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GENERO Y PSICOLOGIA. Caminos Convergentes.

1
Dra. Mercedes Olivera B.
Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica.
Centro de Derechos de la Mujer de Chiapas..
Mtro. Luis Sánchez Trujillo
Doctorante del Posgrado CESMECA-UNICACH

Comenzar esta disertación hablando de las bondades de la visión de género hubiera sido
el camino fácil para la elaboración de esta ponencia, ello no albergaría mayores
dificultades, y sin duda podría hablar de las bondades y ventajas que dicha visión tiene,
así como de la importancia de incorporar los estudios de género a las múltiples
disciplinas que configuran el campo de la psicología. Sin embargo, ese, como he dicho,
sería el camino fácil.

Por el contrario, hemos decidido comenzar reconociendo los innumerables aportes


que la psicología ha hecho y continúa haciendo a las ciencias sociales y en especial a los
estudios de género. Es decir, hemos optado por partir de la psicología, con las eminentes
limitaciones y dificultades que conlleva para alguien que no se ha formado dentro de
dicho campo, para retomar las principales rutas psicológicas que, desbordando su
campo, han aportado modelos, ideas y teorías que hoy forman parte de las ciencias
sociales, de las corrientes de género actuales y del bagaje cultural de la humanidad.

De antemano pido una disculpa, pues intentar dar un esbozo de la manera en que
la psicología ha enriquecido los estudios sociales pudiera resultar vago, incompleto e
incluso ofensivo, debido a las limitaciones no sólo de tiempo, sino de profundidad en
conocimientos de una disciplina tan basta y en continuo crecimiento, pero me parecería
arrogante intentar adoctrinar llanamente a quienes pertenecen a una ciencia en cuyo
seno se han gestado aportes tan significativos y fecundos, que sin duda continuarán
1 Texto de la ponencia magistral leída en la LXXXII Asamblea Ordinaria del Consejo Nacional para la Enseñanza e
Investigación en Psicología AC. el 29/10/10 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
abonando hacia una mejor comprensión de nuestro mundo.

Sabemos que, desde sus inicios, la psicología nació en medio de la controversia.


Signada por su capacidad de cuestionar ideas sólidamente establecidas, el psicoanálisis
comienza con un desafío radical a las nociones tradicionales del sí mismo o self
individual, pues mina radicalmente nociones sobre autonomía, opción individual,
voluntad, responsabilidad, y racionalidad, mostrando que no controlamos nuestras
propias vidas en el sentido más fundamental.

El descubrimiento del inconsciente freudiano se torna verdadera revolución que


apertura un universo nuevo de posibilidades de estudio y comprensión de la vida
humana, pues tal como Erich Fromm lo plantea: El gran descubrimiento de Freud y sus
consecuencias fundamentales en lo filosófico y lo cultural fue el conflicto que existe
entre el pensar y el ser, esta teoría era radical porque atacaba el último bastión de la
creencia del ser humano en su omnipotencia y omnisciencia, la creencia en su
pensamiento consciente como fundamento último de la experiencia humana.

Pese a sus aportes, los de Freud sólo son el inicio de una larga lista de hombres y
mujeres que han retomado la labor de enriquecer nuestra visión. Dentro y fuera del
campo de la psicología esta primigenia semilla ha extendido sus raíces, para dar frutos
por doquier.

El psicoanálisis freudiano, estemos de acuerdo con sus propuestas o no, es


referencia ineludible del pensamiento contemporáneo y los estudios de género desde
luego no pueden ser la excepción.

En la teoría psicoanalítica la atención explícita al sexo-género, aunque


inicialmente no incluyó una perspectiva de género, ha sido básica y central tanto para la
investigación como para la práctica clínica. Sería muy difícil para un o una psicoanalista
ignorar completamente la sexualidad o el género de un analizad@, o argüir que una
teoría de la sexualidad o del género resulta irrelevante para ese campo. Cabe aclarar que
entendemos por género la construcción social de las diferencias y desigualdades entre el
ser hombre y el ser mujer.

