Vous êtes sur la page 1sur 3

¡Hola Miteros!

Soy Javier Galarce y hoy les traigo una historia que nunca pensé que tendría la
oportunidad de contar. Por las redes sociales relacionadas a Mitos y Leyendas hemos podido ver
que se ha anunciado la vuelta de la marca gestora de muchos de nuestros buenos momentos de la
infancia, hablamos de Salo. En esta ocasión me gustaría contarles, muy íntimamente, qué significó
Salo y Mitos y Leyendas en mi infancia y cómo esos buenos momentos se transformaron en parte
importante de mi vida.

Soy originario de una pequeña ciudad vinculada a las actividades portuarias, teniendo como
enfoque el puerto, las autoridades no se preocupaban mucho de la parte ciudad cuando yo era un
niño, no había espacios al aire libre donde jugar más que algunos terrenos baldíos que servían de
monumentales estadios de fútbol ayudados de la mochila del colegio a modo de flamante portería
donde el arco debía ser resguardado por los más agiles porteros ya que el travesaño tenía como
límite el cielo. Fuera de eso, solo teníamos el patio del colegio para mezclarnos y al ritmo sonoro de
gritos realizar juegos que vienen desde mucho tiempo atrás, recuerdo que era muy aficionado a
darle muy fuerte al tirar el trompo a fin de que sus revoluciones me mantuvieran el máximo tiempo
posible en la Troya. No sé si algunos de los niños de hoy entienda de que no existían los teléfonos
celulares, que lo más cercano era ver por la ventana como “los más grandes” utilizaban esos
aparatos de índole científica llamados computadores. Otra entretención que teníamos era entrar
en la biblioteca ¿las conocen? Esos templos inmaculados donde el silencio es más denso que el aire
y en donde tienen como adoración las letras, es ahí donde tomábamos algunas historietas, libros
que narraban las fabulosas y extremas aventuras de héroes descendientes de los dioses o nos
adentrábamos en las batallas de los 8x8 cuadros blancos y negros al paso de peones que se tomaran
el poder.

En éste contexto me tocó entretenerme en mi etapa temprana de formación, la verdad era bastante
feliz en esos 10 o 15 minutos que duraba el libre albedrío. Pero a ese espacio-temporal llamado
recreo se agregarían fabulosas herramientas que me llevarían a disfrutar y a ser imborrables de mi
memoria esto llamado entretención.

Un día acompañaba a las aburridas compras del supermercado a mis padres, esas que lo más
entretenido que había eran ver las colaciones que me tocarían durante la semana, pero me topé
con algo lleno de color que deslumbraba creatividad, se trataba de un stand de Salo, no sabía si eso
existí antes en otros lugares del país ya que en donde crecí las cosas llegan un poco tarde, a pesar
de ser la puerta de entrada de las cosas provenientes desde el extranjero, en esas maravillosas
vitrinas podía observar álbumes de las series más de moda que se transmitían por la televisión que
la verdad no me dejaban ver muchos mis padres ya que en ese tiempo se creía que tenía ciertos
poderes demoniacos que transformaba a los niños en seres incontrolables. Estos escaparates me
ofrecían tener en mis manos las mejores escenas e información vital para entender los mundos
creados por los creativos japoneses. Es así como se me hizo necesario sentarme en mesas de
negociaciones con mis padres para reorganizar el presupuesto y plantear algunas metas en el
desempeño escolar para que se me asignara un bono de producción que pudiese destinar a ésta
nueva entretención.

Las escaleras y mesas del colegio se convirtieron en cuadriláteros en donde por turno impactábamos
nuestras palmas contra el montón de láminas para ver quien se las ganabas en las apuestas que se
escapaban de las leyes y del ojo vigilante del gobierno, bueno hasta que los inspectores comenzaron
a requisarlas y le encontré sentido a las vueltas que le dábamos a la cancha en educación física
cuando fácilmente los evadíamos. Eso sí, había que tener cuidado con los compañeros que tenían
ciertas mañas al momento de jugar como, por ejemplo: lamer su palma para adquirir una adherencia
digna de competir con algunos insectos o reptiles, o los que arqueaban la mano al momento de
golpear las láminas y las agarraban con el pulgar para darles vuelta, pero sobre todo había que tener
cuidado con el ritual del “marullo”, frente a tal no había mucho que hacer.

