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Traducción de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum

LA CULTURA OBRERA
EN LA SOCIEDAD
DE MASAS

richard hoggart

v v y i siglo veintiuno
editores
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina
CERRO DEL AGUA 2 4 8 , ROMERO DE TERREROS GUATEMALA 4 8 2 4 , C 1425B U P
0 4 3 1 0 MÉXICO, D.F. BUENOS AIRES, ARGENTINA ¡
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ALMAGRO 3 8 ALMAGRO 3 8 DIPUTACIÓN 2 6 6 , BAJOS
2 8 0 1 0 MADRID, ESPAÑA 2 8 0 1 0 MADRID, ESPAÑA 0 8 0 0 7 BARCELONA, ESPAÑA
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H oggart, R ichard
La c u ltu ra o b rera en la sociedad de masas.- I a ed.- B uenos Aires:
Siglo V eintiuno Editores, 2 0 13 .
368 p.; 16 x 23 c m * (Antropológicas / / dirigida p o r A lejandro
Grim son)

T raducido por: Ju lieta B arba y Silvia Jaw erbaum / /


ISBN 978 - 987 - 629 - 299-3

1 . Sociología. I. Barba, Ju lieta, trad. II. Jaw erbaum , Silvia, trad. III.
T ítulo
CDD 301

T ítulo original: The Uses of Literacy: Aspecls o f Working-class Life, wilh


Special Reference io Publications and Entertainmenls, by C hatto 8c W indus

© 19 5 7 , R ichard H oggart

© 2013 , Siglo V eintiuno E ditores S.A.

D iseño.de cubierta: P eter Tjebbes

ISBN 9 78 - 987 - 629 - 299-3

Im preso en Artes Gráficas Delsur / / Alm irante Solier 2450, Avellaneda


en el m es de mayo de 2013

H echo el depósito q u e m arca la ley 1 1.7 2 3


Im preso en A rgentina / / M ade in A rgentina
Indice

Presentación 9
Simón Hoggart

Introducción 13
Lynsey Hanley

Agradecim ientos 31

Prefacio 33

Nota del autor sobre el texto 35

PARTE I
UN ORDEN “MÁS ANTIGUO”

1. ¿Quiénes integran “la clase trabajadora”? 41


Cuestiones de enfoque 41
U n esbozo de definición 45

2. Paisaje con figuras: un escenario 55


U na tradición oral: resistencia y adaptación. U n m odo
de vida form al 55
“No hay n ada como la p ropia casa” 61
La m adre 67
El padre 79
El barrio 83

3. “Ellos” y “nosotros” 95
“Ellos”: respeto p o r uno mismo 95
“Nosotros”: lo m ejor y lo peor 102
“Tomarse la vida como viene”: “vivir y dejar vivir” 112
6 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

4. El mundo “real” de la gente 121


Lo personal y lo concreto 121
“Religión prim aria” 129
Ilustraciones del arte popular: Peg’s Paper 136

5. La vida plena 149


La inmediatez, el presente, la alegría: el destino
y la suerte 149
“La aspidistra más grande del m u n d o ”: incursiones
en el “barroco” 156
Ejemplos del arte popular: el canto en los clubes 164

PARTE 11
DAR LUGAR A LO NUEVO

6. Destemplar los resortes de la acción 183


Introducción 183
Tolerancia y libertad 188
“Todo el m undo lo hace” y “Toda la b anda está aquí”:
sentido de pertenencia al grupo e igualitarismo
dem ocrático 191
El vivir en el presente y el “progreso” 202
Indiferencia: “personalización” y “fragm entación” 207

y. Invitación al m undo del algodón de azúcar: el nuevo


arte de masas 217
Los productores 218
El proceso ilustrado: (i) sem anarios para la familia 222
El proceso ilustrado: (ii) canciones populares
comerciales 232
Las consecuencias 241

8. El nuevo arte de masas: sexo en envases atractivos 255


Los chicos de la rocola 255
Las revistas “picantes” 259
Novelas de sexo y violencia 265

9. Resortes destemplados: nota sobre un escepticismo


sin tensión 281
Del escepticismo al cinismo 281
Algunas figuras alegóricas 290
ÍNDICE 7

10. Resortes destemplados: nota sobre los desarraigados


y los angustiados 297
El alum no becado 297
El lugar de la cultura: nostalgia p o r los ideales 310

Conclusión 323
Resistencia 323

Bibliografía 353

Entrevista a Richard Hoggart 361


por Beatriz Sarlo
Presentación
Simón Hoggart, 2009*

L a cultura obrera en la sociedad de masas se publicó p o r prim era


vez en m arzo de 1957. En ese m om ento, los H oggart vivíamos en Ro-
chester, Nueva York, d o n d e mi padre h abía ido p o r u n año a com pletar
un p ro g ram a d e intercam bio de la U niversidad de H ull, d o n d e enseña­
ba literatu ra inglesa. Dios sabe qué pensarían los estadounidenses de
esa ciudad leg en d aria sobre el H um ber, d o n d e el racionam iento aún
no había q u ed ad o atrás, el olor a pescado a veces se sentía en toda la
ciudad y los sitios d o n d e habían caído las bom bas p arecía que quedarían
vacíos para siem pre. La experiencia de viajar en la dirección contraria
generó en m í u n am or p erm an en te p o r los Estados U nidos, su calidez,
su energía, su belleza, y, para u n n iño de 10 años com o yo ten ía en ese
entonces, su com ida. Mi padre percibía el sueldo dé G ran Bretaña, que
en los Estados U nidos era prácticam ente nada, p ero incluso con el poco
dinero con q ue con tab an él y m i m adre se las in g en iaron p ara llevarnos
a mis herm anos y a m í a reco rrer el país, al m enos la costa Este: W ashing­
ton, Virginia, las m ontañas A dirondack, Nueva York, Nueva Inglaterra, e
incluso llegam os a C anadá. Nos trasladábam os a todas partes en u n viejo
De Soto bicolor, u n o de los últimos autos estadounidenses con form a de
renacuajo y n o de ataúd. Para nuestra sorpresa, allí los autos tenían ra­
dio. Elvis h ab ía surgido hacía poco y m i m am á decía q ue después de un
tiem po nad ie lo recordaría. Hace más de tres décadas que Elvis m urió y
ella todavía sigue viva.
Mi pad re h ab ía dejado el m anuscrito de La cultura obrera en la sociedad
de masas en C hatto & Windus, en Londres. La publicación no fue un
proceso sencillo ni estuvo exenta de problem as. U na de las secciones
más recordadas del libro es la que critica la literatu ra barata y la prensa
sensacionalista, ilustrada con ejem plos y acom pañada p o r com entarios
peyorativos. C hatto contrató a u n abogado que le advirtió qué la sección

* P erio d ista d e The Guardian, es el hijo de R ichard H oggart.


ÍO LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

podía d ar lugar al inicio de acciones legales. Se habló de dem andas por


un m illón de libras esterlinas, u n a sum a que, si hoy es m ucho dinero, en
ese entonces era u n a enorm idad. Lejos de elim inar la sección entera, mi
padre pensó que la única m an era de solucionar el problem a era m aqui­
llar lo que había escrito.
No le llevó m ucho tiem po y hasta disfrutaba con la tarea. En especial,
le divertía inventar títulos p ara las novelas de sexo y violencia. U no de
ellos, Death Cab for Cutie [Taxi de la m uerte para u n a chica], tuvo una
vida que trascendió el libro de mi padre, pues un integrante del grupo
de rock Bonzo Dog Doo-Dah Band, que debe haber leído el libro, com­
puso u n a canción con ese m ism o título. Tam bién hay u n a escena curiosa
en la película de los Beatles Gira mágica y misteriosa, en la que el grupo
in terp reta la canción en u n sórdido cabaret. (Derek Taylor, quien fuera
agente de prensa de los Beatles, hoy fallecido, me com entó que George
H arrison había sido u n adm irador de la obra de m i padre.) Años más
tarde, u n grupo estadounidense de la costa Oeste deb e h aber escuchado
la canción y eligió el título com o nom bre p ara su banda. Los D eath Cab
for Cutie fueron m uy exitosos, y mi propio hijo, que tam bién se llam a Ri­
chard H oggart, es u n o de sus adm iradores. La transm isión generacional
tiene estas ironías.
Regresamos a Inglaterra eri el Empress ofBritain en el verano de 1957.
(El año an terior habíam os viajado a A m érica en el Queen Elizabeth; y ese
fue el últim o año en q ue la cantidad de viajeros que cruzaron el Atlántico
en barco superó la de las personas que viajaron en avión.) Nos encontra­
mos con que La cultura obrera en la sociedad de masas se había convertido
en u n éxito editorial. (A los dos meses de su lanzam iento iba ya p o r la
tercera reim presión.) Para las personas de cierto.tipo y de cierta clase
social, el libro era de lectura obligatoria.
U no de sus adm iradores fue Tony W arren, el creador de Coronation
Street, que más tarde le dijo a m i padre que, gracias a su libro, él se había
dado cuenta de que era posible escribir u n a buena telenovela con per­
sonajes de la clase trabajadora. De hecho, la vida de la clase trabajadora
estaba prácticam ente ausente de la televisión, salvo p o r los habitantes del
East E nd londinense y su acento típico o los soldados originarios del N or­
te, o los escasos docum entales en los que entrevistados de Clase m edia
expresan su preocupación p o r las condiciones de vida de los pobres. Y a
W..H. Auden, sobre quien m i padre escribió su p rim er ensayo, le gustó
m ucho el libro y le envió u n a carta muy extensa.
Mi padre em pezó a aparecer en program as de televisión, algo que hoy
en día no significa m ucho, ya que casi todo el m undo aparece en alguno.
PRESENTACIÓN II

En esa época, sin em bargo, estar en la televisión era motivo de orgullo


y entusiasm o, incluso cuando eran m uchos los que todavía no tenían
un aparato en su casa. R ecuerdo que nuestros vecinos se apiñaban en
nuestra sala para verlo aparecer en la pantalla hablando de educación en
algún program a vespertino de dom ingo.
Esto llevó directam ente al siguiente gran m om ento: eljuicio p o r la p u ­
blicación de El amante de Lady Chatterley, en 1960. Alien Lañe, el fundador
de Penguin, se había entusiasm ado con La cultura obrera en la sociedad de
masas y lo había publicado en form ato de bolsillo. Pensó que mi padre
sería u n b uen testigo en elju icio , pues tenía cosas en com ún con D. H.
Lawrence y, aunque era académ ico, no vivía en una torre de marfil. Mi
padre, que estaba interesado en e lju ic io , advirtió que m uchos testigos
se habían dejado in tim idar p o r las intervenciones de Mervyn Griffiths-
Jones, el representante de la fiscalía, y se propuso no caer en la misma
tram pa. Todavía hoy se recuerda su intercam bio con el fiscal sobre la
aplicación de la palabra “p u ritan a” p ara definir la novela; “sí, y tam bién
em ocionante y tiern a”, añadió. Y u n o de los m om entos más evocados
fue cuando Griffiths-Jones protestó: “¿Reverenciar? ¿Reverenciar cuánto
pesan las bolas de u n h om bre?”.
El aporte de mi p adre fue im portante, quizás haya sido crucial, aunque
el resultado haya estado decidido de antem ano, cuándo el fiscal se diri-
:.gió p o r prim era vez al ju ra d o . Después supe p o r el hijo de Griffiths-Jones
qújé él siem pre p reparaba sus alegatos con sumo cuidado. Pero com o era
evidente que lo estaba haciendo tan bien, pensó que podía arriesgar u n a
p reg u n ta im provisada y allí fue cu ando lanzó la famosa y fatídica frase
¿Ustedes q u errían que sus esposas o criadas leyeran este libro?”
Desde Penguin le p idieron a mi p ad re que escribiera la introducción a
la prim era edición “legal” del libro y su nom bre aún aparece en el ja rro
de té de P enguin que conm em ora la publicación de la novela. Recibió
sólo 50 libras p o r el encargo, hecho algo irritante si se considera que se
vendieron tres millones de ejem plares, si bien, com o solíamos decirle,
nadie com praba el libro p o r la introducción. A ún hoy se sigue hablando
de ese juicio. H ace algunos años, la BBC produjo otra película sobre
el caso, con guión de A ndrew Davies; naturalm ente, el guionista consi­
deró que el filme no tenía tanto sexo com o debería, así que agregó un
rom ance en tre dos m iem bros del ju ra d o . El papel de mi padre lo inter­
p retó David T ennant, con las patillas que caracterizaban a su personaje
en Doctor WJio.
La cultura, obrera en la sociedad de masas siguió vendiéndose m ucho en
u n a edición tras otra. A m í me sorp ren d e el hecho de que a veces lo cita
12 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

gente que jam ás lo h a leído, y q ue cree que es poco más que una glori­
ficación de la vida de la clase trabajadora y u n intento p o r denigrar las
virtudes de la “clase m ed ia”. De hecho, nuestros padres tenían de esas
virtudes a m ontones: eran m uy trabajadores, leales a la familia y más
prudentes que ahorrativos. Algunas personas lo asocian con los exám e­
nes para ingresar a la universidad, y esos libros, no im porta sin son de
Shakespeare o de Dickens, rara vez se olvidan del estigma.
Pero siendo hijos de R ichard H oggart, mis herm anos y yo hem os perdi­
do la cuenta de la cantidad de personas -jubilados, gente de clase m edia,
innum erables estudiantes, trabajadores de los m edios y hasta legisladores
y m inistros- que se nos han acercado para decirnos que el libro no sólo
reflejaba su h istoria sino que h ab ía echado luz sobre sus propias vidas.
Introducción
Lynsey Hanley, 2009*

La cultura obrera en la sociedad de masas es u n o de los pocos li­


bros fundam entales sobre la sociedad británica que se h an publicado en
los últim os cincuenta años. Está en tre los prim eros libros que lee todo el
que tiene u n interés genuino p o r las clases sociales p ara tratar de com ­
p re n d e r p o r qué esta nación igualitaria en apariencia, con u n servicio
de salud pública abierto y un a educación subsidiada, favorece u n a rígida
división entre clases sociales,njue se transm ite de generación en genera­
ción. Escritores, profesores y académ icos citan todo el tiem po el libro,
considerado com o u n a fuente inagotable de consulta y un repositorio
de la m em oria de los hom bres -y las m u jeres- inteligentes del público
general, para quienes ha sido escrito; personas que en él vieron refleja­
dos sobre el papel p o r prim era vez sus intereses y experiencias. D ebería
ser u n a reliquia: n in g ú n lector que sea dos generaciones más joven que
H oggart d ebería sentirse identificado con las descripciones de cóm o era
crecer y vivir en u n en to rn o de clase trabajadora en la década de 1930.
Sin em bargo, a pesar ele las transform aciones sociales y económ icas que
han tenido lugar desde la publicación del libro en 1957, hay miles de
lectores que siguen viendo escenas de su vida e n los párrafos del texto.
Las condiciones m ateriales de la m ayor parte de la clase trabajadora
h an m ejorado n otablem ente en tre los días de la infancia de Hoggart,
en los años treinta, y los últim os años de la década de 1950, cuando, de
acuerdo con H arold M acmillan, se po d ía decir que los británicos “nunca
habían estado tan b ie n ”. Pero m ientras que esas condiciones h an ido m e­
jo ra n d o con el tiem po -m ejores sueldos, m enos horas de trabajo, bienes
más accesibles-, la falta sistemática de equilibrio en tre la form a en que
los productores de cultura ven la cultura de la clase trabajadora (es basu­
ra, p ero eso es lo que les gusta) y la form a en que la ven los consum idores

* A utora de Eslales: an Intímale Hislary, y co lab o rad o ra en diversas


publicaciones, com o The Guardian, Daily Telegraph, New Slalesman, Prospecl y
Times Lilerary Supplement, e n tre otras. Investigadora en L ancaster University.
1 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

(es basura, pero es lo q ue nos ofrecen) no se h a modificado. Con gran


visión de futuro, H oggart habla de la depredación cultural que tendría
lugar si se m an ten ían esas falsas divisiones, que se increm entarían en los
años cincuenta con la accesibilidad de los medios de comunicación “masi­
va”. Dadas las m ejoras e n la educación, la salud y los ingresos de la mayo­
ría a lo largo del siglo XX, hoy deberíam os estar más cerca que nunca de
la “sociedad sin clases”, pero esto no es así; m uchas cosas deberían hab er
cam biado y eso no ha ocurrido, y m uchas de las razones de esta inercia
aparecen m encionadas en este libro.
Esta o b ra describe con sensibilidad y precisión la vida de la clase tra ­
bajadora e n tre las décadas de 1930 y 1950 en los centros urbanos del
no rte de Inglaterra, e n particular, Leeds, H ull y Sheffield, y otras ciuda­
des similares que v ieron crecer barriadas con hileras de casas adosadas
construidas p a ra alojar a los obreros con sus familias a m ediados del
siglo XIX. El texto es a la vez u n ensayo personal y un estudio novelístico
de personajes y de su en to rn o , un docurñento antropológico de gran*
valor y u n a convincente exposición de las heridas que recibió la sociedad
debido a la negación colectiva a valorar a todos sus m iem bros de m anera
igualitaria. Ubica al hogar, con la sofocante chim enea y la asfixiante proxi­
m idad de los m iem bros de la familia, en el centro de la vida de la mayor
parte de la clase trabajadora y destaca la im portancia del elem ento local
y fam iliar en la form ación de u n a visión del m undo que se opone a la
idea m arxista abstracta del obrero com o agente de la historia y poco más,
aparte de eso. De acuerdo con H oggart, en cambio, “las personas de la
clase trabajadora rara vez se interesan p o r las teorías o los m ovim ientos”:
si u n a idea no está ligada a lo real, “lo concreto y lo personal”, es muy
difícil que sea atractiva p ara aquellos a los que se pretende motivar con
esa idea. No se trata d e u n libro escrito para agradar a la nueva izquierda
de los años cincuenta ni a los activistas obreros que nunca habían visto a
ningún o brero en su vida -a l m enos, al obrero m edio, no com prom etido
políticam ente, y no al o b rero excepcional al estilo d e ju d e el O scu ro - Si,
aparte del trabajo, que definía el lugar de las personas de la clase traba­
jadora, su vida tran scu rría en -y p a ra - la esfera doméstica, ¿cuándo iban
a hacer la revolución?
Al ubicar el h o g ar e n el centro del retrato, H oggart desecha los su­
puestos de los elitistas culturales que preferían no considerar en sus
textos y análisis otras form as artísticas que las que aparecían en T h ird
Program m e (hoy, Radio 3), porque pensaban que no eran lo suficien­
tem ente valiosas. Al estudiar la im portancia de las postales picaras, las
m eriendas sustanciosas, las cenas de pescado y papas fritas y las revistas
INTRO DUCCIÓ N 15

fem eninas en el contexto de “la vida p len a”, H oggart dignificó ese m u n ­
do no expuesto sin ser condescendiente. Los m odos en que la clase tra­
bajadora creaba form as de vivir la vida eran “infantiles” y “aparatosos” en
su inm ediatez, p ero p o r esa razón estaban lejos de la “corrupción” y las
“pretensiones”. Ju n to a colegas como Raymond Williams y Edward (E. P.)
Thom pson, H oggart contribuyó a establecer u n foro académico para el
estudio de la literatura y la sociedad atravesando los límites entre clases,
un espacio en el que se form aron las bases de la disciplina que luego se
denom inó “estudios culturales”.
Además de m ostrarse sensible, en su trabajo H oggart m uestra su eno­
jo, su honestidad y su preocupación, que no llega a ser tem or, p o r el'
p oder de destrucción del cam bio social veitiginoso. La época en la que
se escribió este libro era un m om ento de transición entre la austeridad
obligada del racionam iento de la posguerra y la jovialidad exultante de
la abundancia de fines de la década de 1950. H oggart veía el crecim iento
del p o d e r adquisitivo de las masas desde u na doble perspectiva: com o
algo que liberaría a los desposeídos y que, no obstante, al mismo tiem ­
po y' de,m anera no tan visible en el corto plazo, podría quitarles lo que
poseían. Vio dónde podían surgir nuevas divisiones de clase, basadas en
nociones de gusto y- receptividad a cierto tipo de estrategias osadas y sim­
plificadas d e jo s estudiosos del m ercado, y no tanto en el m ero p o d er
económ ico; se dio cuenta de que, lejos de qu ed ar desterrado, el esnobis-
m p pod ía institucionalizarse p o r obra de productos culturales populares
talfes com o revistas, diarios sensacionalistas, la radio y la televisión, que
no tenían entre sus propósitos expandir las nuevas m entes alfabetizadas
sino m an ten er los gustos existentes. La voz corporativa de los nuevos
(productores “sin clase” era más disonante debido a que el lugar de po­
der que ocupaban ellos com o guardianes culturales los convertía, p o r
♦definición, en u n a nueva clase dom inante no aristocrática de posguerra.
Aun así, él creía en la sensatez y la resistencia de la clase trabajadora, y
en su capacidad de tom ar lo que quisieran de lo nuevo que se les ofre­
cía, y rechazar lo que no les gustaba. En los años sesenta, el académ ico
canadiense Marshall M cLuhan apuntaba que el p o d er de los medios de
com unicación radica en su form a y no en el contenido; la obra de H oggart
añade que esto asigna u na mayor responsabilidad a los productores cultu­
rales en el ejercicio íntegro y honesto de ese poder.
En u n principio, el libro iba a llevar p o r título “Los abusos de la cul­
tura”, y aunque H oggart se decidió p o r el título definitivo porque era
“m enos insolente”, en el contenido queda claro que el autor considera
que “abuso” es el térm ino adecuado para lo que describe. H oggart se re­
l6 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

serva los ataques más decididos para lo que él denom ina el “publicista de
m asas”, u na especie de “fábrica de h acer chorizos” publicitaria y editorial
cuyo propósito es producir la sensación de que “toda la banda está aquí”,
com o u n instru cto r de ojos saltones de las colonias de vacaciones Butlins,
y al m ismo tiem po ofrecer “tentaciones [...] [que] apuntan a la gratifi­
cación del yo y a lo que p u e d e denom inarse un ‘individualismo grupal
h ed o n ista’”. C uanto más num eroso es el público que crea u n publicista
de masas para sus superficialidades sin personalidad, m ayor es su ganan­
cia. H oggart vislum bró el surgim iento de u n a industrialización cultural
en la q ue la clase trabajadora - q u e ya h ab ía sido despojada de gran parte
de su h eren cia cultural ju n to con la m a te ria l- está

en algún sentido más abierta que otros grupos a los peores


efectos de los ataques de los com unicado res. [...] E ncontrar
el cam ino en sem ejante laberinto [de indulgencias] no es ta­
rea sencilla, sobre todo p o rq u e los artífices del entretenim iento
son propensos a ahuyentar el pensam iento subversivo de que
afuera p u ed e hab er otros territorios, m enos bulliciosos.

La cultura obrera en la sociedad de masas es u n a convincente refutación


de la fuerza avasallante del posm odernism o o, para usar el térm ino que
prefiere H oggart, el relativismo. El au to r vio con m ucha claridad lo que
la “persuasión” de las personas “sinceras” p o d ía ser en realidad en la cul­
tura de los m edios de com unicación de masas: un llam ado fuerte, tenso
y chillón para volvernos ciegos y sordos fren te a la dificultad de la verdafl.

Para H oggart, los publicistas de masas de los años cincuenta -figuras que
p re te n d e n llegar al corazón del hom bre-m asa de O rtega y G asset- son

más insistentes, más eficaces y [...] sus canales están más centra­
lizados y son más integrales que antes; [...] se está creando u na
cultura de masas; [...] los resabios de lo que fue al m enos en
p arte u n a cultu ra u rb a n a “de la g en te” están desapareciendo.

Esa cultura u rb a n a adoptó la form a visible de los vínculos estrechos, aun­


que inform ales, en tre vecinos, que se fo ijaban en los clubes de compras,
alm acenes de barrio, excursiones, bibliotecas públicas y, de m anera más
intangible, en u n conjunto de principios com partidos acerca de lo que
está “b ie n ”, lo que es “n atu ral” y lo que es “b u en o ” en la vida. De hecho,
esos principios se volvían tangibles sólo cuando se los transgredía. A pe­
IN TRO D U CCIÓ N 17

sar de la pobreza relativa generalizada, hacer d inero p o r el solo hecho de


hacer dinero se consideraba u n a p érd id a de tiem po, y ser “am bicioso”,
en el trabajo o e n el bingo, era u n signo del deseo egoísta de ro m p er filas
y hacer sentir a los dem ás que eran inferiores. Al escribir com o u n indi­
viduo que, más que ro m p er filas, las pasó p o r alto a lo largo de su vida,
H oggart advierte que la solidaridad puede d ar lugar al conform ism o,
u n a característica que las publicaciones y los productos que se diseñan
teniendo a las “masas” en m ente explotan sin piedad.
Antes de abocarse a la escritura del libro, proceso que llevó a cabo
en tre 1952 y 1956, H oggart había experim entado u n ascenso social ver­
tiginoso, desde su nacim iento en u n barrio hum ilde de casas adosadas
de Leeds y pasando, gracias a distintas becas, p o r la escuela secundaria
y la universidad, hasta dedicarse a la actividad académica. Antes de 1952
enseñó literatura, principalm ente a estudiantes de la clase trabajadora
que asistían a clases vespertinas coordinadas p o r la U niversidad de Hull
en ciudades tan alejadas com o Goole, en East Yorkshire, y Grimsby, en
Lincolnshire. En A Sort of Clowning, el segundo volum en de su autobio­
grafía, H oggart revela que el proceso de escritura de La cultura obrera en
la sociedad de masas fue lento y, p o r m om entos, tortuoso: “Era u n gran
pájaro en u n nido em ocional que ya estaba lleno, y yo a veces odiaba su
voracidad y que diera p o r sentado que h abía que alim entarlo a él pri­
m e ro ”. Pero su com pulsión in terio r coincidía con la fuerza del cam bio
exterior. Como sentía que su form ación lo había liberado y a la vez lo
había dejado a la deriva, sus ideas sobre la cultura de la clase trabajado­
ra en pleno proceso de cam bio no sólo despertaban su curiosidad, sino
que eran relevantes para él en el plano personal. A H oggart lo habían
criado su m adre, u n a viuda hum ilde que falleció cuando él tenía 8 años,
y su abuela; p o r instinto, le satisfacía que la clase trabajadora se h u b iera
librado de las constantes “caídas” p o r debajo de la línea de pobreza: “Mi
abuela y mi m adre h abrían tenido m uchas m enos preocupaciones en la
vida si hubiesen sacado adelante a la fam ilia a m ediados del siglo XX”.
Así y todo, las preocupaciones ten ían válvulas de escape p o r las que se
expresaban el m iedo y el ham bre; u n a vida sin preocupaciones, si bien es
más desahogada, a veces hace desestim ar esas válvulas o sim plem ente ig­
norarlas. Lo que p reocupaba a H oggart eran las “invitaciones al m undo
del algodón de azúcar” de los publicitarios y los productores de nuevas
form as de entreten im ien to “sin distinción de clases” -lite ra tu ra com er­
cial, revistas fem eninas, m úsica p o p -, que a p artir de la década de 1950
am enazaban con arrancar de raíz el entram ado cultural tejido p o r la
clase trabajadora a lo largo de décadas de vida d u ra en com ún y reem ­
l8 LA CU LT U R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

plazarlo por otra cosa. H oggart era consciente de que la cultura de los
barrios de casas adosadas com o el que había conocido de chico estaba
p o r desaparecer, y q ue en esos barrios se levantarían edificios totalm ente
distintos, con nuevas com odidades al alcance de la m ano. El a u to r capta
esa cultura en las actitudes, el habla (no sólo el acento, sino el efecto en
la voz de cierto estilo de vida) y la vestim enta, a través de su com pulsión
a observar las consecuencias de los factores sociales externos en la vida
de los individuos.
Para ser tan preciso en las observaciones, es necesario alejarse del su­
je to de estudio, p e ro n o tanto com o p ara ser incapaz de ponerse en su
lugar. H oggart salió del barrio hum ilde de las afueras de Leeds donde
se crió, gracias a u n a beca para seguir los estudios secundarios en Coc-
kburn, u n colegio de la ciudad. R ecuerda cóm o se sentía en el lúgubre
tranvía de H unslet a Leeds, vestido con su uniform e de colegio elegante,
cuando la respetabilidad en H unslet n o llegaba a abarcar a esa clase de
estudiantes. Vio lo que se estaba p erd ien d o en el mismo m om ento en
que se p erd ía y m ostró la form a en que se desarrollaba el proceso y las
razones p o r las cuales se desarrollaba con tanta facilidad. La tan espera­
da culm inación de las condiciones opresivas que soportaba la mayoría
de los pobres en G ran B retaña no trajo consigo una sociedad sin clases.

“Suele decirse que en la actualidad en Inglaterra no hay clase trabajado­


ra, que h u b o u n a ‘revolución sin derram am iento de sangre”’, com enta
H oggart al inicio del libro, antes de sum ergirse en el relato de las formas,
tanto conscientes com o inconscientes, en las que la clase trabajadora po­
dría te n e r más probabilidades que otros grupos sociales de reaccionar
ante los nuevos incentivos con una mezcla de escepticismo, “indiferen­
cia” y u n exceso de confuso entusiasm o. El resultado podía ser que la cla­
se se m anifestara de otros modos, com o de hecho ha ocurrido, en lugar
de desaparecer. En parte, esto se debe a que los “publicistas de masas”,
y en p articular los p roductores de televisión, siguen siendo individuos
que p erten ecen a grupos privilegiados y que h an estudiado en las univer­
sidades más prestigiosas, pero creen, y así se lo dicen a todo el m undo,
que p ro d u cen en treten im ien to “sin distinción de clase”. Está tam bién el
hecho de que el esnobism o m uta en m anos de quienes están en m ejor
posición para cam biar a su antojo las reglas del “b u e n ” y el “m al” gusto.
“Con cada nueva década, nos apresuram os a decir que hemos enterrado
las clases sociales”, escribió H oggart años más tarde, en la introducción
a El camino de Wigan Pier> de Orwell, y cada nueva década que lo abrimos
com probam os que “el féretro está vacío”. N ada ha cambiado.
INTRO DUCCIÓ N 1Q

Si bien con esto H oggart puede p arecer más m oralista que interesado
en evitar las injusticias, al escribir el libro notó que tenía la tendencia a
juzgar los gustos culturales de la clase trabajadora según él mismo los
aprobara o no: “C onstantem ente m e descubría oponiéndom e a u na p re­
sión in tern a que me llevaba a valorar más lo antiguo que lo nuevo y a
condenar lo nuevo más de lo que mis conocim ientos m e perm itían ju s­
tificar”. No obstante, sus tem ores -q u e no se presentan como tales sino
com o advertencias carentes de prejuicios de alguien cuya profesión le
perm itía estar en contacto p erm an en te con estudiantes de clase trabaja­
d ora que buscaban “co m p ren d er y criticar” los cambios en su form a de
vida en el m om ento en que estos o c u rría n - estaban bien fundados. U no
p o dría retru car que todas las generaciones tem en que sus herederos
p ierdan los bienes culturales adquiridos con tanto esfuerzo. Lo que hace
que La cultura obrera en la sociedad de masas sea u n docum ento fundam en­
tal es el m odo en que anticipa la connivencia en tre un grupo dom inante
que es cóm plice sin q uererlo en lo institucional y u n a cínica industria del
marketing masivo que está dispuesta a idiotizarnos a todos.
La persuasión de tos argum entos de H oggart y la facilidad con que
se advierte su tono sutil y burlón radican en la com binación de títulos
sugestivos y la división del ensayo en dos partes. La prim era, “U n orden
‘más antiguo'”’, es u n a presentación directa de los valores de la clase tra­
bajadora tal com o se los experim entaba -y en cierta m edida todavía se
los experim en ta-, y sus capítulos llevan títulos tales como “‘Ellos’ y ‘no­
sotros’”, “El m undo ‘re a l’ de la g en te” o “La vida p lena”. “Otras personas
p u e d en vivir u n a vida de ‘ganar y gastar’ o u n a ‘vida literaria’, o u n a
‘vida espiritual’ o u n a ‘vida equilibrada’, si es que existe algo así”, escribe
H oggart, sugiriendo que el equilibrio entre vida y trabajo ya era u n tema
recurren te hace cincuenta años en las conversaciones de las personas
de clase m edia. “Si querem os captu rar algo de la esencia de la vida de
la clase trabajadora en u n a frase, debem os decir que es la ‘vida densa y
concreta’, u n a vida cuyo acento está en lo íntim o, lo sensorial, el detalle y
. lo personal”. Es u n a de las pocas com paraciones directas entre los puntos
focales de la vida de la clase m edia y la de la clase trabajadora; una de
las características más estim ulantes del libro es la m arginalización deli­
berada de lo que es im portante para los que tienen dinero, educación
y poder. Lo que le im p o rta a la clase trabajadora, asegura Hoggart, son
las relaciones d entro del grupo y no tanto en tre los que perten ecen al
grupo y los de fuera. Para todos los de fuera -m édicos, asistentes sociales,
policías y quienes en general tienen el p o d e r de dem oler sentim ientos
con u n a m irada de d e sp re c io - se em plea el térm in o polivalente “ellos”.
2 0 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Mientras escribía lo que luego sería la segunda parte del libro, titulada
“Dar lugar a lo nuevo”, e n la que se ocupa de los cambios en la cultura de
la clase trabajadora a p a rtir de la Segunda G uerra M undial, H oggart se
dio cuenta de q ue debía enm arcar su desconfianza de los “publicistas de
masas” y de su influencia en la vida de la clase trabajadora en el contexto
histórico y social. Más tarde escribió que había em pezado “con la idea
de producir u n a especie de guía o m anual sobre aspectos de la cultura
popular: diarios, revistas, novelas rom ánticas o violentas, canciones po­
pulares... pero en m odos que n o h abía im aginado cuando com encé a
escribir”. Así, hizo suya u n a frase de W. H. A uden, el poeta sobre el que
H oggart había escrito su p rim er libro a principios de la década de 1950:
“Para captar la idiosincrasia de u n a sociedad, al igual que para evaluar
el carácter de u n individuo, los docum entos, las estadísticas y las m edi­
ciones ‘objetivas’ no p u e d e n com petir con la m irada intuitiva personal”.

