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t he most recent issue of Hiedra

Magazine asked its contributors


and readers to ponder the
relationship between ideas of nature
and humanity, as well as the various
e n la última edición de Hiedra
Magazine le pedimos a nuestros
contribuidores y lectores que
cuestionaran la relación entre la
naturaleza y la humanidad, además
de los varios modos de pensamiento
modes of thought that have defined,
and often juxtaposed, these concepts. que han definido y muchas veces
The resulting provocative and intriguing yuxtapuesto estos conceptos. La
conversation among the many different provocadora e intrigante conversación
creative, scholarly, and journalistic resultante entre las distintas voces
voices simply could not be contained creativas, académicas y periodísticas
within a single issue. This seventh simplemente no pudo ser plasmada
issue of Hiedra Magazine showcases a en un sólo número. En esta séptima
continuing examination of the human- edición de Hiedra Magazine les
nature relationship that explores the entregamos a nuestros lectores una
limits of the human and the natural, selección de obras que exploran los
and inevitably results in a productive límites de lo humano y lo natural,
engagement. inevitablemente contribuyendo a un
encuentro productivo entre ambos.
On the cover, Roberto Huarcaya’s piece Roberto Huarcaya, el artista de portada,
from the series Amazogramas captures presenta una obra fotográfica de la
natural form and composition but serie Amazogramas que captura una
manipulates the image with technology, forma natural y a la vez manipula la
which results in an encounter imagen con tecnología, ocasionando
simultaneously strange and familiar. The un encuentro que resulta tan extraño
issue features the original photography como familiar. Este número también
of Musuk Nolte, Rodrigo Rodrich, contiene un dossier fotográfico del
Gladys Alvarado, Apolonario Robles, Centro de la Imagen de Lima, Perú, que
Gabriela Concha, Jero Gonzáles, and incluye fotos originales de Musuk Nolte,
Constanza Bravo from a selection in the Rodrigo Rodrich, Gladys Alvarado,
Centro de la Imagen from Lima, Peru. In Apolonario Robles, Gabriela Concha,
both form and content, the poetry of Jero Gonzáles y Constanza Bravo. En
Camila Krauss, Pedro Ángel Palou, Juan su forma y contenido, los poemas de
Alcántara, Rafael Mondragón, Brenda Camila Krauss, Pedro Ángel Palou,
Ríos, and Judith Santopietro trouble and Juan Alcántara, Rafael Mondragón,
blur boundaries between human beings Brenda Ríos, y Judith Santopietro
and their surroundings. The interview complican y borran las fronteras entre
with author Edmundo Paz Soldán offers los seres humanos y su entorno. La
a critical perspective on a number of entrevista al autor Edmundo Paz
topics, including the sometimes uneasy Soldán ofrece una perspectiva crítica
relationship between contemporary sobre numerosos temas, como la
literary production and an increasingly relación a veces complicada entre la
globalized and technology-dependent producción literaria contemporánea y
world. Julio Durán, Gerardo de la Cruz, un mundo globalizado y cada vez más
Paulette Jonguitud, Isabel Díaz Alanís, dependiente de la tecnología. En sus
Laura Emilia Pacheco, and Brenda relatos cortos, Julio Durán, Gerardo de
Ríos weave nature and humanity in la Cruz, Paulette Jonguitud, Isabel Díaz
unexpected ways in their short fiction Alanís, Laura Emilia Pacheco y Brenda
contributions. Ríos tejen la naturaleza y la humanidad
de maneras inesperadas.

1
V
We, the editors of Hiedra Magazine, Eperamos que nuestros estimados
hope that our readership is inspired lectores encuentren inspiración y estímulo
and intrigued by the thought- en el diálogo presentado por nuestros
provoking dialogues presented by our contribuidores en este número de Hiedra
contributors. As always, we sincerely Magazine. Como siempre, les damos las
appreciate your support for this gracias por su apoyo a esta nueva edición.
publication.

Editores - Editors
Mark Fitzsimmons / Guillermo López

Consejo Editorial - Editorial board


Gustavo Arango / Anke Birkenmaier / Nandi Comer / Shane Greene
Gaëlle Le Calvez / Adriana Martínez / Alejandro Mejías-López
José Ragas / Amanda Smith / Mike Strayer
Grant Whipple / Chrystian Zegarra

Agradecimientos - acknowledgments
Kane Ferguson / Rafael López / Gloria Navajas
IU Center for Latin American and Caribbean Studies
Alfio S. Saitta / Eric Carbajal

ISSN: 2328 3653


Hiedra Magazine
Bloomington, IN, USA.
Hiedra Magazine © 2016, is a not-for-profit publication.
The material in this issue has been published
respecting the rights of the owners indicating each source.
Please contact revistahiedra@gmail.com
with any questions or concerns.

www.hiedramagazine.com

2
I

II
Dossier > la capacidad humana n
d
muestra fotográfica del “centro de la imagen”

e
Musuk nolte > 6
Rodrigo rodrich > 8

x
gladys alvarado > 10
apolonario robles > 12
gabriela concha > 14
jero gonzales > 16
constanza bravo > 18

poesía > Poetry


Pedro ángel Palou > 21
Camila Krauss > 24
Juan Alcántara > 29
Rafael Mondragón > 30
Brenda Ríos > 33

Narrativa > Narrative


Julio Durán > 37
gerardo de la cruz > 40
Paulette Jonguitud > 47
Isabel Díaz Alanís > 50
h
Laura Emilia Pacheco > 52
Brenda Ríos > 57
i
Entrevista a Edmundo Paz Soldán > 60 e
Cover Artist > Amazogramas d
Roberto Huarcaya > 70
r
Tiawanaku: poemas de la madre coqa
Judith Santopietro > 75 a
Review > Earth Beings: Ecologies of Practice
Across Andean Worlds
Daniel Runnels > 84 7
3
4
LA CAPACIDAD
HUMANA
DossieR fotográfíco

© Apolonario Robles

5
6
SHAWIS

La Shawi es una de las etnias menos estudiadas de la


Amazonía y, sin embargo, una de las más pobladas (son 17
mil habitantes dispersos en la selva). Es, además, la que
más ha preservado su territorio, su lenguaje y su milenaria
convivencia con las fuerzas místicas del bosque a través de
sus míticos chamanes, que por su aislamiento voluntario,
siempre fueron los más respetados en las leyendas amazónicas.

MUSUK NOLTE

7
Herbario

8
rodrigo rodrich
9
10
Lima

Gladys Alvarado
www.gladysalvarado.com 11
“¿Cómo una visión tan
devastadoramente hermosa
puede ser, a la vez, tan
triste?”

APOLONARIO ROBLES

12
Minería

13
OPEN PIT

‘Open Pit’ explores a mining camp located in southern Peru


that is currently running and is home to approximately two
thousand families. The main characters of the story are
women, including my mother, that have lived in the camp
for over thirty years. They don’t work for the company and
cannot professionally develop freely since it’s a secluded
little place, thus having to assume the role of housewives.
The children of this group of women have left the camp to
pursue a career, affecting more profoundly their sense of
belonging. In the photographs the territory is seen as an
ideal landscape, with gardens overlooking the mountains,
but where the affective assessment is easily lost by being
unbalanced and monotonous at once, a beautiful and in turn
sad place.

GABRIELA CONCHA
14
15
Rikch’ay

“dos variables en la superficie del


papel: imagen fotográfica y palabra
quechua”

JERO GONZALES
16
17
F
R
A
C
T
A
L

“Las Huacas; lugares donde inicialmente fue conformada la


ciudad, se presentan como cúmulos de tierra degradados,
olvidadas por completo de su condición sacra original.
Actualmente sin función específica, se transforman en sitios
de resistencia al constante crecimiento urbano.”

Constanza Bravo
18
19
tr y
p o e
poe
sía

20
Después de contemplar
los seis volúmenes
de Jacques Mathurin
Brisson,
Ornithologia, sive
synopsis methodica
sistens avium
divisionem in ordines,
De 1760

Pedro Ángel Palou

21
Siempre he sentido envidia de los naturalistas aficionados:
con sutil precisión de ornitólogos bautizan sus hallazgos.
Yo me solazo en las páginas de un antiguo volumen coloreado
y en las placas de Martinet que ya había ilustrado a Buffon
como si entrara en un aviario. Escucho todas sus canciones.

Salgo de la biblioteca, aturdido por la falta de silencio. Me


siento en una banca. Entre la anorexia del ciprés y la astuta
bulimia de una araucaria, sembrados por un idiota. Un árbol
sin nombre en mi memoria me saluda o me increpa. En su
interior un ave canta de nuevo y para mí, curioso, por vez
primera. Una niña camina con sus lágrimas.

Sus hermosos tenis negros salpicados de margaritas, pies


llenos de alegría para un semblante de angustia. Me pregunta
en su idioma si he oído cantar al ave escondida. Le respondo
que sí, y pronuncia dos palabras que la nombran.Le otorga
existencia en medio de su llanto incontenible.

Miro sus pies cubiertos de flores. Le digo que tal vez desee
volar. O se lo pregunto. Pétalos blancos que son alas. Otra vez
el pájaro que nos interrumpe con su sonata. Me miran sus
ojos azules, transparentes. Ojos de fantasma.

Tristes son las melodías de las aves migratorias, afirma la niña


mientras se seca las lágrimas también azules. Asiento. No sé
de aves, pero sí de mudanzas y dolores. Saca dos caramelos
del bolsillo y me regala uno. Toda ella es ese gesto. Los dos
chupamos y lamemos nuestros dedos pegajosos. No sabemos
qué hacer con la envoltura. Ella sonríe. Vuelve el ave.

22
Ahora un canto solemne emerge de su garganta. Un
réquiem por la tarde que se extingue, el crepúsculo que nos
abandona. Oscurece. Desaparecen la niña y el pájaro. Qué
sola se queda la noche azul oscuro qué solas mis manos
de azúcar y de miedo. Qué solos mis oídos en medio del
prolongado sueño de las aves.

Duermen ya todas las cosas menos mi cuerpo y su memoria


Y la luna: la luna permanece siempre despierta.

Pedro Ángel Palou (Puebla, 1966). Doctor en Ciencias Sociales


y polifacético autor (de más de treinta libros) que lo mismo ha escrito
cuento que ensayo y novela. Ha sido Ministro de Cultura de su estado
natal, director de la escuela de escritores de la Sociedad general de
autores de México en Puebla, rector de la Universidad de las Américas,
investigador invitado de la Sorbona Paris V René Descartes, en su Centro
de estudios para lo actual y lo cotidiano y de Dartmouth College donde ha
sido escritor residente. Actualmente es el director del Departamento de
Lenguas Romances de Tufts University en Boston. Ha sido columnista de
El Universal, Letras Libres, El País, y conductor de Canal 22 (Los alimentos
terrenales) y History Channel (Unidos por la historia).
23
Camila Krauss

Alacrán de caucho y
estrías de alambre
un alacrán de caucho y estrías de alambre
la autopista de crystal y de mercurio
termómetro: velocidad horizontal sin vértice
sin redentor
la temperatura como diapasón
por la lateral de un espejismo ciego
latitud abrasiva
el ruido de un tráiler en la grava
la fricción

hasta que

amanece

arde

en una botella de alcohol

se arrebatan
24
las sombras que no

las sombras no encuentran cómo detenerse


apunta Norte al Norte
como el brazo de la guitarra eléctrica en su clímax
como el pelo de Nick Cave, todo un saguaro, de noche
como los hombros mórbidos, boreales de PJ Harvey
como la salida del cañón de la escopeta

sombras que no se detienen por otras sombras


ni por el Sol que quema mientras se apaga

los ojos te brillan de odio


coágulos de algún esfínter

un mismo encuentro
nos forma y deforma
el estorbo infalible, la esperanza

vejigas
la pielecita como recompensa

la psicosis de guerra está sobrevaluada


la psicosis del desierto delante tendrá filmografía

25
pocitos carboneros
los dedos, ramitas de indulgencia
el viento, que seca y troncha, pero no viaja, no va y no
llega

geografía volcada, radiactiva antes de las bombas


porque el Sol mata con un solo de guitarra

matasellos
sobres manila
animales de goma
custodia intachable
mensajería travestida
rezos por el mismo déficit
el polvito, la cal y el pasto de un estadio beisbolero
las viejas locas insoportables

...llamar es subir a un satélite y consumir la batería del


otro

no hace falta inmortalizarnos,


una hielera de unisel va a sobrevivirnos

un alacrán de caucho
retuerce su cola sin veneno
calambre en las tetillas negras
hasta que no dé risa
y el aire acondicionado deshidrate las encías
26
echar pata en manteca
atestiguar “que todo sinvergüenza
jamás será otra cosa que un niño malogrado”
la sobriedad contiene más rabia
la resaca en domingo no se llama tristeza
la dulzura, como cada cupón al cine, agota su impacto, su vigencia

peor sería que nada


nos hubiera puesto a prueba
tolvanerita celeste
ejido de lo melones
palomilla junto a un escape

el boxeador aprende a golpes


saca tempo el acordeón de su vejiga
y no falla la lumbre

duelen y se arrebatan
las sombras que no

brindo por la prima desmadejada


por futuras novias polvorientas
mientras una explosión de pintura en aerosol
me da el acorde para apagar en la piel
una colilla de cigarro que me topé encendida

27
no sabría de qué reír para la próxima
un vicio de los que sella el porvenir de una ruina

te apuesto un…

errático herido
junta y rehuye
y
en la siguiente botella de alcohol

arde

“…ando tomando por una cautela //

haremos de cuenta que fuimos basura /


llegó un remolino y nos alevantó… /”

pólipos de la luna
constelación verdad
camiones con sus pipas cromadas
carrocerías fantasma
cardenchas rodadoras
negrura
asiste el sebo con el que prendió esta luz.

