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1) "Se aprende a escribir

pensando sobre la escritura."

Tradicionalmente, la alfabetización comenzaba en primer grado y el contenido


que se privilegiaba
en la enseñanza era el trazado y la sonorización de las letras y sus combinaciones;
se trataba de
aprender una técnica para adquirir el denominado código escrito. La escritura no
es concebida como un código de transcripción del habla. El trabajo
conceptual que implica apropiarse de la lengua escrita pone de relieve la
necesidad de dejar de
considerar a la escritura como una técnica de transcripción de sonidos en formas
gráficas y viceversa,
de conversión de formas gráficas en sonidos. Por el contrario, se concibe a la
escritura como
un sistema de representación del lenguaje cuyas unidades y relaciones requieren
de un proceso
de reconstrucción conceptual para comprender su funcionamiento alfabético
(Ferreiro, 1986).8
Este proceso requiere de un período prolongado para su reconstrucción.
Consecuentemente, resulta necesario que los niños
comiencen cuanto antes a tener oportunidades de escribir
por sí mismos, con claros propósitos sociales y en interacción
con otros (pares y docente).
Cuando se plantean propuestas de escritura, no se está pretendiendo que los niños
escriban
convencionalmente. De la misma manera que un niño, antes de hablar
adecuadamente, balbucea,
emite gorjeos, usa una o dos palabras, frases incompletas… necesita plasmar en el
papel
diversas marcas, que en principio serán garabatos descontrolados, seguidos de
otros más controlados,
como bolitas y palitos, seudoletras, grafías que ya empiezan a parecerse a las
letras,
hasta lograr reproducir los rasgos característicos de las letras convencionales. A
pesar de que
estas primeras escrituras distan de la representación convencional, enfrentarse a
su propia producción
es lo que permitirá a los niños poner a prueba sus ideas, revisarlas, reformularlas y
avanzar en sus conceptualizaciones para comprender la alfabeticidad de nuestro
sistema de
escritura. No se aprende a escribir con ejercicios de copia repetitiva; tampoco con
ejercicios de
graduación de letras. Se aprende a escribir pensando sobre la escritura; diversas
investigaciones
han demostrado que, desde el inicio, los niños se plantean preguntas originales:
qué es lo que
la escritura representa y cómo lo representa.

2) El proceso alfabetizador supone un continuo contacto con textos escritos


porque esto permite el mejoramiento de la oralidad, es decir, los niños o los
adultos alfabetizados hablan con un estilo parecido a la forma que adquiere la
lengua escrita(oralidad secundaria), este dominio es la diferencia mas importante
entre los individuos que pertenecen a una cultura oral(analfabetos) y los que
pertenecen a una cultura con un alto nivel de alfabetización.

4)
Asimismo, la lectura supone un proceso activo de construcción de significados en
que los lectores
ponen en acción sus saberes, formulan hipótesis sobre lo que puede estar escrito,
controlan
lo que van comprendiendo; en fin, despliegan un conjunto de estrategias, que
pueden variar en
función de los textos y de los propósitos que orientan su lectura. Por consiguiente,
resulta imprescindible
que desde muy pequeños los niños se enfrenten a textos de circulación social, con
claros propósitos de lectura. Si bien, nuevamente en este caso, la lectura en un
principio no es
convencional, los niños ponen en juego sus competencias lingüísticas para
interpretar y anticipar
lo que el texto dice y, en interacción con otros lectores (pares y docentes), evalúan
sus interpretaciones
y vuelven al texto para corroborarlas o desecharlas.
Como se advierte, se ha redefinido la alfabetización inicial; se la concibe ahora
como “la vía de
acceso a la cultura escrita, como proceso que trasciende la adquisición del sistema
notacional
(código gráfico) y supone ingresar en el mundo de los libros, de la textualidad y la
intertextualidad
y esto supone que solo leyendo se aprende a leer y solo escribiendo se aprende a
escribir”. 9
Para formarse como lectores y escritores, los niños necesitan transitar por
variadas, prolongadas
y sucesivas situaciones de lectura y escritura. Por ejemplo, para ser un buen lector
de literatura
se requiere leer mucho, en diversidad de géneros literarios, de diversos autores
clásicos
y contemporáneos; participar de espacios donde se comparte con otros los
impactos que las
obras producen; recomendar las propias lecturas y seleccionar qué leer a partir de
sugerencias
de otros lectores. En síntesis, se requiere ejercer con continuidad estas prácticas.

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