Es posible afirmar que esta centralidad del sexo y del género en las categorías del
psicoanálisis, unida con la tenacidad, centralidad emocional, y poder fluido de nuestro
sentido de identidad con género, hace al psicoanálisis particularmente fundamental
como un recurso para la teorización en los estudios de género.

Sugiere que nuestras experiencias como hombres y mujeres, provienen de muy


dentro tanto de nuestro pasado y de las estructuras profundas de significación
inconsciente, como de las relaciones emocionalmente más fundamentales que ayudan a
constituir nuestras vidas cotidianas.

Ha mostrado que los “sí mismos” de hombres y mujeres tienden a ser construidos
en forma diferente: el de las mujeres más en relación con la negociación de límites
flexibles en la separación y conexión con la alteridad; y el de los hombres más
distanciado de ésta, basado en límites firmes y en negociaciones defensivas de las
conexiones entre este “sí mismo” y los otros.
!

Es así que es posible encontrar un feminismo de corte psicoanalítico, que tiene una
historia compleja y a veces subterránea, una prehistoria que el trabajo reciente sobre las
mujeres pioneras en psicoanálisis, nos está ayudando a desenterrar, y cuyos orígenes
teóricos y políticos es posible localizar en Karen Horney, una analista de la segunda
generación cuyos primeros ensayos sobre feminidad desafiaron forzosamente a Freud.

Horney presenta un modelo de mujeres con cualidades femeninas primarias positivas y


auto – valoración, frente al modelo de la mujer de Freud como defectuosa y limitada por
siempre, Ella ata su crítica tanto de la teoría psicoanalítica y de la psicología de las
mujeres, como a su reconocimiento de una sociedad y una cultura de dominación
masculina.

La teoría de Horney, así como los primeros debates psicoanalíticos sobre


feminidad, no parecen haber generado un mayor impacto sobre la corriente dominante
psicoanalítica por muchos años. Sin embargo, sus teorías forman las bases, reconocidas
o no, de muchas de las revisiones de la comprensión psicoanalítica del género, así como
de la mayoría de la disidencia psicoanalítica sobre la cuestión del género en el período
temprano también. Junto con Erich Fromm y Harry Stack Sullivan integran lo que se ha
llamado neopsicoanálisis o psicoanálisis humanista y que se integran a la visión
culturalista de los estudios sociales, llevando la psicopatología a una dimensión social y
hacia una crítica profunda del sistema capitalista como fuente de miseria emocional.

El trabajo de Melanie Klein es otra fuente de la que se nutren numerosos estudios


de género posteriores, aunque con orientación más teórica que política, Klein giró el
psicoanálisis de una psicología de la relación del niñ@ con el padre, a una psicología de
la relación con la madre en los niñ@s (personas) de ambos sexos.

Para Klein las reacciones intensas y los miedos infantiles hacia sus madres, su
pecho, sus interiores, y sus poderes, delinea la vida emocional subsiguiente, llevando a
la construcción del sí mismo y el otro, y a las preocupaciones morales hacia los otros
(culposas o reparativas). La contribución Kleiniana, dentro de las teorías de género, es
aún menos explícita que los debates de los 20s y 30s sobre feminidad, pero introduce,
tanto en sus contenidos y en el debate generado por éstos, una crudeza pasional e
incluso dolorosa al discurso psicoanalítico sobre el género, y más específicamente,
acerca de las madres.

La teoría kleiniana en sí misma, y cómo ésta ha sido traducida por los teóricos de
las relaciones objetales, ofrece una lectura de la psique no tan directamente apegada al
género cultural como en la teoría Freudiana. Pero pone más atención a las emociones y
conflictos que en el cómo las relaciones enraizadas en el género son evocadas en el
niño, y en el niño dentro del adulto.
La teoría de relaciones objetales desarrolla su descripción de la sociabilidad
primaria describiendo la construcción relacional de la subjetividad, tanto en desarrollo
como en la vida diaria. Debido a sus bases clínicas, no necesita apelar a Eros como una
fuerza para la unidad vagamente definida, extra – individual, insustancial. Extendiendo
la Teoría Estructural y del Narcisismo de Freud, con la descripción de Melanie Klein de
los objetos internos, esta caracteriza el Yo relacional como representaciones de
relaciones experimentadas afectivamente cargadas de sentidos de auto-relación. El
ambiente personal y la calidad del cuidado experimentado en el desarrollo individual, y
no las pulsiones innatas preformadas, proveen el contexto y material desde el cual el
individuo forma y delinea su psique. Entonces, imágenes de experiencias tempranas con
los cuidadores primarios y relaciones tempranas llegan a ser parte del núcleo de la
identidad, aún si estas representaciones pueden estar más o menos integradas. Si una
persona se va a desarrollar, el sí mismo debe incluir lo que originalmente fueron
aspectos del otro y la relación con el otro.