N inguna de las dos partes de La cultura obrera en la sociedad de masas ha


dejado de im presionar tanto a quienes leen el libro p o r prim era como
p o r décim a vez, en p arte p o r la deliciosa franqueza del autor acerca de
la experiencia de h ab er crecido en el seno dé u n a clase social y haber
pasado a otra. La sección “El alum no becado”, escribe H oggart en A Sort
of Clowning,

motivó a escribirm e a más personas de todo tipo, incluidos em­


pleados públicos y adm inistrativos de distinta je ra rq u ía -e x p re ­
sando sentim ientos personales o u n a sensación de alivio (“¡Así
que no soy el único que se sintió así!”) - que n in guna otra cosa
que yo haya escrito.

Está asimismo el e n to rn o social particular que describe, el de la clase


trabajadora respetable, u n grupo cuyos gustos amplios y presupuestos
diversos qu ed an expuestos en el lujo que p u ed en perm itirse: el salmón
en lata. A veces, el lecto r siente que está leyendo a un Proust de la clase
trabajadora, alguien q ue escribe con am or y respeto sobre su propia cul­
tura formativa. E n H unslet, los dom ingos “a las seis de la tarde, en la pila
de basura del fo n d o ya h abía u n a capa superior com puesta de latas vacías
de salmón y fru ta ”, com en ta H oggart. El salm ón y los duraznos de los
años trein ta se siguieron consum iendo en los o ch en ta e incluso después,
aunque en m i casa a veces tocaba jam ón.
U na característica p ro p ia del libro es el sentido del “respeto p o r uno
m ism o”, frase a la que H oggart vuelve u n a y otra vez en la prim era parte,
IN TRO D U CCIÓ N 21

que se genera y m antiene den tro del sector m enos precario y con m enos
necesidades de la clase trabajadora. Sin respeto p o r u n o mismo, asegura
Hoggart, uno está expuesto a la denigración y la explotación de quienes
ven u n a o p o rtu n id ad en la vulnerabilidad ajena. T am bién m enciona el
“orgullo h e rid o ”, u n aspecto de la tendencia de la clase trabajadora a
referirse com o “ellos” a cualquiera que no es com o “nosotros”, pero tam ­
bién del grado razonable de satisfacción - o al m enos de falta de re n c o r-
que a u n integrante de la clase trabajadora “respetable” le provoca su
propia situación. H oggart m enciona, p o r ejem plo, la disposición de los
hom bres a reco rrer varios kilóm etros con u n a carretilla para llevar a su
casa u na vieja m esa o cualquier otro artículo que h u b ieran encontrado
en la otra p u n ta de la ciudad.
El lector no siente que el au to r se p ro p o n g a d ar su p ro p ia versión de
los hechos sino que quiere transm itir con claridad lo que ve. En una rese­
ña se lo definía com o “el Jo h n Ruskin de hoy” y, de hecho, él suele citar
la famosa m áxim a de Ruskin: “Lo más grande que u n alm a hum ana p ue­
de hacer en este m u ndo es ver algo y decir lo que ha visto de un m odo
claro”. Su ensayo tam bién se íyusta a la descripción de la b u en a prosa
que hace Orwell: “es com o el cristal de u n a v entana”. H oggart aprendió
de los mejores, pero se expresa con voz propia, com o si cantara un him ­
no. No es m elodram ático com o Orwell, que n o pod ría h ab er descrito la
suciedad incrustada en las arrugas de u n am a de casa de m ediana edad
sin d ar la im presión de que esa visión le provocaba náuseas. No obstante,
H oggart no está m enos seguro de lo que ve ni de su capacidad para ex­
presar su im portancia. Su obra es u n ejem plo de lo que el crítico Lionel
Trilling considera “la obligación m oral de ser in telig en te”.
O tra de las virtudes más vitales de H oggart es su honestidad respecto
del lugar central del placer sensual en la vida de la clase trabajadora: el
sexo donde y cuando se puede, el fuego intenso en el hogar, la com ida
sabrosa. No trata de ocultar ni de disim ular sus propias simpatías; en
cambio, escribe con calidez de las necesidades cotidianas:

Los viejos dichos que se refieren a acontecim ientos tales como


nacim ientos, bodas, relaciones sexuales, hijos o m uertes son
muy frecuentes. Sobre el sexo: “N adie n o ta si falta u n a porción
de u n a to rta que no está e n te ra ” [...]; “N adie m ira la repisa de
la chim enea cuando atiza el fuego”.

Así y todo, advierte: “C ada clase tiene sus propias form as de crueldad
y sordidez; las de la clase trab ajad o ra son a veces de u n a vulgaridad
2 2 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

tan d eg radante com o innecesaria”. La ten dencia a tom ar el sexo com o


algo “n a tu ra l” es algo que H oggart tem e que p u eda convertirse en u n
objeto q u e se v ende envuelto “en envases atractivos” a la ju v e n tu d de
la clase trabajad o ra e n busca de u n a liberación exenta del contrapeso
de la responsabilidad. U na de las secciones más adm iradas del libro
es aquella en la que el au to r im ita la je rg a de los títulos y los diálogos
provocativos de la ficción pasatista estadounidense de baja calidad, que
se le o currió cu an d o en la edito rial C hatto le co m entaron que, para
el abogado, “el libro e ra el más peligroso, e n térm inos jurídicos, que
h u b iera leído ja m á s”. Las frases inventadas parecen tan reales que es
difícil distinguirlas de los títulos verdaderos: “El asesino usaba nylon”,
“A las m ujeres n o les gustan las cadenas” o “Taxi de la m u erte para u n a
chica” se e n c u e n tra n en tre la lista de títulos desopilantes inventados
p o r H oggart. (El últim o, “Death Cab for Cutie” en el original, es tam bién
el no m b re de u n a b a n d a de rock esta d o u n id en se). El au to r reconoce
que la m ayoría d e los m uchachos van detrás del sexo, p ero advierte que
sería sim plificar dem asiado las cosas p ro p o n e r que la lectura de esa
clase de literatu ra que com bina el sexo y el crim en estim ula la violencia
en tre los jóvenes; el p u n to principal es que esa caracterización bidi-
m ensional de personajes degradados sugiere “una desesperada h u id a
etern a de la p e rso n a lid a d ”.

Los dichos y frases que a H oggart le resultan familiares m e recuerdan los


que yo m ism a oía en las afueras de B irm ingham , cincuenta años después
de que él fuera niño: “No te olvidas la cabeza porque la tienes pegada” se
le decía a u n chico al que le costaba concentrarse; “D ar vueltas al m onte
W rekin”, en referencia a un viaje largo o a tratar de conseguir u n a paleta
de cordero lo suficientem ente grande para que alcance para todos en la
com ida del dom ingo; “C haucito”, p o r “H asta luego”. No sé si un chico
de Birm ingham hoy en día sabe qué es o d ónde está el W rekin. En la
actualidad es com ún n o tar que las vocales largas y las oclusivas glotales
del sudeste de In g laterra se h a n filtrado en el habla de los jóvenes de
todo el país; m enos com ún es observar que lo que se dice ha perdido su
sentido local, porq u e, com o dice H oggart, el cambio es lento, y nuestro
ser consciente n o va a la mism a velocidad que el inconsciente. Así, u n o
se descubre p ro n u n cian d o ciertas consonantes como los londinenses o
usando el “com o” típico de los californianos sin darse cuenta.
T anto hoy com o en la época de H oggart, el vocabulario es u n indica­
d o r claro de la clase a la que p ertenece el hablante, incluso más, quizá,
que el acento. Q uienes no h an tenido la o p o rtunidad de ap ren d er u n
IN TRO DUCCIÓ N 23

vocabulario am plio y diverso ya no usan los aforismos de sus abuelos,


sino u n a jerg a televisiva que tom an de telenovelas, letras de canciones y
frases huecas que leen en las tapas de las revistas. U no es un “tesoro” para
otra persona; alguien abandona a su pareja y le dice que “no hay otra
persona” y que “necesita su espacio”. Las palabras se tom an del estante
como un producto barato en u na tienda. A un así, la lengua inglesa con­
tinúa siendo elástica y plástica, de m odo que refleja las distintas circuns­
tancias y absorbe las contribuciones de quienes tienen algo que aportar.
U no puede ap ren d er más sobre las posibilidades del lenguaje de una
conversación en tre u n grupo de jóvenes en un autobús en Londres que
escuchando Radio 4 u n a sem ana entera.

U na de las secciones destacadas del libro es la descripción del estilo


“m ontaña rusa” de los cantantes de m ediados de siglo que actuaban en
los clubes frecuentados p o r los hom bres de la clase trabajadora. H oggart
disfruta tratando de im itar la form a en que esos intérpretes estiraban las
vocales para expresar “la necesidad de destacar cada m ilím etro de senti­
m iento 'd en tro del ritm o ”:

T ú eres para nliií la ú nica m ujeeer


ninguna otraaa com parte mis sueñooos
[pausa, con trinos que toca el pianista antes de hacer un reco­
rrido com pleto p o r el teclado]
Algunos d ira a á n ...

Los cantantes de los clubes no h an desaparecido del todo, pero su su­


pervivencia en los térm inos en que los describe H oggart depende de la
supervivencia de los locales, que, com o los pubs de barrio, están desapa­
reciendo a u n a velocidad similar a la de la contracción de la industria
británica. (Las bebidas alcohólicas nu n ca h an estado tan baratas en los
superm ercados ni las heladeras domésticas han sido tan grandes.) Esto
no quiere decir que el deseo de los cantantes de m anifestar sentim ientos
en el plano rítm ico no haya en contrado otro canal expresivo. En las fies­
tas familiares y los karaokes, que se celebran en salones y en las salas del
prim er piso de los pubs más grandes, suele hab er alguna hered era de los
cantantes de los antiguos clubes. Se trata de u n a m ujer joven o de m e­
diana edad, con u n p einado y u n m aquillaje inm aculados, que con una
m ano sostiene el m icrófono como si fuese u na taza de porcelana y con
la otra acom paña las octavas com o si quisiera sacarle sonido al aire. Ha
aprendido esos m ovim ientos -a sí com o el estilo melismático con el que
2 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS

prolonga las vocales a lo largo de u n a sucesión de n o ta s- de cantantes


melódicas norteam ericanas com o M ariah Carey, W hitney H ouston o Cé-
line Dion. La popu larid ad de sus épicas canciones de am ores perdidos,
rotos y recuperados se refleja en los program as televisivos de búsqueda
de talentos com o The X Factor, cuyos participantes se enfrentan sem ana
a sem ana a u n ju ra d o que le p o n e n o ta a la supuesta originalidad en la
form a de in te rp re ta r los temas.

H oggart invertiría gran parte de su tiem po en hablar públicam ente del


papel de los m edios en el contexto de la “cultura de masas”. En el año
2002 escribió u n ensayo -c o n esa m ezcla de hostilidad y elegancia en el
razonam iento que lo caracteriza- en el que expresa su enfado ante el
nom bram iento del nuevo d irector de la BBC, Gavyn Davies, quien ha­
bía declarado que la program ación no bajaría el nivel ni se tendrían en
cuenta nociones com o las de “alta” y “baja” cultura en la producción de
contenidos. La BBC acababa de lanzar dos canales digitales, uno de los
cuales (BBC Four) pasaba docum entales serios y program as sobre arte
que anterio rm en te cubría BBC Two, m ientras que el otro (BBC T hree),
dirigido a u n público joven, p o n ía al aire program as de periodism o de in­
vestigación social y comedias burdas. “Caviar para los esnobs y basura para
las masas”, dice H oggart, y añade: “La calidad es o debería ser indivisible,
y el mismo criterio tendría que aplicarse a todos los program as, fueran
estos ‘serios’ o ‘pasatistas’”. Ese es, en esencia, el mensaje de Hoggart, y lo
que motiva su enfado.
En el libro A Class Act, publicado unos años antes, en 1997, Andrew
Adonis y Stephen Pollard dedicaron u n capítulo al papel de la BBC en
la co n tin u id ad de las “variedades de distinción social”, y yo creo que esas
distinciones se h an vuelto más pronunciadas en la últim a década. En la
misma línea de los escritos de H oggart, Adonis y Pollard afirman: “A hora
la BBC ya n o levanta la voz: su m isión es darle al público lo que quiere
p ara participar de la com petencia com ercial y pro teg er la base de su
financiam iento: el im puesto que pagan los propietarios de televisores”.
Pocos de los que m iran, p o r ejem plo, u n docum ental sobre persecucio­
nes policiales o u n a de las populares y trem endam ente insulsas com e­
dias que BBC O ne p o n e al aire e n horario central estarían dispuestos a
celebrar el resultado de esa m isión. BBC Four acapara lo m ejor de los
contenidos de la corporación, au n q u e a veces perm ite que BBC Two
retransm ita después algunos de sus program as; miles, y no millones, de
personas los ven p o r prim era vez, y aún m enos televidentes se sienten
con d erech o a ver u n canal tan “fin o ”.
IN TRO D U CCIÓ N 25

No todos son, o quieren ser, finos. En el centro de La cultura obrera en la


sociedad de masas se encuentra la voluntad de hacer hincapié e n que no to­
das las personas de la clase trabajadora se suben a u n a escalera para trepar
al piso siguiente; para H oggart, lo más probable es que tem an caer al piso
inferior. La seguridad que proporciona u n sueldo, aportado p o r el jefe de
familia, da cobijo a toda una familia bajo su ala protectora. U n am a de casa
a la que le sobra u n chelín p o r sem ana siente que está “bastante conten­
ta” con sus obligaciones y sus circunstancias, y tam bién con el m undo en
general. Del mismo modo, el tiem po ahorrado p o r no tener que justificar
cada penique ni trabajar horas de más perm ite hacer planes, p ero no para
com prar u n a casa, como se les aconseja hoy a las “familias trabajadoras”
que no se han subido al “tren de la casa pro p ia”, sino quizá para costear
los estudios secundarios de al m enos uno de los hijos, o para que el “más
inteligente” siga estudiando después de los 16 años. En la actualidad se
prom ueve que los hijos de las familias con mayores ingresos dentro de la
clase trabajadora vayan a la “facu”, aunque la onda expansiva de la educa­
ción superior tiende principalm ente a absorber a los jóvenes de clase me­
dia que en el pasado habrían em pezado a trabajar en la em presa del padre
o como em pleados administrativos en alguna oficina a los 16 o 18 años. El
increm ento en el ingreso a la universidad - a cualquier universidad, aun­
que más probablem ente a u n instituto terciario local que adquirió estatus
universitario no hace m ucho tiem p o - de chicos de 18 años de los sectores
más pobres de la sociedad es de alrededor de 1 % p o r año.

¿Quiénes in tegran hoy en día la clase trabajadora? E ntre los profesionales


en relación de depen d en cia se h a puesto de m oda decir que el térm ino
abarca a “todo el que trabaja para ganarse el sustento”, pero el concepto
es erróneo. Las opciones y las o p ortunidades -y, con ellas, la salud y la
longevidad- todavía au m entan de m an era exponencial con el estatus so­
cial, motivo p o r el cual la sociedad británica continúa respondiendo a la
división en tre “nosotros” y “ellos”. Lo que “ellos” tienen a su disposición,
y que a los dem ás se les niega, es u n a sensación de p e rten e cer al ám bito
de lo nacional y lo público y, al m ism o tiem po, a lo dom éstico y lo local,
de ten e r u n a voz que será escuchada, de ser capaces de dar explicaciones
a alguien que les daría vuelta la cara si n o se explicaran correctam ente.
Son “ellos”, los cultos, los que se asignan sus propias prerrogativas, quie­
nes ejercen el derecho a crear y transm itir esa voz “sin clase” que para
H oggart era tan afectada. P rueba de su autoridad es que no tenga que
definir su estatus: se sabe que ha luchado y que, en com paración, ya no
tiene que preocuparse p o r d ó n d e está parado.
2 6 L A CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

U n a oración, dicha casi al pasar, llama la atención del lector actual. “El
vandalism o y el desorden público, p o r cuya causa los policías em pezaron
a patru llar en pareja e n m uchos barrios de distintas ciudades, práctica­
m e n te han desaparecido”, escribía H oggart en 1957. En la actualidad, u n
v iernes o un sábado a la noche los policías n o recorren de a dos el centro
de la s ciudades sino que van de a m uchos, en un vehículo escoltado por
una am bulancia para ate n d e r a los heridos en peleas de borrachos, m ien­
tras grupos de “pastores callejeros” se acercan a los que no reaccionan
de ta n to que h an tom ado y les p reguntan si beben porque están felices
o p o rq u e son desgraciados. Agobiados p o r las presiones para las cuales
una educación deficiente no los ha preparado, m uchos hom bres britá­
nicos y -ah o ra que tienen la libertad económ ica y social para h a ce rlo -
tam bién m ujeres reaccionan liberándose de su yugo de m anera violenta.
Sale n dispuestos a “d o p arse”, “qu ed ar dados vuelta”, “ponerse d u ro s”, a
lleg ar a situaciones de peligro debido a las drogas o al cruce con otros
com o ellos. U n sábado a la noche en las calles de cualquier ciudad, la;'
g en te no se divierte; está tan decidida a salir a rom per todo que, si un
m arciano viniera a observarnos, pensaría que estamos en guerra.

Q u e d a la sospecha, expresada hoy con la misma vehem encia que em ­


p le a b a H oggart hace décadas, de que la cultura de masas, producida p o r
un p eq u eñ o grupo de personas y consum ida p o r m uchos, acaba con la
diversidad. El capitalism o se ha apropiado de la idea de “diversidad” y se
la devuelve a los individuos que viven y rep resentan la cultura en lugar de
construiría com o u n a especie de bolsa de caram elos variados. La “diver­
sid ad ” se ofrece com o u n com ponente estilístico y no com o el verdadero
indicador de “la vida p le n a ”. Sin em bargo, tal com o asegura el novelista y
biógrafo D. J. Taylor, “aún es posible vivir u na parte sustancial de la vida
más allá del ám bito idiotizante de la cultura de masas, u n a cultura cuyo
principal m érito, p o d ría decirse, es que nos roba el sentido d e quiénes
som os”. En su libro, H oggart se p ro p o n e decirle al lector que lo rico está
d e n tro y no fu era de uno. Personas con gran p o d er de persuasión se pro­
p o n en borrar lo que sabem os de nosotros para p o d er o b ten er beneficios
de lo que aún no hem os explorado. No los dejem os hacer eso. Disfrute­
mos de las cosas más valiosas, si es que podem os llegar a ellas atravesando
la m area de latas de an an á de 2 peniques, pero no nos olvidemos de
nuestra capacidad de p ro d u cir nuestra p ro p ia riqueza. H oggart pro m u e­
ve la confianza en u n o mism o no tanto en el plano económ ico com o en
el cultural y observa que no hay m ucha ganancia neta cuando la llegada
de nuevos bienes culturales anula los antiguos.
IN TRO DUCCIÓ N 2 7

Cuando revela ese concepto es com o si dijera: “Alguna vez hablamos


el mismo idiom a y ahora no es así, lo que implica que en cierta form a ya
no podrem os com partir nuestras ideas”. La p érd id a reverbera a lo largo
de la página. El siente que p ertenece p o r com pleto a ese m undo, que
form a parte de la gente cuya cultura está estudiando, y considera sus
características con la em patia de alguien que la conoce desde dentro.
Pero hay algo que lo hace quedarse, no sin cierta angustia, suspendido
en los m árgenes y escribir sobre sus experiencias cuando pocos -sean de
dentro o de fu e ra - sienten la necesidad de hacerlo. La movilidad social
que H oggart vivió desde den tro le enseña cóm o escribir acerca de jóve­
nes universitarios que provienen de la clase trabajadora, para quienes “la
prueba de su verdadera educación está en la capacidad que tengan, a los
25 años, de sonreírle con franqueza a su padre, de respetar a su herm ana
m enor en su frivolidad y a su h erm ano no tan brillante”.
En parte, esto se debe a que el b u e n m anejo del lenguaje, producto
de la curiosidad y la educación, parece desterrar el sentim entalism o de
la experiencia. Aquel que haga bailar el lenguaje a su ritm o en lugar de
ten e r que bailar, o saltar, al ritm o im puesto p o r el lenguaje, va cam ino a
la libertad. Ya no está a m erced de los acontecim ientos p orque, si no es
capaz de d eterm in ar su curso, al m enos p o d rá controlar las consecuen­
cias. No sólo.se en fren ta a “ellos” sino que adem ás tiene al “nosotros”,
a su p ro p ia gente, que lo m antiene a raya. No es que la presión del
“nosotros” lo inmovilice, sino que le indica cóm o adaptarse al entorno.
Si el individuo que se siente diferente apren d e a in co rporar las dos m i­
tades de su experiencia en u n todo integrado, no necesitará parecerse
al resto.

Para las personas de la clase trabajadora, buscar la com odidad -re sp e c ­


to de la fam ilia, la com ida, el barrio o la re c re ac ió n - es u n a m an era de
disfrutar de ciertos aspectos de u n a vida injustam ente difícil. Para la
clase m edia, la com odidad es u n a form a de in co rp o rar m ejoras a un
nido que ya es confortable y seguro. D ecir que alguien tiene u n a “vida
acom o d ad a” q uiere d ecir que vive sin preocupaciones inm ediatas, lejos
de las garras de los prestam istas. N u n ca decim os que los pobres llevan
u na “vida desaco m o d ad a”, p o rq u e sabem os que ser p obre es p o r n a tu ­
raleza incóm odo. Pero las com odidades externas tienen un lím ite. En
u n m o m en to dado, las personas curiosas dejan de encontrarlas cóm o­
das, y entonces buscan otras form as de lograr la paz interior. C uando
H oggart describe la casa típica de u n a familia de clase trabajadora, con
su revoltijo y su enérgica actividad, d o n d e parece im posible crear el
28 LA CU LTU RA OBRERA EN XA SOCIEDAD DE MASAS

espacio tran q u ilo y o rd e n a d o que u n chico que h a obtenido u n a beca


necesita p a ra estudiar, re c u e rd a su infancia, llena de pérdidas y presio­
nes, y tam bién proyecta u n fu tu ro en el q ue la televisión se convierte en
el in terlo cu to r del hogar.
Sólo el conocim iento de u n o m ismo otorga la capacidad de resistirse a
la oferta de las personas que p re te n d e n saber qué es lo m ejor para uno.
La transform ación, la fortaleza, el diálogo: esas son las cosas que nos
perm iten m a n te n e r n uestra posición, participar en igualdad de condi­
ciones con los otros y fo ijar nuestra pro p ia vida en circunstancias que no
hem os elegido. Si no nos conocem os a nosotros mismos, dice H oggart,
algunos van a in te n ta r que seamos com o a ellos les conviene. Sobre todo,
H oggart espera que suija u n a verdadera dem ocracia, en la cual los indivi­
duos p u ed an reaccionar librem ente ante lo que viven y lo que ven, y sean
capaces de particip ar en u n debate p erm an en te que nos incluya a todos,
no sólo a los que tien en más oportunidades de usar el m icrófono de los
medios masivos de com unicación. A unque este es un libro que se ocupa
de los aspectos colectivos de u n grupo económ ico y social definido en
térm inos am plios, la clase trabajadora del norte de Inglaterra, su espí­
ritu prese m i y prom ueve la posibilidad de expresión individual. En este
sentido, La cultura obrera en la sociedad de masas es un llam ado a las armas
típicam ente inglés, tan vigente hoy como lo h a sido siempre.
A Mary, con amor
Agradecimientos

Q uisiera expresar m i h o n d a gratitud a los amigos y colegas que


m e han ofrecido su valiosa y desinteresada ayuda du ran te el proceso de
escritura de este ensayo. De más está decir que los errores que pudiera
co n te n e r el libro son responsabilidad exclusivamente mía:
A. Atkinson, H. L. Beales, A. Briggs, J. M. Cam eron, D. G. Charlton, J. F.
C. Harrison, F. D. Klingender, G. E. T. Mayfield, R. Nettel, S. G. Raybould,
R. Shaw, A. Shonfield, E. J. Tinsley, mi herm ano Tom y mi esposa.
Asimismo, p o r su enorm e ayuda, me siento en deuda con mis asistentes
E. Claytón, M. Downs, J. Graves, F. Nicholson, V. W aterhouse, J. W oodhead
y N. Young.
E ntre las varías bibliotecas d o n d e he consultado m aterial, quiero m en­
cionar e n especial a la Biblioteca Pública de Hull, cuyo personal siem pre
m e ha dem ostrado su excelente disposición.
Agradezco tam bién a todos los autores y editores cuyas obras he cita­
do. Las fuentes figuran en las notas y en la bibliografía. Si he om itido
alguna, pido disculpas a las personas afectadas; con gusto m e ocuparé de
salvar el erro r en futuras ediciones.
Prefacio

Este libro aborda el tem a de los cambios en la cultura de la cla­


se trabajadora durante los últimos treinta o cuarenta años, en particular
los cambios alentados p o r las publicaciones de masas. Pienso que los re­
sultados habrían sido similares si hubiese analizado otras formas de en­
tretenim iento, en especial el cine y la radio comercial, para ilustrar mis
conceptos.
Me inclino a creer que m uchas veces los libros sobre cultura popular
pierden p arte de su fuerza porq u e no dejan bien en claro a qué se refie­
ren con “la g en te”, o no relacionan adecuadam ente los aspectos p u n tu a­
les analizados con la vida de “la g e n te ” e n general ni con sus actitudes
frente al entreten im ien to que se les ofrece. P o r esa razón, he tratado de
describir el en to rn o y, siem pre q ue m e fue posible, de prop o rcio n ar las
relaciones y las actitudes características de la clase trabajadora.
En la presentación del p an o ram a general, el libro está basado p rin ­
cipalm ente en m i experiencia personal y, p o r lo tanto, no p reten d e ser
un estudio sociológico de carácter científico. G eneralizar a partir de la
experiencia entraña ciertos riesgos; p o r ello he incluido, d onde lo con­
sideré necesario (en especial en las notas), algunos conceptos aportados
po r sociólogos que m atizaran o d ieran sustento teórico a mis puntos de
vista. T am bién he incluido unos pocos ejem plos en los que otros autores
con u n a experiencia similar a la m ía tien en opiniones diferentes sobre
los mismos fenóm enos.
En las páginas siguientes se observan dos tipos de escritura: u n a com o
la que acabo de describir y u n análisis literario específico de las publica­
ciones populares. A prim era vista, puecle p arecer extraño que las dos for­
mas convivan en u n mismo texto, y el cam bio de enfoque en la segunda
m itad es, p o r cierto, abrupto, p ero espero que los lectores encu en tren , al
igual que yo, que cada u n a de las partes echa luz sobre la otra.
Al escribir este ensayo, he pensado que mi público estaría constitui­
do p o r “personas com unes”, “lectores inteligentes no especializados”
de cualquier clase social. Con esto no quiero decir que haya tratado de
3 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

adoptar ningún tono de voz en particular o que haya evitado los térm i­
nos técnicos y sólo haya m encionado las alusiones más obvias. Por el
contrario, m e propuse escribir con la m ayor claridad posible según mis
conocim ientos del tema, y usé térm inos técnicos y alusiones todas las
veces que consideré que eran pertin en tes y enriquecedores. El “lector
inteligente no especializado” es u n a figura elusiva, y la popularización,
u n proceso peligroso; pero me parece que quienes sentimos que escribir
para esa clase de público es una necesidad im periosa debem os seguir tra­
tando de llegar a él. O curre que u n o de los rasgos más notables y om ino­
sos ele la situación cultural actual es la división entre el lenguaje técnico
de los especialistas y el nivel extrao rd in ariam ente bajo de los órganos de
com unicación de masas.

R. I-I.
Universidad de Hull, 1952-1956
Nota del autor sobre el texto

O R ALID AD*

El problem a que tuve que resolver fue cóm o acercarm e al so­


nido del habla de la clase trabajadora u rb a n a sin confundir al lector ni
crear u n aire de extrañeza. La transcripción fonética habría tenido la
prim era de las desventajas señaladas, y copiar el dialecto, la segunda. Por
ello, he recurrido a formas ortográficas que se aproxim an a los sonidos
y deberían ser captadas de inm ediato. Así, you aparece como y, aunque
probablem ente u n a transcripción más próxim a al sonido debería h aber
sido ye o yü. H e usado yer cuando la palabra siguiente comienza con vo­
cal. U na vez más, en el habla de la clase trabajadora, / se pronuncia ce,
como el sonido inicial de apple. Ah tiene la desventaja de que recuerda
la form a de h ablar del sur de los Estados U nidos, pero es u na form a
m enos confusa que cey más adecuada que I. H e elim inado casi todas las
instancias de h, y algunos lectores dirán que no todos los integi'antes de
la clase trabajadora no la pronuncian. No obstante, casi todos la om iten,
p o r lo que es más adecuado quitarla que incluirla. Aquí, al igual que con
you y I, he sido deliberadam ente inconstante y a veces utilicé las formas
norm ales.

DATOS SOBRE LECTORES


Salvo que indique lo contrario, todos los datos sobre lectores, tanto en
el texto com o en las notas, están tom ados de las tablas publicadas en el
Hulton Reculership Swvey.
El Hulton Readership Suwey (HRS) hace u n a división socioeconóm ica
en cinco grupos. Los com piladores (1955) tienen especial cuidado en

* Si bien las aclaraciones del autor en este apartado se refieren a la lengua


inglesa, aportan inform ación sustancial sobre los problem as de transcripción de
la oralidad que se planteó y los criterios que definió para resolverlos. [N. de E.]
3 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

señalar que “la división es más social que económ ica. Sin em bargo, como
hay cierta correlación en tre la clase social y el nivel de ingresos, decidi­
mos p ro p o rcio n ar los siguientes datos generales de los rangos de ingre­
sos típicos de u n je fe de familia de cada clase”. Los grupos son:

A. Ricos: 4% de los entrevistados (probablem ente más de 1300


libras anuales).
B. Clase m edia: 8 % de los entrevistados (probablem ente entre
800 y 1300 libras anuales).
C. Clase m edia baja: 17% de los entrevistados (probablem ente
en tre 450 y 800 libras anuales).
D. Clase trabajadora: 64% de los entrevistados (probablem ente
en tre 250 y 450 libras a n u a le s)..
E. Pobres: 7% de los entrevistados (probablem ente m enos de
250 libras anuales).

