década
del veinte el aporte de 120 mil nuevos inmigrantes? La ganadería como posibilidad laboral,
no lo era. Al contrario, se estaba racionalizando y ocupando menos mano de obra. Podía ser
la agricultura. La agricultura había pasado de 800.000 hectáreas en 1908, a 1.100.000 en el
año 29, con un crecimiento del 37% en extensión, que no correspondía al de la población que
fue del 60%. Pero la agricultura había disminuido sus posibilidades en la década del veinte
como fuente laboral. En 1917-18, ocupaba 116.000 personas; en la década del veinte tuvo un
mínimo de 84.000 y un máximo de 108.000. Por supuesto que quedaba un amplio camino por
delante, había un millón y pico de hectáreas cultivadas en 1929; por esa época se calculaba
que la superficie aprovechable del país era de tres millones, se podía triplicar. Pero impulsar
la agricultura requería medidas de tipo político: hacer una reforma agraria, obligar a los ga-
naderos a cultivar la tierra. A pesar de que el batllismo tuvo un programa agrario, fue uno de
sus aspectos más inefectivos, más frustráneo. Quedaba por último el camino del Estado: am-
pliar el papel del Estado, cosa que se hace. Y también quedaba la industria. La industria tenía
varios factores positivos para desarrollarse. En primer lugar el crecimiento de Montevideo; el
hecho de que Uruguay era ya en 1908 definible como un país urbano–, con pautas urbanas de
consumo; la existencia de una legislación proteccionista que se podría hacer arrancar con
Artigas, que se dice que tuvo marcado sentido fiscal hasta I875 y a partir de ahí fue incremen-
tando el grado de proteccionismo, lo cual es discutible pero no es éste el lugar y el momento
de hacerlo; la existencia de un empresariado que hundía sus raíces en el siglo XIX –apellidos
como los Mailhos, los Strauch, los Anselmi, son de industriales del siglo XIX–; la existencia
de la voluntad política de industrializar al país, aunque tener voluntad no quiere decir poder
efectivizarla; (fue Batlle y Ordóñez en la convención del año 25 que dijo que de suprimirse
los impuestos protectores a la industria, Uruguay se convertiría en una despoblada estancia);
y por último el estatismo, la ampliación del papel económico del Estado, que creó una de-
manda de bienes al ser proporcionados por la industria. Pero también tenía serios factores
negativos para desarrollarse.
El mercado interno era extremadamente pequeño, dado el avance tecnológico del
mundo. La población tenía un poder adquisitivo en general bajo. En 1927, en un informe so-
bre el salario real, la Oficina Nacional de Trabajo informó que el 33% de los obreros asala-
riados percibían un salario que estaba por debajo del costo de su existencia individual, y el
65% de los obreros con sus ingresos no podían fundar un hogar. También las dificultades de
canalizar hacia la industria los excedentes de capital. Las pautas inversionistas de la sociedad
uruguaya eran extremadamente conservadoras: antes que invertir en los sectores productivos,
se prefería colocar el dinero en la actividad financiera, donde daba un interés constante; en
construir casas de renta; en comprar campo; en adquirir diversos títulos, desde los de deuda
externa que se comercializaban en el país, hasta títulos hipotecarios. Las propias característi-
cas del sistema bancario, que tampoco apuntalaba la producción sino que era un sistema ban-
cario que fundamentalmente se había originado en las necesidades de financiar el comercio
de importación, y que luego se había dedicado a los negocios inmobiliarios. Y la falta de un
plan oficial a pesar de la existencia de una legislación proteccionista, quizás la única excep-
ción fue en este período la fundación en 1912 del Instituto de Química Industrial, fabricante
de insumos para el sector fabril, y posteriormente en el año 1931 la fundación de ANCAP.
El proteccionismo en la década del veinte fue considerado por algunos como bastante
elevado. Sin embargo recibió quejas de casi todos los sectores. De los partidos de izquierda
porque encarecía el costo de vida y porque al amparo de la legislación proteccionista, como
había sucedido con la industria frigorífica, se radicaban empresas extranjeras. De los impor-
tadores, porque su modus vivendi era la introducción de mercadería del exterior. De los gana-
deros porque los impuestos al consumo al aumentar el costo de vida encarecían el costo de
producción, restando competitividad a las exportaciones uruguayas. Y de los industriales que
se quejaban porque se tenían que quejar para obtener más prebendas; se quejaban de que la
legislación convenía más al fisco, de que era casuística, de que no había una ley anti dumping
en un momento en el que los países de Europa se habían reconstruido y largaban su produc-
ción a recuperar sus mercados, de que no existía una política de combustibles, de que no hab-
ía apoyo crediticio, etcétera.
De todos modos, como balance, el censo industrial de 1930 consignó 7160 estableci-
mientos de los cuales el 59% fueron fundados en la década del veinte, o sea que fue una
década importante, pero hay que hacer una salvedad. De estas 7160 empresas, 178 concentra-
ban el 60% del capital, y después, el 70% de las empresas empleaban menos de tres obreros.