Camila Krauss (Veracruz, 1976). Ha publicado El ábaco de acentos


(Ediciones Sin Nombre, 2008) y Sótano de sí (Editorial El Dragón Rojo,
2013). Actualmente vive en San Francisco, California, donde trabaja como
traductora free lance para Netflix Latinoamérica.

28
Juan Alcántara
árboles

mojados
árboles completamente mojados
árboles cuyos troncos están
completamente mojados
cuyos troncos y demás partes
están mojados por completo
cuyas ramas, troncos, ramitas
hojas, flores y semillas (si las tienen)
están mojadas por completo
cuyas raíces están totalmente empapadas, cuyas

árboles, muchos árboles totalmente empapados


muchos, muchos de ellos, muy, muy mojados
muchísimo, enteros, completos
con cada una de sus partes empapadas
árboles completamente felices de estar
rodeados de agua
en la más grande y absoluta felicidad
por estar mojados
de agua el agua es la

felicidad, piensan, chorreantes
(o no piensan)
el agua es la felicidad

Juan Alcántara (Ciudad de México, 1959) ha publicado El amor


en el mundo seguido de El ramo roto (México: Textofilia, 2011), Botella.
Poemas 2000-2003 (México: Universidad Iberoamericana, 2013) y El
río. Notas y poemas (México: Fondo de Cultura Económica, 2013).
Actualmente es profesor en el Departamento de Letras de la Universidad
Iberoamericana.

29
Rafael Mondragón
Ayotzinapa, 16 de
septiembre de 2015
Tres veces bendito sea aquel que introduce en su canto un nombre:
un canto adornado de nombre
vive más que los otros;
entre sus iguales será señalado con una cinta en la frente,
con una banda que cura la desmemoria,
que preserva de los olores demasiado fuertes y embriagantes,
sea olor a la intimidad de un hombre,
sea olor a pelaje de una bestia robusta,
sea simplemente olor a tomillo triturado entre las palmas de la mano.
—OSSIP MANDELSTAM

porque todos somos iguales, no importa el lugar


todos tenemos la sangre del mismo color
“todos los hombres y mujeres viven en el dolor:
la igualdad no tiene otro fundamento”.
Gracias a todos los mexicanos que tienen corazón
a la gente de otros países,
Gracias a ustedes
estamos aquí.
Parados.
De pie.
Firmes.
Para encontrar a nuestros hijos,
dice Emiliano Navarrete,
padre de José Ángel Navarrete González.
Tres veces bendito sea su nombre.
Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país
todo lo que podía darme miedo pasó cuando se llevaron a mi hijo,
ahora no tengo miedo,
reflexiona Epifanio, el padre de José Álvarez Nava.
“Y mucha gente ya no tiene miedo de la gente

30
y ya no tenemos miedo de estar vivos”.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota
El Presidente se cree el dueño de todo,
pero yo no le debo nada a él,
grita una madre a la que no conocía,
tres veces bendito sea el nombre que no alcanzo a escuchar.
Todo lo que tengo lo conseguí después de migrar,
dice,
pasé
la frontera a los Estados Unidos.
Éramos pobres, pero felices,
denuncia otro padre al que no alcanzo a escuchar bien.
Sabemos que no hay Tierra,
ni estrellas prometidas.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos,
y seguimos contigo trabajando.
Se equivocaron de padres.
Y somos humildes, pero no pendejos,
afirma Mario, el padre de César Manuel González.
No sabemos de leyes, pero sabemos de dignidad.
Y ahora que estamos de pie, mi país y yo, con los cabellos al viento
Quiero decirle a este gobierno
que
si ya estaba acostumbrado a matar
y a desaparecer personas,
con nosotros no va a ser lo mismo,
añade doña Carmelita.
Vamos a luchar hasta que Dios diga,
sentencia Ulises Gutiérrez, el hermano de Aldo,
que canta cada noche la música de su corazón
para alegrar a su hermano que duerme en el hospital.
Yo sí creo en Dios, le dijo un padre a Nayeli, hace unos meses:
pasé tres días en el desierto cuando migré a los Estados Unidos,
allí conversé con Él.
“Tienes que darme chance”,
le dije,
“chance para vivir”
Hoy estoy aquí.
Y sé que hoy tengo que darle chance a Él,
para permitirle trabajar
tengo que seguir luchando.
31
“Decía un dicho:
si no puedes tener la razón y la fuerza,
escoge la razón y
deja que tu enemigo tenga la fuerza”.
Gracias a ustedes
hoy estamos aquí.
“Nuestro enemigo nunca podrá sacar razón de la fuerza,
pero nosotros sacaremos fuerza de la razón”.
Y ahora que estamos de pie, mi país y yo, con los cabellos al viento
quiero decir
que
Simplemente por decir que es el Presidente, él se siente dueño de todo
Pero este gobierno no es dueño de nada.
Ni siquiera nosotros somos dueños de nuestros hijos:
los tenemos prestados, dice una madre de Ayotzinapa
“Lo imposible sólo tarda un poco más”
Hablamos en nombre del porvenir
Fuimos esperados en esta tierra.
“Antes que te formase en el vientre te conocí,
y antes que nacieses te santifiqué”.
Qué largo es el camino hacia la justicia en estas tierras.
Pero hoy tuvimos que aprender a hablar.
“Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová!
He aquí, no sé hablar,
porque soy niño”.
Pero hoy tuvimos que dejar el miedo.
Y fuimos dejando de ser niños.
La verdad histórica se derrumbó
para volverse la mentira histórica
de todo un país
que poco a poco va levantando la voz,
enseña, dignamente, don Felipe.

Ninguna de estas palabras pertenece a mi voz,


pero cada una de ellas el día de hoy me pertenece.

Rafael Mondragón (1983). Poeta y ensayista. Profesor en la


Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM e investigador del Instituto
de Investigaciones Filológicas. Colabora regularmente en talleres de
educación popular, círculos de lectura y experiencias de trabajo cultural
comunitario.

32
Brenda Ríos
Ideas que pasan por la
cabeza cuando no hay
nada que perder

Si uno, hipotéticamente, renuncia a su trabajo y con ello a su


fabuloso plan de retiro

[sería de la última generación en tener pensión, lo cual


en sí ya es un hecho notable, pues el país pierde, siempre
pierde y los ancianos serán croquetas para perros cuando
se suiciden en masa al no tener qué comer ni quién los lave]

y a los dos amigos leales que hizo con el tiempo

[sentada en el mismo lugar


viendo el mismo paisaje
pensando las mismas cosas que se nos pasan por la cabeza
cuando ya nada pasa
pero a la misma hora de cada día pensamos eso
una nada puntual que llega con sus detalles laboriosos
qué comer
qué falta por hacer
llamadas telefónicas
y así]

si perdemos los días de pago


con su aura soleada y cantarina
si perdemos esa vida ordenada
si ganamos algo más que no sabemos qué es pero es algo más
qué haríamos
cómo caminar con las piernas de siempre afuera de este edificio
dueño de cada poro del cuerpo
33
y de cada pensamiento
pagado fulltime
cómo dormir fuera de este edificio
con la almohada bajo la nuca y el techo muy arriba sin que nada pase
y nada pasa en efecto
cómo esperar algo que no sabemos nombrar
esa oscuridad
algo que leímos alguna vez
sobre ser otros;
llevo treinta años yendo al cine
porque me gustaba vivir ahí, en esa otra parte.
no sé cómo ser protagonista
el papel principal
la mujer que miran y desean en una historia ordinaria
no sé cómo ser yo
cómo caminar fuera de este edificio
moveré las piernas por inercia
el cerebro les dirá: muévete y ellas obedecerán como niñitas asustadas.
cómo respirar fuera de este edificio.
Hipotéticamente, claro, no tendríamos capacidad alguna para pensar
vivir de otro modo
tan otro
y los dos amigos leales seguirán ahí, pensando sin pensar que es como
mejor se ejerce el pensamiento.
no existe afuera de este edificio
no existo yo en esas películas
no sé cómo ser fuera de mí

34
Salmón

En la tele
desgarraban un salmón
rosa e inocente
su carne hermosa lengua
lista para recibir la sal
luego, con mucha calma, se colgaba de un gancho como
cualquier abrigo que se deja a la espera; recibiría el humo esa
carne muerta.
Hermosa era. Su piel brillaba
y sus aletas bien formadas;
sonreía -o era efecto del anzuelo-
no sabría decirlo
su piel abierta cuerpo abierto
zanahoria partida
manos abiertas
La chef lo mostraba feliz mirando a la cámara y a mí
y el salmón dejó de ser pez
y piel
y rosa
ya aderezado era alimento.
Algo del instante. Podremos olvidarlo.
Se puede almacenar en frascos de vidrio y se conserva por meses,
concluye ella, con el tono de ciencia que certifica y asegura.

Brenda Ríos (Acapulco, México, 1975). Becaria de la primera


generación de la Fundación para las Letras Mexicanas, FONCA Jóvenes
Creadores, Residencias Artísticas, PECDAG. Editora, escritora y traductora.
Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano y sus
libros pueden ser descargados de manera libre en cuadronegroediciones.

35
iv a
r a t
a r na
N
tiv
rra
e
36
Dar Nombre
Julio Durán

—Los poetas son todos maricones y vagos —dijo mi papá


y siguió comiendo, con el ceño fruncido, molesto porque
contaminé mi relato nombrando a un poeta. Me sentí una
tonta.

No dejó que terminara de contarle. No pude decirle que en


esa latitud, en ese punto del hemisferio tan cercano al polo
norte se puede ver morir a las gigantescas llamaradas invisibles
que el sol envía al espacio, olas de partículas que chocan con
el frágil campo magnético del planeta; yo quería decirle que
esa fina piel de la tierra convierte a los rayos en mantos de
nitrógeno azul, en coreografías de oxígeno verde.

Quería explicarle en qué consistía el fenómeno. Pero bastó


que mencionara que en ese país vivió un poeta que logró
describir esas luces de tal forma que el fenómeno se convertía
en algo nuevo, doblemente fascinante y a la vez cercano. Le dije
que me habría gustado explicárselo como lo había explicado
aquel poeta.

Vi aquel espectáculo de luces en el cielo junto a mi profesora


de historia. Ella vio mi asombro y me habló del poeta, de sus
amores de juventud, de su pobreza y de los amigos que perdió
durante la Segunda Guerra Mundial, de la persecución que
sufrió por su disidencia, su muerte tras años de cárcel, y de
la tardía e irónica reivindicación que le hicieron en su tierra
décadas más tarde. Me dijo que, hasta donde sabía, no había
sido traducido. Le pedí que lo recitara en su idioma original,
en esa lengua nórdica que me costaba mucho y que no sé si un
día llegaré a dominar. La escuché recitar como si escuchara
un hechizo o una invocación. No entendí mucho. Nada, en
realidad. Pero el ritmo, las consonancias, el brillo de su voz…
Así habría querido yo explicárselo a mi papá…

Maricones y vagos. Sí, quizás el poeta era homosexual. Mi


maestra no especificó si sus amores de juventud fueron chicos o
37
chicas. Pero, definitivamente, sí era lo que mi papá consideraría
un vago. Así que ya no pude decirle más, se me fueron las
ganas de seguir contándole el viaje. Preguntó algo, no sé qué,
no le entendí por lo molesta que estaba. Pero seguro era algo
relacionado a los estudios o sobre la posibilidad de trabajar allá,
cuánto me pagarían si conseguía un empleo y a cuánto equivalía
eso en soles. Antes había preguntado cómo me habían tratado,
qué tal era la comida, si me había gustado el viaje. Asuntos
prácticos y contabilizables. Pero yo ya no quería hablar.

No sé qué fuerza me venció e hizo que me atreviera a


preguntarle:

—Papá, ¿sabes por qué mi maestra me recitó ese poema?


No me atreví a mirarlo a la cara y tampoco esperé su respuesta.
Solo dije que el poema llevaba por título mi nombre. Fue algo
que a mi maestra le pareció una especie de augurio. Yo llevaba
el nombre del poema y para ella fue mágico descubrir que aquel
cielo pintado de luces significara algo distinto. “Tuvo una novia
española durante la guerra”, dijo mi profesora, riendo con
asombro, como si hubiera resuelto un acertijo antiguo o como si
un misterio le hubiera mostrado un nuevo rostro.

—Mi maestra me preguntó por qué me habían puesto este


nombre, papá.

Entonces, él reaccionó como un animal amenazado, su aire


cambió. Quiero pensar que su silencio contenía sus recuerdos
y que por su mente pasó la imagen de la anciana que, ante la
muerte de su hija y la indiferencia de su yerno, se hizo cargo
de su nieto. Mi bisabuela crió a mi padre solo, porque su hijo
mayor había muerto por el castigo que le impuso un caporal
en una hacienda; y su último hijo se había ido a la selva
buscando trabajo y nunca supieron de él. No sabía leer, casi no
hablaba español. Se llevó a mi papá con ella, cuando ya era una
viejita. Él me contó que sus primeros recuerdos eran de ella
recogiendo leña en los caminos junto al río, dando de comer a
los gatos y los cuyes, a una cabra flaca. Me contó también que
lo escondió cuando llegaron los terrucos al pueblo a reclutar
chiquillos. Que huyeron cuando se aparecieron los milicos.
Yo me acuerdo… Me lo han contado tantas veces que tengo
imágenes de esos hechos, hasta los he soñado. Sé que no son
parte de mi experiencia, pero, ¿es tonto pensar que esos hechos
son mi memoria? A mi papá le pareció una tontería cuando se
lo mencioné, pero cuando él me contaba cómo llegaron a Lima
era como que yo hubiera llegado con ellos. Mientras él contaba,

38
yo lo veía. Veía la casa de esteras en el arenal, ahí donde les
robaron casi todo apenas llegaron; veía la estación de buses y
camiones donde ella vendía mote hervido y papas sancochadas
a los camioneros junto a la carretera. Lo veía hablando con
los choferes que luego, en su adolescencia, lo tomarían como
cargador, luego como ayudante en un taller. Vi la primera
camioneta que compró cuando cumplió veintitrés años, la que
estacionaba en el taller de buses que salían a Canta y Huaral, y
que traía duraznos y chirimoyas a Lima. Era como un hechizo,
sus palabras eran como una corriente que me arrastraba.

