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Tom Campbell
Prefacio y agradecimientos 11
¿Qué es la justicia?
1. 13
Las raíces de la justicia 15
Justicia e ideología 18
Un análisis basado en los méritos 21
Priorizar la justicia 24
Más allá de la distribución 27
2. ¿Qué es justo?.....33
Igualdad y mérito34
La esencia de la justicia formal 39
El conocimiento de la justicia 45
La crítica comunitarista a la justicia liberal 51
3. La justicia como título: Nozick y la propiedad 57
Los derechos y la justicia formal 59
La justicia como derechos humanos 62
La posesión y la titularidad 65
La justicia de Nozick 69
La historia conjetural y el Estado mínimo 73
La visión restrictiva de Nozick 76
4. La justicia como derechos: Dworkin y las minorías 79
Los derechos de Dworkin 80
La política de Dworkin 90
La justicia y las minorías 92
5. La justicia como contrato: Rawls y el bienestar 101
La justicia como equidad 106
La justicia rawlsiana 109
Problemas para Rawls 117
La justicia y el bienestar 123
6. La justicia como eficiencia: Posner y la justicia penal
131
Justicia y utilidad 132
La «economía» de la justicia de Posner 140
El análisis económico del derecho penal 150
7. La justicia como mérito: Sadurski y la remuneración
155
Los atractivos del mérito 157
Los problemas del mérito 165
La remuneración justa 171
8. La justicia como crítica: Marx y la explotación 181
La justicia formal y la crítica a los derechos 183
Justicia material, explotación y mérito 190
La justicia socialista 199
9. La justicia como empoderamiento:
Young y la acción afirmativa 201
Una reconstrucción feminista de la justicia 204
Opresión y dominación 209
La acción afirmativa y el mito del mérito 216
10. La justicia como democracia:
Habermas y la promesa de la política 221
La teoría de la interacción social 224
Los presupuestos de la acción comunicativa 228
Justicia habermasiana’ 233
Comentarios críticos 238
Las consecuencias constitucionales 241
El círculo completo 245
¿La justicia eclipsada?
11. 247
La justicia en el derecho 248
La justicia en la economía 251
Justicia y democracia 254
Guía para lecturas ulteriores 259
Bibliografía...........261
índice temático y de autores 269
Prefacio y agradecimientos
El conocimiento de la justicia
Hasta aquí hemos estado examinando distintos análisis de la
justicia de un modo pragmático, poniéndonos al corriente del
discurso de la justicia, buscando algo de claridad y precisión,
y atentos al tipo de cuestiones prácticas que creemos que
una teoría de la justicia debe afrontar. He indicado mi pre-
ferencia por un análisis basado en los méritos que combine el
presupuesto de la igualdad antecedente con el alejamiento
de dicha igualdad justificado sobre la base de diferentes
méritos. Esta preferencia, se ha dicho, encaja bien con el
verdadero sentido de la justicia y ayuda a clarificar e
iluminar las características distintivas de la justicia como un
valor político.
Establecer cómo tenemos que proceder para decidir sobre
cuestiones sustantivas, tales como qué es lo que la justicia
exige realmente, es más problemático porque implica
adoptar una visión sobre cómo pueden y deben resolverse las
cuestiones de evaluación en general. Esto nos lleva a temas
relativos a la objetividad de los juicios morales y la
legitimidad de los sistemas políti- eos de toma de decisiones,
cuestiones estas cuyo objeto y aplicación son más amplios y
van más allá de la justicia. Sin embargo toda teoría de la
justicia debe desarrollar o utilizar una teoría metaética que
indique si podemos saber, y cómo, qué es justo, y una
filosofía política normativa que indique cómo, a la luz de
dicha teoría metaética, deben resolverse los desacuerdos
sobre qué es justo. Las cuestiones de filosofía moral deben
ser abordadas por toda teoría de la justicia que intente
proporcionar una orientación sobre qué es justo. Las
cuestiones de filosofía política deben ser abordadas por toda
teoría de la justicia que use la justicia como la medida de la
corrección o aceptabilidad de las leyes y del modo en que
éstas son aplicadas.
