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Antecedentes históricos del constitucionalismo

Dr. Julio C. Speroni (H)

I. Consideraciones generales [arriba] -

Este trabajo tiene por objeto señalar algunos aspectos de interés sobre la historia del
constitucionalismo. En sólo unas pocas páginas no puede intentarse nada que vaya más allá de
poner en evidencia la existencia de algunos principios que van a marcar la evolución hacia el
concepto que de constitucionalismo se tiene a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Entendido
éste como el movimiento que consagró el ideal de una constitución escrita en un régimen de
limitación al gobierno con garantía de libertad e igualdad para todos los individuos, nuestro
propósito es volcar algunas reflexiones sobre la evolución de estas ideas en el tiempo.

A tal fin la tarea emprendida repasará la visión sobre el punto de la Grecia antigua, el pensamiento
romano, la edad media y la moderna, acentuando de estas últimas las vertientes del “Common
law” y del derecho continental europeo, mayormente el caso de España, pero sin dejar de lado a
Francia.

El punto de conexión de este estudio histórico va a estar dado por la idea del control, de la
limitación al poder del gobernante de turno para lograr el ideal de libertad e igualdad de los
ciudadanos.

II. Introducción: la necesidad de un estudio histórico del derecho [arriba] -


Se atribuye a Federico Carlos de Savigny el descubrimiento de la dimensión histórica del fenómeno
jurídico al afirmar que el derecho es historia y que el ordenamiento jurídico genuino de todo
pueblo tiene un origen histórico. En su opúsculo publicado en 1814 “De la vocación de nuestra
época para la legislación y la ciencia del derecho” escribió que la conexión orgánica del derecho
con el modo de ser y el carácter del pueblo se confirma en el transcurso del tiempo, aspecto en el
que puede compararse con el lenguaje; lo mismo que para este tampoco hay para el derecho
ningún momento de pausa absoluta, ya que el derecho sigue creciendo con el pueblo, se
perfecciona con el y finalmente muere, al perder el pueblo su peculiaridad.

En este mismo sentido Abelardo Levaggi[i] entiende que la historicidad del derecho se percibe con
claridad en las instituciones jurídicas pues éstas se hallan en permanente transformación.
Alcanzan la plenitud cuando logran equilibrar su normatividad con el ambiente externo -
condiciones sociales. Pero como el equilibrio no es estable, cuando hay una alteración en la
variación de las condiciones sociales, no seguida de la variación de la normatividad, se produce
una incongruencia que genera un desequilibrio. Esta incongruencia entre la estructura normativa -
la “hoja de papel” al decir de Fernando Lassalle- y la realidad social llega a un punto en que se
vuelve insostenible ya que la sociedad necesita del Derecho y no de la letra muerta. De ahí que
busque el restablecimiento del equilibrio, que suele producirse en dos etapas (mutación y
reforma).

En la primera -mutación- el texto de las leyes no se modifica, pero la movilidad social influye en
ellas por lo que, aún sin la reforma formal, su sentido o inteligencia sufren alteraciones (decisiones
extralegales que complementan la normatividad legal, desarrollo de nuevas funciones por parte
de la misma institución, variación de la jurisprudencia para adecuarse a las nuevas necesidades de
justicia).

Ahora bien, cuando las condiciones sociales cambian radicalmente, la estructura normativa debe
ser inexorablemente reformulada. Aquí se produce el acontecer histórico jurídico o la dinámica del
derecho pues cuando la ley de estabilidad resiste obstinadamente el cambio, al suceder este de
todos modos, lo hará inexorablemente bajo la forma de una revolución.

A los fines de nuestro estudio será necesario, en consecuencia, dar un breve repaso a los
momentos históricos involucrados en cada uno de los capítulos en los que se divide esta
monografía para desentrañar el aporte de cada una de estas civilizaciones en pos de la lucha por la
libertad de los individuos y la limitación del poder de los gobernantes, que son, en definitiva, las
consignas del constitucionalismo.

III. El fin de la novela: la constitución escrita y la democracia [arriba] -

El momento actual del constitucionalismo puede ser conocido sin dificultad con la sola consulta de
algunas de las muchas obras de origen nacional o extranjero que abarrotan las librerías jurídicas.
Su lectura puede satisfacer nuestra curiosidad más superficial sobre diversos aspectos tales como
separación de poderes, régimen presidencialista o parlamentario, monarquía o república, etc.
Pero con ello solo tendremos la “punta del iceberg” sin haber podido conocer la evolución de los
principios y modalidades del constitucionalismo.

Ya Gayo en su comentario a la ley de las XII Tablas decía que para interpretar las leyes anteriores
ha juzgado necesario remontarse antes a los principios de Roma, no porque pretenda escribir
dilatados comentarios, sino porque es perfecto lo que consta de todas sus partes. Y en verdad el
principio es la parte principal de cualquier cosa.

En el siglo XIX la regla general está conformada por la existencia de constituciones escritas que
establecen, definen y limitan a los gobiernos. El comienzo de este proceso se dio en Norteamérica,
en Polonia y en Francia, de estos tres países se ha transmitido al resto de Europa y América y a
buena parte de Oriente.

Una de las excepciones resulta ser Inglaterra, pese a que su historia constitucional demuestra
eficaces limitaciones al Gobierno desde la época medieval; pero su falta de constitución escrita
está suplida por la firme convicción de su pueblo y gobierno sobre la necesidad de un poder
limitado, ya que a Inglaterra le ha bastado respetar sus principios fundamentales sin codificarlos.
La fase en el desarrollo de esta concepción política es la ultima del proceso, en la que se piensa en
el pueblo como sujeto que crea su constitución por una constituyente directa y expresa. Esta fase
es sólo el resultado de otra anterior y más larga, en la que se concibe a las constituciones como un
proceso de crecimiento, no tanto como un Código nacional sino como una herencia nacional.

A continuación intentaremos esbozar este largo proceso de formación de esta fase anterior,
destacando desde ya que coincidimos con Mc Ilwain[ii] en que el denominador común de esta
historia del constitucionalismo está dado por una esencial cualidad: implica una limitación jurídica
del gobierno, es la antítesis del gobierno arbitrario, es lo contrario del gobierno despótico, del
gobierno del capricho en vez del derecho.

Jon Elster y Rune Slagstad, en su obra “Constitucionalismo y Democracia” sostienen que el


constitucionalismo ha sido una de las herencias de la vieja República Romana con su sistema de
Cónsules, Senado y Tribunos del pueblo, pasando por la constitución británica, que buscaba un
equilibrio del poder, el cual después fue desarrollado por Montesquieu hasta llegar a John Adams
y Thomas Jefferson en Estados Unidos de Norte América.

