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LA HISTORIA DE JUANA PEINATE

De El Carmen de Bolívar, en un atardecer de un día cualquiera en los años de la segunda


parte de la década veinte, llegó a Barrancabermeja doña Juana Ávila. Había estado en
todos los puertos del Río Magdalena buscando donde quedarse, pero siempre atraída por
el Puerto Petrolero.

El viaje lo hacía en canoa, río arriba, bajos las inclemencias de la canícula.

Arribó al Puerto de las Canoas, situado entonces en la desembocadura del Caño


Cardales, arriba del Hotel Pipatón. Se mezcló entre los vendedores callejeros que allí
atendían a los recién llegados y pudo averiguar las facilidades del oficio que podría
desempeñar sin mayores problemas: lavado de ropa a los trabajadores de La Troco.

Desde el primer momento Juana ‘Peinate’ Ávila fue asediada por uno que otro ‘Tiburón’,
pero ella plena de dignidad y con mucho tacto los fue rechazando. En verdad, era una
morena de buen porte y atractiva por todos los costados que se le mirara. Las bogas de
la canoa que le sirvió a doña Juana se peleaban por atenderla; y como era tan simpática
le fue fácil encontrar otras damas ya veteranas de trajinar por aquella Barrancabermeja y
recibir de ellas ayuda en hospedaje, alimentación y contactos para comenzar a trabajar.

El atavismo y las costumbres que vivió desde su niñez en su pueblo de la región costeña
colombiana, a más de ser una mujer libre de toda inhibición, la tenían predispuesta y
atraída permanentemente por el sonido de las tamboras y los instrumentos de viento.

Desde el primer día de su larga vivencia en Barrancabermeja, la Juana ‘Peinate’ encontró


en la Plaza Once de Noviembre (ahora Parque de Bolívar) el popular fandango en donde
tampoco le faltaron los asaltos de ‘generosos’ pretendientes.

Pasan los años, la morena Juana ‘Peinate’ está en lo mejor de su vida, y por lógica
consecuencia —como le pasaba a tantas de las mujeres barramejas— le habían quedado
varios niños cuyos padres ya no se encontraban.

Vive de lavar y planchar ropa exclusivamente blanca; además prepara bollos, pasteles,
tamales, arepas y fritangas en general para vender en las noches en el barrio ‘de la vida
alegre’ que por esos días estaba situado en la calle 11 y la carrera 12 del barrio
Colombia. No ha perdido todavía su ‘fiebre’ por los fandangos; como los niños no podían
acompañarla ni se retiraban temprano a sus camas, ella alguna vez optó por darles
un ‘remedio’ muy especial: un traguito de aguardiente, así que a los pocos minutos ya
estaba lista, libre para divertirse a sus anches, eso sí, sin menoscabo de su dignidad de
mujer trabajadora y honesta.

La Juana ‘Peinate’ tuvo que sufrir episodios, que eran muy comunes en el pequeño y
bullicioso puerto; cuentan que una vez, ya al amanecer, en una fiesta popular uno de sus
enamorados le había prometido tanto que ella casi que aceptó el ‘contrato’; cuando
estaba a punto de ‘firmar’ con su nuevo conyugue apareció furiosa la señora de este con
quien tenía varios hijos y precisamente ella lo estaba buscando porque no le había
pasado el dinero de la semana, ni había pagado el arriendo de la casucha que
habitaban. Gran trifulca y peor frustración.
Llegaron los años sesenta. Doña Juana ‘Peinate’ luce anciana y cansada, y peor, muy
pobre. Vive en la Carrera 15 B, frente al parque, del barrio Pueblo Nuevo; es casita
propia con amplio patio, numerosos árboles frutales y gran cría de gallinas. La acompaña
su nieto Dimas. ‘Los pelaos’ del barrio la molestaban y ella los insultaba. Una tarde
observó que su gallo principal, en la mitad del patio miraba de reojo rodeando
cuidadosamente un huevo amarillo; la Juana ‘Peinate’ llamó enseguida a su nieto y juntos
pensaron lo mismo: era un ‘huevo de oro’. Lo guardó con la esperanza de que el gallo
volviera a poner. Con el tiempo se convenció de que ‘el huevo ni era del gallo ni era de
oro’.

