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Leonora Carrington fue una artista plástica y autora de origen inglés, que tiempo

después, al asentarse en México, se nacionalizaría como mexicana.

Artista plástica, emblema y máxima exponente femenina del Surrealismo


Aunque en sus inicios artísticos, Leonora, no fue lo suficientemente reconocida como
exponente del Surrealismo, corriente a la cual adhirió y promovió, siempre detrás de
colegas masculinos que la ensombrecieron, únicamente debido a una cuestión de
género ya que estamos hablando de la primera parte del siglo XX, fue una artista
magnifica, multifacética y siempre adelantada al tiempo que vivía.

Todo lo vivía y hacía con una gran pasión y quedaba reflejado auténticamente en su
obra…

Esa impronta apasionada también fue la desencadenante de una etapa oscura y muy
difícil de su vida, cuando su familia, en desacuerdo con su relación sentimental con el
artista Max Ernst la encerró en un psiquiátrico y la aisló, algo difícil de soportar para una
mujer de su perfil… pero claro, en ese tiempo no se permitía que las mujeres viviesen
apasionadamente libres como ella deseaba, y tuvo que pagar un precio alto por ello…

Nacimiento e impacto del Surrealismo


Primeras décadas del siglo pasado irrumpe el Surrealismo con toda su fuerza en Francia.

El surrealismo fue un movimiento artístico y literario que sacudió los parámetros


existentes en la Francia de la década del veinte del siglo pasado cuando estalló con toda
su singularidad.

La característica particular de este movimiento es que buscaba representar una creación


y una realidad que no fuesen conscientes, asociada a los sueños y bastante irracional
por cierto en relación a la realidad física.

Leonora, una de sus máximas exponentes


En tanto, la autora y artista plástica inglesa Leonora Carrington fue una de sus máximas
representantes femeninas.

Carrington nació en Lancashire, Reino Unido, un 6 de abril del año 1917.

Su relación con Max Ernst le abre las puertas del Surrealismo


Con sólidas inclinaciones artísticas, Leonora, de 21 años decide ingresar a la academia de
arte Ozenfant, cita en Londres, para formarse.
El artista plástico alemán Max Ernst será quien le abre las puertas del surrealismo y del
conocimiento in situ, en la ciudad de Paris, de sus principales exponentes, Joan Miró,
André Bretón, Picasso, Dalí, entre otros.

Además del amor por el arte, a Leonora y a Max los unió el amor y la pasión.

Aunque la diferencia de edad entre los artistas era notable, él la doblaba en edad, el
amor triunfó algún tiempo, y se fueron a vivir juntos en una casa en Francia.

Pero la tranquilidad de la pareja duraría solamente un año porque la política y el padre


de Leonora se interpondrían para separarlos.

El padre de Leonora se oponía de plano a la relación porque además de la diferencia de


edad, Max estaba casado y tenía hijos.

Separación de la pareja y crisis de Leonora


Pero la coyuntura política separaría a la feliz pareja, ya que con el régimen de Vichy
asentado en Francia, el pintor fue arrestado y eso desembocó en una crisis psíquica de
Leonora que terminó internada en un centro de salud en España.

Además la invasión nazi en Francia la obligó a migrar a España, para ponerse a


resguardo.

Su padre, decidió a romper con esa relación con Leonora en España, logró la complicidad
de las autoridades españolas y británicas e internó a su hija en una clínica psiquiátrica
de Santander, haciéndole soportar las más difíciles situaciones: sedaciones, atamiento
de pies y manos…

La lectura, su gran inteligencia y el cariño que le había tomado su doctor hicieron que
pudiese superar el trance de esa internación y ser enviada con una enfermera a
Portugal.

Refugio y vida en México


Se las ingenia y logra zafar de su cuidadora y se refugia en la embajada de México.

Este hecho marcaría el resto de su vida ya que sería el paso para recalar en este país y
asentarse allí definitivamente.