Sí, una vez la vi. Bueno, sé que la vi. Me lo han contado


también. Ella ya estaba postrada. Ya casi no reconocía a nadie.
Dicen que me pusieron en sus brazos. Tengo una imagen de ese
momento, una fotografía construida por retazos de voces, así
que lo considero mi primer recuerdo.

—Por la mamita, pues… Tú ya sabes… —dijo mi papá


torpemente, escondiendo la mirada y callando de golpe. En
ese silencio reconocí la vergüenza del que calla porque no
comprende. Yo había tocado un nervio y él acusaba el golpe.
Reconocí, una vez más, que aquella era la oscura frontera de
nuestras vidas. Tras ella, no había forma de tocarnos. Nuestras
vivencias comunes eran extensos hilos que nos conectaban a
una distancia que nos volvía casi desconocidos.

Ya no quise seguir hablando de poesía ni poetas. Se iba


a molestar peor, pues. ¿Qué podía decirle? ¿Que la sangre
es poesía? ¿Debí hablarle del poema de mi nombre? No te
imaginas todos los filamentos que vibraron y resonaron en mi
mente, todos los lazos que se formaron. De alguna manera, me
asaltó la idea de que el rostro de mi abuela y el espectro visible
de los rayos del sol tenían alguna relación.

Ya lo sé. Ya estoy hablando como una tonta. Estas cosas no


se las puedo contar a nadie. Por eso sólo te las cuento a ti.

Julio Durán (Iquitos, Perú, 1977). Cuentista, novelista y traductor.


Ha publicado la novela Incendiar la ciudad (2001) y la colección de cuentos
La forma del mal (2010). Su obra ha sido incluida en antologías como
El cuento peruano 2001-2010 (PetroPerú, 2013) y Selección peruana
(Estruendomudo, 2007). Fragmentos de su novela Incendiar la ciudad
fueron traducidas al inglés en el 2007 por su compatriota Daniel Alarcón.

39
Selección natural
en Saffron Park
Gerardo de la Cruz

Así que esta simple historia —concluyó mi desconocido interlocutor— no


merecería atención si no fuera por la posibilidad de darle un sentido distinto.
—Milorad Pavić

D
aba el profesor Darwin su acostumbrado paseo
vespertino por el Saffron Park cuando, al pie
del llamado Puente de los Colgados —como era
vulgarmente conocido— advirtió la figura de un hombre
al borde de la balaustrada. El hombre tenía el extremo de una
soga anudada al cuello, y en el extremo opuesto de la soga, una
roca bien amarrada al cuerpo pétreo, la misma que entre brazos
acunaba indeciso.

Aun cuando el traje no le hacía justicia al caballero,
si la vista no engañaba al profesor Darwin, el perfecto nudo
byroniano de la soga en el cuello del joven le permitió hacer
algunas deducciones atinadas, las cuales prefirió obviar.

El cuadro, según la inequívoca experiencia de Darwin,
era preciso y revelador. La apariencia primordial de su
nuevo sujeto de estudio, coligió el profesor, manifestaba
clara inclinación —peso de la roca en manos— por un deseo
inopinado de renuncia a la vida. Impulsado por la intriga,
el respetuoso profesor, caballero sin tacha aunque muy
vilipendiado, pasó de largo junto al hombre, con paso lento,
firme y sigiloso, y aunque no era su intención perturbar la
intensa concentración que requiere un futuro suicida, al
escuchar los hondos y lastimeros suspiros, que dejaba escapar
tan escandalosamente que parecía clamar ¡ayuda!, el científico

40
desanduvo los pasos andados a hurtadillas y, allegándose al
suicida en ciernes, le ofreció el solicitado auxilio.

Pete Jones (sí, lo llamaremos Pete Jones, pues su
descendencia es nutrida) en un principio se negó a aceptar el
ofrecimiento de Darwin, mas el profesor, que entonces ya era
un anciano, lo convenció hábilmente de postergar una tarea que
mal podía hacer en ese instante, de tal suerte que Darwin puso
punto final al debate induciéndolo a tomar una taza de té en su
acogedora casita. Allí podrían platicar, discutir holgadamente
el mal que le aquejaba y considerar si el sabio profesor estaba
en condiciones de auxiliar al muchacho, y el muchacho en
condiciones de recibir ayuda.

A regañadientes, Thelma Marie, la joven ama de llaves


del profesor, les sirvió el té, mas no el tradicional five o’clock
tea, dado que se trataba de un cita extraordinaria.

Cuidadosamente, Pete Jones depositó la piedra en el


piso y —no sin antes agradecer la gentileza de la diligente ama
de llaves— mientras bebía la deliciosa infusión de manzanilla,
que la severa Thelma Marie había preparado, contó al profesor
los motivos que lo orillaban a cometer el reprobable acto.

Meses atrás había conocido a lady… Lady (sí, llamemósla


lady Lady, pues damas como ésta abundan), seguramente la
británica más hermosa de la isla y probablemente la más bella
criatura de la Creación. No lo dijo, pero se infiere que fue amor
a primera vista. Pete Jones la invitó a salir un par de ocasiones;
conversaron acerca de las proezas de Napoleón, así como de
la graciosa audacia del sobrino, el III; compartieron una nieve
a las orillas del Támesis y contemplaron un insípido ocaso,
románticamente hiriente. Ella le confesó que jamás había
coincidido en tiempo y circunstancia con otro caballero tan
espléndidamente simpático como él.

Entonces, seguro de un amor correspondido, Pete


Jones le confió sus sentimientos y ofreció a la mujer sagrado
matrimonio. Sus conclusiones fueron erróneas, lady Lady
no estaba enamorada. Por una parte, Pete Jones era tan feo,
apuntó la dama, que le provocaba, según su estado de ánimo,
compasión o repugnancia; por otra parte, Pete Jones era tan
gentil y ameno, que no podía prescindir de sus juglarías para
llenar sus tardes ociosas. Lady Lady, con extremado tacto para
no lastimarlo, rechazó al aprendiz de suicida, no sin antes
hacerle saber que solamente lo quería como amigo y pedirle,

41
encarecidamente, que se dejara de romanticismos y ridiculeces,
y que nunca se separase de ella.

Pete Jones juró sobre la tumba de su abuela, ya que sus


padres aún vivían, jamás apartarse de lady Lady, ser su sombra
y procurar en lo absoluto la felicidad de ella con sus ocurrentes
bufonadas. Así el suicida se vio obligado a seguir alimentando
su amor por la joven, y a esconderlo con una sonrisa de oreja a
oreja más falsa que un sello de tres peniques. Empero, cansado
emocionalmente de este devaneo sentimental, Pete Jones
vislumbró una infalible salida por la puerta grande: la muerte
por decisión, que pese a estar de moda, no deja de ser digna. Y
en ese tránsito amargo, tras varios y muy sofisticados intentos
de quitarse la vida, todos risibles e inútiles, había elegido un
camino convencional, allegándose al parapeto del Puente de los
Colgados, momento cumbre en que el anciano científico se topó
con él.

El profesor Darwin escuchó atentamente al joven y no


interrumpió su discurso salvo para prender un puro. Su caso
le resultaba extrañamente familiar y creyó tener el remedio
adecuado para solucionar el problema, inyectarle bríos, ganas
de vivir y un renovado deseo de amar (a otra mujer, claro está).
Darwin, disculpándose con Pete Jones, se dirigió al estudio
y de la gaveta inferior de la escribanía sacó una resma de
documentos manuscritos. Al regresar a la estancia donde
esperaba Pete Jones, le mostró uno a uno el montón de papeles.

—Este dibujo, míster Jones —le dijo— es un retrato aproximado


del hombre más feo del mundo hace cinco mil años, circa;
este otro, es un retrato aproximado del hombre más guapo del
mundo, también hace cinco mil años, circa.

Pete Jones examinó los papeles; mas su rostro, era


evidente, conservaba esa expresión idiota que muy bien le iba
y explicaba el porqué lo rechazó lady Lady. Ambos esbozos
apenas diferían por un par de trazos. No tuvo que adivinar
Darwin los pensamientos que cruzaban la cabeza hueca de
Pete Jones, su gesto lo delataba. El profesor había inferido,
correctamente, que el muchacho aún no interpretaba los
grabados. Pese a la confusión del joven, prosiguió:

—Aquí verá, querido amigo —extendió el resto de los


papeles—, y obsérvelos con atención, los retratos aproximados,
respectivamente, de la mujer más fea y la más hermosa del
mundo hace cinco mil años.
42
—¿Circa? —preguntó Jones.
—¡Mi Dios, por cierto que sí! —replicó el profesor Darwin.
Pete Jones contempló los dibujos. Como en el caso anterior, no
había diferencia notable entre el primero y el segundo boceto.
—Oh, ya veo.
—¡Ve usted porque no está ciego, porque ha entendido un
comino! —saltó Darwin, y explicó señalando los dibujos
respectivos—. Uk, el hombre más guapo del mundo, era
también el mejor cazador de… digamos que una especie de
cochinillas gigantes; pero Ku, ésta —y señaló a la fea—, era
la mejor cocinera de cochinillas gigantes sobre la Tierra. En
cambio a Mu, el feo, las mujeres lo codiciaban porque era bueno
con el garrote y al anochecer hacía gum-mug con la garganta,
de tan dulce manera, que las hacía conciliar el sueño.
—Oh, ya veo —creyó entonces comprender Pete Jones el
inextricable fondo de la anatemizada teoría de la selección
natural, entonces tan criticada—. ¿Qué pasó con…?
—Um, se llamaba Um.
—¿Qué pasó con ella?

El profesor Darwin dio un pequeño sorbo a su té y


colocó la pierna izquierda sobre la derecha, pausadamente,
dándose tiempo para responder, como quien hace memoria:

—¿Con Um? Nada, era simplemente parte de la tribu. Y como a


todas las mujeres, los hombres que sabían hacer uso del garrote
o cantar dulcemente gum-mug para conciliar el sueño, no le
eran indiferentes, y asimismo, sentían especial fascinación por
los cazadores de esta especie de, digamos, cochinillas gigantes.
A decir verdad, a Um ningún hombre le producía inapetencia.
En aquella época, inexperto amigo, todos cumplían en mayor o
menor medida con las perspectivas de apareamiento.
—¡Cuánto han cambiado las cosas!
—Es la selección natural, en su más primitiva expresión.

Enseguida el profesor Darwin enarcó las cejas y se limitó


a carraspear. Pete Jones, entretanto, se desembarazaba de la
soga, que aún tenía amudada al cuello, y discretamente la hizo
a un lado con la punta del zapato cuando Thelma Marie entró a
la confortable estancia y recogió el servicio de té, acción que no
pasó inadvertida a los ojos del viejo científico.

—Entonces Uk se casó con Ku —dedujo Pete—, y Um con Mu,


¿no es así?

43
El profesor Darwin, sonriente, negó con la cabeza.
—Ni Uk se casó con Ku, ni Mu con Um, ni Uk con Um, ni Mu
con Ku, ni Uk con Mu y menos Um con Ku.
—¡Por Nelson, qué desdicha! —exclamó Pete Jones, de nuevo
dispuesto a arrojarse de cabeza, con el pedrusco ajustado al
cuello, al riachuelo que corre bajo el Puente de los Colgados.
Darwin tranquilizó al joven y amplió su respuesta:
—No se casaron, mi amigo, porque entonces el matrimonio no
era una institución formalizada, porque existía la poligamia y
porque vivían en tribus diferentes cada uno. Pero estoy seguro
de que entonces no importaba cuán feos o atractivos fuésemos,
por el sencillo hecho de que todos eran ¡horrorosamente
iguales! —horridly equals!, fue la expresión que empleó
Darwin—. Se amaban por otras razones. Lo mismo que hoy en
día, debo señalar.
—¿Como cuáles? —inquirió el joven atribulado, con los ojos
chispeantes, tímidamente vuelto a la vida.
—¡Hum! Por ejemplo, ejem ejem… Se amaban, pues, pues
porque sí. Y no haga más preguntas necias.

El silencio entre pupilo y maestro se impuso. Todo


estaba claramente dicho y no fue sino hasta ese preciso
momento que Pete Jones creyó haber aprendido la lección
impartida por el profesor Darwin. En el acto se puso de pie y
respetuosamente agradeció una y otra vez su auxilio, con lo
cual salió de la casa ligeramente liberado de la frustrante carga
sentimental que lo agobiaba, así como de la carga material
que apenas soportaban sus pequeñas manos, pues atinada y
pertinazmente, había olvidado roca y soga bajo el mismo sofá
donde, con suma discreción, se desembarazó de ellas.
Al día siguiente, a la hora en que Darwin daba su acostumbrado
paseo vespertino por el Saffron Park, Pete Jones, a las puertas
de la casa del ausente profesor, se anunció, tras tirar en tres
ocasiones de la campanilla.