0 sea que la pirámide del desarrollo fabril del país era una amplia base de microempresas, y
una pequeña cúspide de grandes empresas donde había triunfado la tecnología y la moderna
fábrica. Como fuente ocupacional era importante. Se calculaba entre 74.000 y 94.000 el
número de asalariados entre obreros y empleados. Pero había sido insuficiente para proveer
todas las plazas laborales que requería el país. La industria había crecido en extensión pero no
en profundidad, estaba imposibilitada por inefíciencia, carencias tecnológicas, y costos de
producción, de acceder al mercado externo; necesitaba protección para sobrevivir; era una
actividad que forzosamente se tenía que orientar al mercado interno, que no podía erigir una
industria pesada porque no había hierro, manganeso, carbón; que tampoco podía lograr una
política energética independiente porque no había combustibles (petróleo). Sin embargo su
desarrollo era importante como generador de ocupación, aunque paradójicamente, al absorber
a los migrantes del interior y del exterior dejaba libre el campo de cualquier presión demográ-
fica capaz de transformarlo: o sea que consolidaba la estructura agraria del país, lo mismo
que había hecho, por otra parte, el frigorífico, al adaptarse a la oferta zafral de los ganaderos,
afirmando al latifundio.
La sociedad uruguaya de la década del veinte aparentemente no conoció el pleno em-
pleo, y fue importante la subocupación. A fines de la década son constantes las quejas por la
proliferación de los vendedores ambulantes, de los trabajadores informales. Esto que se ve
ahora en Montevideo no es creación de los últimos años, ya a fines de la década del veinte
sucedía lo misino; simplemente lo que era distinto eran los objetos. En lugar de tortas fritas se
vendía fainá, la quiniela era clandestina, y se comercializaban corbatas y otros productos.
Para finalizar, volvemos al título: Uruguay feliz, ¿utopía o realidad? La primera pre-
gunta era, si en estos años, –década del veinte– existió el progreso nacional. ¿Qué es progre-
so?. De acuerdo al Diccionario de la Real Academia, es la “acción de ir hacia adelante”. Julio
Martínez Lamas, en “Riqueza y Pobreza del Uruguay” (1930). dio una definición más feliz:
dijo que era “el avance en el sentido de la dicha”. La sociedad uruguaya había progresado en
algunos aspectos. Por ejemplo, la tasa de mortalidad entre 1908 y 1929 descendió en números
redondos, del trece por mil al once por mil, disminución importante si se piensa que en el año
1978 fue del ocho por mil. Sin embargo, no todo el panorama era color rosa: Uruguay era uno
de los países con mayor índice de tuberculosis; la mortalidad infantil era importante: el 10%
de los nacimientos.
En educación también existieron avances: en 1908 aproximadamente el 7% de la po-
blación estaba inscripta en enseñanza primaria oficial, en 1929 el 9%; hay un aumento del
2%. A la extensión de la educación se le debe agregar su intensificación por la fundación de
los liceos departamentales. Aunque tampoco en este plano el panorama era totalmente rosa: el
analfabetismo llegaba a cifras que los más optimistas calculaban en 24% y los más pesimis-
tas, en el 60% –y esto incluso fue publicado en una monografía hecha para la Dirección de
Comercio Exterior de la cancillería uruguaya, que suponemos que se distribuyó por el mun-
do.
El interior comenzaba a cambiar. Al finalizar 1929 la Dirección de Saneamiento
(M.O.P.) informaba que existían 19 servicios de provisión y distribución de agua potable y
evacuación de aguas servidas en el interior del país. Las capitales departamentales que tenían
red cloacal eran Salto. Paysandú, Mercedes. San José. Rocha. Treinta y Tres, Florida, siete, si
se les suma Montevideo ocho, es decir que aún faltaban once para recibir el beneficio del
saneamiento. Al finalizar 1930 funcionaban usinas en 15 capitales departamentales del inter-
ior del país, restaban todavía tres por recibir tos beneficios de la luz eléctrica
Se puede decir en tal sentido, que en muchos aspectos el país progresaba; pero, des-
graciado el país que no 1o hacía, porque también adelantaba el mundo y América Latina. El
problema precisamente no era ese. Era la imagen del Uruguay feliz, equivalente a la imagen
mundial de los años locos. Ella no encuentra, por lo expuesto, una estructura económica que
la ambiente: un país en el que el comercio exterior no cubría sus necesidades: en el que la
ganadería se había mejorado, pero no de la manera más óptima; un país que recibía menor
cotización por sus carnes, que era tomador de precios internacionales; un país en el que exist-
ía un sector fabril en desarrollo, pero con serias limitaciones; un país donde había dificultades
laborales; donde la agricultura, de acuerdo a la población, había retrocedido.