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Las teorías que asumen una teoría metaética escéptica
tienen problemas específicos, en el sentido de que no habría
criterios objetivos de verdad y falsedad o de corrección moral
que constriñan nuestra elección de criterios de justicia
sustantiva, ni los habría para intentar legitimar una
preferencia por un modo particular de resolver las
controversias suscitadas en la evaluación de los requisitos
sociales necesarios, tales como el derecho. De este modo, si
se sugiere que, en ausencia de criterios morales objetivos
que puedan ser usados para determinar qué es justo, las
controversias sobre la justicia deben resolverse por
representantes elegidos en asambleas legislativas o por los
tribunales que aplican cartas de derechos, entonces, para
aceptar estos procesos de toma de decisión política, se deben
dar razones que en sí mismas no presupongan juicios
morales controvertidos. Ésta es una proeza intelectual difícil
de lograr y las teorías de la justicia que asumen el
escepticismo moral son proclives a la inconsistencia interna
de afirmar y negar que existan verdades morales. La mayor
parte de las teorías de la justicia, por tanto, intentan
desarrollar o utilizar alguna teoría del conocimiento o
epistemología que pueda servir para defender los juicios de
valor necesarios para defender sus sugerencias sobre cómo
debemos proceder, en tanto individuos y ciudadanos, al
decidir qué es justo.
Tal empresa va en contra de la visión de gran parte de la
filosofía postmo- derna que desconfía de las grandes teorías y
de las ambiciosas pretensiones de verdad. De hecho,
cuandó'se presenta «la justicia» como una construcción fun-
damental de nuestro universo moral, esto despierta un gran y
legítimo escepticismo moral al pensar que se trata en
realidad de una retórica que puede ser examinada y
deconstruida y que no deberíamos engañarnos por las apa-
riencias. Es por ello que he planteado ya las dudas que
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suscita la idea de que la justicia es siempre el bien social
fundamental o el valor político supremo. Otras corrientes
filosóficas cuestionan el hecho de que exista una sustancia
real detrás de la retórica del lenguaje de la justicia, y hay
quien sostiene que el discurso de la justicia puede ser
utilizado tanto para propósitos opresivos y no igualitaristas
como para conseguir la liberación y la igualdad. Más aún, es
una visión típicamente postmoderna la que sostiene que no
existe una concepción de la justicia que se pueda defender
como superior a todas las demás, lo que lleva a un
escepticismo importante, así como a sostener la inutilidad de
seguir siquiera hablando de justicia. No obstante, en su
«dcconstrucción» de l.is grandes teorías, el pensamiento
postmoderno es típicamente hostil con las relaciones de
poder existentes, mostrándose al mismo tiempo distante e
irónico y sin embargo comprometido con los intereses de la
gente vulnerable, lin este sentido, Drucilla Cornell et al.
señala la ambivalencia de la postura que mantiene el
pensamiento deconstructivista: «la deconstrucción se ha aso-
i i.ido con el desprecio hacia la idea misma de justicia...
incluso sus críticos reconocen que la deconstrucción está, en
alguna medida, del lado de los marginados» (1992, p. ix).
Con frecuencia, las opiniones respecto a que es
sustantivamente justo o injusto lian sido vistas en ciertas
tradiciones filosóficas como cuestiones esen-
iialmente inciertas debido a que no existe un modo de
establecer objetivamente aquello que en última instancia son
cuestiones de preferencia individual.
1.11 tanto valor moral fundamental, y según la visión no
cognoscitivista de la lilosofía moral para la cual los juicios
morales son expresiones de sentimientos antes que
afirmaciones sobre hechos o razones, la justicia se relaciona
con nuestras actitudes prácticas, nuestros deseos y
compromisos y no con nuestro conocimiento o creencias
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cognitivas.
Incluso si no adoptamos la posición del escepticismo radical,
su perspectiva puede ser de ayuda para precisar nuestro
enfoque crítico respecto de las teorías de la justicia,
particularmente en el caso de las teorías que intentan
proporcionar teorías omnicomprensivas o que aspiran a la
neutralidad política. Y si seguimos las posiciones escépticas,
al menos las más moderadas, debemos pensar qué es aquello
que, si es que existe, ocupa un lugar funcional en el discurso
para establecer un modelo de relaciones sociales y políticas
aceptables y duraderas. Esto podría tomar la forma de la
promoción de una forma de gobierno más democrática, o del
consentimiento respecto de algún tipo tolerable de status
quo, o, tal vez, del rechazo nihilista de estas cuestiones por
carecer de importancia y de sentido.