Thelma Marie, consternada, abrió la puerta y Pete Jones


se vio obligado a explicar con detalle su desventura al ama
de llaves, y cómo fue que ayer, a la hora del té, en compañía
del profesor Darwin, olvidó una roca y una soga, mismas que
de no haber sido por la intervención del venerable científico,
habríanle sido harto útiles para privarse de la vida y, ya que
obraban en su poder, y siendo ella ama de llaves y mujer
de todas las confianzas de Darwin, y no encontrándose éste
presente, le solicitaba, de ser posible —“sólo de ser posible”—,
la devolución de tales adminículos mortíferos.

44
—Puede estar tranquila —precisó el joven, embelesado—, no
tengo en mente cometer ningún despropósito.
Bajo la máscara de la timidez femenina, el ama de llaves le
arrojó una mirada suspicaz y seductora. Pete Jones había hecho
su petición tan gentil y cortésmente, que la delicada Thelma
Marie habría sido incapaz de negarle nada al curioso caballero
que tenía de pie ante sus ojos, allí, en el umbral de la puerta,
bien erguido y argumentando distracción, blandiendo un
ramillete de flores amarillas, tal vez rosas o margaritas, como
muestra de infinita gratitud —menos por las improvisadas
lecciones del profesor Darwin, que por la infusión de
manzanilla aplicada por la exquisita y delicada Thelma Marie.
—¿Seguro? ¿No piensa usted incurrir de nuevo en semejante
tontería? —interrogó Thelma Marie al visitante—. Sería una
lamentable pérdida.
—¿Lo cree usted así?
—A leguas se ve que usted es un hombre muy entero y
apasionado, he de confesarle. Sí, lo lamentaría mucho.
—¡Por Trafalgar! —replicó Pete Jones—. Puede dormir
tranquila. Nada, nada de eso, señorita, son muy otras mis
intenciones —aseveró el joven, con una amplia y sincera sonrisa
en los labios, la cual denotaba extremo nerviosismo.
—Y las flores, ¿qué piensa hacer con ellas?
—Sí, las flores… ¿Qué hay con las flores? ¡Oh, esta bagatela,
claro! —y apresuró una apología botánica el suicida
arrepentido—. Le ruego disculpe mi atrevimiento, pero tengo
entendido que las margaritas no son lo más adecuado en estos
casos, y en cuanto a las rosas… Quizá pueda orientarme con
respecto a las preferencias del profesor Darwin.
—Ya veo. Pero sean rosas o margaritas, caballero, la verdad
no acostumbran, no al menos sino hasta que usted llegó,
obsequiarle flores al profesor —arguyó Thelma Marie.
Inteligente observación, por cierto.
—Tampoco es mi costumbre obsequiar flores —confesó
Pete Jones tartajeante—. No al profesor Darwin ni a ningún
caballero, aclaro —enfatizó ruborizado—, distinguida…
—Thelma Marie.
—¡Oh Thelma-Marie! —exclamó míster Pete Jones, haciendo
una cómica reverencia.

El profesor Darwin, que había prolongado


premeditadamente su acostumbrado paseo vespertino, acodado
en el antepecho de la balaustrada del Puente de los Colgados,
arrojó al vacío un guijarro y contó una a una las ondas que se
formaban en la superficie cristalina del riachuelo. Examinó

45
su reloj y blasfemó al imaginar las dificultades que en breve
le sobrevendrían, cuando se viese en la necesidad de buscar,
encontrar y conservar a un ama de llaves tan eficiente, solícita
y delicada como su querida Thelma Marie. Maldijo el instante
en que decidió darle nuevo cauce a los pasos perdidos de Míster
Mu, como bautizó al frustrado suicida.

Después, inmerso entre múltiples reflexiones, continuó


su caminata. Al cabo de unos minutos, tomó asiento en una
banqueta del Saffron Park. Sacó del bolsillo interior de su levita
lápiz y libreta, donde anotaba variopintas consideraciones en
torno a su próximo tractatus. Miró el puente con expresión
dubitativa y evitó a una pareja de groseros enamorados a la
vista. En el cuadernillo, que tenía por título La descendencia
humana y la selección sexual, con letra apresurada, pero bien
clara, apuntó:

La selección sexual es un enigma que podría rebasar el


misterio de la selección natural. Los comportamientos entre
las especies mayores y las menores, en la cadena evolutiva, son
mínimas, incluso pueden observarse curiosos paralelismos.
Pongo por caso el de Pete Jones, suerte de homo sapiens con
marcadas reminiscencias simiescas. Diríase que este espécimen
estaría destinado a desaparecer, pero no: se multiplica
alarmantemente y gana terreno sobre el sapiens sapiens
[…] Entiendo, sin embargo, que referirse al sapiens sapiens
contribuye a conjeturas inagotables; la agudeza intelectual,
cuando existe, con frecuencia es precaria […] El riesgo latente
de encontrarse a un Pete Jones, digamos, a la vera del Támesis,
no es cosa menor; si algún día llegare a tropezar con este
simulacro de antropoide, recomiendo ignorarlo y no dejarse
seducir por estúpidos sentimentalismos.

Y cerrando el cuaderno, echó a andar a casa, resignado.

Gerardo de la Cruz (Ciudad de México, 1974) es escritor y


editor. Estudió Lengua y literatura hispánicas en la UNAM. Autor
del volumen de cuentos A propósito del autor (UAM, 1995) y la
novela La inacabada vida y obra de J. Chirgo (Terracota, 2015).

46
GREEN BOOTS
Paulette Jonguitud

T
he water falls on her head, on her face, around her ears.
She sits on the floor and it falls encasing her in the only
shelter she has found in this house. She feels safe, she
must be, no one can demand anything from her while
she´s in the shower. Her back hurts. Her feet, her womb, it all
hurts but the hot water dulls the pain. She wishes she could
drink it but the water in this city is as dirty as the sky. The light
over the vanity mirror makes some water drops glisten while
others cast small oval shadows.

Her daughter´s string of a voice tries to break through
the sound of the shower, her daughter´s voice and the screech
of a toy that keeps asking if anyone would like to go and play in
the farm. Her daughter´s voice calls from her room: Mom! She
answers I´m coming, I´ m coming, as if she would.

There´s a scar on her pubis, the scar that wants to hide


among the hair but can´t for it has turned red and blotchy,
as it did the first time, when her daughter was born. It looks
like a worm that inches through her body but it never moves.
It twitches when she laughs. It no longer hurts. The first few
days back from the hospital, three black knots signaled the
beginning, middle and end of the opening and she had to clean it
twice a day with the same ointment she used on her baby boy´s
bellybutton. Two survivors of the same battle. Only her baby boy
knows about the nine hours of labour, about curling up on the
hospital bed trying to hold still while a long needle pierced her
back, only he knows about the fear and the lights and the voice
of the anesthesiologist commanding her to hold still through the
pain, to stop trembling. But her baby boy doesn´t know about
the anguish of being responsible for two small children in a
country that crumbles around them. A country that preys on its
young, that chews them up and spits them out burnt to ashes.
She often wonders what would happen if every dead citizen´s
body remained as a landmark where his or her life was taken:
that would be an unavoidable manifestation of grief. She feels
powerless. One month and seventeen days ago she was cut in

47
half and her baby boy came out through the emergency exit now
guarded by a reddish worm she knows she´ll find it in her to
hate. Not yet, now it´s just a worm that guards a gate, one more
imprint that motherhood has left on her body, every deformity
is but an avowal of their birth and her survival. If only she could
still carry both children inside her body she could protect them
from this Saturn of a country.

In the shower she feels safe. No one can come in and take
them away, no one can say: give me that, feed me, keep me warm,
it feels like a cave of her own where it rains just for her.

She is wearing bright green rain boots. By the end of her


second pregnancy she wore them all the time to avoid slipping
because it rains all year where she lives. At least that is what
she said, but the truth is she wears them because they hide the
fungi that inhabit her toenails and have turned them into tiny
sandboxes where diminutive children could build castles and dig
holes. She has been unable to vanish the fungi from her southern
territory because the medicine she needs is not to be taken by
pregnant women or women who breastfeed, so she has to put
up with yet some other organism living on her body. This body
hasn´t been hers for almost a year now but she has been unable
to move somewhere else.

Her breasts feel heavy and her nipples tingle, then a sharp
pain and the milk drips from them and joins the water down
the drain. The baby boy cries now, he knows the milk is being
wasted and his sister rolls the stroller in and after drying her
arms, the mother takes him out, offers her breast and the crying
stops. The mother might be getting a cold, she feels lightheaded
and sometimes she trembles. It might be a cold, it might even
be pneumonia and then she would have to be taken back to the
hospital where she could sleep through the night.

The green boots have come in handy for her feet are still
swollen and no other shoe could fit them. The baby boy is asleep
now and here he no longer smells of sour milk. Her daughter is
sitting on the bathroom mat working on a jigsaw puzzle, once in
a while the girl howls as loud as she can to remind them that she
exists and that she once suckled those breasts. Or maybe she just
shouts because she likes how her voice bounces off the bathroom
tiles, she screams because she is three years old and has a baby
brother, she bawls because her mother won’t leave the shower.
The big eyed girl used to look at her mother from the bathroom
door but she never asked: Why are you in there all day long? She
used to sit and play in the hallway, by the door, she used to cry
48
pulling yards of toilet paper out of the roll and now she has finally
brought most of her toys into the bathroom. She used to need the
complicity of her mother to play but now she builds towers with
wooden blocks all by herself. She must be in bloom. Sometimes
she comes nose to nose with her mother and repeats her own
name until it looses meaning and makes her laugh. Sometimes
she punches her mother in the stomach. Sometimes she bites
her with the very edge of her teeth. But she can build the highest
towers out of wooden blocks all by herself. She is such a big girl
now.

The mother´s breasts are now empty and they sag, they
drip down her body like so many drops of water. She should get
out and is convinced that she can get up whenever she wants
to. This is just a long shower. She deserves it. She was opened
in half and a baby boy was pulled and pushed and ripped from
her belly and now she is supposed to care for him, for both her
children, in a country that abducts its young. When her daughter
was born she used to take her to the park on long walks but she
couldn´t shake the feeling of walking around with a briefcase full
of money, almost tempting some one to take it away from her. An
exhausted woman walking around with an infant seemed to her
like a provocation. She looked at other mothers and wondered
if they felt as safe as they seemed to. They didn´t. One should´t
have to learn to live in fear. Can´t she take a long, hot shower?
She can get up any time she wants to, go out and play like she
used to with that little girl that left a couple of apples for her on
the floor mat. The baby boy is back in the stroller. She could get
up and look at herself in the mirror, look at that body that is once
again her own but she knows that it´s been returned in a poorer
condition than it was when she lent it. She no longer holds the
baby but she can hear him so she must have put him back in the
stroller.

She lies down on her left side and the white tiles welcome
her like a pillow under the shadow of the towels and her shelter
feels more like a cave now. She won´t move, she´ll stay there and
people will have to jump over her on their ascent to everyday life.
She will become a landmark. Green Boots.

Her daughter stands by the shower door now, wearing


nothing but her own tiny rain boots, and she carries an umbrella.
She steps into the shower, sits next to her mother and opens the
umbrella.
Paulette Jonguitud (Mexico City, 1978) is the author of
Mildew, published in English in 2015 by CB Editions and in
Spanish by FETA/CONACULTA. She has been a MacDowell
Colony Artist in Residence and lives in Mexico City.
49
Episodio de la
historia oficial
mexicana
Isabel Díaz Alanís

E
l mundo es un lugar impredecible en una
y mil maneras. Ese día, por ejemplo, las
Californias mexicanas amanecieron isla. Sin
la ayuda de terremotos, erupciones volcánicas
o explicaciones, la hasta entonces península vio
la luz del día rodeada completamente de agua. De
haber algún astronauta dando vueltas en el espacio
admirando la imagen de la Tierra podría haber
atestiguado que el corte fue limpio, obediente de
las fronteras delineadas concienzudamente por la
guerra y la política. Era la pieza desencajada de un
rompecabezas.

Historiadores empolvados, políticos de nariz


respingada, cocineros de mariscos y otras delicias,
contorsionistas jubilados, estilistas conservadores,
motociclistas higiénicos, personas altas y chaparras:
cualquiera tenía su propia opinión de lo sucedido:
“¡Mentira! ¿Se va a separar nomás porque sí?”
“Seguro esto es obra de agentes secretos” “Espera,
¿dónde está Baja California?”

Investigadores de múltiples disciplinas


demandaron cambiar inmediatamente los libros de
historia del país. Aquél era un evento digno de ser
anotado para las futuras generaciones de jóvenes,
propensos a creer que las cosas son sólo de su tiempo
o de un remotísimo pasado. No faltó quien dijera que
50
las Baja Californias eran desde un principio una isla
catalogada de península por ojos miopes, traidores
inclusive, y citaban en su defensa mapas del siglo
XVI; urgía corregir el error. Puntualmente, fueron
los cartógrafos los más alarmados con el cambio.
Cada mapa necesitaba ser alterado para demostrar
la nueva distribución. La silueta de México había
perdido su delicada figura y parecía ahora una bota de
vino junto a una antorcha apagada. “Es como ver una
niña con la frente ancha al descubierto; tarda uno en
acostumbrarse”, dijo un renombrado académico.