Compartiendo en su casi totalidad este punto de vista, nos tomamos el atrevimiento de seguir la
línea histórica trazada en la opinión de estos eximios juristas, con algunas particularidades:
entendemos que es necesario comenzar con el estudio de la Grecia antigua, por una lado; y por
otro, tenemos la intención de mostrar la evolución de las ideas constitucionales en el medievo de
la península ibérica.

IV. La constitución en la Edad Antigua: Grecia y Roma [arriba] -

GRECIA:
De todos los significados atribuibles a nuestra palabra “constitución”, el término griego “politeia”
se corresponde a uno de los más antiguos, ya que significa el estado como es en la realidad.
Comprende todas las características que determinan la naturaleza de un estado, incluyendo el
conjunto de su estructura económica y social y las cuestiones de su gobierno, en el sentido
moderno.

Los griegos estimaban que existía una gran analogía entre la organización del estado y el
organismo individual del ser humano. Pensaban que los dos elementos de cuerpo y espíritu, de los
que el primero era guiado y gobernado por el último guardaban un paralelo con los dos elementos
integrantes del estado, los gobernantes y los gobernados. La analogía entre la organización del
estado y el organismo humano era lo que constituía para el griego la cuestión central de la ciencia
política.

La doctrina política de los antiguos tiene su momento álgido sobre la mitad del siglo IV antes de
Cristo con Platón y Aristóteles.

Este pensamiento político nace en una fase de decadencia política, de gran inestabilidad y está
dirigido a relanzar un fuerte y creíble ideal colectivo que sirva para superar las divisiones sociales.

Anota Maurizio Fioravanti [iii] que en Grecia el temor que prevalece es el de la “Stasis” (conflicto
social y político dado por la lucha entre ricos y pobres). Este temor lleva a reflexionar sobre las
formas de organización y sobre los caracteres esenciales de aquellas estructuras, en un intento de
promover su reforma y así, dotarla de una mayor capacidad de respuesta frente al conflicto; en
definitiva, de salvar la unidad de la polis.

Al peligro de la “stasis” se contrapone un valor positivo, la “eunomia”, consistente en el buen


orden de la comunidad. En él se expresa el ideal de una resolución pacífica de los conflictos, de
una convivencia ordenada y duradera y, en definitiva, el problema de una forma de gobierno
adecuada a esa finalidad.
En la búsqueda antigua de la forma de gobierno se expresa la necesidad de unidad y de equilibrio
referida indivisiblemente a la sociedad y a sus poderes públicos.

El constitucionalismo moderno, para este jurista italiano, por el contrario, tiene el presupuesto de
que la cuestión de gobierno se agota en el plano de las relaciones entre los poderes públicos,
tomados como distintos y separados de las fuerzas sociales, de los conflictos y de los equilibrios
sociales. En definitiva, la forma de gobierno buscada por los antiguos se refiere sólo a un sistema
de organización y control de los diversos componentes de la sociedad, construído para dar eficacia
a las acciones colectivas y para consentir un pacífico reconocimiento de la común pertenencia
política.

Haciendo un poco de historia, recordemos que en los siglos V y VI antes de Cristo, la ciudad de
Atenas, con Clístenes primero (508 - 507) y con Pericles después (460 - 430) había abrazado la
forma democrática. Esto significaba lo siguiente: 1) primacía de la Asamblea de los ciudadanos
atenienses para la toma de decisiones de relevancia colectiva; 2) derecho de palabra y de
propuesta dentro de la Asamblea atribuído a todo ciudadano sin discriminación alguna; 3)
extracción por suerte de los cargos públicos y de las magistraturas, comprendiendo los Tribunales.
4) alternancia anual de los gobernantes; 5) obligación de los gobernantes de rendir cuentas.

Un siglo después era necesario preguntarse si el gobierno democrático era un ideal para recuperar
y valorar de nuevo o si más bien debía reconocerse en él el germen de esa decadencia.

En este contexto de crisis y replanteamiento se intenta subrayar, con el concepto de “politeia” la


necesidad de penetrar en la forma de la unión política, de manera que tome lo que mantiene
unida la polis.

Una de las exposiciones más claras de la actitud griega respecto de las relaciones fundamentales
del gobierno y el derecho se encuentra en “El Político” de Platón. Para él, un gobierno
constitucional ha de ser siempre un gobierno débil frente a uno arbitrario, ya que las leyes bajo las
que se gobierna un estado son inferiores a la sabiduría del perfecto gobernante, principalmente
debido a su rigidez.

Pero estas leyes son imitaciones o copias de la sabiduría perfecta que, sin embargo, para Platón
representan una mayor cantidad de verdadera justicia que la que puede aportar el capricho
arbitrario de hombres viciosos o ignorantes; e incluso los mejores hombres son más o menos
viciosos o ignorantes.

Platón exalta la ciencia regia que “no escribe leyes sino que provee como ley su arte”, pero con
ello no pretende exaltar los poderes de mando justificando cualquier arbitrio o despotismo, sino
que pretende indicar una forma de gobierno ideal. Pero cuando esta forma de gobierno ideal es
imposible -quizás para él también lo es siempre- es necesario respetar las leyes existentes, sin que
los gobernantes puedan derogarlas.

También para Platón la constitución que ha tenido un origen violento está fatalmente destinada a
decaer. Y esto fue lo que sucedió con la constitución democrática a que hacíamos referencia
precedentemente, que fue la constitución de los vencedores, principalmente, los pobres, que
luego de conquistar el poder mataron a una minoría rica y acomodada, desterraron a otros e
hicieron partícipes a los demás del gobierno y de las magistraturas.

Entonces, la buena constitución política no puede tener un origen violento, sino que debe ser
aquélla que nazca de la pacífica y progresiva formación de una pluralidad de fuerzas y tendencias;
debe ser, pues, la constitución de los antepasados.

Aristóteles hace también referencia al mito de la constitución de los padres. Para él todas las
formas de gobierno son potencialmente justas y legítimas; lo que no puede aceptarse es la
degeneración de estas formas. Contra este peligro se debe revalorizar y relanzar el significado
político y ético de la convivencia civil. Pero también es necesario indicar una forma de gobierno,
una constitución dentro de la cual sea posible una respuesta estable y duradera. Para Aristóteles,
la “constitución de los padres” se hace evidente en la legislación de Solón (594 - 593).

Solón creó una constitución en la que todos los sectores podían reconocerse con la condición de
moderar sus respectivas pretensiones. Era una constitución que repudiaba el método democrático
de la extracción por suerte de los cargos públicos, pero también repudiaba aquél electivo
censitario propio de las oligarquías; a los cargos publicos se accede con el método aristocrático de
la elección de los mejores, pero sobre la base de requisitos de censo muy bajos, de carácter
democrático.

Como vemos, el constitucionalismo griego de este período parece no ir más allá de la comparación
de las formas políticas o de las leyes, catalogando a estas últimas solamente como buenas o malas,
pero sin decir que no tienen fuerza de obligar. Todo esto determina que la definición del estado
para los griegos sea política y no jurídica.