Entonces la pregunta a hacer es, ¿qué sectores acusaron la imagen del Uruguay feliz?
Por supuesto que la imagen del Uruguay feliz de los años veinte, como la que vendrá poste-
riormente de “como el Uruguay no hay”, la acuñan las clases dirigentes y la dirigencia políti-
ca. Abajo se vivía mal. Mientras la clase alta montevideano se adueñaba y colonizaba Carras-
co, para los obreros muchas veces los ranchos de lata eran su única vivienda, cuando no viv-
ían en el conventillo. Es decir que depende en qué punta de la madeja uno se sitúe. Sin em-
bargo, a pesar de esto, esta imagen del Uruguay feliz se difundió a todos los sectores de la
sociedad. Y aquí es donde conviene ver lo que la ambientó. En primer lugar, pensamos que es
en esta época en que nace la mística de la garra charrúa, en que se gana en las olimpíadas del
24 y 28 –Colombes, Amsterdam– los campeonatos de fútbol, y el primer campeonato mun-
dial de fútbol en el 30 en Montevideo. Claro que en el 24 nadie se ponía a pensar que hacía
sólo seis años que había terminado la gran guerra, en la que Europa había perdido sus mejo-
res hombres, como tampoco nadie se pone a pensar que el último campeonato que ganamos –
el de Maracaná en el 50– fue cinco años después del fin de la segunda guerra, una guerra que
dejó millones de muertos, donde también Europa perdió sus mejores hijos. Pero de todos mo-
dos había ya cierta euforia deportiva de los logros que podía hacer este pequeño país. En se-
gundo lugar creemos que el endeudamiento externo creó una ilusión pasajera de prosperidad;
valorizó la moneda, permitió importar, fomentó el consumo, la venta a crédito, ayudó a la
difusión del automóvil, de mil artículos de consumo que llegaron a los sectores medios de la
población. Y claro, el problema del endeudamiento no es endeudarse en sí, porque ahí se si-
gue el sistema de “la calesita”: se recibe por un lado y se paga por el otro.
El problema es cuando cesa la posibilidad de endeudarse, cosa que al Uruguay le va a
acaecer durante la crisis del 29, y lo va a sufrir por años. En tercer lugar el desarrollo de las
obras públicas que a nivel popular es la imagen –creemos– más acabada de progreso, también
ayudó a ambientar esa idea de los años felices. Fue en esta época que cambió Montevideo: se
transformó la calle, se asfaltó, se ensanchó, se pavimentó, se llenó de autos. La ley de Viali-
dad e Hidrografía de 1928 fue una de las más importantes que tuvo el país, pero también hay
innumerables obras públicas, grandes obras públicas que son de este período: la inauguración
del Hotel Carrasco a principios de la década; el puente del Santiago Vázquez sobre el Santa
Lucía en el 24; el puente Centenario sobre el río Negro en el 29; la inauguración del Palacio
Legislativo en el año 25, con una concepción faraónica que obliga a preguntar por qué no
primero la represa del Rincón del Bonete que era más importante. Un periodista extranjero,
Kurt Heymann (1928), publicó, después de una visita al Uruguay, en un diario alemán, este
comentario: “Está construido con tal esplendidez, con tal suntuosidad, con tal derroche, que
–perdonádmelo uruguayos–, realmente no se sospecha del Uruguay semejante grandeza”.
La actividad privada por su lado inauguraba en el 28 el Palacio Salvo: en 1930, año
que comienza la nueva década, se había terminado en el interior, la construcción de los puer-
tos de cemento de Salto, Paysandú, Fray Bentos; se había –en Montevideo– terminado el Es-
tadio Centenario; estaba en construcción la carretera de hormigón entre Montevideo y Colo-
nia y en la actividad privada el Argentino Hotel de Piriápolis. Pero hay un hecho que creo que
es mucho más importante que todo esto, y es la idea de que la sociedad uruguaya ofrecía po-
sibilidades de ascenso social.
Entre esos 120.000 inmigrantes que arribaron en la década del veinte, un sector muy
importante provino de Europa oriental, de regiones sumamente atrasadas. Encontraron un
país donde ser pobre no significaba necesariamente ser paria; un país que salvo excepciones
los aceptaba y no les negaba la dignidad que les negaban las naciones de donde eran oriun-
dos; encontraron que sacando carta de ciudadanía podían participar del sistema político, pod-
ían ser electores, podían tomar decisiones políticas; encontraron que al bien la existencia de
ellos pudo ser sumamente dura –las condiciones de trabajo lo eran, los salarios también–,
existía educación gratuita para sus hijos, la posibilidad de redimirse mediante “M’hijo el Do-
tor”. Porque lo interesante es que esta imagen se pudo acuñar porque Uruguay era un país que
todavía ofrecía a sus habitantes la posibilidad de soñar con un futuro mejor.

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