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NASIO: Como trabaja un psicoanalista (Paidos)

Esquemáticamente se pueden despejar cuatro fases en el desarrollo temporal de la cura, las cuales no se
identifican claramente como fases separadas, sino que se superponen entre sí :

Fase de rectificación subjetiva:


Tiene lugar en el curso de las primeras entrevistas. Se trata de la intervención a nivel de la relación del
sujeto con sus síntomas, generándose así una nueva relación de la persona con sus síntomas. Una nueva
relación en la cual cada uno de sus síntomas tiene un sentido, modificándose así el modo que tiene de
interpretar y experimentar su sufrimiento. Se trata de ese modo de despejar de la demanda explícita de la
persona, aquella demanda implícita tras esta demanda de cura, de mostrarse, de revelarse a sí mismo
aquello que es, de calificarse como analista, etc.). Para esto, cobra mayor importancia incitar al sufriente a
hablar de las circunstancias en las cuales está sujeto a la impulsión incontrolable de su síntoma, que oírlo
hablar de la historia conflictiva familiar. O sea, la puesta en palabras de los momentos y las experiencias en
las cuales el sujeto es superado por su acto, en lugar del discurso yoico elaborado.

Fase del comienzo:


Está constituida por la aceptación del paciente como analizante por parte del analista, y la enunciación de
la regla fundamental. Esta es una fase en la cual domina por parte del analizante una espera abierta, una
demanda de amor abierta.; suscitada por el cuadro transferencial analítico (carácter ritual de las sesiones,
enunciación y actuación de la regla fundamental, el silencio del analista, objeto inicial de sugestión). Se
trata de una demanda de amor porque es una demanda en el sentido que es una palabra de promesa; la
que se mantendrá en tanto el analizante no descubra que se trata de una demanda inadmisible. Es
inadmisible porque el amor es dar aquello que no se tiene, lo que quiere decir, simplemente, prometer.
Durante este tiempo, la demanda de amor se sostiene por la sugestión que se genera a partir de la
transferencia con el marco analítico. En esta etapa el analizante habla sin hablarle al analista.