Es que los griegos concibieron la ley en el estado solo como una parte o un mero aspecto del
conjunto del sistema político, pero nunca como algo afuera o aparte del estado a que dicha
organización política debe ajustarse. Ellos no estaban pensando en principios “fundamentales”
que hayan de invalidar una ordenanza municipal que los contradiga.

En resumen coincidimos con MC Ilwain[iv] en que ellos concebían a la ley en términos de estado,
no al estado en términos jurídicos, como harían el hombre romano y el medieval. Solo después de
que surgiese la idea de una ley superior y más vieja de la que proceden las leyes de los estados
particulares y a la que ellas deben respetar para ser válidas, se hizo posible que la moderna
concepción del constitucionalismo reemplace a la antigua.

En concreto, la idea de constitucionalismo basada en la noción de ley que prevalece en este


período se corresponde a la visión de la constitución en el sentido de “naturaleza o composición
de una cosa”. Tal idea de ley puede permitirle a uno decir que una norma concreta es mala, pero
nunca que no es legítima.
ROMA:

Según Carlos Fayt[v] el proceso de evolución política de Roma sigue las fases por las que
atravesaron las ciudades - estados griegos. En su origen fue una confederación de tribus,
asentadas en siete colinas, que adoptaron una organización de tipo patriarcal. Es la etapa de la
“ciudad antigua” con un rey patriarcal asistido por un consejo formado por los padres o jefes de
las familias fundadoras y una asamblea integrada por los hombres libres. Su tránsito a ciudad -
estado es consecuencia de su crecimiento interno y de las luchas por asegurar su predominio en
Italia. A la Monarquía siguió la República, con el advenimiento al poder de la aristocracia patricia,
bajo control popular; y por último el Imperio, con un gobierno unipersonal que en los últimos
tiempos de su existencia pasó a revestir aspectos de teocracia. De este modo la “ciudad - estado”
se transformó en “ciudad - imperio”.

El amor a la patria, la prudencia, la gravedad y la modestia merecieron la devoción de los romanos.


El “mos maiores” venía a ser la prolongación en el presente y en el futuro de las ideas, de los
sentimientos y del espíritu de la antigüedad. El mundo cultural romano se asienta sobre las ideas
de Derecho, autoridad y libertad. Su sentido realista hizo que concibieran al estado como una
persona jurídica de existencia necesaria para la vida social, cuya razón de ser es la protección y
defensa de los derechos de los individuos. Éstos, a su vez, son personas jurídicas con capacidad
para adquirir derechos y contraer obligaciones.

El poder del estado tiene límites y esos límites se encuentran en la ley. Si bien el derecho proviene
del estado, la autoridad deriva de la voluntad del pueblo, por delegación, ya que la soberanía, en
última instancia reside en la comunidad política. Esta concepción del contrato gubernamental se
encuentra presente en el mecanismo de formulación de las leyes concebidas como un pacto entre
los magistrados y el pueblo, después de su proposición y tratamiento por las asambleas públicas.
La ley, pues, no es una orden o un mandato emanado del poder en el estado.

La ley, dirá Gayo en el siglo segundo, es lo que el pueblo ordena y establece; y cuatro siglos
después, las Instituciones de Justiniano la definen como “lo que el pueblo romano solía establecer
a iniciativa de una magistratura senatorial como el Cónsul@. Por ello, si se quiere entender el
espíritu del constitucionalismo romano es necesario analizar la naturaleza de la Lex.

Resulta principio admitido que los romanos establecieron para siempre las categorías del
pensamiento jurídico; y sin duda una de las contribuciones más grandes al constitucionalismo ha
sido la distinción que establecieron entre Aius publicum” y “ius privatum”, distinción que hoy está
detrás de toda la historia de nuestras garantías jurídicas de los derechos del individuo frente a la
invasión del estado. Ambos eran “Ius” y estaban animados por el mismo espíritu. Derecho público
para ellos era sólo la parte del IUS “quod ad statum rei romanae spectat”; derecho privado es “lo
que corresponde a la utilidad de los individuos”. Su esencia es la misma y su diferencia reside en el
ámbito de su incidencia más que en su naturaleza. En ambos casos el sujeto es exactamente el
mismo, la persona física. La única diferencia radica en que los derechos privados se refieren
exclusivamente a los individuos particulares, mientras que todos los ciudadanos participan por
igual en lo público.

En tal inteligencia de conceptos, para el ciudadano romano la ley tiene la eficacia de un contrato
por él estipulado; y la violación de la ley es el incumplimiento de una obligación que ha asumido.
Así, la ley es una forma de obligación que vincula a todo el pueblo; y vincula a cada uno de sus
integrantes porque todos han consentido su contenido imperativo. En este sentido al decir de
Papiniano, lex es el compromiso común de la república.

No podemos concluir con el pensamiento constitucionalista romano sin decir al menos dos
palabras de Polibio y Cicerón.

Polibio (204 - 122 antes de Cristo) nació en Megalópolis, ciudad de Arcadia y fue uno de los
dirigentes de la Liga Aquea que se opusieron a Roma. Cuando cae el imperio macedónico es
llevado como rehén y queda impresionado por la grandeza de Roma. En busca de sus motivos los
encuentra en el equilibrio y unidad de la mecánica política y en la fuerza de sus instituciones.
Su aporte al pensamiento político es su teoría de los ciclos en las formas de gobierno y la de los
gobiernos mixtos, teorías que no desarrollaremos en este trabajo por ser por demás conocidas.
Solo diremos que el pensamiento de Polibio contribuyó, por un lado a la mejor comprensión del
funcionamiento de las instituciones romanas; y por otro se destacó por ser el primero que expuso
el funcionamiento del sistema mixto de gobierno y las ventajas de los frenos y contrapesos en la
organización del poder de autoridad. Para Polibio si la constitución puede “durar mucho” es sobre
todo debido a la constante aplicación del principio de contraposición, gracias al hecho que cada
poder está equilibrado y contrapesado. Se trata, respecto de la teoría política del siglo IV de un
claro cambio de plano, de no poca importancia ya que ahora la moderación y el equilibrio tiende a
resolverse en el ámbito del poder, del gobierno, y parece no referirse ya a los ciudadanos.

En definitiva, la teoría de la constitución mixta de Polibio ya no es una teoría de la disciplina social,


como en el caso de los griegos, deviniendo ahora en una teoría de la disciplina del poder,
propugnando su limitación.

Marco Tulio Cicerón (106 - 43 a.C) fue un jurista, un político y un orador extraordinario. En general
se adscribe a la teoría de Polibio sobre el gobierno moderado o mixto y en sus ideas están siempre
presentes Platón y Aristóteles.