Desde la visión de Klein, nosotros llegamos a convertirnos en personas, en


relación interna con el mundo social. Este mundo social, aún el peor, no es únicamente
restrictivo, no puede eliminar completamente al individuo. Las personas
inevitablemente se incorporan unas a otras; nuestra sociabilidad está construida dentro
de nuestra estructura psíquica y no existe separación fácil entre individuo y sociedad, ni
la posibilidad de lo individual fuera de lo social.

La importancia de los descubrimientos de Klein y de la escuela de las relaciones


objetales apenas están siendo revalorados en todo su alcance por los estudios de género,
a su nombre se suman los de Donald Winnicot, y John Bowlby como precursores de una
larga lista de estudios inspirados en tal modelo teórico, ahora aunados a la visión de
género, surgen así aportes como los de Nancy Chodorow, Carol Gilligan, Jessica
Benjamin, Jane Flax, Juliet Mitchell, Luisa Muraro por mencionar algunos, que
combinando los postulados psicoanalíticos pulsionales con una noción de sociabilidad
primaria e intersubjetividad, crean una teoría que incluye, en adición a la sociabilidad en
un sentido general, género, generación y sexualidad en un sentido histórico específico,
como una descripción que ve la vida como un procesos relacional y de desarrollo, en la
que es plausible pensar e imaginar no solo individuos liberados, sino individuos
comprometidos mutuamente en una sociedad construida sobre formas de vida social
liberadas.

De acuerdo a la propuesta de Ann Ferguson en su artículo “Psicoanálisis y


feminismo”, a estas teorías psicoanalíticas feministas podemos subdividirlas en tres
escuelas fundamentales, clásicas.

En primer lugar encontramos las teorías derivadas de las propuestas lacanianas, de


entre ellas destaca Juliet Mitchell, quien probablemente fue la primera teórica de la
segunda ola que realizó una relectura del psicoanálisis como teoría de la construcción
social del género en el seno de la institución de la familia patriarcal. Mitchell se centra
en el modo en el que el poder simbólico de la llamada Ley del padre de Lacan, organiza
la posición de enunciación de los sujetos humanos en el marco del lenguaje.

Junto con Gayle Rubin recurren a un freudismo lacaniano para argumentar que la
ley del padre patriarcal -y la heterosexualidad obligatoria que ésta implica, forman parte
de la construcción social del género y de la sexualidad que han llegado a ser casi
universales, pero que se podrían modificar, puesto que pese a todo, se trata de
construcciones históricas. En dicha ley, Lacan problematiza la feminidad como aquello
que no se puede expresar de manera consciente, debido a que las identificaciones y
deseos maternos han quedado relegados al inconsciente, lo que lleva a Lucy Irigaray,
Julia Kristeva y Hélène Cixous a rechazar este aspecto de su teoría. Argumentan que el
misterio en el que Lacan envuelve a la feminidad, como algo inexpresable en el
lenguaje, representa el temor masculino a las mujeres por cuanto simboliza la temida
castración y la pérdida del poder simbólico del falo.

Es así como surge la escuela europea del pensamiento de la diferencia sexual en la


teoría de género, que marcó un quiebre en relación a nuestro enfoque de la igualdad, y
abrió un proceso de enriquecimiento en la teoría de género.