Las objeciones a las creencias de sentido común sobre la
justicia y otros valores fundamentales a menudo se expresan
en términos relativistas. Los juicios de valor, incluidos
aquellos sobre la justicia, se consideran todos relativos a la
persona o al grupo cuyos valores representan. Hay al menos
tres modos radicalmente diferentes de interpretar esta
afirmación. La primera es la tesis bastante débil e
incontrovertida de que lo bueno y lo malo cambian con las
circunstancias, de manera que podría estar bien robar
cuando estás muriendo de hambre, pero no en otras
circunstancias. La segunda es la tesis más atrevida según la
cual es justo para una persona o grupo actuar de un modo
determinado pero es igualmente justo para otra persona o
grupo, con respecto a una situación esencialmente igual,
actuar de otro modo incompatible con el primero. En otras
palabras, hablar de relativismo significa que la justicia y la
injusticia varían de acuerdo con la persona cuya conducta se
este evaluando. Es justo que un cristiano actúe en un cierto
modo, pero es igualmente justo que un musul- man actúc en
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un modo manifiestamente distinto de modo que la justicia
varía de persona a persona como varía de situación a
situación. Según esta primera visión de relativismo
circunstancial, sería justo para una tribu nómada abandonar
a las personas ancianas y enfermas, pero no es justo que esto
suceda en una sociedad agraria afincada en un lugar. Según
la segunda forma de relativismo, es tan justo que una
sociedad con una tradición determinada practique la
circuncisión femenina a las niñas o el matrimonio entre
niños, como lo es que otra sociedad con una tradición
diferente lo prohiba. Ambas posturas son compatibles con
epistemologías objetivistas o cognoscitivistas que sostengan
que podemos conocer qué es justo e injusto. Tales posturas
son relativistas sólo porque afirman que el contenido de la
justicia varía según las personas y las culturas de que se
trate. Decir esto es decir mucho más que la simple afirma-
ción de que hay diferentes creencias acerca de qué es justo
en diferentes sociedades; es afirmar que estas creencias,
incluso si entran en conflicto unas con otras, podrían ser
todas correctas. En esto se diferencian del tercer sentido de
«relativismo» de acuerdo con el cual las así llamadas
«verdades» morales son relativas a las creencias y los
sentimientos de las personas, una posición mejor descrita
como «subjetivismo».
El relativismo objetivo del segundo tipo resulta
incomprensible para quienes sostienen la visión de que los
juicios sobre lo correcto y lo incorrecto moralmente son
universalizables en el sentido de que lo correcto para una
persona en una situación debe, de acuerdo con la lógica del
discurso moral, ser correcto para todas las personas en la
misma situación. Quienes defienden la doctrina de la
universalizabilidad tienden a no aceptar que las meras
diferencias de personalidad o de cultura sean relevantes en
la determinación de qué es moralmente correcto o
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incorrecto. Como señala Marta Nussbaum en su defensa de
los valores cosmopolitas, si la circuncisión femenina de las
niñas y el matrimonio entre niñorson incorrectos para un
niño en una sociedad entonces son incorrectos para todos los
niños en todas las sociedades (Nussbaum, 1999). En la
práctica, por su puesto, una universalidad tan tajante res-
pecto de lo correcto y 1© incorrecto moralmente no es
exigida por la doctrina de la universalizabilidad, ya que
podríamos encontrar muchas diferencias moralmente
relevantes entre las distintas situaciones en las que los
individuos se encuentran, diferencias que afectan a sus
derechos y obligaciones. La pobreza, el peligro y la capacidad
para cambiar las cosas son tres variables ilustrativas que
pueden afectar debidamente los juicios de justicia incluso en
la versión más estricta de la universalizabilidad. Incluso en el
caso de la circuncisión femenina de niñas, es posible
concebir que tal práctica esté justificada sobre la base de las
condiciones de salud de ciertas niñas. No obstante, existe la
tendencia por parte de quienes adhieren a la doctrina de la
universalizabilidad a afirmar que en ciertas cuestiones
morales básicas, la universalizabilidad implica universalidad:
es siempre incorrecto para cualquier persona matar, robar,
mentir o discriminar en razón de la raza.
