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Abdón Cifuentes en Europa1

Gonzalo Larios Mengotti 2

Fue Abdón Cifuentes el más activo e influyente laico católico chileno del
siglo XIX. Revisaremos el viaje de dieciocho meses que realizó por Europa y los
Estados Unidos, entre 1869 y 1871; una experiencia fundamental en su formación
y trayectoria, tanto por las trascendentes circunstancias que lo rodearon, como por
los profundos intereses que animaron al viajero. De las primeras cabe destacar
que el viaje coincidió con acontecimientos tales como el Concilio Vaticano I, la
guerra franco-prusiana, la pérdida de los Estados Pontificios, la unificación de
Italia, la I República española, la Inglaterra victoriana y la consolidación del
progresismo de los EE.UU., tras el término de su Guerra Civil. En relación a sus
personales motivaciones, Cifuentes tomó contacto con destacadas personalidades
del catolicismo europeo, interesado por sus actividades espirituales, sociales y
políticas, tanto como por recoger la experiencia en sus modos de organización y
difusión. Fueron, por ello, constantes sus visitas a centros intelectuales,
educativos y de asistencia social, aquilatando con perspicacia e inquietud el
particular momento de organización de los laicos católicos, ante los tremendos
desafíos que el “espíritu del siglo” les señalaba.

Por otra parte, en los Estados Unidos, Cifuentes advirtió con clarividencia y
entusiasmo el ritmo vertiginoso de desarrollo de la emergente potencia
norteamericana, confirmando in situ sus apreciaciones respecto de las
consecuencias positivas que conllevaba el ejercicio de la libertad, tanto en los
aspectos políticos y sociales como educacionales y religiosos. Continuaron allí,
con resultados incluso mejores que en Europa, sus visitas de inspección a
modernos establecimientos educacionales, en todos los niveles, con evidente
interés por trasladar a Chile el fruto de sus experiencias. De regreso en su patria,
en parte, tuvo la oportunidad de realizarlo, cuando ocupó el Ministerio de Justicia,
Culto e Instrucción Pública en los inicios del gobierno de Errázuriz Zañartu.

1. Una ocasión irrepetible

En Santiago, durante la tarde del 7 de septiembre de 1869, Manuel José


Yrarrázaval y su tío, el Pbro. Joaquín Larraín Gandarillas, visitaron la casa de su
1
Artículo publicado en Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Seminario Pontificio Mayor, Santiago de
Chile, Vol. 29, 2011, pp. 85-108.
2
Doctor en Historia Contemporánea, Universidad de Navarra. Decano de la Facultad de Humanidades y
Ciencias Sociales de la Universidad Gabriela Mistral.
común amigo y correligionario conservador, Abdón Cifuentes, con la noticia de que
habían reunido diez mil pesos destinados a financiarle un viaje a Europa,
aprovechando la ocasión de la partida de los obispos chilenos al Concilio, que se
conoce hoy como Vaticano I. Lo más seguro es que, gran parte de lo recaudado
fuese aporte de Yrarrázaval, una de las primeras fortunas del país y figura clave
en la marcha del Partido Conservador, desde su distanciamiento del
monttvarismo, en 1857. Cifuentes había sido su estrecho colaborador en sus
diarios El Bien Público y El Independiente, promoviendo él mismo iniciativas en
pos de generar y difundir una prensa católica.

Abdón Cifuentes era ya, en 1869, un activo político católico, y encumbrado


abogado, que con tan sólo 33 años de edad, se desempeñaba como Oficial Mayor
del Ministerio de Relaciones Exteriores, equivalente hoy, al menos, a
Subsecretario 3 , además de ejercer como diputado conservador, destacado
periodista y profesor del Instituto Nacional. Desde 1865, presidió la Sociedad de
Amigos del País, especie de logia católica destinada a formar periodistas católicos
frente a las hostilidades del “espíritu del siglo”, como se llamó a la expansión del
ideario “libre pensador”, de raíz liberal individualista, en ocasiones adversario de la
Iglesia.

Tantas ocupaciones llegaron a perjudicar su salud, había perdido peso y su


debilitamiento era físico e intelectual, motivando la invitación a Europa. Semanas
antes, sus intervenciones en la Cámara de Diputados fueron decisivas para frenar
los ataques que pretendieron impedir el apoyo del gobierno al viaje de los obispos
chilenos al Concilio. En esta polémica, sus palabras incomodaron nada menos que
a José Victorino Lastarria, denunciando el manejo equivocado, por parte del
político liberal, de documentos de la Santa Sede 4 . Fueron sus problemas de
salud 5 y estas oportunas intervenciones en la Cámara antecedentes relevantes

3
En ese entonces las tareas que exigía el cargo eran las de un Ministro, ya que aún no existía la cartera de
Relaciones Exteriores, sino que estaba adscrito al del Interior. Fue Cifuentes quien, fruto de su propia
experiencia, presentó, en 1871, un proyecto destinado a crear el Ministerio de Relaciones Exteriores.
4
Lastarria citó el Syllabus, dictado por Pío IX en 1864, en términos exactamente contrarios a los que
pretendía la Santa Sede, no comprendiendo la naturaleza del documento, compendio de errores, “anatemas”,
como advertencia a los fieles de los errores de la época. La corrección de Cifuentes le habría hecho exclamar
al también liberal Miguel Luis Amunátegui y por entonces Ministro del Interior: “Usted ha hecho pedazos a
Lastarria”, Abdón Cifuentes, Memorias, Nascimento, Santiago, 1936, tomo I, p. 211. En adelante se citarán
sólo como AC, Memorias, tomo y página.
5
Sus problemas de salud fueron sin duda reales, como lo prueba la carta a su esposa, desde Roma, en la que le
da cuenta de ellos: “En cuanto a mí, mi cabeza está cada día más tratable y racional. Hace muchos días que no
he tenido un solo ataque neurálgico y todos me dicen que estoy mucho más gordo”. Carta de Abdón Cifuentes
a su esposa Luz Gómez, Roma, 9 de diciembre de 1869, Fondo Sergio Fernández Larraín, Archivo Nacional.
En adelante, las cartas de Abdón Cifuentes a su esposa de este Fondo, sólo mencionarán lugar y fecha. El
obispo Salas, dos años antes, en carta a Joaquín Larraín Gandarillas de 25 de agosto de 1867, escribió: “D.
Abdón es joven de bellas esperanzas y conviene cuidarlo para que no se mate con trabajos imprudentes”, en
para entender la invitación, pero no las únicas. La proyección del importante papel
que Cifuentes venía desempeñando desde sus primeros pasos políticos en las
filas del partido católico, nos permite comprender la merecida distinción que
suponía viajar a Europa. Por una parte, su cercanía con Yrarrázaval, en cierto
sentido su padrino político y activo sostenedor del partido Conservador; por otra,
su estrecho vínculo con la tríada de eclesiásticos 6 que reordenaron la Iglesia en
Chile, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, hacen más comprensible el
interés de todos ellos por su viaje a Europa.

Abdón Cifuentes fue estimado, entonces, como un laico católico de


indudables proyecciones, lo que explicaría, junto a las causas ya mencionadas, el
interés por su viaje a Europa. Así, la invitación pudo, también, responder a una
eventual intención de los dirigentes del Partido Conservador de preparar al
promisorio Cifuentes para aún más grandes responsabilidades, como las que, de
hecho, asumió a su regreso, al ocupar el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción
Pública. El fruto de la experiencia de palpar la realidad exterior bien la conocían
tanto Larraín Gandarillas como su sobrino M. J. Yrarrázaval 7, quienes por su parte
ya habían realizado largas estadías en el extranjero, incluso de estudios. No
extrañaría entonces que quisieran extender la posibilidad de obtener las vivencias
de un viaje por Europa y Estados Unidos, que suponía el excepcional entorno
intelectual y espiritual del Concilio, a quien ya consideraban como gran
colaborador en sus causas religiosas y políticas.

La ocasión del viaje de los obispos al Concilio se presentaba,


indudablemente, como providencial e irrepetible. La conjunción de situaciones
favorables que podía suponer el acompañar a las autoridades eclesiásticas y los
contactos que ellas generaban en el entorno de tan relevante acontecimiento para
la Iglesia, suponían una oportunidad única. Para aquilatar la trascendencia que
suponía el Concilio, basta recordar que el anterior había sido nada menos que el
de Trento, y en el siglo XVI. Cifuentes, como veremos, aprovechó

“Cartas del obispo don José Hipólito Salas a don Joaquín Larraín Gandarillas”, en revista Historia, 2, Instituto
de Historia, Universidad Católica de Chile, Santiago, 1962-1963, p. 204.
6
Rafael Valentín Valdivieso, Arzobispo de Santiago, Joaquín Larraín Gandarillas, mano derecha del anterior
y reorganizador del Seminario y José Hipólito Salas, Obispo de Concepción. Los tres de rigurosa formación,
fuerte carácter e íntimamente afiatados en su misión de reorganizar la Iglesia católica chilena, combatiendo el
intervencionismo gubernamental en asuntos eclesiásticos, heredado del regalismo colonial y que pretendieron
continuar los gobiernos republicanos.
7
Larraín Gandarillas viajó a los Estados Unidos y a Europa, entre 1851 y 1853, junto a su sobrino Manuel
José Yrarrázaval, para orientar sus estudios. Durante el viaje fue nombrado Rector del Seminario. Estudiaron
en Georgetown, en los EE.UU., por entonces prestigioso College jesuita en vías de su reconocimiento como
Universidad. Luego se trasladaron a Europa, donde el menor estudiará en el Colegio jesuita La Brugellet en
Bélgica. Ver de Rodolfo Vergara Antúnez, Vida del Ilmo. Señor Don Joaquín Larraín Gandarillas, Santiago,
Imprenta y Encuadernación Chile, 1914, pp. 21 y ss. De Gonzalo Rojas Sánchez, Manuel José Yrarrázaval
Larraín 1835-1896. Una vida entregada a Dios y a la Patria, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005,
p. 23 y ss.
conscientemente estas circunstancias, llevando a cabo un nutrido programa de
visitas no sólo a autoridades eclesiásticas y personalidades del catolicismo de la
época, sino también a múltiples instituciones sociales y educacionales, tanto en
Europa como en los Estados Unidos.

