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Diario de la galera
EL ACANTILADO
«¿Qué diablos buscaba en esta galera?»
MOLIERE, Las trapacerías de Scapin
ZARPA
1961
1963 Navidad
1964
Julio
1965 Febrero
1 de mayo
Junio
1966
28 de julio de 1968
Octubre de 1969
26 de diciembre de 1970
Abril de 1971
Junio
Creo que mi protagonista es un personaje sin parangón, en el
sentido de que sólo consiste en determinaciones, reflexiones y
tropismos: solamente lo hace hablar, siempre y en todas
partes, la tortura a la que lo somete el mundo, de lo contrario
ni siquiera sabría usar la palabra; él nunca hace hablar al
mundo. (Igual que Meursaült, por ejemplo: «El cielo era verde,
y me sentía a gusto». «Había dejado mi ventana abierta, y era
un placer sentir la noche de verano deslizarse sobre nuestros
cuerpos». Etcétera.)
Agosto de 1973
1974
Mi reino es el exilio.
17 de septiembre
9 de noviembre
Marzo de 1976
La sinceridad es una categoría de lo imposible. Sólo es
posible en la inmediatez, en la forma de vida inmediata, la de
Don Juan, por ejemplo, que tan brillantemente describe
Kierkegaard; así y todo, allí también existe la distancia del
intelecto. Sin embargo, la sinceridad verbal —no en el plano de
la comunicación objetiva, sino en el del contacto entre las
almas—queda, por así decirlo, excluida; en parte porque la
palabra hablada es únicamente una señal que invita a la
aventura en el campo de la vida inmediata, en parte porque la
verbalidad congelada—esto es, la literatura—es sólo forma, es
decir, mediatez pura, donde la sinceridad, una vez más,
solamente puede manifestarse mediante transposiciones,
mediante técnicas, como quien dice.
Mayo
Julio
Viernes
Junio de 1977
Es más fácil amar que ser justo; y es, quizá, más justo. ¿Por
qué? Porque así arriesgo más. Por tanto, amar no sólo es más
fácil sino también mucho, muchísimo más difícil.
Mi ambición de escritor: algo que me haga desangrar.
1978
Noviembre
1979
Septiembre
7 de septiembre
«El viejo estaba ante el secreter.» Esto ya parece definitivo.
No sé cómo me las arreglaré para salir de ahí. Pero mi
decisión—respecto a la novela—es tan firme que se me antoja
como una orden externa; me independiza por completo de
todas las mezquinas angustias, fragilidades e inseguridades
que soy yo. Mi relación con el mundo es exclusivamente de
carácter subjetivo y ético. De ahí extraigo mi pasión, que me
llena de un deseo insaciable de nombrar. No quiero
contemplar el mundo racionalmente para que me devuelva la
mirada racional; no quiero ningún equilibrio. Quiero existencia,
oposición, destino, pero el mío, aquel que no comparto con
nadie y que no está emparentado con nada. Quiero puentes
arrasados y la sensación que me domina desde hace días
como un estado de ánimo: «no hay vuelta atrás».
II
A LA DERIVA
20 de mayo de 1980
Beca en Berlín Este, hace dos días en Dresde. Berlín: símbolo
monstruoso de lo absurdo, de nuestra vida desordenada,
encajonada entre muros, que no ha dejado de ser pretérita,
que se ha detenido en un momento dado y que se dedica
única y exclusivamente a devorar el futuro: el presente es la
miseria de la supervivencia, carente de todo pathos. Así y
todo, la dirección que toma la supervivencia es completamente
incierta: transcurre en el tiempo pero no se dirige a ninguna
parte... cuando menos no se percibe. Los hombres llenan los
resquicios entre las piedras como una materia, como una
masa pastosa y asfixiante: hacen cola ante tiendas, cafés y
restaurantes. Mi impresión es que la moral de esta masa
humana ya sólo consiste en buenos modales; únicamente el
bien conocido límite que imponen a sus posibilidades la tiene
a raya. Resulta incomprensible que no se produzcan matanzas,
incendios, baños de sangre y saqueos todas las noches: luego,
por la mañana, acudirían a sus puestos de trabajo: Danke
sehr, bitte sehr.
