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Nordhaus y el informe del

IPCC: estado de emergencia


intelectual y climático (y 2)
ustednoselocree.com
William D. Nordhaus arengando a los climat´logos en Copenhague,
2009

Esta semana se han producido en el mundo climático dos hechos de


gran relevancia. Ambos acontecimientos son complementarios, y tes-
tigos de la confusión de conocimiento en que nuestra sociedad está
inmersa, con especial hincapié y significación en el destino del clima
de la Tierra. Además se produjeron el mismo día, lo que da lugar a
toda suerte de especulaciones acerca de su posible simultaneidad
deseada.

Estos acontecimientos han consistido en la emisión del último


informe del IPCC, específico sobre +1,5 °C, y la otorgación de una
especie de Nobel de economía al veterano “economista del cambio cli-
mático” William D. Nordhaus. Esta nominación desde luego pretende
lanzar un mensaje. ¿Está este mensaje relacionado con la emisión, en
el mismo día 8 de octubre, del informe del IPCC sobre 1,5 °C? Difícil-
mente lo sabremos, pero yo me atrevo, por lo menos, a confrontar
ambas perspectivas.

Comencemos por el mensaje del Banco de Suecia, que es quien otorga


este “Nobel” específico que en realidad no está relacionado con los
demás. Mañana se publicará la segunda parte de este texto, exami-
nando el informe del IPCC.

William D. Nordhaus no es cualquier economista sistémico. Es un eco-


nomista sistémico de referencia. Lo conocen los alumnos de ciencias
económicas desde el primer curso y los de cualquier otra educación
superior que haya querido presentar cierto contexto económico a sus
alumnos, que son ya casi todas. Junto a Paul Samuelson, fallecido en
2009 y Nobel a su vez en 1970, Nordhaus es coautor del libro de texto
de macroeconomía más popular, que ya va por su 19ª edición.

La primera versión fue publicada allá por 1948. Desde 1961 a 1976
vendió alrededor de 300.000 copias en cada edición. Samuelson per-
mitió la coautoría de Nordhaus a partir de 1985. Quien suscribe lo
tuvo como libro de texto de la asignatura cuatrimestral de economía
en el quinto curso de carrera, cuando Nordhaus todavía no había apa-
recido en el horizonte pero ya comenzaba a trampear con el cambio
climático.
Ambos autores son los referentes de la denominada “síntesis neoclá-
sica”, que integró la teoría económica neoclásica anterior, extrema-
damente liberal, con algunos postulados keynesianos. Son los de la
integración de modelos IS/LM, y más recientemente están en la base
del empleo de modelos DSGE[1] que parecen dinámicos por su deno-
minación pero apenas lo son. En el marco de la economía capitalista,
que ellos dan por natural, Samuelson y Nordhaus son la referencia
sistémica alternativa a la escuela económica “austríaca”, la de Ludwig
von Mises y Milton Friedman, partidaria esta última del laissez-faire
más estricto y por tanto de no intervenir en absoluto en los mercados,
considerados infalibles. En esta “nueva síntesis” se autoriza cierto
grado de intervención, razón por la cual resulta ser la favorita de los
partidos de centro derecha hoy llamados socialdemócratas.

Aun así, en su día fue objeto de ataques furibundos. Samuelson fue


acusado de comunista y perjudicado en tiempos del macartismo, aun-
que consiguió finalmente superar estos obstáculos. Tal vez por ello a
partir de 1970 comenzó a citar al “austríaco” Milton Friedman y en
1973 recomendó su libro Capitalism and Freedom calificándolo como
“un punto de vista defendido con una lógica rigurosa, cuidadosa y a
menudo convincente”(1).

Un examen atento de las presuposiciones que estos modelizadores


incluyen en sus artefactos matemáticos demuestra errores no ya lógi-
cos, sino auténticamente ontológicos. Su óptica de la realidad es de
todo punto sesgada y limitadora del campo de acción humano, al
tiempo que ellos dan por evidentes sus planteamientos filosóficos y
éticos básicos que luego osan transformar en ecuaciones. Pero esta no
es la cuestión aquí.

