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¡AY CARAJO, UN BIRRI!

Por: Nina de Friedemnn

Pastor Murillo se graduó de abogado en la universidad bogotana. Ahora trabaja, día tras día
escribiendo memoriales al Ministerio de Minas, como representante de los viejos mineros de las
dragas de la Chocó Pacifico que en los años setenta se volvió Mineros del Chocó. Intenta
conseguirles sus pensiones de jubilación. Sobre el río San Juan, la compañía minera inició en 1916
un campamento que dio origen al pueblo de Andagoya, y allí nacieron Pastor y sus once
hermanos.

Durante las vacaciones en la escuela, y desde que tenía ocho años , los papás de Pastor lo
embarcan en una canoa de la compañía río abajo, hasta Bebedo el caserío donde vivía la tía
Eladia, quien tenía una mina de mazamorreo monte adentro . Eladia, alta, fuerte y risueña, vivía
en ese tiempo sólo con su nietecito Jaime, de la misma edad de Pastor. Había heredado la vieja
casa de su mamá, que seguía parada sobre los pilotes de madera de guayacán. Como todas las
del caserío, su baranda miraba el rio más allá, al otro lado, la pared dela selva. Allá se alzaban
higuerones, guamos. Iracas, matarratones, guaduas y pinchindes que según el sol dibujaban
distintas sombras sobre la pizarra mojada del San Juan.

Todas las mañanas mientras el fogón hervía el caldo de pescado para el desayuno, Eladia
recostada en una baranda mascando tabaco, miraba el río y pensaba en el trabajo del día.

Ya está parando el río. Podemos ir a Miguindé! Cuando llovía sobre el aguacero anterior las
aguas se enturbian y las corrientes arrastran palos y ringuetes de espumas. Entonces, había que
esperar a que el río amainara, Eladia servía el desayuno de caldo y banano cocido y cuando había
, mejor nicuro o barbudo frito, pescados de agua dulce, alistaba la batea, el almocafre y un
barretón y ahí si llamaba a Pastor y a Jaime y los sentaba al borde de la escalera. Su saliva de
tabaco ya estaba bien amarga y espesa, lista para escupírsela en las piernas y en los pies de los
niños para protegerlos contra las culebras. Eladia y todos los mineros, desde cuando los primeros
africanos llegaron a trabajar el oro en esa región, hace como cuatrocientos años, le han tenido
miedo a las culebra. Tanto, que se prefieren cien picaduras de hormiga conga a una mordedura
de culebra.

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