En Dresde sólo veo los mismos rostros que en los cuadros de
los maestros alemanes expuestos en el Zwinger: ¿qué buscan
aquí una vez que han sido retratados? El ser humano no tiene
ni idea de su superfluidad.
Después de hacer cola durante dos horas para comprar un
par de panecillos, un poco de embutido, etcétera, encuentro la
siguiente inscripción en la bolsa de papel basto: Freude am
Einkauf... («La alegría de comprar»).
Dresde, Hotel Newa. He leído lo que he escrito de Fiasco.
Encaja con las ruinas que se ven aquí. Por la mañana,
bañador, toalla, jabón y viaje en tranvía a la piscina. Pregunto
y acabo encontrándola. El viejo sentado en la taquilla me
enseña la inscripción que luce la pared: «Particulares, sólo
martes de 20:30 a 21:15 horas». Me largo. ¿Qué decía Goethe?
«Nací como particular.» Hoy por hoy es un estatus bastante
arduo.
Dresde. Tardo horas en almorzar. El enorme comedor del
International está vacío, pero sólo sirven en la terraza, en la
cual, sin embargo, sopla un viento gélido. Me dirijo, pues, hacia
la Neustadt. Calles tristes; en una esquina, una estudiante
negra habla en dialecto sajón con un muchacho rubio. Llego al
Elba; a lo lejos se divisa el Zwinger, el palacio, el barroco
monumental del Albertinum; el puente barroco, el Japanisches
Palais en la otra orilla, una universidad, neoclasicismo... y, de
repente, unos cubos de viviendas, que parecen formar un
camping, pintados todos con colores increíbles, estridentes. No
se trata, sin embargo, de una colonia de veraneo, sino de un
centro urbano de nueva planta, residencia permanente aunque
de aspecto provisorio, de unos urbícolas en un parque de
atracciones. Detrás, no obstante, se alza el antiguo y triste
barrio proletario. Es como si el mal gusto ancestral mostrara
de pronto las tripas que generalmente permanecen ocultas,
según mandan las reglas de urbanidad. Me pillo observando a
la gente como Diógenes con su farol. Personas pulcras en su
mayoría, de aspecto agradable; pero todas llevan, como si
estuvieran marcadas, la señal autentificadora del término
medio. No puedo ni imaginar que en esta ciudad de repente
alguien se ponga a pensar. Por fin encuentro un pequeño
restaurante. A las cuatro de la tarde almuerzo un «desayuno
campesino».
Mirándolo bien, he de reconocer que no todo son las
circunstancias históricas; un pueblo es, además, una sustancia
con carácter propio. Incluso en la derrota, Germania ha
mantenido su agresividad, su ingenuidad bonachona, la
increíble avidez por el momento (aunque, hoy por hoy, esta
avidez sólo pueda manifestarse en un consumo desmesurado
de helados), su melancolía sin parangón y su entrega servil.
El papel pintado color verde de la habitación del hotel,
matizado por la luz vespertina de Dresde. Densa lluvia en el
exterior. Apartado de todo, separado de todo. En una mano
Wendepunkt (Punto de inflexión) de Klaus Mann, en la otra los
Carnets (Diarios) de Camus (a modo de contrapeso).
Al día siguiente, viento frío. Recorrido de compras por la
ciudad. Botín: tres pasteles, siete postales. No había manera de
entrar en la carnicería. A decir verdad, me gusta este paisaje
de Dresde que veo desde mi ventana situada en la planta
decimocuarta: el vestíbulo de la estación, los trenes que
circulan por raíles elevados, los tejados del otro lado, alguna
extraña chimenea, las cúpulas, las veletas, la torre del reloj de
la Universidad y, más allá, la ladera verde de la colina, con
sus casas que se esconden entre los árboles. Al ver la
estación, tuve desde el primer momento una sensación de
déjá-vu. De vez en cuando me sentía impulsado a acercarme
a la ventana y a contemplar, caviloso, ese amplio panorama.