Los ajustes debidos se hicieron de manera


rápida, ¿qué pasaría si alguien manejando de
Hermosillo a Mexicali entraba al mar creyendo que
la carretera continuaba de manera subacuática? O
peor, ¿si otro país reclamaba la isla? O, ni lo mande
Dios, ¿sus habitantes se quisieran independizar?
Se pusieron los señalamientos pertinentes y se
desarrollaron nuevos materiales para las escuelas con
el afán de proteger el amor patrio. Alumnos de los
treinta y dos estados de la República eran examinados
en sus nuevos conocimientos geográficos: ¿cuántos
estados hay en la isla mexicana del Pacífico? Dos,
Baja California Norte y Baja California Sur; ¿cuáles
son los países/estados limítrofes? Pregunta capciosa,
está rodeada de agua. Había desacuerdos de vez en
cuando sobre los datos duros concernientes a la isla
pero jamás de su existencia. ¿Cómo negarla? Turistas
de todas partes la visitaban para tratar de resolver el
misterio de su origen y se tomaban fotos en diversas
posiciones sobre la carretera que antes llevaba a
Estados Unidos y ahora se desaparecía en el mar azul
oscuro. En suma, se convirtió en la perla mexicana,
sujeto de postales, fotografías, imanes y las conocidas
parafernalias del turismo que no hace más que ir en
aumento.

Isabel Díaz Alanís (Monterrey, 1988). Se graduó de la


carrera de Literatura Latinoamericana en la Universidad
Iberoamericana de la Ciudad de México y hoy en día vive en
Filadelfia donde estudia un doctorado en literatura hispánica en
la Universidad de Pensilvania.

51
Alta Definición
Laura Emilia Pacheco

C
omo cimas de un Everest a escala, incontables olas
errantes reflejaban en su turgencia los destellos del
sol. Era imposible mirar el horizonte sin que al poco
tiempo dolieran los ojos. Las aguas del océano eran muy
distintas a las que bordeaban la playa, con su vaivén de espuma
y la engañosa protección de la arena que se desmorona bajo los
pies.

Antes de aquel día, sólo de muy niña había estado


en alta mar, durante un viaje con mis padres a Noruega, a
bordo de un barco que se incendió y hundió apenas en cuanto
descendimos en Oslo. Ignoro cómo nos salvamos. Junto con
tantos otros objetos y recuerdos que me remiten a mi primera
infancia –sin duda el periodo más feliz de mi vida--, conservé
siempre el oso polar que me compraron a bordo. Pero aquel
fue un viaje de muchos días, décadas atrás, en un océano
septentrional muy distinto a este, de modo que, en realidad,
era la primera vez que advertía la textura de la inmensidad. El
televisor de alta definición que me acompaña en mi cuarto no
podía recrear fielmente este paisaje en fuga. Por un momento
me pareció que el desplazamiento perpetuo del agua era la
forma en que el océano intentaba resolver algo.

A último momento decidí unirme a la excursión


promovida por el hotel para conocer a los tiburones ballena:
gigantes inofensivos que llevan sesenta millones de años en la
Tierra. Acostumbrada a la soledad, las vacaciones semestrales
con mis amigas de infancia fueron suficientes para decidirme
al paseo. Con la excursión quería alejarme tan solo unas horas
de una convivencia agradable, pero algo agobiante, que se
prolongaría varios días más.

La noche anterior, bajo la luna llena, en el amplio


balcón frente al mar, las seis habíamos conversado sobre la
necesidad de establecernos en un terreno —cerca de la playa o
en un algún sitio seguro y de buen clima— para construir una
serie de cabañas donde viviríamos lo que nos restara de vida,
52
en una suerte de asilo a la medida, cuidando, compartiendo y
monitoreando nuestra inminente vejez.
--Si una se enferma las demás podemos hacernos cargo, estar
pendientes.
—Quiero invitar a mi prima, a ver si le interesa unirse al plan.
Ella también está sola.
—Mi tía y sus amigas lo hicieron. Todas viven en una casa y
les va muy bien, siempre y cuando se tenga todo en orden:
“cuentas claras, amistades largas”.
—Tendríamos que hacer un fondo común.
—A esta edad no podemos ignorarlo. Hay que hacerlo ya para
cuando llegue el momento –sentenció la más bronceada, con
una piña colada virgen en la mano.
Antes y durante las vacaciones, una y otra vez, la misma charla.
—Yo te acompaño —interrumpió otra de ellas, refiriéndose a la
excursión—. Sólo tengo que pedir que me hagan el cargo a la
tarjeta. Es menos caro si somos dos.

No soy buena nadadora. Nunca aprendí bien. Me


encantan los animales. Las personas, no tanto. Creo que he
visto todos los programas sobre al mar, el espacio, la vida de los
felinos, el ciclo de reproducción del coral, las maravillas de la
naturaleza, los misterios del planeta. En este viaje me limitaría
a hacer lo que hago mejor: observar. Aunque desde cierta
distancia, vería al tiburón ballena.

No sé mucho de barcos. El yate de la excursión me


pareció bastante grande. El motor de “El Piélago” –así estaba
escrito su nombre en grandes letras azules— lanzó un hondo
rugido y exhaló una humareda negra con la que inauguró el
viaje. El fuerte olor a diesel me dio náuseas. En ese momento
me arrepentí de haber ido. Éramos nueve personas, además
de la tripulación y dos buzos expertos que estaban a cargo del
paseo. Entre los turistas, sobresalía el dueño de una discoteca.
Tenía torso atlético, una gruesa cadena de oro colgada al cuello,
cabello negro. Su compañera era una joven de bikini rojo con
pestañas postizas.

El yate avanzó varias horas con un adormecedor
bamboleo. La estela de humo negro se diluía lentamente
entre el oleaje que la cercaba. El viento era un gran alivio que
me daba sensación de libertad. Media hora antes habíamos
dejado atrás la última isla que aparecía en el mapa, antes de
internarnos de lleno en mar abierto.

53
Cuando alcanzamos la latitud correcta, los buzos nos
instaron a buscar algún indicio de la presencia de los tiburones
ballena. El sube y baja de las cordilleras de olas en forma de
pico creaba espejismos; reconocer qué era real resultaba difícil
para nosotros que no teníamos experiencia navegando. Una
delgada capa de fibra de vidrio era todo lo que nos separaba del
fondo del mar; fuera del perímetro del yate, no había nada de lo
que pudiéramos asirnos. Era parecido a lo que a veces se siente
en el avión cuando uno se percata de que, bajo el asiento, sólo
hay aire. Desde el cielo puede verse la superficie de la Tierra.
No así en pleno océano, donde sólo las primeras capas de agua
son translúcidas y, luego, oscuridad.

Casi cuatro horas después de iniciar el viaje, alguien


gritó:
—¡Ahí están! ¡Parece que son dos!

Yo sólo vi destellos en el agua. Eran tan brillantes que
parecían de hielo.

Cada uno de nosotros tenía un snorkel. Nunca antes
usé uno pero me pareció que el principio era bastante simple:
se respira por la boca --no por la nariz que está apresada en el
visor—, y el aire entra por el tubo.

—¿Vienes? —me preguntó uno de los buzos.
—No. Voy a esperar un momento —respondí, ante su mirada de
desprecio que evidenciaba mi cobardía. “No”: otro más en mi
vida. La repetición es el Infierno. En ese momento me acordé
de animales —como algunas especies de ranas—, que pueden
sobrevivir largos periodos de tiempo sin beber agua, en un
estado de desecación funcional.

Mi amiga se acomodó el snorkel y saltó al agua sin decir


más.

—¡Es una hembra: está preñada!¡Vengan! ¡Es aquí! —gritó el


segundo buzo, ya en el agua, haciendo señas con la mano.

Uno a uno, los turistas se lanzaron al mar. Dos coreanas
se tomaron de la mano y saltaron juntas.

Sólo faltábamos el dueño de la discoteca y yo. Él estaba


sentado sobre la barandilla, con las piernas ya colgando de
54
fuera, no del todo convencido de lo que estaba por hacer. Ante
su evidente resquemor, su joven acompañante aprovechó para
burlarse del hombre que, hasta hacía unos momentos, se había
presentado ante a ella como poderoso y de gran mundo. Ahora
temblaba como un niño y tenía la piel erizada:

—¡Ven, mi amor! No tengas miedo. Yo te cuido… Vas a ver que


los pececitos no te hacen nada —gritaba ella desde el agua,
mientras sus senos boyantes casi le cubrían la boca. De cada
una de sus pestañas impermeables colgaban gotitas que le
daban a su rostro un aspecto irreal.

Mientras él se decidía, los demás estaban ya en el


sitio del avistamiento. Alcanzaban a oírse oleadas de risas,
expresiones de júbilo, gritos de deleite, el chapuceo del agua.
Los tubitos de aire subían y bajaban en un juego que parecía tan
emocionante como divertido.

Apenada por presenciar la humillación que estaba


sufriendo el hombre, preferí alejarme discretamente a la
barandilla opuesta para no avergonzarlo más. Con el snorkel
sobre la cabeza me asomé al agua. Pasados unos minutos,
distinguí una serie de tenues manchas que navegaban con
lentitud junto al yate: era el otro tiburón ballena.

Sí, no; sí, no; si, no; pensaba. Por una vez tenía que
romper el ciclo. Escupí en el visor del snorkel, como todos lo
habían hecho, me coloqué el aparato, introduje el tubo en mi
boca y me subí a la baranda. ¿Qué tan distinta podía ser el agua
del mar a la de una alberca?

Sin pensarlo, salté con gran impulso. Alcancé a escuchar


el angustioso aullido del hombre al caer, del otro lado del yate.

La fuerza de mi salto hizo que me sumergiera mucho


más de lo que yo había anticipado. Sin previo aviso, me
encontré en un mundo irreconocible del que había visto en los
documentales. Perdí toda orientación. Me paralicé. Con ojos
desorbitados quedé en medio de un paisaje desolado y borroso.
La gris monotonía me rodeaba y no tenía fronteras.

El sobresalto me hizo responder como lo haría


cualquiera en tierra firme: intenté respirar hondo, pero el
snorkel –del que me había olvidado por completo— me lo
impidió. Se me borró por completo su mecánica. Confundida,

55
prensada por la claustrofobia, intenté patalear enérgicamente,
sin saber adónde. Alcancé la bóveda líquida y luminosa de la
superficie. Creí que mi corazón iba a estallar. Sólo pude sacar
la mitad del rostro pero el snorkel era un estorbo y el cabello se
me arremolinó en la cara.

Entré en pánico. No pude mantenerme a flote. El tiempo


entró en otra dimensión, distorsionada, ondulante, larga.

Debajo de mí, aleteando con lentitud e indiferencia,


pasó una enorme sábana negra, como un fantasma oscuro.
La mantarraya desapareció tan pronto como vino. Sobre mi
cabeza, por última vez, vi los prismas multicolores de las olas.
Desde la distancia, surgió una mancha oval. Ya muy cerca su
silueta se definió. Era el tiburón ballena.

La cúpula de agua hacía que su piel pareciera de un azul
intenso y textura como de seda mojada. Sus manchas –que
se veían amarillas—eran como un homenaje al sol: un jaguar
marino. La totalidad de sus doce metros pasó frente a mí con
parsimonia y nadó en un amplio círculo, acompañado de su
séquito de rémoras y otros peces. Por un instante –sólo uno—
nuestras miradas se cruzaron. Su ojo —parecido al de elefantes
y ballenas por su humanidad— me miró. Comprendió todo.
Me leyó como a un libro abierto. Había sesenta millones de
años en esa mirada. Me invadió una sensación desconocida por
absoluta.

Las capas de gris progresaban hasta volverse, no
una fosa, sino una llanura esférica de penumbra disuelta en
oscuridad. Franjas de agua de distintas temperaturas me
atravesaron. Como si hubiera estado siempre ahí, desde el
inicio de los tiempos, me vino a la mente la imagen de los
ahogados, los barcos, que, como copos de nieve, cayeron al
fondo del mar. Fue sobrecogedor. Me invadió una honda
calidez. Supe entonces que todo estaba resuelto y, en ese
abismo —nebuloso, infinito, inescapable— el caos perdió su
confusión.

Laura Emilia Pacheco Escritora, editora y traductora.


Ha publicado El último mundo (Random House, 2009) y
recientemente acaba de aparecer su traducción de Fragmentos
de George Steiner (Siruela, Madrid, 2016).

56
Todos somos
imbéciles
Brenda Ríos

L
levábamos año y medio compartiendo cubículo. Al
principio le di la oportunidad. Pensé que fingía su
estupidez. Para trabajar menos, para pedir ayuda.
Flotaba en su bondad graciosa de rubia de anuncio:
tan rubia como estúpida. Era como un Bartleby, excepto que
su presencia no era discreta, ni silenciosa.

Esta mañana, por ejemplo, entró masticando unas


galletas. Odiaba el sonido de sus dientes y el paso del
alimento en su tráquea. No levanté la vista para mirarlo.
Crunch, crunch invadieron los dos por tres metros que
compartíamos. Crunch, crunch y me preguntaba algo, evité
mirarlo porque alcanzaría a distinguir los restos de galleta
triturados en su boca, entre la saliva, los dientes; contesté
como pude, con un tono que pretendía marcar mi distancia,
ser directo y un poco descortés para no dar pie a mayores
conversaciones en el día, pero sabía que ya había perdido
esa batalla.

Su mujer acababa de tener hijo. Cada mañana


contaba las novedades del asunto.

Este hombre, me quedaba claro, había llegado


donde llegó porque su madre le cambió el pañal hasta los
treinta, luego encontró una esposa que hacía exactamente
lo mismo. Mujeres devotas que limpian mocos y mierda con
la misma cara en el asco que en el amor. Y crían seres como
él, que sudan una baba espesa, como semen, una baba de
satisfacción básica: alimentados, secos seres que no aspiran
a más, a nada, más que a llegar a casa y saber que alguien ya
preparó la cama, la cena.
Viven porque el aire es gratis. Aun así, por extraño que

57
pueda parecer, logran sostenerse en pie, conducir un auto
y llenar la oficina con su presencia, realizar tareas que no
requieren mayores complicaciones, se ríen con una risa
honda, gomosa, sin gracia alguna.