A los aportes de las psicólogas francesas, se unen los nombres de las italianas
Luisa Muraro y Alessandra Bocchetti, estas pensadoras se apartan del pensamiento
lacaniano por cuanto afirman que existe un imaginario femenino de la formación del
sujeto y éste se puede incorporar al lenguaje, a la consciencia y, por lo tanto, al orden
simbólico. Kristeva también postula que existe un nivel de protolenguaje subyacente al
lenguaje simbólico, que ella llama semiótico, al que se puede acceder a través de la
poesía, los sueños y el arte para volver a conectar con ese imaginario reprimido. Por su
parte Muraro y Bocchetti argumentan que necesitamos crear un nuevo imaginario social
femenino mediante prácticas sociales transformadoras entre mujeres que creen nuevas
genealogías de la relación madre-hija. Esto nos permitirá hacer realidad <<el orden
simbólico de la madre>>, reprimido en la sociedad patriarcal, y redefinir nuestras
relaciones con otras mujeres a través de procesos por los que una se encomienda a
ciertas mujeres y que permiten crear relaciones de autoridad y amistades positivas entre
mujeres que reemplacen a las relaciones competitivas y de envidia en las que hace
hincapié el orden simbólico patriarcal dominante. Es decir, el orden simbólico y
material construido sobre parámetros masculinos que ha organizado al mundo por
siglos.

Se ha criticado a las pensadoras de la diferencia sexual alegando que presuponen


la existencia de una mujer esencial. La afirmación de que todas las mujeres comparten
el imaginario femenino vinculado a la relación materna, y por consiguiente a la
maternidad, parece sugerir que sólo las mujeres que son madres pueden revalorizar y
transmitir ese poder autónomo de la madre, reprimido en la teoría lacaniana unisexual
de la vida psíquica, no obstante, Drucilla Cornell defiende una interpretación distinta de
la escuela de la diferencia sexual: ella concibe el imaginario femenino, como un
objetivo utópico que se debe crear y no como la revelación de una capa discreta ya
existente en el inconsciente humano (o del inconsciente de las mujeres). En otras
palabras, la elevación del imaginario femenino al nivel de lo simbólico requiere una
representación de la mujer de nueva creación y articulada de un modo distinto a la que
está presente ya sea en las fantasías masculinas de la madre perdida, ya sea en los
imaginarios de las mujeres, estructurados por el patriarcado.

La tercera escuela del feminismo psicoanalítico contemporáneo, la teoría de las


relaciones objetales, tiene sus raíces iniciales en los primeros trabajos de Karen Horney
y Melanie Klein. Estas autoras destacan la fase infantil preedípica como etapa clave
para la formación del género, en contra de la concentración freudiana y lacananiana
clásica en la fase edípica. A partir de las ideas de estas pioneras, teóricos varones como
John Bowlby y Donald Winnicott crearon la escuela freudiana de las relaciones
objetales. Sus ideas sirvieron de marco para el desarrollo de la tercera escuela de
pensamiento psicoanalítico feminista, la de Dorothy Dinnerstein y Nancy Chodorow.

El modelo de Chodorow de las relaciones de objeto mantiene que los fundamentos


psicológicos de la dominación masculina parten de que los niños aprenden a
menospreciar la feminidad con objeto de acceder a la masculinidad, y que las niñas
aprenden que la feminidad implica una identificación excesiva con las necesidades de
los y las demás; de ahí la aceptación de la conducta de dominación de los varones
amados. No obstante, una vez desplazado el acento de la rivalidad sexual al desarrollo
relacional de un sentido de sí y de la propia capacidad de actuar, adquirido a través de
las personas amadas que se encargan de la crianza del bebé, tanto Chodorow como
Dinnerstein consideran que la solución es acabar con la diferenciación de género que
tiene lugar cuando la madre ocupa el lugar central en la crianza, eliminando la división
sexual del trabajo en la crianza infantil.

Por su parte algunos planteamientos nuevos, como el de Ann Ferguson, sostienen


que se debe modificar la importancia excesiva que concede el psicoanálisis a la
construcción de la identidad de género en la primera infancia a fin de contemplar la
posibilidad de una modificación de las identidades de género en la edad adulta a través
de la pertenencia a lo que denomina comunidades de oposición, es decir, redes de
mujeres y/o de hombres que desafían conscientemente las normas de género patriarcales
y binarias. Las relaciones afectivas libidinales en el seno de estos grupos pueden
complicar gradualmente los imaginarios de género de los y las participantes y
cuestionar así la insistencia en binaridades de género exclusivas en los propios ideales
inconscientes del yo y también en la concepción consciente de sí.