Hoy me di cuenta, por fin, que era la estación de la cual había
partido rumbo a casa en 1945, procedente de Buchenwald. Era
un verano sofocante, y esperamos durante horas la partida del
todo incierta. Si mal no recuerdo, viajé sobre una plancha
metálica colocada entre dos vagones. ¿O era sobre la cubierta
del vagón? No, porque de allí bajó de repente un soldado ruso
y, para mi enorme asombro, me desvalijó. Aquí está, pues, la
estación. Miro a mi interior, para ver si significa algo.
Respondo con toda sinceridad: nada, nada de nada.
Por la noche: el fontanero del hotel. Por mi alemán no tarda
en descubrir que soy húngaro. Su mujer es húngara. Acababan
de tener una hija; su mujer viajó a Budapest para el parto: de
ese modo, su hija tiene la nacionalidad húngara. Cuando sea
adulta, dice el fontanero, podrá viajar, no como él. «Me siento
como un criminal», dice. Sí, lo veo por doquier. El pueblo
castigado. Pero ¿se puede castigar a un pueblo? Y si se puede,
ya que se cuenta con los medios necesarios para ello, ¿es
lícito?
Viernes. Exactamente una hora y media haciendo cola en la
carnicería. Un botín importante: lomo asado, jamón, salami. La
anciana que se sintió mal en la tienda. Tenía las piernas
hinchadas. Las mujeres se quitaban una y otra vez las
sandalias. Por lo demás, paciencia, paciencia infinita (paciencia
intolerable) al encajar los procedimientos de la humillación. ¿Se
trata de un sistema organizado o es esta organización
producto del azar? Sin embargo, no existen las meras
casualidades, las circunstancias son fruto de las circunstancias.
Y el resultado final: la compra, el mantenimiento del nivel de
vida consume todas las energías que la gente podría dedicar a
otros objetivos. Trabajan, hacen cola, crían hijos... y, de repente,
la vida ha llegado a su fin. No cabe la menor duda de que
esta cadena de montaje funciona a la perfección: no hay
tiempo para distanciarse, y, como no hay tiempo para la
distancia, tampoco existe la perspectiva. En la cola que se
dirige hacia los mostradores repletos de mercancías ni siquiera
se plantea la posibilidad de salirse; la propia cola coarta
cualquier energía que se disponga a actuar. Al final de la cola
espera la recompensa, lista para ser guardada en bolsas de la
compra. Por otra parte, el mecanismo es tan perfecto como
cuestionable: convierte a los hombres en esclavos. Y los
esclavos son imprevisibles, alevosos y proclives a la violencia.
Resulta imposible calcular cuándo estallarán estas
características.
La naturaleza de las verdades: cada una se puede extraer
cuando es necesario. Pero la verdad no determina la
necesidad. Así pues, la verdad existe como Dios: en abstracto.
Como sordomudo, por así decirlo.
Dice Ulla, la Betreuerin (tutora) que me ha sido asignada y
que ejerce de intérprete (y quizá también de espía, tarea esta
que, a buen seguro, cumplirá con cierta parcialidad hacia mi
persona): «Somos un país en el frente». Y se encoge de
hombros.
Visto desde aquí, llama de repente la atención el particular
arte de vivir o, dicho de otro modo, el estilo de vida de las
regiones de la antigua monarquía austro-húngara. En el viaje
hacia aquí, el camarero checo que atendía el vagón
restaurante del expreso de Praga ya creaba una atmósfera
difícilmente descriptible que permitía identificar a la Europa
Central y del Este. Quizá se deba a la pericia en la
supervivencia, que con el tiempo se ha convertido casi en
jovialidad... Más allá del bien y del mal, más allá de todo.