l as cuestiones relativas a la objetividad moral y al
relativismo, en general, iif> pueden ser abordadas
directamente en este libro, pero deberíamos tener presente
los específicos desafíos epistemológicos relacionados
particularmente con la cuestión de qué es justo. Éstos tienen
que ver con los aspectos ile la justicia que se relacionan con
su pretendido (1) estatus fundacional, (2) .mtiutilitarismo, y
(3) no contextualismo o universalidad. Finalmente presto
«tención al doble papel que juegan criterios tales como la
imparcialidad y la igualdad en la epistemología y en el
contenido de la pregunta: ¿qué es justo?
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En primer lugar, debido a que a menudo se sostiene que la
justicia tiene que ver con la identificación de valores básicos
o fundamentales, ésta es par- licularmente proclive a ser
asociada con epistemologías de la autoevidencia, que afirman
que existen ciertas pretendidas verdades irrefutables, tales
como el derecho a la vida o el deber (correlativo) de no
matar. Una vez obtenido nuestro consentimiento respecto de
las percepciones morales autoevidentes, entonces tales
teorías proceden a deducir de estas sencillas y abstractas
proposiciones conclusiones prácticas que o confirman o
desafían nuestras visiones morales cotidianas respecto de
qué es justo e injusto. Este enfoque tiene ia ventaja
epistemológica de que no requiere establecer la forma de
alcanzar la verdad moral en general sino sólo con respecto a
las pocas y simples verdades Je la justicia. Los problemas de
tales epistemologías surgen en el proceso de especificación
de las consecuencias que tienen las verdades autoevidentes,
un proceso que tiende a poner de relieve la sospecha de que
el acuerdo en el nivel de los derechos abstractos generales
encubre el desacuerdo moral que está detrás de la fachada
del lenguaje común. La crítica más común a las episte-
mologías morales de la autoevidencia es que tales verdades
innegables, tal como pueden ser acordadas, tienen las
características de las fórmulas verbales vacías, o de las
tautologías capaces de consiguir el acuerdo respecto de la
proposición de que no debemos asesinar sobre la base de una
definición no expresada del asesinato como homicidio
moralniente injustificado.
El segundo punto sobre los específicos desafíos
epistemológicos que presenta la justicia es que ésta es usada
rutinariamente como fundamento para la crítica al
utilitarismo, lo cual hace difícil para las teorías de la justicia
trazar las epistemologías asociadas a esta importante
tradición dentro de la filosofía moral y política. El
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utilitarismo reduce las cuestiones morales a cuestiones sobre
cómo maximizar la felicidad humana (o la satisfacción de
preferencias) y minimizar el dolor humano (o la frustración
de preferencias), y sostiene que éstos son objetivos no
controvertidos. Esto significa que la mayor parte de las
cuestiones morales conllevan la necesidad de responder a
cuestiones empíricas sobre las consecuencias de adoptar una
u otra regla o de tomar una u otra decisión. Dado que no
parece que las cuestiones empíricas, tales como determinar
las causas del pacer o el dolor, tengan los mismos problemas
epistemológicos que las cuestiones que requieren de la
evaluación, las teorías utilitaristas de la justicia tienen la
ventaja de minimizar los problemas epistemológicos,
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pero en general parecen menos aptas para explicar nuestras
intuiciones sobre la justicia de prácticas tales como hacer
sufrir a las minorías en beneficio de las mayorías o castigar a
personas inocentes que se cree que son culpables con el fin
de desalentar a potenciales criminales. En efecto, parecería
que las consideraciones de justicia tienen mayor fuerza y
relevancia precisamente en situaciones en las que el
razonamiento utilitarista produce resultados moralmcnte
inaceptables.