En esta misma línea crítica de las posturas psicoanalistas feministas clásicas,


Jessica Benjamín se nutre de la teoría de las relaciones objetales, especialmente de
Winnicot, de la crítica filosófica y social feminista, y de la investigación y teorización
reciente acerca de la infancia temprana para articular sus discusiones, en las que destaca
el papel intersubjetivo en la conformación del género. Para Bejamín se trata siempre de
un conflicto dependencia-individuación, es decir, de una tensión continua entre la
autoafirmación y el reconocimiento desde la alteridad, pues a diferencia de otros
planteamientos, el bebé nunca es visto como totalmente simbiótico con la madre; por lo
que ésta tiene que establecer límites claros entre ella y el/la niñ@, y reconocer la
voluntad de este/a, para poder equilibrar la afirmación y el reconocimiento, si no
sucediera así, se seguiría atribuyendo la omnipotencia a la madre, o bien al sí mismo, en
ambos casos se recrea la polaridad escindida entre masculino y femenino sobre la que
descansa el sistema de desigualdades de género y se desarrolla nuestro sistema social.

Como podemos observar en esta somera exposición, son múltiples las posturas y
críticas desarrolladas por los estudios de género y feministas a partir de la psicología.
Sin embargo, en este punto quisiera hacer notar algo que seguramente muchos y muchas
se estarán cuestionando: ¿acaso todos los aportes de la psicología a los estudios de
género se inscriben bajo la égida del psicoanálisis?

Es evidente que a lo largo de esta exposición, los nombres hasta ahora retomados
provienen del área psicoanalítica. De igual forma, muchos de los estudios desarrollados
fuera del campo de la psicología han retomado teorías y propuestas provenientes del
psicoanálisis, ello obliga a preguntarnos ¿porqué ha sido así?

Esta interrogante abre paso a la segunda parte de mi exposición, y es que me ha sido


imposible eludir el cuestionamiento acerca del cómo otros modelos dentro del campo de
la psicología han problematizado el género.

Comenzaré por hablar acerca de la auto denominada tercera fuerza o escuela


humanista en psicología, en ella es posible encontrar diversos modelos teóricos, entre
los que sobresalen la psicoterapia Gestalt, creada por Fritz Perls; la terapia centrada en
el cliente de Carl Rogers; la teoría de las necesidades de Abraham Maslow; y la
Logoterapia de Viktor Frankl.

Supera por mucho la tarea y alcances de esta breve disertación el intentar realizar
un recuento pormenorizado del cómo cada una de dichas posturas y autores analizan y
explican las diferencias genéricas de la humanidad, sin embargo en sus discursos es
posible encontrar una tendencia común a reconocer la existencia de una dualidad
compuesta de polaridades masculina y femenina, que conforma desde su esencia el sí
mismo.

De estas polaridades se explica que se encuentran presentes en ambos sexos per


se, es decir, que todo hombre posee una polaridad femenina, ya bien la reconozca o no,
e igualmente toda mujer comparte un componente masculino, bajo esta perspectiva la
problemática surge merced de los procesos de socialización, mismos que empujan el
desarrollo hacia sólo uno de los polos en detrimento del otro, lo que crea un estado
neurótico, es decir, una tendencia a negar la polaridad no desarrollada, la que se escinde
y por ende resulta incapaz de ser apropiada, limitando las posibilidades de actuación de
los seres humanos, así como del reconocimiento de necesidades ancladas a tales
polaridades negadas. Se reconoce que el desarrollo hacia una cierta polaridad no está
necesariamente ligada al sexo, por lo que muy bien puede suceder que una mujer se
identifique más con su “polaridad masculina” lo que sin duda empujara una cierta
configuración de carácter y un cierto rechazo hacia su dualidad femenina rechazada.