Vuelta a Berlín, ciudad monstruosa y sofocante. Hoy he
encontrado la explicación del tableteo que me acompaña sin
cesar mientras recorro las calles: las astas de las banderas
están encajadas en unos agujeros practicados en la aceras y
se mueven cuando el viento hace ondear los pabellones en lo
alto. Incesante adorno de banderas, incesante fiesta, la ciudad
no para de crujir y tabletear. Incesante aburrimiento, incesante
humillación y sometimiento. Una sonrisa, cualquier gesto
natural de buena educación, provoca perplejidad y agresividad.
Simplemente no creen que la humanidad sea posible entre un
ser humano y otro. Durante el viaje de regreso de Dresde: una
hora parados en plena vía por un incendio. En el
compartimento, una berlinesa que no paraba de hablar y su
marido que dormía. La mujer es neurótica, no cabe la menor
duda, y el marido, otro tanto. Una es eufórica; el otro,
depresivo. Supongo que intercambiarán los papeles de vez en
cuando. Cuarenta minutos de cola ante la estación, esperando
un taxi bajo un sol de justicia. El Ministerio, el chófer del
Ministerio, que me lleva a mi alojamiento en la
Magdalenenstrasse. Edificio de paneles prefabricados, con
vistas al patio de hormigón de un taller de reparación de
coches. Pánico, decido emprender la huida en el acto. La Casa
de la Cultura Húngara; al final me alojo allí, me aceptan. Y eso
que confiaba en poder volver a casa. Si es cierto que a uno
siempre le ocurre lo que se le parece, yo debo reconocerme
en lo absurdo, para colmo en un absurdo lleno de traiciones y
fracasos que yo mismo creo para mí. El Bowling en la
Alexanderplatz. La bolera en el subterráneo. Los ecos
retumbantes, los gritos ensordecedores devueltos por las
paredes. A veces noto que tengo miedo. La masa sin rostro.
Diferente de la de mi país. La masa de un gran pueblo: tanto
más terrorífica, pues. Y a ello se suman las circunstancias.
Cuando la barrera se levantó, ágil y misteriosa, en el paso
fronterizo de la Invalidenstrasse, me sentí como rodeado de
misterios, como si viviera envuelto en un lenguaje de signos
parapsicológicos del que no entiendo ni una palabra (signo) y
del que estoy, de todos modos, excluido. Ayer por la tarde, El
oscuro objeto del deseo en un cine de la avenida principal,
enorme, megalomaníaca.
30 de mayo
21 de junio
Noviembre
Enero de 1981
Agosto
Canícula. Nietzsche: La gaya ciencia... Por la imagen de
Nietzsche en Fiasco o, más concretamente, por una cita. Es
absurdo y funesto cómo se separa la rebelión intelectual de
todos los tiempos y la práctica revolucionaria de todos los
tiempos. La melancolía histórica en el presente. El país que a
partir del despotismo ilustrado del siglo XVIII fue a parar,
después de muchas vicisitudes, al totalitarismo liberal del
presente. El tiempo universal, esa máquina que va haciendo
tictac ciegamente después de caer en la trampa de este
cenagal, y ahora los liliputienses se abalanzan sobre él para
desmontarlo o, cuando menos, para acallar el mecanismo. Tras
el pecado original, del que en el fondo es inocente, el ser
humano cometió su pecado histórico difícil de definir, pero
innegable. (¿Consiste quizás en echar a perder eternamente
todas las revoluciones?) Resultado: estancamiento,
inmutabilidad, la vida como un lento proceso de corrupción
interminable que se extiende por doquier. El lugar de la
verdad no se debe buscar en el alma, sino en la estructura. La
verdad moderna es racional; sin embargo, resulta imposible
conformarse con ello.
Noviembre
10 de enero de 1982
Mayo
Agosto
¿Ser más absurdo que el destino? ¿Sólo por querer ser feliz?
¿Aplastar a quienquiera con el único fin de no sucumbir?
Bonito dilema.