La división p ro p o rcio n a sólo u na idea m uy general de los tipos de lec­


tores que constituyen el objeto de estudio del presente ensayo, en par­
ticular los grupos D y E, que abarcan a la clase trabajadora y a m uchos
m iem bros de la clase m ed ia baja, según los térm inos que he em pleado.
Sin em bargo, sólo he recurrido a estadísticas com o evidencia secundaria
de apoyo, p o r lo que esos datos tien en cierto valor.
La distinción e n tre circulación (ventas reales) y lectores (cantidad real
estim ada de personas que leen las publicaciones) debería quedar clara
en el texto. Algunos expertos consideran que 3,5 personas leen cada n ú ­
m ero vendido de u n a publicación, y otros creen que el núm ero se acerca
más a 2,5. Las cifras proporcionadas en el H R S son una estim ación de la
cantidad real de lectores mayores de 16 años; la población calculada para
ese grupo es de 37 m illones.

ESTU DIO DE DERBY


He usado esta denom inación, tanto en el texto com o en las notas, para
referirm e a The Communication of Ideas, ele C auter y Downham.
En el Estudio de Derby la población se com pone de:

• Clase alta: 3%
• Clase m edia: 25%
• Clase trabajadora: 72%
Los hom bres de esta era de realism o crítico, llevados p o r
la estupidez de masas y la tiranía de masas, han alzado su
voz contra el ho m b re com ún hasta el p u n to de p e rd e r el
contacto directo con él. [...] Y quizás -e s extraño que sea
yo q u ien deb a hacer esta observación- no han dejado u n a
huella más p ro fu n d a e n su pueblo p o rq u e no lo h a n querido
lo suficiente.
L U D W IG LEW ISO H N

Y una advertencia contra la visión rom ántica:

La sangre que corre p o r mis venas es sangre de cam pesino, y


nadie p u ed e sorp ren d erm e con las virtudes del cam pesinado.
ANTÓN CHÉJO V
PARTE I
Un orden “más antiguo”
i . ¿Quiénes integran
“la clase trabajadora”?

CUESTIONES DE ENFOQUE

Suele decirse que en la actualidad en Inglaterra no hay clase


trabajadora, que hubo u n a “revolución sin derram am iento de sangre”
que h a reducido tanto las diferencias sociales que la mayor parte de no­
sotros vive en u n a m eseta casi plana: la m eseta de las clases m edia y m edia
bíya. En mi opinión, esa afirm ación es verdadera, dentro de ciertos con­
textos, y no quiero subestim ar el alcance ni el valor de los m uchos cam­
bios sociales que h an ocurrido recientem ente. Para reconsiderar cómo
afectan esos cambios a la clase trabajadora en particular, es preciso volver
a leer algún estudio social o unas pocas novelas de principios de siglo. Es
probable que nos so rp ren d a cuánto h a progresado la clase trabajadora,
cuánto más p o d e r y cuántos bienes h a adquirido, y especialm ente has­
ta qué p u n to h a dejado de sentirse p arte de “las capas inferiores” que
tienen otras clases p o r encim a de la suya, superiores, según se en tiende
h ab itualm ente este térm ino. Algo de esto sigue vigente, pero en m ucho
m en o r grado.
A pesar de los cambios, las actitudes se m odifican más lentam ente de
lo que advertimos, tal com o m e p ro pongo dem ostrar en la p rim era p arte
de este ensayo. Las actitudes cam bian poco a poco, pero evidentem ente
hay u n a gran cantidad de fuerzas com plejas que generan cambios. La
segunda m itad del libro trata de los m odos e n que se está o p erando u na
transform ación hacia u n a sociedad “sin clases” desde el p u nto de vista
cultural.
Será necesario definir más específicam ente a qué m e refiero con “la cla­
se trabajadora”, pero las dificultades que im plica definir este térm ino son
menos problem áticas que las que surgen de evitar el rom anticism o que
tienta a quienes abordan el tem a de “los obreros” o de “la gente com ún”.
Esas tendencias rom ánticas m erecen ser tratadas en prim er lugar, pues
aum entan el riesgo de exagerar las admirables cualidades de la cultura
anterior de la clase trabajadora y su actual decadencia. Los dos tipos de
4 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

exageraciones tienden a reforzarse m utuam ente, y así el contraste parece


mayor. Podemos d u d ar de la calidad de vida de la clase trabajadora actual,
y en especial de la velocidad con la que parece deteriorarse. Pero algunas
de las tentaciones que la hacen más vulnerable prosperaron sólo porque
sus miembros lograron apelar a actitudes establecidas que no eran del
todo encomiables; y a pesar de que los males contem poráneos que llaman
especialmente la atención de un observador externo no pueden soslayar­
se, sus consecuencias no son siem pre tan significativas como podría suge­
rir un diagnóstico realizado desde afuera, aunque más no sea porque la
clase trabajadora aún conserva p a rte de las antiguas resistencias internas.
Sin duda, esas exageraciones suelen nutrirse de u na gran adm iración
p o r el potencial de la clase trabajadora y la pena que inspira su situación.
Relacionada con este aspecto está la esperanza excesiva de los intelectua­
les de clase m edia con u na gran conciencia social. Algunos de ellos han
visto d urante m ucho tiem po en cada obrero a una especie de Félix H olt
o Jude el Oscuro. Quizá esto se deba a que la mayoría de los obreros que
h an conocido perten ecen a u n grupo autoconform ado poco frecuente,
o bien, en determ inadas situaciones, se trata de hom bres y m ujeres jóve­
nes en cursos universitarios de verano, individuos excepcionales a los que
las circunstancias de su nacim iento despojaron de la herencia intelectual
que m erecen y q ue han hecho grandes esfuerzos para ganársela. Son ex­
cepcionales en el sentido de que su naturaleza no es la típica de los inte­
grantes de la clase trabajadora; su m era presencia en cursos de verano, en
reuniones de sociedades eruditas y ciclos de conferencias se debe a que se
apartan del en to rn o en el que se m ueven, sin una gran tensión aparente,
la mayoría de sus pares. Serían excepcionales en cualquier clase social.
No revelan tanto características de su clase com o de sí mismos.
De la p en a - “Q ué bien estarían si. . al elogio - “Qué buenos que son
p o rq u e ...”- , hay todo u n abanico de m itos bucólicos y actitudes apro­
batorias al estilo de la C om adre de Bath. La clase trabajadora goza, bá­
sicam ente, de muy bu en a salud -se g ú n la visión bucólica-, m ejor que la
salud de las otras clases; está en bru to , sin pulir, pero es u n diam ante al
fin; es dura, pero vale su peso en oro; no tiene refinam iento ni aspiracio­
nes intelectuales, p ero sí tiene los pies en la tierra; es capaz de reírse con
ganas; es franca y solidaria. La clase trabajadora tiene, asimismo, u n a for­
m a de h ab lar ingeniosa y m ordaz, p ero jam ás carente de sentido com ún.
Las exageraciones varían en intensidad, desde el énfasis m oderado que
algunos grandes novelistas p o n e n e n los aspectos pintorescos de la vida
de la clase trabajadora hasta las trilladas fantasías de algunos escritores
populares contem poráneos. ¿Cuántos de los grandes escritores ingleses
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TRABAJADORA” ? 4 3

no han exagerado, al m enos u n a pizca, en la descripción de aspectos


picarescos de la vida de la clase trabajadora? George Eliot lo hace, por
más brillantes que sean sus observaciones acerca de los trabajadores, y
el sesgo es aún más evidente en Hardy. Entre los escritores de nuestro
tiem po, en el que tanto ab u n d a la m anipulación consciente, hay novelis­
tas populares q ue halagan con condescendencia a los hom bres de a pie,
con sus gorras planas y sus vocales laxas, sus desabridas esposas con sus
um brales impecables. B uen tópico, y divertido, además. Hasta un autor
tan austero y en apariencia poco rom ántico com o George Orwell n'unca
perdió la costum bre de observar a la clase trabajadora a través del velo de
los espectáculos de variedades eduardianos. Este tipo de actitudes abun­
da en el estilo cam pechano de los colum nistas del diario del domingo,
los periodistas que siem pre citan con adm iración el últim o com entario
agudo de “A lf’, un conocido suyo del bar. En mi opinión, es necesario
rechazar estos enfoques con m ucha vehem encia, porque hay algo de ver­
dad en lo que expresan y es u n a pena que esa verdad se exagere como
nota de color.
A veces es conveniente tom ar con cautela las interpretaciones de los
historiadores del movim iento obrero. El tem a es fascinante y emotivo;
hay m ucho m aterial valioso sobre las aspiraciones sociales y políticas de
la clase trabajadora. No obstante, no es extraño que se lleve al lector
a creer que las historias p erten ecen a la clase trabajadora cuando en
realidad son principalm ente historias de las actividades -y de sus útiles
consecuencias para casi todos los m iem bros de la clase- de u n a minoría.
Probablem ente los autores no p reten d an más que eso, y los objetivos son
im portantes en sí mismos. Pero a veces, cuando leo esos libros, tengo
la im presión de que sus autores sobrevaloran el lugar de la actividad
política en la vida de los trabajadores y que no siem pre tienen u na idea
adecuada de las bases de esa vida.
La perspectiva de un historiador m arxista de clase m edia reproduce
con frecuencia algo de cada u n o de los errores m encionados. El autor se
com padece del trabajador traicionado y desvalorizado, cuyas fallas consi­
dera q ue son la consecuencia del sistema agobiante que lo dom ina. Ad­
m ira los resabios del noble salvaje y siente nostalgia po r aquellos tipos de
arte “m ejores que todos los dem ás”, las artesanías rurales o el arte urbano
v erdaderam ente popular, y expresa u n a atracción particular p o r los re­
tazos de esas form as artísticas que piensa que detecta en el presente. Se
com padece y adm ira “el costado Ju d e el O scuro” de los trabajadores. Pol­
lo general, hay u n a mezcla de com pasión y condescendencia más allá de
toda apariencia de realidad.
4 4 LA c u l t u r a o b r e r a e n LA SOCIEDAD d e m a s a s

Es en algunas novelas, después de todo, donde se aprecia una idea de la


calidad de vida de la clase trabajadora -H ijosy amantes, de D. H. Lawrence,
entre ellas- más acabada que en ciertas obras de ficción de mayor p o p u ­
laridad o más conscientem ente proletarias. A su m anera, lo mismo logran
algunos de los estudios sociológicos sobre la vida de los trabajadores que
se han escrito en los últimos veinte años. Esos libros producen la mis­
ma im presión com pleja y claustrofóbica que la vida de los trabajadores
puede dejar en u n observador que quiere conocerla en sus aspectos más
concretos. Me refiero a la im presión de estar inm erso en u n bosque inter­
m inable con sus más m ínim os detalles, distinto y similar a la, vez; u n a gran
masa de rostros, hábitos y actos sin dem asiada im portancia aparente. La
im presión es correcta y errada al mismo tiem po, pues señala la expansiva,
m ultitudinaria e infinitam ente detallada naturaleza de la vida de la clase
trabajadora y el sentido - a veces deprim ente p ara alguien que no perte­
nece a ella- de u n a inm ensa uniform idad, de ser siem pre parte de u n a
m ultitud enorm e y bulliciosa, cuyos m iem bros son todos parecidos hasta
en los aspectos más im portantes o personales. Pienso que la im presión es
errónea si nos lleva a crearnos u n a im agen de la clase trabajadora sólo a
partir de los datos estadísticos provistos p o r algunos de esos trabajos so­
ciológicos, com o la cantidad de personas que hacen tal cosa y las que no
hacen tal otra o el porcentaje que dice creer en Dios o piensa que el am or
libre “está bien a su m an era”. U n estudio sociológico puede servir o no,
pero está claro que tenem os que ver más allá de las costumbres y las afir­
maciones, y tratar de co m p ren d er qué significan (quizá quieran decir lo
contrario de lo que parece) e identificar las distintas presiones emotivas
que hay detrás de las frases idiomaticas y los rituales.
U n au to r que p erte n e c e a la clase trabajadora ten d rá sus propias ten­
taciones p ara equivocarse, que serán algo distintas pero no m enos erró­
neas que las de u n escritor de o tra clase social. Yo soy m iem bro de la clase
trabajadora y m e siento cerca y lejos de ella al m ismo tiempo. Dentxo
de algunos años, supongo que esta relación dual no m e resultará tan
clara, p ero seguram ente afectará lo que diga. Q uizá m e ayude a propor-
cioñar u n a visión m ás exacta de la vida de la clase trabajadora desde la
experiencia personal y a evitar algunos de los riesgos de interpretación
errónea que p u ed e te n e r u n a perso n a ajena a mi clase. Pero la p erten e n ­
cia tam bién trae aparejados sus propios peligros. Creo que los cambios
que presento en la seg u n d a p arte de este ensayo p o d rían llevar a la clase
trabajadora a p erd er, culturalm ente, m ucho de lo que era valioso y a
ganar m enos de lo q u e su nueva situación d eb ería h aber perm itido. En
la m edida en que p u ed o ser objetivo, eso es lo que pienso. Aun así, duran­
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TR ABAJADO RA” ? 4 5

te la escritura tuve que resistirm e constan tem en te a u n a fuerte presión


in tern a p ara que lo antiguo se viera m u ch o más adm irable y lo nuevo
más condenable que lo que el estudio consciente de la evidencia me
perm itía justificar. Es probable que cierta nostalgia estuviera tiñendo de
antem ano la evidencia. H ice cuanto p u d e para elim inar el efecto.
En las dos partes del libro he descubierto en m í u n a tendencia -p o r­
que el tem a form a p arte de mis orígenes y de mi vida- a criticar sin
argum entos los rasgos que no apruebo en la clase trabajadora. Esa ten­
dencia se relaciona con la im periosa necesidad de en terrar los propios
fantasmas; en el p e o r de los casos, a veces es ten tad o r m enospreciar la
clase a la que uno p ertenece p o r la am bigüedad de la postura personal
ante ella. Por otro lado, he observado u n a tendencia a sobrevalorar las
características que apruebo en la clase trabajadora y, p o r lo tanto, a caer
en el sentim entalism o, en u n a visión rom ántica ele mis orígenes, como si
inconscientem ente le dijera a m i interlocutor: “¿Lo ve? A pesar de todo,
esa infancia es m ejor que la suya”.
El auto r debe h acer frente a esos peligros d u ra n te la escritura, m ien­
tras in ten ta descubrir qué es lo que en realidad tiene para decir. Creo
que es muy poco probable que tenga éxito en la em presa. Los lectores,
en cambio, están en u n a posición más ventajosa, com o los que escuchan
las palabras de Marlow en El corazón de las tinieblas, de Conrad: “P or cier­
to, aquí ustedes ven más que yo. Me ven a m í”.
El lector ve lo que el au to r ha querido decir y tam bién, p o r el tono o el
énfasis inconsciente, entre otras cosas, conoce al ho m bre que h a escrito
el texto.

UN ESBOZO DE DEFINICION

Cuando tuve que decidir quiénes conform arían “la clase trabajadora” para
los fines de este ensayo, mi problem a, según mi percepción, era el siguien­
te: las publicaciones populares de las cuales recopilé la mayor parte del
material no tienen influencia sólo en los grupos de la clase trabajadora
que conozco bien; de hecho, com o tienden a ser publicaciones “sin clase”,
las afectan a todas. Pero para analizar cómo afectan esas publicaciones las
actitudes y para evitar la vaguedad que suele acom pañar a los comentarios
sobre “la gente com ún”, era necesario definir un objeto acotado. Así, tomé
a un grupo bastante hom ogéneo dentro de la clase trabajadora y traté de
evocar la atmósfera o la calidad de sus vidas m ediante la descripción del en­
4 6 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

torno y las actitudes. En este contexto puede apreciarse cómo las ideas m u­
cho más difundidas de las publicaciones masivas se vinculan con actitudes
com únm ente aceptadas, cómo modifican esas actitudes y cómo encuentran
resistencia. A m enos que esté equivocado, las actitudes que describo en la
prim era parte son com unes a m uchos otros grupos que form an parte
de “la gente com ún” y otorgan mayor relevancia al análisis. En particular,
muchas de las actitudes que presento como pertenecientes a la “clase traba­
jad o ra” pueden atribuirse también a lo que suele denominarse “clase media
baja”. No sé cóm o puede evitarse este solapamiento, y espero que el lector
sienta, como yo, que esto no invalida mis principales argumentos.
El contexto y la evidencia respecto de las actitudes se basan en mi ex­
periencia personal en u n a zona u rb an a del n o rte de Inglaterra, en una
infancia transcurrida e n las décadas de 1920 y 1930, y en u n contacto
posterior casi continuo, au n q u e diferente.
Los m iem bros de la clase trabajadora, com o ya lo he expresado, quizá
no se sientan p arte de u n grupo “in ferio r”, com o era el caso una o dos
generaciones atrás. No obstante, los grupos que tengo en m ente aún
conservan en gran m edida u n a sensación de pertenencia a un grupo
propio, sin que esto im plique necesariam ente que se sientan inferiores u
orgullosos; p erciben que son “clase trabajadora” por las cosas que admi­
ran o que rechazan, en térm inos de “p erten en cia”. La distinción no tiene
u n alcance am plio, p ero es im portante; quizá p u ed an añadirse otras, sin
que ninguna sea definitiva, aunque cada u na de ellas contribuya a que la
definición tenga la exactitud necesaria.
La “clase trabajadora” descripta en este libro vive en distritos como
H unslet (Leeds), Ancoats (M anchester), Brightside y Attercliffe (She-
ffield) y cerca de Hessle y H olderness Road (H ull). Mi contacto más
fluido se establece con quienes residen en las largas hileras de casas api­
ñadas y hum eantes de Leeds. T ien en sus zonas reconocibles dentro de
la ciudad. E n casi todas las ciudades, los estilos de construcción de sus
viviendas son muy característicos: e n algunos lugares los fondos de las
casas com parten u n a m edianera; en otros, hay hileras de casas con patios
colindantes en el fondo. N orm alm ente las casas son alquiladas. Cada vez
hay más personas de clase trabajadora que se m udan a viviendas de cons­
trucción reciente, pero no m e parece que hasta ahora esto afecte mis
principales puntos de vista sobre sus actitudes.
La mayoría de los trabajadores que residen en esas zonas son asala­
riados que cobran p o r sem ana y casi todos tienen u n a única fuente de
ingresos. Algunos trabajan p o r su cuenta; p or ejem plo, tienen u na tienda
cuyos clientes perten ecen , culturalm ente, a su mismo grupo, o prestan
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TRABAJADORA” ? 4 7

u n servicio a la com unidad rem endando zapatos, cortando el pelo, ven­


diendo productos de alm acén o ropa usada, o arreglando bicicletas. Es
difícil distinguir a unos trabajadores de otros p o r la cantidad de dinero
que ganan, pues las variaciones son enorm es; por ejem plo, la mayoría
de los obreros m etalúrgicos, que son definitivam ente integrantes de la
clase trabajadora, ganan más que m uchos docentes, que no lo son. Pero
podríam os afirm ar que para la m ayoría de las familias que describo aquí,
u n ingreso principal de 9 o 10 libras semanales, tom ando como base el
valor de la m o neda en 1954, sería lo norm al.
La mayoría fue educada en lo que hoy se denom ina “escuela secun­
daria m o derna”, pero que todavía se conoce como escuela “elem ental”.
En cuanto a su ocupación, norm alm ente son obreros, calificados o no, o
artesanos, y quizá se han form ado como aprendices. En este colectivo de
límites amplios se incluyen peones yjornaleros, trabajadores de transpor­
te público o privado, hom bres y mujeres jóvenes con trabajos rutinarios
en fábricas, y trabajadores calificados, desde plom eros hasta obreros que
realizan tareas complejas en el ám bito de la industria pesada. Los capata­
ces tam bién form an parte del grupo, pero los em pleados de oficina y de
grandes tiendas, aunque pu ed en vivir en los mismos barrios que los an­
teriores, suelen ser considerados com o m iem bros de la clase m edia baja.
Como este es u n ensayo sobre cam bio cultural, mi criterio principal
de definición serán aquellos rasgos m enos tangibles de la vida de la clase
trabajadora. El habla es u n elem ento muy revelador, en particular las fra­
ses de uso corriente. Las m aneras de hablar, el uso de dialectos, acentos
y entonaciones urbanos revelan más aún. Está la voz cascada pero cálida
em itida a través de dientes postizos de tam año muy parejo de algunas
mujeres de más de 40 años. Los com ediantes im itan esa form a de hablar
para representar u n alm a que, sin ilusiones ni quejas, está donde debe
hallarse. Está tam bién la voz ronca que he oído tantas veces, y sólo en los
barrios del tipo de los que he m encionado, en tre las m ujeres más toscas
de la clase trabajadora; u n a voz que las clases trabajadoras más “respeta­
bles” consideran “co m ú n ”. L am entáblem ente, mi conocim iento de las
cuestiones lingüísticas no alcanza para realizar u n análisis más profundo
de las m aneras de hablar.
La producción en masa de ro p a ha reducido las diferencias inmediatas
entre clases, pero no tanto com o m uchos creen. U na m ultitud que sale
de los cines del centro un sábado a la noche puede p arecer uniform e a
prim era vista, p ero bastará la m irada de u n experto -u n a m ujer de clase
m edia o u n hom bre que presten atención a la vestim enta- para catalogar
sin dificultades a las personas que los rodean.
48 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Entre los miles de otros elem entos de la vida diaria que, com o veremos
más adelante, ayudan a distinguir la vida característica de la clase traba­
jad o ra, se en cu en tran el hábito de com prar en cuotas o el hecho de que
desde siem pre casi todos los trabajadores han solicitado certificados al
m édico local para justificar faltas en el trabajo.
Definir a la clase trabajadora grosso m odo no significa que haya que
olvidar las m últiples diferencias, los tonos sutiles y las distinciones de
clase entre sus m iem bros. Los habitantes de u n a zona d eterm inada p er­
ciben los diversos grados de prestigio de las distintas calles. Y d entro de
cada calle hay com plejas diferencias de nivel entre las casas: esta vivienda
es m ejor p o rq u e la cocina está separada o al fondo, tiene patio y el alqui­
ler cuesta 9 peniques más p o r sem ana. Hay diferencias de grado entre los
habitantes: a esta familia le va bien p o rq u e el m arido es obrero calificado
y en la obra están tom ando gente; la m ujer sabe adm inistrar el dinero y
es b u en a am a de casa, m ientras que la de enfrente, en cam bio, es muy pe­
rezosa; estos h a n vivido en H unslet d u ran te generaciones y perten ecen a
la aristocracia del barrio.
H asta cierto p u n to , tam bién hay u n a je ra rq u ía de especialización en
todos los grupos .1 Se sabe que ese h om bre tiene algo de “académ ico” y
en su casa hay tom os de enciclopedias que nos presta cuando necesita­
mos consultar algo; otro es b u en o escribiendo y suele ayudar a los demás
a llenar form ularios; aquel otro es particularm ente “habilidoso”, sabe
trabajar la m adera y el m etal, y rep ara cualquier desperfecto; esa m ujer
es u n a excelente costurera y la llam an para ocasiones especiales. Se trata
de servicios com unitarios antes que servicios profesionales, aunque algu­
nos de los trabajadores tengan u n em pleo en el que se dedican a la misma
tarea d urante el día. Ese tipo de especialización, sin em bargo, parecía
estar desapareciendo en los grandes distritos obreros de las ciudades ya

1 El p ro feso r Asa Briggs, q u e conoce de cerca los p eq u eñ o s centros u rb an o s de


W est R iding, m e hizo n o ta r ese aspecto. Yo m e inclino a p en sar qu e la vida
- ele la clase trab ajad o ra p u ed e te n e r m ás dignidad en esas poblaciones que en
las gran d es ciudades. M uchos trabajadores, hom bres y m ujeres, son artesanos
calificados d e n tro de u n sector (norm alm en te, d e n tro d e la industria textil).
Las colinas ap arecen com o telón de fo n d o de las calles y las casas d e piedra,
y los lazos con el pasado ru ral son m ás fuertes. Es m enos p robable, en mi
o p in ió n , q u e exista la sensación de q u e form an parte de u n g ran cu erp o de
trabajadores de varias industrias pesadas socialm ente diferenciado. El profesor
Briggs cree que la clase trabajadora d e esas zonas se m u d a m ás que la de las
ciudades. Quizás esto se d eb a a que no ab u n d a la sensación de que finalm ente
h an “e n c o n tra d o su lu g ar”, com o o cu rre con las personas de los grandes
barrios o b rero s de las ciudades.
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TR ABAJA D O R A” ? 4 9

cuando yo era niño. U n amigo que conoce bien los distritos obreros más
reducidos de West Riding (Keighley, Bingley y Heckmondwike, p o r ejem­
plo) piensa que allí todavía se conserva.

Así y todo, se pueden hacer generalizaciones acerca de las actitudes sin


que esto suponga que absolutam ente todos los integrantes de la clase tra­
bajadora crean o hagan tal o cual cosa en relación con el trabajo, el casa­
m iento o la religión. (Quizá deba añadir aquí que m i experiencia proviene
de zonas m ayorm ente protestantes.) Con las generalizaciones que apare­
cen en este libro quiero representar las cosas que los m iem bros de la clase
trabajadora suponen que debe creerse o hacerse en relación con ciertos
temas. Escribo principalm ente sobre la mayoría que tom a la vida tal como
viene; sobre algunos dirigentes sindicales que, cuando se quejan de la falta
de interés en su movimiento, se refieren a “la gran masa apática”; sobre lo
que los compositores de canciones llaman, a m odo de cum plido, “la gente
del pueblo”; sobre lo que la clase trabajadora describe, con más sobriedad,
como “el hom bre de la calle”. D entro de esa mayoría existe, p o r supuesto,
un amplio abanico de actitudes, pero aun así hay u n núcleo que represen­
ta a una gran cantidad de personas.
Por ese motivo, en este libro dejo de lado a las m inorías d en tro de la
clase trabajadora que tienen un interés particular, o un interés en la polí­
tica o la religión, o que buscan m ejorar su situación. Y no lo hago porque
subestime su valor, sino porq u e los publicistas de masas no se dirigen
principalm ente a los grupos de personas con esas características. Tam po­
co me ocupo en especial de las distintas actitudes, p orque mi intención
no es realizar u n análisis com pleto de la vida de la clase trabajadora sino
hacer hincapié en aquellos elem entos explotados (como suelo decir) p o r
los publicistas de masas. Así, determ inados tipos de individuos -los que se
respetan a sí mismos, los que in ten tan progresar, entre otros-, si bien tie­
nen su espacio, no reciben la misma atención que otros, com o los toleran­
tes o los que insisten en la necesidad de pasarlo bien m ientras se pueda.
La división bastante rigurosa que establezco entre actitudes “más anti­
guas” y “más nuevas” responde a u n a intención de claridad y n o implica
u na sucesión cronológica estricta. Evidentem ente, u n elem ento tan sutil
como la actitud no puede atribuirse a toda u n a generación o u n a década.
Algunos rasgos de las que se denom inan actitudes “más antiguas” han exis­
tido durante m ucho tiempo; form an parte de la vida de “la gente com ún”
de cualquier generación de casi todos los lugares del m undo. Algunos han
sobrevivido con pocos cambios tras pasar de la Inglaterra rural a la urbana;
otros se h an visto especialmente afectados p o r los embates de la urbaniza­
5 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

ción. Así y todo, yo he buscado evidencias de las actitudes antiguas en los


recuerdos de mi niñez, transcurrida hace unos veinte años, porque tuve la
oportunidad de verlas con mis propios ojos en su máximo esplendor en
la generación que era adulta cuando yo era niño. Era una generación que
creció en un en to rn o urbano, en m edio de muchas dificultades, pero que
no conoció durante su ju v en tu d el ataque de la prensa masiva tal como la
conocem os hoy en día, de los m edios inalámbricos y la televisión, y de los
ubicuos cines baratos, entre otros. Pero está claro que las actitudes “más
antiguas” no existen únicam ente en los adultos y los mayores, sino que
tam bién constituyen u n telón de fondo en la vida de la generación más jo ­
ven. El interrogante que planteo a lo largo de este ensayo es cuánto tiem po
más continuarán siendo tan rotundas como lo son en la actualidad y cómo
se están m odificando.
Del mismo m odo, gran p arte de los nuevos atractivos y de las actitudes a
las que dan lugar se observaba en esa generación anterior e incluso antes.
Por cierto, las tres ideas cuya utilización erró n ea refuerza esos atractivos
tienen u n a larga historia en E uropa. Mi idea no es que en Inglaterra u n a
generación antes había u na cultura urbana perteneciente “a la gen te” y
que hoy sólo existe u na cultura urb an a de masas. En cambio, propongo
que los publicistas de masas son más insistentes, más eficaces y que sus
canales están más centralizados y son más integrales que antes; que se está
creando una cultura de masas; que los resabios de lo que fue al m enos
en p arte una cultura urbana “de la g ente” están desapareciendo y que la
nueva cultura de masas es, e n m uchos sentidos, m enos saludable que la
cultura, a veces más rústica, a la que reem plaza.
La distinción entí'e las actitudes “antiguas” y “nuevas”, entonces, si bien
no es tajante, parece sólida y, p o r lo tanto, útil. En particular, debe te n e r
la suficiente solidez para dejar en claro desde el principio que cuando
m e refiero a las actitudes “más antiguas” no invoco con nostalgia u na
tradición pastoral para arrem eter contra el presen te .2
Se pu ed e o b te n e r u n trasfondo cronológico más claro si se piensa
en la historia de u n a familia, y aq u í la m ía es un b uen ejem plo. P or lo

2 A lgunos autores ofrecen un p a n o ram a de nuestro tiem po m ucho m ás n eg ro


de lo que es en realidad, ex ag eran d o los placeres de la vida de los pobres
previa a la Revolución Industrial. The English Poor in the Eighleenlh Cenluty, de
D orothy M arshall, es bastan te revelado r en este aspecto. Después de estu d ia r
los diarios de algunos hab itan tes de las zonas rurales del siglo XVIII, L eo n ard
W oolf describe sintéticam ente su vida co tid ian a com o de “trabajo du ro ,
m ucha tristeza y ruidosa b ru ta lid a d ” (Afler the Deluge, vol. I, p. 152). T am bién
tenía características m ás “atractivas”, p o r supuesto.
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TRABAJADORA” ? 5 1

general, se piensa que el p atró n principal del futuro desarrollo de la


urbanización de Inglaterra; estuvo bien definido desde 1830, aproxim a­
dam ente.3 Mi familia llegó algo tarde a este proceso. Mi abuela se casó
con u n prim o cuya familia en ese tiem po vivía en el cam po, en u na aldea
a pocos kilóm etros de Leeds. En la década de 1870, mi abuela y su joven
m arido se m u d aro n a la parte sur de la ciudad en expansión para que él
trabajara en la acería. Ella se dedicó a cuidar a su familia -tuvo diez hi­
jos, algunos de los cuales se “p e rd ie ro n ”- en el vasto distrito de ladrillos
de H unslet. En todo el no rte y el centro de Inglaterra sucedía algo"simi­
lar: las aldeas p erd ían a sus habitantes jóvenes y las ciudades teñían el
paisaje con viviendas baratas. Los barrios obreros no tenían suficientes
instalaciones sanitarias, educativas ni sociales; sus calles, mal,iluminadas
y sin los servicios de limpieza adecuados, se llenaban de familias cuya
form a de vida conservaba costum bres típicas del campo. Muchos m o­
rían jóvenes (la placa recordatoria de la epidem ia de cólera aún estaba
en los terrenos del ferrocarril p o r los que yo pasaba a diario para ir al
colegio); la tuberculosis se llevó a m uchos.
Mi abuela fue testigo de todo esto y tam bién vivió la Prim era Guerra
M undial y casi alcanzó a vivir la Segunda; aprendió a vivir en la ciudad.
Sin em bargo, cada parte de su cuerpo y m uchas de sus actitudes delata­
ban su origen rural. Su casa, que todavía alquilaba por 9 chelines por
sem ana en 1939, nunca fue u n a vivienda ciento p o r ciento urbana. Del
techo de la antecocina colgaban atados de hierba puesta a secar, envuel­
tos en papel de diario; siem pre había a m ano u n pote de grasa de ganso,
por si alguien tenía “el pecho tom ado”. E n la vitalidad de su alma, en el
vigor de su form a de hablar, en su h u m o r cam pesino, había una fuerza
que sus hijos no h ered aro n y p o r la cual a veces sentían u na especie de
aprensión sofisticada y urbanizada. Mi abuela tenía un acento que so­
naba a antiguo, aunque ella no se daba cuenta; usaba cientos de dichos
populares; tenía u n m ontón de am uletos y rem edios caseros a los que
recurría en casos de em ergencia. A veces, cuando nacía algún hijo extra-
m atrim onial en el barrio, ella recordaba con u n a sonrisa la anécdota de
un escándalo en u n distrito obrero (de Sheffielcl, creo recordar, clonde

3 M iddlesbrough es un b uen ejem plo del crecim iento u rb an o en el siglo XIX.


En 1821 era u n a aldea de 40 habitantes; hacia 1841 la población ascendía
a 5500; en 1861 había crecido hasta los 19 000; en 1881, a 56 000 y en 1901
la població n era de 91 000. La causa de tal crecim iento no fue sim plem ente
!a llegada de inm igrantes rurales; la población total crecía rápidam ente. En
1861 era d e 20 m illones, m ás del doble que en 1801.
5 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

vivió d u ran te algunos añ o s), don d e las relaciones sexuales detrás del púl-
pito de la capilla se h ab ían vuelto costum bre. Sólo había ido, y muy de
vez en cuando, a u n a escuela p rim aria de chicas. C uando yo estaba en
sexto grado, ella leía m uchos de mis libros, y sin anteojos. R ecuerdo es­
pecialm ente cóm o reaccionó cuando leyó a D. H. Lawrence, que le gustó
m ucho y n o la escandalizó, pero respecto de las escenas sexuales decía:
“Mucho albo ro to y p u ro blablá”.
Mi abuela p e rten ecía a la p rim era g eneración de la familia que vivía
en la ciudad y, p o r lo tanto, era sólo en p arte u n a persona urbana. La
segunda generación, la ele sus hijos, creció en u n en to rn o u rbano en
la época d e la tercera Ley de Reform a, las distintas leyes de educación,
varias leyes de vivienda, de fábricas y de salud pública, la guerra de los
Bóers y la P rim era G u erra M undial, en la q ue llegaron a luchar los hijos
m enores. Los varones fu ero n a u n a escuela con “in tern ad o ” y posterior­
m ente a trab ajar a la acería o, los q ue ten ían inclinaciones p o r las tareas
administrativas, se em p learo n en puestos más refinados, com o el dé ayu­
dante en la v erdulería o el de v e n d ed o r de tienda, aunque esta ocupa­
ción se co nsideraba casi u n paso a u n a clase superior. Las hijas m ujeres
fueron absorbidas u n a tras otra p o r la población de modistas, u n grupo
siem pre e n expansión debido a su constante recam bio; esas m uchachas
fueron y siguen siendo el pilar del p red o m in io de Leeds com o centro
productivo en la in d u stria de las p ren d as de confección.'
Esa generación - la de mis padres y mis tío s- conservó algunas costum ­
bres rurales, au n q u e con un toque de nostalgia, de veneración p o r sus pa­
dres, que “en definitiva, sabían lo que es b u en o ”; no era algo que estuvie­
ra en la sangre sino en el recuerdo, algo que lam entaban que se estuviera
perdiendo, p o r lo que se aferraban a ello de u n m odo casi consciente.
Pero sobre todo, perten ecían al nuevo m u n d o urbano y, en ese sentido,
su actitud hacia los padres era, a m enudo, burlona. Ese m undo tenía m u­
cho que ofrecer: ropa más variada y más barata, alimentos más variados y
más baratos, carne congelada a unos pocos peniques el kilo, ananá en lata
que costaba muy poco, alim entos envasados muy baratos, pescado con
papas fritas a la vuelta de la esquina. El m u ndo nuevo ofrecía transpor­
te accesible gracias a los nuevos tranvías y m edicam entos envasados p o r
laboratorios ,4 que se vendían en las tiendas del barrio.