Cifuentes provenía de un entorno de propietarios agrícolas de provincia,


San Felipe, lo que sin duda le otorgaba mayores méritos personales, considerando
hasta dónde había llegado en la “aristocrática” sociedad decimonónica. El viaje se
presentó como una especial oportunidad de adquirir madurez y experiencia en
contacto con la atractiva realidad de Europa y los Estados Unidos.

En menos de una semana, el joven abogado decidió aceptar la especial


invitación, para embarcarse con la delegación eclesiástica. De acuerdo con la
familia de su mujer, decidió viajar sólo. La decisión no era menor, el joven
matrimonio tenía ya dos hijos, y el viaje suponía, tal como lo planificó, al menos un
año de ausencia que, finalmente, llegó a ser de dieciocho meses. La causa
principal para aceptar el viaje fue la de su salud, con tristeza le escribirá a su
esposa desde París: “Este destino que acepté como remedio de mi quebrantada
salud, es el remedio más amargo que he tomado en mi vida” 8. El distanciamiento
de un año y medio no fue fácil para Abdón, en especial sus cartas desde París, de
abril y mayo de 1870, lo muestran, como vemos, en un estado anímico triste y
deprimido.

El vértigo de la antesala del apresurado y sorpresivo viaje nos da cuenta de


una solicitud de licencia de un año, sin goce de sueldo, a su cargo de
Subsecretario de RR.EE. 9. Antes de embarcarse, no podía faltar el “banquete de
despedida” que no habría llamado la atención sino por lo destacado de los
asistentes, pese a lo precipitado de su organización. Yrarrázaval había sido el su
principal gestor. Entre el “duelo de brindis” que se generó, destacan las palabras
del Ministro Amunátegui, y las de Federico Errázuriz Zañartu, próximo Presidente
de la República, quien, al tenor de su discurso, ya parecía en plena campaña. El
hábil precandidato afirmó “el primer lugar” que a Cifuentes le correspondía en la
“franca sinceridad con que en estos últimos tiempos han sido defendidos los
intereses de la religión de nuestros padres”, produciendo una “reacción saludable
y un bien inmenso” 10. Fueron palabras sin duda merecidas, pero que despejaron
equivocadamente las aprensiones que el viajero había albergado respecto al
liberalismo del futuro Presidente. Los hechos demostrarían que aquellas palabras
8
Carta de AC a su esposa, París, 27 de abril de 1870.
9
Pudo haber solicitado por ley, licencia de seis meses con sueldo completo por enfermedad y otro de seis
meses con medio sueldo, no obstante, “las austeras tradiciones de los antiguos conservadores” lo habrían
llevado, no sin necesidades, pero con la relativa tranquilidad del respaldo de Yrarrázaval, a no escoger el
resquicio que la ley le permitía.
10
AC, Memorias, I, 215.
de Errázuriz hacia Cifuentes buscaron asegurarse el apoyo de los conservadores
para su cercana campaña presidencial, objetivo que sin duda logró. Más tarde,
durante su gobierno, se disolvió aquella fusión liberal-conservadora, cambiando de
aliados 11 . Cabe mencionar también entre los discursos de despedida, el que
pronunció el Rector de la Universidad de Chile, Ignacio Domeyko, buen reflejo del
aire amistoso que para los católicos reflejaba aún la Casa de Bello.

En Valparaíso, el 13 de septiembre de 1869, a las tres de la tarde, zarpó el


vapor del Estrecho, “El Aconcagua” 12 , con gran parte de la comitiva a Roma,
encabezada por Mons. Valdivieso, arzobispo de Santiago, y por el obispo de
Concepción, José Hipólito Salas. A ellos, se había sumado el obispo de La Paz,
Calixto Clavijo, y otros catorce sacerdotes. Cuenta Cifuentes, que un oficial de la
tripulación habría exclamado en voz alta “con estos frailes el naufragio es
seguro” 13, pero la superstición fue del todo desmentida por una travesía, en gran
parte, tranquila. Entre los laicos que acompañan a la delegación destacaba el
propio Cifuentes y Domingo Cañas, que sería su acompañante frecuente en el
periplo europeo. Zarpó entonces, emocionado y triste por dejar a su mujer y sus
dos pequeños hijos, quienes lo habían acompañado a despedirse a Valparaíso.
Esa noche, reza el rosario abordo junto a Domingo Cañas, que lo ha apodado
“Magdalena”: “En lo pecador sí, contesta Abdón; pero no en lo penitente. No lloro
mis culpas sino la pérdida de mis amores” 14. Las lágrimas aparecen al inicio de un
trascendente viaje que, relatado en un diario personal, le permitió posteriormente
recordar con detalles las peripecias de su larga y agitada estadía en Europa y los
Estados Unidos, y que incluyó posteriormente en sus Memorias.

2. Las Conferencias de San Vicente de Paul, un interés permanente.

11
Cifuentes desconfiaba de Errázuriz Zañartu a quién consideró un liberal de raíz pipiola tras leer su Memoria
de abogado, “Chile bajo el imperio de la Constitución de 1828”, publicada en 1861, donde criticaba los
decenios conservadores y la Constitución de 1833. Episodios políticos posteriores, le confirman su
desconfianza al punto de vetarle su solicitud de ingreso a la Sociedad de Amigos del País, que presentó
repetidamente Errázuriz con interés político a los ojos de Cifuentes. Su inasistencia en una Sesión permitió
finalmente el ingreso a la Sociedad católica del candidato a la Presidencia. El discurso de despedida antes de
embarcarse Cifuentes, se habría producido en el mismo tenor de su incorporación a la Sociedad de Amigos
del País, esto es con el objetivo de ganarse el apoyo de los católicos ante su inminente candidatura. Luego de
un par de años en La Moneda, Errázuriz Zañartu cambió de aliados. Los liberales se unieron a los radicales,
tras el abandono de los conservadores, luego de la polémica salida de Cifuentes del Ministerio de Justicia,
Culto e Instrucción Pública, en 1873. AC, Memorias, I, 201 y ss.
12
Así lo señala Cifuentes en sus memorias, aunque Adolfo Etchegaray relatando el viaje del Obispo Salas,
menciona que zarparon en el “Araucanía”. Adolfo Etchegaray Cruz, “Mons. José Hipólito Salas en el
Concilio Vaticano I”, revista Historia, 2, P. Universidad Católica, Santiago, 1962-1963, p. 135.
13
AC, Memorias, I, 224.
14
AC, Memorias, I, 223.
Preocupación constante durante el viaje fue el reconocer, en cada lugar que
visitaba, la labor y el desarrollo de las Conferencias de San Vicente de Paul.
Éstas, fundadas en París, en 1833, por Federico Ozanam, y un grupo de
compañeros de La Sorbonne, se habían constituido, hacia 1870, en la principal
asociación de beneficencia católica, difundiéndose con entusiasmo por numerosos
países 15 . El espíritu de las Conferencias involucraba a los laicos en el
apadrinamiento de familias proletarias, y la visita semanal que, junto a alguna
ayuda material, daba tiempo y orientación espiritual y social a familias indigentes,
en el entorno de los inicios de la llamada cuestión obrera. Las Conferencias,
habían llegado también a Chile, hacia 1854, introducidas por J. Larraín Gandarillas
y J. H. Salas; el propio Cifuentes fue desde sus inicios miembro activo y
destacado.

Es significativo que, más tarde, la Historia de la Iglesia reconociera a “las


Conferencias” como antecedentes de la influyente encíclica Rerum Novarum, de
1891, y no extraña entonces la tremenda relevancia que les otorgó Cifuentes
durante su viaje, compartiendo experiencias con sus principales miembros y
dirigentes, desde su escala en Montevideo, donde señaló que había tres
conferencias, hasta el mismo París, donde eran ya noventa y una. Allí, en la
capital francesa, asistió a una sesión del Consejo General de las Conferencias de
San Vicente de Paul, conociendo a su presidente, el francés Adolfo Baudon, quien
lo dejó invitado a asistir en Roma a la sesión que celebrarían los presidentes de
las Conferencias de Italia, donde conoció a César Cantú, miembro de una
conferencia de Milán y uno de los historiadores más destacados de su tiempo 16.
Pero no todo había sido positivo para la emergente asociación católica, Cifuentes
fue testigo de los efectos de las políticas hostiles que en España generó la I
República, entre ellas, nada menos que la supresión de las Conferencias de San
Vicente de Paul: “Yo vi hacinadas en las salas bajas del Palacio Real, bancas,
tinteros y hasta cacerolas robadas a las Conferencias de Madrid. No podía darse
un acto más odioso de la impiedad gubernativa” 17 .

