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Pablo de Tarso, el ap�stol de las gentes, no pertenec�a al grupo de los Doce. Sin
embargo, su presencia en la tradici�n cristiana ocupa un espacio comparable al del
mismo Sim�n Pedro. En el contexto de la resurrecci�n, ampliamente desarrollado en
la primera carta a los fieles de Corinto, se proclama a s� mismo �el menor de los
ap�stoles� y a�ade una vez m�s que no era digno de ser llamado ap�stol, pues hab�a
perseguido a la iglesia de Dios (1 Cor 15,8).
Pablo fue para muchos el iniciador de los hechos cristianos en mayor medida que el
mismo Jes�s. El programa de su doctrina es m�s personal e independiente que el de
los evangelios, siempre anclado en el horizonte del Antiguo Testamento. El
desarrollo de su vida, de furioso perseguidor de la iglesia a celoso ap�stol de su
fe, no deja de ejercer un atractivo con fuertes razones de transparencia y
sinceridad.
Vamos a seguir los pasos de su transformaci�n a trav�s de los textos del Nuevo
Testamento como introducci�n a la presentaci�n de su vida en los libros ap�crifos.
Los autores de estas obras corrigen silencios y omisiones con detalles, muchas
veces inventados, pero que serv�an para satisfacer la curiosidad y la devoci�n de
los fieles. Un ejemplo preclaro de ese af�n es el esfuerzo de trazar en varios
pasajes el retrato f�sico de los protagonistas, una descripci�n que luego ha
influido en la iconograf�a de los ap�stoles aludidos. Las im�genes de Pablo como
hombre calvo, con otros rasgos concretos, tienen como base la descripci�n de su
persona en los Hechos de Pablo y Tecla 3,1.
(Cuadro de San Pablo del Greco)