En su obra “La República” define al estado como “res populi”, como cosa del pueblo; y el pueblo es
una sociedad de hombres formada bajo la garantía de las leyes y con el objeto de utilidad común.

Con esta definición del estado, subordinándolo a la garantía de las leyes se da un paso
trascendente para la historia del constitucionalismo.

V. La Edad Media [arriba] -


Con las dificultades que implica el análisis de un período tan largo (siglo V al XV) comenzaremos a
esbozar los atisbos de constitucionalismo que se han producido durante la edad media.

Paolo Grossi, en su obra “El orden jurídico medieval” escribe que la sociedad medieval es, de
hecho, una sociedad sin estado, donde debido a la permanencia de este vacío político, el derecho
ve sublimada su función, se coloca en el centro de lo social y representa la constitución duradera
más allá (y al abrigo) del carácter episódico de la política más elemental.

En este período no existe ciertamente un denominador común sobre la forma de ejercicio del
poder. Se advierten por un lado poderes imperiales y por otro poderes legitimados únicamente
por la posesión de la tierra en espacios limitados. Hay también formas de gobierno participativas,
sobre todo a partir del siglo XI, con el nacimiento de las ciudades.

Toda esta complejidad no impide, sin embargo, establecer cuales son los rasgos más comunes a
estas realidades de poder tan diversas.

El primer aspecto que debe destacarse es que todos estos poderes tienen en común el hecho de
que no son poderes soberanos ya que no tienen una pretensión totalizadora con respecto a los
sujetos y los bienes que existen dentro de su jurisdicción. Así, la dimensión económica o
patrimonial de los individuos se desarrolla fuera de la previsión normativa, o sea siguiendo las
pautas de los antecesores, siguiendo la costumbre.

Esto lleva a concluir que durante el período analizado hay una intrínseca limitación de los poderes
públicos, por fuerza de la costumbre ya que los propios titulares del poder se habían habituado, en
el curso de los siglos, a entender que las relaciones económicas, sociales y políticas de los
ciudadanos se encontraban más allá de su capacidad de normación, como algo que ya estaba
jurídicamente ordenado. Así, la atención del monarca, del Señor o del común medieval se orienta
principalmente hacia aquella zona de lo jurídico que de una manera natural está vinculada con el
ejercicio y la conservación del poder y que hoy identificaríamos con lo que se conoce como
derecho público.
Otra característica fundamental de este período, derivada de la anterior es que, en este orden
dado no era sencillo para alguno de los sujetos pretender introducir alteraciones arbitrarias para
subvertirlo, pese a que ha habido intentos en tal sentido.

En resumen, siguiendo el criterio de Fioravanti [vi] si la constitución de los antiguos podía


concebirse como un orden político ideal al que tender, la constitución medieval pueden
entenderse como un orden jurídico dado, a preservar y defender frente a aquéllos que quieran
alterar el equilibrio existente.

Mientras en la Edad Antigua el discurso sobre la constitución de la polis está dirigido a la


construcción de la unidad política, en la Edad Media está dirigido a la defensa y tutela del orden
jurídico dado. Mientras en la antigüedad el primer enemigo de la constitución es todo aquello que
divide a la comunidad política, en el tiempo medieval el principal enemigo es el arbitrio, o sea toda
desmedida pretensión de dominio sobre la realidad jurídicamente ordenada. Mientras la
constitución de los antiguos empujaba a los hombres a ejercitar la práctica de la virtud y de la
dedicación a la cosa pública, la constitución medieval habituaba a los hombres a gozar de sus
libertades concretas, dentro de un orden jurídico dado. De ahí que en el medievo haya que hablar
de reglas, pactos, límites y equilibrio.

Teniendo en cuenta ello, durante este período se discutirá mucho sobre las virtudes del príncipe y,
sobre todo, se retomará el tema de la constitución mixta.

Como señalamos en el capítulo anterior, este último tópico ya había sido puesto en el tapete por
los antiguos, en los términos de un proyecto de conciliación social y política.

Este ideal de constitución mixta se da de alguna manera en el medievo ya que la realidad social y
política plural está dispuesta a reconocerse en una ley fundamental común pero sólo porque es
consciente de que esa ley, por decirlo de alguna forma, no viene de arriba, sino que es la síntesis
de una pluralidad de pactos y acuerdos que las distintas realidades territoriales y los distintos
órdenes han estipulado entre ellos.

El caso más representativo de lo que estamos afirmando es el de Gran Breteña.

En efecto, la constitución mixta inglesa se regía por la fórmula del “dominium politicum et regale”
que indica la presencia de un régimen político capaz de asociar al principio monárquico de la
unidad del gobierno, el principio de la supremacía de la comunidad política, siendo el parlamento
el lugar obligado de representación de los distintos componentes institucionales y territoriales del
reino.

O sea que el principio esencial de la constitución mixta inglesa era el siguiente: que siempre fuese
posible individualizar con claridad los límites entre lo que el rey podía y debía hacer por sí y lo que
el rey estaba obligado a hacer en el Parlamento, de tal manera que no fuese posible ni una
desmedida extensión de las prerrogativas regias en detrimento de las parlamentarias ni viceversa.

De modo tal que los ingleses, aún luego de la edad media siempre se apoyaron en la “vieja
constitución” aquella tradicional que desde siglos obligaba a todos los sectores a ejercitar la virtud
de la moderación, del recíproco y pacífico reconocimiento: una constitución con un firme gobierno
monárquico pero orientada en sentido parlamentario; una constitución que sostenía la relevancia
central del parlamento pero que no ponía en discusión la titularidad regia del gobierno.

No obstante lo expuesto, este proceso no ha sido sencillo en la Edad Media, ni siquiera en


Inglaterra, como veremos en seguida.

Los juristas romanos habían establecido la distinción entre “imperium” y “jurisdictio”, pero en la
época de Justiniano la voluntad imperial extendía sus dominios completamente sobre ambas
esferas, como resulta del mandato del emperador a los compiladores del derecho antiguo de
introducir en el mismo por su sola autoridad los cambios que considerasen necesarios.

Durante los siglos XII y XIII Inglaterra cuenta con dos juristas de renombre (Granvil y Bracton)
quienes extraen los principios generales subyacentes a la constitución medieval de su país. Sobre
todo fue Henry de Bracton, quien en un libro de casos retoma la distinción de los romanos y la
aplica al derecho -y modelo gubernativo- inglés.

Bracton cita a Papiniano, para quien lex es el compromiso común de la república, y sostenía que, al
menos para su país, las leyes, aún cuando no sean escritas, no pueden cambiarse ni derogarse sin
el común consentimiento de todos aquéllos con cuyo consejo o acuerdo fueron promulgadas. Esto
muestra que para Bracton la monarquía inglesa estaba lejos de un despotismo al estilo de
Justiniano.