Septiembre
2 de octubre
Ayer, antes de ayer, avance decisivo en la novela. Estados
nerviosos extremos. Paseos vespertinos por la ribera del
Danubio. Un cigarrillo allí donde antiguamente estaban las
sillas de la señora Buchwald, con la colina de Gellért enfrente,
las lejanas cadenas de montañas, luego el perfil de la
Rózsadomb, masas oscuras, lámparas titilantes, el cielo más
claro y arriba, muy bajo, la luna pálida de principios de otoño.
He dormido con calmantes. Y esta mañana me he despertado
temprano, poco a poco. Sé exactamente lo que queda por
hacer.
19 de noviembre
Navidad
Enero de 1983
20 de marzo
Anoche el anhelado Parsifal. Impresiones desordenadas.
Esoterismo y fetichismo llamativo. Sin duda un paso atrás, un
retroceso del hombre abierto y autónomo; lo innombrable, a lo
que va a parar al dar ese paso atrás, no es la religión. Un
examen profundamente empático, alejado de todo prejuicio,
descubriría quizá que, de hecho, Nietzsche no le ponía reparos
a la cruz, sino a lo no cristiano, al ego que se alza en la obra,
a lo plebeyo que acecha en lo más profundo del arte de ese—
por lo demás, maravilloso—ego...
Pascua
Julio
Septiembre
29 de febrero de 1984
Marzo
Los impenetrables sistemas relaciónales en la obra de Kafka y
lo fantástico inherente a estos sistemas. Pero —es lo que
intento ahora—, ¿no esconden los sistemas relaciónales
transparentes en igual medida lo fantástico? No olvidemos el
magnífico axioma de Robbe-Grillet: no hay nada más
fantástico que la precisión (refiriéndose precisamente a Kafka).
Abril
25 de mayo
Junio
Leo a los filósofos no tanto por sus sistemas, sino más bien
por sus frases relativas.
Un filósofo que callara lo que piensa sobre la totalidad y sólo
estuviera dispuesto a hablar de detalles... Pero en tal caso no
sería filósofo.
Julio
Agosto
Febrero de 1985
Marzo
Junio
28 de junio de 1985
Desde lejos, desde lejos, todo desde muy, muy lejos. Enfriar lo
que hervía, abstraerse de lo que vivía. Contemplar así el
mundo: ¡Auschwitz! Oh, allí se reúne todo cuanto se necesita
para un buen libro.
Noviembre
Paseos por las colinas de Buda, por calles bordeadas de
árboles, entre chalés, donde las hileras de farolas, siempre
plagadas de huecos, proyectan benéficas sombras...
22 de marzo de 1986
Mayo
Noviembre
El amplio ángulo que dibujan los tejados y los porches, con
los arcos de medio punto de sus ventanas que riman entre sí.
Así los veo desde el muelle, de espaldas al agua gris: esto es
Szigliget para mí.
Enero de 1987
Desde luego, solemos ser buenos más por cobardía moral que
por verdadera inclinación al bien. ¿Es esto también válido para
el mal? ¿Y qué ocurre cuando la moral pública concede rango
de bien al mal y de virtud a la inmoralidad? La soledad moral
es de todos modos uno de los problemas más dignos de
atención. Encontrarse solo frente a la estridencia de las
opiniones, a la presión de la opinión pública... Resulta extraño,
pero se comporta uno en estos casos como un animal que
busca un refugio seguro. Se trata de un atavismo, se trata, sin
duda, de una herencia de la vida en rebaño, cuando ser
excluido equivalía a ser asesinado (como todavía ocurre con
frecuencia); ya entonces se necesitaban principios morales o
similares para expulsar a alguien. Aunque, según Pascal, la
naturaleza animal difiere de la humana, tenemos más
naturaleza, o sea, más animalidad, de la que resulta deseable
y, más aun, cómoda.
Despreciar, sí... Pero despreciar es difícil. Sólo el servidor, el
criado, sabe despreciar realmente.