Momento de la transferencia:
La demanda de amor sufre aquí la decepción, al descubrir su carencia. A partir de descubrir su carácter
inadmisible, la demanda se trasforma en una demanda diferente, en una palabra más pasional. Se trata del
momento fecundo, doloroso y pasional del análisis. Pasional respecto a la conceptualización de Lacan:
amor, odio e ignorancia. Se trata de un amor que hace daño, del amor de la decepción; que puede llegar a
devenir erotomanía. Es un momento que se caracteriza por el retorno de lo reprimido, de los significantes
ligados a las pulsiones, del goce habitando el yo. El momento de la transferencia se juega cuando todas las
capas imaginarias han desaparecido y solo queda la capa más próxima al objeto pulsional, en la cual no
existe más yo. En esos momentos fecundos de transferencia dolorosa el analista pasa a ocupar el lugar de
ese objeto pulsional (objeto de goce, objeto “a”). En este momento el analista debe hacer silencio en sí,
para permitir el surgimiento del Otro.
Se instala en este momento la neurosis de transferencia, una neurosis artificial que va a sustituir a la
original, y a partir de la cual van a aparecer nuevos síntomas, propios de la relación analítica. Se trata de
una neoformación inconsciente, de cuyos síntomas el analista va a ser el objeto fantasmático. Lo que lo
coloca en condiciones de poder desmontarla, o sea de interpretarla.
¿Cómo ocurre que alguien que quiere curarse se comprometa en una relación psicoanalítica que comporta
una nueva enfermedad (la neurosis de transferencia)? Lo que ocurre es que aquel que quiere curarse al
mismo tiempo quiere no hacerlo, y busca instaurar condiciones favorables para el mantenimiento de su
sufrimiento. El sufriente ama sus síntomas porque son la expresión de una defensa, si bien ineficaz, de
resolver un penoso dolor inconsciente.
Por lo tanto, en la medida que el deseo de o curarse es un fuerte obstáculo, imposible de tomar de frente
en una cura, el único modo posible es el de contornearlo y optar por una vía indirecta. Esta vía es la
creación de una nueva neurosis (la neurosis de transferencia) destinada a retomar, en primera instancia, el
deseo de enfermedad del analizante, a fin de llegar, en un segundo tiempo, a liberarlo de ese deseo.
A diferencia de la medicina, que busca suprimir el síntoma, el psicoanálisis va a servirse de este como vía de
entrada indirecta al sufrimiento inconsciente.
La neurosis de transferencia constituye uno de los destinos de la pulsión, junto a la sublimación, la represión,
el retorno sobre la propia persona, y la reversión del fin activo en pasivo. En este caso, la pulsión va hacia el
analista, gira en torno a este, y regresa a su punto de partida; generándose así un lazo pulsional entre
analizante y analista. Por lo tanto, la transferencia tiene que ser pensada como una actividad pulsional
(compulsión a la repetición del goce fálico) y no como cualquier sentimiento del analizante hacia el analista.
La condición para que dicha neurosis se instale es que el analista encarne (por sus actitudes, tono de la voz,
manifestaciones, etc.) la expresión imaginaria del objeto no satisfactorio de la pulsión; o sea, que encarne
al falo imaginario. Por lo tanto no debe colocarse en posición de destinatario del mensaje, sino ocupar el
lugar más próximo posible a la expresión imaginaria del objeto de la pulsión (objeto insatisfactorio). De este
modo se instituye como un gran Otro hacia quien se dirigen las demandas del analizante. Expresión
imaginaria del objeto pulsional que se presenta de manera opaca, enigmática, velada. El analista logra
ocupar ese lugar de falo imaginario gracias a que lo hace recubierto por el velo de un enigma (lo que Lacan
llama deseo del analista). El analista viste así al objeto de su silencio y su rechazo, para hacer sentir y
recordar que el objeto es siempre insatisfactorio.
De este modo se van a instituir en el analizante las demandas de amor, las cuales reclaman al analista en
posición de gran Otro, aquello que el analizante supone que este posee. Si el analista no logra ocupar la posición
del gran Otro, entonces la transferencia se convierte en pura pulsión, no habiendo demandas, manifestaciones,
síntomas, ni palabras; sino pasajes al acto, una especie de puesta al desnudo del objeto pulsional.
Por lo tanto, es falsa la creencia de que el analista está allí para escuchar e interpretar. El analista está para
participar de una neoformación inconsciente. Colocado en el lugar del objeto pulsional, el analista atrae la
pulsión, la cual gira a su alrededor, contorneándolo y retornando al sujeto. El objeto alrededor del cual gira la
pulsión es un agujero, cubierto por el velo del falo imaginario. El objeto se constituye en un atractor libidinal.
Al ocupar el lugar de velo del objeto de la pulsión, automáticamente se instituye la instancia simbólica de la
autoridad del sujeto supuesto saber (S.s.S.). Es ocupando ese lugar que el analista suscita la demanda
dirigidas no a él sino al Otro que él instituye.
No es en el lugar del objeto que se ubica el analista, sino que representa un semblante, una máscara de lo que
sería el objeto de la pulsión, o sea la insatisfacción. Así el analista evoca al analizante lo indecible de su dolor.
En esta etapa (secuencia dolorosa de la transferencia), la cual se presenta en la mayoría de los casos al cabo
de dos años de análisis, nos e trata de demandas de amor, sino simplemente de amor de la transferencia.
No son demandas, se trata de dolor, de odio.
Para llegar a este momento doloroso de la transferencia es necesario que el analizante hable y se generen
