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 BASES DE LA

PERSONALIDAD

 CASO CLÍNICO

 JESSICA ASILLO

 DIOLI PAUCAR JORDAN

AREQUIPA – PERU

2018
CASO CLÍNICO DE MARIE LANGER

María Elena. Se trata de una mujer de 32 años, madre de una hija de 15 y un varón de 13
años. Consulta por depresión y es mandada por el Servicio de Ginecología. Su hija había
consultado por las consecuencias de un aborto provocado. Al intentar ésta saber quién había
embarazado a su hija adolescente le contestó: “No lo diré, no quiero destruir tu
matrimonio”. Resultó que la muchacha había sido la amante de su padre durante meses.
María Elena, enfrentada con la realización del incesto padre-hija, entró en una depresión
profunda, adjudicándose toda la culpa de lo ocurrido, ya que ella, por trabajar fuera de casa,
no había podido cuidar a su niña. En las primeras sesiones nos decía repetidamente: “Pobre,
mi marido, él no es responsable. Se crio en un orfanato, no sabe lo que es una familia. ¡Qué
destino!!”. Rompía en llanto y realimentaba su culpa. “No puedo separarme..., aunque para
todos mi hija será una vergüenza”.
María Elena había cursado la primaria hasta tercer grado. Debido a las serias carencias
sufridas en su infancia intentó en la estructuración de su familia reparar todas aquellas. Su
esposo era un joven de treinta y cuatro años, obrero muy querido en la villa por su actitud
colaboradora y reivindicatoria de las necesidades de sus habitantes.
Al principio fue necesario medicar a María Elena con un mínimo de antidepresivos, no para
negar su depresión sino para posibilitarle la comunicación y la creación de nuevos vínculos
en el grupo, ya que la culpa y la vergüenza la inundaban.
Su historia nos permitió comprender que con su complicidad inconsciente la hija había
repetido su propio drama edípico. María Elena no había conocido a su padre, pero los
distintos hombres, que convivieron con su madre a menudo se habían aprovechado
sexualmente de ella en la única habitación de la cual disponía su familia. Además, desde
pequeña había espiado las relaciones sexuales de su madre. En este contexto era importante
que María Elena comprendiera que su historia no era el resultado de su “maldad
pecaminosa”, sino de múltiples determinaciones, incluyendo sin duda las condiciones
paupérrimas en que se había criado.

Probablemente por eso mismo había idealizado tanto la “familia estable”, lograda por ella.
Vivió la “revelación inesperada” del incesto padre-hija, que debiera haber podido detectar
mucho antes, como justo castigo de Dios por sus propios pecados.
Pudimos mostrarle en el análisis cómo ella había participado activamente en la situación
por sentimientos de culpa inconscientes. Teniendo dos habitaciones, María Elena compartía
a menudo una recámara con su hijo y el esposo la otra con su hija. Mientras que ella no era
más que cariñosa con su niño, hizo actuar a su hija su deseo edípico realizado y frustrado,
ya que un padrastro no es un padre de veras. La labor del grupo con ella fue intensa. Lejos
de provocar rechazo y horror, María Elena despertó sentimientos de compasión y simpatía.
El vínculo edípico transferencial que estableció con uno de los coterapeutas del equipo
permitió interpretar adecuadamente y hacer que ella recordara episodios de su infancia
reprimidos y los ligara con el presente en una buena elaboración. María Elena permaneció
hasta el final en el grupo y evolucionó muy favorablemente; superó la grave depresión, lo
que le permitió, al año, prescindir de toda medicación. En la misma época se separó de su
esposo y se fue a vivir a otro barrio, donde no conocían su penosa historia. Al final
intentaba rehacer su vida, estableciendo un nuevo vínculo amoroso.”

Langer, Marie; del Palacio, Jaime; Guinsburg Enrique. Memoria, historia y diálogo
psicoanalítico, Folios Ediciones, Buenos Aires, 1984

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