Siguiendo la travesía por mar hacia el Estrecho de Magallanes, fondearon


la noche del 19 en Punta Arenas, por entonces tan sólo una colonia de menos de
mil habitantes, donde no desembarcaron para zarpar de madrugada. En el
Atlántico, hacen escala en Montevideo, entre el 25 y el 26 de septiembre, allí visitó
con la comitiva al Gobernador Eclesiástico del Uruguay, y se interiorizó, como

15
Ver del autor: “Federico Ozanam y su generación”, en revista Humanitas, P. Universidad Católica de Chile,
10, 1998, pp. 281-286.
16
César Cantú, 1807-1895, prolífico historiador y literato lombardo, autor de una monumental Historia
Universal en treinta y cinco volúmenes, traducida a varios idiomas, entre ellos, al español. Vinculado a la
corriente romántica, escribió novelas, poesía y numerosos cuentos ampliamente difundidos.
17
AC, Memorias, I, 312.
señalamos, de las Conferencias de San Vicente de Paul. Señaló Cifuentes el
contraste entre la prosperidad comercial y las carencias intelectuales y morales de
la república oriental. El 2 de octubre, ya en Río de Janeiro, se mostró dolido por la
permanencia de la esclavitud en el Brasil, y los inconvenientes de una interminable
guerra entre éste y su vecino Paraguay.

Una vista aguda del puerto de Rio de Janeiro, le permitió una observación
que posteriormente tendrá una singular relevancia: Cifuentes miró con inquietud al
Huáscar y el Atahualpa, de paso en aquel puerto en sus viajes hacia el Perú.
Confirmó así sus temores que lo habían llevado a proponer, reiteradamente, la
conveniencia de equilibrar el poderío marítimo con su vecino del norte, ante la
desidia del Presidente Pérez. Fue a su regreso de este viaje, como Ministro del
Presidente Errázuriz Zañartu, cuando Cifuentes insistió con éxito, mediante un
proyecto de ley que solicitó al Congreso los recursos para encargar la
construcción de dos blindados. Su aprobación permitió la construcción de los
futuros Blanco y Cochrane, cruciales para la victoria chilena en la Guerra del
Pacífico. 18

Una constante en el relato de su viaje, fue el profundo sentimiento de


orgullo patrio que Cifuentes expresó en su contacto con otras realidades. Orgullo
que se alimentó de la íntima convicción de que Chile, en pocas décadas, se había
situado política y socialmente en un lugar de avanzada, fruto de la estabilidad que
le habían otorgado los decenios conservadores, en contraste al espíritu de
revuelta y caudillaje que permanecía en parte importante de Hispanoamérica. A su
regreso, en discurso a sus correligionarios, ratificó este noble sentimiento al
saludar “a esta patria floreciente y tranquila, cuyo nombre nos es dado llevar con
orgullo en el extranjero” 19.

Zarpó de Río de Janeiro el 5 de octubre, arribando en escala a la pequeña


isla portuguesa de San Vicente, luego navegan hasta Lisboa, donde les impidieron
desembarcar exigiendo una molesta cuarentena. Por este motivo, al día siguiente
21 de octubre, deciden continuar hacia otro puerto, anclando dos días después,
definitivamente en Pullac, a tres horas de Burdeos, a donde los acerca esa misma
noche un “vaporcito”. Cinco días permaneció en Burdeos, recorriendo museos,
establecimientos religiosos y educacionales, como los Colegios de las Monjas del
Corazón de Jesús y el de los Jesuitas, y coincidiendo con una enorme feria “de
ventas, de novedades y de diversiones”, que un par de veces al año se establecía
18
“¡Cómo le estarán penando a don José Joaquín (Pérez) las memorias de don Abdón!”, afirmó Guillermo
Izquierdo Araya para referirse al contraste entre la desidia del Presidente Pérez y la previsora visión de los
problemas internacionales que demostró Cifuentes. En Izquierdo Araya, Guillermo, “Reflexiones históricas
sobre la Guerra del Pacífico”, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 91, Santiago, 1979,1980, p. 38.
19
“Los Paganos Modernos”, abril, 1871, en Cifuentes, Abdón, Colección de Discursos, Tomo III, Santiago de
Chile, Escuela Tip. “La Gratitud Nacional”, 1916. p. 220.
durante quince días en la ciudad. No hay duda que la feria llamó profundamente
su atención, “las iluminaciones, las músicas, los cantos, las decoraciones todo
convertía aquel espectáculo en algo fantástico que mareaba, que aturdía y que
alegraba” afirmó Cifuentes, constatando que para “ingeniosas y pintorescas
invenciones no tienen rivales los franceses” 20.

En Burdeos conoció a Bienvenido Comín, abogado, escritor y político


aragonés vinculado al carlismo, esto es al tradicionalismo español. Comín que
estaba emigrado en Burdeos por su apoyo al pretendiente carlista, compartió con
el chileno un análisis desolador de la situación de los católicos en España, no
distinta de la que Cifuentes había experimentado en Chile y que luego comprobó
era similar en Italia y Francia. El español había sido fundador de las Conferencias
de San Vicente de Paul, en Zaragoza, y editor del periódico carlista “La
Perseverancia” en la misma ciudad, donde era conocido como “el abogado de los
pobres” 21 . No fueron, entonces, pocos los puntos en común que debieron
compartir ambos activos laicos, entre otros, la permanente queja por la pasividad
de los católicos en la vida pública de sus respectivos países y las dificultades que
implicaban los proyectos de prensa católica: “No parece, sino que en la vida
pública ser católico fuera vivir ausente de ella y confiarse en Dios, confiarse en la
promesa de la inmortalidad dada a la Iglesia, sin acordarse de los estragos que las
falsas doctrinas acarrean a los pueblos” 22 , comentó el chileno al relatar su
encuentro con Comín. Es muy probable que la conversación, entre ambos, se
extendiera sobre la cultura católica de la época, ya que el español acababa de
editar su libro Catolicismo y racionalismo. Estudio sobre la literatura católica del
siglo XIX (Zaragoza 1867-1868). Estos temas de actualidad cultural católica, tan
afines a los intereses de Cifuentes, debieron de haber estado presentes en sus
encuentros, no sin alguna diferencia, considerando el tradicionalismo político del
español, algo distante al republicanismo conservador del chileno.

3. Ultramontanos y católico liberales, con Veuillot y Dupanloup.

En Europa Abdón Cifuentes disfrutó cada trayecto, era un buen conocedor


de la Historia, y ahora conocía lugares que mencionaba en sus clases y que antes,

20
AC, Memorias, I, 243.
21
Bienvenido Comín y Sarté (1828-1880), abogado, político y escritor, fue miembro del Consejo de Carlos
VII, pretendiente carlista al trono de España. Los carlistas representaban el tradicionalismo español bajo el
lema Dios, Patria, Fueros y Rey, herederos del pensamiento político hispánico tradicional y foral. Comín, al
comenzar la tercera guerra carlista fue encarcelado y nuevamente desterrado. Más tarde regresó a Zaragoza
donde su prestigio como abogado lo llevó a ocupar la Vicepresidencia de Jurisconsultos Aragoneses.
22
AC, Memorias, I, 244.
fruto de sus estudios y lecturas, sólo estaban en su ilustrada y romántica
imaginación.

Desde Burdeos pasa a Orleáns y acompaña a los prelados en su curiosa


visita al famoso y polémico obispo Mons. Félix Dupanloup. Curiosa, porque nada
más desembarcar en el viejo continente se dirigieron a reunirse con quien
encabezaría una de las facciones disidentes en el Concilio. El motivo de dirigirse a
Orleáns era, como expresamente lo señaló Cifuentes, “conocer a su célebre
Obispo”23. El activo temperamento del obispo de Orleáns le llamó la atención al
chileno, tanto como su prolífica labor intelectual, y es que estaba frente a una de
las personalidades del catolicismo liberal 24 de la época y crítico de la corriente
ultramontana 25 . Dupanloup orientó Le Correspondant, órgano que pretendió
renovar el catolicismo liberal. En el Concilio Vaticano I, el obispo francés encabezó
uno de los grupos desfavorables a la infalibilidad papal, no por problemas de
fondo, sino más bien de oportunidad. La visita probablemente tenía por objeto
conocer de cerca los argumentos de Dupanloup y para éste sondear o influir en la
actitud de la delegación chilena. José Manuel Orrego, recién consagrado Obispo
de La Serena y que viajó en otro trayecto, no en el de los prelados que incluyó a
Cifuentes, fue el único de los cuatro obispos chilenos que compartió la postura de