Él dice que el rey tiene en sus manos el gobierno del reino, estando los actos estrictamente de
gobierno sólo en sus manos. En dichas materias el rey es el único administrador, y ni siquiera un
juez puede poner en duda la legitimidad de tal acto. Agrega que en las cuestiones de gobierno el
rey es propiamente un autócrata y que en el ámbito correspondiente su poder discrecional es
legítimo, completo y no compartido con nadie.

Pero agrega que en forma paralela a los actos de gobierno corren las “definiciones de derecho”
que participan de la condición de la costumbre inmemorial que fijan, no pudiendo las mismas ser
cambiadas o demoradas sin el consentimiento común de todos aquéllos con cuyo consejo y
acuerdo fueron promulgadas. Como decía Granvill, una costumbre tal el rey no quiere ni se atreve
a cambiarla.

Esta línea divisoria entre actos de gobierno - gubernaculum - y definiciones de derecho - jurisdictio
- trazada originariamente por los juristas romanos, va a intentar ser traspasada reiteradamente
por los gobernantes de turno a lo largo de la historia, aún en nuestros días.
LA EDAD MEDIA EN ESPAÑA:

Para Carlos Sánchez Viamonte [vii] España es el país de Europa donde se advierte una mayor
vocación por el derecho, visto éste como una organización de la sociedad y del gobierno dentro de
la cual los individuos adquieren una personalidad amparada por la legislación.

Así, tanto en las leyes Teodosianas como en el Código de Eurico, la Ley de Teudis, el Código de
Leovigildo, el Breviario de Alarico, el Líber Judiciorum o en las fórmulas visigóticas es posible
encontrar preceptos dirigidos a limitar moralmente el ejercicio del poder real.

En este sentido, por ejemplo, el Fuero Juzgo está poblado de máximas por medio de las cuales se
pone de manifiesto que el Rey y toda otra forma de autoridad tienen por finalidad el beneficio del
pueblo y no pueden ser utilizados dichos cargos en provecho propio. También en el Concilio IV de
Toledo (canon 75) se establece lo siguiente: “... y contra los reyes futuros promulgamos esta
sentencia, que si alguno de ellos, obrando contra la reverencia de las leyes con soberbia
dominación, ejerciere en los pueblos una potestad cruelísima, por maldad o por ambición, sea
condenado con sentencia de anatema por Cristo Señor, sufra la separación y el juicio de Dios por
haber obrado mal y empleado el poder en daño del pueblo. Asimismo el libro I del Líber
Judiciorum (Fuero Juzgo) describe las cualidades que debe tener un legislador y el carácter y
efectos de la ley. Su fin es frenar la maldad de los hombres y lograr que los buenos vivan con
seguridad entre los malos.

Por todo esto se puede afirmar con Linares Quintana [viii] que, en la península ibérica se
encuentran valiosas raíces del constitucionalismo, aún antes de la Carta Magna que en el año
1.215 debiera suscribir Juan sin tierra en Inglaterra. Ello así toda vez que son legítimo antecedente
del Estado moderno constitucional, pues consagraban limitaciones a la voluntad de quienes
ejercían el poder.
Las garantías religiosas ligadas al juramento y a la maldición, las cláusulas penales contra
funcionarios perturbadores, la intervención de las hermandades y el derecho de resistencia han
sido obstáculos de peso frente al avance del poder arbitrario.

Así, por ejemplo el monarca debía jurar que mantendría el derecho vigente ya desde la Asamblea
Leonesa de 1.188. Otra garantía derivaba de la maldición fulminada en los Fueros contra quienes
incumplían sus prescripciones. También en el siglo XIII las Hermandades y las teorías del derecho
de resistencia a la opresión son importantes en tal sentido. En Aragón, igual papel cumplieron los
institutos de “firma de derecho y de manifestación”.

Por otra parte, el fenómeno de la reconquista conduce a situar la libertad para el Español en un
tema prioritario.

Merecen ser destacados especialmente el Ordenamiento de León o Pacto de Sobrarbe de 1.188,


que consagra algunas libertades, modelos de principios reconocidos en las constituciones
modernas; los Fueros de Aragón de 1.283 que constituyen un valioso antecedente de la
supremacía constitucional y de la protección jurisdiccional de los derechos individuales frente a la
arbitrariedad y la injusticia; las Partidas de Alfonso el Sabio, al establecer que: “... todos los omnes
deben ser tenudos de obedecer las leyes, et mayormente los reyes...”.

Además, ya en 1.428 el Reino de Aragón crea el auténtico modelo del “hábeas corpus” a través del
“Juicio de manifestación” y el Fuero de Vizcaya en 1.527 lo perfecciona en la ley 26 de su Título IX.

Con todo ello puede concluirse que el Derecho medieval fue legislado en los Fueros, bajo la forma
de pactos, convenios o contratos entre el Señor y sus vasallos. Pero los Fueros escritos estaban
precedidos de un derecho consuetudinario, con el mismo origen e igual autoridad -eran los fueros
de Fazañas o Albedrío-.
El Fuero puede ser definido como un privilegio concedido o reconocido por el Rey a sus vasallos.
Eran de la misma naturaleza que las Cartas - que también existieron en España- pero constituían
un cuerpo de legislación para ciudades ya formadas, a diferencia de las Cartas Pueblas que tenían
por objeto fijar las condiciones en que se va a formar una población.

VI. La Edad Moderna [arriba] -

Por todo lo hasta aquí dicho, se puede concluir sin dificultad que en la época medieval ya existía
una constitución mixta.-Esta constitución sirve para sostener una idea del poder monárquico
limitado por instituciones en las que se hallan representados los distintos sectores de la
comunidad política.

Sin embargo la debilidad más importante del constitucionalismo medieval resultaba ser la
imposibilidad de imponer -fuera de la idea de revolución- algún tipo de sanción contra el príncipe
que avanzase por sobre los derechos de los súbditos.

La importancia de este período moderno va a estar dada por la lucha en pos de garantizar estos
derechos frente a la voluntad arbitraria del monarca, y la posibilidad de lograr una sanción cuando
se procediere de ese modo.

Es que el gran problema del siglo XVI seguía siendo el conflicto entre el “gubernaculum” y la
“jurisdictio”; y hasta la aparición del cisma religioso el avance del primero sobre el segundo hacía
presagiar el advenimiento de un poder cada vez más absoluto.

Y, como para muestra basta un botón, conviene traer a colación el pensamiento de William
Tyndale en 1.528 sobre la obediencia al rey: “Pues Dios ha hecho en cada reino al Rey juez de
todo, sin que sobre él exista juez alguno. El que juzga al rey juzga a Dios, quien pone las manos
sobre el rey las pone sobre Dios y quien resiste al rey resiste a Dios y maldice la ley y la ordenanza
de Dios. Si los súbditos pecan deben ser llevados al juicio del rey. Si el rey peca se le reservará
hasta el juicio de la ira y venganza de Dios ...de donde resulta que el rey en este mundo está sin ley
y puede obrar bien o mal según le plazca, pues sólo ha de dar cuenta a Dios...”.