Otro hombre le abre las puertas de su corazón y también de México, el autor mexicano
Renato Leduc.
Se casaron pero al poco tiempo se divorciaron en México.

Leonora volvería a rehacer su vida sentimental, esta vez con el fotógrafo Emérico Weisz,
padre de sus hijos y que apoyaría su carrera profesional.

Premio Nacional de Ciencias y Arte en la categoría de Bellas Artes


Una vez en México se contactaría con colegas que estaban exiliados allí y desarrollaría
gran parte de sus carreras como autora y arista plástica.

En 2005, su patria adoptiva la honra con el Premio Nacional de Ciencias y Arte en la


categoría de Bellas Artes.

Su singular vida personal y profesional está detalladamente relatada en primera


persona en su autobiografía En Bas.
Falleció en Ciudad de México, a los 94 años de edad, un 5 de mayo de 2011.

5 obras de Leonora Carrington más sobresalientes.

1. Green Tea (La Dame Ovale) (1942)


1942 fue el año en que Leonora Carrington llegó a México. Escapó de un
hospital psiquiátrico en Santader después de la desestabilización psíquica que
tuvo cuando su esposo en ese momento, Max Ernst, había sido declarado
enemigo del régimen de Vichy. Llegó a Lisboa, y ahí logró emigrar con la ayuda
del escritor Renato DeLuc, en conjunto con la embajada mexicana en Portugal.
En esa flaqueza emocional aunada al estallido de una guerra sin pies ni
cabeza, fue que la artista dejó para siempre el suelo europeo.

Huyó de la guerra inminente por su postura antifascista, y decidió que tendría


más esperanza de desarrollarse libremente en un país alejado de Europa, al
que otros de sus contemporáneos ya habían llegado y habían encontrado la
paz. En esa época, justo por la confluencia de algunos exiliados europeos
dedicados al quehacer artístico, una amplia élite intelectual se había gestado
en el país, y en las artes se apreciaba un panorama fértil y fresco.

Es en esta coyuntura política, social y de búsqueda artística que la artista


pintó Green Tea (La Dame Ovale) (1942): en la confusión de llegar a un país
del que no necesariamente conocía la lengua, en el que no tenía familia y en
el que nunca había estado antes. A pesar de las adversidades, muy pronto se
estableció y se puso a pintar. En esta obra es evidente todavía la fuerte
influencia de los jardines de los grandes palacios europeos, y se aprecia aún
esa añoranza por el continente perdido, que muy pronto se esfumaría: México
la pudo impresionar más.

2. Y entonces vimos a la hija del minotauro (1953)


Se sane que la obra de Leonora Carrington se confunde mucho con la
propuesta artística de Remedios Varo; sin embargo, cuando se ven bien ambas
pintoras —como entes separados a pesar de su cercanía contextual, plást ica y
de relaciones públicas—, lo cierto es que la obra de Carrington tiene un
escape vaporoso que la de Varo carece. Los personajes de Leonora se
caracterizan por ser entes del inconsciente, como los de todos los demás
surrealistas, pero de personalidades aisladas: Carrington es de las pocas
artistas que logra hacer composiciones multi -estratificadas, en términos de
que en sus cuadros confluyen distintas situaciones a la vez y en distintos
niveles.

Tal es el caso de Y entonces vimos a la hija del minotauro (1953): la soltura del
trazo en el personaje principal —que bien podría ser una mantarraya, o el
residuo mejor cuidado de un telar de seda — se alza con fuerza para recibir a
dos niñas humanas a quienes les ofrece un juego de bolas de cristal. El
minotauro, bien vestido, pierde la mirada en un infinito incierto, mientras una
figura femenina baila sola bajo un reflector que parece venir de otro estado
de consciencia. Una rosa yace tirada en el suelo, casi a punto de desangrarse.

3. Are You Really Serious? (1953)

Algo que llama la atención de la muestra es la facilidad con la que la autora


titula sus obras en distintos idiomas. Y más aún, el carácter insólito de sus
títulos. Esto es en particular evidente en Are You Really Serious? (1953): una
figura hila un telar de esencia incierta, como si de una telaraña se tratara,
mientras dos perros casi egipcios parecen dialogar en el silencio de una noche
estrellada.