23
AC, Memorias, I, 247.
24
El catolicismo liberal surgió en Francia hacia 1831 a través del diario L’Avenir dirigido por el sacerdote
Lamennais. Planteó la adecuación de la Iglesia a la sociedad moderna y su adscripción a la democracia y a las
libertades pretendiendo un compromiso de la Iglesia con el liberalismo. Las tesis del romántico y vehemente
Lamennais serán rechazadas por Gregorio XVI a través de las encíclicas Mirari vos y Singulari nos, de 1832
y 1836, respectivamente. Lamennais abandonó la Iglesia y continuó un deslizamiento teórico hacia el
socialismo. Uno de sus discípulos iniciales en L’Avenir fue Montalembert quien si acató las mencionadas
encíclicas. Fue éste último figura del catolicismo francés en torno a la defensa de la libertad de enseñanza.
Luego de la revolución del 48, Montalembert insistió con un más suave y renovado catolicismo liberal y le
siguieron, entre otros, Falloux, Cochin y Dupanloup, a través de Le Correspondant, protagonizando
numerosas polémicas con L’Univers de Veuillot. Ver de Juan Roger, Ideas políticas de los católicos
franceses., CSIC, Madrid, 1951. También ver de Francisco Canals Vidal, Cristianismo y Revolución, Speiro,
Madrid, 1986. Montalembert intervino decisivamente en el Congreso Social de Malinas, en 1863, seguido por
Cifuentes, no obstante, en 1864, Pío IX publica la encíclica Quanta cura y el Syllabus reforzando el discurso
contrario al liberalismo. Estas trascendentes polémicas entre católicos franceses se siguieron de cerca en
Chile, prueba de ello es que se publicaron los discursos de Montalembert en Malinas y, en 1865, folletos de
Dupanloup. Dos años después, en 1867, también el famoso escrito de Veuillot La ilusión liberal. Ver de
Walter Hanisch, “El Liberalismo Católico en Europa” en Reflexiones sobre Historia, Política y Religión,
Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1988, pp. 133 a 144. El romántico y revolucionario
chileno Francisco Bilbao consideró a Lamennais su padre y maestro, a quien primero tradujo y luego conoció
en Francia en torno a las revoluciones del 48. Ver del autor, “América Latina, un concepto afrancesado”, en
Razón y Tradición. Estudios en honor de Juan Antonio Widow, Vol. I, Globo Editores, Santiago, 2011, pp.
341 a 360. La trascendencia de estas polémicas no termina y no creo exagerar al afirmar que aún dejan
huella.
25
El Ultramontanismo es la corriente, dentro de la Iglesia, que durante el siglo XIX buscó fortalecer la
autoridad papal ante resabios regalistas. Es decir, afirmó la autonomía de la Iglesia en asuntos eclesiásticos
frente a pretensiones de los regímenes políticos de mantener atribuciones en estas materias heredadas del
Antiguo Régimen. Sus posturas los alejaron de un liberalismo que estimaron laicizante, no obstante,
defendieron libertades de educación y asociación, en discrepancia con el liberalismo decimonónico.
oposición por oportunidad, no obstante, sometiéndose en la votación final al voto
de la mayoría. Dupanloup se retiró antes de la votación para evitar oponerse en
franca minoría y, desde Francia, ofreció a Pío IX su incondicional sumisión. Con
ello aceptaban la declaración doctrinal del Concilio 26. Al conocer la actitud anterior
y posterior manifestada por los otros tres obispos chilenos, compartida por el
propio Cifuentes, suponemos que los argumentos del Obispo de Orleáns no
debieron encontrar positiva recepción en la comitiva.

Desde Burdeos llega a París el 29 de octubre donde se detiene por veinte


días, “me pareció la ciudad más alegre del mundo”27, no faltaron visitas a iglesias,
palacios, museos, librerías y parques. Abdón Cifuentes fue siempre un turista
inquieto y curioso. En París debía entregar algunos datos estadísticos de Chile al
director de la revista L’Univers, por encargo de los propios obispos, conocedores
del principal órgano de prensa ultramontano. L’Univers era dirigida por el agudo y
polémico Louis Veuillot, defensor de Pío IX frente al galicanismo y al catolicismo
liberal, que por ese entonces favorecía Le Correspondant, inspirado por
Dupanloup. La coyuntura del Concilio fue muy trascendente para Veuillot, podía
implicar la consolidación de sus campañas ultramontanas de años, como de hecho
ocurrió. Es destacable que L’Univers fuera leído y recibido por la tríada que
reorganizó la Iglesia Católica en Chile. Esta suscripción da cuenta de que
estuvieron al tanto del debate intelectual de los católicos europeos, relevante para
toda la Iglesia, y particularmente de los activos teóricos del ultramontanismo 28.

Veuillot desde hacía varios años, era uno de los laicos católicos más
influyentes, protagonista indiscutible de las famosas polémicas que atravesaron el
catolicismo francés del siglo XIX 29. Cifuentes, durante su estancia en París, fue
recibido personalmente por el periodista francés quién lo invitó a su casa a cenar,
con su familia y otros intelectuales católicos. El chileno sintió una profunda
admiración por la tarea que Veuillot llevaba a través de la prensa la cual había

26
Cifuentes conoció de cerca a Orrego con quien colaboró en el Colegio San Luis, como profesor y
Vicerrector, siendo Orrego fundador y Rector del colegio privado católico una vez que el presidente Pérez le
había solicitado, al entonces sacerdote, dejar el rectorado del Instituto Nacional. La vinculación cristiana entre
fe y ciencia que promovió resueltamente Abdón Cifuentes la recogió de las enseñanzas del futuro obispo de
La Serena.
27
AC, Memorias, I, 249.
28
La dirección en Chile de La Revista Católica recibía publicaciones europeas católicas, en especial
ultramontanas. Entre ellas, L’Univers, ultramontana de Veuillot; Le Correspondant, católica liberal de
Dupanloup; Revue du Monde Catholique, ultramontana; The Dublin Review, la revista católica que reanimó
el catolicismo de habla inglesa, fundada por el Cardenal Wiseman; Scienza e Fede, neoescolástica de Nápoles
y la jesuita, cercana a la Santa Sede, Civiltá Cattolica.
29
Domingo Arteaga Alemparte, calificó al periodista francés como un “energúmeno ultramontano”
precisamente describiendo a Cifuentes, lo que deja ver el estrecho contacto entre el activo joven chileno y el
destacado periodista francés. Arteaga Alemparte, Justo y Domingo, Los Constituyentes de 1870, Imprenta
Barcelona, Santiago de Chile, 1910, p. 424. No será primera, ni última vez, que encontremos tonos
desmedidos en las descripciones de sus adversarios políticos por parte de liberales y conservadores.
permitido el acercamiento de la figura papal al pueblo francés; más aún, confiaba
en una restauración católica animada desde la prensa ultramontana y se dolió,
años después, al ver como los radicales de la III República francesa frustraban sus
esperanzas. La amistad, cabe deducir, y relativa afinidad con Veuillot, la confirmó
en una carta personal a su esposa, donde Cifuentes dio cuenta de estar muy
consciente de la relevancia de estas reuniones: “En Francia visité al Sr. Dupanloup
y contraje mucha amistad con Luis Veuillot, de modo que estoy metido muy en
grandes” 30.

4. El cardenal Antonelli, religión y política

El 19 de noviembre, dejó París en tren, con escalas en Lyon y Marsella,


donde visitó el Círculo Católico, edificio que fundado hacía 22 años, y que lo
cautivó, en especial, su gran salón principal, decorado con 15 grandes pinturas
dedicadas a las ciencias y las letras, evocando su recién creada Sociedad de
Amigos del País, e ideando proyectos que años después cristalizaría en Chile. Me
refiero al Primer Círculo Católico, de calle Moneda, fundado en 1877, y luego, en
1885, al gran Círculo Católico, en Agustinas, donde después comenzaron las
primeras clases de la Universidad Católica.

De Marsella se dirigió a Niza, desde donde debió continuar en coche hacia


Génova. En Italia, Cifuentes percibió que “por todas partes, contra lo que yo
mismo esperaba, fui encontrando abundancia de sacerdotes, abundancia de
iglesias, y abundancia de fieles en ellas” 31 , pareciera que los católicos son la
inmensa mayoría del pueblo italiano; no obstante, sus poderes públicos, sus
gobernantes y legisladores parecen enemigos y perseguidores de la Iglesia. El
panorama notó, no fue distinto en España, donde mayorías mal organizadas,
“mudas y egoístas, desunidas y dispersas”, han permitido el dominio de minorías
“bulliciosas y audaces”, de liberales, radicales o masones, es decir, de aquellos
que consideraba los adversarios de la Iglesia. “¿No es esto un absurdo increíble?”,
se preguntaba el que ya promovía con tesón la necesidad del asociacionismo
católico. En este aspecto, al laico chileno, le pareció desolador el panorama
europeo, dominado, particularmente en Italia y España, por los que él denunció
como “paganos modernos”.

En Roma fue recibido, en su calidad de Oficial Mayor del Ministerio de


Relaciones Exteriores, por el Cardenal Antonelli, Secretario de Estado Pontificio.
En entrevista personal de más de media hora, trataron temas relacionados con el

30
Carta de AC a su esposa, Roma, 23 de enero de 1870.
31
AC, Memorias, I, 260.
nombramiento de obispos, coincidiendo en la conveniencia de que el Estado no
interviniese en esos asuntos y estimando que son los demás obispos de la
provincia los que deberían proponer ternas al Papa, sin carácter obligatorio. El
tema fue crucial en las relaciones de la Iglesia con los nuevos Estados
hispanoamericanos. La no comprensión de esta facultad de la Iglesia, su legítima
autonomía en materia de nombramientos eclesiásticos, se enfrentaba con las
pretensiones de los regímenes “liberales” de heredar el antiguo patronato 32. Al
Cardenal Antonelli le pareció más conveniente la situación de la Iglesia en
Inglaterra y Estados Unidos, “donde el estado no se mezclaba para nada con la
Iglesia” 33 . La situación en muchos países hispanoamericanos era distinta, los
gobiernos pretendieron seguir interviniendo en el nombramiento de las autoridades
eclesiásticas.