La crítica que es posible realizar a esta postura es que de esta forma, se tiende a
naturalizar y reificar las categorías del ser hombre y ser mujer, que al verse como el
resultado de una supuesta esencia, orientan el trabajo terapéutico hacia el
reconocimiento y revaloración de la polaridad negada, dejando de un lado el hecho de
que dichas categorías son creaciones histórico-sociales, que al no ser vistas como tales,
dejan sin cuestionar el sistema de desigualdades genéricas construidas en torno al sexo.

En otro extremo encontramos los modelos que componen las escuela de los
planteamientos cognitivo-conductuales, como su nombre deja ver, bajo ese rubro se
adscriben las modernas perspectivas derivadas del análisis experimental de la conducta
de corte positivista, sin lugar a dudas, esta herencia ha representado una limitante para
la inclusión de una visión de género, pues en gran medida los aportes giran en torno a la
idea de adaptación funcional, es decir, se niega la existencia de los componentes
intrasubjetivos, por lo que toda noción de inconsciente queda descartada en aras de una
deseada objetividad científica, de la que emergerá una verdadera ingeniería de la
conducta, que permita el surgimiento de una sociedad en la que el “Walden dos” de
Skinner bien pudiera ser la utopía soñada.

Desde luego a partir de la inclusión de aspectos cognitivos en las recientes


aproximaciones de este enfoque, del reconocimiento de aspectos internos y del cómo
nuestros esquemas mentales determinan en gran medida nuestras conductas, las posturas
radicales se han suavizado, y hoy es posible encontrar enfoques como los de Beck y
Young que se aproximan cada vez más los modelos psicodinámicos, pero enriquecidos
por los recientes descubrimientos en el área de las neurociencias y que en la práctica ha
revelado su enorme utilidad para el tratamiento de muy diversas disfunciones. Pese a
ello, poco se ha empleado la eminente potencialidad de tales análisis para arrojar luz
sobre las complejidades de la construcción de las desigualdades de género y del cómo
nuestros esquemas mentales son reforzados por aspectos conductuales propiciando el
mantenimiento y reproducción de las desigualdades de género.

Otro de los modelos que ha tenido gran impacto en el campo de la psicología es el


denomidado psicocorporal, en este grupo se encuentran teorías como la bionergética, la
core energética, la integración postural, la terapia rolfing y un largo etcétera, el común
denominador de estos enfoques es que todos devienen de las ideas de Wilhelm Reich,
creador de la vegetoterapia caracteroanalítica.

Para Reich, la personalidad humana es el resultado de una encarnación, por lo que


el carácter tiene una base corporal, es decir, las diversas prohibiciones y reglas
emanadas de las tempranas experiencias sociales se incrustan en el cuerpo, formando lo
que él llama una coraza caracterológica, que al ser rígida e inflexible inhibe la función
natural de la psique. Reich plantea que la sexualidad juega un papel fundamental en la
vida del ser humano, por lo que el control social descansa sobre el control de dicha
sexualidad, ello le lleva a una crítica social de la familia y los sistemas normativos, a los
que considera neuróticos y responsables del sufrimiento. Al incorporar la dimensión
social recupera la necesidad de un trabajo no sólo terapéutico, sino social para cambiar
las estructuras capitalistas autoritarias que tanto nos dañan.
Si bien los aportes de Reich no se inscriben dentro de las teorías de género, sus
implicaciones son de gran ayuda para esclarecer el papel del cuerpo y la sexualidad
dentro del sistema de desigualdades de género y clase; sin embargo, tales aportes no son
recuperados por las actuales propuestas psicocorporales, que se enfocan en una
dimensión individual.

Mención aparte merece la programación neurolinguística o PNL como es mejor


conocida. Este modelo parte de las modernas teorías de la información, de la lingüística
y de la comunicación, lo que le permite ver nuestro funcionamiento como algo muy
similar a un software computacional cuya programación se escribe a nivel neurológico,
pero que es posible reprogramar para permitirle funcionar óptimamente. En la
actualidad este enfoque es empleado con gran éxito por la psicología industrial para
acrecentar la eficiencia y el rendimiento, así como mejorar las relaciones a través de una
comunicación más adecuada, lo que se logra puliendo las interacciones humanas. El
género es algo que poco se menciona en esta corriente, por lo que pese a su auge, sus
posibles aplicaciones a los estudios de género aún resultan una incógnita.