Frente a este ataque de Tyndale, la “jurisdictio” era sostenida por la resistencia del antiguo
derecho común inglés y por el surgimiento de diferencias religiosas entre los súbditos del rey. Es
que en todos los juramentos de coronación de la edad media, la primera obligación del príncipe es
la de la defensa de la Iglesia. Su incumplimiento era una transgresión tan grave como la injusticia,
y para muchos fanáticos del siglo XVI era más grave, ya que ponía en peligro las almas inmortales.

En este espectro, las teorías sobre la tiranía adquirieron un tinte religioso que debilitó el respeto
por todos los gobiernos.

Durante los siglos XVI y XVII en Inglaterra y en otras partes de Europa, la “jurisdictio” tuvo que
hacer frente a los abusos del gobierno, pero ha sobrevivido por el pensamiento -y la acción- de
quienes, invocando la tradición inglesa han salido a defenderla.

En 1.547 Gardiner escribía lo siguiente al Consejo Privado: “No estarás de acuerdo en aconsejarme
quebrantar una ley del Parlamento sin garantía de perdón, aún si el rey lo hubiese ordenado”.

Con posterioridad, durante el reinado de Isabel, John Aylmer decía que “la forma política de
Inglaterra no es una monarquía, como algunos piensan apresuradamente, ni tampoco una
oligarquía o una democracia, sino un gobierno mixto de todas ellas, en la que cada una de aquellas
habían de tener su parte. Por lo tanto la representación está en el Parlamento donde se
encuentran los tres estados: el rey o la reina, que representan a la monarquía; los nobles, que
constituyen la aristocracia; los burgueses y caballeros, por la democracia”.
Este pensamiento muestra con claridad tanto la existencia de limitaciones a la autoridad del
príncipe como el reconocimiento de que la monarquía mixta es la forma de gobierno de Inglaterra.

Sin embargo, ya a mediados del siglo XVI se estaba produciendo en dicho país una batalla entre
voluntad y derecho que se iba a prolongar durante mucho tiempo.

Según Cheyney, la reina Isabel hablaba de “este parlamento” ya que apenas concebía al
Parlamento como una institución permanente. Para ella no era una rama del gobierno coordinada
sino una Asamblea especial convocada de vez en cuando; la planta del gobierno con permanencia
continuada era la reina, sus consejeros privados, los jueces y otros funcionarios.

Es que durante el reinado de Isabel sólo hubo once parlamentos cuya duración no fue superior a
unas pocas semanas. Incluso durante este tiempo el rey tenía una poderosa influencia sobre el
mismo.

A fines del siglo XVI la línea divisoria planteada por Bracton trescientos años atrás entre
“jurisdictio” y “gubernaculum” parece ser lo que da equilibrio a la constitución inglesa; a punto tal
que, en los últimos años del reinado de Isabel se acepta que el rey se encuentra bajo el derecho,
pero no bajo ningún hombre.

Y que el derecho particular se establece y realiza según la ley, que está bajo el control de
Tribunales y Parlamento; mientras que las “cuestiones públicas” forman parte de la prerrogativa
imperial, que es “absoluta”.

En la controversia entre “jurisdictio” y “gubernaculum” cada sector entendía que sus derechos le
correspondían por herencia. Es que las libertades del pueblo eran una herencia del derecho
común; y, para los reyes, su autoridad derivaba de un derecho hereditario, ajeno al derecho
común.
La historia del constitucionalismo señalará como un jalón en su evolución a la crisis de 1.621 ya
que es el advenimiento del principio de la responsabilidad política del gobernante para proteger
los derechos de los súbditos, amenazados por el voluntarismo despótico.

El Parlamento representaba a gran parte de la comunidad y ni el rey podía sujetar a su pueblo a


una dominación tal “sin su asentimiento y acuerdo”. De ahí a los comienzos de una nueva teoría
de la soberanía parlamentaria hay un solo paso, ya que la asunción implícita de esta teoría del
consentimiento y representación popular ocultaba la extensión del control potencial del
parlamento sobre el derecho individual. Viene a ser el germen, según lo entiende algún cuerpo de
opinión política de las teorías contractualistas de Locke y Hobbes, aún cuando ninguno de ellos
haya querido concebir al poder soberano como un poder arbitrario. Al contrario, es un poder
llamado por los mismos individuos- a través de un pacto social - a instituir una ley cierta, a través
de la cual sea posible estabilizar la vida y las posesiones de ellos, para crear las condiciones
propicias para el funcionamiento y respeto de los derechos individuales.

Ya están sentadas las bases, entonces, para la revolución inglesa como consecuencia de la cual el
Parlamento representativo terminó por asumir los deberes y muchos de los derechos del Rey,
quedando planteado, sin embargo, como antes, el problema de la adecuada relación entre ellos, o
de la “dulce armonía” de la que ya Wentworth hablaba sesenta años antes.

El siglo XVIII nos trae a Montesquieu, por lo que, sin dejar de lado a Inglaterra resulta imperioso,
para captar la evolución de las ideas del constitucionalismo, que nos traslademos a Francia.

Las ideas constitucionales del liberalismo Francés del siglo XVIII estarán influidas por las teorías de
Locke y Montesquieu en mayor medida que por las ideas del “gobierno bien equilibrado” al decir
de Manuel Aragón.[ix] Y ello, según este constitucionalista español, quizás se deba a la concepción
roussoniana de la democracia y de la ley ya que, por ejemplo la Declaración de Derechos del
Hombre y del Ciudadano define a la Constitución como una ordenación del Estado que debe
necesariamente basarse en la división de poderes y en la garantía de los derechos fundamentales;
y la ley es entendida como la expresión de la voluntad general.
De estos postulados se derivan , a su entender, notables consecuencias para el constitucionalismo
democrático: 1) la doble limitación (material y funcional) del poder; 2) la consideración del
derecho como producto inmediato de la decisión del pueblo o de sus representantes. El estado
constitucional aparecerá así como una forma específica de Estado que responde a los principios de
legitimación democrática del poder (soberanía nacional), de la legitimación democrática de las
decisiones generales del poder (ley como expresión de la voluntad general) y de limitación
material (derechos fundamentales), funcional (división de poderes) y temporal (elecciones
periódicas) de ese poder.

En este mismo sentido Vanossi[x] entiende que la Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano de 1.789 sentó las bases o presupuestos del Estado constitucional: aquél en que
estuvieran garantizados los derechos y establecida la separación de los poderes. Libertad y Poder
aparecen concebidos a tenor de una determinada idea del hombre: la libertad se debía gozar en
igualdad (ante la ley) y el poder debía limitarse a través de su organización para evitar que
resultara peligroso o nocivo para aquélla.