8 de mayo
9 de mayo
1 de junio
Allí donde habría que amar ahora sólo vive la angustia, como
si se agitaran los deberes incumplidos. La desesperanza gotea
del cielo. La situación moral a mi alrededor es como debió de
ser a los cincuenta o sesenta años de la ocupación turca. La
decadencia de la situación general va acompañada de una
desolación espiritual absoluta. La gotíta de buena voluntad que
se necesitaría para crear se halla a una distancia
indescriptible, en otro planeta.
25 de octubre
25 de diciembre
17 de junio
Cómo Kaddish se basa, sin querer y sin ninguna «ponderación
previa», en la Todesfuge... (Días espantosos, mi madre,
estancamiento de mi trabajo, el país, la gente, la
descomposición y el derrumbamiento generalizados, etcétera...
He oído que existen hombres vivos, que existe un mundo, a
escasos kilómetros de aquí, donde la vida es posible. ¿He de
creerlo?)
25 de noviembre
Ayer nieve, mucha, mucha nieve prematura; hoy un sol
radiante. Después de llevarle la comida (a mi madre), recorrí
bajo el cielo azul las colinas de Buda, soledad, aire cortante,
árboles nevados, por un momento casi se adueñó de mí una
confianza carente de todo motivo. En un jardín cubierto de
nieve, bajo el cielo solitario, ladraba un viejo sabueso,
igualmente solitario. Sus orejas que —vistas desde atrás—se
alzaban cada vez que ladraba y luego volvían a caer,
impotentes. Sus ladridos sonaban exigentes, quejumbrosos y
desorientados. Expresaban a gritos la inutilidad de la
existencia y el total desconcierto por esta inutilidad y también,
como quien dice, la estupidez, la estupidez natural inherente a
todo ser vivo deseoso de vivir, que proviene de la falta de
conciencia con que vive todo ser vivo, de la idea errónea de
que su vida es un hecho fundado y justificado y de que
necesariamente puede plantear, por tanto, exigencias al mundo
exterior... por ejemplo, que le den comida.
27 de diciembre
4 de febrero de 1989
7 de marzo
26 de abril
SUELTA
( EL TIMÓN)
RECOGE
( LOS REMOS)
ES FELIZ
Julio
Septiembre
¿Por qué odian a los judíos aun más desde Auschwitz? Por
Auschwitz.
Noviembre
Enero de 1990
Febrero
Barro, lodo, locura. La ciudad parece un grabado de Du-rero
o, más bien, un cuadro del Bosco sobre las profundidades
apocalípticas. Rostros de cerdos, rostros de bestias que
muestran los dientes, rostros de ratas y caballos impávidos,
rostros de perros y un sinfín de insectos, desde el ciempiés
hasta la cucaracha. Cuando me rodean —en los tranvías o en
las tiendas, por ejemplo—en seguida comprendo las palabras:
Lasciate ogni speranza... Qué error ha sido nacer aquí y
quedarme aquí—dice en mi interior una cinta magnetofónica, el
que más cruje entre los diversos ruidos de mi existencia—; mi
ser más verdadero, no obstante, sabe perfectamente que esto
es pura chachara y que las casualidades no existen. El azar es
la luz más horrible que se proyecta sobre el individuo (es, por
así decirlo, de color verde amarillento). El azar es la torpeza
más grande de la vida, su ruina más completa. Precisamente
por eso me inunda la euforia, una confianza casi trascendental
en mi vida, a la que me entrego como el lactante al pecho de
su madre. Es aparentemente mi vida, yo la vivo, sí, y parece
la realización de mi actividad interior y exterior (a la que se
agregan las circunstancias externas, independientes de mí,
según dicen, si es que tales circunstancias existen), pero luego
sé perfectamente cuan desamparado estoy ante ella—ante mi
vida—y que no tengo recursos salvo la confianza. Aun así, la
confianza es suficiente para sostenerme y mantenerme; y,
aunque parezca extraño, es mutua. «En tiempos más fuertes»
(¿expresión de Nietzsche?), quizá nutría el sentimiento de un
pacto con Dios. En la actualidad diría, más bien, que se debe
más sobre todo a la edad, a la proximidad de la muerte. El
individuo es tan sólo la punta del iceberg; desde su cima no
puede verse la enorme masa cubierta de agua, que podría ser
la realidad colectiva. De su existencia sólo da fe esta
sensación de confianza o, más bien, quizá su contrario, el
desamparo. La realidad trascendental nos rodea como el
vientre materno. Es la única seguridad; todo cuanto
consideramos seguridad material es mil veces más inseguro.