las demandas de amor suscitadas por la actitud reservada del analista; y que el yo encuentre un rechazo
(primer rechazo) a esas demandas.
El analizante dirige sus demandas de amor al Otro y encuentra un primer rechazo. Este retorna sobre el yo,
produciéndose un cambio de registro que determina el pasaje de la demanda de amor al amor-odio de
transferencia.
El silencio del analista, lejos de estimular la autonomía del pensamiento del analizante y su independencia
afectiva, genera una intensa ligazón, una mayor dependencia, con irrupción de fantasmas en los cuales el
paciente se transforma en el objeto sexual del analista considerado como un gran Otro.
La aparición de indicadores del establecimiento de la transferencia en el curso de las entrevistas iniciales,
son elementos a considerar para la indicación del uso del diván: referencias a hechos íntimos de carácter
sexual, referencias a acontecimientos muy precisos de la infancia, referencias a la relación con el analista,
referencias ligadas a dolores corporales, sueños, lapsus. Todos dirigidos desde el entrevistado hacia el
analista en tanto interlocutor. Así como la sensación en el analista de que su presencia visual perturba el
relato del entrevistado.
El cambio de registro se manifiesta por el hecho de que el analizante deja de referirse al pasado y se preocupa
cada vez más por el presente de la sesión. Llegando en los momentos más intensos a no querer hablar de otra
cosa que no sea la relación actual con el analista. El analista ocupa el universo entero del analizante.
Hay cuatro signos típicos de ese momento transferencial de acting out: el silencio, la mostración, la
petrificación, y la angustia. El silencio se manifiesta por una detención de las asociaciones más frecuente de
lo que venía sucediendo hasta el momento. La mostración se reconoce por la puesta en escena de
conflictos leves con el analista, los que generalmente desembocan en interpelaciones para que el analista
hable y responda. Ya no demanda, interpela y reclama, recibiendo un nuevo rechazo. La petrificación y la
angustia se evidencian por la sensación del analizante y el analista de estar paralizados en su lugar (no me
quiero mover en el sillón porque el menor ruido angustia al analizante).
El silencio viene a significar la constitución del sujeto del inconsciente. Es en el mismo momento de la
resistencia de transferencia que el sujeto se constituye; o sea, que el inconsciente se produce y estructura.
Una vez experimentado el primer rechazo, el yo se polariza exclusivamente sobre el falo imaginario,
excluyendo la presencia del gran Otro. El amor deja de dirigirse a la autoridad del gran Otro y se dirige
directamente hacia el falo imaginario. Es allí donde se encuentra el segundo rechazo y se produce un nuevo
retorno, y el yo deviene el falo que le es rehusado. Empezó demandando amor, tener el falo, demandando
al Otro tener el falo; y luego de los dos rechazos, se identifica con ese falo y deviene ese falo,
constituyéndose así como el objeto de deseo del Otro. El gran Otro reaparece, pero no ya como autoridad
sino como deseante del objeto fálico en el cual el yo ha devenido. El sujeto-supuesto-saber pasa a
convertirse en sujeto-supuesto-desear. El analizante está identificado con el falo imaginario que pretende
colmar el supuesto-desear del analista.
El velo que en el analista cubría la falta, en el analizante pasa a cubrir todo su ser, excepto un agujero, una
falta. Se instaura así la histeria de transferencia. El goce fálico en el cual el analizante identifica todo su ser
con el falo imaginario, salvo una falta. Goce fálico que lleva al analizante a mostrarse, exhibirse, jugar a ser,
darse a ver. Es en ese momento de pulsión fálica que todas las demás pulsiones se reúnen en torno al yo
identificado como falo.
La neurosis de transferencia es un estado mórbido que infantiliza al analizante. Así como el niño se
identifica con el falo que le falta a la madre, el yo del analizante se identifica con el falo que le ha sido
rehusado, construyéndose allí en el objeto fálico del Otro deseante. El rechazo no es el silencio del analista,
sino su abstinencia a ser objeto sexual del analizante.
El yo-falo imaginario quiere ser el supuesto-desear del analista, y la intervención del analista es en dos
niveles: 1) para separar la identificación del yo con el falo imaginario, 2) intervenir como corte entre el
hecho de considerarse como el objeto de deseo del analista.
El rol principal del analista no es el de escuchar e interpretar, sino el de prestar su propio cuerpo, para que
este sea enlazado y rodeado por la actividad pulsional, pudiendo luego a partir de esto intervenir e
interpretar oportunamente.
El núcleo patógeno que en la época catártica era necesario extirpar del sufriente, ahora se encuentra en el
exterior, fuera del analizante, y es el llamado por Lacan como “objeto a”, u “objeto de la pulsión”. Objeto
que funciona como atractor de la libido. Actualmente el analista define su acción no ya extirpando el
núcleo patógeno, ni concientizando lo inconsciente, ni interpretando, sino ocupando el lugar del objeto de
deseo, asumiendo al función de este.
El fin de la cura depende de la posibilidad de resolver la neurosis de transferencia. Si tras atravesar ese
umbral la cura se interrumpe es porque la relación analítica ha chocado contra un escollo, la roca de la
castración; mientras que si nunca alcanza ese momento, el análisis se empantana. Por el contrario, si el
obstáculo es superado, el análisis puede continuar hacia su fase terminal.

