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Ollanta Humala pasará a la historia, no como el presidente más mediocre (que sí lo es),
sino como el presidente que dejó que se deteriore la economía (optando por el piloto
automático) y que no frenó la continua degradación de la democracia con una adecuada
reforma política. Además, este presidente dejó que aumente la inseguridad ciudadana y
no hizo prácticamente nada para que disminuya la corrupción.
Si fue «conminado» a no tocar el modelo económico, pudo haber hecho algo importante
en el terreno de la política y la democracia; pero, no lo hizo. Por estas garrafales
omisiones, Humala será recordado como el presidente que allanó el camino para el
retorno (Dios no lo quiera) del fujimorismo y del narco Estado.
Su gobierno nos hizo perder una excelente oportunidad para resolver los principales
problemas estructurales de la economía. Asumió el poder con una economía en
crecimiento y va a dejar una economía cuasi estancada.
Pudo parar el crecimiento espectacular de las importaciones, pero puso en el Banco
Central a un economista que promovió la sistemática apreciación de la moneda,
haciéndoles perder competitividad a los exportadores de productos no tradicionales.
Humala nos deja una economía con una estructura productiva menos industrial, menos
agrícola, más productora de servicios de baja productividad y con una tasa de
acumulación del capital per cápita que no permite la creación de empleos en magnitudes
suficientes para reducir el subempleo y la informalidad.
Entre los años 2010 y 2015 el empleo creció a la tasa de 1.65 % anual (se crearon
aproximadamente solo 220 mil empleos por año (formales e informales). El empleo
informal sigue siendo alto (74.3 % en 2012) y lo más probable es que esté aumentando
con la actual desaceleración de la economía.
También dejará un Banco Central con solo 13 % del PBI de reservas internacionales. El
cambio de las condiciones externas generó presiones al alza del tipo de cambio desde
abril de 2013 y, desde esta fecha, en solo dos años, el Banco Central perdió US $
24,447.33 millones, para impedir el efecto inflacionario de la presión devaluatoria. Con el
mismo objetivo aumentó la tasa de interés en pleno enfriamiento económico, como si este
tipo de política pudiera tener impacto en el flujo de salida de capitales. En la medida en
que no habrá —por varios años más— un nuevo boom de precios de materias primas ni
una recuperación sostenida de la demanda mundial, este gobierno dejará un monto de
reservas que no será suficiente para enfrentar un nuevo shock que presione al alza del
precio del dólar de manera significativa.
Por último, dada estructura productiva dañada por el neoliberalismo, el espacio para una
reactivación con políticas fiscales y monetarias contra-cíclicas es reducido. Los
incrementos de la demanda interna, sin bien pueden reactivar la industria manufacturera,
propiciarán simultáneamente el aumento del déficit en la cuenta corriente de la balanza de
pagos. El incremento de este déficit provocará presiones devaluatorias y, por lo tanto,
inflacionarias.
Tampoco hizo una reforma del sistema de pensiones favorable a los trabajadores. Se
preocupó más por velar los intereses de las AFP, instituciones claramente extractivas o
rentistas. Se opuso, junto con su ministro de Economía, a la ley que permite el retiro del
95.5 % de los fondos de las AFP. En el colmo de la desfachatez, su ministro dice que esta
ley viola el Convenio 102 de la OIT sobre la seguridad social y que él supone que será
denunciada internacionalmente (¡).
El ministro miente porque el Convenio 102 no protege a las AFP. Por el contrario, el
propio gobierno—al proteger a las AFP— es el que ha violado el Convenio 102 porque no
se ha preocupado de que aumente “el porcentaje de la población protegida por los
sistemas de seguridad social”, ni se ha preocupado por las mejoras en las tasas de
reemplazo y en el nivel de las “prestación mínimas”. Como bien señala la misma OIT, “el
Convenio 102 no prescribe la manera de lograr estos objetivos, sino que deja una cierta
flexibilidad a sus Estados Miembros”.