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Reivindicaciones feministas en y tras mayo del 68: Horizontes y contradicciones.

Partiendo de los acontecimientos sucedidos en el año 68, mi comunicación se articulará


en torno a tres momentos históricos del feminismo durante los que se despliegan tres
variantes teóricas o formas de comprender la relación entre el género y la clase. En
primer lugar, la ruptura postsesentaiochista de las reivindicaciones de mujeres con el
resto de movimientos contestatarios; en segundo lugar, la explosión del feminismo
como catalizador de una serie de movimientos identitarios a lo largo de la década del 80
y el subsiguiente olvido del eje de clase; y tercero, la consolidación del feminismo
neoliberal ya entrado el siglo XXI bajo las nuevas formas de producción y consumo
posfordista.

1.
Si bien, como ha señalado Cinzia Arruzza en Dangerous liassons, el impulso que
tomaron las luchas de las mujeres y su elaboración teórica no habría sido posible sin el
contexto de agitación creado por el 68 y los movimientos que lo sucedieron (61), es
precisamente a partir de la experiencia del 68 cuando se produce una escisión entre el
movimiento estudiantil, el obrero y los colectivos de feministas. Durante mayo se llega
a un impasse tanto en la cuestión de la representación como en la de las temáticas a
reivindicar.
Es conocido y ha sido profundamente señalado y criticado el papel periférico que se les
asignó a las mujeres en la revuelta de mayo; en los diferentes comités de acción, en las
Asambleas Generales de la Soborna, Nanterre o Censier. Es también sabido el uso
sexualizado que se hizo de las imágenes del cuerpo femenino para generar un discurso
ficticio y descafeinado de lo que fue tanto la revolución como el papel de las mujeres en
la misma.
Este papel periférico se puede comprobar directa y abiertamente con un dato puramente
objetivo que nos permite situarnos en la problemática. En su libro Mai retrouvé Jacques
Baynac relata prácticamente minuto a minuto todo lo que ocurrió en cada uno de los
tiempos y los espacios de mayo. Salvo un puñado de intervenciones en asambleas que
nunca derivan en nada más, en 400 páginas solo dedica un par de ellas a la profesora de
secundaria Elisabeth Brünner, integrante del Comité de Acción Trabajadores-
Estudiantes de Cersier. La momentánea protagonista viaja a la provincia de Troyes a
entablar contactos con trabajadores de las fábricas fuera de París, y, según el relato que
nos hace Baynac, en el mismo momento en el que Brünner inicia su discurso ante el
público obrero, se pregunta: «Por qué estudio historia? ¿Por qué soy profe? ¿Por qué no
estoy en un grupo político? Porque soy mujer», se responde a sí misma, «intento
adquirir vocabulario para imitar el estatus masculino».
Baynac en este mismo capítulo dedica un par de párrafos idealistas sobre la supuesta
abolición de las antiguas relaciones entre hombres y mujeres en el marco de la revuelta:
«Los chicos parecen estar esperando algo de las chicas. Ellas se sienten investidas de
cierta responsabilidad. Se descubren capaces de tener iniciativas en todos los dominios.
Y de la misma forma que gestionan las míseras economías del grupo [...] también
deciden como todos los demás, sobre las acciones políticas». Baynac parece no darse
cuenta de la diferencia entre poder votar y poder proponer, y parece incluso querernos
decir que las voces de, como él mismo dirá, «chicas que se atrevieron a hablar, por fin»,
lo hicieron a instancias de unos compañeros que pensaron que eran realmente válidas
para hacerlo y les dieron una oportunidad. La propia Elisabeth Brünner manifestará su
desencanto ante cierto espejismo de igualdad que se instauró en el movimiento de la
siguiente forma: «Supe que mayo había terminado cuando, después del 24, un tipo se
puso a ligar conmigo en la escalera de Cersier. Era la reinstauración del viejo orden. Y
yo volvía a ser una tía» (Baynac, 258).
Para ser históricamente justos, cabe decir que es cierto que sólo en los Comités de
Acción de Censier se elaboró cierto pensamiento político fuerte sobre la desigualdad de
género y se manifestó la voluntad de «destruir los tabús en torno a la inferioridad sexual
de la mujer» (276). Asimismo se hace hincapié en la doble moral que portan las
mujeres: la moral sexuada y sexual, es decir, tanto las asignaciones de género que se
establecen en los espacios como en la sexualización de la imagen de las mujeres. Pero el
propio relato de Baynac se delata: eran ellas las que gestionaban la economía y los
víveres, organizaban la cocina y repartían las comidas. Es decir, como hace apenas unas
semanas comenzó Angela Davis su intervención en el gran congreso de París sobre
mayo, Global 68, "We did the housework of the movement". Parece que Godard en su
película La chinoise del 67, además de preconizar la revuelta, también preconizó sus
sesgos de género y clase con el fantástico personaje que encarna Juliet Berto, [...] la
sirvienta que vino a la capital desde campo y que acabó prostituyéndose y limpiando los
barrios ricos de París. Tras escapar a esos trabajos miserables para las clases altas acaba
por integrarse en el cenáculo de estudiantes radicalizados. El problema es que también