Asimismo, Cifuentes pareció escuchar, de las palabras de Antonelli el


mensaje que venía difundiendo, él mismo, desde hacía tiempo, …“la cartilla que
hacía muchos años llevaba yo en el fondo de mi alma”, la necesidad de que los
católicos utilizaran las mismas armas que sus adversarios, esto es: las elecciones,
la asociación y la prensa. Antonelli insistió en la necesidad de que los católicos
tomasen participación en la vida pública, recordando cómo, durante la revolución
del 48, los católicos en Roma acudieron a su residencia a “deplorar los sucesos”,
actitud que para el Secretario de Estado, lo mismo que para el activo laico chileno,
escondía una muestra de pasividad que, evidentemente, no prevenía ni remediaba
los acontecimientos.

La reunión con el Cardenal Antonelli, el segundo hombre de la Iglesia, le


confirmó, la intención, de parte de la jerarquía, de favorecer la participación de los
laicos católicos en la vida pública, lo que no sucedió, por entonces, al menos en
Italia 34. El mal lo compartía desde luego España, lo había visto Cifuentes en Chile,
y su diagnóstico fue categórico: ”ese abandono de la cosa pública…es lo que ha
perdido a los católicos en casi todos los pueblos de la raza latina”. 35 Un año
antes, Cifuentes había pronunciado en la Cámara de Diputados un ferviente
discurso, “en mi carácter de diputado y en mi carácter de cristiano”, donde destacó
la compatibilidad de ambas condiciones, y afirmó que quienes propiciaban los
principios del Evangelio de Cristo eran los “verdaderos amigos y servidores” de la
libertad y la república, en contraste con aquellos que, al son de no mezclar la

32
El asunto, muy pocos años después, llegó a provocar nada menos que la ruptura de relaciones entre Chile y
la Santa Sede, fruto de la insistencia del Presidente Santa María, tras la muerte de Valdivieso, de pretender
imponer el nombre del nuevo arzobispo de Santiago.
33
AC, Memorias, I, 282.
34
Producida la unificación de la península, Pío IX solicita a los católicos italianos marginarse de participar en
política, a fin de no respaldar el Reino de Italia, que había “usurpado” los Estados Pontificios.
35
AC, Memorias, I, 257.
religión con la política, buscaban finalmente impedir que los católicos participaran
en los asuntos públicos.

Para afirmar sus argumentos en aquel discurso Cifuentes citó a Guizot 36 y a


Donoso Cortés 37 , mediante lo cual demuestra beber de una de las fuentes ya
conocidas del conservantismo chileno, como lo había sido Guizot 38, pero también
de un nuevo aporte, el del español Juan Donoso Cortés, que curiosamente no
quiso nombrar sino como “filósofo y a la vez eminente orador” 39 . Las citas a
Donoso, por su contenido e inconfundible estilo, fueron de su trascendente Ensayo
sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, publicado, paralelamente en
París y Madrid, en 1851, editado y divulgado nada menos que por nuestro
conocido Louis Veuillot, amigo del español que por entonces era embajador en
París.

De regreso a Chile, Abdón pronunció un discurso, ante su querida Sociedad


de Amigos del País 40 , que tituló de forma resuelta y provocativa: “Paganos
Modernos”, para referirse a los gobernantes de Italia. En aquel discurso confirmó
la relación y compatibilidad entre religión y política, y afirmó que una de las causas
de la indolencia de los católicos en la vida pública, “quizás la principal”, ha sido el
regalismo, al “haber acostumbrado a los pueblos católicos a no preocuparse de los
intereses religiosos en el orden público, a considerarlos como negocio del
gobierno y no como negocios propios”41. Fue ese mismo regalismo el que llevaba

36
F. Guizot, destacado político, historiador y teórico del liberalismo doctrinario francés, es decir liberal
conservador, con tinte economicista y ecléctico. Fue ministro durante la monarquía burguesa de Luis Felipe
de Orleáns. Ver de Luis Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, Instituto de Estudios Políticos, Madrid,
1973.
37
Juan Donoso Cortés pensador político y diplomático español. Inició su carrera en el liberalismo
pretendiendo introducir a España el liberalismo doctrinario francés, luego militante católico pasa a ser uno de
los más agudos críticos europeos del liberalismo y diagnosticador de los efectos del emergente socialismo.
Ver de Federico Suárez Verdeguer, Vida y obra de Juan Donoso Cortés, Ediciones Eunate, Pamplona, 1997.
Del autor, Donoso Cortés, juventud, política y romanticismo, Bilbao, 2003.
38
Ver de Enrique Brahm García, Tendencias críticas en el conservantismo después de Portales, Instituto de
Estudios Generales, Santiago, 1992. Allí relaciona las doctrinas de Guizot con el conservantismo liberal de
Antonio García Reyes (1817-1855), uno de los pragmáticos líderes conservadores chilenos previos a
Cifuentes.
39
“Sobre el Evangelio Republicano y el Evangelio de Cristo”, Discurso, Cámara de Diputados, 30/11/1868 en
Cifuentes, Abdón, Colección de Discursos, Tomo I, Santiago de Chile, Escuela Tip. “La Gratitud Nacional”,
1916. p. 305 y ss.
40
La Sociedad de Amigos del País, “fue la primera de las grandes asociaciones fundadas por Abdón
Cifuentes, y tuvo, a la vez, carácter literario y político”, luego fue el artífice, entre otras, de La Unión
Católica. Ver de Ma. Angélica Muñoz Gomá, “Los católicos chilenos y la vida pública en el siglo XIX.
Abdón Cifuentes (1836-1928)”, en Anuario de la Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 20, 2002, pp. 91 a 117.
41
“Los Paganos Modernos”, Discurso leído en la Sociedad de Amigos del País en abril de 1871, en Cifuentes,
Abdón, Colección de Discursos, Tomo III, Santiago de Chile, Escuela Tip. “La Gratitud Nacional”, 1916. p.
255.
combatiendo desde hacía décadas La Revista Católica fundada por Valdivieso 42,
al igual que el periódico ultramontano de Veuillot, L’Univers. El combate contra el
regalismo, Cifuentes también lo llevó a cabo favoreciendo el asociacionismo que
propició Montalembert en el Congreso de Malinas.

5. Roma, el Papa y el Concilio.

“El principal atractivo que me llevó a Roma”, reconoció Cifuentes en sus


Memorias, fue el Concilio Vaticano I. Por carta a su esposa, sabemos que llegó a
la ciudad eterna el 29 de noviembre, y que la visita de sus monumentos y, “la
santidad que se respira aquí por todas partes” 43, lo habrían motivado a realizar un
retiro espiritual previo al inicio del Concilio.

Inaugurado en imponente ceremonia el 8 de diciembre de 1869, el Concilio


reunió en la Basílica de San Pedro a más de 700 obispos, impactando a los
invitados presentes, entre los que se encontraba nuestro laico chileno: “No temo
en afirmar que nunca se vio una asamblea tan distinguida por su número y la
calidad de sus miembros…que eran celebridades mundiales, no puede uno
imaginar nada más grandioso, más respetable, ni más augusto” 44 . La
extraordinaria reunión no sólo impresionó a Cifuentes, también le hizo ver la
universalidad de la Iglesia Católica, encabezada por el Papa: “tanto obispo de
bigote y pera; tantos otros de barbas largas; estos de tez morena; aquellos
negruzcos, sin duda de Abisinia; aquellos de más allá, en fin, con sus turbantes
orientales en vez de mitra, y dominando aquel almácigo de mitras la figura
apacible y majestuosa de Pío IX” 45.

La admiración de Cifuentes a Pío IX está fehacientemente documentada en


sus Memorias y queda corroborada, como veremos, por sus cartas. Su primer
encuentro con el Papa fue la semana previa a la inauguración del Concilio, en una

42
La Revista Católica había sido fundada en 1843 por el entonces presbítero, Rafael Valentín Valdivieso, con
la colaboración de José Hipólito Salas y Joaquín Larraín Gandarillas. Antonio Rehbein, al sintetizar el ideario
de sus inicios afirma: “La Revista Católica entró en la pelea y combatió desde luego el regalismo estatal,
postulando la independencia de la Iglesia frente al poder del estado, aunque sin considerar necesario llegar al
rompimiento y a la separación. Además, ante la propagación del ideario liberal y positivista, la revista atacó
las tendencias secularizantes que se apreciaban en la vida social y republicana y abogó por la vigencia del
catolicismo y de los valores cristianos en la sociedad chilena. De manera que desarrolló toda su actividad
penetrada de un permanente sentido ultramontano, convirtiéndose en el órgano de expresión y de divulgación
del ultramontanismo en Chile”, en Antonio Rehbein Pesce, “La Revista Católica, 150 años de historia y
servicio eclesial”, en Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Seminario Pontificio Mayor, Santiago de
Chile, Volumen 11, 1993, p. 13.
43
Carta de AC a su esposa desde Roma, 9 de diciembre de 1869.
44
AC, Memorias, I, 287.
45
Carta de AC a su esposa desde Roma, 22 de diciembre de 1869.
audiencia a unas veinte personas que pudieron escuchar misa en su capilla
privada, “apenas si se le ve unos dos minutos”, escribió a su esposa, impactado,
en cambio, por la robusta y entonada voz del pontífice como cantor sagrado.
Luego, el 18 de enero, recibió la comunión de sus manos, en su oratorio privado
junto a otros ocho invitados. Cifuentes, fue finalmente recibido en audiencia
privada por el Pontífice, el 25 de enero de 1870. En ésta el laico chileno le regaló
una pluma de oro, “imitando una pluma natural de ave”, que había adquirido en
París, y que hizo grabar en dos partes: “A su S.S. Pío IX”, “Su humilde hijo Abdón
Cifuentes” 46. En la audiencia privada, el Pontífice, de setenta y ocho años, lo
impresionó con recuerdos de su estadía en Chile, cuando como sacerdote formó
parte de la delegación Muzi que, en 1824, había visitado el país 47. Para el laico
católico, Pío IX era “la figura más grande que pisa la tierra en nuestros tiempos”48.