La cuestión hoy es que este hombre, William D. Nordhaus, es el mejor


ejemplo del desleimiento de la importancia de los impactos del cam-
bio climático durante los últimos casi 50 años. Se atribuye a
Nordhaus la primera aseveración, nada menos que en el lejano año
1975, acerca de que el clima de la Tierra puede soportar perfecta-
mente un incremento de 2 °C, si bien la historia de este guarismo es
más larga y compleja, e incluso tiene componentes religiosos.
Nordhaus fue, además, uno de los primeros en criticar el modelo
World3, base del informe “Los Límites del Crecimiento”, de 1969, tan
reivindicado en los últimos tiempos. Siendo hoy en día los economis-
tas la referencia social más influyente, esta concepción del cambio cli-
mático y de la inexistencia de límites se ha expandido, generalizado e
infiltrado en todos los estratos de la sociedad. Lo ha contaminado y lo
condiciona todo.

Por estos motivos y otros que veremos a continuación Nordhaus


resulta ser lo que hoy denominaríamos un negacionista “lukewarm”
(2), tibio. A saber, aquellos que no niegan el cambio climático pero,
con cualquier argumento ad hoc, no le atribuyen la gravedad que real-
mente tiene desde el punto de vista físico y biológico, o bien siempre
han encuentrado algo mejor que hacer antes que dedicarse a estabili-
zar el clima. Son muy útiles, porque permiten desmarcarse del nega-
cionismo radical, que llega ya a resultar feo y cursi, y uno siempre
puede encontrar solaz en estos supuestos moderados que atenúan la
importancia del problema y enmarcan su resolución, si es que pro-
mueven alguna, en el paradigma social dominante (PSD). Sus acciones
propuestas son siempre incrementales, que ya sabemos inútiles, y se
basan principalmente en la aplicación de un impuesto al carbono que
denominan “coste social del carbono”. Estos “economistas del cambio
climático” se apoyan en modelos económico-climáticos, que denomi-
nan Integrated Assessment Models, o IAMs, y que consisten en combi-
nar los vetustos modelos económicos de “equilibrio general” con
algún modelo climático simple.

El peligro de estos lukewarms es mucho mayor que el de los negacio-


nistas puros y radicales, que ya cantan demasiado. Es el dominio de
los Lømborg, Pielke y tantos otros … John Cook, de Skeptical Science,
los sitúa en la fase tres de las cinco etapas del negacionismo que en su
día teorizó junto a Dana Nuccitelli (3).

O sea que siguen siendo, a todos los efectos, negacionistas. Pues, en


definitiva, el resultado acaba siendo el mismo que el pretendido por el
negacionismo radical, a saber, la inacción y la continuación del PSD
con mayores emisiones a cada año que transcurre. Aunque en este
caso conducidas por una narrativa que acaba incluso siendo asumido
por la mayor parte del propio movimiento ecologista. Hecho que, por
sí mismo, tiene desde luego mucho mérito, y cierto delito.
El mérito profesional – que no científico – de Nordhaus consiste en
haber instalado en los modelos neoclásicos de “coste-beneficio” están-
dar, esos bodrios donde los economistas incluyen los costes y benefi-
cios a su elección, una función de coste aparentemente relacionada
con el cambio climático. En la misma jugada Nordhaus se atreve a
establecer una tasa de descuento del futuro supuestamente relacio-
nada con el clima en el modelo de crecimiento de Solow, tasa que va
variando a lo largo de las décadas también a elección y teniendo en
cuenta el interés bancario. Hay cierta teoría acerca de cómo estable-
cer ese porcentaje de descuento, pero al final la elección depende de
la subjetividad del economista de turno (es lo ocurre a menudo en
ciencias sociales) una vez superada la barrera ética de considerar que
el futuro vale menos que el presente. El mérito de Nordhaus, que no
parece haber tenido nunca esta sensibilidad, es pues haberse inven-
tado una ecuación y un añadido a otra cuya resolución merece, al
parecer, un premio Nobel.

