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INTRODUCCIÓN

Encontramos sobre este tema tantos enfoques como teorías hay sobre la noción de
persona humana, no sólo desde un punto de vista filosófico, antropológico y ético, sino
también político, económico, religioso y social. Dependiendo de cómo se defina al
hombre, especialmente desde su trascendencia, habrá una aproximación más acorde
a su realidad ontológica de persona.

Debemos de saber que la persona humana no es un “instrumento útil” para la


economía ni para la política, porque la política y la economía están al servicio de la
persona y no la persona al servicio de éstas. Ninguna persona puede ser tratada como
un “objeto” para satisfacer deseos y necesidades de otras personas o instituciones.
Podemos constatar que, lamentablemente, nos invade una cultura utilitarista que
“cosifica” a la persona humana, tratándola como si fuera una cosa o un objeto carente
de trascendencia. Y ante esto nunca podemos rendirnos porque las personas están
para amar y ser amadas, mientras que las cosas están para usar: amar es opuesto a
usar. Nadie puede ni debe ser “utilizado”.

Libertad y responsabilidad son dos aspectos inescindibles de la


persona humana, no pueden separarse y conllevan otra nota esencial
del ser humano. Sólo el hombre libre y responsable puede buscar y
encontrar la verdad. Y la verdad lleva al bien, a la felicidad, a la
libertad y al bienestar personal y social.

Todos sabemos que la persona humana es, por naturaleza, un ser


social que necesita para su desarrollo y para su progreso la
convivencia con sus semejantes; es en esta convivencia donde el
hombre y la mujer ejercen su sentido de libertad y de responsabilidad,
sus derechos y deberes naturales y sociales, los cuales son
inviolables e inalienables porque son fundamentales a toda persona
humana, sin distingo de raza, condición, sexo, nacionalidad, religión,
etc.

Estos derechos fundamentales de la persona humana son la clave


para el respeto a todos los seres humanos individual y socialmente
considerados. Por eso son universales. Son derechos y deberes que
proceden de la dignidad humana, por lo tanto, NO son una concesión
ni una creación del Estado ni de la Nación. El Estado, en todo caso, lo
que debe hacer es tutelarlos, protegerlos y garantizarlos eficazmente.

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