Hasta la casa de Juana ‘Peinate’ acudían toda clase de necesitados; era maravillosa
persona y trataba de solucionar los problemas que le presentaban sus visitantes. Le llegó
una señora con una niña gravísima; Juana ‘Peinate’ le hace las pruebas del ‘mal de ojo’ y
confirmada la enfermedad procede a los conjuros de rigor, incluyendo los buches
de ‘contra’ en la espalda de la enfermita. Los escupitajos hacia sus lados, las oraciones al
cielo, la calilla al revés encendida dentro de su boca, etc.; la niña enseguida muestra que
está curada, esto hace felices a sus padres.

Se presenta un solterón a que Juana ‘Peinate’ le lea las cenizas del tabaco para conocer
su futuro; ella lo llena de ilusiones y el hombre y el hombre casi que la mata con el abrazo
de agradecimiento. Una mujer acude a que ‘le rece el marido, a la distancia, porque es un
libertino y ella lo quisiera muy fiel y faldero’ pero la Juana se le negó porque adivinó que
esta señora le era infiel al marido.

La clientela nunca disminuyó a pesar de los achaques propios de la vejez que sufría la
humanitaria mujer. Una vez le trajeron una mujer embarazada, que tenía el niño
atravesado a lo cual y de inmediato la bondadosa anciana procede a sabor y a rezar, dar
consejos y a cambiar de posiciones a la dama de la preñez de tal manera que en pocos
momentos ésta empezó a sentirse bien y por sus propios medios feliz y contenta se retiró
del ‘consultorio’.

Un hombre muy elegante, amanerado, narcisista, llega con el dilema de querer casarse
pronto o, definitivamente, perder sus restos de masculinidad; la Juana le oye
cuidadosamente y termina por despacharlo diciéndole con sorna que “ya no tiene
remedio”; el hombre se deshizo en bendiciones para la Juana ‘Peinate’ ya que el
resultado lo había hecho feliz.

Doña Juana Ávila alcanza los ciento y pico de años en 1984 y cuando reposaba en su
destartalada mecedora favorita, desde la penumbra —en el patio grande de la casa, entre
calores y sombras— aparece una figura etérea, llamándola pasito e invitándola a irse
para el cielo.

Falleció como si hubiera entrado en un plácido sueño de la mano de un ángel.

ARNULFO LÓPEZ ORTIZ, Nació el 29 de abril de 1929 en el Campo 11 del


corregimiento El Centro y falleció en Barrancabermeja, a la edad de 83 años, el 6 de
septiembre de 2012.

Historiador, dirigente cívico, deportivo y músico de la Escuela del Centro Juvenil en los
años 40.
Don Arnulfo fue un cultor vernáculo de los momentos y aconteceres de nuestra
cotidianidad junto con don Carlos Arroyo Monroy. Fue músico, saxofonista de la
orquesta Los Académicos en compañía de sus amigos don Jaime Fajardo, Álvaro
Rangel y César Portacio entre muchos otros de la época.

Fue concejal del Municipio de Barrancabermeja en los años 80 formando parte del
movimiento FILA que seguía las orientaciones del hoy senador, Horacio Serpa
Uribe. Como dirigente cívico estuvo vinculado a innumerables obras de beneficio social
para nuestra ciudad. Fue uno de los fundadores de la LIPM (Liga Internacional por un
Mundo Mejor) y constructor del barrio La Liga (sistema de auto construcción ubicado en la
Comuna 4 de Barrancabermeja). Impulsor en la construcción del Estadio de Béisbol ’26
de abril’, contribuyó además con la organización del Club Infantas de Barrancabermeja.

Don Arnulfo López fue el autor de la publicación “Anécdotas sobre Barrancabermeja”, libro
que hace parte de una colección de autores barranqueños que editó la Alcaldía Municipal
en el gobierno del ex alcalde Mario Evan Neme.

Miembro de su legado cultural histórico fue siempre una invitación a las actuales y futuras
generaciones a “tener memoria histórica, para comprender nuestro presente y proyectar
mejor nuestro futuro”.

Al momento de su muerte era considerado el ciudadano, en el puerto petrolero, que más


sabía de la historia de Barrancabermeja por lo que era punto vital de referencia sobre
nuestra cultura e idiosincrasia se trata.

Casado con doña Ubaldina Rodríguez. Tuvo 12 hijos, todos barranqueños, a través de
quienes nos dejó ese legado y cúmulo de saberes de nuestra historia petrolera.

Arnulfo López Ortiz, fue la memoria viva de la Barrancabermeja del siglo XX.

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