para ellos acaba fregando los platos y limpiando el piso de estos jóvenes maoístas que
se forman, estudian y planean llevar a cabo una revolución violenta. También en aquel
piso estallan las contradicciones de género, de clase y de roles políticos dentro del
trabajo revolucionario.
Es más, las mujeres del movimiento y las que participaron de las protestas, sufrieron
una violencia policial machista, y específicamente sexual. El libro negro de las
jornadas de mayo menciona cómo en numerosas ocasiones la policía trataba a las
manifestantes de «putains dont ils allaient s'occuper» [putas de las que habría que
ocuparse], u otras expresiones como: « Espece de salope, on va te faire desfiler dans les
rues de Paris à poil» [Pedazo de guarra, te vamos a hacer desfilar por las calles de parís
en pelotas]. Según la autora del libro recientemente publicado De grands soirs en petits
matins, Ludivine Bantigny, estas formas de violencia específicas sobre las mujeres
durante las protestas son poco pensadas y poco criticadas en el marco de las protestas.
Las mujeres del movimiento se vieron reducidas a su sexo. Se sexualizaron sus cuerpos,
se domesticaron sus prácticas y se utilizaron sus imágenes de forma sexista. Un buen
ejemplo, lo podemos ver en un montaje que realizó la Internacional Situacionista que,
como dice la autora, "acostumbrados a pensar la reificación de las relaciones sociales y
el fetichismo de la mercancía", utilizaron el cuerpo de una mujer exuberante con sus
pechos expuestos que rezaba: "Ah... la Internacional Situacionista...".
Otra de las contradicciones que se desarrollaron en torno al género fue la necesidad de
denunciar las violencias sexuales y las violaciones a mujeres, esto es, también en el
terreno jurídico. El trabajo de la socióloga Jean Bèrard (2014) ha mostrado la
contradicción que se vivió en el mismo movimiento y en los años inmediatamente
posteriores entre la necesidad de tipificar penalmente violencias sexuales tan graves
como la violación, y el movimiento de liberación de las prisiones o la creación de una
justicia popular, como se reivindicaba desde los círculos maoistas y troskistas. Incluso,
tras un momento de revueltas en las prisiones, varios movimientos feministas
consideraron "las normas y las disposiciones jurídicas los pilares de las instituciones
patriarcales a combatir" (71). Es decir, durante este periodo tuvo lugar una crítica
radical de una serie de sistemas institucionales, como el sistema penal que, por otro
lado, precisaba ser abordado con urgencia desde una perspectiva feminista.
Es más, contrariamente a lo que se tiene como el imaginario de mayo del 68, donde "la
revolución sexual" cobra una centralidad inusitada, a decir verdad, como se señala en el
reciente 1968. De grand soirs en petit matins, "en la Francia de 1968, incluso entre sus
franjas más controvertidas, la sexualidad es poco abordada. "Cuanto más hago la
revolución, más quiero hacer el amor": son sólo algunas palabras, lanzadas contra un
muro de mayo. Ciertamente hay muchos otros lemas sobre el tema: el incisivo "¡no te
sientas como en casa, joder! ", o el "disfrutemos sin impedimentos". Pero estas pintadas
son realmente una anécdota si las comparamos con los cientos de octavillas que desde
los comités de acción se redactaban para expandir los ejes teóricos y políticos
fundamentales del movimiento, la solidaridad y la unión con el movimiento obrero.
Es cierto que, sobre todo en los comités de acción de institutos de secundaria, se
elevaron reivindicaciones para una mejor o real educación sexual que terminasen con
las viejas obligaciones sexuales asociadas a las mujeres. Nos referimos a «los deberes
conyugales», o los prejuicios sociales hacia la masturbación. Pero sobre todo, la
principal de las reivindicaciones en torno a la sexualidad era el acceso a contraceptivos.
«Eh bien, si je suis enceinte, c'est simple, je me suiciderai». Pero es absolutamente
necesario reincidir en que en mayo las reivindicaciones de índole sexual fueron
minoritarias. Muy por el contrario, como ha señalado Kristin Ross, en las
conmemoraciones televisivas de las revueltas la temática de la revolución sexual se
centraliza y los principios mayoritariamente marxistas que movilizaron a los estudiantes
quedan reducidos a la búsqueda de una mayor autonomía personal, llegando incluso a
ser denominado lo sucedido en mayo y junio (entre otras cosas, la batalla campal contra
la policía en el barrio latino y una huelga de 9 millones de trabajadores), como la 'gran
revolución cultural liberal/libertaria'.
Como escribiese Maurice Godelier, las desigualdades aquí contempladas, "no sólo se
explican sino que se justifican. Un orden social provisional se convierte en un orden
natural ineludible". El evento de 1968 ayudó a revelar estos mecanismos. Las mujeres
desempeñan un papel determinante en este ámbito, aunque este todavía fuese reservado
y prudente (277). Por otra parte es necesario mencionar algunas encuestas, citadas por
Ludivine Bantigny que afirmaban que la influencia del acontecimiento fue aun más
fuerte para las mujeres que para los varones. Un número mayor de mujeres que de
hombres manifestaron un sentimiento de pertenencia a la «generación del 68» (259).

