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El Oncenio de Leguía (1919-1930)

Tras el segundo gobierno de José Pardo y Barreda (1915-1919) Los movimientos


sociales se organizaron notablemente en estos años. La lucha por la jornada de las
ocho horas laborales (importante conquista social que fue aprobado por Pardo en 1919)
y las poco conocidas revueltas campesinas en la sierra sur del país (ocasionada por los
abusos de las grandes haciendas) generaron una activa vida política. Todo ello preparó
el camino para la interrupción de la democracia mediante un golpe de estado que
promovió el expresidente Augusto B. Leguía, el principal candidato en las elecciones de
1919, bajo la excusa que el gobierno tramaba desconocer su triunfo.

Consumado el golpe de estado del 4 de julio de 1919, Augusto B. Leguía asumió el


poder como presidente transitorio. Disolvió el Congreso y convocó a un plebiscito para
aprobar una serie de reformas constitucionales. Simultáneamente, convocó a
elecciones para elegir a los representantes de una Asamblea Nacional, que durante sus
primeros 30 días se encargaría de ratificar las reformas constitucionales, es decir, haría
de Asamblea Constituyente, para luego asumir la función de Congreso ordinario. Esta
Asamblea se instaló el 24 de setiembre de 1919 y ratificó como Presidente
Constitucional a Leguía, el 12 de octubre de 1919. Finalmente, dio la Constitución de
1920.

Este segundo gobierno de Leguía, autodenominado «Patria Nueva», se prolongaría por


once años, ya que, tras sendas reformas constitucionales, se reeligió en 1924 y en
1929. Por eso se le conoce también como el Oncenio.
Fue una época en que se restringieron las libertades públicas. El diario opositor La
Prensa, fue asaltado y confiscado. Se barrió también con la oposición en el Congreso,
que quedó sometido al Ejecutivo. Los opositores políticos fueron perseguidos, presos,
deportados y hasta fusilados.

La preocupación esencial de Leguía fue la modernización del país, lo que quiso imponer
a paso acelerado. Suceso notable de este período fue la celebración pomposa del
Centenario de la Independencia del Perú en 1921, cuyo acto central fue la inauguración
de la Plaza San Martín, en el centro de Lima. Un gigantesco programa de obras públicas
fue financiado con empréstitos obtenidos del exterior. Se arreglaron y pavimentaron
muchas avenidas, calles y plazas, y se abrieron varias avenidas, como la Avenida
Progreso (hoy Venezuela) y la Avenida Leguía (hoy Arequipa). Se fomentó la política
colonizadora, se realizaron importantes obras de irrigación en la costa y obras viales en
toda la República, entre otras.
Medida impopular fue la Ley de Conscripción Vial (1920) que obligaba a todos los
hombres de 18 a 60 años de edad a trabajar gratuitamente en la construcción y apertura
de carreteras, por espacio de 6 a 12 días al año, lo que en la práctica afectó mayormente
a la población indígena.
En el aspecto internacional, se firmaron dos tratados internacionales muy polémicos:
El Tratado Salomón-Lozano, con Colombia, el 24 de marzo de 1922, que fue aprobado
por el Congreso en 1927. Cedía a Colombia "Trapecio Amazónico", donde se hallaba
la población peruana de Leticia.

El Tratado Rada Gamio-Figueroa Larraín, con Chile, el 3 de junio de 1929. Puso término
a la dilatada y espinosa cuestión limítrofe con el vecino país del sur. Ambas partes
renunciaron a la realización de las tantas veces postergado plebiscito de Tacna y Arica,
y acordaron el siguiente arreglo: Tacna regresaría al seno de la patria peruana, y Arica
permanecería en Chile.

En el aspecto político se eclipsaron los viejos partidos y surgieron los primeros partidos
modernos que aglutinaron a los sectores medios y populares de tendencias reformistas
o revolucionarias: el Partido Aprista, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre y el
Partido Socialista Peruano, fundado por José Carlos Mariátegui.

En el aspecto económico, se incrementó notablemente la dependencia hacia los


Estados Unidos debido a los fuertes empréstitos contraídos a los bancos
norteamericanos para realizar obras públicas; la deuda llegó a los 150 millones de
dólares en 1930. Ello provocó una aparente bonanza, que finalizó al estallar la crisis
mundial de 1929 afectando directamente a la población, siendo el factor que aceleró la
caída de Leguía, sumado al descontento por la evidente corrupción administrativa y por
la firma de los tratados con Colombia y Chile.

El 22 de agosto de 1930 el comandante Luis Miguel Sánchez Cerro, al mando de la


guarnición de Arequipa, se pronunció contra Leguía. El movimiento revolucionario se
propagó rápidamente por el sur del país. En las primeras horas de la madrugada del 25
de agosto la guarnición de Lima, obligó a renunciar a Leguía. El poder quedó en manos
de una Junta Militar de Gobierno presidida por el general Manuel María Ponce Brousset.
Dos días después este entregaría el poder a Sánchez Cerro, quien arribó a la capital en
avión. Así finalizó el Oncenio.

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