Como este breve y muy esquemático recorrido lo muestra, fuera del psicoanálisis,
los estudios de género poco han sido retomados e incorporados al campo de la
psicología, lo que me lleva preguntar el por qué de esta incapacidad o negativa.

En este sentido, el estudio de Teresa Cabrujo Ubach realizado en España entre


estudiantes y docentes del área de psicología aporta elementos de esclarecimiento.

Para Cabruja, la psicología constituye un caso especial frente a otras disciplinas


como la sociología y la antropología, esto se explica en función de varias razones.

En primer lugar en la psicología existe una tendencia dominante por identificarla y


pretender que sea una ciencia experimental, es decir neutra, objetiva y universal. Como
además, el neoliberalismo conlleva un ensalzamiento del individualismo feroz, es
bastante fácil preguntarnos, en qué medida la psicología, que ya tiene una tradición de
ofrecer explicaciones individualistas a problemas de carácter social o político, mantiene
el status quo, al concentrarse únicamente en la dimensión subjetiva.

Pese a todos los logros y aportes de la psicología, me parece que aún no existe un
elemento que pueda conectar efectivamente el estudio de los procesos psíquicos con los
estudios sociales, pues tal como lo muestra el esquema mientras los estudios de género
han incorporado elementos tanto de la psicología, en especial del psicoanálisis, como de
ciencias como la antropología, la historia, la sociología, la economía y la filosofía, la
psicología contemporánea parece haber permanecido en cierta forma aislada, pues no ha
habido un efecto de retorno de los saberes, de reincorporación que le permita
reapropiarse de los avances y enriquecerse.

A tales dudas habrá que sumar una pregunta fundamental ¿hasta qué punto las
relaciones e imaginarios patriarcales impregnan la propia psicología como libre de
cuerpo, sexo y género en sí misma, pero también respecto a la docencia, la investigación
o la práctica profesional con la idea de un desarrollo de progreso, lineal y evolutivo, que
se moviliza, también, respecto a otros aspectos?

¿Podría ser el género este punto de reconexión entre la psicología y el resto de las
ciencias sociales?

Por principio habrá que definir a qué me refiero cuando hablo de género. Por
género entiendo la construcción social de las desigualdades basadas en las diferencias
sexuales, construcción que se da en las esferas de lo íntimo, lo privado y lo social.
Estas desigualdades atraviesan todo el espectro de relaciones sociales, lo mismo que el
núcleo de las identidades y nos otorgan posiciones donde la subordinación y la
dominación se refuncionalizan y profundizan, por lo que comprender el aspecto
psicológico de la interiorización de tales procesos y su simbolización social se torna
fundamental, para desarrollar estrategias de intervención, tanto desde el ámbito de la
psicología, como desde la práctica del género.

Así, aun partiendo de la noción de la psique como un proceso específicamente


subjetivo, el género, en la esfera de lo íntimo, se corresponde precisamente con tal
subjetividad, y eso se pretende esquematizar en la siguiente diapositiva al proponer un
modelo en tres dimensiones de la subjetividad.

En primer lugar se muestra un nivel interior, el núcleo subjetivo, que podría ser descrito
como el centro esencial, la base sobre la que se estructuran las normas e imposiciones
provenientes del mundo social, pero que pese a ello nunca es constreñido del todo,
conservando siempre un potencial estructurante, es decir, una capacidad de ruptura cuyo
ejercicio no sólo dependerá de las circunstancias psíquicas internas, sino de las
condiciones histórico sociales de existencia.