4 Hoy e n día, alg u n o s ya se e n c u e n tra n tan arraigados en el im aginario de


la clase trab ajad o ra que no se los ve com o m arcas, sino com o rem edios
naturales.
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TRABAJADO RA” ? 5 3

Esa segunda generación tenía m enos hijos y, según su propio relato,


sentía la presión de la organización de la vida urbana: estaban conten­
tos porque “el m uchacho tenía más oportu n id ad es”, p ero em pezaban a
preocuparse p o r si le d arían o no la beca. “El m uch ach o ” representaba
a mi prim o, su h erm ana, mis herm anos y yo. Nosotros fuimos desde el
principio habitantes de la ciudad, con sus tranvías y autobuses, su com­
pleja red de servicios sociales, sus cadenas de tiendas y sus cines, las ex­
cursiones a la playa. Para nosotros, el cam po no era, después de todo,
nuestro lugar; ni siquiera es el lugar d onde h abían crecido tan saludables
nuestros padres. Es u n telón de fondo que a veces recordam os, u n lugar
que en ocasiones visitamos.
2. Paisaje con figuras: un escenario

¿Cuáles son las raíces que p re n d e n ...?


t.s. e l i o t , “La tierra b aldía”

UN A TRADICIÓN ORAL: RESISTENCIA Y ADAPTACIÓ N.


UN MODO DE V ID A FORMAL

M ucho se ha escrito sobre la influencia de los “medios de co­


m unicación masivos”, en la clase trabajadora. Pero si escuchamos hablar
a los trabajadores en la casa y en el trabajo, probablem ente no nos sor­
p ren d a tanto la evidencia de cincuenta años de prensa y cine popular
com o el poco efecto que estos h a n tenido en el habla cotidiana, la m edi­
da en que los trabajadores aún se n u tren de la tradición oral y local en el
habla y en los supuestos para ios que el habla es u n a guía. Esa tradición
se está debilitando, p o r cierto, p ero si hem os de co m p ren d er la situación
actual de la clase trabajadora, n o podem os declarar m uerta la tradición
cuando todavía sigue viva.
Los ejemplos que transcribo a continuación han sido recopilados en un
lapso deliberadam ente breve, en la sala de espera de un consultorio de pe­
diatría pintado en tonos pastel y con muebles de caño. U n grupo de madres
desaliñadas y sin gracia esperaban con sus hijos y conversaban fluidamente
sobre sus costumbres. En tres minutos, dos mujeres dijeron lo siguiente:

“Se lo ve bien igual” (sobre u n niño bien nutrido).


“Lo que natura no da Salam anca no presta” (sobre la inteligen­
cia que se necesita para ap ro b ar el exam en de obtención de
u n a b eca).
“¿A que no hay mejores despertadores?” (sobre los niños que se
despiertan tem prano).
“El que se acuesta con n iñ o s ...”.
“Es que donde hay ham bre no hay pan d u ro ”.
56 LA CULTURA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Al poco tiem po, en u n a tien d a que era el p u n to de reunión m atinal de


unas amas de casa, escuché:

“Me m iró m al”.


“No estamos tan forrados com o antes; no tenem os suficiente
tela” (sobre la escasez de c a rn e ).
“¿Oíste lo del director? Perdió la chaveta”.
“Hoy m e tiré el ropero encima; hasta tengo puesta una falsa blusa”
(frase referida a u n a blusa con pechera y botones sin ojales).

Los viejos dichos que se refieren a acontecim ientos tales com o nacim ien­
tos, bodas, relaciones sexuales, hijos o m uertes son muy frecuentes. So­
bre el sexo:

“Nadie n o ta si falta u n a porción de u n a torta que no está e n te ra ”


(sobre las costum bres sexuales de algunas damas ligeras).
“Nadie m ira la repisa de la chim enea cuando atiza el fuego”
(una m u jer no necesita ser bella para que las relaciones sexuales
con ella sean placenteras).
“Me viene b ien u n a bu en a com ida de vez en cu a n d o ”
(com entario sobre u n a m ujer cuyo atractivo físico es muy
evidente).
“Si cuidas a tu m arido, te d u rará toda la vida” (sobre sexo y
tareas dom ésticas p ara u n a esposa jo v en que está enferm a y sé
siente a p e n a d a ).
“No vale la p e n a abrir el h orno para h o rn ear u n solo p a n ” (una
m adre de m ed ian a ed ad a u n a jo v en em barazada de su prim er
hijo que dice que estaría conform e con ten er u n solo niño).

La mayoría de esas frases son lo que queda de una tradición oral muy ro­
busta. El uso de la palabra “falsa”, por ejemplo, indica un sentido m oral que
tiñe los sucesos de la vida cotidiana. No tengo tanta evidencia que pruebe
que esas frases están siendo novedosas. D urante la última guerra, los solda­
dos acuñaron unas pocas frases, pero casi ninguna se ha conservado en el
habla corriente. Cada tanto surge alguna de cierto program a de radio muy
popular y se pone en boga durante u n tiempo; por ejemplo, “¿Me oyes,
mami?” o “¡Sí, claro, pibe!”.* Por lo demás, los trabajadores más jóvenes se

* En inglés, las frases son “Canyer 'ear me, Mullieñ" y “Righl, MunkeyF. L a
p rim e ra p e rte n e c e a u n a canción q u e can tab a u n fam oso can tan te inglés de
PAISAJE CON FIGURAS! UN ESCENARIO 5 7

las arreglan con unos pocos epítetos que incorporan al conjunto de viejas
frases que han adoptado com o propias. Las cosas que más les gustan son
“bárbaras” y las que m enos, “horribles”; lo que adm iran es “grandioso” y, un
término más m oderno, “súper” (aunque este último es un epíteto m enos
característico de una clase en particular).
En las personas de m ediana edad, y con más fuerza de lo que creem os
tam bién en los jóvenes, persisten las viejas form as de habla. Y 110 persis­
ten como u n condim ento sino com o u n elem ento formal: las frases se
usan com o fichas “clic, clic, clic”. Si sólo prestam os atención al tono, lle­
garemos a la conclusión d e que se usan únicam ente p o r decir algo, que
son frases hechas sin contenido y que no se vinculan con la form a en que
se vive; se usan y, en cierto m odo, no tienen conexión con el contexto. Si
prestam os atención sólo al tem a -la aceptación ele la m uerte, las brom as
respecto del m atrim onio y su consentim iento, el aprovecham iento de
lo que se tien e-, tendrem os u n panoram a de cóm o las viejas actitudes,
simples y saludables, se conservan intactas. La verdad está en m edio de
dos extremos: la persistencia de las viejas formas de habla no indica que
las antiguas tradiciones se conserven de u n m odo vital, sino que no están
del todo m uertas. Se vuelve a ellas, se recurre a ellas com o u n cam po de
referencia fijo y bastante fiable en u n m undo que resulta difícil de com ­
prender. Los aforismos se em plean como u n a suerte de elem ento tran-
quilizador: “En fin, no hay m al que p o r bien no venga” y u n conjunto de
variantes de la frase. No d eb ería sorprendernos (y en el nivel en que esa
form a de habla tiene su efecto no es, de n in g u n a m anera, paradójico)
que esas frases se contradigan en tre sí m uchas veces, que en u n a conver­
sación más o m enos extensa se usen para p ro b ar opiniones opuestas. No
se usan como elem entos de u n discurso intelectual.

Lo mismo puede decirse de las supersticiones y los mitos. El m undo de


la experiencia está catalogado en su totalidad en dos grandes categorías:
las cosas que se vinculan con la buen a fo rtu n a y las que se relacionan con
la mala suerte. Esa división se aplica de m anera autom ática en la vida
diaria. Ponerse los zapatos sobre la mesa, pasar p o r debíyo de una esca­
lera, derram ar sal, p o n e r ciertas flores den tro de la casa, quem ar “cosas
verdes”, llevar hojas de m uérdago a la casa antes de Navidad, rom per un

las décadas d e 1930 y 1940. La segunda, al cóm ico británico Al Read, q u ien la
em p leab a siem pre en su p o p u la r pro g ram a d e radio de las décadas de 1950 y
1960. [N. de T .j
58 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

espejo, dar u n cuchillo sin recibir u n a m o neda a cambio o p o n er los cu­


biertos cruzados sobre la mesa son acciones que traen mala suerte, pero
que se cruce u n gato negro,* ponerse las medias al revés, que un hom bre
de piel oscura en tre en la casa delante de uno en Navidad o Año Nuevo
o tocar m ad era si se h a tentado a la suerte son signos de buena fortuna.
El novio no debe ver a la novia el día de la boda antes de la cerem onia y
ella debe usar -y de hecho, u sa- algo viejo, algo nuevo, algo prestado y
algo azul. Q ue u n bebé llore en su bautism o significa buena suerte. El día
que nace u n niño, quienes lo ven sueltan u n conjunto de rimas del tipo
de “Con u n hoyuelo en la barbilla, recogerás el dinero en carretilla”. Los
sueños tam bién son im portantes, no porq u e revelen cosas del pasado ni
porque rep resen ten alguna angustia escondida, sino porque p redicen
cosas y n o rm alm ente significan lo contrario de lo que aparentan: llorar
en sueños rep resen ta algo placentero, pero hay que llorar de verdad,
despertarse con lágrimas en los ojos, y no sólo soñar que se llora. '
Las supersticiones y la salud van de la m ano. “No creo en los m édicos”
es u n a frase bastante frecuente. Existen cientos de dichos antiguos y ex­
presiones m odernas, casi todas apócrifas, que confirm an la creencia. Mi
generación es quizá la últim a a la que h a n tratado con azufre y melaza
para curar la m ayoría de los males infantiles, pero la receta no h a que­
dado en el olvido. O tros tratam ientos son más extraños. Sé de dos expe­
rim entos urbanos recientes con pelo de caballo y carne para elim inar
verrugas: la carne se ata con el pelo de caballo y se entierra; la verruga se
debilita y con el tiem po se cae. H ace unos años, en algunas fábricas de
ropa de Leeds corrió el ru m o r de que lavarse con orina era bueno para la
piel. Aún se piensa q ue la debilidad de ciertos niños se debe a que tienen
el pelo largo y grueso, pues el cabello crece a expensas del cuerpo. T o­
das las actividades, p o r m ínimas que sean, están asociadas a una serie de
creencias; así, ciertas m ujeres siem pre van a las reuniones 5 donde ju e g a n
a los naipes con u n a m oneda del año en que nacieron; algunas m arcan
los tantos con lápiz rojo y otras no se p o n en zapatos negros.
La m ayoría de esos mitos son muy antiguos; algunos están de­
sapareciendo, y ocasionalm ente nacen otros nuevos. Son notables, en
paiticular, los que tienen que ver con las grandes figuras de u n m undo
íyeno. En el folclore más elem ental de la clase trabajadora, al revés de

* En In g laterra, el gato negro es un sím bolo de b u e n a suerte. [N. de T .]


5 C ostum bres d e las reuniones de m ujeres que ju e g a n a los naipes, relatadas
p o r u n h o m b re que fue m aestro de cerem onias en tres mil reuniones
(Reválle, 2 de octubre de 1953).
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 5 9

lo que ocurre con el hum or, se tiende a en g ran d ecer a las figuras y no a
em pequeñecerlas. Se cuentan historias fabulosas sobre cómo m urió tal
estrella de cine (trató de adelgazar p erm aneciendo dentro de la helade­
ra y m urió congelada) o acerca de cóm o vive tal princesa. Se dice que Sta-
lin se hacía “p o n e r inyecciones” para vivir hasta los 150 años. El proceso
a veces funciona al revés: se dice que “ellos” p in ch an intencionalm ente
uno de cada diez preservativos y tam bién que “ellos” le echan brom uro
al té de los soldados para debilitar su deseo sexual.
Algunos de los mitos m encionados, sobre todo los relacionados con la
buena y la mala suerte, tam bién form an parte de las creencias de otras
clases sociales. ¿Qué características acom pañan esos mitos en la clase tra­
bajadora? Las afirmaciones van precedidas de “Dicen q u e ...”. No se las
analiza, pero en ocasiones la gente se m ofa de ellas porque son “cosas de
vieja”. No obstante, todos se cuidan bien de seguirlas al pie de la letra. Se
dice que “son todas supersticiones” y se las critica en artículos de revistas
populares, pero la tradición oral las recoge y las perpetúa. Los jóvenes las
repiten tal com o lo hacían los mayores. ¿Existe alguna revista leída p or la
clase trabajadora que no traiga el horóscopo? Los cambios ocurren muy
lentam ente y las personas no advierten la incoherencia: creen y no creen
al mismo tiempo. C ontinúan repitiendo las antiguas fórmulas y observan­
do sus prohibiciones y permisos: la tradición oral sigue siendo muy fuerte.

Así ocurre en m uchas otras áreas de la vida de las personas de la clase


trabajadora. El m u n d o de las parejas de m ediana edad tiene muchas ca­
racterísticas eduardianas. Las salas de sus hogares han cambiado poco
desde la época en que las am ueblaron p o r prim era vez o desde que las
hered aro n de sus padres, salvo p o r el agregado de algún adorno m enor
o u na silla. A las parejas jóvenes les gusta co m p rar todo nuevo cuando
“sientan cabeza” y los vendedores de las m ueblerías se esfuerzan por p e r­
suadirlas de que com pren en cuotas más m uebles de los que necesitan.
Pero aunque digan que los m uebles son m o dernos y aunque estén he­
chos con m ateriales nuevos, deben ten er las mismas características que
los de una sala “de u n hogar de verdad”, com o la de los abuelos. Lo
m ism o pu ed e decirse de la vajilla, de los parques de atracciones y de las
canciones populares.
No se trata sólo de u n a form a de resistencia pasiva sino de algo que,
aunque no esté com pletam ente articulado, es positivo. La clase trabaja­
dora tiene u n a capacidad natural para adaptarse a los cambios asimilan­
do lo que le gusta de lo nuevo y pasando p o r alto el resto.
6 0 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Vivir com o clase trab ajad o ra im plica p e rte n e c e r a u n a cultura o m ni­


presente, u n a c u ltu ra que tiene u n a form a y u n estilo com o los que
se atribuyen a la clase alta. U n trab ajad o r n o sabría seguir las reglas
de u n a cen a de siete platos y u n h o m b re de clase m edia alta en u n a
re u n ió n de personas de clase trab ajad o ra se vería extraño en su form a
de conversar (en el ritm o de la conversación, no sólo en el tem a o en
el vocabulario), de gesticular o de h acer el p ed id o al cam arero y de
apoyar el vaso en la m esa. Pensem os en algunas rutinas de la clase tra­
bajadora a lre d e d o r de la vestim enta: la ro p a de dom ingo, la “ro p a p a ra
salir” para q u e los n iños estren en e n Pentecostés cuando van de visita
a casa de los p arien tes q ue les regalan d in ero , o el intricado sistem a de
renovación del g u ard arro p as m ed ian te la venta p u e rta a puerta. Pense­
mos tam bién en la elaboración de form alidades, desde el sim ple “pasar
el d ía ” hasta “u n a m u estra de re sp e to ” a u n vecino fallecido com o el
quedarse de pie en las puertas del cem en terio d u ran te el funeral, o los
rituales de los “Buffs” y los “O d d Fellows”. O en la costum bre, que lleva
ya más de cin c u e n ta años, de enviar postales desde la playa. La m ayor
parte del año, los m iem bros decentes de la clase trabajadora no verían
con b uenos ojos recib ir u n a de esas postales, p ero en época de vacacio­
nes “se p e rm ite n ” enviar algunas a los amigos: taijetas que m uestran
suegras gordas y policías gordos, hom bres escuálidos con esposas de
caderas p ro m in en tes, botellas de cerveza y bacinillas p o r todos lados,
con la e te rn a can tilen a de h u m o r b arato y estilo invariable.
Así, m uchas de las nuevas actitudes no afectan dem asiado a la clase
trabajadora. Sus integ ran tes se ven m enos influidos de lo que cabría
esperar con sólo co nsiderar la en o rm e m edida en que son objeto de
esos abordajes. Quizás haya algo de verdad profética en las discusio­
nes sobre “la gran m asa anónim a con sus reacciones com pletam ente
apáticas”. P ero hasta ahora, los m iem bros de la clase trabajadora no se
ven tan afectados com o sugiere la frase, p o rq u e en gran m edida “no
están”; viven e n otro lado, intuitivam ente, p o r costum bre, verbalm ente,
alim entándose de m itos, aforismos y rituales. Eso los salva de algunas de
las peores consecuencias de las actitudes actuales. Al mismo tiem po, en
otro sentido, los convierte en sujetos más fáciles de abordar. H an sido
afectados p o r las condiciones de la m o d ern id ad sólo en aquellos aspec­
tos en los q ue las tradiciones más antiguas los h icieron muy abiertos e
indefensos.
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 6 l

“no h a y n a d a c o m o l a p r o p ia c a sa ”

Cuanto más de cerca observamos la vida de la clase trabajadora, más tra­


tamos de llegar a lo más profu n d o de sus actitudes y es más probable que.
parezca que esa p rofundidad tiene que ver con lo personal, lo concreto,
lo local: está e n carnada en la idea de, en p rim er lugar, la familia y, en se­
gundo lugar, el barrio. Esto sigue siendo así, aunque haya m uchas cosas
que o p eren en contra, y en parte ju stam en te p o r eso mismo.
En las revistas dirigidas a m uchachas y amas de casa de clase trabajado­
ra, es muy frecuente el uso de la palabra “p ecad o ”. La palabra no aparece
en publicaciones más elevadas, salvo en obras de autores particularm en­
te interesados en que sus lectores recu erd en “la condición m etafísica del
hom bre”. En cam bio, las revistas para la clase trabajadora no em plean la
palabra “p ecad o ” en u n sentido metafísico; 110 aluden a la caída del hom ­
bre en el sentido bíblico ni a las obligaciones para con Dios. “Pecado” es
que u n h om bre deje em barazada a u n a chica y no se case con ella; que
una m uchacha perm ita que la dejen em barazada, que se “m eta en p ro ­
blemas” (el aborto rara vez aparece n om brado como solución y n u nca se
lo aprueba); “p ecad o ” es que la m ujer o el h om bre casados se arriesguen
a p erd er a su m arido o a su m ujer p o r salir con otros; ‘‘pecado” es arrui­
nar el m atrim onio de o tra pareja. “P ecado” es todo acto en contra de la
idea del hogar y la familia, en contra del sentido de la im portancia de
“conservar la u n ió n en el h o g ar”. M ientras que casi todo lo dem ás se rige
por norm as externas, resulta azaroso y prob ab lem en te golpee cuando
menos se lo espera, la casa es u n lugar pro p io y real; la m ejor form a de
bienvenida sigue siendo: “Siéntase com o en su casa”.
Las personas de la clase trabajadora siem pre rechazaron la idea de
“term inar en u n asilo” p o r m uchas razones, y u n a de las principales es
la inalienable cualidad de la vicia en el hogar. U na viuda “se m atará tra­
bajando” com o em pleada dom éstica antes que aceptar que sus hijos ter­
m inen en un orfanato, au nque sea bueno. C uando la viuda m uere, los
parientes, algunos'de los cuales quizá no hayan hecho nada p o r ella en
vida y tam poco tienen entonces dem asiado interés en cuidar de sus hijos,
se rep arten a los niños. Mi m adre quedó viuda con tres hijos de 1, 3 y 5
años, y cuando m urió, después de cinco años de trabajo duro, recuerdo
que u n a tía que venía de lejos y a la que yo n o conocía dijo que “los orfa­
natos de hoy en día son distintos”. N adie le hizo caso, así que los tres nos
fuimos con distintos familiares, todos más pobres que esa tía.
La insistencia en la privacidad del hog ar surge de este sentim iento,
reforzado p o r la conciencia de que, aunque los vecinos son de “la m ism a
62 LA CULTU RA OBRERA EN LA S O C IE D A D DE M A S A S

clase” y colaboran en los m om entos difíciles, siem pre están listos para el
chism e y muchas veces para los com entarios m alintencionados. “¿Qué
van a pen sar los vecinos?”: p o r lo general, piensan que dos y dos son cin­
co ; “no tien en la intención de h e rir” con sus com entarios, pero a veces
p u ed en ser excesivamente crueles. Si bien son capaces de “escuchar todo
lo que o cu rre” a través de la estrecha pared m edianera, u n o puede cerrar
la p u erta de entradá, “vivir su p ro p ia vida” y no “sacar los trapitos al sol”,
es decir, com partirlo todo con los m iem bros de la familia, incluidos los
hij os casados y sus propias familias, que viven en las inm ediaciones, y con
alg'unos amigos que suelen visitar la casa. U no quiere te n er buenos veci­
nos, pero u n buen vecino no tiene p o r qué en trar en la casa del otro, y si
ad o p ta esa costum bre, hay que “p o n erle lím ites”. Las cortinas de encaje a
m edia altura no deján pasar la m ayor parte de la poca luz solar que llega
a la ventana, pero d eterm inan la privacidad. El alféizar de las ventanas y
el um bral de la p u erta desgastados de tanto cepillarlos con polvo limpia­
d o r indican que en la casa vive u n a familia “d ecente” que sabe que hay
q u e hacer limpieza general de la casa una vez p o r semana.
E n el interior, la aspidistra ya n o está; la han reem plazado el joven
cam pesino com iendo cerezas y la n iñ a con gesto tím ido tocándose la
falda, o la joven coni som brero que lleva dos perros de raza Borzoi o un
alsaciano. Objetos m odernos adquiridos en un local de una cadena de
tiendas, m al enchapados y con m anchas de barniz, sustituyen a la vie­
j a caoba. E ntran en Ja casa jaulas para pájaros y latas m ulticolores para
g u ardar galletas. No se trata solam ente de tener lo mismo que los Jones;
esos objetos están al servicio de los valores domésticos en su m áxim a
expresión. Así, m uchas casas prefabricadas ahora ostentan vidrios de co­
lores ensam blados con plom o provistos p o r los dueños. E n las casas más
antiguas, las repisas de las ventanas brindan la oportunidad de añadir
algo ele color en el exterior en m acetas con frondosas plantas de mas­
tuerzo o hasta con llamativos geranios.
R ecordando los años que com partí la sala de estar con mi familia, diría
que una b u en a sala debe p ro p o rcio n ar tres cosas: sociabilidad, calidez y
m ucha b u ena comida. La sala es el corazón de la vida familiar, y por ello
las visitas de clase m edia en cu en tran algo viciado el am biente. No es un
centro social sino u n centro familiar; allí no se reciben visitas, tam poco
en la habitación del frente, cuando la hay. No hay nada que se parezca al
concepto de “recibir” que tiene la clase media. La vida social de la esposa,
fuera de la relación con sus familiares más directos, se desarrolla en la
zona do nde se cuelga la ropa, en la tienda de la esquina, ocasionalm ente
en casa de parientes que no viven muy lejos y, quizás alguna que otra vez,
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 6 3

en el pub o en el club, cuando acom paña al marido. Él va al pub, al club,


al trabajo y a los partidos de fútbol. Los amigos que tiene en esos lugares
probablem ente no conozcan su casa p o r dentro, ya que nunca “cruzaron
el um bral”. La chim enea está reservada a la familia, la que vive en la casa y
los parientes que viven cerca, y a los que “significan algo para nosotros” y
van a charlar o a pasar el rato. G ran parte del tiem po libre de un hom bre
y de su esposa transcurre frente a la chim enea; “quedarse en casa” es una
de las actividades de ocio más com unes.
El espacio está abarrotado de objetos; es com o una m adriguera alejada
del m undo exterior. No suena el teléfono y es raro que alguien golpee
a la pu erta por la noche. Pero el grupo, si bien es reducido, no tiene in-'
timidad; se trata de u n gi'upo gregario en el que se com parte la mayoría
de las cosas, incluida la personalidad: “nuestra m am á”, “nuestro p ap á”,
“nuestra Alice” son las formas de tratam iento más comunes. Estar solo,
pensar en soledad o leer en silencio no son actividades muy corrientes.
Están la radio o la televisión,cosas que se hacen cada tanto o fragm en­
tos de conversaciones interm itentes (rara vez una conversación larga);
la plancha golpea contra la mesa, el perro se rasca o bosteza y el gato
m aúlla para que lo dejen salir ;7 el niño se seca con la toalla familiar cerca
de los leños que crujen o lee en voz baja la carta que el herm ano que está
en el ejército envió para toda la familia, y que se hallaba en la repisa ele
la chim enea detrás de la foto de la b o d a de la herm ana; la niña em pieza
a lloriquear porque h a estado m ucho tiem po despierta; el loro parlotea.
En algunas de las casas esta unidad se materializa en la confección de
una alfombra de retazos. Se preparan retazos de ropa vieja, ordenados por
color, y se los pega en u n trozo de arpillera. Los diseños son sencillos y tradi­
cionales; por lo general, contienen u n círculo o un rom bo central y el resto
queda en azul m arino liso (salvo en los bordes) o ese azul grisáceo que se
produce con la mezcla de materiales de m ala calidad; a la mayoría nos hace
recordar el color de las mantas del ejército. La nueva alfombra reemplazará
a la realizada hace m ucho tiem po y habrá costado poco más que el precio
de la arpillera, a menos que se decida incluir un centro más alegre y no haya

6 Antes d e que llegaran la rad io y la televisión, los ju eg o s de naipes eran muy


p o pulares en los hogares, y el ju e g o más com ún era el bridge. D espués de que
la costum bre se h u b iera p erd id o en gran m edida, el solitario seguía ten ien d o
adeptos. U n a de mis tías lo se g u ía ju g a n d o m ucho en la década de 1930.
7 Según el H liS 1955, los p erro s son m ás com unes en la clase alta que en las
clases m edia y baja, p e ro la clase baja (grupos D y E) tiene en p ro p o rció n
más gatos qu e las otras.
6 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

suficiente color. En ese caso, para com prar recortes de -p o r ejem plo- color
rojo, se necesita alrededor de u n a corona po r kilogramo.
¿A alguien le parece extraño que los hijos que se casan tarden unos
años en ab an d o n ar la chim enea de la casa m aterna? M ientras se lo p e r­
m iten las necesidades de sus propios hijos, y ese m om ento llega m ucho
después de lo que u n a b u en a m adre creería razonable, los hijos con sus
propios hijos irán de visita a la casa m atern a p o r las noches. Los yernos
van directam ente después del trabajo y cenan allí, d onde lo están es­
perando con la m esa servida, y d o n d e tam bién com en los abuelos, que
viven en la casa (au n q u e la m ayoría de los ancianos no aceptan la idea
de “dejar el h o g ar” y sólo lo ab an d o n an cuando no queda más rem edio;
en cam bio, p refieren q u e los m ás jóvenes vayan a su casa con sus hijo s).
El calor, estar “a gusto com o u n a pulga en u n p erro ”, es lo más im por­
tante. Setenta años de carbón barato hicieron que la mayor parte de la
gente lo usara en cantidades industriales, en com paración con el consumo
en otros países. U na b u en a am a de casa sabe que debe “m antener u n bu en
fuego” y probablem ente preste más atención a eso que a com prar ropa
interior abrigada. Es que el fuego se com parte y está a la vista de todos.
“U na bu en a m esa” tiene similar im portancia, y la frase se refiere a u n a
mesa llena de com ida y no tanto a u n a mesa con alimentos de u na dieta
equilibrada. Por eso, m uchas familias com pran m enos leche de la que de­
berían y la ensalada n o es muy popular. Relacionado con est'e tem a aparece
un conjunto de actitudes, algunas basadas en la sensatez y otras, en mitos.
La “com ida casera” siem pre es la mejor; la com ida de los restaurantes casi
siempre está adulterada. Las pequeñas confiterías saben muy bien que les
irá m ejor en el negocio si p o n en en la vidriera un cartel que diga “Panes y
tortas caseras”, frase que en cierta m edida 110 falta a la verdad, aunque los
hornos eléctricos hayan sustituido a los antiguos aparatos de cocina de la
casa familiar, en cuyo frente funcionaba el negocio. La desconfianza que
generan los restaurantes se ve reforzada por el hecho de que rara vez hay
dinero para com er en u n o de ellos, si bien las cantinas baratas de los luga­
res de trabajo provocan la misma resistencia. El m arido se queja de que la
comida de la cantina “es sosa” y la esposa le “prepara una vianda”, es decir,
unos sándwiches con “algo sabroso”, y la com ida principal para la noche.
“Algo sabroso” es u n a frase clave en la alimentación: algo sólido, sustan­
cioso y con sabor bien definido. El sabor se increm enta con el uso indiscri­
m inado ele salsas y encurtidos, en especial salsa de tom ate y mostaza con
pepinillos en vinagre. R ecuerdo que en sus prósperos prim eros años de
casados, mis parientes siem pre p reparaban algo frito a la tarde: chuletas,
filetes, hígado, papas. P or el contrario, los jubilados, con m enos recursos,
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 6 5

a veces preparaban algo que parecía u n a com ida apetitosa disolviendo un


cubo de caldo Oxo en agua que luego acom pañaban con pan. Desde que
su precio es accesible, la carne se h a vuelto u n alimento básico y las amas
de casa de la clase trabajadora que han pasado m om entos de necesidad
conocen los cortes de carne más baratos, nutritivos y, a la vez, sabrosos. El
acento que se pone en el sabor se ve claram ente en la necesidad de servir
“algo con el té” los fines de sem ana, si no todos los días. Hay u na enorm e
variedad de platos preferidos, p o r lo general, productos derivados de la
carne, como morcilla, patas de cerdo o de ternera, hígado, callos, salchi­
cha boloñesa, pato, intestinos de cerdo (y, en ocasiones especiales, pastel
de cerclo, un plato muy popular) ,8 y los platos de mar, como langostino,
huevas, arenque ahum ado o mejillones. En mi casa, la mayor parte de la
semana comíamos platos sencillos: para el desayuno norm alm ente había
pan untado con grasa de carne asada; en la cena se servía u n buen guiso;
a la hora del té, comíamos algo apetitoso, pero nada costaba más que unas
monedas. Las comidas del fin de sem ana eran más elaboradas, como las
de todos, con excepción de los m uy pobres, y el té de los domingos era lo
máximo. A las seis de la tarde, en la pila de basura del fondo ya había u na
capa superior com puesta de latas vacías de salm ón9 y fruta. El ananá era
la fruta preferida porque, en esa época en que el precio de la fruta enlata­
da era sum am ente barato -seg ú n nos parece ahora-, costaba unos pocos
peniques (cuenta la leyenda que, en realidad, era nabo saborizado). Los
duraznos y los damascos eran más caros y sólo se com praban en ocasiones
especiales, como cum pleaños o visitas inesperadas de familiares que vivían
en otra localidad. El salmón era delicioso, en especial los filetes rojos; aún
hoy pienso que son más “sabrosos” que el salmón fresco.
D urante los años en que escaseaba la carne,'los nuevos productos de
carne enlatada gozaban de gran aceptación. Sé de u n a casa donde vive
una familia de cinco personas en la que com pran siem pre u na lata de 2
kilogramos de p an de carne, y u n yerno que suele com er allí no consum e
carne fresca, sino sólo carne enlatada Spam, fría o frita. No es u n a co­
mida barata, no más barata que el ja m ó n cocido o el pescado con papas
fritas, que siguen siendo populares.

