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El tema de las colusiones y estafas de todo tipo han estado en boga. La palabra negocio
huele sospechosa, todo nos parece un robo. El término lucrar parece un insulto, un pecado.
Sentimos cómo el bolsillo y la billetera se desinflan de a poco, ¿qué pasa con la economía?
Miramos con recelo a quienes participan de las cotidianas conversaciones hasta que oímos
alguna queja contra los poderosos de turno. Entonces, respiramos aliviados pensando “Es de
los nuestros”. Y luego oímos el desfile de palabras enojosas: negocio, robo, estafa, inflación,
lucrar, etc.
La palabra lucrar, originalmente era inocente. Según la RAE (2017), significa “conseguir
lo que se desea” o “ganar, sacar provecho de un negocio o encargo”. No esa de la familia del
verbo robar, ni mucho menos de su prima prepotente, saquear. Sin embargo, en la práctica (a
lo largo de los años), el ser humano logró algo muy curioso: difuminó el límite entre negociar
(referida a tratos y actividad comercial) y saquear (apoderarse violentamente de las especies
de un lugar). Estos conceptos se asociaron con robar y lucrar, porque entre el juego limpio y el
sucio se construyó un puente sobre aquel abismo invariable que los separaba: la ética. Por
desgracia, Chile es un buen ejemplo para explicar este fenómeno.
Todo parece injusto: los precios, los sueldos, los tratos, la calidad, la disponibilidad.
“Está mal pelado el chancho” se dice aquí. Esta situación es una bomba de tiempo. Nuestro
planteamiento en una oración sería: El país incentiva el saqueo. ¿Por qué? El saqueo de los
grandes repercute en las vidas del resto de los chilenos (lo explicaremos más adelante).
Deseamos, por ello analizar este problema. Es importante tocar el tema para aclarar conceptos.
El saqueo no es un negocio. Los negocios no son saqueo. Porque tiene que quedar claro o
podríamos llegar a una ocurrencia fatal: “si hay gente que lo hace, ¿por qué yo no?
Hay unos versos de Quevedo (1794) que dicen: “Ya llena de sí solo la litera / Matón,
que apenas anteayer hacía / (Flaco y magro malsín) sombra y cabía, / sobrando sitio, en una
ratonera”. Es interesante analizar esta dura estrofa y aplicarla a nuestra sociedad. Es parte del
poema A la violenta e injusta prosperidad. Surgen entonces preguntas como ¿por qué se
calificaría así a la prosperidad?
Independiente de la intención con la que Quevedo lo haya hecho, podemos comparar
sus versos con el pensamiento que tenemos hoy: los ricos están en una violenta e injusta
prosperidad a costa de nosotros. Incluso, puede que ellos hayan partido de orígenes más
humildes (algún sector más bajo que el nuestro) y hoy pareciera que sin trabajo logran
mantener esa prosperidad, traducida en dinero.
Como mencionamos anteriormente, Chile es un modelo en cuestión de lucro (en el
sentido negativo que le damos ahora). Colusión es todo aquel acuerdo ilegal que perjudica a
terceros (los pactantes se aprovechan de los otros), y en nuestro país esta palabra resuena
mucho en noticias y conversaciones diarias, ya que tenemos un abanico de estas: farmacias,
refrigeradores, cadenas de supermercado, empresas navieras, pollos, pañales, papel higiénico,
etc. Todas estas denunciadas más tarde que temprano.
No pretendemos tomar una postura en cuanto a que sistema económico debería regir el
país. No estamos defendiendo el capitalismo, ni el socialismo, ni el neoliberalismo. Pero sí es
evidente que hay ciertas falencias que en algún momento significarán el colapso de la
economía. “Causa y consecuencia… Todo lo que hay aquí es consecuencia. (Muestra la pieza)
Estos muebles hermosos…, la comodidad […] Las causas están ahí, afuera, haciendo
ruidos…” (Wolff, 1963, p.89). El día de las causas llegará a menos que frenemos el
descontento que de a poco se está acumulando en nuestra sociedad.
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