Gráfico de 1975 donde Nordhaus sugiere que convendría no superar


los +2ºC

Soportarse en el modelo de crecimiento infinito de Solow, también


Nobel-laureado (aunque no es más que una mera ecuación), es desde
luego muy dudoso cuando estamos hablando de un sumidero, como la
atmósfera, de carácter inherentemente finito. Pero ocurre además que
ajustar el resultado a esta otra variable esencialmente subjetiva como
es la degradación del futuro con respecto al presente es algo contrario
incluso al instinto de conservación de la especie: nótese por ejemplo
que, con una tasa de descuento del 7%, los bienes de dentro de 10
años tienen un valor actual de la mitad. Su hijo de 10 años, por ejem-
plo, valdría ahora la mitad que usted según este criterio económico.

Hemos dicho que Nordhaus, además, se atreve a estimar cuales serían


los daños, naturalmente medidos sólo en dólares, que se evitarían si
tal temperatura no fuera alcanzada. En esto consiste su función de
coste.

¿Cómo sabe Nordhaus cuáles son estos costes evitados? Esta es una
ecuación clave, donde toda especulación es poca y se discute entre
modelos lineales, funciones exponenciales de distinto orden, etc., en
función de la temperatura media de la Tierra. Un sinvivir que revela a
las claras que esto es de cuantificación imposible, y que por tanto el
margen de probabilidad atribuido al resultado basado en estas suposi-
ciones resultará ser tan amplio que dejará de tener significación
alguna, el ejercicio habrá sido fútil y no servirá más que para confun-
dir.

Esta es precisamente la futilidad que la gente del Banco de Suecia ha


premiado, dando a entender que escribir otras dos ecuaciones más de
tipo económico en un modelo climático y resolverlas es un acto
heroico. El modelo resultante original fue criticado porque no cumplía
ni tan solo con la ley de conservación de la materia (el carbono en
este caso), cosa que más tarde corrigió. Sin embargo, sigue sin cum-
plir las leyes de la termodinámica.

Nos encontramos también con que nuestro héroe, en 1992, acabó


ajustando su modelo para concluir que un mundo a +3°C sería el
óptimo para maximizar el rendimiento del capital (4). ¡3 °C! ¿Para
qué hacer nada? ¡A calentar! Años más tarde se desdijo, pero el mal ya
estaba hecho. Y es que Nordhaus, para lo que ha servido, no ha sido
para otra cosa que como excusa de supuesto alto nivel para retrasar y
retrasar cualquier acción relacionada con el cambio climático. Algu-
nos de quienes no se creyeron del todo estas barbaridades apostaron
sin embargo por otra idea suya: los mercados de carbono. Europa, por
ejemplo, lo ha hecho. Y sí: las emisiones han disminuido, al precio de
ser desplazadas a otro lugar como acompañantes de una migrante
industria pesada, en el conocido efecto de “carbon leakeage” (5).
Que Nordhaus haya hecho estas cosas mediante estos razonamientos
no tiene en realidad nada de raro, como usted verá a continuación.
Uno de los memes que ha circulado por Twitter estos días es tan elo-
cuente como lo que más. Se lo cuento en dos palabras.

Economía libre de alimentos

Usted estará de acuerdo en que grandes afirmaciones deberían exigir


evidencia extraordinaria, pero esto, al parecer, no aplica a los econo-
mistas. Si alguien afirmara en sede formal que la alimentación no es
estrictamente necesaria y sus colegas no se le echan encima masiva-
mente, convendrá usted conmigo que debería haber hallado poderosas
razones que habrá expuesto a sus adláteres para demostrarlo. Al
tiempo, estará ofreciendo alternativas a quienes, dentro y fuera de su
círculo de confianza, cuestionen tamaña aseveración y deseen seguir
alimentándose. Bueno, si Herman Daly, un conocido ecologista ecoló-
gico pero de base neoclásica, fue de los pocos que se lo afeó, casi una
década después.