8 U n am igo m ío h ace poco escuchó a u n a m u jer de clase trabajadora en u n a


rotisería decirle co n orgullo al m arido: “¡Ay, cóm o te gusta el pastel d e
cerdo!, ¿eh?”.
9 A veces parecía q u e este alim en to era u n a extravagancia: “A hora le sirven
salm ó n ” era la frase e m p lead a para d a r a e n te n d e r que u n p re te n d ie n te era
acep tad o p o r los pad res de la chica.
6 6 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

La insistencia en la comida sólida y rica es fácil de observar: “Panza llena,


corazón contento”. Los que trabajan duro tienen que com er m ucha canti­
dad de alimento, con alto contenido proteico y lo más sabroso posible. Sin
duda, las consecuencias son m enos admirables que el propósito. Cuando
era niño, mis tíos y tías, de entre 30 y 40 años, todos parecían tener dentadu­
ra postiza. ¿Se debía sólo a la falta de cuidado? (también tenían callos por
usar zapatos incóm odos). Pero asimismo recuerdo que un tema recurrente
d e conversación era la constipación y la acidez estomacal: comprábamos
bicarbonato de sodio con la mism a frecuencia con la que comprábamos
leña. Quizá se trate de mi imaginación, pero me llama la atención la dife­
rencia entre las personas gordas de distintas clases sociales; por ejemplo,
u na m ujer adulta de la clase trabajadora y un hom bre de negocios de buena
posición económica. La m ujer tiene la piel blanca y sin brillo; el hom bre
es corpulento y lusü'oso; ella me hace pensar en litros de té, kilos de pan y
pescado con papas fritas; él, en la carne que sirven en hoteles de estación.
Podría seguir hasta el infinito recordando detalles que caracterizan esa
clase de vida doméstica: el olor a agua caliente, bicarbonato y albóndigas de
carne del día en qué se lavaba la ropa, o el olor de la ropa secándosejunto
al fuego; y los domingos, el olor al Nexos of the World mezclado con olor a
carne asada; la lectura de artículos de viejos periódicos en el baño; las inter­
minables tardes de domingo, aliviadas p o r visitas ocasionales a familiares,
o al cementerio, cuyas puertas están flanqueadas por puestos de flores y
talleres de lápidas costosas. Como cualquier otra vida con un núcleo firme,
la vida de la clase trabajadora tiene una base sólida y genera un sentim iento
fuerte entre sus integrantes. En los pequeños grabados en m adera o en las
taijetas decoradas y los pañuelos bordados que aún hoy se venden en ferias
y puestos de playa, se sigue poniendo “Hogar, dulce hogar” y “Hogar, el
lugar donde más refunfuñam os y donde m ejor nos tratan”.
Como ya he m encionado, la descripción realizada hasta aquí y las sec­
ciones que aparecen más abajo en este mismo capítulo se n u tren en gran
p arte de recuerdos de hace veinte años. No m e explayo sobre el mayor
p o d er adquisitivo ele la clase trabajadora ni, p o r ejem plo, sobre el ahorro
de trabajo que significa para las amas de casa ten er electrodom ésticos.
Eso se debe, principalm ente, a que m uchos suponem os que las conse­
cuencias de esos cambios en nuestras actitudes son mayores de lo que
son. Por eso, pienso que es im portante destacar prim ero cuánto del m o­
delo básico de la vida de la clase trabajadora se conserva tal com o ha sido
d urante m uchos años.
En varios aspectos, es una b u en a vida, basada en el cariño y el espíritu
de grupo, donde el individuo q ueda en segundo plano. Es elaborada y
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 6 7

desordenada a unque sobria, y no es ordinaria, ni presum ida, ni antojadi­


za ni “dem asiado fem enina”. El padre form a parte de la vida interna de
la casa, no es alguien que pasa la mayor parte del tiem po lejos ganando
dinero p a ra m a n te n e r a la fam ilia. La m adre es el cen tro de la activi­
dad en el hogar; siem pre está m uy o cu p ad a y sus p ensam ientos suelen
girar en to rn o a la vida de la sala fam iliar (el d o rm ito rio no es más que
un lugar p a ra d o r m ir ) . Su “ú n ica asp iració n ”, com o ella suele d e cir,'
es que sus hijas e hijos “encu en tren p ro n to u n b uen chico o chica para
form ar su propio h ogar”.
Aunque parezca confuso y descontrolado, se puede distinguir un mo­
delo, que no es consciente ni sofisticado, pero que se nutre de la idea de
para qué sirve u n hogar. Com parem os ese m odelo con el de salones pú­
blicos com o los de un café o un p equeño hotel m oderno, con las paredes
pintadas en varios colores hostiles de pintura al tem ple, rayas de colores
chocantes, horrendos y fríos picaportes de plástico, apliques de ilumina­
ción recargados e inútiles, mesas de m etal que no son atractivas y cuya
pintura de colores brillantes está toda rayada: u n conjunto de baratijas
de mal' gusto. Los materiales no necesariam ente producen ese efecto,
pero cuando los usan personas que h an dejado de lado su idea de con­
ju n to y n o tienen afecto p o r los nuevos m ateriales, la falla se nota. En las
casas, los nuévos objetos se integran a u n conjunto que se conform a ins­
tintivam ente a posteriori. Hay u n a invasión de la antigua tradición, aquí
y en m uchas otras áreas. Pero el profu n d o sentido de la im portancia del
hogar asegura la len titu d del cambio. El rechazo de varias generaciones
al principal destructor de hogares, el alcohol, ayudó a la form ación de
una fuerte resistencia a nuevos destructores potenciales.

LA MADRE

Conozco sus m anos hum ildes, restregadas y estropeadas /


[...] ese m onum ental / argum ento del gesto, la voz áspera.
d y l a n t h o m a s , “Después clel funeral (en m em oria

de A n n Jo n e s)”

Escribir sobre las m adres de la clase trabajadora implica correr riesgos


particulares. Sabemos, aunque sólo sea p o r la profusión de novelas pu­
blicadas d u ran te los años treinta (una época tan afecta a docum entar la
vida cotidiana), que la m adre ocupa un lugar privilegiado en la mayoría
6 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

de los relatos de infancia. Los hom bres quizá no se ocupan tanto de ella,
pero com pran adornos con la leyenda “Sin m adre no hay h o g ar” y, años
después de que ella “se h a id o ”, siguen hablando de “mi vieja”.
Es adm irable el lugar que ocupa la m adre en la familia. Pienso en u na
m ujer de m ediana edad, p lenam ente consolidada como am a de casa, re­
conocida com o tal. E n ese m om ento de su vida, ella es el eje del hogar, ya
que este ocupa la m ayor parte de su m undo. Es ella, y no tanto el padre,
quien m antiene u n id a a la familia; ella le escribe, no sin dificultades, al
hijo que está cum pliendo el servicio m ilitar o a la hija que trabaja en otra
ciudad. M antiene el contacto con los parientes que viven cerca: abuelos,
herm anos, h erm anas y prim os; a veces, va de visita a la casa de alguno de
ellos o a lo de algún vecino y se qu ed a charlando u na hora. Deja el m u n ­
do ex terior de la política, e incluso de las “noticias”, a su m arido; no sabe
m ucho del trabajo de él; los amigos que tiene son los de su m arido, pues
desde que se casó h a dejado de ver a sus propias amistades.
Si bien esta descripción es muy burda, es necesaria para dar u n a iclea
de la naturaleza cerrada, corta de miras, ele la vida de la m ayoría ele las
m adres de la clase trabajadora. La presión es tan grande que, en las m u­
jeres con problem as o que carecen de im aginación, puecle ciar lugar a
un m u n d o vuelto sobre sí mism o en el cual no ingresa nad a que no se
vincule con la familia.
Es u na vida clura, en la que se supone que la m adre está dedicada “a lo
suyo” clesde que se levanta hasta que se acuesta. Sus actividades consisten
en cocinar, rem en d ar, fregar, lavar, cuidar a los hijos, hacer las com pras
y satisfacer los deseos del m arido. Todavía hoy continúa siendo u n a vicia
dura, si bien ayuda te n e r una aspiradora o un lavarropas, y aun así, en
los barrios obreros hay más polvo que lim piar que en los barrios más
prósperos. Las cortinas casi n u n ca conservan “u n buen color”, aunque el
lavado se haga con extracto de blanco; la zona ele la chim enea necesita
una lim pieza más profunda. El hum o y el hollín de las fábricas y las líneas
ele ferrocarril cercanas se m eten en la casa, y la mayoría de las m ujeres
“no soporta la idea de que triunfe la suciedad”.
Parte del tiem po libre se ocupa zurciendo o rem endando, rara vez
cosiendo ro p a nueva para los niños. Pocas m adres, ni siquiera las que
trabajaron antes en u n a fábrica de ropa, conocen tocio el proceso de
confección de u n a p renda. Además, las m áquinas de coser son caras y
las familias de la clase trabajadora no p u e d e n com prarlas, ni siquiera en
cuotas, p orque suelen adquirir bienes que co ntenten a toda la familia.
La ropa de confección no cuesta m ucho dinero y es bonita. La ro p a del
m arido se estropea en el trabajo, así que la tarea de aplicar rem iendos no
PAISAJE CO N FIGURAS: UN ESCENARIO 6 9

acaba n un ca y se com bina con la de com prar nuevas prendas que d u ran
poco, porque lo barato sale caro.
En parte p o rq u e el m arido está en el trabajo p ero tam bién porque se
espera que sea la m ujer la que se ocupe de tales m enesteres, es la m adre
la que pasa el tiem po en lugares públicos, com o la sala del médico, para
esperar que le d en “u n frasco”; en el hospital, p a ra acom pañar al hyo
que tiene u n p roblem a en los ojos; en las dependencias municipales,
para averiguar p o r el pago de la factura de la luz.
Todo se vuelve más difícil porq u e en la m ayoría de los casos, o al m e­
nos así h a sido hasta hace unos años, no sobra el dinero, sino que alcanza
para “lo ju s to ”; la sum a para gastos de la casa asciende a u n penique,
aproxim adam ente. Ceñirse a ese ajustado presupuesto requiere u n a
considerable habilidad, que no abunda, pero hay que ingeniárselas para
que la familia no tenga problem as financieros. U n a esposa sabe desde el
m om ento en que se casa que tendrá que “ingeniárselas” para llegar a fin
de mes. Hace unos años, Rowntree observó q ue hay u n período entre la
crianza de los hijos y la jubilación d u ran te el cual todo es más fácil. Pero
antes hay años de “in g en io ” y “escasez”.10 H e no tad o que las esposas más
felices eran aquellas cuyos m aridos p ercibían unos pocos chelines más
que lo que ganaban en prom edio los hom bres de la cuadra pero que en
otros aspectos tenían u n a vida igual a la del resto. Si un hom bre fuera
generoso y le diera a su m ujer uno o dos chelines más, ella no tendría
que cuidarse tanto ni h acer tantas cuentas; la com p ra de u n a lam parita o
de un equipo de boy scout o el arreglo de u n p a r de zapatos no serían m o­
tivo de preocupación. E n parte p orque el din ero no abundaba y en parte
porque las amas de casa m uchas veces no se daban cuenta del problem a
en el que se m etían asum iendo deudas, algunas m ujeres ideaban planes
a los que se atenían con patética obstinación. Conozco a u na m ujer que
gasta ocho libras p o r sem ana en el alm acén y hoy, en los buenos tiempos,
puede pagarlos sem analm ente, pero 110 logra quitarse de encim a las cos­
tumbres de la década de 1930 y nu n ca salda la deuda; está más contenta
con el sistema de estar siem pre debiendo algo que con abonar todo al
contado. En la casa de m i abuela no vivíamos “de la caridad” pero, al igual
que tantos conocidos, siem pre estábamos “cortos de d in ero ”. En aque­
llos años, todos los viernes a la tarde yo hacía cola para pagar el alma­

10 R ow ntree d istingue tres m om entos de p o b reza en la vida de la clase


trabajadora: la infancia, el p erío d o d u ra n te el cual se cría a los hijos y, p o r
últim o, la ép o ca en q u e los hijos se h a n casado y el p ad re ya está ju b ilad o .
7 0 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

cén; la cuenta sem anal ascendía a unos 15 o 20 chelines, y siem pre nos
quedaba algo pendiente. De adolescente, yo sentía envidia por los que
p odían pagar todo alegrem ente, u n a horrible vergüenza p o r ten er que
rep etir todas las semanas “dice mi abuela que seguirá debiéndole 5 cheli­
nes y q ue se los va a pagar la sem ana p róxim a”. Años después, una m ujer
acum uló poco a poco u n a deuda de cerca de u n a libra en la carnicería y
luego, de pronto, se dio cuenta de lo m ucho que debía. No tenía form a
de conseguir u n a libra, así que dejó de co m prar carne, pero su familia
todavía tenía cuenta con ese carnicero, así que le debe haber resultado
difícil sobrevivir al invierno de 1952, cuando la carne escaseaba. El car­
nicero, p o r su parte, habría querido que ella fuese a verlo y proponerle
u n arreglo, pero sabía que la m ujer no pasaría p o r el local. Cualquier
com erciante podría prop o rcio n ar ejem plos parecidos. El pleno em pleo
y el Estado de Bienestar han m odificado en gran m edida esta situación,
pero no tanto com o p odría pensarse; las antiguas costum bres persisten.
Por lo general, el ama de casa debe arreglárselas sola en este ajustado
sistema de finanzas semanales. Por eso existe una fuerte com petencia
entre pequeños com erciantes p o r rebajar u n penique o racionar la m er­
cadería; esas pequeñas cosas son las que deciden u na com pra. Dos peni­
ques p o r m edio kilogram o de carne quizá parezcan poco, pero p u ed en
hacer tam balear los planes de la sem ana, lo mism o que equipar al niño
para la colonia de vacaciones o a la niña para el concierto de la escue­
la dom inical o com prar un regalo para u n prim o que se casa. Siempre
están los clubes de com pra o las m ercerías y tiendas de adornos, que,
aunque no acepten cheques de agentes de préstam o, son más económ i­
cos que las grandes tiendas del cen tro y p erm iten que los clientes lleven
lo que com pran p o r u n p equeño adelanto. Casi nunca la m ercadería es
tan b u en a com o la que cuesta un chelín más: los objetos son ordinarios y
se rom pen, la capa de crom ado es delgada y desaparece al poco tiempo.
A cudir a clubes de com pra o cambistas de cheques se convierte en un
hábito y los agentes locales de préstam o suelen persuadir a sus clientes
de “m an ten er la cuenta abierta” d e m an era continua, de m odo que en
m uchos casos se va más dinero p o r sem ana que la cantidad de la que se
dispone. El ciclo no se in terru m p e nunca: si la familia necesita gastar
más, norm alm ente la m adre restringe los gastos, econom iza en com ida
o en ropa.
La vida avanza Remana a sem ana y la probabilidad de ah o rrar una
suma para “casos de em ergencia” es muy baja. Algunos p onen u n a lata
en la repisa de la chim enea d o n d e guardan lo que ahorran para las va­
caciones, pero no es lo más frecuente. N adie tiene cuenta bancada ni
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO ’J l

cobra cuando está enferm o, salvo el pago del Servicio Nacional de Salud
y quizás el de algún club, pero se trata de m ontos mínimos. Todavía se
ven amas de casa haciendo cola en las oficinas de correo a las nueve me­
nos cuarto todos los m artes para cobrar la asignación familiar. Si “echan
a p ap á” la familia p uede pasar penurias. La antigua costum bre de cuidar
m ucho a los que traen el p an a la casa, en especial con la com ida,11 con­
tinúa vigente, así como el acento que se pone en la necesidad de que
todos “tiren para el mismo lado”; de lo contrario, el barco corre el riesgo
de hundirse pronto. U na m ujer es muy feliz si puede “arreglárselas” o
“seguir adelante”, si puede contar con un poco de dinero para gastos
extra al final de la semana.
En este aspecto, com o en otros de la vida dom éstica, la m ujer es la
responsable; el m arido está fuera, ganándose la vida. AI llegar a casa, él
quiere com er y estar tranquilo. Supongo que esto explica por qué, según
lo veo yo, se espera que la m ujer sea la que se ocupe de los m étodos anti­
conceptivos que em plea la pareja. La mayoría ele las familias no católicas
de clase trabajadora aceptan la práctica de cuidarse para no tener hijos
com o algo norm al, p ero a los m aridos y a las m ujeres les da vergüenza
acudir a los hospitales d o n d e b rindan inform ación sobre m étodos anti­
conceptivos, a m enos que los guíe la desesperación. La timidez del mari­
do y la idea de que la m ujer es la que tiene la obligación de ocuparse del
tem a llevan a que él espere que sea ella q uien se encargue, porque él “no
tiene tiem po para esas cosas”. La m ujer no sabe nada de anticonceptivos
antes de casarse, y los consejos que le han dado las chicas mayores que
ella o las m ujeres casadas en el trabajo o en el barrio difieren enorm e­
m ente en tre sí. Debe aceptar p ro n to alguno de esos consejos para que
no lleguen más hijos que los deseados. Y eso no garantiza que su conoci­
m iento no se limite al coitus interruptus, el óvulo vaginal o el preservativo.
Los hom bres tienden a rechazar los preservativos porque “uno siente
m enos placer”; a ellas les da vergüenza pedirlos en la farmacia, lo mismo
que com prar óvulos; adem ás los dos productos son caros, de m odo que
el m étodo más com ún es p robablem ente el coitus interruptus.
No obstante, el em pleo de cualquiera de esos m étodos requiere una
estricta disciplina, u n a com petencia de la que carecen m uchas amas de
casa. Alguna que otra vez se olvidan de usarlos, o “se dejan llevar”, o el
preservativo es de mala calidad y se rom pe, o los m aridos las requieren

11 M uchas m ujeres les dejan su p ro p ia porción de carne y panceta a los m aridos


p o rq u e a ellos "les gusta m ucho la ca rn e ”.
72 LA CU LTURA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

inoportu n am en te después de u n a noche en el club. Entonces, es bastan­


te frecuente que después del p rim er o el segundo hijo, los que siguen
sean “hijos no deseados”. Me aventuraría a decir que en la clase m edia
baja, los “hijos no deseados” son los que nacen cuando los padres tienen
alrededor de 40 años. H an tenido dos o tres hijos entre los 20 y los 30 y
pico, y después, d u ra n te varios años, el m étodo anticonceptivo funcionó
bien. Quizás al llegar a los 40 se sienten a salvo y em piezan a cuidarse
menos. Con la clase trabajadora, el p atrón es algo diferente: a m enos que
se practique u n aborto, la m ujer tiene a su p rim er hijo no deseado un
año o dos después de te n e r a los prim eros dos niños. Se lo acepta “con
filosofía”; después de todo, “¿para qué se casa u no?”. Es u n a aceptación
“con filosofía” p ero co n poco sentim entalism o: “los chicos son un p ro ­
blem a”, dan m ucho trabajo y cuantos más se tienen, m enos dinero hay
para gastar. Pero, a p esar de todo, los padres los consienten y les están
encim a a todos p o r igual.
Está claro que u n a m adre de la clase trabajadora envejece pronto, que
a los 30, después de h a b e r tenido dos o tres hijos, hab rá perdido gran
parte de sus encantos y que en tre los 35 y los 40 ya ha perdido las formas
y tiene la figura que la familia reconoce com o la de “la vieja”. H a salido
al m u ndo antes que las m uchachas de otras clases sociales; sus prim eras
salidas con chicos las tuvo a los 16 y su prim era relación seria fue a los 18.
Para esa época, ya usaba toda clase de m aquillaje barato: lápiz de labios,
perfum es, polvo y crem as. C ontinuó con esa sim ple ru tin a cosmética du­
rante un tiem po después de casarse, p ero luego la interrum pió; sólo la
retom aba en alguna ocasión especial, con u n m aquillaje tosco y recarga­
do que en u n rostro descuidado parece p in tu ra de payaso, u n aspecto
que algunas personas tom an com o pru eb a de la ordinariez de la gente
de la clase o b rera cu an d o la ven duran te las vacaciones.
A los 45 o. 50 años em piezan los achaques; en los peores m om entos
se suele decir que “se está p o n ien d o vieja”. A parecen el reum atism o y
un dolor de espalda q ue se debe a u n prolapso que la m ujer h a tenido
durante veinte años sin saberlo. El gran tem or, un tém a recurrente en
todas las conversaciones, es el tum or, considerado com o u n gran orga­
nismo canceroso, o la “p ie d ra ”, im aginada com o un guijarro enorm e.
R ecuerdo que u n a vez vi a u n a m adre de m ediana edad con u na bolsa
de las com pras pasando p o r la feria de H unslet Feast un viernes, con
gesto de p reocupación y dolor. Se detuvo en el puesto de la herboristería
atraída p o r lo que decía u n a m ujer inm ensa, ridicula y ordinaria en su
opulencia. D udó un o s instantes hasta que se acercó y contó cuál era su
problem a. P o r seis chelines le vendieron u n a bolsa con unos cristales...
PAISAJE CON FIGURAS: U N ESCENARIO 7 3

“No im porta lo que le digan los m édicos, querida. Disuelva uno de estos
en un vaso de agua caliente dos veces al día y verá cóm o se le disuelve
la piedra. No se le volverá a form ar nunca más. Se le irá cuando vaya al
baño, querida.”
No hay m ucho tiem po p ara ir al consultorio; cuando u n a m ujer se
siente mal, a veces va p ara que le d en u n frasco de m edicina, p ero nor­
m alm ente el tiem po de espera o la sensación de estar m olestando al mé­
dico (y la falta de convicción de que él pu ed a ser de m u ch a ayuda) hacen
que la mayoría de las veces la m ujer desista de ir. Con frecuencia, prueba
con tónicos que le recom iendan. La m ayoría de los m édicos de los ba­
rrios obreros saben que rio hay m ucho que p u ed an hacer. Las m ujeres
de m ediana edad n o se cuidan com o debieran, trabajan m uchas horas,
no saben relajarse, no d u erm en lo suficiente ni siguen u n a dieta ba­
lanceada. Esperan te n e r que seguir siem pre adelante, haciéndolo todo
bien, m uchas veces confundidas porq u e las exigencias son complejas y
de alguna m an era hay que cum plir. E n el fondo, el am a de casa sabe -si
bien no lo piensa co n scien tem en te- que, si “le pasa algo” al m arido, ella
deberá arreglárselas sola, trabajar com o em pleada de lim pieza para que
le alcance el d inero de la pensión.
D urante los años en que mi m adre estuvo a cargo de m í y de mis dos
herm anos, no gozaba de la salud suficiente p ara trabajar fu era de la casa,
ya que padecía u n a afección bronquial aguda. Con gran habilidad, hacía
que los veintitantos chelines que o btenía de “los G uardianes” le alcanza­
ran para toda la sem ana (parte de ese dinero se lo daban en form a de
cupones que se cam biaban p o r productos en determ inados alm acenes).
Nadie lo diría, pero m i m adre había sido u n a chica alegre, según creo;
pero u n a b u en a parte de su jovialidad se había perdido. N o la conmovía
la actitud de las personas ante su situación; aunque aceptaba de buena
gana un abrigo o u n p a r de zapatos viejos, n o le agradecía a nadie por
la pena ni p o r la adm iración que sentían p o r ella; n o ten ía un a visión
sentimentalista de su condición y n u n ca simuló h acer o tra cosa que so­
portarla y seguir adelante. La lucha continua anulaba cualquier probabi­
lidad de disfrutar de la vida, y tres hijos pequeños que siem pre querían
más com ida y diversión que lo que mi m adre po d ía p agar no eran una
com pañía gratificante, salvo en contadas ocasiones. Se daba el gusto de
fumar cigarrillos W oodbine a escondidas, p ara que “ellos” no la vieran.
Mi herm ano estaba e n tren ad o para esconder el paqu ete de cigarrillos de
2 peniques en un cajón sin decir nad a cuando regresaba de la tienda y
había llegado de improviso u n a visita a la casa. La p eq u eñ a casa olía a hu­
medad y estaba infestada de cucarachas; la letrina exterio r se convertía
7 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

e n un lodazal en los días de lluvia. La com ida no era variada, pero m u­


c h o más nutritiva que la que h abrían ofrecido otras m ujeres en la misma
situación. Mi m adre tenía la firm eza y la astucia necesarias para negarse
a todos nuestros pedidos de té con pescado y papas fritas, y no bebíamos
m ás que chocolate. U n día tras otro, nos s e m a guisos con vegetales de
poco valor nutritivo. R ecuerdo que alguien nos trajo (yo tendría unos 6
años en ese m om ento) u n a p eq u eñ a caja de galletas surtidas y me acuer­
d o de cóm o nos deslum bró el regalo. Para la m erienda, a veces comía­
m os pan u n tad o con leche condensada. La asignación semanal era de
u n penique para toda la familia, p o r lo que a cada uno nos tocaba el
tu m o cada tres semanas. Mi m adre siem pre nos pedía que com práram os
algo para com partir, y norm alm ente nos quejábam os. Teníam os la ropa
arreglada y debidam ente rem en d ad a todo el año, y para Pentecostés nos
com prábam os ropa nueva; el últim o conjunto que recuerdo haber reci­
bido fueron u n p a r de trajes de m arin ero que venían con u n silbato para
m i herm ano y p ara mí.
En u na o portunidad, mi m adre, que recién había cobrado, se dio un
gusto, tal vez para recordar los que se daba antes: una o dos fe tas de
ja m ó n cocido o unos langostinos. Nos quedam os m irándola como go­
rriones esperando que nos cayeran las migas, rodeándola m ientras ella
tom aba su m erienda, hasta que nos gritó y nos asustó; estaba enfadada
d e verdad. No tuvimos recom pensa p o r el susto; no quería darnos nada y
n o había posibilidad de ser generosa en la dádiva. Finalm ente, algo nos
dio, pero advertim os que nos habíam os m etido en algo que no com pren­
díamos del todo.
El que acabo de relatar es u n caso extrem o, pexo no está apartado
de la tradición. Es necesario deshacerse de la idea de que las personas
(hom bres y m ujeres) que viven ese tipo de vida tienen algo de héroes.
No es fácil, y si las arrugas en la cara de u na m ujer mayor de la clase tra­
bajadora suelen ser sum am ente expresivas, adquirirlas es duro. Tenem os
que in te n ta r no añadirle más encan to a ese rostro; tiene su refinam iento
sin n inguna luz artificial. Casi siem pre es u n a cara rugosa, y las arrugas,
cuando se las observa de cerca, tien en suciedad; las m anos son u na es­
pecie de garras huesudas cubiertas de u n a piel muy marcada, donde la
suciedad tam bién está incrustada tras años de lavar a m ano con agua fría.
En la cara aparecen dos líneas m uy m arcadas que van desde la nariz hasta
los labios apretados; son la m uestra de años de “hacer cuentas”. Muchas
m ujeres mayores de la clase trabajadora tienen u n gesto habitual que
revela algo de los años de su vida hasta ese m om ento. D. H. Lawrence
lo observa en su m adre: el gesto característico de m i abuela consistía en
PAISAJE CO N f i g u r a s : u n e s c e n a r i o 75

tam borilear los dedos en el apoyabrazos de su sillón, un tamborileo que


acom pañaba un pensam iento que le daba vueltas todo el tiempo en la ca­
beza; había pasado m uchos años tratando de que el poco dinero con que
contaba alcanzara para todo. Otras m ujeres pasan la m ano suavemente
p or el apoyabrazos, com o tratando de suavizarlo todo para que las cosas
funcionen; otras tienen u n gesto en la boca o u n balanceo constante. No
se puede hablar de gestos neuróticos ni de signos de miedo; son gestos
que acom pañan los cálculos continuos.
En la actualidad, cuando oigo a alguien h ablar de “p en a” y “pobreza”,
me suenan a palabras arcaicas que hay que reservar para ocasiones es­
peciales. Para mi abuela, eran palabras corrientes ju n to con “cuidado”
y “dificultad”, y se em pleaban con tanta frecuencia y con el mismo valor
con que m uchas personas que conozco dicen hoy “fastidio” e “incom odi­
d ad”. C uando mi abuela decía que alguien “se sacaba el pan de la boca”
no tenía la intención de sonar trágica ni de hablar en sentido figurativo;
hablaba desde u na tradición continua y todavía relevante, y cuando pro­
nunciaba esas palabras, había en ellas algo de la cualidad elem ental de la
antigua poesía anglosajona: “Puedo cantar u n canto auténtico sobre mí
[...] que en los días de trabajo d u ro pasé m om entos difíciles, que llevo
una p en a am arga en el p ech o ”.12
Así es la vida de u n a m adre de la clase trabajadora. Igual que el mari­
do, se da algún gusto ocasionalm ente. Su m ayor placer es, como observa
el doctor Zweig,13 “que alguien la atienda”; pu ed e ser que las hijas y el
padre se ocupen de la casa p o r u n día o ir de excursión, que le sirvan
una com ida como Dios m anda de vez en cuando o, sim plem ente, que el
m arido la lleve al cine. Pero en general se dedica a trabajar hasta que es
abuela, y entonces la llam an para que ayude con los nietos.
Algunas m ujeres se tom an muy en serio su papel y hacen de su vida un
ritual riguroso y de su trabajo, u n símbolo de gravoso honor; otras son
holgazanas, pero p ara la mayoría la vida es, én m ayor o m enor grado,
una etern a rutina olvidable de dedicación a la familia que desdibuja el
orgullo y la autoestim a. En el fondo, está el orgullo de saber cuántas
cosas d ep en d en de ellas, que to rn a irrelevante cualquier atisbo de- au-
tocom pasión. Así, hasta la m enos atractiva y p ro m etedora de las chicas
llega a la m adurez en su hogar rodeada de la familia, sabiendo que está

12 P oem a anglosajón, tom ado de The Seafarer, Everym an, 1926.


13 V. F. Zweig, Women’s Life and Labour, The Brilish Worker, y Labour, Life and
Poverly. La o b ra d el d octor Zweig h a sido u n a referencia para toda esta
sección.
76 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

donde debe estar y, a pesar de todos los problem as, está contenta. El m a­
rido pu ed e ser el “je fe ” de la familia, p ero ella no es un felpudo; los dos
aprecian el valor y la virtud de la m ujer siem pre que ella sea u n a “buena
m adre”. El am a de casa rezongona sigue siendo u no de los principales
villanos del arte popular.