Pero vayamos por partes, ya que estábamos con Montesquieu.

Al decir de Linares Quintana [xi] su aporte metodológico esencial para el estudio de la ciencia
política y constitucional estuvo dado por la voluntad de sistematizar las observaciones, o sea de
lograr una visión coherente y coordinada de lo real, basada en la inducción y no en el
razonamiento deductivo. A pesar de ello, en su famosa teoría de la división de los poderes aparte
del método inductivo empleó el deductivo, ya que partiendo de la observación de la realidad
inglesa de la época, se elevó al plano especulativo para construir un sistema ideal para la
organización del gobierno constitucional y democrático.

En efecto, la teoría del equilibrio como división de poderes que se controlan mutuamente era
común en la vida político - jurídica de mediados de este siglo.
El control parece ser, en esta época, el instrumento de la libertad. Ya Bolinbroke expresaba que; “
...en el momento en que cada órgano del Estado entra en funcionamiento y afecta a la totalidad,
su procedimiento es examinado y fiscalizado por los otros órganos”.

Montesquieu sabía que el objeto de la constitución inglesa no era la gloria del Estado, sino la
libertad política de los ciudadanos, pero todavía no subraya el hecho que es en los controles
donde reside la garantía de la libertad.

En concreto, si bien Montesquieu es el primero que en forma contundente habla con claridad de la
división de poder en las funciones ejecutiva, legislativa y judicial, sólo se plantea el problema de la
necesidad de colaboración entre ellos de una manera relativamente simple.

En resumen, podría decirse que en la Francia de entonces se pregonaba con énfasis la limitación
del poder pero no se instrumentaban suficientemente sus garantías en la práctica, situación que
también era común a todo el restante derecho continental público europeo.

Así, frente al liberalismo de Locke, el estatismo de Rouseau ofrecerá pocas garantías al individuo
frente al poder. Y este estatismo se prolongará, a través de Hegel, hasta la dogmática jurídica
alemana del siglo 19.

Un bálsamo enriquecedor a fines del siglo XVIII resulta ser la influencia de los EE.UU. en la teoría
del equilibrio de poderes. Es que los norteamericanos no van a instalar un sistema de rígida
separación de poderes sino que harán un gobierno “bien equilibrado”, trayendo desde su madre
patria la teoría de los “checks and balances” pero adaptándola a las nuevas exigencias derivadas
de la distribución territorial del poder y de una jefatura de estado no monárquica. Crearon, más
que nada, una mezcla de poderes enlazados y de competencias superpuestas.
Publius, en El Federalista dirá que: “la división de poderes es la garantía de la libertad y esta
división es, al mismo tiempo, interdependencia de poderes, de modo tal que se garantice que
unos pueden controlar a los otros”. Y agregará que además del control del pueblo sobre el
gobierno es preciso asegurar los controles de los distintos poderes entre sí, destacando también
que el régimen republicano no sirve sólo para salvaguardar a la sociedad de la eventual tiranía de
su gobierno, sino también para garantizar a una parte de la misma contra los eventuales abusos de
la otra parte.

Pese a que el pueblo de los Estados Unidos es heredero de una tradición en la que no existe una
constitución escrita y pese a que hizo oír su voz en la historia contemporánea con la promulgación
de una de las constituciones más pequeñas del mundo, la importancia que ha tenido el
constitucionalismo estadounidense es amplia y variada. Así, por ejemplo el constitucionalismo
estadounidense nos invita a reflexionar en el profundo interés por la participación del pueblo en el
gobierno. Tal vez no sea casualidad que el Poder Legislativo sea el primero en ser descripto por la
Constitución, ya que, además de que le da cuerpo, lo crea, aunque también lo limita.

De todo lo expuesto precedentemente puede colegirse que tanto la Revolución Americana como
la Francesa son decisivas en la historia del constitucionalismo porque ponen en evidencia el
concepto de poder constituyente. Este poder constituyente viene a terciar en la relación entre la
tradición constitucionalista y la soberanía popular.

En efecto, en el ejercicio del poder constituyente está contenida la expresión de la soberanía. Y


esa misma voluntad soberana tendía a asociarse a la constitución, a convertirse en voluntad
generadora de orden, de renovada estabilidad.

A criterio de Fioravanti [xii] el poder constituyente de las revoluciones puede ser representado
como el punto en el que las dos distintas y opuestas tradiciones - soberanía y constitución -
tienden a confluir, a relacionarse.
VII. Algunas notas sobre la Edad Contemporánea [arriba] -

No queremos concluir este trabajo sin antes dar, al menos, un panorama de algunos aspectos de la
historia más reciente del constitucionalismo.

El constitucionalismo europeo del siglo XIX recoge las conquistas de las Revoluciones Francesa y
Americana (supremacía de la ley e igualdad de los ciudadanos ante ella) pero combate sus
excesos.

Así, frente al surgimiento de un poder constituyente privado de límites, se le contrapone el


equilibrio y la moderación de la tradición constitucional inglesa (Burke) y la idea de la soberanía
limitada y la de la garantía de los derechos frente al déspota (Kant y Constant ).

Pero el tema no ha sido sencillo de resolver tampoco en esa época ya que se carecía de un sistema
efectivo de control del poder. Por ejemplo en Francia la casi ausencia de controles jurídicos se
debía básicamente, como habíamos visto, al concepto roussoniano de ley, que conducía a la
inmunidad legislativa y ejecutiva.

En Alemania la debilidad de los controles era atribuible a dos causas: el principio monárquico y la
teoría jurídica del Estado. Por medio del primero el Rey encarna la soberanía del estado y es la
fuente de todo poder. En 1.852 Gerber afirmaba que el monarca es el titular de la soberanía y el
Parlamento es solo un órgano limitador, de escasa operatividad, de ella.
La idea de división y equilibrio entre poderes desaparece en este esquema, ya que ahora ni el
Estado ni la ley tendrán límites externos. Como corolario de ello, en esta época, se va a concebir a
la Constitución como mera ordenación fundamental del Estado.

No obstante, las transformaciones sociales y políticas operadas en Europa modificarán ese estado
de cosas, en orden de potenciar la limitación y el control como elementos primordiales del Estado
Constitucional.

Este cambio doctrinal se detecta ya en las dos primeras décadas del siglo XX que es cuando
aparecen en la Constitución Alemana de Weimar (también en la mexicana de 1.917) los derechos
subjetivos “sociales”, postulándose además la recuperación del equilibrio de poderes para que la
Constitución sea un instrumento que asegure la libertad.

Luego de la Segunda guerra mundial es cuando se producirá en Europa la recuperación plena de la


idea de la “constitución bien equilibrada” concibiéndola, al decir de Friedrich, como una norma
que permite el establecimiento y mantenimiento de restricciones efectivas al poder.