Fase de interpretación:
Solo es en condiciones de transferencia que una interpretación puede ser recibida. La interpretación del
momento transferencial se cumple a condición del silencio enigmático (silencio en él) hecho por el analista
que hace surgir al Otro para el analizante. El analista, al ocupar el lugar del objeto pulsional, permite la
aparición de la palabra, de la demanda, orientándola hacia el gran Otro en reclamo del objeto que se le
imputa poseer, o sea la demanda de tener el falo del Otro.
No hay dos inconscientes en un análisis, solo hay uno, el cual se produce a partir de la relación
transferencial. El silencio del analista implica la instalación en un lugar “parayoico” en el cual no escuche la
palabras de alguien que habla, sino a partir del cual pueda formar parte del goce vehiculizado implícito en
el dicho del analizante. Es a ese lugar de semblante del goce del analizante al cual el analista debe llegar
para poder percibir (percibir, no escuchar) e interpretar luego.
De todas las modalidades de acción de una analista, la interpretación es la única capaz de provocar un
cambio estructural en la vida del analizante. Se trata de una intervención que si bien no se confunde con
ninguna otra (detención de una sesión, puntuación del relato del analizante, juegos homofónicos de
palabras, construcciones, etc.), puede adoptar la figura de cualquiera de ellas.
Lo que importa para definir una interpretación no es su forma, la función instrumental que cumple, ni el
sentido que vehiculiza; sino su efectuación. Es decir, como se engendra y lo que engendra. O sea, de que es
efecto, y cuáles son esos efectos.
Se trata de enunciados cortos (diez palabras como máximo), bien delimitados, que no comportan términos
abstractos, impersonales, pero que a pesar de ello recelan una ambigüedad que suscita el equívoco en el
analizante. Son enunciados que no poseen ninguna intencionalidad calculada por parte del analista para
provocar una reacción determinada en el analizante. Por el contrario, son dichas a partir de la ignorancia
del analista, quien es superado por sus palabras, las cuales sin embargo, parecen esperadas en el contexto
de la sesión, tanto por el analista como por el analizante. El analizante ya sabe inconscientemente aquello
que el analista le va a interpretar. Son palabra que operan allí donde son esperadas por otra palabra
reprimida.
Toda verdad para ser dicha debe concernir a aquel que la recibe, y además de esto, no puede ser dicha por
entero, sino con un carácter ambiguo y en el momento y contexto en que esta es esperada.
El signo infalible del impacto de la interpretación es el silencio que marca la sorpresa, y la repulsión ante lo
desconocido, mezclado con el profundo placer de encontrar lo conocido; ante aquella palabra extranjera
que viene a decirnos aquello tan íntimo que ya sabíamos. La sorpresa no es la de encontrar lo nuevo, sino
de reencontrar lo antiguo en lo nuevo.
Se genera así una convicción, que no quiere decir aceptación, de que en las palabras pronunciadas por el
analista hay una parte reprimida de uno mismo.
La apuesta técnica analítica se decide en la posición que el analista ocupa, y no en la forma como actúa. Es
necesario para ello encontrar el estado particular en el cual la interpretación deviene posible. El estado de
percepción en el entrecruzamiento de los campos libidinales, es el que permite percibir el goce. La
interpretación no es una interpretación sobre la transferencia, sino una puesta en acto de la transferencia.
La interpretación, en tanto que significante, opera por intromisión. Tiene un punto de impacto preciso, que
es el S1 que asegura la consistencia de la realidad, al cual desaloja y por lo tanto determina una nueva
consistencia de la realidad.

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