Pero cabe pregu n tarse en qué m edida se transm ite todo esto a las ado­
lescentes que pasean a la noche p o r la calle. Parece que ellas llenan el
espacio que m edia en tre term in ar el colegio y casarse yendo al cine tres
veces p o r sem ana a ver “com edias musicales” y “comedias rom ánticas” o
historias de am or im aginarias y yendo a bailar a Palais, Mecca, Locarno
o los clubes.14 P o r lo general, el trabajo no tiene m ucho que ver con su
personalidad; las chicas no tienen m ucho interés en com prom eterse con
nada; no les interesan las actividades sindicales ni las domésticas. ¿Puede
ser que la m ayoría de ellas sean irresponsables, descuidadas y vacías?
Me ocuparé de esos temas en capítulos posteriores. A hora quiero po­
ner el acento en otro aspecto, en la razón p o r la cual las cosas no siem pre
son tan malas com o parecen a p rim era vista. A esas m uchachas, la eta­
pa flo rid a les d u ra poco, sólo algunos años d u ra n te los cuales tie n en
pocas responsab ilid ad es y algo de d in e ro p a ra gastar. S o rp ren d e, en
vista de q u e las circunstancias n o son favorables, la alta p ro p o rció n
de jó v en es que realizan actividades al aire libre. Para la m ayoría, lo
que tan co n v en ien te e insistentem ente hay en oferta es suficiente: las
actividades en espacios cerrados. A ellas les aburre su trabajo y hay m u­
chos que saben cóm o hacerles gastar el dinero. Son propensas a vivir en
la burb u ja de la fantasía adolescente. T odo lo que quieren hacer parece
urbano y trivial; n o sería fácil captar su atención durante m ucho tiem po
desde fu era de la burbuja.
Así y todo, no es m uy com ún que las chicas se rebelen contra la familia,
aunque la casa p a te rn a no les genere n ad a especial. La casa fam iliar está
“b ien ” (adverbio que indica que u n o acepta algo que no lo entusiasm a).

14 Los bailes d e salón son el se g u n d o g ran e n tre te n im ie n to n acio n al después


d el cine. H ay e n tre 450 y 500 salones de baile y m uchas otras salas qu e se
u san p a ra o tro s fines ad em ás d e los bailes. C ada añ o van unos doscientos
m illo n es d e p ersonas a los bailes y gastan cerca de 25 m illones d e libras
(u n c u a rto d e lo q u e se gasta en ir al c in e). El rango de edades es de 17
a 25 añ o s (d atos tom ados de “Saturclay N ight a t th e Palais”, Economisl, 14
d e fe b re ro d e 1953. El a u to r observa p a rtic u la rm e n te el to n o “re sp e ta b le ”
d e la m ay o ría d e los salones y el in terés g e n u in o de los bailarines en su
actividad).
PAISAJE CON f i g u r a s : u n e s c e n a r i o 77

U no vive allí; norm alm ente no piensa en irse o si puede salir de noche.
Pero me parece que la vida alegre -y lo es en m uchos sentidos- de las
adolescentes no está considerada com o algo “real”, como la vida de ver­
dad. Las chicas la disfrutan sin arrepentirse; rara vez afecta la idea de
que, después de todo, el verdadero asunto de la vida es casarse y form ar
una familia. P or cierto, es la vida en u n sentido que no se tuvo en el cole­
gio; en esa época se aprende m ucho sobre lo real, sobre lo que significa
vivir, p o r m edio de los chismes y de las charlas en tre com pañeras de
trabajo; uno se divierte. Pero la vida real, dejando de lado la diversión,
es el m atrim onio: para hom bres y m ujeres, esa es la principal línea divi­
soria de la vida de u n a persona de la clase trabajadora, y no el hecho de
cambiar de trabajo o m udarse a otra ciudad o ir a la universidad o tener
un oficio. La b oda m arca el fin de la libertad tem poraria p ara u n a m ujer
y el inicio de u n a vida en la que lo norm al será “freg ar”. Para la mayoría,
todo esto es algo natural; el p eríodo de libertad es u n a especie de vuelo
de m ariposa, vertiginoso m ientras dura, p ero breve. “A hora voy a sentar
cabeza”, la frase que d i c e n las c h i c a s C u a n d o h a n e n c o n t r a d o a u n hom ­
bre para casarse, encierra u n profu n d o significado.
Después de la boda, la m ujer recu rre a sus raíces más antiguas. A ún
le quedan m uchas lecciones difíciles p o r a p re n d e r y varias situaciones
incóm odas antes de sentar cabeza. Las m ujeres más despreocupadas
se resisten a ap ren d er, siguen fu m an d o y yendo al cine, así que no se
ocupan de los hijos com o deberían . M uchas ad o p tan u n ritm o que las
retro trae a u n tiem po a n te rio r a las m elodías bailables y las películas.
Basta con observar la form a en que u n a m u ch ach a que d eb ería ten er
un espantoso sentido del estilo - e n vista de la m ed id a en que su gusto
se ve alim entado p o r lo llamativo y lo trivial- im p o n e, en cada objeto
individualm ente desagradable que adquiere, el sentido de lo que es
im portante p a ra recrear el am biente de u n a sala de estar. Basta con
observar cóm o cuida a u n bebé, y no m e refiero a cuestiones de higiene
ni a asuntos triviales, sino a cóm o lo alza en sus brazos o lo coloca en
una tina de b añ o ju n to al fuego.
N orm alm ente, la joven h a tenido p ráctica antes de term in ar el co­
legio, ayudando con la lim pieza de la casa, cuidando a los herm anos
m enores o paseando a su p ro p io bebé o al de la vecina. No es m ucha
práctica, y después de seis o siete años de ju e rg a continua, so rp ren d e
que retom e el hilo com o si nada h u b ie ra pasado en el m edio. Eso se
debe a que ese hilo n u n ca se cortó, sólo qued ó oculto p o r un tiem po.
Las esposas jóvenes que siguen trab ajan d o hasta que nace su p rim er
hijo o incluso después, en caso de c o n ta r con u n a abuela que lo cuide
78 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

o d e u n a guard ería d o n d e dejarlo, no se rebelan co n tra las exigencias


d el m atrim onio sino que p ro lo n g an , p o r u n período que saben que es
breve, el tiem po en el que les q u e d a d in ero para gastar en pequeños
lujos: ja m ó n cocido a 2 chelines el cuarto o pescado con papas fritas
dos o tres veces p o r sem ana. Es b u e n o m ientras dura. La mayoría de las
chicas de la clase trabajadora no sufre m ucho por la libertad perdida;
n u n ca pen saro n que sería p a ra siem pre.
Según las norm as de las clases “ed u cad as”, es decir, de acuerdo con
los consejos publicados en los libros m od ernos para padres, las jóvenes
d e la clase trabajadora m alcrían a sus hijos. Form a parte de u n a antigua
tradición de la clase trabajad o ra el co n sen tir a los niños y a los jóvenes
hasta q u e se casan. A los bebés los colm an de atenciones; no los dejan
llorar, les dan de com er hasta h artarlo s y luego les sum inistran unos
dudosos rem edios de 6 pen iq u es la caja; les dan el chupete, m uchas
veces em bebido en alm íbar; los m ecen co n tin u am en te en sus m agní­
ficos cochecitos; no los d ejan solos ni la m adre, ni el padre cuando
llega del trabajo, ni los abuelos, y d ejan que se q u e d en despiertos hasta
muy tarde. Años después, au n q u e a veces se espera que las niñas ayu­
d en u n poco en la casa y a algunos niños se les perm ite trabajar com o
rep artid o res de diarios, lo llam ativo, en vista de lo ocupada que está la
m adre y de que en la casa no sobra el d in ero , es que les pid en que no
trabajen m ucho y que el d in ero q u e consigan en su tiem po libre se lo
q u e d e n ellos.15 ¿Cada cuánto se b a ñ a n los niños? ¿Con qué frecuencia
les co m p ran regalos carísimos; p o r ejem plo, bicicletas extraordinarias y
cochecitos gigantes? Los padres n o esp eran q ue los hijos hagan aportes
para m a n te n e r la casa, ni en trabajo ni en dinero. Casi todo lo que sabe
u n a chica de clase trabajadora sobre llevar adelante u n a casa lo asimila
inconscientem ente; Es p robable q ue u n a jo v en “gane buen d in e ro ” y
gen ere m uchos gastos, p ero casi seguro el d inero que deja en la casa
n o alcanza para cu b rir esos gastos. Si eso es ser egoísta, los padres p e r­
d o n a n y alientan ese egoísm o, pues p iensan que las chicas ya tendrán
todo el resto de su vida para vivir d e o tra m an era y que hay que dejarlas
que “lo pasen b ie u m ientras p u e d e n ”, p o rq u e después de todo, “sólo
se es jo v e n una vez’L

15 Observación del d o cto r Zweig en Women’x Life and Labour.


PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 7 9

EL PA D RE

Igual que a su m ujer, a un hom bre de la clase trabajadora casi siempre lo


reconozco p o r el físico. Suele ser de baja estatura y de tez oscura, con la
cara arrugada y am arillenta después de los 30. La estructura huesuda de
la cara y el cuello se aprecia con claridad; tiene u n aire a perro de caza.
Por lo general, estos rasgos físicos se ad quieren en laju v en tu d y q u e d a n ,
para toda la vida. Por eso, p o r decirlo superficialm ente, si yo o alguno de
mis colegas con familia de clase trabajadora nos pusiéram os la g o rra y el
pañuelo que usa la gente elegante o si nos desabrocháram os el prim er
botón de la camisa, la form a en que nos quedan el pañuelo y la gorra o
la estructura de las escápulas nos h arían parecer obreros en su día libre
y no hom bres deportivos de clase m edia.
El p u n to de partida para en ten d er la posición del p adre de clase traba­
jad o ra en su hogar es que él es el patrón, el “jefe de la casa”. Así lo indica
la tradición y ni él ni su esposa quieren cambiarla. D elante de otras per­
sonas, la m ujer se refiere a su m arido com o “el señor W.” o “e lje fe ”. Eso
no quiere decir que él sea el amo o que siem pre se haga lo que él quiere.
M uchos m aridos están bien dispuestos a ayudar y a ser “considerados” y
“buenos esposos”. Los que se m uestran holgazanes o insensibles suelen
ser bastante .egoístas y hasta brutos. En cualquier caso, es probable que
se los trate con deferencia porque son los que aportan la m ayor parte de
los ingresos y los que más trabajan, au n q u e hoy en día esto no sea del
todo cierto. El hom bre sigue siendo el principal contacto con ese m undo
exterior que aporta el dinero para la casa.
Muchas veces hay una especie de rudeza en sus modales que una mu­
je r de clase m edia no toleraría. U na esposa dirá que está muy preocupada
porque hay algún problem a y “eljefe va a ponerse loco” cuando llegue; el
marido la puede “levantar en peso” con malos modales o incluso le puede
“poner una m ano encima” si ha tom ado uii par de cervezas al salir del tra­
bajo. O las mujeres de m ediana edad le preguntarán a una más joven: “¿Te
trata bien, no?”, cuando lo que en realidad quieren saber es si el marido
ejerce violencia psicológica o física, o si sale todas las noches y la deja sola,
o si “es comprensivo” cuando a ella no le alcanza el dinero de la casa. Esto
implica, en parte, una crudeza rústica en las relaciones personales y en la
forma de expresarse que no significa necesariamente falta de afecto, ni de­
samparo hacia la esposa. El hom bre gruñón sabe defender a la esposa; tiene
algo de gallo que cuida el gallinero. Por consiguiente, los muchachos rudos
despiertan admiración; el gesto de desaprobación ante ellos encierra tanto
admiración como preocupación: “es u n hom bre de verdad”, dicen de él.
8 o LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

De un m arido, entonces, no se espera que ayude en la casa. Si lo hace,


la esposa se p o n e contenta, p ero si no, ella n o le guarda rencor. “AI fin
y al cabo”, casi todo el trabajo de la casa le corresponde hacerlo a ella.
“Ese no es trabajo p a ra u n h o m b re ”, dice la m ujer, y no lo deja hacer
m ucho, p o r tem or a que piensen que es afem inado. El mayor elogio para
este tipo de m arido sería: “Es m uy b u eno en la casa. Como un a m ujer”.
Si ayuda m ucho parece que se está ocupando de obligaciones que le co­
rresponden a ella; las tareas de la casa no se com parten.
Cuando él decide ayudar a lavar la ropa o cuidar al niño, lo hace por­
que de verdad quiere ayudar. E n m uchos casos, la esposa no sólo “ni
sueña” que él la ayude a lavar, sino que piensa que 110 p u ed e “ponerse a
lavar cuando él está e n casa”. N orm alm ente, el secado de la ropa es un
problem a, en especial en días de lluvia, p o rq u e se necesita u n sistema
complejo que consiste en colgar las prendas húm edas alrededor del fue­
go en u n ten d ed ero portátil, y quitarlas y m eterlas en u n canasto o una
tina de zinc cuando el m arido q uiere “ver el fuego”.
Hay m uchos m aridos que consideran que el tem a del dinero de la casa
es algo co m p artid o ,16 así que dejan el sobre con el pago sem anal para
que sus m ujeres dispongan de él. Pero según m i experiencia, en la mayo­
ría de los casos, el sobre es del hom bre, que le da un a sum a fija p o r sema­
na a su esposa para los gastos de la casa. En m uchas familias, la m ujer ni
siquiera sabe cuánto gana el m arido. Eso no quiere decir que él la trate
mal. “Sí, m e cu id a” o “Me trata b ie n ”, dice la esposa para d ar a e n ten d er
que el m arido le da suficiente din ero pero que es él quien lo adminis­
tra. De esta sum a fija, la m ujer debe sacar p ara reem plazar la vajilla y el
mobiliario que se ro m p en . Los m aridos más considerados aceptan que
les pidan más y ap o rtan algo del siguiente pago de horas extra. Muchas
veces, lo que le toca a la m ujer de esas horas extra no le llega de m anera
sencilla. A veces, ella siente que no es capaz de hablar de problem as de
dinero con el m arido ni de temas tales com o si es posible m an d ar al hijo
a la escuela secundaria. Se discutirá el asunto y, en especial, si hay que
.decidir si el chico p u e d e co n tin u ar con sus estudios secundarios después
de los 16 .años, p e ro en este caso no hab rá u n a conversación con preci­
siones sobre m edios y recursos económ icos ni sobre recortes de gastos o
reducción de actividades de ocio.

16 Esto es d istin to incluso en otras partes del n o rte de Inglaterra; p o r ejem plo,
el caso d e m uchas m ujeres casadas que trabajan en la in d u stria textil en
L ancashire.
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 8 l

Si el m arido recibe u n subsidio p o r desem pleo -y los mismos supues­


tos se aplican si está enferm o o no tiene suerte o carece de aspiraciones-,
él y la esposa dan p o r sentado que él debe te n e r din ero para gastar. Es
u n a cuestión de am or propio, pues “u n ho m b re no p u ed e no ten er dine­
ro en el bolsillo”; se sentiría m enos hom bre, d ep en d ien te de la esposa e
inferior a ella, y esa situación n o es norm al. El debe ten er dinero para los
cigarrillos y la cerveza,17 incluso p ara alguna apuesta. La cantidad de di­
nero que gastan p o r sem ana, aun los hom bres desempleaclos, le parece­
ría excesiva, p o r ejem plo, a un profesional de clase m edia. En prom edio,
un hom bre suele com prar 15 cigarrillos baratos p o r día, que le insum en
alrededor de 13 chelines p o r sem ana. U n h o m b re que cobra el subsidio
por desem pleo dispone de u n a libra para sus gastos semanales. Los ci­
garrillos y la cerveza, según su criterio, son p arte de su vida; sin ellos, la
vida no sería vida. Casi no hay otros intereses más im portantes que los
desplacen o p o r los que valga la p en a ren u n ciar a ellos. Es, pienso, la idea
de que se trata de elem entos básicos lo que hace que m uchas familias,
incluso aquellas en las que el padre tiene u n b uen trabajo y dispone de
bastante dinero p ara sus gastos, conserven las viejas costum bres según las
cuales la esposa com pra u n a p arte de los cigarrillos p ara el m arido con
dinero asignado para los gastos de la casa.
He notado que las chicas son m uy m im adas p o r los padres, p ero que,
en especial cuando dejan la escuela, deben ocuparse más de las tareas
domésticas que lo que se espera de sus herm anos varones. Los m ucha­
chos no tardan e n in co rp o rar el concepto de que “p a ra los hom bres es
distinto”, que se afianza a m edida que crecen. C uando u n joven term ina
la escuela, esa idea ya se ha fortalecido y él se siente p o r prim era vez
cerca de su pad re y sabe que su padre está dispuesto a acercarse a él,
porque ahora los dos com parten el m u ndo real del trabajo y los placeres
masculinos.

17 El H RS 1955 confirm a lo que sugiere la observación: los cigarrillos son


la form a m ás p o p u la r de tabaco en tre la clase trabajadora. El 68% ele los
ho m b res de esta clase fum a cigarrillos y sólo el 17% fu m a en pipa. La
p ro p o rció n d e fum adores de cigarrillos es algo más elevada que en otras
clases. El gasto en tabaco parece bastante u n ifo rm e en todas las clases; en
general, esto se explica p o r la m ayor p ro p o rció n de gasto en tabaco de
la clase trab ajad o ra respecto de sus ingresos. El inform e sobre gastos de
consum idores en el R eino U nido (véanse las notas del capítulo 3) indica que,
a m ed id a q u e dism inuyó el gasto en bebida, au m en tó en tabaco (cigarrillos
en especial) en todas las clases sociales.
82 LA CULTURA O B RERA EN LA SO CIEDA D DE MASAS

Aún hoy esta situación es bastante com ún, pero se interpreta como
q u e el m arido es egoísta y delega en la esposa la resolución de los proble-
m as. La idea fu ndam ental es que el hom bre es el amo y señor de la casa.
Algunas frases que expresan esta idea, y no son las que se oyen con m e­
nos frecuencia, p o d rían sonar muy injustas p a ra las mujeres. Con todo,
hay muchos hom bres que son considerados y están dispuestos a ayudar,
q u e pasan gran p arte de su tiem po libre con la familia, dedicándose a
arreglar cosas en la casa. Aun así, la idea es que el padre ocupa una po­
sición especial. Hay cosas difíciles y de hom bres, como cortar leña, que
sólo él p uede hacer; hay otras que hace sin que se trastoque el orden
es tablecido, com o irse al trabajo sin que nadie le prepare las cosas o lle­
varle una taza de té a la m ujer a la cam a ocasionalm ente.
En algunos m aridos jóvenes se observan signos de un cambio llamativo
e n la actitud general. Las mujeres ejercen presión para que ocurra ese
cambio y sus maridos están dispuestos a m odificar las costumbres hereda­
das de sus padres. En este asunto, com o en otros, las mejoras en la educa­
ción prom ueven u n lento aunque am plio cambio de actitud entre los que
es tán dispuestos a aceptarlo. En particular, ciertas parejas de esposos reci­
b en la influencia del ejemplo de los m aridos jóvenes profesionales, de clase
m edia baja, que han aprendido, en especial desde la guerra, a ayudar a sus
mujeres porque ya no pu ed en contratar em pleadas domésticas. Hay hom ­
bres, de clase ti'abaj adora que lavan la ropa si sus esposas trabajan fuera de
la casa, o se ocupan del bebé si salen tem prano del trabajo y no están muy
cansados. Pero m uchas esposas regresan del trabajo tan cansadas como sus
maridos y “se p o n e n ” a hacer las tareas del hogar sin ayuda de nadie. Y no
muchos maridos de clase trabajadora aceptan em pujar el cochecito del
bebé cuando van p o r la calle, porque aún se cree que es una actividad “de
blandos”, idea con la que la mayoría de las m ujeres está de acuerdo.
Si una m ujer tiene u n deseo consciente, probablem ente no sea el de
u n m arido que haga ese tipo de tareas sino u n o que respete las viejas
costumbres; un “b u en m arido” en el sentido más antiguo, un hom bre
“firm e” y “trabajador”, que no la deje de p ro n to en la pobreza, que con­
serve su trabajo si em piezan los despidos, que lleve siem pre el dinero a la
casa y que sea generoso a la hora de com partir el aguinaldo.
En el plano em ocional, el m ejor aporte del hom bre es estar dispues­
to a negociar sin p o r ello volverse blando o “afem inado”, a vivir según
el principio de que u n m atrim onio feliz es u n “toma y daca”. U na gran
mayoría de los m aridos de clase trabajadora respeta ese principio: hay
muchos chistes sobre el m atrim onio p ero n inguno en contra de él. No se
sienten hostigados p o r las ambivalencias de las personas con mayor grado
PAISAJE CO N f i g u r a s : u n e s c e n a r i o 83

de conciencia, que están tan horrorizadas por la idea de poder term inar
como burgueses autocom placientes al igual que sus padres, que les lleva
años darse cuenta de que les gusta la vida de casados, y hasta disfrutan con
las necesidades y los deberes cotidianos. Los hom bres y las mujeres de la
clase trabajadora todavía creen que casarse es lo norm al y lo “correcto”,
y que hay que casarse más cerca de los 20 que de los 30 años. Lo que un
hom bre gana a los 21 es, probablem ente, lo mismo que gana a los 50; es
posible que el joven se case con u n a m uchacha de su misma clase y entre
los dos busquen u na “casa que sea de los dos” donde vivir su vida privada.

EL BARRIO

La casa p u ed e ser privada, pero la p u erta de en trad a da a la sala de estar.


Y cuando u n o cruza el um bral o lo usa para sentarse en una tarde de
verano, pasa a form ar parte de la vida barrial.
Para q uien viene^de afuera, estos distritos proletarios son deprim entes;
calle tras calle con casas regulares y uniform es cortadas por un aburri­
do trazado de pasajes, callejuelas y callejones; ordinarias, sórdidas y con
estructuras tem porarias que se eternizan; u n a variación en tonos de gris
donde el verde y el azul del cielo están ausentes; los colores son más
oscuros q ue en el norte y el oeste de la ciudad, más que en las “mejores
zonas”. Los ladrillos y la m adera de las casas son los más económicos; la
carpintería de m adera se pinta muy de tanto en tanto. Quienes tienen ca­
sas para alquilar no se preocupan tanto p o r m a n te n er el valor de la pro­
piedad com o quienes viven en sus propias casas. El parque o el espacio
verde más cercano está bastante lejos, pero los terrenos están salpicados
de parches de tierra en la que no crece nada y hay u n lote sin qonstruir a
un p a r de kilóm etros al que le dicen “el baldío”.18 N om bre evocador: es
un terren o desocupado de algo más de dos hectáreas, rodeado de obras y
pubs m ugrientos, con un gran urinario de ladrillo rojo en el linde.
Las casas están encajadas en los oscuros y deprimidos pasajes que discurren
entre gigantescas fábricas y sus construcciones anexas, “las barracas de una in­
dustria”, como las denom inan los Hammond. Los ti enes de carga corren por
terraplenes que están al mismo nivel que muchas de las ventanas de los dor­

18 Mis baldíos eran H unslet y H olbeck, en Leeds. C reo que hoy los dos han sido
renovados con tierra, arbustos y flores.
8 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

mitorios y transportan los productos fabricados por los obreros hacia Sudáfri-
ca, Nigeria o Australia. Los viaductos se entrelazan con vías férreas y canales;
las plantas de producción de gas encuentran u n hueco entre todas esas in­
fraestructuras, y entre todo ello se ubican los pubsy\d& poco elegantes capillas
metodistas. El color verde avanza por donde puede -casi por todas partes- en
parches raquíticos. El pasto, cubierto de hollín, crece entre el em pedrado;
acederas y ortigas, perseverantes e insolentes, em ergen en medio de los obje­
tos tirados en los basurales sin inmutarse p or la presencia de “caca de perro”,
paquetes de cigarrillos o ceniza; saúcos, ligustros y adelfillas se adueñan del
espacio cercado detrás de las piscinas municipales. Durante el día y la noche,
los ruidos y los olores de la zona -sirenas de fábricas, frenes que cambian
de vías, el vaho de las plantas de gas- indican que la vida está compuesta de
turnos y horarios que cumplir. Los ñiños no están bien alimentados ni ade­
cuadam ente vestidos y se nota que les vendría bien pasar más tiempo al sol.
Para los lugareños, esos son sus pequeños m undos, todos tan hom ogé­
neos y bien definidos com o u n poblado. Más abajo, en el camino que lleva
a la ciudad, los autos de los jefes se alejan rugiendo a las cinco de la tarde
hacia sus casas de cam po a 15 kilómetros de distancia en dirección a las co­
linas; los hom bres vuelven a casa. Todos conocen muy bien el barrio en el
que viven: se m eten m ecánicam ente en u n callejón p o r aquí o pasan por
un lavadero público p o r allá. C onocen el barrio como un conjunto de zo­
nas tribales. Pitt es, sin duda, u n a de nuestras calles, peró Prince Consort
no nos p ertenece porq u e está más allá del límite, en otro distrito. En mi
zona de Leeds yo conocía a la perfección, cuando tenía 10 años -a l igual
que todos los que vivían allí en esa época-, la situación de cada u na de las
calles de alrededor y tam bién dónde u n a zona se transform aba en otra.
Las peleás de bandas eran peleas tribales entre calles o grupos de calles.
Del mismo m odo, todos nos conocíamos; sabíamos todo acerca de los
demás: que tal familia tiene u n hijo que “se tomó el buque” o emigró; que
esa otra gente tiene u n a hija que cometió u n error en la vida o una que se
casó con alguien de otra zona y a la que le va bien; que ese señor mayor que
vive solo y cobra u n a jubilación com pra en la carnicería y fuma u na mezcla
de tabacos de 6 peniques; que aquella señora es una vieja maniática que lim­
pia a fondo los antepechos de las ventanas y los escalones de la entrada dos
veces p o r sem ana,19 arrodillada sobre u n trapo viejo y lavá los ladrillos del

19 Hay d iferencias interesantes en este hábito e n tre las distintas ciudades. Las
m ujeres d e la zona sur de Leeds usan polvo de lim pieza am arillo y creo que
las de S heffield usan polvo blanco.
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 8 5

frente hasta la altura de los hombros; que esa otrajoven tuvo un hijo negro
hace u n tiempo, después de la visita anual del ciixo; que al hijo bobo de esa
mujer se le pueden encargar recados; que aquella señora mayor está siem­
pre dispuesta a pasar u n rato con un inválido “p o r consideración”; que ese
hom bre es muy bueno en su trabajo y, como le va bien, puede llevar a la fa­
milia de vacaciones una semana a Blackpool todos los años y fue el primero
del barrio en com prar u n televisor; que esa familia tiene lugares reservados
en el teatro Empire y el hijo toma más helado que el resto de sus amigos y
recibe regalos más caros en Navidad y para su cumpleaños.
Son costum bres de u n a vida que se d esarrolla én u n a zona pequeña,
en la que todo qued a cerca. Las casas, según he com entado, dan a la
calle; la calle en sí, com parada con la de las afueras de la ciudad o con
las de las nuevas urbanizaciones, es estrecha; las casas de veredas-opues­
tas están separadas sólo p o r el em p ed rad o , lo m ism o que los negocios.
Para las cosas que se com pran con m enos frecuencia, u n o p u ede ca­
m in ar dos o tres cuadras hasta las tiendas que están en la calle p o r
do n d e pasa el tranvía o ir hasta el cen tro de la ciudad, p ero las com pras
diarias se h ac e n ahí mismo; en casi todas las cuadras hay u n a tienda,
un alm acén de ram os generales o u n a casa de avisos clasificados. La
vidriera de esas casas es u n a colección de papeletas; si a la n o c h e queda
la luz en cendida, los chicos se re ú n e n allí; los p eq ueños anuncios de 6
peniques p o r sem ana en la p a re d dan form a a u n a especie de m ercado
local rep leto de artículos “en m uy b u e n estad o ” o “V endo b a ra to ” o
“Casi nuevo”. “Zapatos clásicos, casi nuevos, 1 0 /-”, “A brigo de iweecl (va­
rón, p ara 14 años), 1 2 /6 y diván de 90 cm (£12 dé costo), £4. Dirigirse
después de las 7”.
El alm acenero, cuyo local es el “club” de las amas de casa, com o en
la m ayoría de los distritos, no progresa a m enos que respete las cos­
tum bres del barrio. Los com erciantes que recién se instalan cuelgan
en la p ared del fondo un cartel de esos que confeccionan los talleres
gráficos del barrio: “A quí no se fía”, p ero no pasa m ucho tiem po antes
de que deb an em pezar a d ar crédito. M uchas m ujeres recu erd an cuán
dispuestos a ayudar estaban los alm aceneros en tiem pos de la depresión
económ ica; ellos sabían que a sus d ie n ta s n o les alcanzaba el dinero
para saldar la d eu d a sem anal y que quizá te n d ría n que esperar meses
para cobrar, p ero si no les daba crédito las p e rd ía n com o dien tas, en ­
tonces no les quedaba más rem edio que esperar si no querían bajar la
cortina definitivam ente. A brían incluso el dom ingo p o r la m añana, uno
de los días más concurridos; si n o estaba abierto, los clientes golpeaban
la p u e rta de la casa.
8S LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

El alm acenero puede ser honesto o em plear toda suerte de triquiñue­


las, pero la relación con sus clientes es distinta de la que m antienen los
com erciantes en los barrios de clase m edia. Allí, el dueño de u n com er­
c io se siente inferior a sus dientas; incluso cuando tiene más dinero que
m uchas d e ellas, se com porta com o si fuese su em pleado y las trata de
“se ñ o ra ”. En los barrios obreros, el com erciante es uno más, aunque sus
ingresos superen la m edia de los sueldos de los demás residentes locales.
E n esos casos, com o él com parte los gustos y las costumbres del resto,
es el que tuvo suerte, el que “está m ejo r”; vive en el mismo tipo de casa,
m anda a sus hijos a la mism a escuela, se viste de m anera similar, pero
tien e más d inero para ah o rrar o darse algunos gustos.
A menos que le asignen u n a vivienda m unicipal, un hom bre de clase
trabajadora sigue viviendo en su barrio toda la vida; quizá hasta viva en la
casa cuyas “llaves le d iero n ” el día antes de su boda. A los trabajadores no
calificados no les gusta m udarse; a los calificados, m enos, porque es p ro ­
bable que tengan experiencia en u n sector que ofrece puestos de trabajo
e n la zona donde viven o en u n barrio al que llegan fácilm ente en tran­
vía. Es im probable que u n obrero sea el único que sepa hacer su trabajo
e n el barrio. Quizá cambie de trabajo antes que de lugar de residencia, ya
q u e siente que está más ligado a su barrio que a su trabajo. Quizá tenga
u n a prim a m aestra' se haya casado con u na chica de N ottingham y se
haya ido a vivir allí; quizá tenga u n h erm an o que conoció a u na chica en
Escocia d u ran te la guerra y se la haya traído a vivir a su distrito. Pero p o r
lo general, la familia vive cerca y “siem p re” h a vivido cerca: en Navidad
todos van a tom ar el té a la casa de la abuela.
A pesar de las grandes transform aciones que hubo en los m edios de
transporte en los últim os cincuenta años, el obrero no viaja m ucho.20
A lgún desplazam iento en autobús su burbano, viajes para acom pañar a
su equipo de fútbol o quizá para las vacaciones de verano;21 tam bién un
traslado en tren para asistir al funeral o a la boda de algún pariente que
vive a unos 50 kilóm etros. Antes de casarse quizás haya ido a E uropa o
en bicicleta a otras partes de Inglaterra; es probable que haya recorrido
bastante m ientras cúm plía con el servicio militar. Pero una vez que se