Un día cualquiera, uno de mis compañeros llegó con una de esas destructoras del medio ambiente
bolsa de supermercado con un misterioso e intrigante contenido en su interior, a mi edad de 9 años
quería saber de qué se trataba. Llegaba el recreo y me le acerqué, en su interior había cartas, de
esas de las que juegan las abuelitas cuando no están en la lotería, viendo telenovelas o tejiendo para
pasar la tarde, pero al tomarlas me percaté que tenían los nombres de los personajes que veíamos
en asignaturas como historia (mi favorita) y los libros de literatura que leíamos en lenguaje junto
con pequeñas leyendas que a la vez nos decían mucho sobre el personaje o la acción que estábamos
admirando, pero, no solo eso, traían además ilustraciones que algunas coincidían en ciertos rasgos
con mis imágenes mentales que había creado, pero otras, que me sorprendían por completo.
Además, tenían elementos con números, de esos que se usan en matemáticas (mí no favorita), y
una que otra una poseía una caja de texto. Pasó el momento de interactuar con éstas, la idea era
simple: defender el castillo con los personajes épicos, pero como se dice por ahí: del dicho al hecho…
hay un largo trecho. Había que prepara el campo de batalla y por tunos agrupar nuestros recursos
para hacer finanzas sobre cuales serían nuestras mejores opciones de inversión para poner en el
campo los aliados más poderosos, menos mal que teníamos una fase de vigila que nos permitía
pensar tanto y ver qué sacábamos de nuestra mano para poner en las filas que se enfrentarían en
la batalla mitológica, la guerra de talismanes, bueno a esa edad nos la saltábamos pasábamos a la
resolución del daño para que luego le tocara al oponte organizar sus recursos y tropas para preparar
su ataque. Sin querer estaba utilizando las, para mí, odiadas matemáticas.

Como no había tantos recursos muchas veces, siendo niños, dibujábamos las cartas con todo el
costo de recursos y de tiempo que requiere, sacar cartón de cuaderno viejos, papel de las hojas sin
que nuestras madres se dieran cuenta, utilizar los lápices de colores de arte etc., para finalizar
plastificándolas con scotch que terminaban la obra maestra.

Ya nos pasaríamos organizando las mesas en los recreos para enfrentarnos en torneos improvisados
que tenían como contendores los mismos compañeros de curso porque había que prepararse para
salir a competir con los más grandes, había que saber cómo hacer frente a esos gigantes, cual Ymir,
que sabían contar mejor que uno y que además poseían cartas que ni siquiera conocíamos con
habilidades muy desequilibrantes.

Pasó un poco el tiempo y seguíamos en la misma, pero un verano me mandaron al sur a “trabajar”
con mi tía, con 14 años ya había que adquirir experiencia para el currículum. Bueno, si mucho poder
que alegar, ni con abogados ni alguna organización de derechos del niño o humanos podía evitar el
exilio al sur. Llevaba algunos días arrastrando los pies donde mi tía cuando me dijo que saliera a dar
una vuelta cerca de su local, en ese mundo mucho menos había qué hacer si no conocía a nadie de
mi edad. Pasé al supermercado y ¿qué creen? Había un stand de Salo, mis ojos brillaron al ver esos
productos especiales que traían las mejores cartas, bueno ahí el trabajo cobraba sentido, me pasé
el mes que estuve donde mi tía esforzándome para allegar al fin de mes y junto a las propinas y al
“sueldo” comprar un producto especial y algunos sobres, total ya realizada la acción no había vuelta
atrás, si llegaba con las cosas compradas mis padres no día pedir que las devolviera al sur, al menos
eso pensaba yo, además podía argumentar que era mi trabajo, aunque eso no me salvaría del reto.

Continué jugando toda la enseñanza media, a veces había que ocultarlo para no ser visto como un
ñoño, pero como mis amigos más cercanos podíamos mantener nuestras campañas por defender
nuestros mazos castillos y de vez en cuando ir a alguna de las tiendas que vendían cartas y jugar
algún torneo en donde nos jugábamos el honor en pos de mantener viva esa entretención.

Cuando nos enteramos del cierre de Salo fue doloroso, no quedó más que guardar las cartas en las
cajas de las zapatillas, de vez en cuando mirar cómo habían quedado nuestros mazos con sus
protectores y hermosas ilustraciones.

Por suerte, a pesar de los años eso duraría un tiempo y volvería esa antigua entretención que me
daría momentos igual de felices, en donde no solo encontraría muy buenos amigos, viajaría
bastante, conocería gente, me acercaría a los responsables de revivir éste maravilloso juego llamado
Mitos y Leyendas me darían una oportunidad de aportar, aunque sea un poco con el juego que me
dio más felicidades y que hacen posible que ustedes puedan leer esta mí historia. Además, me dio
una familia, porque a través del juego conocía a la persona con la que tuvimos a nuestro hijo llamado
Guilgamesh Inti. Pero bueno, eso es historia para otra ocasión.

Vous aimerez peut-être aussi