Este cuadro funciona a manera de un análisis taxidérmico de la obra de


Leonora Carrington. Son evidentes dos elementos fundamentales: primero, la
influencia que la artista recibió de Max Ernst: las figuras que parecen
reverberarse sobre sí tienen un acento muy fuerte que remite directamente a
la propuesta artística del pintor alemán; luego la fascinación que tenía ella
por las culturas antiguas.

Es común encontrar en la obra de Carrington referentes simbólicos y


pictóricos a Egipto, ya sea en la estética que sus personajes persiguen o en las
deidades que se evocan a menudo. Los perros repr esentados, por ejemplo,
tienen una similitud casi incisiva con Anubis; sin embargo, la composición está
tan bien lograda —y las figuras tan bien asimiladas con su entorno y su gama
cromática— que esto puede pasar fácilmente desapercibido: las figuras de
Carrington permanecen embebidas en su consciencia, inextricables.
4. Quería ser pájaro (1960)

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Llama la atención que Leonora Carrington fue la última de las surrealistas, y


parece tomar los mejores elementos de sus contemporáneos en la realización
de sus obras. La fertilidad y la figura del huevo son temas recurrentes entre
los artistas de este movimiento: Magritte, Dalí, y Remedios Varo los utilizaron
de manera frecuente como un eje temático importante. En este caso,
Carrington lo reformuló desde una perspectiva interesante: el ser humano que
intenta descifrar la naturaleza del huevo —que parece de un metal ocre, y que
está extrañamente alzado en una especie de tripié con rostro —, mientras que
un pájaro lo observa en su análisis.

Es interesante que la artista haya decidido enfrentar ambas concepciones de


la fertilidad. En una primera instancia, esa del pájaro que es, en principio, el
que pone los huevos y los hace su descendencia. En un segundo término,
desde la óptica de que el ser humano es fértil también en su intelecto, y de él
se vale para descifrar el entorno que lo rodea, como el hombre que mi ra al
huevo de metal con la mirada consternada. En un tercer nivel, alejado ya del
entendimiento sólo racional parece que la autora hace un guiño a la fertilidad
que proviene de la imaginación —resultado, quizá, de la añoranza y la
imposibilidad de ser—: Quería ser pájaro (1960) representa ese carácter muy
humano de no aceptar la propia naturaleza y buscar la perfección en el mundo
exterior.

5. El mundo mágico de los mayas (1964)


Por último, no pueden dejarse de lado las múltiples obras de Carrington que
apelan a ese gusto por el suelo mexicano que la artista siempre tuvo. La
fascinación por los pueblos originarios es común entre los extranjeros que se
vienen a asentar, aún hoy, en el país, pero en el interés de la autora rebasa
esa inquietud incidental, coincidente entre los naturalizados mexicanos.
Pareciera que en su obra hay destellos que no sólo revelan un conocimiento
profundo de las civilizaciones antiguas mesoamericanas, sino un empalme casi
sincrético entre ambas concepciones de la realidad: es a del entendimiento
cosmológico que tenían los antiguos del Universo, con aquella de intentar
dialogar desde la vigilia con el estrato inconsciente de la mente humana.

Pareciera que las deidades y figuras mesoamericanas se adaptan muy bien a


este entorno onírico de los surrealistas, como se ve en El mundo mágico de los
mayas (1964). Se aprecia un estrato inferior al del terrenal, a manera de un
Inframundo perpetuamente presente, y en diálogo con lo que sucede más
arriba; pero también se puede ver a una ser piente que baila en el aire, como
si se tratara de un guiño a la figura de la serpiente emplumada. Los seres
humanos conviven activos y en paz con los seres extraterrenos, como si fueran
parte de su vida diaria, mientras llevan a cabo el quehacer de todos los días.

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