Me pregunta cosas todo el día: cómo hacer una


llamada telefónica, si hay papel en la impresora, cómo se
escribe tal palabra, si ya vi los adornos de navidad afuera
de la oficina, si ya supe de la comida que organizaron, que
cuáles eran mis planes para navidad, que en el último mes
de embarazo le daban ganas de rebanarle la panza a su
mujer, que cuando comenzaba a gritar él huía, que si era
normal que ella le llamara veinte veces al día. Me había
contado que su madre había muerto y que entonces él
conoció a esta chica con la que se mudó a los tres meses;
que odiaba a su madre, lo descubrió en terapia, a donde
regresa de vez en cuando para cambiar de sujeto en la
oración: Mi esposa en lugar de Mi madre.

Asiento, finjo escuchar, no quiero que sus palabras


atraviesen el metro y diez centímetros que nos separan. Su
baba debe seguir en el teléfono que compartimos. Respira
fuerte, como animal sudado, perro ansioso.

Me concentro en mis tareas. Olvido por un rato


que lo odio. Pero pregunta, pregunta, y me ve con ojos que
esperan respuesta. No sé cómo decirle que se rinda, que
no importa lo que haga no hará conexión con nadie. Que
su clase es otra. Incluso la persona más humilde de esta
oficina ingresó por un examen, esperó su tiempo, cumplió
sentencia en limpiar baños antes de ir subiendo a fuerza
de voluntad, disciplina y cabildeos discretos, pero él llegó
porque su padre conoce al director, y da por hecho todo, la
vida es una bandeja puesta.

Su trabajo es menos que satisfactorio. Qué


podríamos esperar de un ser que lee a Novalis y Heidegger
y no sabe hacer una llamada telefónica. Está en otra parte.
No sé cómo lee, cómo puede comprender, no me entra en la
cabeza. Leer esos textos para él debe ser como si un peatón
cualquiera entrara al museo y contemplara un cuadro sin
saber qué esperar. O soy yo la que contempla eso ahora y él
el que comprende todo, lo que a mí se me escapa. El imbécil
y el genio pueden ser uno solo si lo vemos desde arriba. O
desde cualquier otro lado donde no estoy ahora.

58
Quizá el estúpido sea yo. Quizá su genio lo pierda mi
perspectiva limitada y obtusa.
No sé leer inteligencias. Me perdí en alguna parte. Qué es
bueno, qué no. Qué es inteligente, qué no. Qué es noble.
Qué es húmedo, seco, pleno de amor o de retórica. Me he
subido a autos de desconocidos. He confiado en la gente.
He amado sin pedir nada a cambio. He perdido amigos, he
ganado. Pero sigo sin saber a bien qué pasa en la mente de
la gente con la que estoy obligada a pasar mucho tiempo.
Siempre me ocupó el imaginar que por muy bien que me
fuera podría irme mejor.

La ambición del estado instantáneo de mi


comodidad, por decirlo así. Estoy bien, pero podría estar en
otra parte, aún mejor. Zapping del espíritu. Eso hago, todo
el tiempo. Nada me satisface. Nada me deja tranquilo.

Espero entonces. Aunque no hay nada que esperar.


Espero porque no tengo otra cosa que hacer. La ciudad no
ayuda. No logro distinguir entre lo claro y lo oscuro, ciertas
mañanas parecen tardes y antes de anochecer parece que el
día comienza y en breves horas estaré a merced de la boca
con dientes que mastican y hablan, hablan, hablan.

59
“El lenguaje está lleno de
cicatrices”

Edmundo Paz Soldán


Entrevista
por

Mario Jiménez Chacón

Novelista, cuentista y
académico, autor de
nueve novelas, entre
ellas: Norte, El delirio de
Turing e Iris. También ha
publicado Alcides Arguedas
y la narrativa de la nación
enferma (Plural, 2003),
Latin American Literature
and Mass Media (Garland,
2000) con Debra Castillo,
y Se habla español: Voces
latinas en U.S.A. (Alfaguara,
2000) con Alberto Fuguet. Es profesor de literatura y
escritura creativa en Cornell University. Sus obras han sido
traducidas a nueve lenguas y ha sido galardonado con el
Premio Nacional de Novela de Bolivia (1992 y 2003) y el
Premio Juan Rulfo (1997) por su relato “Dochera“.

60
Entre el escritor de “Dochera” y el de Iris han pasado ya casi veinte años.
¿Qué te distingue en términos de estilo e intereses temáticos de aquel
escritor? ¿Qué permanece?

Creo que lo que más permanece es mi deseo, mi interés en la construcción


de mundos ficcionales, que eso es lo que estaba en “Dochera”. Es
la historia de un crucigramista que comienza a inventar mundos en
su cabeza. Es quizás una influencia de Borges, un mundo que ahí es
lingüístico puramente, un mundo verbal, pero lo está comenzando a
construir tratando de reinventar el mundo, nombrarlo de otra manera a
través de las definiciones de los crucigramas. Quizás en Iris lo que hay es
una radicalización de eso porque ahí ya toda la novela es la construcción
de un mundo ficcional. Eso es algo que permite la ciencia ficción. Hasta
la flora, la fauna, todo tiene un nombre diferente al del referente real.
Es como una especie de mundo que está siendo creado desde cero. Los
soldados se llaman de otra forma y claro, es un mundo que los personajes
están descubriendo y al descubrir, tienen que nombrar y se van dando
cuenta de que no todo funciona como el mundo
que han dejado atrás, que hay tipos de animales
diferentes, costumbres diferentes, y todo eso.
Pero es todo un intento de hacer un mundo
diferente. Lo que es diferente, creo, es que
“Dochera” era más como una especie de escritura
más realista en el sentido más tradicional. Y en el
lenguaje, era el lenguaje más tradicional del
realismo para narrar esta invención de un mundo.
Aunque aparecen palabras raras todavía
creo que es dentro de un código típicamente
más realista. Supongo que también tiene que ver por el hecho de esos
veinte años que tú mencionas que he pasado en Estados Unidos. Tengo
mucha más conciencia de los intercambios lingüísticos o los intercambios
culturales y la forma en que el lenguaje mismo en contacto con otras
culturas involucra ganancias y pérdidas, que el lenguaje está lleno de
cicatrices a partir de ese contacto, e incluso el mismo lenguaje en que
escribimos, el español, es un lenguaje que viene de una conquista.
Entonces Iris para mí es eso, como que en la novela soy mucho más
consciente de todos esos choques culturales, y esos choques culturales
no solamente deben reflejarse en la trama sino en la misma forma que
toma la novela, en el mismo lenguaje que se usa. Y por eso es un lenguaje
mucho más distorsionado, mucho más torcido, chueco, que el lenguaje
más tradicional que yo usaba en la época de “Dochera”. Entonces en esos
veinte años sí hay un cambio importante, central. Creo que tiene que ver
con eso, de que soy mucho más consciente de esas heridas, o cicatrices

61
constantes del lenguaje.

Por lo menos en dos de tus novelas, Los vivos y los muertos y Norte,
aparece con mucha fuerza la figura del asesino en serie. ¿Qué elementos
te atraen de esta figura marginal? ¿Qué posibilidades literarias te ofrece
el criminal absoluto, por decirlo de alguna manera?

Bueno, hay que decir también que estos dos personajes están asociados
a las novelas que están ambientadas en Estados Unidos, que es como
una parte de mi narrativa sobre todo de los últimos diez años. Yo ya vivo
en Estados Unidos treinta años pero siempre me intimidó ambientar
cosas en Estados Unidos, porque lo veía como un país tan grande. De
hecho sigue siendo un país-continente, más para alguien que viene de un
país como Bolivia que solo tiene once millones de habitantes. De pronto
Estados Unidos te parece como una cosa como abrumadora para narrar.
Entonces en los últimos años cuando me interesó narrar y ambientar
cosas en Estados Unidos me dije: cuáles serían mis puertas de entrada
a este mundo. Y ahí, claro, pensé que una de las cosas que todavía me
sorprende y que pensé que con los años podría comprender más y más de
los Estados Unidos, pero me doy cuenta que cada vez comprendo menos,
es la violencia cotidiana de la sociedad norteamericana, que tiene que ver
con la libertad para conseguir armas en los Estados Unidos, a diferencia
de América Latina. Yo quería hacer incluso una trilogía ambientada en
Estados Unidos que quería llamar la trilogía de la violencia, de novelas
autónomas pero que estuvieran conectadas por el tema de la violencia.
Entonces Los vivos y los muertos era una novela que tenía que ver con
la violencia en la High School, en colegios. Luego venía Norte que era
la violencia conectada con la inmigración, con la frontera. Y la tercera
novela iba a ser Iris que era una novela que tenía que ver con la violencia
imperial, del 11 de septiembre y del ejército; o sea las nuevas caras
del imperialismo en el siglo XXI, una novela de guerra, de conquista y
enfrentamiento con otra cultura. En sus versiones originales esta novela
estaba influida por lo que estaba pasando en Irak y Afganistán después
del 11 de septiembre, la ocupación de esos países por parte del ejército
norteamericano. Pero luego ya se convirtió en una novela de ciencia
ficción y decidí cambiar y que no mencionara a Estados Unidos, y se volvió
algo más fantástico. Pero en el fondo, in the back of my mind como decía,
estaba el tema de la violencia imperial, y como parte de esta trilogía de
la violencia. Entonces los dos personajes, los dos asesinos seriales están
conectados con el intento de entender o reflexionar sobre la violencia
en los Estados Unidos. Como personaje, claro, por un lado me interesa
como un personaje de la cultura popular el asesino serial, pero también
me interesaba ver qué hay detrás de esa violencia, porque si hay algo que

62
no quería hacer era sensacionalizarla. No quería
simplemente que hubiera una representación
gratuita de la violencia. ¿Qué es lo que dice de estas
sociedades? En el caso de Norte es un asesino serial
mexicano, basado en un personaje real, de hecho,
que vivía en la frontera y entraba y salía, y tenía
que ver con un estereotipo que existe ―lo puedes
ver en el discurso político, en el discurso de Donald
Trump, ¿no?― del mexicano, o del inmigrante que
viene y entra a las casas de las familias de clase
media y viola a sus mujeres o las asesina. Ese es
un estereotipo muy fuerte. En este caso había una
historia real, de alguien, de un mexicano que había
sido un asesino serial y me parecía hasta como un
desafío ver cómo me podía meter en su cabeza,
tratar de representar sus pulsiones y también
jugar ―jugar entre comillas, ¿no?, no lo digo en
forma ligera― con la provocación justamente de
este estereotipo que existe en la clase media, en
cierta clase media conservadora en los Estados
Unidos acerca de la figura del inmigrante. Porque
la novela es también sobre los miedos que provoca
la inmigración en los Estados Unidos. Yo siento
que en parte lo que hace la literatura también es
representar estos personajes que son estereotipos
y ver qué hay más allá del estereotipo. Y también
pienso que en la cultura latina en los Estados
Unidos un debate que ya ocurría hace veinte años
creo ya ha cambiado, ¿no?: el deber del escritor
latino en los Estados Unidos es de crear role
models, modelos positivos en la construcción de
personajes. Yo creo que nuestra sociedad latina
en los Estados Unidos ha madurado lo suficiente
como para poder incorporar personajes que no son
role models. La experiencia latina en los Estados
Unidos es lo suficientemente amplia o abarcadora
como para pensar en que así como hay gente
que le ha ido muy bien, hay otra gente que está
perdida en un país tan grande, o hay otra gente que
ha sido violenta, pero no puedes generalizar esa
experiencia como a veces trata de generalizar ese
discurso que demoniza al inmigrante, ¿no? En el
otro caso, de Los vivos y los muertos, es un asesino
63
que está conectado con los problemas psíquicos o los traumas mentales
ocasionados por la Guerra del golfo. Es un exmilitar, también basado en
un militar real que asesinó a mujeres de un High School aquí en Dryden,
a veinte minutos de Ithaca (NY), esa es la base de este personaje. En ese
caso específico tenía que ver con un intento de reflexionar sobre cuál
es el aftermath, los efectos de un hecho tan traumático como el 11 de
septiembre y luego el deseo del estado norteamericano de venganza que
ha producido tanta violencia. Entonces la pregunta es si este personaje
violento era psicópata por naturaleza o si su experiencia en la Guerra del
golfo hizo que algo ahí se desajustara y produjera lo que produjo cuando
ya era un veterano de guerra intentando reinsertarse en la sociedad
norteamericana. O sea que el asesino serial tiene múltiples funciones.
Justamente mi desafío era ver si podía hacer estos personajes que fueran
diferentes entre sí, que mostraran diferentes tipos de patología de lo que
significa la violencia o el exceso de la violencia en los Estados Unidos, la
radicalización de esa violencia que a mí me impresiona porque vengo de
una sociedad en que hay otro tipo de violencia. Pero no esa precisamente.

También se puede hallar en tu obra una preocupación por el futuro así


como implícitamente por el pasado (histórico, por ejemplo). ¿Cuál dirías
que es tu visión del tiempo en tu obra? ¿Cómo entiendes la relación del
ser humano con su tiempo?