Como característica del constitucionalismo en el período actual, que abarca los últimos treinta
años (1.972 - 2.002) se puede remarcar la aparición de derechos sociales grupales nuevos (de los
niños, ancianos, consumidores, etc.) los “nuevos derechos personales” o de tercera generación, la
incorpración, en los distintos textos constitucionales de órganos extrapoderes, la aparición del
OMBUDSMAN, y el auge del derecho trasnacional y de una mayor democracia participativa.

VIII. Conclusiones [arriba] -

Ha dicho Fioravanti[xiii] que de libertad se puede discutir desde dos puntos de vista: en singular y
en plural. De libertad en singular discuten los filósofos, sobre el plano ético y también sobre el
político, indagando sobre el lugar que la libertad ocupa en la construcción de un cierto orden
colectivo políticamente significativo. De libertades, en plural, como derechos discuten los juristas,
indagando sobre el lugar que las posiciones jurídicas subjetivas de los ciudadanos ocupan dentro
de un ordenamiento positivo concreto, y , en particular, sobre las garantías efectivas que tal
ordenamiento es capaz de ofrecer.

Cada tiempo histórico, en consecuencia, produce su propia cultura de los derechos, privilegiando
un aspecto respecto de otro o poniendo las libertades en su conjunto más o menos en el centro de
interés general. Por lo tanto existe el condicionamiento de la cultura de las libertades que en un
momento histórico concreto es capaz de producir con la acción de los ciudadanos y de los mismos
poderes públicos.

Con el estudio que acabamos de exponer, creemos haber puesto de manifiesto como fue, desde
nuestro modesto punto de vista, la evolución de esa “cultura de las libertades” a través de estos
veinticinco siglos, tomando los pueblos -o naciones- más representativos de cada época.

Esta evolución -si bien tuvo marchas y contramarchas- siempre tuvo una tendencia definida:
controlar el poder para garantizar la libertad y la igualdad de los ciudadanos.

Sin embargo es posible señalar, al decir de Carlos Sánchez Viamonte [xiv] la presencia de cuatro
ciclos históricos sucesivos , desde el punto de vista jurídico, en tal sentido:

1) El ciclo del derecho político, que tiene como protagonista al ciudadano ateniense;

2) El segundo, de derecho privado, que mira al propietario romano;


3) El tercero, el ciclo del Derecho del hombre o de la libertad, cuyo eje es el burgués industrial y el
comerciante de la civilización occidental;

4) El cuarto es el ciclo del Derecho Social o de la Economía, que converge en el proletario de todos
los países del mundo.

Más allá de todo ello y de cualquier otra clasificación creemos que, aunque se nos tilde de
simplistas, en el asunto tratado los problemas siempre fueron, son y serán dos:

a) los derechos; y

b) la organización del poder.

BIBLIOGRAFÍA

1) Fioravanti, Maurizio. “Los Derechos fundamentales” Apuntes de historia de las constituciones -


Editorial Trotta, Madrid 1.998.

2) Fioravanti, Maurizio. “Constitución: de la antigüedad a nuestros días” - Editorial Trotta, Madrid


2.001.
3) Mc Ilwain, Charles Howard. “Constitucionalismo antiguo y moderno” - Centro de Estudios
Constitucionales - Madrid 1.991.

4) Elster, jon y Slagstad, Rune. “Constitucionalismo y Democracia” - Fondo de Cultura Económica


de México, México 1.999.

5) Aragón, Manuel. “Constitución y control del poder” - Ediciones Ciudad Argentina, Bs. As. 1.995.

6) Fayt, Carlos.S. “Historia del pensamiento político” Volúmenes I, II, VII y VIII - Editorial Plus Ultra
Bs. As. 1.980.

7) Lassalle, Fernando. “¿Qué es una constitución?” - Ediciones Siglo Veinte, Bs. As. 1.964.

8) Vanossi, Jorge.R. “El estado de derecho en el constitucionalismo social” - Editorial Eudeba, Bs.
As. 1.987.

9) Saenz Soler - Leone. “Derecho Constitucional” - Editorial Andes, Córdoba 1.952.

10) Levaggi, Abelardo. “Manual de Historia del Derecho Argentino” Tomo I, Editorial Depalma, Bs.
As. 1.998.
11) Linares Quintana, Segundo. V. “Derecho Constitucional e Instituciones Políticas” Tomo I ,
Editorial Plus Ultra, Bs. As. 1.981.

12) Sánchez Viamonte, Carlos. “Las Instituciones Políticas en la Historia Universal” - Editorial
Bibliográfica Omeba - Bs. As. 1.962.

13) Revista “Foro Político” - Volúmen XXXII del mes de septiembre de 2.001.

----------------------------------------------------
[i] Levaggi, Abelardo. “Manual de Historia del Derecho Argentino” Tomo I págs. 3 y ss, Editorial
Depalma, Bs. As. 1.998.
[ii] MC Ilwain Charles Howard. “Constitucionalismo antiguo y moderno” traducido al español por
Juan José Solozábal Echavarría, pág. 36 / 37, Editada por el Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid 1.991.
[iii] Fioravanti, Maurizio. “Constitución: de la antigüedad a nuestros días” pág. 16, Editorial Trotta,
traducida al español por Manuel Martínez Neira, Madrid 2.001.
[iv] Mc Ilwain, Charles Howard. “Constitucionalismo antiguo y moderno” pág. 56 y ss., Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid 1.991.
[v] Fayt, Carlos. “Historia del pensamiento político” Volumen II , págs. 11 y ss. Editorial Plus Ultra,
Bs. As. 1.980.
[vi] Fioravanti, Maurizio, obra citada, págs. 37 y ss.
[vii] Sánchez Viamonte, Carlos. “Las instituciones políticas en la historia universal” págs. 428 y ss.,
Editorial Bibliográfica Omeba, Bs. As. 1.962.
[viii] Linares Quintana, Segundo V. “Raíces hispánicas del constitucionalismo” artículo publicado en
la Revista “Foro Político” del mes de septiembre de 2001, págs. 13 y ss.
[ix] Aragón, Manuel. “Constitución y control del poder” págs. 24 y ss, Ediciones Ciudad Argentina -
Madrid 1.995.
[x] Vanossi, Jorge Reinaldo. “El Estado de Derecho en el Constitucionalismo Social” pág. 3, Editorial
Eudeba, BS. As. 1.987.
[xi] Linares Quintana, Segundo. “Derecho Constitucional e Instituciones Políticas” Tomo I, pág. 142,
Editorial Plus Ultra, Bs. As. 1.981.
[xii] Fioravanti, Maurizio, obra citada en notas anteriores.
[xiii] Fioravanti, Maurizio. “Los Derechos findamentales” Prefacio, Editorial Trotta - Madrid 1.998.
[xiv] Sanchez Viamonte, Carlos, obra citada en notas anteriores pág. 570.

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