20 El E studio de Derby (p. 113) lo confirm a. E n tre los entrevistados, 1 de cada 4


personas de !a clase m edia había salido de Derby en 1952, pero d e n tro de la
clase trabajadora la p ro p o rció n e ra d e 1 de cada 10 (se excluyen los viajes de
u n o o dos días).
21 Con los parientes, p o rq u e es m ás b arato y m ás co h eren te con la costum bre
de com partirlo todo con la fam ilia.
PA ISA JE CON FIGU RA S: UN ESCENARIO 8 7

casa, descontando las ocasiones m encionadas, la velocidad y la distancia


que recorre no difieren m ucho de las que po d ría haber recorrido hace
treinta años. Para él, el auto no acorta distancias, los trenes no son más
rápidos que hace tres cuartos de siglo. Es cierto que, si tiene que viajar,
norm alm ente va en autobús, pero el asunto es que no suele ir m ucho
más lejos que 2 o 3 kilómetros. La calidad de la vida cotidiana de un hom ­
bre de clase trabajadora queda clara en la form a en que recorre m edia
ciudad arrastrando u n a carretilla, transportando una mesa usada que
com pró p o r poco dinero a u n conocido de un conocido. T arda horas en
com pletar el recorrido, p ero a él le parece norm al. Nos recuerda a Tess
d ’Urberville, que va de u n valle a otro, pero a ella le parece que recorre
distintos países. El contraste no es tan m arcado, pero el obrero en esa
circunstancia está más cerca de Tess que del abogado que viaja 10 kiló­
metros para ju g a r al golf. Para m uchos m iem bros de la clase obrera, el
viaje en autobús para visitar a unos parientes que viven a cierta distancia
dentro del condado es un verdadero trastorno.
Las experiencias en el transporte público suelen ser agotadoras. Si un
hom bre debe viajar para ir al trabajo, p robablem ente lo haga en un tren
colm ado de pasajeros que tam bién van a trabajar; del mismo modo, si va
a ver u n partido de fútbol, el tranvía que lo lleva va repleto. Si la esposa
va a hacer las compras a la ciudad, seguro que viaja a una hora en la que
m uchos vecinos tam bién tienen tiem po p ara hacerlo, es decir, el sábado
a la tarde. Si va a la playa con la familia, viaja en tren el mismo día feriado
en que lo hace todo el m undo. Para los hom bres de la clase trabajadora,
el transporte sólo es tranquilo los días en que no van a trabajar porque
están enferm os y los dem ás están trabajando.
T odo gira en torno de grupos de calles conocidas, y sus vidas com uni­
tarias activas y complejas. Me refiero, p o r ejem plo, a la gran cantidad de
transacciones financieras en tre familias, a los cobradores de compañías
de seguros, a los vendedores de ropa, a los clubes de ahorro, a las rifas
y sorteos.2- A u n conocido que viene en su bicicleta con un viejo im per­
m eable y que se acuerda de p reg u n tar p o r el reum a de la dueña de casa
le pagan 6 peniques p o r sem ana, a la m ujer que vive tres casas más allá le
dan 1 chelín p o r sem ana p o r una lám para crom ada que aparecía en un
colorido catálogo, o u n “ch eq u e” p o r un conjunto de prendas para algún

22 U n a d e las costum bres consistía en recolectar d in ero en tre todos, y u n a vez


p o r sem ana se elegía a u n o p o r sorteo que se llevaba todo lo recaudado (“La
p ró x im a m e toca a m í”).
88 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

m iem bro de la familia. El plan de pago del cheque se gestiona en un a


oficina en la ciudad, o a 70 kilóm etros de distancia. Lo único que saben
los vecinos es que la que se ocupa es la señora Jackson, que ha vivido en
el barrio d u ran te años y “habla muy bien de la adm inistración”.
Tam bién están las organizaciones de tipo m asónico exclusivas para
hom bres, com o la O rd e n Real y A ntediluviana de Búfalos y la O rden
Indep en d ien te de Individuos Selectos, con sus com plicados sistemas de
obligaciones y pagos. Existen m uchos eventos organizados p o r diversas
asociaciones p ara m ujeres que se reú n en a ju g a r a las cartas, en especial
mujeres de más de 35 años, cuyos hijos ya se p u ed en q u edar solos en la
casa o cuyos m aridos m u riero n y las dejaron solas. Se sientan muy con­
tentas, charlan y disfrutan del m om ento, con la ilusión de ganar un pre­
mio. Siem pre está la m u jer m uy perceptiva a la que sólo le interesa ganar,
que im pone u n ritm o incóm odo y regaña a sus com pañeras si piensa que
juegan mal. Al regresar a casa, alguna dirá “¿Viste la de vestido azul? Era
muy viva. Yo voy para estar con gente y m e g u sta ju g a r... No soporto a es­
tas tan vivas”. Hay fiestas de la C oronación y la Victoria en cada calle. U n
pueblo en tero p u ed e te n e r u n a fiesta de la C oronación y arreglárselas
para actuar com o u n a unidad. En las ciudades, la asam blea del condado
organiza festivales en los parques y las personas de la clase trabajadora
acuden au n q u e no sientan que les p ertenecen; p o d rán ser eventos muy
dem ocráticos p ero n o son actos verdaderam ente com unitarios, porque
para serlo, e n las ciudades las actividades se organizan p o r cuadras.

Adoptem os p o r u n m o m en to la m irada del niño que m encionam os an­


teriorm ente. T iene unos 11 años y va a la tienda a buscar su revista del
sábado, Wizard o Hotspur. En el trayecto, pasa p o r u na tienda en la que
el dueñ o no rezonga p o rq u e le piden unos pocos peniques de caram e­
los; ve al p ad re de u n amigo fum ando en m angas de camisa después del
últim o tu rn o antes del fin de semana; repara en u n a cerca de m adera es­
tropeada en la que viven arañas a las que se p u ed e fastidiar, y en el local
de venta de bebidas alcohólicas donde suena u n tim bre cada vez que sale
un cliente después de com prar u n a ja rrita de vinagre.
Hay variedad de luces que el niño reconoce: el sol que a la tarde llega
hasta las ventanas de la planta baja, el gris neblinoso de noviem bre sobre
el tejado y la chim enea, las noches brum osas de m arzo cuando los m u­
chachos se re ú n e n bajo la luz am arillenta de la lám para de gas abollada y
con rayones. Los olores que percibe son los de la cerveza y los cigarrillos
W oodbine que em an an los hom bres el sábado a la noche, el del polvo
y la crem a baratos que usan sus herm anas mayores, el del pescado con
PAISAJE CON f i g u r a s : u n e s c e n a r i o 89

papas fritas,23 el del alm idón de las prendas reservadas p a ra ponerse en


Pentecostés y el p en etran te olor a orina de perros, gatos y hom bres. La
escena más interesante es la que com bina ruido, luz y olores, entre las
11 y las 12 de u n a m añ an a soleada de dom ingo, cuando las puertas están
abiertas y los um brales, ocupados. El arom a a carn e asada sale de casi
todas las casas; las ondas de las radios se m ezclan unas con otras y se oyen
conversaciones, risas y discusiones. Pero en ese m om ento, las discusiones
no son muchas; lo que prevalece es u na sensación de b u en hum or, diver­
sión y ganas de disfrutar de un rico alm uerzo.
Hace unos pocos años, el niño habría visto las pianolas o pianos calle­
jeros, que eran alquilados p o r día p o r los viejos dueños de los almace­
nes de la ciudad p a ra en tre te n e r a las amas de casa antes de que en la
radio pu d ieran sintonizarse estaciones com o L ight P rogram m e y Radio
Luxem burgo. Las pianolas tenían u n a form a de sonar incierta en apa­
riencia, con u n a sucesión de notas en cascada d en tro de u n a serie regu­
lar de grandes oscilaciones melódicas; todas las m elodías se convertían
en un conjunto de trinos y trém olos, de flirteos atrevidos y gorgoteos,
con u n a cadencia dinám ica al final de cada m ovim iento. Si hoy tocan
cualquier versión de “Valencia” o “I left my h e a rt in Avalon”, no puedo
evitar oírla con un dejo de m elancolía, como sonaba en las pianolas.
Hoy esos instrum entos ya no están, pero los calesiteros y los ropavejeros
hacen sus anuncios a voz en cuello.
Además, el chico tiene algunos gustos extraños; no se inclina tanto por
los caramelos com unes ni losjugos de fruta, ni los m aníes ni las bolitas de
anís, sino p o r u n a fórm ula secreta que los chicos van transm itiendo de
generación en generación: u n a barrita de regaliz o canela que se com pra
en la farm acia p o r 1 penique, 2 peniques de acacia, u n a porción de pa­
pas fritas “con trocitos crocantes, p o r favor”, bien condim entadas con sal
y vinagre y servidas en papel de diario p o r el que se pasa la lengua cuan­
do se acaban las papas. Com er estas cosas cuando u n o va cam inando por
la calle a la n oche es u na delicia.
Tam bién hay vida anim al en el barrio: u n a m ultitud de mascotas, de
las cuales los más interesantes son los perros de “raza p e rro ”, aunque los
gatos los superan en núm ero. Los estorninos ocupan los edificios públi-

23 U n am igo m ío tenía problem as en la casa c u an d o e ra a dolescente y u n a vez


le dijo a su p ro feso r de francés que no sabía si valía la p e n a vivir. El profesor,
u n juclío p o b re de M anchester, le respondió: “D éjam e se n tir el o lo r de
p escado co n papas fritas y vinagre y m e convencerás de qu e la vida m erece la
p en a, com o le o cu rre al Fausto de G oethe con los cantos de Pascua”.
go LA CU LTU R A OBRERA EN LA SO C IEDA D DE MASAS

eos de la ciudad, pero los gorriones son los pájaros que más abundan en
el barrio, y las palom as a veces tom an el em pedrado por asalto; los rato­
nes andan p o r los m ontículos de basura y las vaquitas de San A ntonio se
aparecen en los descuidados jard in es del fondo de las casas; al fondo del
patio p u ed e haber u n cajón de naranjas d onde se crían conejos o una
hilera de jaulas con cotorras.
Además, están los acontecim ientos especiales, como un funeral o u na
boda en la calle, u n a chim enea que se incendia, el caballo del carbonero
que se tropieza cuando se hielan los adoquines, un intento de suicidio
con el gas de la cocina, u n a pelea fam iliar que se oye casi hasta la esqui­
na. Lo que más le gusta al n iño es ju g a r en la calle, con el poste de luz
que hace las veces de árbol de u n p arque im aginario. E ntre los 5 y los 13
años, los chicos ju e g a n con otros de su mismo sexo. Los juegos cam bian
a m edida que avanza el año, según los productos que se consiguen en
cada estación (por ejem plo, conkers) * o a m edida que los chicos intuiti­
vam ente van m odificando su ritmo. En una época del año, todos jueg an
a las bolitas, dispuestas siguiendo u n rango de prestigio que varía según
la edad del d u eño y la potencia ganadora de cada una; de pronto las
bolitas desaparecen y a todos les da p o r ju g a r con cerbatanas. En ocasio­
nes, se p one de m oda u n a diversión nueva, com o el yo-yo de los años 30,
pero las. m odas d u ran poco. Los juegos norm alm ente no requieren otro
adm inículo que u n palito o u n a pelota; los niños usan el material que
tienen a m ano: los postes de luz, las losas y los frentes de las casas. Los
aros de pelota al cesto y los dardos ya no se usan y los baleros no son muy
populares, p ero el béisbol callejero, la m ancha, la rayuela m arcada en las
baldosas y u n gran nú m ero de ju eg o s que requieren correr alrededor de
los postes de luz o e n tra r y salir corriendo de espacios cerrados, como en
el ju eg o de indios y vaqueros, aún tienen vigencia. A las chicas les gusta
saltar a la soga y, en especial, les encanta ir disfrazadas por la calle con
ropa vieja de su m adre con encaje y puntilla, ju g an d o a que están en u n a
boda. E n el patio del fondo, u n p ar de m uchachos arm a un carro con
unas tablas de m adera y las ruedas de u n a vieja carrerilla y luego va a toda
velocidad p o r la vereda o el asfalto, accionando el freno de m ano cuando
se acerca a la ruta del tranvía.
Las canciones con rim a que acom pañan los juegos siempre están vi­
gentes: “A la ro n d a de San Miguel, el que se ríe se va al cuartel”, “Punto y

* Conkers es u n ju e g o infantil en el que se ata u n a castaña a u n a cuerda y,


m oviéndola, se in ten ta ro m p e r la del con trario . [N. d e T.]
PAISA JE C O N FIGURAS; UN ESCEN A RIO Q 1

coma, el que no se escondió se em brom a”, “Al D on Pirulero”, “A la lata,


al latero, a la hija del chocolatero”. T am bién hay canciones para ocasio­
nes especiales como las elecciones (“Juntos, jun to s, ju n to s podem os”);
para la noche del 5 de noviem bre, cuando se encienden fogatas, o para
la Navidad, cuando se cantan villancicos casa p o r casa:

En el portal de Belén
hay un arca chiquitita
donde se viste el Señor
para salir de visita.

Y también:

We wish you a meny Gilísimas, xoe wish you a meny Chñsimas,


We xoish you a meny Christrnas, and a happy Nexo Year.

En el caso de las “excursiones”, esas recreaciones que im plican gastar


unas.m onedas e irse de la casa, la secuencia viene determ inada exclusiva­
m ente por las estaciones del año. Los destinos p u ed en ser un arroyuelo
cercano donde se pescan espinosos y percas, un bosque donde se reco­
gen frutos,, pasando la iglesia de arcos en pu n ta, u n cam po cercano con
plantas de ruibarbo o nabo donde tam bién es posible cazar pájaros. Los
chicos que le p u ed en ped ir unas m onedas a la m adre van a la piscina m u­
nicipal o viajan en tranvía a u n a parte alejada de la ciudad, donde dicen
que el parque infantil es muy bueno; allí pasan todo el día y com en unos
sándwiches y com parten u n a gaseosa. En otoño se p u eden pasar días
enteros m irando cóm o organizan el “festival” y tratando de descubrir
qué ocurrirá allí.
Así se van sucediendo los días y las semanas, m uchas veces aburridos
y grises, pero matizados con todo tipo de sucesos. Existe un ritm o, pero
es el del m undo de los juegos, en el que las estaciones y los graneles festi­
vales religiosos son sólo secundarios. Los viernes están reservados para ir
de compras con la m adre a la calle com ercial, que es puro bullicio, entre
los saludos de los conocidos y el traqueteo de los tranvías que no dejan
de pasar. Llega el fin de sem ana con las fotos del sábado o un concierto
en la capilla y una cena en el centro parroquial; huevos con panceta para
el desayuno del dom ingo y la gran m erien d a del dom ingo p o r la tarde.
D urante el año vienen el m artes de los panqueques, el día de las eleccio­
nes -q u e siem pre es feriado-, las roscas de Pascuas, el “festival” de otoño,
la noche de las diabluras y todas las semanas en las que se recaudan
9 2 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

fondos para la noche de las fogatas. Ese día se enciende u n a especie de


gran fuego urbano, con casi n ad a de m adera sacada de árboles y m ucho
de sillas y colchones viejos que alguien ha podido cam biar últim am ente
cuando le tocó el tu rn o del club de com pras o un sofá que h a sido reem ­
plazado p o r u n o más m oderno gracias a la com pra en cuotas. Al ritm o
de los fuegos artificiales, la g ente p one a asar papas en los bordes de la
fogata.

Como esa vida constituye u n a totalidad que colma las expectativas a to­
das las edades, p ara u n a p ersona de la clase trabajadora m ayor de 25
años es difícil m udarse a un barrio de características distintas, o incluso
a otro barrio del m ism o tipo. Son conocidas las dificultades de los traba­
jadores p ara establecerse en las nuevas viviendas municipales. N orm al­
m ente, la m ayoría no acepta las actividades grupales organizadas, salvo
las que conoce desde p eq u eñ o y en las que h a participado públicam ente
si las necesidades com unes y la recreación de u n barrio densam ente po­
blado así lo requerían. En los parajes de ladrillo y cem ento, al principio
se sienten m uy expuestos y desprotegidos; sufren de agorafobia; sienten
que no p e rten ecen al nuevo sitio, que está “lejos de to d o ”, de su familia
y de los com erciantes que conocen de toda la vida; no cuidan el ja rd ín ,
salvo que se hayan acostum brado a usar el huerto, y no es lo mas usual;
quisieran m o n tar gallineros y se com pran perros y gatos. *
La im agen más conm ovedora de esa idea de hogar y de barrio es la
de los hom bres m ayores que p u eb lan las salas de lectura de las bibliote­
cas públicas.,,!4 Son personas solas que ya no trabajan, con hijos adultos
que se h a n ido de la casa familiar, viudos o que tienen a su esposa en ­
ferma. Los más afortunados siguen viviendo en su antigua casa o en la
de uno de sus hijos; algunos se las arreglan con u na jubilación y viven
en u n a residencia o en u n a habitación de u n apartam ento en u n distrito
pasado de m oda. Los que se q u e d a n en el barrio se sienten perdidos
sobre todo en los días de sem ana, cuando la calle está ocupada sólo

24 Las salas de lectu ra de las bibliotecas públicas eran lugares m u ch o más


tristes en los años treinta. E n tre otros, los que iban a leer los periódicos
-em p lead o s, vendedores y algunos profesionales que no ten ían trab ajo -
tam bién iban allí a com er sus bocadillos y a an o tar datos en sus cuadernos. El
in fo rm e d e Sargaison Growing Oíd in Common Lodgings es m uy valioso en este
aspecto. C on respecto a los ancianos en las bibliotecas públicas de Belfast,
la au to ra co m e n ta que “algunos de los hom bres de m ás ed ad aprovechaban
p ara secarse las m edias en los caños de la calefacción, p ero eso estaba
p ro h ib id o , y si los descubrían, el castigo era el frío de la calle”.
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCEN ARIO 9 3

por niños y unas pocas amas de casa, atareadas p ero gentiles. Los m e­
nos frecuen tan las estaciones de tren d o n d e se en cu en tran con locos y
vagabundos. O tros acuden todos los días a la biblioteca, d o n d e no hace
frío y hay lugar para sentarse. La im agen recu erd a a esos estuarios ocul­
tos a los que llegan los sedim entos fluviales, que p erm an ecen allí com o
un m o ntó n de basura: palos, trozos de papel, hojas m architas, cajas de
fósforos... La biblioteca tiene el aspecto de u n asilo de ancianos de los
antiguos, algunos de los cuales todavía existen; los som bríos periódicos
están abiertos en mesas dispuestas a lo largo de las paredes, bien sujetos
con barras de m ad era y con las páginas de deportes cuidadosam ente
pegadas para desalentar, las apuestas; las revistas están sobre escritorios
de roble oscuro ilum inados p o r lám paras de pantallas color verde, con
un haz de luz tan estrecho que la sala qu ed a en penum bras p o r encim a
de la altura del codo.
La sem ioscuridad ayuda a suavizar la insistencia de las notas en blanco
y negro, todas con leyendas imperativas que anuncian prohibiciones y
que se alternan con los periódicos en las paredes. En u n a sala de lectura
que conozco hay ocho m andam ientos en carteles que varían en tam año,
desde uno de 23 centím etros de largo p o r 10 de altura que reza s i l e n c i o
hasta otro que dice n o s e a d m i t e e l i n g r e s o d e p e r s o n a s c o n m a t e ­
r ia l DE LECTURA EN ESTA SALA Y LOS LECTORES DEBEN LIM ITA RSE A CON­
SULTAR l a s p u b l i c a c i o n e s d i s p o n i b l e s e n e l l a . Los carteles varían en

tono, desde la o rd en tajante a la prohibición sutil. Después de un rato, el


am biente es tan deprim ente que u n o em pieza a pensar que p r o h i b i d o
h a b l a r e n v o z a l t a es u na señal de afecto en m edio ele u n clima for­

mal, u n a m an era de m ostrar com prensión p o r el hecho de que tantos


asistentes al lugar n o tienen con quién hablar.
La biblioteca es el refugio particular ele los que no tienen un lugar, ele
los que sobran, de los que tien en las mejillas hundidas, los ojos vidriosos
y la m irada gastada y algo triste. U n excéntrico absorto en los rituales
de sus obsesiones se sienta en tre u n solterón, que vive en la casa de su
herm ana casada p orque a ella le viene bien la pensión que recibe él p o r
haber peleado en la guerra, y u n viudo en trad o en años que vive en u na
residencia sin pretensiones o en u n a casa que huele siem pre a té viejo
y fritura. Salen a la calle después ele lavarse con agua fría, p onerse una
camiseta y enroscarse u n a bufanda alred ed o r del cuello. Antes ele en trar
a la biblioteca cam inan u n rato, observan a la gente p o r la calle, gente
que está ocupada haciendo cosas, que p erten ece a algún lugar. Si el ban­
co de la plaza está muy frío, van a la sala de lectura en busca de calor.
Algunos prefieren artículos de tem ática religiosa, que n un ca falta en sus
94 LA C U LTU R A OBRERA EN LA SO CIEDA D D E MASAS

lecturas; otros -furtivos y tem erosos de que los descubran, o hábiles, au­
daces y descarados- im aginan cóm o ganar en las apuestas o farfullan co­
sas m ientras com en u n sándwich. Hay quienes sólo ojean las publicacio­
nes o m iran fijam ente u n a página d u ran te diez m inutos sin leer; algunos
se sientan y m iran u n p u n to fijo m ientras se hurgan la nariz. Todos están
e n los m árgenes de la vida, viéndose a diario pero sin tener ningún tipo
d e contacto. Reducidos a un m anojo de ropas, unas pocas necesidades
prim arias y u n a falta persistente, h an sido desconectados del único tipo
d e vida de la que alguna vez.participaron, en la que desem peñaron u n
papel que aceptaron de m anera inconsciente; no conocen el arte de las
relaciones sociales.
Suele hab er alguno que llega a este refugio de los desposeídos como
si fuese un club conservador y él, u n viejo concejal. D eteriorado pero de­
senvuelto, se dirige hacia su silla p referida saludando y sonriendo com o
si alguien le prestara atención. Niega lo evidente con la mayor frescura y
cree que es feliz. La mayoría im agina u n a vida ideal frente a la chim enea,
com iendo m ucho, con u n a esposa que escuche con atención, con dinero
p ara com prar cigarrillos y cerveza, y una “posición”. No es de sorpren­
d e r q ue el em pleado de la biblioteca les inspire deferencia; algunos han
p erd id o el respeto p o r ellos mismos y no se perm iten siquiera sentirse
m olestos p o r él ni tratarlo con arrogancia.
3- “Ellos” y “nosotros”

“e l l o s” : r e s p e t o p o r u n o m is m o

Es probable que la fuerza de la mayoría de los grupos esté re­


lacionada con la exclusividad, con la idea de que hay personas que están
fuera del “nosotros”. ¿Cómo se m anifiesta esta característica en la clase
trabajadora? A nteriorm ente, he m encionado la im portancia del hogar y
del barrio, y propuse que esa im portancia proviene en parte de la idea
de que el m undo exterior es extraño, y con frecuencia hostil; que tiene
casi -todas las cartas ganadoras en la m ano y que es difícil relacionarse
con él en sus propios términos. Para em plear u n a palabra frecuente en
boca de las personas de la clase trabajadora, m e referiré a los de ese otro
m undo com o “ellos”. “Ellos” es u n a figura coral en térm inos teatrales, el
personaje principal en las formas urbanas m odernas de la relación entre
el cam pesino y el propietario de la tierra. El m u ndo de “ellos” es el de los
jefes, sean estos individuos del ám bito privado o, como suele ser el caso
más corriente en la actualidad, los em pleados públicos. “Ellos” pueden
ser, según la ocasión, cualquier persona cuya clase social no sea la de los
pocos individuos a los que la clase trabajadora reconoce com o tales. Un
médico que m uestre dedicación p o r los pacientes no será uno de “ellos”
en tanto médico; en cambio, en tanto seres sociales, él y su esposa sí se­
rán “ellos”. U n cura será uno de “ellos” o no según cóm o se comporte.
Form an parte del grupo de “ellos” los policías y los em pleados públicos,
los em pleados m unicipales com o el m aestro, el portero del colegio, “la
C orporación”, el ju ez del distrito. El asistente social, el hom bre de “los
G uardianes” y el em pleado de la bolsa de trabajo en algún tiem po fueron
figuras notables. En especial para los más pobres, esos personajes consti­
tuyen u n grupo difuso p ero num eroso y con p o d er que tiene influencia
en su vida en casi todos los aspectos: el m u n d o se divide entre “ellos” y
“nosotros”.
“Ellos” son los que están “en la cim a”, los “de arriba”, los que reparten
“las ayudas sociales”, los que nos convocan para ir a la guerra, los que nos
96 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

m ultan, los que nos hicieron dividir la familia en la década de 1930 para
evitar la reducción en la asignación fam iliar, los que “controlan nuestra
vida”, los que “no son de fiar”, “hablan con u n a papa en la boca”, “son
inescrupulosos”, “n u n c a te dicen n ad a” (por ejem plo, con referencia a
un familiar q ue está in tern ad o en el hospital), “te m eten entre rejas”, “te
aplastan si p u e d e n ”, “te d an órden es”, “form an grupos cerrados” y “te
tratan com o b asu ra”.
Las autoridades h a n tenido tratos bastante violentos en Inglaterra, en
particular d u ra n te la prim era m itad del siglo XIX. Pero, en general, y en
nuestro siglo especialm ente, el concepto de “ellos” para la clase trabaja­
dora no im plica violencia ni m altrato. No es el mismo “ellos” del prole­
tariado en ciertas regiones europeas, de la policía secreta, la brutalidad
en plena luz del día y la desaparición de personas. Aun así, existe, no
sin motivo, el sentim iento entre los integrantes de la clase trabajadora
de que están en desventaja, que la ley suele no estar de su lado y que las
sentencias p o r delitos m enores son más duras contra ellos que contra los
demás. Levantar apuestas en la calle es riesgoso, p ero hacer operaciones
por m edio de u n “agente de bolsa” no lo es tanto. Si se em borrachan
para festejar algo, lo hacen en el pub\ entonces es más probable que se
los lleven a ellos y no al que bebe en su pro p ia casa. Su relación con la
policía no es igual que la de la clase m edia. Suele ser u na bu ena relación,
pero sea esta b u e n a o m ala los m iem bros de clase trabajadora sienten
que los policías los están observando; son representantes de la autoridad
que los vigilan y n o servidores públicos cuya tarea consiste en ayudarlos y
protegerlos. C onocen de cerca a la policía y saben del acoso y la corrup­
ción que a veces tam bién form an p arte de sus filas. D urante años se ha
oído decir: “Ay, la policía siem pre se ocupa de ella misma. Se cuidan las
espaldas unos a otros cueste lo que cueste y los jueces siem pre les creen ”.
Son frases q ue todavía se oyen.
La actitud hacia “ellos”, igual que hacia la policía, no es tanto de mie­
do como de desconfianza m ezclada con escepticismo respecto de lo que
“ellos” hacen p o r u n o y cóm o lo com plican todo - d e m anera innecesa­
ria, en ap arien cia- cuando tratan de o rd e n a r la vida de las personas si
hay algo que los afecta. Las personas de la clase trabajadora tienen años
ele experiencia e n esperas en la agencia de em pleo, la sala del m édico y
el hospital. Se desquitan culpando a los especialistas, con o sin razón, si
algo sale mal: “Yo n o h ab ría perdido a mi bebé si el doctor hubiera sabi­
do lo que h acía”. Sospechan que no les prestan los servicios públicos con
tanta eficiencia y rapidez com o a los que llam an p o r teléfono o envían
notas.
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 9 7

La clase trabajadora tiene contacto con los em pleados públicos de m e­


nor jerarquía, con los niveles más bajos de las profesiones de uniform e
y pensión. Igual que con la policía, para otras clases estas personas son
servidores públicos; en cam bio, para la clase trabajadora son parte de
“ellos”, gente en la que n o se p u ed e confiar, aunque sean amables y bien
predispuestos. Los em pleados públicos que sí son desatentos despliegan
ante las personas de clase trabajadora toda la insolencia de que son capa­
ces, esa brusquedad del personal de baja categoría al que le gusta “man-
donear”. Por eso, los integrantes de la clase trabajadora duelan cuando
les ofrecen ser capataces o suboficiales de las fuerzas ele seguridad. Si
aceptan, pasarán a ser u n o de “ellos”. Algunos em pleados de bajo rango
están en u n a posición ambigua. Son implacables con la clase trabajadora
porque quieren diferenciarse claram ente de ella y porque, en el fondo,
saben que están m uy cerca y no quieren retroceder. Su deferencia con
los de la clase m edia quizás esconda cierto resentim iento; lés gustaría ser
uno de ellos pero saben que no lo son.
Por todo esto, las m ujeres de la clase trabajadora suelen pasarlo mal y
en general son más condescendientes que sus m aridos con los em plea­
dos públicos. Los hom bres son más proclives a pro testar y con frecuencia
la protesta tom a la form a de la “vulgaridad”. Si los provocan, son capaces
de “partirle la cara a ese tipo si no deja ele h ablar pavadas”.
Quizá pocas cosas ilustren m ejor la división en tre “ellos” y “nosotros”
que los tribunales del norte del país.-5 Casi siem pre tienen un aire p ro ­
vinciano de puritanism o y disciplina, rígido y anticuado, desde el olor a
desinfectante que ya se huele en la entrada, p asando p o r los baños con
los carteles “ d a m a s ” y “ c a b a l l e r o s ” hasta el en o rm e estrado de m adera
de pino ilum inado p o r la luz que en tra po r ventanas altas y estrechas. Los
policías p u ed en ponerse nerviosos ante la m irada de sus superiores, pero
a los ojos ele las personas de la clase trabajadora, en la sala del tribunal
los agentes son los desafiantes asistentes -m ás am enazadores en su pro­
pio terreno y sin el casco- de esa autoridad anó n im a sim bolizada p o r el
estrado. El secretario del ju e z es u n hom bre que “hace p e rd e r el tiem po
a la gente”; los personajes sentados en el estrado p arecen m irarlo tocio
desde un m u ndo distante, con la seguridad y la sensación ele im portancia
de la clase m edia. C uando presencio juicios, m uchas veces adm iro la for­
ma en que los jueces obtienen u n a visión realm ente h u m ana de los casos

25 Parte del mate.rial em pleado p ara escribir esta sección lo he tom ado y
m odificado de u n ensayo qu e escribí p ara Trilnme (4 d e o ctubre de 1946).
98 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

a pesar de la actitud cohibida y evasiva de los testigos de la clase trabaja­


dora. Los m agistrados deben sacar el m áxim o partido de los testimonios,
porque las personas de la clase trabajadora implicadas en las causas no
se dan cuenta de m ucho más que del vasto aparato de autoridad que en
cierta form a se h a apropiado de ellas y que no logran com prender.
A todas esas actitudes frente a “ellos” hay que añadir u na o dos más
de m e n o r im portancia. En prim er lugar, la personalidad al estilo de
Orlick,2e la actitud de “nunca fui un caballero, ¿sabe?”, el rechazo cerril
de todo lo que está p o r encim a de la propia capacidad de respuesta, en
virtud del cual se desbaratan intentos dignos de utilizar la autoridad y se
los m enosprecia ju n to con el resto. O las artim añas que acom pañan a
algunas formas de deferencia p o r parte de personas de la clase trabaja­
dora, los evidentes “engaños” a alguien de otra clase que van ju n to a la
costum bre de decir “señor” sabiendo -se g ú n se manifiesta en la obvie­
dad de la p ráctica- que todo es u n ju eg o de desprecio, que u n o puede
confiar en que, com o a la clase m edia no le gustan los escándalos, se la
puede engañar fácilm ente. O la actitud que aum enta con la dism inución
del respeto p o r u n o m ismo y que acaba en u n a serie de “ellos tienen obli­
gaciones”. Com o los antiguos reyes, “ellos tienen la obligación” de hacer
llover cuando hace falta agua y son los culpables si llueve cuando no es
necesario; después de todo, “ellos están para eso”. “Ellos" tienen que
cuidarnos cuando tenem os algún problem a, deben “ocuparse de que no
ocurran cosas de ese estilo”, de “frenarlas”. Es muy m arcado el contraste
con la actitud m ucho más frecuente que lleva a la clase trabajadora a re­
currir a “ellos” sólo cuando es estrictam ente necesario. Si las cosas salen
mal, hay que aguantar: no hay que caer en m anos de la autoridad, y si
no queda otro rem edio que buscar ayuda, sólo hay que confiar “en los
nuestros”.

