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Sí, se puede gustar de "Central do Brasil", de Walter Salles, y no gustar de "La vida es
bella", de Roberto Benigni. No es patriotada o incorrección política: es sólo el ejercicio
del discernimiento
El elogio de la compasión
Me permito intervenir en este debate, aunque un poco tarde, y declarar, para escándalo
general y tal vez para la condenación completa de Walter Salles en el futuro Brasil socialista,
que es una película de ideología marcadamente conservadora; que ahí reside su originalidad
en el panorama del cine brasileño; y que todos sus defectos provienen de que su director
intentó hacerlo con los recursos narrativos disponibles creados por dos generaciones de
cineastas de izquierda, lo que resulta en una cierta confusión y vacilación en un trabajo que
no por esto falla a aquella singular elocuencia directa que es una de marcas de la sinceridad.
Para hacer más comprensible esta idea, hay que recordar que en Brasil hoy en día sólo
hay, estrictamente hablando, dos corrientes políticas: los socialdemócratas que están en el
gobierno, los comunistas que están en oposición. Los pocos liberales que solo dejaron
sobreviven gracias a una alianza habilitante con los socialdemócratas, a quienes se han vuelto
serviciales. No hay un partido conservador, y en el ámbito de la cultura, alguna idea
conservadora es, a priori, prohibida como cosa criminal -Este no es sólo por un acuerdo
tácito, sino por la acción ostensible y cada vez más prepotente de los autodenominados
comités de censura. En el campo de la educación y los valores morales, los socialdemócratas
sostienen un discurso idéntico al de los comunistas, pero como en el campo económico pasan
por alto las políticas del FMI (de hecho, menos por convicción que por falta de imaginación)
fueron designados por los medios de comunicación de izquierda el rol de derecha ad hoc, lo
que hace que el gobierno, en cuanto más ceda a la presión comunista fuera de las cuestiones
económicas, más sea acusado de derechista e incluso fascista a causa de su manejo de estos
temas. Un gobierno socialdemócrata, liberal de la boca para afuera y de mala gana, es puesto
en fin como la única derecha posible en el Brasil de hoy, y se convierte en el objetivo de un
discurso condenatorio idéntico, en todos los aspectos, a aquel que se dirigía en los años 60
contra la derecha militar, que resulta ser, para todos los fines de la imagen de los medios de
comunicación, perfectamente indistinguible.
Bien sé que esta situación tiene un toque de demencia, que en ella ninguna idea o
palabra corresponde exactamente a las cosas que se designan y, que al final, todo discurso
político de Brasil se parece a un actor que pretendiese representar a Hamlet con los discursos
de Otelo.
El hecho es que, de esta manera, nada se ve y todo lo que se logra es hacer que la
discusión vaya a parar mucho más allá de su objeto en cuanto más se aproximan aquellas
opciones ideológicas estereotipadas que la resumen. Por el hecho es que la transformación
de Dora es demasiado superficial para ser, en sí misma, el núcleo de la historia. Dora no es
tan mala al principio ni es tan buena al final. Esta transformación no puede ser la esencia de
la trama por una razón muy simple: el cambio decisivo se produce luego del principio, cuando
la farsante aprovechadora toma por primera vez en su vida una decisión moral, arriesgando
todo para salvar a un niño que apenas conocía. A lo largo del resto de la historia, ella no pasa
por ningúna otra toma de conciencia más profunda, pero por una progresiva y pasiva
acomodación a las nuevas circunstancias de su existencia, los resultados irremediables de la
elección inicial. Si nos damos cuenta de que en el curso de la narración ella pasa de la
condición de una modesta pero estable soltera de clase media baja (en los estándares
brasileños, entiendase) para terminar como una desempleada errante y miserable, vemos que
su situación externa ha cambiado mucho más que su ideas y sentimientos.
La ciudad del diablo y el sertao de Dios -no hay manera de evitar el paralelismo con
el gran clásico del conservadurismo en la literatura portuguesa, la novela "La ciudad y las
montañas", de J. M. Eca de Queiroz. Así como el rico Jacinto de la novela, el muchacho
pobre y la empobrecida solterona de 'Central de Brasil' emprenden un viaje hacia el centro,
que, si no los eleva al cielo, los devuelve, al menos, desde el infierno a un mundo normal y
en el que todavía puede brillar una sonrisa.
Puede que no sea irrelevante recordar que el título de la película -"Central do Brasil”-
es el nombre de un ferrocarril, ahora reducido a transporte de carga y la conexión a los
suburbios, que antes era el principal medio de transporte para la población pobres entre las
grandes ciudades y en el centro del país, entre el nuevo y el viejo Brasil. Rehaciendo por
carretera el camino del antiguo ferrocarril, Dora y Josué descubren, en cierto modo, que el
orden de los factores se invierte ahora: Brasil "nuevo" es un infierno sin esperanza, Brasil
"viejo" es un nuevo mundo que nace. No se necesita nada más para demostrarlo que la
elocuencia misma de una trama que lleva a los dos héroes desde un infierno aprisionador
donde venden niños para extraer sus órganos, hasta un escenario primitivo donde las personas
tienen nombres bíblicos y se ganan la vida con el oficio evangélico de la carpintería; desde
la brutalidad de la vida urbana hasta un mundo arcaico, donde la savia de la vida brota de los
valores tradicionales: la familia, la religión, la humildad, el trabajo. En el viaje de regreso, el
encuentro con el camionero marca con precisión el medio del camino. Este personaje todavía
tiene un pie en el viejo Brasil, por el apego a esos valores; pero ya forma parte de la
modernidad, en la medida en que él los recibió, un poco cambiados, por el sesgo de las nuevas
sectas evangélicas importadas de los Estados Unidos. El puede llevar a Josué y a Dora hasta
cierto punto -pero como el PSDB, da un paso atrás asustado ante la perspectiva de un
compromiso profundo. Si se casa con Dora, constituiría la mímica más moderna de la familia,
pegando trozos de familias dispersas. Sería un buen happy end para las políticamente
correctas telenovelas de la Globo. En "Central do Brasil", eso no sirve. Adiós, PSDB: es
necesario ir más profundo, reencontrar la familia original, la antigua religión, la verdadera
raíz. Entre el "mundo" y el "alma", en el sentido bíblico de los términos, no hay complicidad
posible.