Pero no. Nordhaus afirmó que, como la economía USA dedicaba sólo
el 3% a la alimentación humana, si eso iba a perderse por causa del
cambio climático no pasaba nada grave, pues ello podía ser sustituido
por otra actividad económica de PIB superior. Esa era su receta para
la “adaptación”. De verdad que no le saco de contexto afirmaciones
buscadas para impactar. En una obra académica de 2011 bajo el título
“The Second Law of Economics: Energy, Entropy, and the Origins of
Wealth” Reiner Kümmel, del Instituto de Física Teórica y Astrofísica
de la Universidad de Würzburg, señalaba, citando a Herman E. Daly,
que:

“Estos economistas [Nordhaus, Beckermann, Schelling] supusieron


que el calentamiento global afecta sólo a la agricultura, cuya contri-
bución a la economía estadounidense era menor del 3% del PIB en
1992 (la contribución de la agricultura al PIB era ha sólo del 1,2% en
2009). La contribución de la agricultura en otros paises industrializa-
dos era también ccomparativamente baja … Luego incluso una drás-
tica disminución de la producción agrícola resultaría en una pérdida
de bienestar muy leve.” (6)

La cita exacta fue publicada en Science en septiembre de 1991 así:


“El 90% de la actividad económica de los Estados Unidos no resulta
afectada por los cambios medioambientales … La agricultura, la parte
más sensible al cambios climático, supone solo el 3% de la produc-
ción. Esto significa que no hay forma de que se produzca un efectiu
significativo en la economía estadounidense. Difícilmente el cambio
climático puede ser considerada el principal problema del país.” (7)

Ya la primera parte de este párrafo resulta de todo punto sospechosa,


y si no que se lo pregunten a las empresas aseguradoras. Pero la con-
tinuación resulta increíble en boca de alguien supuestamente ilus-
trado. Brevemente: podríamos no comer, pero eso quedaría
compensado por el hecho de que seríamos más ricos.

La sandez de este razonamiento, su estupidez, junto al hecho de que


quien es portavoz de estas cosas y afirmaciones similares haya sido
premiado con el Nobel, se convierte en idiotez suprema, y nos inter-
pela a todos sobre en base a qué criterios estamos dejando que esta
gente dicte, con tal apariencia científica, los destinos de la humani-
dad.

El razonamiento de los IAMs tiene exactamente la misma lógica: la


temperatura podrá aumentar lo que sea, pero mientras la destrucción
que cause sea inferior al PIB generado por el hecho de evitar las políti-
cas climáticas, pues nada, dejémosla aumentar. Para ellos, todo ocu-
rrirá como si la tasa de descuento hubiera sido aplicada a la
temperatura, y ésta fuera en realidad menor. ¡Pero ésta no permite
manipulaciones de esta guisa y seguirá su curso físico y su destruc-
ción!

Todo esto no puede terminar sin señalar que, además lo que antecede,
los modelos climáticos que los economistas eligen de entre el elenco
que encuentran en la climatología no son cualesquiera modelos climá-
ticos. Para empezar, no solo son los más simples, y por tanto menos
precisos, sino que albergan una característica común: son, de entre
los disponibles, los que atribuyen parámetros más moderados en
todas las variables relevantes, por ejemplo una sensibilidad climática
que llega a ser inferior a 2,5 °C (8). Con todos estos artificios, inte-
grando a discreción modelos económicos y modelos climáticos, siem-
pre acaban encontrando un clima futuro lo suficientemente suave
como para sedarse ellos en primer lugar, no alarmar al respetable y
que todo siga igual. Mientras ellos siguen discutiendo lo del impuesto
al carbono y su precio justo, que puede llegar a variar en órdenes de
magnitud.

Nótese que, si los economistas mainstream reflexionan con esta lógica


respecto a los alimentos, también lo deben de hacer con la energía. Sí:
la convierten en una “commodity”. O sea, que si de pronto la energía
desapareciera, la actividad económica podría tranquilamente seguir
su curso. Este tipo de suposiciones son tan falaces, tan contrarias a la
razón, que es tremendamente sorprendente que alguien supuesta-
mente cualificado y brillante las pueda sostener sin ruborizarse. Que
le den el premio Nobel a quien alberga estas claves mentales es algo
realmente asombroso y a estas alturas muy deprimente.

También es un acontecimiento enormemente elocuente de por qué


estamos donde estamos y qué es lo que nos ha llevado hasta este loda-
zal intelectual. Y encima con impostadas pretensiones científicas.