Bueno, yo tengo muy consciente de que puede interesarme lo que va a


ocurrir dentro de cincuenta años pero me interesa más el presente. Por
ejemplo, cuando escribo cosas que tienen que ver más con la literatura
fantástica o la ciencia ficción, y proyecto espacios ficcionales y los
ambiento en el futuro, sí es porque estoy tratando de ver qué tendencias
del presente se puedan exacerbar, y cómo algo marginal se va a convertir
en central dentro de un par de décadas. Digamos, para hablar de una
novela que escribí hace quince años, Los hackers, que comenzaban a
aparecer en el paisaje social y quince años después son cada vez más
importantes. Entonces por un lado me interesa mucho ver cómo, con los
años, hay algo marginal que se convierte en central. Entonces, en ese
sentido sí me preocupa el futuro, ¿no? Las tendencias que presenta una
sociedad en determinado momento y cómo se van a desarrollar con los
años, pero, y ahí para mí ese es un gran pero, digamos que me interesa
lo que puede pasar dentro de veinte o cincuenta años pero me interesa
más el presente. Y digo, bueno tengo curiosidad por lo que va a pasar
dentro de cincuenta o cien años pero no voy a estar en ese entonces.
Pero me interesa más cómo se reflejan esas tendencias en el presente.
Entonces, digamos, la ciencia ficción me parece como un buen punto de
entrada a una forma de mirar al presente de manera distorsionada. Pude

64
haber escrito un cuento sobre drones en mi último libro Las visiones… Es
un cuento que tiene este que se llama “El próximo movimiento”, y está
ambientado como un paisaje futurista. Pero está sacado de un artículo
del New York Times de hace dos años del uso de drones de la fuerza
aérea norteamericana en Afganistán. Entonces, claro, me interesa una
preocupación ética sobre las formas que toma la guerra contemporánea
cuando ni siquiera tienes que ir al frente de batalla, ahí simplemente
puedes apretar un botón y matar a tus enemigos a través de drones. Ese
problema ético es de la guerra actual, es del presente, es de los conflictos
contemporáneos. Pero en el cuento está como trasplantado al futuro, por
decirlo de alguna manera. Entonces, a mí puede interesarme el futuro,
pero es como una especie de entrada para hablar en realidad del presente.
En realidad, la ciencia ficción habla de las ansiedades y miedos y utopías y
sueños del presente. Otra cosa es que lo proyectes en el futuro pero en el
fondo estás hablando de problemas de biotecnología, en Huxley, o estás
hablando del totalitarismo, en Orwell en 1984. Pues están ambientando
sus cosas en el futuro pero respondiendo a problemas contemporáneos.

Pensando en la región andina y teniendo en cuenta las tensiones


o ventajas que ha planteado el fenómeno de la globalización,
¿cómo adviertes el papel de la literatura y su relación con el lector
contemporáneo frente a un flujo instantáneo de información en el que,
por ejemplo, tendencias efímeras como lo viral están constantemente
redefiniendo intereses sociales, políticos, culturales, y hasta estéticos?

Bueno, un par de cosas. A veces tenemos esta utopía de que la literatura


ha ocupado un lugar central en nuestras sociedades. Pero sí lo ha
ocupado de una manera más simbólica que real en el sentido en que, por
ejemplo, no sé, en el siglo XIX o en el siglo XX, el letrado, el intelectual
andino o latinoamericano podía tener mucho peso a la hora de influir en
la construcción de las naciones, desarrollar la gramática, hasta intervenir
en política. Pero todo eso no significaba necesariamente que la gente lo
estuviera leyendo, sino que hablando específicamente del mundo andino,
como decía Antonio Cornejo Polar cuando hace su análisis de la escena
del libro con Atahualpa, siempre ha habido un gran respeto simbólico
por el lugar de lo intelectual. En sociedades del siglo XIX el acceso a la
letra no era tan fácil, el acceso al saber letrado, al saber intelectual, al
saber académico. Incluso desde el punto de vista práctico, el llegar a la
universidad no era para todos. Digamos que en Latinoamérica a diferencia
de Estados Unidos o Europa se hizo todo para que el saber letrado fuera un
saber muy restringido, no para la mayoría, así que hubo que esperar a las
grandes reformas universitarias del siglo XX para que hubiera más gente

65
que tuviera acceso a la letra, a la escritura, a la educación. Debido a eso, el
ser escritor, el ser intelectual tuvo un gran papel, un gran peso simbólico
a lo largo del siglo XIX y en buena parte de la primera mitad del siglo XX.
De hecho si tú ves las grandes novelas andinas de José María Arguedas
o Alcides Arguedas, en la primera mitad del siglo XX, el escritor también
funcionaba como antropólogo. De hecho, José María Arguedas era un
antropólogo, alguien que daba cuenta hacia el saber de lo que ocurría
en otra cultura, en el campo, en otro espacio, para la gente de la ciudad.
Ocupaba un papel importante casi como transculturador, estar yendo y
viniendo entre espacios diferentes. Pero el papel se sobredimensionó en
el sentido de que era más el peso simbólico del escritor y lo que él podía
decir, y lo que la gente sabía que él podía decir, más que el hecho mismo
de que la gente lo estuviera leyendo. Habiendo dicho eso, lo que te digo
es que la literatura siempre ha ocupado un rol minoritario en nuestras
sociedades, pero eso no significa que sea un papel intrascendente. O
sea la literatura pudo haber ocupado un papel minoritario pero no es
un papel intrascendente porque la reflexión que viene a partir de la
escritura en este momento, digamos, entre los medios que compiten en
una ecología mediática por la atención de la gente, desde la televisión,
el internet, el cine, de todos esos medios la escritura o la literatura es el
medio que tiene más capacidad de mirada crítica sobre la sociedad. La
reflexión que viene de la literatura es una reflexión importante, porque
a pesar que hay gente que quizás no lee directamente a los intelectuales
que escriben novelas, sí hay formas en las que ese discurso de la literatura
entra a la sociedad y ocupa un lugar. También, en un momento en que
los medios sobre todo trabajan a partir de la aceleración, de la rapidez,
de la inmediatez, desde el Twitter, las redes sociales, hasta los mismos
periódicos que hoy cada vez más dependen de la cantidad de gente que
los está viendo, o leyendo en internet, entonces ahí lo que puede hacer la
literatura para servir como una especie de contrapeso es desacelerar esta
rapidez que a veces impide que ciertos cambios puedan ser analizados con
calma. Si hay cambios importantes en la composición de la problemática
social o política del Perú, creo que muchas veces una novela, o un trabajo
también narrativo de no-ficción pueden darnos un mejor ingreso al Perú
contemporáneo que la reflexión más inmediata que puede aparecer en
la televisión o en el internet. El mismo hecho de escribir un libro durante
dos o tres años hace que haya una desaceleración de la reflexión que
permite que se procesen los hechos tratando de abarcarlos más.

Llevas muchos años residiendo en los Estados Unidos. ¿Ejerce alguna


influencia en tu escritura, por una parte, la literatura, y por otra, la
cultura norteamericanas?

66
Sí, es inevitable. Ejerce bastante. Creo que cada vez soy más consciente
de lo raro que puede ser. Porque digamos en Bolivia yo escribía, y
también viví tres años en Argentina y ahí para mí el español era como
el lenguaje dominante. Entonces aquí yo puedo estar en un espacio en
el que hablamos mucho en español, pero es un espacio que si manejas
diez minutos ya estás en un mundo que domina el inglés. Entonces el
español es un lenguaje minoritario en Estados Unidos y es un lenguaje en
el que tienes que estar siempre negociando con el lenguaje mayoritario,
que es el inglés, o el de la cultura norteamericana. Cuando llegué a los
Estados Unidos estaba muy a la defensiva de lo que quería escribir era un
español muy pulcro, porque no quería que me dijeran “te estás
a g r i n g a n d o ”, que casi es como un insulto en Bolivia,
¿no? Entonces quería mostrarles que el inglés no me
influía. Pero creo que si vives veinte o treinta
años en este espacio, más bien tienes que pensar
que tu idioma es lo suficientemente creativo para,
no solamente sobrevivir a ese choque con otro
idioma, sino para reinventarse. Y eso es lo que
me interesa hoy. Estoy muy consciente de que
estoy viviendo, escribiendo en un país en el que
el español es minoría y quiero que mi español se
beneficie de esos contactos. No quiero
esconderme. Por ejemplo,
podría decir que
hace treinta años,
cuando llegué acá
a Estados Unidos,
me reía cuando
escuchaba te
llamo para
atrás. Decía:
está mal escrito
el español. Pero
si te pones a
pensar de una
manera un poco
así más extrema,
dices: el español
mal escrito también
está mal escrito en
México, en Colombia, en
Argentina. En la Argentina
está muy influido por los
67
inmigrantes italianos también que llegaron a fines del siglo XIX. Entonces
todos los españoles, las variantes locales, se desarrollan a partir de
“malas escrituras”, del oído que es diferente, de lo que escuchas y vas
distorsionando del que era el español de España. Entonces, al final ¿cuál
es el verdadero español? Yo a veces me río de estos conservadores que
juzgan el español de Estados Unidos y pienso que yo también fui uno
de esos cuando llegué. Entonces ahora más bien quiero aprovechar la
gran oportunidad que tengo de que mi español esté en contacto continuo
con el inglés para que mi español se “ensucie”, por decirlo de alguna
manera, y creo que eso es creativo para la literatura, por lo menos para
mi literatura. Siento que no tiene que ser un español bien portadito,
y bien pulcro, y qué sé yo. Quizás puede ser para una clase de lengua,
pero en la literatura tiene más bien que mostrar que este español está
siendo transformado, está siendo atacado, está en constante diálogo
para bien y para mal con esta otra cultura mayoritaria. Y obviamente,
eso en lo del lenguaje, pero en cuanto a lo otro, claro, a mí me interesa
mucho la política norteamericana, me interesa mucho sobre todo en su
relación con los latinos, el tema de la inmigración, la forma en que el
discurso republicano conservador de los últimos años ha demonizado al
inmigrante, ha criminalizado el tema de la inmigración. Y también, bueno,
yo soy como todos, hijos de nuestro tiempo. Nosotros ya tenemos un
diálogo casi constante con la cultura popular norteamericana, con el
cine, con la televisión, y es inevitable que eso te influya. El asunto es que
hay tanto, que por suerte puedes escoger. Puede haber mucha cosa que
es basura, pero en la cultura norteamericana, su literatura, su cine, su
televisión, siempre se las ingenian para tener, en medio de mucha basura,
cosas muy buenas que hay que rescatar y que te pueden ayudar. En mi
caso, que me pueden ayudar en mi escritura.

¿Cómo ves la producción literaria en español de los Estados Unidos?


¿Crees que podemos hablar ya de una “república de las letras” o es muy
temprano aún?

Creo que es muy temprano aún. Para hablar de una república de las letras
habría que pensar también en un espacio que tiene formas de imponer
su poder a otros espacios, ¿no? Porque al final la república también es
una institución que controla el discurso, y que dictamina qué es lo que se
puede leer o qué es lo que no se puede leer. Hay una especie de aduana.
Entonces sí hay una república de las letras de la literatura norteamericana
en inglés y la literatura latina que se escribe en inglés entra, es parte de
ese espacio, y es parte de esa república. Puedes pensar en escritores
como Junot Díaz o Sandra Cisneros, o ahora el último que he leído hace
poco, un ecuatoriano, Mauro Cárdenas, que son parte de esta república

68
de las letras dentro de la literatura norteamericana que se escribe en
inglés. Ahora lo que a mí me parece interesante es qué es lo que pasa
con la literatura que se está escribiendo en español en Estados Unidos.
Quizá si hubo una época en que Europa atraía mucho a los escritores
latinoamericanos, yo diría que en los últimos veinte años ha sido Estados
Unidos, a través de las universidades, a través del periodismo, que ha
atraído a muchos escritores que viven en los Estados Unidos pero que
están escribiendo en español. La mayor parte de esos escritores tiene
como una especie de doble diálogo, ¿no? Tiene un diálogo con sus países
o el continente latinoamericano, y también con Estados Unidos. Por un
lado pertenecen a otra república de las letras que se escribe en español
pero no tiene sede en los Estados Unidos, y por otro lado entran en
diálogo con lo que está pasando en Estados Unidos. Son parte de este
paisaje, pero son un paisaje minoritario que todavía no está instituido
como una república de las letras. Hay editoriales que ahora publican
autores en español en Nueva York, o en Miami. En Miami está Suburbano,
en Nueva York está Sangría. Hay también revistas, hay también librerías
importantes, sobre todo en las grandes ciudades, que distribuyen bien
libros en español, pero todavía eso no se ha articulado de una manera
de peso. Son más como esfuerzos aislados que un trabajo sistemático
para decir que aquí hay una literatura con el peso suficiente para hacerle
competencia a otras literaturas en España o en América Latina. Incluso
hay ferias del libro importantes en español, sobre todo en Los Ángeles y
en Miami. Pero todavía creo que son esfuerzos que son muy aislados y
que todavía falta algo de sistematización para que lo que está pasando
en Estados Unidos adquiera la relevancia y el peso acorde a la cantidad
de inmigrantes que hablan español en los Estados Unidos. Puedes pensar
inmediatamente que ahorita ya Estados Unidos sería como el segundo o
tercer país más grande de gente que habla en español, incluyendo España
y Latinoamérica. Pero su literatura no tiene todavía ese peso específico
acorde a esa cantidad de gente. Ahora, la mayoría de los escritores latinos
creo que, por diversas razones, prefieren escribir en inglés a escribir en
español. Entonces eso provoca otro tipo de desafíos y complejidades,
¿no?, que son también fascinantes de analizar.