2.
A pesar de la escena nada alentadora, también es cierto que sin aquel abandono de las
determinaciones sociales, de los y cito "desplazamientos que sacaron a la gente de su
ubicación en la sociedad, con el divorcio de la subjetividad política y el grupo social",
como también ha señalado Ross, mayo del 68 reprodujo socialmente los roles de género
pero las propias participantes del movimiento no quisieron aceptar esa asignación,
queriendo ser partícipes del movimiento de abandono de las determinaciones sociales
que, efectivamente nació de mayo. Como señala Arruzza, aunque la voz, opiniones o
ideas de las mujeres apenas tuvo ninguna relevancia en los comités de acción y las
Asambleas Generales, «la fuerza y la radicalidad de las luchas de las mujeres y su
elaboración teótica no habría no habría sido imaginable sin el contexto favorable creado
por el 68».
Mayo desencajó todo de su sitio, también a las mujeres, que no quisieron aceptar sin
más el papel que socialmente les estaba asignando la propia revolución. Y no parece
extraño tras lo visto, que los movimientos emancipatorios de mujeres postsesentaiocho
fuese también, hablando con Arruzza, el divorcio entre feminismo y movimiento obrero.
La reivindicación del carácter político del sexo y de la sexualidad, contra la centralidad
de la producción y de las relaciones de clase, ha representado uno de los elementos
constitutivos de la separación de los movimientos sociales mixtos operada por el
feminismo de los años setenta. Algo también comprensible si tenemos en cuenta cierta
cultura asfixiante y paternalista que, como señala Arruzza, promovió el partido
comunista a lo largo de varias décadas. Pero en los ochenta estalla una "miríada de
pequeños grupos que en la mayor parte de los casos se dedicaron a la práctica de la
autoconciencia", ello encadenado al éxito creciente de las filosofías posmodernas,
derivaron en un serio desplazamiento del eje de clase en los textos teóricos feministas
mayoritarios ya entrada la década de los 80.

Por tanto encontramos otra contradicción que dio inicio a la segunda ola del feminismo,
la reivindicación de la vida privada de las mujeres en el espacio político y
revolucionario y la consiguiente introducción de las políticas de identidad. La
centralidad que la segunda ola dio a la identidad entorpeció y ralentizó la llegada de un
feminismo interseccional, puesto que las condiciones materiales que causan las tan
reivindicadas 'identidades', quedaron relegadas. El imperio de la identidad dejó de lado
líneas de trabajo como la iniciada a mediados de la década del 70 por la alemana Maria
Mies y su grupo de trabajo, acerca de la íntima relación entre la gratuidad del trabajo
femenino, la acumulación originaria, la división sexual e internacional del trabajo y las
formas de violencia ejercida contra las mujeres. No podemos dejar de mencionar la
influencia que tuvieron en Mies los trabajos de Mariarosa della Costa que, junto con
Selma James en el año 1972 publican The power of women and the subvertion of
community donde articula una crítica de la exonomía política de explotación de las
mujeres, base fundamental para el trabajo de Mies. Esta larga línea de trabajo se
materializó a mediados de los 80 en Patriarchy and accumulation on a world schale,
women in the international division of labour (1986), obra fundamental de la que Silvia
Federici se ha declarado deudora en numerosas ocasiones.

La segunda ola del feminismo, inspirándose fuertemente en los movimientos


afroamericanos, extrajo el descubrimiento de la diferencia como proceso de afirmación
y de diferenciación de la propia identidad, pero en cambio indujo al abandono de los
factores interseccionales entre clase, raza y género. Este olvido, y doy un salto muy
rápido para concluir porque no tenemos más tiempo, ha desembocado actualmente en
movimientos feministas de corte neoliberal que reivindican sujetos "libres" plenamente
implicados en los modelos de consumo capitalista y despojados ya de cualquier
conciencia de clase.
Concluyo con Butler que «El establecimiento de las luchas sociales a partir de la
reivindicación de identidades separatistas no supone «simplemente un problema de
coexistencia, sino de que la política de la formación del sujeto diferencial». También
que dentro de los modelos de explotación y opresión contemporáneos estas intentan
movilizar a las feministas progresistas sexuales y raciales contra la capas de población
empobrecida, o simplemente darla por desaparecida, lo cual es aun más triste. Concluyo
también con Arruzza que «La opción separatista que ha acompañado en muchos casos la
reivindicación del primado de la lucha contra el patriarcado respecto a todas las demás y
a la definición de los hombres y de las mujeres como clases de sexos antagonistas,
difícilmente ha contribuido a la construcción de una política eficaz a favor de las
mujeres. [Sino más bien] al aislamiento y al repliegue sobre sí mismo del movimiento
feminista, al desplazamiento hacia la vertiente exclusiva de la crítica ideológica y
cultural (133).

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