Por encima de este núcleo, y rodeándolo tenemos la siguiente dimensión, el ego


genérico, que cómo su nombre lo indica esta siempre ligado al género, esta primera
designación de lo social que se estructura en el cuerpo, en los modos de pensar, en las
visiones del mundo y que por el hecho de ser hombre o mujer nos empuja hacia ciertos
espacios, nos hereda ciertas posibilidades y nos niega otras, tornándose así, en una
imposición pues es, las más de las veces, exclusiva y excluyente. Este ego genérico se
configura desde los tempranos momentos de socialización, y dicha construcción
continúa a lo largo de toda la vida, alimentada por las diversas relaciones, discursos,
aprendizajes y prácticas resultantes del espacio social ocupado.
Finalmente tenemos una tercera dimensión, el espacio intrasocial, que se
configura precisamente a partir de la interacción con l@s otr@s; pero lejos de tratarse
de una situación directamente observable, como generalmente se le entiende, en
verdad ocurre en dos planos: por una parte el plano de la realidad social externa tal y
como la conocemos, y por la otra, el plano interno simultáneo, pues dicha realidad
relacional tiene que ser aprehendida por los actores que la protagonizan, debe ser
apropiada integrando a la otredad, sometiéndola al mismo juego de esquemas que
puebla y gobierna mi realidad interna, es decir, el otro no ocurre independiente
de mí, pues para ocurrir, para que le sea posible tocarme, debe estar siempre
internalizado, subjetivizado, simbolizado, poblado de mis voces interiores,
interpretado según mis preformaciones, por lo que es visto arropado desde mis propias
proyecciones.

Así, la mirada es siempre mediatizada por los parámetros de la realidad interna,


las y los otros/as son al mismo tiempo Yo, lo que implica que la mayoría de la veces se
distorsionan, adjudicándoles atributos, capacidades y limitaciones que en gran medida
son producto de nuestras historias personales.

Pero este modelo de tres dimensiones no ocurre en el vacío, por el contrario la


formación y el desarrollo de cada nivel suceden dentro de una realidad social, misma
que es el resultado de un complejo sistema histórico social que llamamos capitalismo, y
que se combina con otra estructura que históricamente ha atravesado todas las
formaciones sociales por las que ha transitado la humanidad, al menos todas de las que
tenemos referencias históricas, estoy hablando del sistema de rasgos patriarcales, es
decir, de este sistema de desigualdades entre hombre y mujeres que otorga a las
masculinidades un estatuto de superioridad, de ejercicio de ciertos poderes mayor
valorados y ligados a lo público, mientras subordina a las feminidades a la esfera de lo
privado y a las labores de reproducción como algo supuestamente anclado a su
naturaleza. En este sentido, los discursos que justifican tal desigualdad han cambiado
con el tiempo, mientras las prácticas se ha mantenido o resignificado para darle
continuidad.

Cómo lo muestra el siguiente esquema es la correlación de la subjetividad con esta


realidad social lo que los estudios de género buscan integrar, para, a través de ello,
develar las formas en que este sistema de desigualdades se mantiene y reproduce en
cada nueva generación.

Como se pretende mostrar, me parece que sería muy fructífero, tanto para la teoría
de género como para la psicología, incorporar sus aportes. El reto es muy amplio, y la
labor que la psicología tiene es ardua, pues tendría por realizar la integración de los
numerosos aportes de sus diversas escuelas, así como de los diversos componentes de
eso que llamamos subjetividad.

De las diversas dimensiones que he incluido no diré más, excepto que cada una
podría representar el centro de los estudios de las diversas áreas y posturas estudiadas
por el campo de la psicología, más el cómo cada una podría aportar elementos de
esclarecimiento e incorporar los estudios de género así como teorías provenientes de
otras ciencias sociales es su labor a realizar.

Desde luego este esquema, como todo esquema, es sin duda incompleto, rígido e
incapaz de dar cuenta de las complejidades que le componen, pese a todo es un intento,
una interrogante abierta para quienes consideren que el género es la trama en torno a la
cual se estructuran y reproducen las desigualdades que constriñen y limitan las
identidades de hombres y mujeres.

Bibliografía:

Amorós, Celia y Ana de Miguel (Eds) Teoría Feminista: De la Ilustración a la


Globalización. Del Feminismo Laboral a la Posmodernidad. Minerva
Ediciones. Madrid. 2005
Cabruja, Teresa. ¿Quién teme a la psicología feminista? Reflexiones sobre las
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Miguel Teoría Feminista: De la Ilustración a la Globalización. Del
Feminismo Laboral a la Posmodernidad. Minerva Ediciones. Madrid.
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