El Concilio, promulgó dos importantes documentos: Dei Filius y Pastor


Aeternus. El primero hizo referencia a un Dios personal, que se puede llegar a
conocer a la luz de la razón, valorando el carácter razonable de la fe y las
relaciones armónicas entre fe y ciencia. Cifuentes venía insistiendo, desde sus
primeros escritos, en la necesaria armonía entre fe y ciencia conforme a las
enseñanzas que había recibido, colaborando con el Pbro. Orrego 49 . La
constitución dogmática Dei Filius se considera, por otra parte, antecedente clave
de la encíclica de Juan Pablo II, Fides et ratio; que en 1998, afirmó que “La fe y la
razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se
eleva hacia la contemplación de la verdad”. En cuanto a Pastor Aeternus, el
segundo de los documentos del Concilio, pero el más conocido, hace referencia al
primado de Pedro y a la infalibilidad del Pontífice: “cuando, ejerciendo su oficio de
pastor y maestro de todos los cristianos, define con su suprema autoridad
apostólica una doctrina de fe o costumbres obligatoria para toda la Iglesia”.

Hemos mencionado ya que una pequeña parte del clero, encabezada por
Mons. Dupanloup, no estimaba oportuna la infalibilidad. El tono del relato de
Cifuentes sobre el Concilio, aleja toda duda de eventuales simpatías con la
minoría, corroborando su asentimiento a la mayoría ultramontana. Se encontraba
el chileno en París cuando recibió cartas desde Roma, confirmando el entusiasmo
y la alegría que había provocado la definición de la infalibilidad en el clero y en los
fieles; como también, debió provocársela a él mismo.
46
Carta de AC a su esposa desde Roma, 9 de febrero de 1870
47
Ver de Francisco Martí Gilabert, “La misión en Chile del futuro Papa Pío IX. Llegada a Santiago, regreso y
desenlace (1824-1832)”, Anuario de Historia de la Iglesia, año/vol. X, Universidad de Navarra, Pamplona,
pp. 281-321.
48
Carta de AC a su esposa desde Roma, 9 de diciembre de 1869
49
En discursos en el Colegio San Luis, de 1855 y 1864, Cifuentes se refirió a la relación entre ciencia y
religión. Ver Colección de Discursos de don Abdón Cifuentes, Tomo I, Escuela Tipográfica La Gratitud
Nacional, Santiago, 1916.
Al relatar las deliberaciones del Concilio, Cifuentes describe que los
postulados disidentes fueron influenciados por presiones políticas de algunos
gobiernos europeos y de la masonería para evitar se estableciera la infalibilidad
pontificia. Roma, en el entorno del Concilio, le pareció a nuestro laico chileno
particularmente estimulante, “es donde se palpa y toca con la mano el triunfo
milagroso, sobrehumano de la Cruz sobre los poderes infernales y sobre los
poderes de la tierra” 50.

En cuanto a la participación de los chilenos, Cifuentes compartió el orgullo


con el resto de la delegación de las intervenciones de su buen amigo, José
Hipólito Salas, obispo de Concepción. Éste se definió como “chileno, republicano y
demócrata”, lo que inicialmente habría provocado desaprobación en la asamblea.
Luego, debido a la fuerza de su oratoria y al peso de su argumentación, Salas
habría convertido las risas iniciales en elogiosos aplausos. Para el obispo de
Concepción, el asunto no era de formas políticas, sino de personas, por lo que
pese a compartir la infalibilidad junto al ultramontanismo, no estimó que debía
menospreciarse la república ante la monarquía: “Yo vengo de una república, yo
soy republicano, pero católico apostólico, romano y también, perdonadme,
ultramontano”51, lo que habría provocado las risas. Salas, vio con preocupación
que los excesos anticlericales de las repúblicas europeas pudieran favorecer un
paternalismo político, a lo Antiguo Régimen, que desmotivase la participación de
los católicos en la vida pública. Abdón Cifuentes, coincide en este punto
plenamente con el obispo de Concepción: “no he conocido enemigos más odiosos
y temibles de la república que la turbamulta de los republicanos europeos…la
opinión pública ha llegado así a formarse del gobierno republicano una idea tan
falsa como detestable…Así es que no era de extrañar la ingrata sorpresa que
debió causar en la mayoría del Concilio la franca declaración del señor Salas.
Pero una vez que el orador entró al fondo de la cuestión, la impresión de la
asamblea cambió por completo”52. Se ha escrito que Mons. Mariano Casanova le
habría confidenciado a Mons. Ramón Ángel Jara que Pío IX le habría ofrecido a
Salas el capelo cardenalicio, solicitándole, en vista de su destacada participación
en el Concilio, que se quedara en la curia romana. El obispo de Concepción le
habría solicitado regresar a su querido Chile. 53

6. La joven Italia, ruinas en manos de paganos modernos


50
AC, Memorias, I, 285
51
Citado por Adolfo Etchegaray Cruz, “Mons. José Hipólito Salas en el Concilio Vaticano I”, revista
Historia, 2, P. Universidad Católica de Chile, Santiago, 1962-1963, p. 153.
52
AC, Memorias, I, 290.
53
Adolfo Etchegaray Cruz, “Mons. José Hipólito Salas en el Concilio Vaticano I”, revista Historia, 2, P.
Universidad Católica de Chile, Santiago, 1962-1963, p. 166 y 167.
En Italia, Cifuentes se sintió en un museo abierto al aire libre, fascinado por
las reminiscencias históricas que le supuso cada viejo edificio, cada ruina,
monumento, y obra de arte. Sin embargo, él mismo contrasto aquella sensación
con una gris visión del momento político y cultural: “por todas partes encontráis un
pasado que asombra y un presente que entristece”. Fue la visión marcada por la
inmediatez de los trascendentes sucesos que conmovieron por entonces a la
península, la que marcó su visión del proceso político que terminó por consolidar
la unificación italiana. El naciente Reino de Italia se completó con la conocida por
los católicos como “usurpación” de los Estados Pontificios. Pero la incorporación
final de Roma, en realidad, supuso sobrepasar la ya gastada y anacrónica
autoridad política del Papa sobre unos territorios que, situados geográficamente
en el centro de la península, resultaban indispensables para cualquier intento de
unificación. La perspectiva histórica que hoy aparece nítida, no es la que un activo
católico pudo tener, inmerso en los violentos acontecimientos, más aún en torno a
la reunión del Concilio.

La visión del laico chileno fue comprometida, y no podía ser de otro modo.
Su mirada, no obstante, representó la de un observador agudo de acontecimientos
que escaparon a la simple trascendencia italiana. Cifuentes estimó que la paradoja
de un pueblo aún católico en manos de un gobierno hostil a la Iglesia se debió sin
duda, como insistió, a la pasividad y falta de organización de los católicos en la
“joven” Italia al igual que en la “moderna” España, como también a la acción
concertada de las logias masónicas, cuya influencia, en su opinión, desbordaba
las fronteras de las naciones, lo que explicaría la similitud descristianizadora que
vivió, por entonces, tanto la Italia recién unificada, como una España en
revolución. Acontecimientos inmediatamente posteriores en Francia y Alemania,
confirmaron las relaciones que Cifuentes denunció con anticipación. En Francia,
por medio del laicismo de Estado durante la III República y, en Alemania, a través
de la kulturkampf aplicada por Bismarck, ambos procesos particularmente hostiles
a los católicos.

Relacionó el viajero chileno lo que constató en Italia y España con el terror


durante la Revolución francesa. La Europa mediterránea la encontró así en manos
de “paganos modernos”, fruto de una “incesante conspiración del espíritu
anticristiano, legítimo heredero del paganismo antiguo” 54 . La desidia en la
organización de los católicos ahondaba el drama de la “conspiración”. En tonos
apocalípticos, que recuerdan a Donoso Cortés, Cifuentes afirma que los triunfos
del adversario no serán decisivos, sino transitorios, aunque si fatales para los

54
“Los Paganos Modernos”, Discurso leído en la Sociedad de Amigos del País en abril de 1871, en Cifuentes,
Abdón, Colección de Discursos, Tomo III, Santiago de Chile, Escuela Tip. “La Gratitud Nacional”, 1916. p.
220.
pueblos 55. Con ello el diputado chileno no dejó de pensar como creyente, valoró la
virtud de la esperanza, no obstante aventuraba que el futuro de Europa, en manos
de los “paganos modernos”, no parecía muy promisorio, al menos para los
católicos. ¿Se equivocaba Cifuentes?; Más bien su análisis aparece hoy como un
anticipado diagnóstico del proceso de descristianización del mundo
contemporáneo. Ya no sería Europa el escenario de la esperanza, sino América,
su clarividente experiencia en ambos continentes se lo anunciaba. Por otra parte,
su ideario republicano no se vio disminuido por las acciones del “liberalismo
descristianizador”. El joven abogado chileno denunció que los republicanos
europeos se convertían en el peor apoyo para las ideas republicanas que él
mismo compartía y que, por esos días, defendió el Obispo Salas, en el mismo
Concilio, con trascendente autoridad.