69
Cover artist

70
71
Huarcaya made the decision to disregard the sophisticated cameras
he had used during his first journeys. Instead, he chose to go back 175
years, and recover one of the first procedures used in photography:
the photogram. The photogram is a technique that, without a lens or a
camera, allowed accurate reproductions of objects. Its “official” inventor,
William Henry Fox Talbot, while describing his first experiments with the
technique, wrote with astonishment: “Nature draws itself.” Huarcaya’s
solution to the philosophy of representation that paralyzed him, was to
admit the landscape´s superiority: to stop being an author – a monolithic
authority – and become a mediator. One can´t use the parameters or
methods of a cartographer or biologist to represent experiences that
aren´t visible. It had to be the Peruvian jungle itself that wrote its own
story with light; with no foreign authorship. That was the only way to
activate photography´s empathic neurons, and emulate nature when
she lets time go by slowly, so the circles of life can be completed. That
was the only way in which he could aspire to include nature´s dualities
simultaneously: - life and death, order and chaos, reality and fiction –
coexisting in this primitive, overwhelming, mysterious, and aggressive
mutant territory that is the Peruvian Amazon rainforest.

72
Pamplona

73
Playa pública / privada
Through empathy, one can access knowledge; but, according to
research, mirror neurons are active during childhood and it is very
difficult to activate them in the adult period. Maybe 175 years is too
long and now, in the XXI century, spending our time studying is no longer
considered a priority in our society. According to Zygmunt Bauman, what
we are looking for now, in this era of liquid modernity, are results and
immediate benefits, that is, liquidity in a strict financial sense. Very few
ask photography to imitate nature and to take hours or days to generate
an image in the darkness of a lab. Huarcaya is one of them: that´s why he
walked the lost steps of the past and achieved what he couldn´t during
two years of previous visits to the jungle.

The expedition undertaken by Huarcaya probably had his own interior


search as a destination; and it was that relationship between experience
and introspection that gave him access to different and more effective
solutions. In any process that we use to obtain answers, time is a
galvanizing and protean element. A beautiful metaphor of that process
is found in photographic paper, which slowly shows its latent image – its
answer – within a container of developer. The examples, metaphors and
allegories provide us with images that help us understand the world in
its most minuscule or anecdotic dimensions, as well as its metaphysical
ones.
―­Alejandro Castellote

74 www.robertohuarcaya.com
Tiawanaku
poemas de la madre coqa

Judith Santopietro

75
Todopoderoso Viracocha,
Viracocha que está presente,
Viracocha, señor de todo
Dueño de la belleza del mundo,
Que ha creado todo diciendo:
"Que sea el hombre, que sea la mujer,
Y todos los frutos de la tierra",
¿Dónde te encuentras... en las nubes, en las sombras?
...Recibe esta ofrenda, dondequiera que estés,
¡Viracocha!

"Himno de las ofrendas", Anales Incas.

76
Chakaltaya

Porque en la cima de esta cumbre nadie llora


sólo ríos fustigados de tristeza
surcos serpentean el hielo
y el rastro de ceniza que derrite este glaciar:
el fuego aymara galopa su tiempo inquebrantable
cuento la grieta de esa larga pausa con un quipu colorido

aquí y ahora la flor sobre su antigua cruz

¿Qué labio famélico se abre en el festejo del octavo mes


para que esta Tierra lo devore todo?
mi cuerpo tu sangre
un dolor que ha caminado a través de incienso
un humo que nació de esta arcilla impropia y fría
paja ocre y dorada que alimenta los hornos minerales
pasto altiandino entre la más pedregosa inanición
barbechos donde planto las simientes que no germinarán

Porque en la cima de esta cumbre la luz es diferente


aunque siempre es una exacta luz atravesando los deshielos
una misma claridad gammacautiva en esa atmósfera
un fulgor violáceo altisonoro que deslumbra

En esta orilla filosófica


hincada en el asombroso último de las montañas
tranquilo es el cenit que contempla esa mujer
sus mejillas ásperas poseen rubores sangrantes
mientras caen las livianas escarlatas de un embrión auquénido
sobre la estepa
degollados guanacos y vicuñas en el mapa rojo de esta ofrenda
su voz rasgando invoca la opulencia
77
el blanco andino y la amargura

(invierno que forja carbón y filigrana)

el blanco andino y el cristal regado

(flama inextinguible su pureza sacraliza todo estrato)

78
el blanco andino y el lago que oscurece en cada atardecer

(la diosa viaja siglos y atraviesa selvas)

el blanco andino y los autos con sus flores amazónicas prendidas


del retrovisor

(la aymara se retrata junto a un muñeco de nieve)

el blanco andino y el sacrificio a esta cruzserpiente

(el aymara riega alcohol y abrasa las columnas de oscura


y rancia carne un Cristo repta en el vitral arenoso de
la iglesia)

el blanco andino y aquellas lágrimas rodeando imperceptibles tu


silencio

(en los días que fuimos soles trashumantes)

el blanco andino transfigura en amarillo luz

79
¿En qué lengua hablan tus dioses y mis dioses
qué agua misteriosa los contiene
cuándo estallará su sinfonía salida del caracol
por qué montaña transitan las semillas
las vasijas y sus tiestos donde labrar los nuevos rostros?
¿Ese peregrinaje es aún el nuestro
las luciérnagas se apostan en cada espiga
y así el aire flagela nuestra piel?

Porque la noche y el día están vacíos


camino la cima con el soplo de quien muere fulminado
por la veta de una oscura mina
por la nube que es sombra y plasma tatuada eternamente
Apago el resplandor
para no mirar el gesto de mi carne abierta:
esos minerales sin ayunos
esos humos creciendo como filos de metal contra el amor

Quiero libar a las deidades pétreas


con esa chicha fermento de maíz podrido
con ese tu brebaje espiritual desbordando desde un keru:
en los ceremoniales vasos que luego quebraremos
contra las rocas
ch´allar el jugo derramado de las ollas
ofrendar los tiestos
con vibrante alcohol entre sus pies y hasta la médula
Quiero unir sus viejas ropas con las hebras de la zoología
que avanza lenta por los Andes
que rumia cualquier yerba altisonora
Quiero llorar su derrota y su conquista
desde esta ladera del mundo.

80
Kalasasaya o las piedras erguidas

Aún las piedras erguidas de la soledad en esta pampa


el profundo aire que habita los pasillos
caras pétreas en un templo de paredes ocre mineral

Aún así extiendo los brazos a distancias que no puedo mirar:


caigo sin ir cayendo por esta áspera cumbre
sostengo la hostil navaja en mi mano
(con la otra escucho el corazón y sus rugidos):
Es ésta una tierra donde no nací
su desfile polvoriento no me importa
sus imperios restaurados del racismo inverso me son
indiferentes
(también con esta mano detengo las injurias
que erosionan mi boca deshielo triste de los Andes)

Aún la Chakana da el Sur y sus misterios


esa cruz vencida
un poco hacia la noche un poco hacia la nada
Jach’a Qhana:
un solo resplandor entre los mundos
nido de los cóndores que sobrevuelan la estepa lunar
fulgor incandescente que es rosa de los vientos y es cráter
Es éste el Altiplano donde no he vivido
sus sangrantes cabecitas sobre el muro rojo me deleitan
poso en todos los retratos junto a cada rictus
ajado por el alfarero esclavo

A distancias que no quiero mirar


las piedras verticales peregrinan con el más dócil cautivo
resplandece la estela en su simiente
vestida cual figura de andesita
(el águila la pluma el cóndor la vicuña)
Aún el fraile monolito acicala sus cangrejos
(un poco gordo por los años y sus dedos torcidos por artritis)
a veces llora en arenisca peces
y su agua colma cada gárgola
81
limpia las columnas abre la puerta al inicio temporal del Sol:
así de primavera el equinoccio

Aunque los dioses


que serenos observan las estrellas
espían el orbe con su oído colosal
(un tímpano secreto entre las rocas)
y en cada estancia de este templo
mi voz resuena expandida y pesarosa:
es ésta una tierra donde no nací
su desfile polvoriento no me importa
sus imperios restaurados del racismo inverso
me son indiferentes.

82
Xopantlan

Nimocehuihtoc xochitlan
ni tzintlayohua campa tlahuilli patlanih tlahtlayohua
nicnehnehuilia tlaahuetziliztli quiixhualtia pilteoxihuitztitzin
nouhquiya nitemiqui huanya nonanan:
inahnahualiz axnechmaca
huan poctli quentzin totonic tlen nechtlahtlania ma
nicpopochhui itlacayo.

Zan cequin tonatiuh tlen cueciuhtoc ohtli


pan nochipan tzopelic huan yeccaquiztiliztli xochitlahtolli
totohuicaliztli tlen zanoc quichichilihuiltia elhuicatl:
cahuitl quemman tlahuilli calaqui tlen ni tlaltepactli.

Tiempo de lluvia

Sentada entre las flores


en este lugar oscuro donde las luces vuelan cada noche
pienso en la lluvia que empuja los pequeños brotes sagrados
sueño también con ellos y mi madre:
su abrazo que no existe
y el humo tibio que me pide esparza por su cuerpo.

Sólo algunos días de batallas tristes


en que habita la poesía dulce y sonora,
el canto de los pájaros apenas enrojeciendo el cosmos:
es la hora cuando la luz se agota de esta tierra.

judith santopietro (México, 1983). Poeta e investigadora. Premio


Nacional de Poesía Lázara Meldiú 2014. Ha publicado en el Anuario de
Poesía Mexicana 2006, Fondo de Cultura Económica; Antología del Festival
Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York (2014). Autora de los
libros Palabras de Agua (Conaculta, 2010) y Tiawanaku. Poemas de la
Madre Coqa (inédito). Cursa en la Universidad de Texas en Austin. Dirigió
Editorial Cartonera Iguanazul, un proyecto para revitalizar las lenguas
indígenas entre las comunidades migrantes en la ciudad de Nueva York.

83
bookcase

De la Cadena, Marisol. Earth Beings: Ecologies of Practice Across


Andean Worlds. Durham: Duke University Press, 2015.

m arisol de la Cadena’s Earth Beings: Ecologies of Practice Across


Andean Worlds is a tour de force that deserves a place on the
bookshelf of anyone interested in the Andes, the greater Latin American
region, or anthropology in general. Earth Beings details indigenous political
practice in Pacchanta, Peru and its engagement with non-human entities, as
well as the partial connections and difference that characterize indigenous
negotiation of the national political context. De la Cadena tells seven stories
that introduce the reader to runakuna (the Quechua word for people) and
tirakuna (the word for “earth beings”) alike. By earth beings, de la Cadena
means entities such as mountains, rivers and caves that are rigidly designated
to the sphere of nature in the hegemonic Western episteme but which, in the
Andean worlds she writes about, are characterized much differently. These
earth beings (the principal one being Ausangate, a mountain in southeastern
Peru) occupy an ontological space that challenges Western notions of
subjectivity and decenters the human as the sole political subject granted
representation in a liberal democracy. Thus, a principal goal of the book is
to convey the linguistic, social, cultural, and political practices that make
such a challenge manifest, as well as to comment on the political challenges
inherent in such a project.

Ausangate mountain, with an elevation of over 6,000 meters, is one of


the book’s main characters alongside Mariano and Nazario Turpo, a father
and son duo from Pacchanta. De la Cadena calls on us to take seriously the
notion that Ausangate plays an active role in social and political practice
in Pacchanta, echoing important voices like Bruno Latour who argues for
84
considering the various assemblages, human or not, that make up our
world(s). A central theoretical frame with which she engages comes from
French philosopher Jacques Rancière and his conception of politics as
outlined in his book Disagreement: Politics and Philosophy. It is a theory of
politics that de la Cadena aims to intervene in, since the stories she tells
cannot be fully explained by his account of the political. In the book’s seventh
and final story for example, she asks explicitly: “Who could imagine a late-
liberal state that does not place modern logos (history, science, and politics)
at its center?” (265). There are events taking place in Earth Beings that do
not meet the western, rational notion of history and science, like Mariano’s
box of archives that de la Cadena describes as “ontologically complex” (123).
Additionally, she tells a story of a challenge to the modern logos of science
and the human body: “Mariano told me about caves that made him sick…”
(35). Further examples abound; “Ausangate is, period. Not a belief…” (26),
“Pukara is pukara!” (30), “Ausangate is not called Win the War, it is Win the
War” (115), etc.

A shortcoming of Rancière’s theory of politics is that it cannot explain


how earth beings can enter into the political. The earth beings in de la
Cadena’s stories cannot lay claim to the modern logos, but one fact remains
unavoidable; in the world of Mariano and Nazario Turpo, earth beings are
agents and they belong to the ayllu, the longstanding Andean collective
social formation. When de la Cadena inscribes a new nuance onto traditional
ways of characterizing the ayllu and alters the vocabulary to include “beings
in-ayllu,” she shows how humans and earth beings can co-exist in a political
formation that is “analogous to a knot in a web…” Relationality is emphasized:
importantly, not a relationality that is restricted to human relations. Being in-
ayllu is to be in a formation of “heterogenous connections” (258) that has a
similar place for both the human and the non-human. The end result of de
la Cadena’s interrogation of runakuna practices is to assert that their politics
is different at the most basic level, at the level of being (281). Precisely
because runakuna do not assert a stubborn boundary between nature and
humanity, the difference that characterizes indigenous peoples is not solely
linguistic, economic, ethnic, or anything else that could fall under a rubric of
multiculturalism; the difference is ontological.

The book is rigorously researched, beautifully written, and a joy to read. It


should be noted that anthropology’s recent ontological turn has not been
without its detractors, and this book provides some fuel to those who
have argued that interrogating ontologies leads to a reification of "radical
incommensurability," as Lucas Bessire and David Bond have suggested.
However, I read Earth Beings as generative of a new take on this tension, as
well as adding a new layer to a longstanding conversation about indigenous
inclusion and belonging that has taken place in Andean studies. It is a valuable
read that students and scholars will undoubtedly be reading for years to
come. Daniel Runnels.
85
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