La tragedia individual constituye, en este sentido, un error; la
felicidad, en cambio, no. Lo divino se refleja en la alegría,
como pensamiento creador o como pensamiento de la
Creación; lo absurdo es sólo un estado de ánimo... un estado
de ánimo muy propio de un ser humano y desde luego muy
justificado.
17 de marzo
19 de marzo
31 de marzo
Abril
Mayo
Profunda depresión. Sienta bien. La maravilla de la
destrucción, esa peculiar satisfacción y, a su modo, hasta
felicidad. En definitiva, la infelicidad acaba siendo naturalmente
felicidad. Mientras pueda disfrutarse. La libido se adhiere
también a la desdicha.
Junio
15 de julio
Los hombres nacen por azar, viven por azar y mueren por
una ley natural.
Septiembre
La lengua de tierra de Badacsony, las velas hirsutas pero
regulares que dibujan los álamos en la ladera. Los montes de
forma cónica que se alejan y se pierden en el azul.
10 de octubre
Venimos de la locura, nos rodea la locura y nos dirigimos a la
locura; ¿no es la muerte, en cierto sentido, la locura del
cuerpo? ¿Y no es la propia vida el único momento de
racionalidad?
26 de octubre
29 de octubre
9 de diciembre
15 de diciembre
5 de enero de 1991
22 de enero
5 de abril
El día de ayer. Por la mañana devolví las correcciones de La
bandera inglesa a la editorial. La luz reanimadora del sol, el
cielo radiante, el viento fresco. En la editorial, sólo caras
amables, disponibilidad, etcétera. En la estación de autobús
delante del hotel Gellért, la muchacha cuyo pañuelo negro le
fue arrancado por el viento; no se dio cuenta; su sonrisa
cuando le entregué el pañuelo que había caído al suelo. Al
mediodía en el hospital. Mi madre como un musulmán de
Auschwitz. Las ancianas que conversaban a gritos en el pasillo.
«A los judíos se los puede asesinar inpunemente», gritaba una
con voz ronca, fuerte, enferma. Su hijita tenía doce años
cuando la mataron en Auschwitz. «¿Quién paga por ello?
¿Quién?», gritaba, perturbada, pero infundiendo miedo como
una matrona bíblica. Conversación sobre mi madre con la
enfermera jefe, una mujer obesa, de rostro carnoso y tipo
oriental. No come, dijo, pero si uno consigue convencerla a
comer un plátano... ¿para qué? «¿De qué le sirve? —preguntó—.
De nada.» Difícilmente sobrevivirá a la llegada del calor: con
los calores de mayo, añadió, la circulación se viene abajo. Yo
me quejaba de no tener relación con ella, en el sentido de
poder «estar junto a la moribunda», o sea, de ofrecer consuelo
a mi madre, sostenerle la mano y escuchar sus últimas
palabras: me sentía simplemente impotente, ya que la
esclerosis cerebral imposibilitaba cualquier relación en el
sentido literal de la palabra. Volví en metro, sudado y
pegajoso. De camino, hice fotocopias de los textos que debía
enviar. En casa me esperaba una carta del editor
norteamericano: publicarían Sin destino. Debido a mi deficiente
inglés no la entendí del todo y no sabía qué hacer. Agotado,
me dormí profundamente diez o quince minutos. Ya anochecía.
