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Todo lo vivía y hacía con una gran pasión y quedaba reflejado auténticamente en su
obra…
Esa impronta apasionada también fue la desencadenante de una etapa oscura y muy
difícil de su vida, cuando su familia, en desacuerdo con su relación sentimental con el
artista Max Ernst la encerró en un psiquiátrico y la aisló, algo difícil de soportar para una
mujer de su perfil… pero claro, en ese tiempo no se permitía que las mujeres viviesen
apasionadamente libres como ella deseaba, y tuvo que pagar un precio alto por ello…
Además del amor por el arte, a Leonora y a Max los unió el amor y la pasión.
Aunque la diferencia de edad entre los artistas era notable, él la doblaba en edad, el
amor triunfó algún tiempo, y se fueron a vivir juntos en una casa en Francia.
Su padre, decidió a romper con esa relación con Leonora en España, logró la complicidad
de las autoridades españolas y británicas e internó a su hija en una clínica psiquiátrica
de Santander, haciéndole soportar las más difíciles situaciones: sedaciones, atamiento
de pies y manos…
La lectura, su gran inteligencia y el cariño que le había tomado su doctor hicieron que
pudiese superar el trance de esa internación y ser enviada con una enfermera a
Portugal.
Este hecho marcaría el resto de su vida ya que sería el paso para recalar en este país y
asentarse allí definitivamente.
Otro hombre le abre las puertas de su corazón y también de México, el autor mexicano
Renato Leduc.
Se casaron pero al poco tiempo se divorciaron en México.
Leonora volvería a rehacer su vida sentimental, esta vez con el fotógrafo Emérico Weisz,
padre de sus hijos y que apoyaría su carrera profesional.
Tal es el caso de Y entonces vimos a la hija del minotauro (1953): la soltura del
trazo en el personaje principal —que bien podría ser una mantarraya, o el
residuo mejor cuidado de un telar de seda — se alza con fuerza para recibir a
dos niñas humanas a quienes les ofrece un juego de bolas de cristal. El
minotauro, bien vestido, pierde la mirada en un infinito incierto, mientras una
figura femenina baila sola bajo un reflector que parece venir de otro estado
de consciencia. Una rosa yace tirada en el suelo, casi a punto de desangrarse.
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