Había alternativas

Si el Banco de Suecia quería lanzar algún mensaje relacionado con el


clima tenía desde luego opciones en el terreno de la economía ecoló-
gica. Pero incluso los podía haber encontrado en el marco de la econo-
mía mainstream, pues no son ahí todos tan suavizantes como
Nordhaus. Por ejemplo podía haber nombrado a Martin L. Weitzman
del departamento de economía de la Harvard University quien, lejos
de emplear distribuciones probabilísticas gausianas, simétricas, parte
de la ciencia climática y establece una distribución de probabilidad
del tipo “fat tail”. En efecto, es posible demostrar que la incertidum-
bre científica de determinadas variables, como la sensibilidad climá-
tica, no es simétrica, sino que está notablemente escorada hacia el
margen superior. Es decir: es más probable que la sensibilidad climá-
tica sea superior al valor central estimado, establecido hoy en +3°C, a
que sea inferior a este valor (9). En estas condiciones Weitzman,
naturalmente, considera la posibilidad de un cambio climático
abrupto, totalmente catastrófico, en el plazo de pocos años o décadas.

Esto no es una mera suposición, sino un resultado matemático bas-


tante elemental que fue publicado en Science hace casi 10 años. Mar-
tin L. Weitzman ha teorizado bajo esta situación repetidamente (10),
ha criticado amargamente los modelos IAM por no tener en cuenta
esta circunstancia y ha establecido un “dismal theorem” según el cual,
a partir de cierto nivel de incertidumbre (que aplica a nuestro caso),
los modelos coste-beneficio no son aplicables, pues la subjetividad del
modelador llega a tal extremo que los convierte en inútiles o contra-
producentes (11). Como habíamos dicho.

También podría haber sido encumbrado a Frank Ackerman, que lleva


más de 15 años criticando los IAMs, no solo el de Nordhaus, pero que
se mantiene dentro de la ortodoxia asegurando que incluso dentro de
esta es posible llegar a conclusiones mucho más realistas (y alarman-
tes) (12). Pero Ackerman, en su furor contra el análisis coste-benefi-
cio, había publicado en 2004 un libro bajo el título de “Priceless”,
mostrando bien a las claras cómo hay cosas que no pueden valorarse
a través del precio y arremetiendo contra las universidades y think-
tanks dedicados al aguado del problema climático (13)y, ay, esto si
debe ser ya demasiado atrevido para ese noble tribunal. Ackerman
habría presentado además la ventaja (¿o el inconveniente?) de que
sus teorizaciones aplican no solo al cambio climático, sino también a
muchos otros tipos de problemas medioambientales (14).

Podría también haber elegido a Noah Kaufman, del departamento de


economía de la Universidad de Texas en Austin (15), a Robert S.
Pindyck del Massachusetts Institute of Technology (16), a Antony
Millner de la London School of Economics (17), o también al veterano
Robert H. Sokolow, de la Princeton University, que ha señalado tam-
bién los errores y omisiones de Nordhaus en este mismo aspecto y
solicitaba mayor clarificación (18).

Jeroen C.J.M van den Bergh, brillante economista medioambiental –


que no ecológico – hoy en el Institut de Ciència i Tecnologia Ambien-
tal de la Universidad de Barcelona y prolífico autor, también podría
perfectamente haber sido laureado. Ah, pero van den Bergh defiende
la conveniencia de un precio muy elevado del carbono, y además no
apuesta por el crecimiento económico tout court. Prudentemente para
su entorno profesional, se aleja del “degrowth” y aboga por el
“a-growth”. Para los bancos, desde luego el de Suecia, esto es un
auténtico anatema (19).
Pero no. Si se ha elegido a Nordhaus, ha sido por algún otro motivo
que el de su supuesta, pero sesgada, sabiduría. Y no precisamente por
haber sido un alertador temprano del peligro climático, sino todo lo
contrario: un “lukewarm” de la máxima influencia. Alguien que no es
que se quede corto, sino que se queda muy, muy corto, resultando así
en el necesario solaz demandado por élites inversoras potencialmente
angustiadas.

Por tanto, nada más sobre Nordhaus. Que la historia, si la va a seguir


habiendo, se lo lleve a la papelera más profunda. Junts al Banco de
Suecia

Notas

[1] DSGE: Dynamic Stochastic General Equilibrium [model]

PS: Gracias a Jordi, Antonio y Manu por haberme ayudado a romper el


hielo

Mañana: El informe del IPCC

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