Me despedí de A. y me dirigí de vuelta a la Tórók Utca,
dispuesto a trabajar un poquito. En la Moszkva Tér, un hombre
me cerró el paso, en el sentido literal de la palabra. Parecía
de unos cuarenta años, pero con la cara llena de cañones
canosos, cutis gris, aspecto exterior descuidado, degradado,
mirada inquieta, astuta, pero profundamente desesperada,
suplicante. Como si no fuera del todo real, sino más bien
recién pintado, como la máscara de un actor que hacía el
papel de un personaje de Pest venido abajo. A la dentadura
incompleta se le notaba que no hacía mucho aún estaba
intacta. «Vaya, vaya—me interpeló—, los artistas no envejecen.»
Y continuó con que me mantenía muy bien o algo por el
estilo. «¿No me reconoce, no?», preguntó, viendo mi asombro.
Por mucho que me rompiera la cabeza, estaba seguro de no
haber visto jamás esta cara. «¿Dónde trabajaba usted a finales
de los setenta?», preguntó. Me estremecí al escuchar
aquella voz que me exigía cuentas, como si tuviera algo que
ocultar. Era todo como un sueño. «Pues ¿dónde quiere que
trabajara?—respondí—. En casa.» «Ya ve», contestó en señal de
indecible triunfo. Entonces dejó caer, en un tono casi de
chantaje, que entre tanto yo había llegado a ser un «gran
artista», lo cual lo alegraba muchísimo. Entonces dijo un
nombre, del que no podía saberse, por supuesto, si era el
suyo, y agregó que había trabajado en Dirección General de
Editoriales. Lo observé bien y volví a jurar que no lo había
visto en mi vida; además, nunca había pasado por el despacho
que mencionaba. Continuó entonces con una confusa historia.
Me explicó que acababa de salir de la cárcel: eso, desde luego,
debía de ser cierto, porque se le notaba. El cuento de por qué
lo habían enjaulado carece de importancia, en parte porque no
lo entendí, en parte porque era todo mentira. «Yo sí que lo he
dado todo por el nuevo régimen», dijo. No quería escuchar la
horrible historia de cómo lo habían encarcelado, según decía,
por agitar contra la «República Popular» y tal y cual. No quería
saber por qué había estado en prisión; espero que por alguna
cuestión civil; si lo hubiera sido por un motivo político, éste sin
duda no habría sido de mi agrado. Al final me pidió dinero,
que era lo que esperaba desde el comienzo. Me sentí aliviado.
Pasó a tutearme. «Oye, tú no eres un pequeño burgués—dijo—,
por eso te lo pido a ti.» Que le pagara dos cenas y un
almuerzo. Le di quinientos florines. «Dame cien más, para
comprar cigarrillos.» Se los di. Me abrazó, me besó, le devolví
el beso. Profundamente impresionado, deseándole suerte en
voz apenas audible, me subí a un tranvía como si me hubiera
salvado de un peligro. Todo el día fue absolutamente onírico,
con ese intenso colofón que esta mañana sigo percibiendo
como algo lleno de un significado profundo que, sin embargo,
no puede expresarse con palabras. Como si hubiera
participado de un misterio, como si, por motivos del todo
enigmáticos e indescifrables, hubiera tenido que pasar de
pronto por una ceremonia secreta de iniciación; y como si la
hubiera superado modestamente y de la mejor manera posible.
Esta mañana, mucho más cansado, sobrio, en posesión de la
distancia de un día, sigo sin entender nada, pero tengo la
misma sensación, con gratitud en el alma y con tímida y
modesta satisfacción. El encuentro de Lot con el ángel que
busca hospitalidad.
12 de abril
30 de junio
4 de julio
15 de julio
11 de agosto
Todo ha llegado a su fin y todo ha empezado de nuevo; y ha
empezado en otra parte y quizá lleve también a otra parte.
Antes de anoche en el balcón, rachas de viento fresco, el
follaje grande, oscuro, nubiforme, de los árboles de la Pasaréti
Út. Debajo, la luz áurea. Por un momento sentí que no era
esta ciudad de pesadilla tan familiar. Profunda, profundísima
melancolía, recuerdos, como si me rodeara la transitoriedad,
lleno de lugares comunes, lleno de realidad, lleno de verdad
aburrida, como la muerte.