El tercer punto general sobre las particulares
epistemologías de la justicia, es la dificultad de trazar
aquellas epistemologías morales que subrayan la
contcxtualidad de la evaluación moral y sostienen que lo
correcto moralmen- tc debe discernirse dentro de las
específicas particularidades de las relaciones humanas
cotidianas, que no pueden ser reducidas a las simples
fórmulas de las reglas morales, de modo que tenemos que
confiar en los juicios contextuali- zados de la persona
habitualmentc virtuosa que intenta hacer lo correcto en
situaciones complejas y con innumerables matices. Esta
visión no conjuga bien con la pretensión de que existen
verdades morales universales. Una de las consecuencias de
tales teorías es que deberíamos sustraer de la esfera pública
-tanto como podamos- la toma de decisiones morales, ya que
en tal esfera debe existir,
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aunque sólo sea por razones de
eficiencia, una importante dependencia respecto de la
aplicación de las normas acordadas. En consecuencia, tales
teorías epistemológicamente atractivas sobre la verdad moral
contextualizada resultarían inapropiadas para aquellos
aspectos de la justicia que se relacionan con el
funcionamiento de las instituciones públicas.
Finalmente, con respecto a la epistemología de la justicia, es
interesante notar que algunos criterios generales que son
normalmente utilizados para analizar la justicia y formular
respuestas a la pregunta sobre qué es justo, figuran también
en las epistemologías de la justicia. Por ejemplo, el ideal de
imparcialidad judicial, que hemos señalado como un aspecto
del imperio de la ley, se presenta también como una técnica
para determinar qué debe contar cómo materialmente justo.
La opinión de la juez imparcial y bien informada es, de un
modo u otro, yn presupuesto básico de las decisiones que se
dicen decisiones materialmente justas, incluidas las
decisiones sobre el adecuado contenido de las reglas
distributivas. Como veremos, las variaciones que existen
sobre el tema de la imparcialidad abundan en investigaciones
epistemológicas acerca de cuáles son las condiciones
aceptables de los juicios de justicia material, investigaciones
que sugieren que habría otras afinidades fundamentales
entre los fundamentos de la justicia formal y material.
Esta importante y profunda conexión entre la justicia formal
y material puede verse al analizar la idea de la imparcialidad
judicial que va más allá de las interpretaciones formales del
principio según el cual los casos semejantes deben ser
tratados de manera semejante, hasta la afirmación de
contenido sustantivo de que este principio en sí descansa en
la creencia de que, en algún sentido de «igualdad», todos los
seres humanos son «iguales». Nuevamente, resulta fas-
ciiuntc notar que la idea de igualdad es resaltada en muchas
teorías como el presupuesto sobre cuya base deben
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resolverse todos los desacuerdos sobre la liisticia (y otras
cuestiones). De este modo, la igual participación en el debate
sobre qué es la justicia, junto al igual poder de toma de
decisiones a través de procedimientos de votación
electoralmente iguales, es presentada a menudo tomo el
mejor modo de obtener la respuesta correcta al contenido
sustantivo ile la justa igualdad y diferencia. Por supuesto que
la imparcialidad institucionalizada o la igual contribución en
el proceso de toma de decisiones pueden ser vistos como
alternativas a la epistemología moral que sustituyen el
pragmatismo político por la verdad moral, pero, como
veremos, muchas teorías que ape- lan a la imparcialidad y la
igualdad procedimental presentan estos conceptos como
medios epistemológicamente fiables para responder a
nuestra pregunta: ¿qué es justo?
La crítica comunitarista a la justicia liberal
Que podamos o no tener conocimiento de qué es justo es una
cuestión filosófica que rebasa las divisiones ideológicas. Así,
las epistemologías utilitaristas, que se concentran en los
pasos empíricos hacia el conocimiento de aquello que causa
placer y dolor, pueden estar presentes también en sistemas
de pensamiento libertarios, liberales asociados al Estado de
bienestar o socialistas. S¡n embargo, los enfoques liberales y
libertarios que se centran en los derechos individuales
tienden a apelar a percepciones autoevidentes sobre lo
correcto y lo incorrecto para derivar de ellas imperativos
morales tales como «no mates» o «di la verdad». En varios
de los capítulos que siguen examino distintas variantes en
torno a este enfoque de la epistemología moral; este capí-
tulo, en cambio, concluye con la crítica epistemológica
presentada por comu- nitaristas que, entre otras cuestiones,
plantean dudas sobre nuestra capacidad para trascender los
valores sociales heredados a través de la intuición moral, el
razonamiento especializado
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o el diálogo imparcial.
