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De Ricardo Santillán
Con su fría luz, la luna proyectaba la sombra de un caballo y su jinete al andar sobre un recto
camino de tierra rodeados de una inmensa extensión de milpas que se perdían al horizonte,
a paso lento, diminutos allá a lo lejos, orquestados por el esporádico roce de las piedras con
las pezuñas del caballo, el viento acariciaba todo dotándolo de vitalidad.
El escenario no era desconocido para la bestia ni para el jinete; dueño de toda la tierra.
Vestía un sombrero vaquero, camisa blanca con las mangas arremangadas, pantalones
vaqueros y botas.
Un rumor lejano deshiló la delgada tela sepulcral del silencio de la noche. A medida
que el jinete avanzaba el sonido adquiría presencia en su forma No era un sonido extraño
para él, pues era común que las criadas que trabajaban en las casas del pueblo, se
embarazaran y escogieran los caminos desolados de un rancho para deshacerse del
desafortunado producto.
Por esta razón el jinete no se extrañó del sonido que gradualmente se volvía más
audible a medida que avanzaba hacia adelante. Se desplazó lento sobre el delimitado carril
hasta que la fuente del sonido estaba justo a un lado de él; ubicó lo que generaba el llanto; un
pequeño bulto cubierto por una manta blanca que yacía entre el camino de tierra y la zona
de las milpas.
Aquella cosa comenzó a repetir el chirriante sonido que antes había bufado. El
horror estalló en el espíritu del buen hombre y éste lanzó con todas sus fuerzas, en dirección
a la milpa, a la infernal cosa. El desequilibrio de la brusca acción reclamo el cuerpo del Jinete
al suelo; por un breve instante éste se sintió fuera de peligro; perder contacto físico con esa
cosa le había regresado la fuerza, y la sensatez necesaria para darse cuenta que se había caído.
No fue el sonido de cuatro extremidades que se desplazaban a una velocidad inusual lo que
le indicó al ranchero que tenía que subirse al caballo como alma que lleva el Diablo. No fue
eso. Fue la horrible idea de volver a tener contacto físico con esa cosa lo que lo motivó a
escapar.
Subió a su caballo con la destreza que sólo la experiencia de los años otorga, con las
espuelas golpeándole lo forzó a moverse con rapidez. En el momento en que arrancó el
corcel, aquél sonido horrible que vomitaba la criatura se aproximó de algún lugar entre el
camino de tierra y la milpa, hasta su oído derecho (Como si fuera una bala), pasando por
detrás de su cabeza y perdiéndose tras él, por el lado izquierdo. La descabellada idea de que
el infante monstruoso se había lanzado sobre él le caló los huesos, y aunque casi quebranta
su espíritu, no fue eso lo que lo perturbó al grado de la locura, sino lo que sucedió después,
cuando el caballo y él eran un bólido que se movía tan rápido que casi volaba. El aterrador
solo melódico de aquella creatura, fue secundado por una caótica sinfonía de gritos similares
que provenían en todas direcciones de la milpa.
Eran muchos.
Él lo sabía
Estaban saltando.
El sonido era insoportable. Tan fuerte que ya no escuchaba el sonido del caballo al
correr sobre la tierra. Lo impactó una idea terrorífica; estaba comenzando a perder el
equilibrio. Estaba aturdiéndolo aquella orquesta (balacera) de demonios. Su mente comenzó
a jugarle la mala treta de sentir que alguno ya lo había tomado de la pierna. No podía ver en
otra dirección que no fuera la esperanza que significaba aquella edificación blanca al costado
izquierdo del camino, a unos cuantos metros.
Se acercaba.
Se acercaban.