Nuestro viajero, recorrió desde Roma, en varias salidas, las principales


ciudades italianas, Turín, Venecia, Verona, Milán, Florencia, Pisa, Nápoles. Los
viajes mezclaron el turismo con visitas a hospitales, cárceles, escuelas, asilos e
instituciones de carácter social cristiano, lo que le permitió empaparse de
experiencias con el fin de trasladarlas a la realidad chilena. Pudo tratar, además,
con destacadas personalidades de distintos ámbitos de la intelectualidad y de la
acción católica. Si las Conferencias de San Vicente de Paul le permitieron conocer
al famoso historiador César Cantú, también trató al P. Giovanni Perrone, influyente
teólogo jesuita ultramontano 56.

Fue en Milán donde se les unió el Pbro. Blas Cañas, primo de Domingo
Cañas que lo acompañó durante gran parte del periplo europeo. Blas Cañas,
había fundado ya en Chile la “Casa de María”, una residencia para mujeres y
niñas desvalidas y buscaba, en la Santa Sede, la aprobación papal a su obra 57.
Coincidió en Milán con su primo y Cifuentes, desde donde juntos fueron a Turín,
para conocer el Colegio Asilo que llevaba a cabo el sacerdote Juan Bosco. Esta

55
“Los Paganos Modernos”, Discurso leído en la Sociedad de Amigos del País en abril de 1871, en Cifuentes,
Abdón, Colección de Discursos, Tomo III, Santiago de Chile, Escuela Tip. “La Gratitud Nacional”, 1916. p.
220.
56
Giovanni Perrone, (1794-1876), destacado teólogo jesuita, había sido uno de los primeros que ingresó a la
Compañía de Jesús restablecida en 1814. Intervino en la composición del Syllabus, en la preparación de la
definición del dogma de la Inmaculada Concepción y formó parte de la comisión teológica preparatoria del
Concilio Vaticano I.
57
Luego de la aprobación de las Constituciones de la Casa de María por parte del arzobispo Valdivieso, Blas
Cañas viajó a Roma en busca de la autorización papal a su Congregación. Las circunstancias del Concilio le
permitían contar con el directo apoyo de los obispos chilenos para lograr el apoyo del Pontífice. El 4 de marzo
de 1870, Pío IX decretó Laude Digna la Casa de María, aprobación previa para el decreto que luego de un
largo estudio debería oficializarla. Ver del Pbro. Carlos Fernández Freite, Don Blas Cañas. El Vicente de Paul
Chileno, Imprenta Chile, Santiago, 1936, p. 223 y ss. Del Pbro. Manuel Antonio Román, Vida del Señor
Presbítero Don Blas Cañas. Fundador de la Casa de María y del Patrocinio de San José, Imprenta Católica
de Manuel Infante, Santiago, 1887, p. 205 y ss. Estas dos biografías de Blas Cañas, fueron obtenidas gracias a
la gentileza de Ma. Angélica Muñoz Gomá.
obra inspiró luego en Chile el Patrocinio de San José. Su fundador, Blas Cañas,
“el Juan Bosco chileno”, fue quien favoreció la llegada de los Salesianos a Chile.
La visita que comparte con Cifuentes, como vemos, fue trascendente. En sus
Memorias, Cifuentes anotó que la sencillez de Don Bosco y el desconocimiento
previo de la relevancia de sus obras, le impidieron reconocer que se encontraba
frente a un santo y gigante de la caridad… “su humildad lo ocultó a mis ojos
indiferentes” 58. Con el tiempo, ya en el siglo XX, Cifuentes calibró la visionaria
labor de Don Bosco, estimando que reactivó la preocupación histórica de la Iglesia
por los pobres y por la educación, en momentos en que su descuido, durante la
belle époque, habría favorecido el avance del marxismo en las clases obreras. Por
ello advirtió Cifuentes: “perversas doctrinas, vienen engendrando en todas partes
agitaciones demagógicas que son una amenaza para el porvenir” 59. Ya en 1895,
desde la Cámara de Diputados, Cifuentes defendió la misión de los Salesianos en
la isla Dawson y, más tarde, en 1909, en Santiago, fue vicepresidente del VI
Congreso de Cooperadores Salesianos.

7. La moderna España, atrasada e indolente

El tono crítico y pesimista hacia España caracterizó la mirada de Cifuentes.


Esta actitud me parece motivada por dos causas. Una se fundó, sin duda, en que
los recientes episodios de la guerra contra España, de 1865 y 1866, reanimaron
en Chile sentimientos antiespañoles, nacidos durante la guerra de la
Independencia. Cifuentes conoció en profundidad el conflicto que provocó el
bombardeo de Valparaíso, como lo muestra el detallado relato que hizo en sus
Memorias. Por otra parte, un año después de finalizada aquella guerra, él mismo,
como ya mencionamos, asumió responsabilidades en el manejo de las relaciones
exteriores. El segundo motivo, en refuerzo de la actitud anterior, está en la
constatación in situ de la decadente realidad política y social española del siglo
XIX, que desembocó en esos años en la revolución de 1868, en la abdicación de
Isabel II y la consiguiente I República. El tono anárquico y anticlerical de la España
que visitó Cifuentes, no hizo más que confirmar su negativa percepción.

Su ingreso a territorio español por los Pirineos dio origen a sus primeras
críticas y muestras de su permanente curiosidad. De las primeras, se quejó del
estado deplorable de los caminos; de las segundas, mostró su interés por los
bosques de alcornoques y la posibilidad de introducirlos en Chile, en
consideración al beneficio que pudiera suponer la extracción de corcho para
nuestra industria vinícola. Si la introducción en nuestro país del eucaliptus mucho

58
AC, Memorias, I, 301.
59
AC, Memorias, I, 302.
le debió a Cifuentes, no tuvo la misma aceptación su idea de introducir el
alcornoque.

El 13 de marzo de 1870, estaba nuestro viajero en Barcelona, visitando al


cónsul de Chile y presidente del Banco de Barcelona, José María Serra, y a su
mujer Dorotea Chopitea. Ambos habían nacido en Chile, debiendo abandonarlo
por efecto de la guerra de Independencia, sus familias habían favorecido al bando
realista 60 . Cifuentes destaca el cariño que conservaban por su tierra natal, lo
agasajaron con comida chilena, e incluso pudo sorprenderse al contemplar una
enredadera de copihue que brotaba ahora en suelo catalán. Pero, más allá de una
agradable reunión diplomática, le llamó la atención la notable labor social que
emprendía doña Dorotea. Siempre atento a modelos viables para trasladar a
Chile, Cifuentes recorrió con ella barrios obreros en Sarriá, donde visitó Salas de
Acogida, como se llamaban entonces a las guarderías o jardines infantiles, que,
fundados por ella y al cuidado de religiosas, acogían a los niños más pequeños
mientras sus padres, obreros, trabajaban. El activo laico católico, en los inicios de
una Barcelona industrial, fue testigo despierto de la amplia labor social que llevaba
a cabo esta mujer católica y chilena. Así, al reconocer en ella “un espíritu
superior” 61, se anticipó a los méritos que un siglo después, en junio de 1983, ha
reconocido la Iglesia, al declararla “venerable”, paso previo al de la beatificación.
Doña Dorotea, fue ejemplo como madre y esposa cristiana, y destacó por su
emprendedora acción social católica en Cataluña, impulsando con esfuerzo y
recursos, templos, hospitales, colegios, asilos y múltiples realizaciones en
beneficio de los más pobres. Más tarde, llegó a ser principal benefactora de la
obra de Don Bosco y los Salesianos, y no se olvidó de Chile, favoreciendo las
actividades de éstos también en nuestro país.

No obstante la acción ejemplar de Doña Dorotea, el panorama en


Barcelona, como el de toda España por entonces, le pareció lamentable. Describió
en sus Memorias con horror las acciones hostiles a la Iglesia del gobierno
republicano de Prim, el que no hacía dos años había destronado al débil trono de
Isabel II. Cifuentes fue testigo del desorden y malestar generalizados en la
población, y del desgobierno que se plasmaba en continuas revueltas callejeras.
60
Es poco conocida la salida de familias realistas por motivos de la Independencia. La relevancia que alcanzó
en Barcelona este matrimonio de “chilenos” nos llama a reflexionar sobre el punto. José María Serra Muñoz,
hijo de comerciante catalán llegó a ser destacado banquero en Barcelona, y Cónsul de Chile. La antigua
amistad de sus padres en Chile con la familia Chopitea Villota, le permitió conocer y casarse en Barcelona
con la joven de quince años, Dorotea Chopitea Villota. El padre de ésta, también realista, prisionero de los
patriotas, logró huir de Chile en 1819 y, junto a su familia tras azaroso viaje, se radicaría también en la
ciudad catalana. En Chile ambas familias habían destacado en el comercio. Los Chopitea, emparentados
incluso con los Carrera, mantuvieron su fidelidad al Rey de España. O’Higgins, tras la batalla de Chacabuco,
ocuparía la casa que fuera de la familia Chopitea. Ver de Luis Castano, Dorotea Chopitea, madre y esposa
ejemplar, Editorial Salesiana, Santiago, 1984.
61
AC, Memorias, I, 307.
Para el chileno la situación no era nueva en España, “cuyos gobiernos tienen el
singular privilegio de no errar disparate desde hace muchos años”62.