«Comunitarismo» es un termino recientemente acuñado que
resulta útil para abarcar una gama de visiones que son
contrarias a los presupuestos del individualismo liberal sin
estar conectadas de manera estrecha con una alternativa
política específica. La mayor parte de la crítica comunitarista
al liberalismo es una cuestión de claro rechazo de su
individualismo moral que, se argumenta, pone demasiado
énfasis en la libertad personal y no confiere suficiente im-
portancia a la responsabilidad social. El liberalismo, discurre
esta crítica moral, se centra demasiado en la autonomía y la
independencia y no suficientemente en la reciprocidad, la
lealtad y la solidaridad. De manera equivocada, el liberalismo
analiza los fines sociales valiosos en términos de la suma de
los bienes escogidos por los individuos y no logra tomar en
cuenta adecuadamente los bienes públicos que son una parte
compartida de la vida comunitaria que no puede ser
desagregada en parcelas individuales. Éstas son respuestas
que podrían ser comunes a aspectos de teorías
antiindividualistas tan diversas como el marxismo, el
feminismo y teorías sociales tradicionalistas, organicis- tas y
jerárquicas.
Por debajo de este desacuerdo moral existe una cuestión
ontológica importante sobre el vacío que implicaría la idea de
individuo una vez que se la ha abstraído del contenido social
que da a esa vida individual una realidad concreta, una
realidad que está constituida por el tejido de relaciones
sociales en cuyo interior cada individuo encuentra su
identidad y significado. Así, Sandel (1982) sostiene que las
personas están constituidas en parte por los propósitos,
creencias y actitudes que tienen como miembros de una
comunidad que les proporciona las relaciónese través de las
cuales llegan a tener una identidad individual y una
existencia'significativa. No existe tal cosa como un «yo
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desarraigado» -ttnencumbered, self- en el que la identidad
individual sea separable de la identidad social. Este punto de
la crítica es central y aparece desarrollado en su crítica a
Rawls y en la valoración general que se hace de las teorías
liberales que se discuten en este libro.
Hay también un lado epistemológico del comunitarismo que
es directamente relevante para el tema de este capítulo. La
postura comunitarista es que cada comunidad tiene su propio
concepto y sus propias concepciones de la justicia y que no
podemos ubicarnos fuera de estas construcciones culturales
y llegar a una teoría de la justicia trans-societal que se
ubique por encima de las sociedades y juzgue las creencias y
actitudes de comunidades culturales específicas. Las ideas y
criterios de justicia están inmersos en grupos y colec-
tividades culturalmente específicas con una vida comunal y
orgánica que les es propia dentro de la cual cobra sentido su
específico discurso sobre la justicia. Para el comunitarismo la
pregunta no es «¿qué es justo?» sino «¿de quién es la justicia
de la que estamos hablando?».
Este comunitarismo epistemológico queda expresado con
fuerza en Mac- Intyre (1981), quien afirma que los criterios
impersonales y abstractos no tienen ningún significado fuera
de los confines de las prácticas sociales, es decir,
cualquier forma coherente y compleja de actividad humana
cooperativa establecida socialmente, a través de la cual se
realizan los hienes internos a esa forma de actividad al
tiempo que se intentan alcanzar aquellos niveles de
excelencia que son adecuados a esa forma de actividad -y
parcialmente definitivos para ella-, con el resultado de que
los poderes humanos para alcanzar la excelencia -y las
concepciones humanas de los fines y los bienes implicados-
son sistemáticamente ampliados (p. 175).
Las prácticas se funden en diferentes tradiciones culturales
que confieren significado e importancia a las prácticas que
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contribuyen a su realidad social. Estos antecedentes
culturales proporcionan la base necesaria para que exista un
discurso moral válido. Más recientemente Maclntyre ha
reafirmado que los pensadores y pensadoras «sólo pueden
ser entendidos adecuadamente cuando se les ubica en el
contexto de las tradiciones» (Maclntyre, 1988, p. 8), pero lia
reconocido que cuando las tradiciones se quiebran hay un
período de crisis epistemológica en el que éstas podrían
importar elementos previamente ajenos para formar un
nuevo sistema cultural, y «las distintas pretensiones de
verdad de las tradiciones de investigación rivales dependen
para su vindica-
ión de la adecuación y del poder explicativo de las historias
i