En viaje a Manresa, visitó la cueva donde San Ignacio compuso los


Ejercicios Espirituales. Allí constató la interesada expulsión de los jesuitas; a su
regreso en Chile, denunció: “Así estos republicanos españoles, disfrazados de
liberales proclamaron la libertad de cultos. Los masones podían tener sus logias,
los judíos sus sinagogas, los protestantes sus pastores, los fanáticos y sectarios
de toda clase tenían la libertad de entrar y permanecer libremente en España,
menos sus propios hijos, si se llamaban jesuitas, a quienes se sentenciaba sin
audiencia y se condenaba al destierro por aquellos histriones liberales que son los
peores enemigos de la libertad y de la república” 63. Sus palabras vuelven a tener
un sello de innegable actualidad, los Magisterios de Juan Pablo II y de Benedicto
XVI han denunciado también esa supuesta tolerancia del relativismo en la Europa
de hoy que, curiosamente, se practica en beneficio de todos, con excepción de los
católicos.

En el marco europeo Cifuentes aparece como un ultramontano


republicano, más que como un católico liberal, él es un laico católico
hispanoamericano, y por lo tanto alejado de la tradición monárquica. Favorece un
régimen republicano, como entiende conforme a la historia independiente de Chile,
pero alejado de la etiqueta hostil a la Iglesia que caracterizó a los republicanos
europeos de su tiempo. Su afán permanente fue promover la participación de los
laicos católicos en la vida pública y constató en España lo mismo que presenció
en Italia, la desidia, el egoísmo y la ignorancia de los católicos, que han dado paso
a gobiernos descristianizadores.

De viaje a Madrid, se detuvo en Zaragoza donde visitó la basílica del Pilar,


cuya devoción había recibido de una tía abuela en su infancia. Su trayecto por
España se interrumpió luego de concurrir en Madrid a corridas de toros, al parecer
sólo novillos, y cuyo sangriento espectáculo le llevó a contar, en una sola tarde,
veinticinco caballos destripados, en el ruedo, a causa de los permanentes
embistes y cornadas a los montados picadores 64. La impresión de barbarie que le
dejó tal “espectáculo”, debió ser muy fuerte porque, pese a visitar luego Toledo y
El Escorial, decidió salir, de regreso a Francia, “renunciando a nuestro programa
de recorrer toda España” 65.

62
Carta de de AC a su esposa, desde Barcelona, 23 de marzo de 1870.
63
AC, Memorias, I, 308.
64
El número no parece exagerado si consideramos que en el siglo XIX los picadores exponían a sus
cabalgaduras sin protección ante la embestida del toro, lo que permitió que las corridas de toros generaran la
triste matanza de equinos.
65
AC, Memorias, I, 318.
La decadencia de España en el siglo XIX, acrecentada por el desgobierno
republicano, fue un panorama triste para un chileno, católico y culto, que pensaba
que Chile estaba: “en todos los ramos del progreso social…mucho más
adelantado que España”. En la misma carta a su esposa, su tono fue
particularmente despectivo: “¡Gracias a Dios! ¡Ya salí de España! Ya he dejado el
Africa y llegado a Europa, a Francia”66.

8. Francia, el ocaso de las águilas imperiales

Su primera impresión de París fue la de una ciudad muy alegre…“Pero de


qué me sirve a mí todo eso? (le escribe melancólico a su esposa) porque sólo y
tan lejos de usted la tal diversión más es tormento que diversión” 67. En sus cartas
Abdón Cifuentes se muestra más íntimamente, su espíritu romántico se reflejó en
un lenguaje no formal que nos ayuda a penetrar en su personalidad vivaz pero
profunda. Su cristianismo fue humilde y alegre, y en la intimidad epistolar con su
mujer, se mezclaron las reflexiones espirituales e históricas que el entorno
provocaron, junto a su natural picardía y sentido del humor: “…como soy un
diablo, como usted dice, poco valiosas han de haber sido mis oraciones… yo
sueño casi todas las noches con mi negrita rica” 68. En sus cartas, compartió con
su mujer sus íntimos sentimientos y las dificultades que suponía el encontrarse
alejado de su familia: “Negrita de mi vida: quiera Dios que lleguen a tu oído los
hondos suspiros del corazón de tu rubio”69.

Más allá de la anterior faceta personal y desconocida de Cifuentes, nuestro


viajero dejó un análisis sociológico, especialmente agudo y profundo, de la Francia
que le tocó conocer. Relacionó las costumbres con la política, una vacía y frívola
alegría con las turbulencias políticas, en la atmósfera del ocaso del II Imperio.
Desde Boulogne, algunos meses después, escribió sorprendido a su esposa
impresiones personales de la rápida caída de Napoleón III: “¡Qué espantosa
catástrofe! Que inmenso infortunio para el emperador que hace pocos días se
contemplaba el primer monarca del mundo”70. La carta relataba la profunda crisis
que aquejó a la sociedad francesa en su conjunto. Los acontecimientos que se la
resaltaron fueron los de la turbulenta República de Gambetta: “Con motivo de la
proclamación de la República el pueblo francés ha dado una nueva prueba de su
ligereza, inconstancia y aún bajeza y barbarie. En París han echado por tierra las
águilas imperiales, destrozando como los bárbaros obras costosas de ornato
66
Carta de de AC a su esposa desde Bayona, 11 de abril de 1870.
67
Carta de de AC a su esposa desde París, 27 de abril de 1870.
68
Carta de de AC a su esposa desde Roma del 9 de diciembre de 1869.
69
Carta de de AC a su esposa, Roma, 8 de febrero de 1870.
70
Carta de de AC a su esposa, Boulogne, 8 de agosto de 1870.
público…¿No son éstas las escenas brutales de la decadencia del imperio
romano?” 71 . Para Cifuentes, los franceses no mostraron grandeza en aquellos
momentos claves y ello se debió, en su opinión, a la decadencia de sus
costumbres. Denunció la frivolidad y ligereza de la sociedad francesa: “El francés
está muy decaído, porque está muy desmoralizado. Entre ellos el matrimonio más
es un negocio que otra cosa; el amor es el pasatiempo de una noche; el
patriotismo una charlatanería y así va todo. El hogar casi no existe y los lazos de
familia están muy debilitados” 72 . El chileno analizó en terreno el estrepitoso
derrumbe de Francia, y la causa principal la atribuyó a una debilidad moral
encubierta por apariencias, incluso anunció gérmenes de lucha de clases “….el
carácter general de este pueblo es la farsa en todo, la bajeza con los que están
arriba, la insolencia y la opresión con los que están abajo. Y sin embargo dicen
que este pueblo es el más culto de la tierra. Efectivamente en las apariencias. En
el fondo, yo no entiendo así la cultura y la civilización” 73. Su juicio fue categórico y,
con ello, al menos por entonces, demostró lo lejos que estaba de verse
encandilado por la atmósfera francesa, que a tantos atrajo 74.

¿Y cuál era la situación de los católicos en Francia? Cifuentes captó que


una de las dificultades que vivió el catolicismo francés fue la profunda división
entre sus huestes por motivos principalmente políticos. Diversas facciones:
legitimistas, orleanistas, bonapartistas y republicanos, entre otros, impidieron que
los católicos franceses actuaran unidos en defensa de su cultura.

El 15 de mayo sufrió una fiebre gástrica que lo decide a aceptar la


recomendación de descanso que le hicieron varios médicos. Debemos recordar
que fueron motivos de salud los que habían motivado su viaje, y esta recaída, de
su dispepsia y estreñimiento, lo llevaron a ingresar, durante junio y julio de 1870,
al innovador Sanatorio de Hidroterapia que dirigía, en las afueras de París, el
afamado Dr. Fleury. El recinto ocupaba un hermoso castillo señorial rodeado de un
bien cuidado parque, lo que junto a un régimen ordenado de alimentación,
gimnasia e hidroterapia, permitieron su cura y descanso. Pronto, el avance de los
ejércitos alemanes, le obligaron a abandonar la clínica, en pleno verano europeo.
Este par de meses de reposo, nos señalan un hito conveniente para poner fin a
esta primera parte del relato de su viaje. La segunda, que se verá en un siguiente
artículo, tratará sus tareas diplomáticas en Inglaterra, su corto viaje a Bélgica y
Alemania y sus relevantes impresiones de los Estados Unidos, tras su visita a la
emergente nación norteamericana, de regreso a Chile.

71
Carta de AC a su esposa, Boulogne, 8 de agosto de 1870.
72
Carta de AC a su esposa, Boulogne, 8 de agosto de 1870.
73
Carta de AC a su esposa, Boulogne, 8 de agosto de 1870.
74
Para comprobar el influjo de Francia en la sociedad chilena ver de Francisco Javier González Errázuriz,
Aquellos años franceses. 1870-1900. Chile en la huella de París, Taurus, Santiago, 2003.

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