Las distinciones “e llo s/n o so tro s” m e p arec en más evidentes en las p er­
sonas mayores de 35 años, en quienes rec u e rd an el desem pleo de la
d écada de 1930 y todos los “ellos” de ese tiem po. Los más jóvenes, in­
cluso si no tien en actividad sindical, viven una atm ósfera distinta de
la q ue expe rim en taron sus padres; al m enos, u n a atm ósfera con una
tem p eratu ra em ocional diferente. En el fondo, la división sigue vigente
y es tan ab ru p ta com o antes. Los jó venes suelen ser m enos hostiles,
despectivos y tem erosos respecto del m u n d o de los jefes, pero tam poco

26 Me refiero al personaje de Grandes esperanzas, de Dickens.


“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 9 9

son deferentes con ellos. No siem pre esto es así p o rq u e sean mejores
que sus padres en su relación con ese m u n d o ni po rq u e se hayan re ­
conciliado con el gran m u n d o exterior, algo de lo que sus progenitores
no fuero n capaces; sim plem ente no lo tien en en cuenta o desestim an
su im portancia; h an ingresado p len am en te en su p ropio m undo, que
ah ora está provisto de elem entos más gratificantes y entretenidos que
los que conocieron sus padres. C uando están fren te al m undo de los
dem ás, como ocurre m uchas veces después de casarse, hacen todo lo
posible para seguir pasándolo p o r alto o re c u rre n a actitudes similares
a las de sus mayores. ¿Q ué p ro p o rció n de m adres de la clase trabaja­
dora aprovecha todos los servicios que ofrece u n centro de atención
infantil? Conozco algunas que “ni siquiera pasan cerca” de esos centros
ni para beberse el ju g o de n aranja que les sirven p o rq u e desconfían de
todo lo que provenga de las autoridades y p refieren ir directam ente a
la farm acia, au n q u e resulte más caro.
Detrás de todo esto está el problem a del que hoy somos plenam ente
conscientes: se espera que todos tengan una doble m irada, para sus obli­
gaciones com o individuo y para los deberes de ciudadano que vive en de­
mocracia. La mayoría de nosotros, hasta los más o m enos intelectuales,
considera que la relación en tre los dos m undos no es algo sencillo. Las
personas de la clase trabajadora, tan arraigadas al ám bito de lo domésti­
co, lo personal y lo local, y con poca capacidad para el pensam iento más
abstracto, son m enos proclives a p o n e r los dos m undos uno ju n to al otro.
Se sienten incóm odas cuando piensan en eso; no es fácil de representar
ese segundo m u n d o más com plejo, porque es m uy vasto y está muy lejos.
Si intentan com prenderlo, suelen recu rrir a la simplificación: entonces
siguen diciendo, com o sus abuelos, “no sé adonde irem os a p arar”.
Hay u n a salida tradicional más positiva en la relación entre la clase tra­
bajadora y la autoridad. Me refiero al arte de la ridiculización, de tocarle
las narices, de bajarle los hum os a la autoridad. El policía a veces es un
problem a; otras, es blanco de canciones satíricas. Mi im presión es que
la reacción es m enos intensa de lo que solía ser. Sin duda, el cambio se
debe en parte a que la clase trabajadora tiene u n a m ejor posición en la
sociedad. T am bién puede ser u n a expresión de cóm o desestima la im­
portancia de los otros -alg o que hem os m encionado anteriorm ente-, de
una sensación de “llevarse bien así com o están”; a “ellos” no les pedimos
nada y no tenem os nin g ú n resentim iento. Esa actitud se potencia con la
gran cantidad de diversión a la que hoy se tiene acceso, formas de entre­
tenim iento que hacen a los consum idores m enos propensos a la irónica
y vehem ente protesta contenida en la ridiculización.
lo o LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Las viejas costum bres sobreviven en cierta m edida en las fuerzas de


seguridad, donde la división en tre “ellos” y “nosotros” sigue siendo clara
y formal. La mayoría de las canciones satíricas que se oyen en ese ám bito
se cantan desde hace cu aren ta años com o m ínim o. R ecuerdo canciones
como “Me fui, me fui, ten ía u n b u e n trabajo cuando me fui”, “Cuando se
acabe esta pu ta g u e rra ” o “Yo n o quiero ser soldado”.

Más que vigor, lo que se aprecia es una clara dignidad en esa reacción ante
las presiones del m u n d o exterior, que adopta la form a de la insistencia en
“conservar el respeto p o r uno m ism o”. Y en el m om ento en que esa idea
del respeto y la confianza por u n o mismo vienen a la m ente, em piezan a
florecer conceptos vinculados con ella: la “respetabilidad” en prim er lu­
gar, que se difunde hacia afuera y hacia arriba, partiendo de formas silen­
ciosas, pasando p o r el orgullo de u n obrero calificado, hasta la integridad
de quienes no tienen prácticam ente nada salvo su voluntad de no perm itir
que las circunstancias los hundan. En el centro de todo esto está la deci­
sión de aferrarse a aquello que es motivo de orgullo en un m undo que
pone tantos palos en la rueda, aferrarse al m enos al “respeto p o r uno mis­
m o”. “Al m enos, tengo respeto p o r m í mism o”; el derecho a p o d er decir
eso, aunque se diga p o r lo bajo, com pensa muchas cosas. Está latente todo
el tiem po en el odio p o r tener que “ir a la parroquia”, en la pena de tener
que arreglárselas con el salario percibido durante la licencia p o r enferm e­
dad, en las altas cuotas del seguro para no tener que ser enterrado en la
parroquia, en el ahorro y el culto a la limpieza.'Existe, según .creo, entre
algunos autores que escriben sobre la clase trabajadora, una tendencia a
pensar en todos los que tienen el ahorro y la limpieza entre sus objetivos
como im itadores de la clase media.baja, como traidores a su propia clase,
ansiosos p o r clejar de perten ecer a ella. En el sentido inverso, a los que no
hacen ese esfuerzo se los suele considerar como más honestos y m enos
serviles. Pero la limpieza, el ahorro y el respeto por u n o mismo provie­
nen ele la preocupación por no caer o sucum bir ante las circunstancias
del entorno y no p o r el deseo de ascender; y entre los que no tom an en
cuenta este criterio, los espíritus desenfadados, generosos y despreocupa­
dos son m uchos m enos que los descuidados y los holgazanes cuyas casas y
costum bres reflejan su falta ele autocontrol. Hasta la presión para que los
hijos progresen y el respeto p o r el valor ele “leer libros” no surge tanto del
cleseo de perten ecer a o tra clase p o r esnobismo. En cambio, tiene que ver
con el deseo de quitarse de encim a muchos de los problem as que padecen
los que m enos tienen, sólo p o r ser pobres: “He visto a aquel al que han
golpeado, a aquel al que h an golpeado: has de p o n er tu corazón en los
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 10 1

libros. He observado al que ha roto las cadenas del trabajo forzado. Obser­
va: nada supera a los libros”.

“Qué delgada es la línea que nos separa y qué bajas las probabilidades de
cruzarla”, de m an ten er el barco a flote y ser capaz de “m irar a la gente
a la cara”. Es im portante, entonces, ten er el sentido de independencia
que se fun d a en el respeto p o r u n o mismo, p o rq u e es algo de lo que
nadie nos puede despojar. La gente dice: “Me deslom é trabajando toda
la vida” o ‘Yo no le debo nad a a n ad ie”. Tam poco son dueños de nada,
salvo unos pocos m uebles, p ero nun ca han esperado más. De ahí que se
m antengan todo tipo de rarezas, en especial entre los que ahora superan
los 50 años. Conozco varias familias que eligen m an ten er el viejo sistema
de m edid o r con inserción de m onedas p ara el sum inistro de electrici­
dad. Pagan más y m uchas veces se qued an sin luz p orque nadie en la
casa cuenta con u n a m oneda, a pesar de que tienen suficiente dinero
para abonar las facturas trim estrales. Pero no soportan la idea ele tener
una deuda p en d ien te d u ran te más ele u n a sem ana. (Los “préstam os” de
los clubes de ropa y la cuenta del alm acén p erten ecen a otra categoría,
porque no son deudas pendientes con “ellos”.)
T am bién aquí se debe buscar el origen de la tendencia a aferrarse, por
más dificultades que se tengan, a esas “pequeñas cosas” que evocan una
época en la que ellos tenían gustos propios y la libertad para expresarse
a su m anera. Sin duda, esas cosas hoy están m ejor estructuradas, pero
cuando yo era niño, en nuestra zona nos im pactó la torpeza del agente
del Comité de G uardianes que le sugirió a u n a m ujer m ayor que, dado
que vivía de la caridad, tenía que vender u n a fina tetera que no usaba
pero que tenía expuesta en su casa. “Im agínese”, exclam aban todos, y no
era necesario agregar nada. Todos sabían que ese h om bre era culpable
desuna insensible afrenta a la dignidad h u m a n a ... “Ay, no hay razón en
la necesidad [...] No des a la naturaleza m ás ele lo que ella necesita, / la
vida de u n hom bre no vale más que la de u n a bestia”.* 27
Es posible e n te n d e r p o r qué los m iem bros de la clase trabajadora no
se m uestran m uy “abiertos” con los trabajadores sociales, contestan con
evasivas y están más dispuestos a dar respuestas destinadas a eludir que
a dar explicaciones. Detrás de la frase “Me lo guardo para m í” quizá se

* Las versiones en castellano de las citas literales coi-responden a Ju lieta B arba


y Silvia Jawerbaum . [N. de E.]
27 W. Shakespeare, El rey Lear, II, IV, 265-268.
102 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

esconda el orgullo herido. No es fácil creer que alguien de otra clase que
está de visita pued a imaginarse todos los detalles de las dificultades de la
persona a la que va a ver, pues ella se ocupará de “no enseñar lo que le
pasa”, de protegerse contra la caridad.
Todavía im porta “tener un oficio”, y no sólo p orque hasta hace poco
tiempo u n trabajador calificado casi siem pre ganaba más. El obrero ca­
lificado p u ed e decir con más convicción que es “tan bueno como cual­
quiera”. No corre el peligro de ser de los prim eros que despiden en el
trabajo; le q uedan resabios del orgullo del oficio. Quizá no piense seria­
mente en irse, pero en el fondo sabe que tiene la libertad de recoger sus
herram ientas y m archarse cuando quiera. Los padres que se preocupan
por “darles lo m ejor” a sus hijos todavía tratan de que los acepten com o
aprendices en el taller.

“n o so t r o s” : lo m ejo r y l o p e o r

En todos los análisis de las actitudes de la clase trabajadora se hace hinca­


pié en el sentido de grupo, ese sentim iento de ser no tanto u n individuo
con “u n a form a de hacer las cosas” sino u n integrante de un grupo en
el que todos son, y seguirán siendo, más o m enos iguales. No em pleo la
palabra “com unidad” en este contexto p orque tiene u n a connotación fa­
vorable dem asiado simplista y p u ed e conducir a subestim ar las tensiones
y las sanciones d entro de los grupos de la clase trabajadora.
Sin duda, las personas de esta clase tienen un fuerte sentido de perte­
nencia a u n grupo y eso lleva im plícito el supuesto de que es im portan­
te ser am able, cooperar, ser b u e n vecino. “Todos estamos en el mismo
barco”, “no vale la pen a discutir” porque “la unión hace la fuerza”. Esta
actitud es evidente en los m ovim ientos del siglo pasado, en los cientos de
asociaciones “de amigos” y en los lemas de los sindicatos: la Amalgamada
Sociedad de Ingenieros, con “U nidos y Laboriosos”; la Comisión del Sin­
dicato N acional de Em pleados y Trabajadores del Gas,28 con su lem a de
finales de la década de 1890, “A m or, U nidad y L ealtad”. El “A m or” al que
hace referencia este últim o evoca el trasfondo cristiano del cual tom ó su
fuerza el sentido de unión.

28 V. Will T h o rn e, My Lije's Ballles, L ondres, Newnes, 1925.


“ e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 1 0 3

La tradición en la que se basan estos grupos fraternos, en mi opinión,


adquiere su fuerza inicialm ente de la evidencia siempre presente, en las
condiciones de apiñada intim idad y privacidad de la vida, ele que todos
estamos, de hecho, en u na misma posición. Es muy probable que uno esté
cerca de la gente con la que, p o r ejem plo, com parte una pileta en el patio
común. La palabra “je fe ”, que todavía es la form a más com ún de dirigirse
al interlocutor que pertenece a la m ism a clase, una palabra que usan l'os
conductores de autobús o de tranvía y los comerciantes, se dice autom á­
ticam ente, pero indica algo. D ecir de alguien que es amable o uñ buen
vecino es un halago. A u n club se lo aprecia porque es un “lugar donde se
puede sociabilizar”; el principal motivo para recom endar un alojamiento
o una pensión en la costa es que son “acogedores”, algo que im porta más
que el hecho de que estén llenos de gente; lo mismo vale para u na iglesia.
“‘N uestra’ Elsie se casó en la Iglesia de Todos los Santos”, dicen respecto
del tem plo que eligieron entre varios de la zona y que no es el que les
coi'respondería p o r su domicilio, “es u n a iglesia muy bonita y acogedo­
ra”. Los com entarios sobre una fiesta de Navidad en la sede del sindicato
term inan con: “H a sido una herm osa noche, con m ucha arm onía entre
todos”. Ser buenos vecinos no consiste solam ente en “ser honestos entre
nosotros”, sino tam bién en ser “am ables” o en estar “siempre dispuestos
a hacer favores”. Si los habitantes de u n a zona nueva no dem uestran ser
buenos vecinos, el recién llegado dirá que “no se adapta”.
La sensación de calidez de u n grupo ejerce u n a gran fuerza ele atrac­
ción que las personas echan de m enos cuando dejan de pertenecer a la
clase trabajadora, en térm inos financieros y probablem ente tam bién geo­
gráficos. H e observado que los hom bres que se foijaron una posición con
su propio esfuerzo y que hoy viven en chalés -alm aceneros a los que les ha
ido bien y son propietarios de una peq u eñ a cadena ele tiendas o contratis­
tas que han crecido hasta levantar complejos de casas adosadas- disfrutan
yendo al estadio a ver partidos de fútbol y codeándose con la m ultitud.
Van en coche y usan chaquetas de tweed de H arris que son prueba de su
progreso, pero m uchos todavía van al sector popular en lugar de sentarse
en la platea. Creo que disfrutan volviendo a vivir el am biente cam pecha­
no de la gente com ún, como lo hacen los oficiales de m arina que van a
tomar algo a la barra del local de baile destinada a los soldados rasos.
La clase trabajadora no tiene dem asiada conciencia de la existencia
de ese sentido de com unidad; está a años luz del “unidos en la lucha”
de algunos de los movimientos sociales con fines definidos. No cim ienta
su fortaleza - e n realidad, la fortaleza es an terio r y más elem ental- en la
idea de la necesidad de hacer algo p o r m ejorar la situación de los demás
1 0 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

que dio origen a m ovim ientos com o el cooperativismo; en cambio, su


conciencia surge de la certeza, alim entada p o r la convivencia, de que
uno es inexorablem ente parte de u n grupo, de la calidez y la seguridad
que otorga esa certeza, de la ausencia de cambios en el grupo y de la
necesidad de “re c u rrir a u n vecino” porque, con frecuencia, los servicios
no se p u e d e n pagar. Em erge de la sensación de que la vida es d u ra y
que a “los nuestros” les suele “tocar la p eo r p a rte”. En la mayoría de las
personas, n o se traduce en u n a sensación consciente de form ar parte del
“m ovim iento o b re ro ”: las cooperativas n o están tan asociadas a la vida de
la m ayoría de los integrantes de la clase trabajadora com o los quioscos
o bares que atienden a los vecinos de la cuadra. La actitud encuentra su
expresión en u n gran nú m ero de frases: “Tienes que com partir, y en p ar­
tes iguales”, “Nos tenem os que ayudar en tre nosotros”, “Hay que ayudar
al que tiene dificultades”, “T enem os que tirar para el mismo lado”, “O
nos salvamos todos o nos hun d im o s”. Pero, en general, son frases que se
p ro n u n cian en ocasiones especiales, en reuniones o fiestas.
La solidaridad se ve reforzada p o r el hecho de que no hay lugar para
las grandes am biciones.29 A p artir de los 11 años, cuando los estudiantes
pasan a la escuela m edia, el resto em pieza a m irar cada vez más hacia
afuera, hacia la vida real que em pieza a los 15, a la vida com partida con
los adultos que, d u ran te los prim eros tiempos después de la prim aria,
serán la fuerza educativa con m ayor presencia que conozcan. C uando
los jóvenes se incorp o ran al m u n d o del trabajo, la mayoría no piensa
en hacer carrera o en el progreso laboral. Los trabajos se distribuyen
en el plano horizontal, no en el vertical; la vida no es com parable con
una escalera y el trabsyo no es el principal interés. Todavía se respeta al
buen trabajador, pero el obrero de al lado no es com petencia, ni real ni
imaginaria. P o r esa razón, es com prensible que un joven escuche alguna
vez este consejo: “¿Q uién te apura? No le serruches el piso a nad ie”. Las
personas de la clase trabajadora tienen varios defectos en sus actitudes
respecto del trabajo, pero n o son los típicos defectos de las personas “am­
biciosas” y “con em p u je” ni los de “los tipos de la ciudad que llevan la son­
risa del triu n fad o r p in tad a en la cara”; naclie confía en los “entusiastas”.
*H agan lo que hagan los trabajadores, sus horizontes son bastante li­
mitados; ele todos moclos, se apresuran a decir que el dinero no hace
la felicidad, y que el poder, tam poco. Las cosas “reales” son los valores
hum anos y de la convivencia: el hogar y el cariño de la familia, la amistad

29 O bservación del d o cto r Zweig.


“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 10 5

y la posibilidad de “pasarlo b ien ”. “El d in ero n o es im portante”, dicen,


“no tiene sentido vivir para txabajar”. Las canciones de la clase trabajado­
ra hablan de am or, amigos, u n lindo hogar; siem pre m encionan que el
dinero no es im portante.
Con todo, hay excepciones: están aquellos que representan la m anera
de pensar que satirizaba M atthew A m old:30 “R ecuerda siem pre, querido
Dan, no pares hasta llegar a je fe ”. E ntre los más ávidam ente respetables,
esto se expresa en la form a en que estim ulan a los chicos a “seguir ade­
lante”, a pasar de grado, a cuidar la “caligrafía”, p o rq ue a los jefes les
agrada que sus subordinados tengan “linda letra”. Y tam bién está el hom ­
brecito con ojos de lince al que los dem ás consideran con indulgencia
un obcecado que “n o deja escapar ni u n céntim o”. A cepta trabajar horas
extra por la n oche y los fines de sem ana, y está siem pre preocupado por
ganar un dinero extra m ientras sus com pañeros se divierten. Esas perso­
nas por lo general n o progresan ni llegan a form ar parte de u na clase so­
cial superior, sino que, inquietas, dan vueltas siem pre en el mismo lugar,
acum ulando las cosas insignificantes que están a su alcance.
La actitud hacia los solteros pi-obablem ente dem uestre más que nin­
guna otra cosa el alcance de la tolerancia para establecer las excepciones
dentro del grupo. El soltero ocasional de u n barrio suele vivir con su
m adre viuda o con la fam ilia de la h erm an a casada. A ese hom bre soltero
se lo ve todas las noches en el mismo rin có n del pub o el bar, pues tiene
costumbres fijas. Quizá su tim idez haya tenido algo que ver en su soltería;
en cierto m odo, es u n ave solitaria, pero n o se p u e d e decir que esté solo.
Los vecinos lo respetan. Nadie cree que sea u n libertino ni u n D o n ju á n
en potencia. Probablem ente pasa p o r el tío inofensivo de edad indeter­
m inada que siem pre “tiene buenos m odos”, es “m uy callado” y es bueno
con la m adre y la herm ana. A veces, la actitud hacia los solteros esconde
cierta malicia; la gente cree que Fulano de tal n o se ha casado porque le
da miedo el contacto físico con las m ujeres. Pero n orm alm ente esa idea
no va a acom pañada de desdén; tam poco las personas piensan que un
soltero sea egoísta, hom osexual o antisocial. Algunos hom bres -se pien­
sa- nacen solteros y son u n com ponente más del barrio.
La m inoría que adquiere conciencia de las lim itaciones de sti clase y se
interesa p o r estudiar algo -p a ra “h acer algo p o r su clase” o para “progre­
sar como individuos”- genera sentim ientos encontrados. El respeto p o r
el “estudioso” (el m édico o el párroco) no ha desaparecido por completo.

30 M. A rnold, Culture and Anarchy, L ondres, Smith, E ider & Co., 1869, capítulo 2.
1 0 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SO CIEDA D DE MASAS

R ecuerdo que, al poco tiem po de o btener u n a beca, estaba sentado en


i i n club ju n to a u n m inero soltero de m ediana edad. C uando pagó su tra-
g-o de ro n y leche caliente, apartó m edia corona del vuelto y me la dio. Yo
traté de rechazarla: “Q uédatela. Para tus estudios”, m e dijo. “Soy como
cualquier m inero. Lo que gano me lo gasto”. Por o tro lado, hay quienes
desconfían de los libros. ¿Qué les pasa a los que estudian? ¿Están mejor
a h o ra que son oficinistas o maestros? ¿Son m ás felices? Los padres que
n o perm iten que sus hijos sigan estudiando (algunos todavía se oponen)
n o siempre piensan en el hecho de que ten d rán que m antenerlos duran­
t e un tiem po sino que dudan, aunque no lo m anifiesten con claridad, del
valor de la educación. Esa d uda adquiere parte de su fuerza del sentido
d e grupo: el grupo trata de conservarse tal cual es y de im pedir que sus
m iem bros cam bien, se vayan o sean distintos.

C om o ya he dicho, el grupo opera contra la idea de cambio. Es más: im­


p o n e a sus m iem bros u n a intensa presión, a veces dem asiado fuerte, para
asegurarse de que todos se ajusten a las costum bres establecidas. A los
q u e no lo hacen p o r causa de los estudios o de alguna otra razón, a veces
se los tolera, y no quiero decir que haya u n a gran hostilidad autom ática
an te las deserciones o las costum bres diferentes. De hecho, una de las
cualidades destacadas de los grupos de clase trabajadora es la tolerancia
e n algunos aspectos, pero esa tolerancia funciona sólo si se siguen respe­
tando los principios generales de la clase.
El g rupo se conform a p o r cercanía. D u rante años sigue consideran­
d o que alguien q¡ue viene de u n a localidad que está a 50 kilóm etros
d e distancia “n o es de los n u estro s”. H e visto grupos que son crueles
(y tam bién am ables) d u ran te m ucho tiem po, si b ien de m anera in­
consciente e insensible, con la esposa nacida en o tro pueblo. El grupo
m uestra, con frecuencia con cierta actitud m an ip u lad o ra, u n a crueldad
poco original que p u ed e causar m ucho dolor. “¿Q ué h ab rá querido
d ecir con eso?”, “Q ue no se sepa” o “No hay q u e decirles to d o ” son
frases m uy com unes. Im p o rta el qué dirán igual q u e en cualquier otro
contexto, quizá más aún, en cierto m odo. Las personas de la clase tra­
bajado x'a ven a los dem ás y ellos mismos son vistos de una m anera que
conduce, debido a la estrechez de miras, a u n a in te rp re ta ció n errónea,
y casi siem pre en desm edro del sujeto, de lo que h ac en los vecinos. De
u n a m ujer de la clase trabajadora se dice que “no hace n ad a ” en el lugar
d o n d e lim pia todo el día, y cuando la llevan a la casa a la noche pide
que la dejen a u n p a r de cuadras, p o rq u e ¿qué dirán los vecinos si la ven
llegar con un hom bre?
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 107

Al grupo no le agradan los ataques provenientes de sus propios miem­


bros. Es casi desconocido el impulso competitivo de parecerse a los Jones,
pero es fuerte la presión po r quedarse en el nivel inferior de los Atkins. De
ahí el uso corriente de frases, que luego aprovecharon los publicistas, que
apelan a lo com ún, al prom edio: “Todo hom bre que se precie h aría...
“No es natural”, “Me gusta porque es siempre el mism o”. Para pertenecer
al grupo hay que esforzarse p o r “No querer cambiar al o tro ” y para no ser
aceptado basta con actuar distinto, lo que implica una crítica a la conduc­
ta del resto; el que transgrede los tabúes pierde el favor de los demás. “El
pensam iento grupal existe, claro. Si uno piensa igual que el vecino, está
todo en orden, pero si no, si, p o r ejemplo, te ven entrar con un libro [al
lugar de trabajo] o cosas así, te ven com o un bicho raro y no es fácil”.31
Todas las clases exigen que sus m iem bros se ajusten a las propias nor­
mas en cierta m edida. Y es necesario destacar esto p o rque se suele afir­
m ar que sólo la clase m edia y la clase alta se fijan en estas cosas y que la
clase trabajadora, no.
Salirse d e las ideas del grupo, “hacerse el refinado”, “darse aires”, “pa­
recer más de lo que u n o es”, “actuar com o si fuera distinguido”, “ser
estirado”, “despreciar a los dem ás”, “creerse u n a señora” son conductas
que no caen bien. Al verdadero “co p etu d o ” se lo ve com o un personaje
divertido, igual que hace cincuenta años, y el “caballero genuino” (el
que se dirige a u n o “igual que com o hablo yo en este m o m en to ”) se lo
adm ira aunque, obviam ente, sea u n o de “ellos”. N inguno de ellos provo­
ca un sentim iento tan fuerte com o el que genera aquel que se da aires de
“gran señ o r” p orque piensa que esos aires son superiores a los de la clase
trabajadora. “¿Qué es lo que m enos te gusta?”, quiere saber W ilfred Pic­
kles. “Los que se la dan de distinguidos”. Aplausos. “¡Muy bien! Y dime
¿qué es lo que más te gusta?” “Los que son com o nosotros”. Más aplausos.
“...Ym uy cierto. Dale el d in e ro ”.
Sean cuales hayan sido sus orígenes, Gracie Fields y W ilfred Pickles
hoy no p erten ecerían a la clase trabajadora, p ero los dos aún son acep­
tados p orque siguen siéndolo en espíritu y han conquistado a las “clases
adineradas” con su astucia y sus actitudes típicas de la clase trabajadora.
“En el Sur q u ieren m ucho a W ilfred Pickles”, es decir, lo quieren quienes
no p erten ecen a esa clase, y los trabajadores están orgullosos de que sus
valores, los de los poco refinados, los rústicos, sean apreciados p o r otras

31 Palabras d e un o b rero , en Reaveley y W innington, Democracy and Indushy,


p. 60.
1 0 8 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

clases sociales. Sus “com ediantes” h an conquistado los reductos más ele­
gantes; “les deseam os la m ejor de las suertes”.

Con frecuencia oímos decir que la clase trabajadora inglesa es amable,


más am able que la de cualquier otro país, y más que en los tiem pos de
nuestros padres y abuelos. Sin duda, hoy hay m enos brutalidad en las
zonas urbanas que hace cincuenta años; ha habido u na dism inución de
los elem entos salvajes y bruscos que a veces hacían que la calle fuese u n
lugar para evitar, en especial p o r la no ch e y duran te los fines de semana.
El vandalismo y el deso rd en público, p o r cuya causa los policías em peza­
ron a patru llar e n pareja e n m uchos barrios de distintas ciudades, prácti­
cam ente h an desaparecido. Ya casi n o se oyen noticias, salvo en contadas
excepciones, de peleas a golpes de p u ñ o en la calle, a botellazos en el
bar, de bandas que acosan a chicas en predios feriales o de tipos que se
em borrachan com o bestias.
L am entar la desaparición de tales situaciones im plicaría caer en un
anacronism o tonto y engañoso, igual que creer que el hecho ele que esa
clase de episodios haya dism inuido quiere decir que la clase trabajadora
perdió una p arte de su costado divertido y que la gentileza es n ad a más
que u n a form a de pasividad. Pero esa m ism a generación que era b urda y
salvaje tam bién sabía ser gentil. Pienso u n a vez más en m i abuela, que vio
m uchas brutalidades que hoy im pactarían a las m ujeres dé casi todas las
clases sociales y que, adem ás, era bastante ruda. Pero ella, igual que m u­
chas m ujeres de su generación, tenía u n a gentileza y u na fina capacidad
para diferenciar dignas de adm iración. Quizá la gentileza que nos llama
la atención n o sea u n a característica nueva, sino u n antiguo rasgo que se
torna más visible p o rq u e hoy tiene más espacio p ara m anifestarse. Debe
haberse desarrollado d u ran te generaciones; es el resultado de u n pro­
ceso de varios siglos en los cuales las personas se llevaban bastante bien,
no sufrían la persistente violencia de los que tenían más p o d e r que ellas
y sentían -a u n q u e tuviesen problem as serios- que la ley era pareja para
todos y que la au to rid ad n o estaba en m anos de corruptos incorregibles.
No he olvidado lo que vivieron las personas durante la gran ham bruna
de 1§40; recu erd o a los siervos rusos y sé de la actitud de los italianos
ante los em pleados públicos, que aún hoy sigue vigente. T odo ello ha
dado origen a u n a razonable y callada suposición de que la violencia es
el últim o recurso.
Si hago hincapié en la ordinariez y la insensibilidad que pueblan la
vida de la clase trabajadora n o es p o rq u e quiera decir que otras clases no
tienen sus propios m odos de tosquedad ni p o rq u e quiera negar lo que
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 10 9

suele afirmarse de la gentileza, sino p o rq u e intento recu p erar el equili­


brio que hem os perdido en los últim os veinte años. La evidencia debe
buscarse con sum o cuidado y no tiene que incluir hábitos que son consi­
derados ordinarios desde la perspectiva de otras clases sociales. Visto así,
el habla y los modales de la clase trabajadora son más abruptos y carecen
de las frases conciliatorias32 de otros grupos. Los argum entos suelen ex­
ponerse con tanta rudeza que u n extraño p o d ría pensar que la conver­
sación, en el p eo r de los casos, term inará en pelea y, en el m ejor de los
casos, la relación entre los protagonistas de la discusión se acabará para
siempre. Creo que incluso hoy, si n o quiero que se m e m alinterprete,
tengo que m odificar la costum bre de discutir “sin suavizar” mis m odales,
de usar frases breves y punzantes que vayan directo al grano pero con las
que no tengo la intención de h erir a nadie. Ni las frases ni el ritm o del
habla de la clase trabajadora tienen la relajada calidad que, en distintos
niveles, caracteriza a otras clases. El habla ele los trabajadores respeta más
sus em ociones del m om ento: la exasperación ele las peleas o la alegría
que expresan las amas de casa hablando a los gritos cuando van de ex­
cursión a la costa, unos m odales que causan turbación en los pasajeros
que están sentados en los jard in es de los hoteles. Existe la arrogancia, sin
duda, de “llam ar a las cosas p o r su n o m b re ” que lleva a algunas personas
a reforzar los elem entos más rudos de su vocabulario cuando conversan
con gente que no es de su pro p ia clase.
Pero la clase trabajadora, sean cuales fueren los cambios que haya su­
frido su vida, sigue estando con los pies más cerca ele la tierra que la
mayoría de la gente. Sobre la suciedad p erm an en te y las dificultades de
la vida dom éstica ya me he explayado; h ab ría que reco rd ar tam bién que
las condiciones físicas de la vida laboral de los hom bres, y tam bién de
algunas m ujeres, se caracterizan p o r los ruidos, la m ugre y los olores.
Sabemos de esas condiciones, p ero refrescam os la m em oria cada vez que
pasamos p o r u n a de esas profundas cavernas de Leeds donde los m oto­
res m artillean y resuenan sin cesar y las chispas salen volando p o r gran­
des portones detrás de los cuales los trabajadores aparecen cubiertos de
suciedad, m anipulando piezas de m etal caliente, o cuando atravesamos
el extenso distrito de H ull que parece sum ergido bajo u n a nube de olor
a pescado que se filtra desde las cocinas de las casas apiñadas. El trabajo
pesado, duro y agotador está ahí a la espera de que lo realicen las personas

32 El e p íteto p erten ece a T. H. Pear. Véase Voice and Personalily.


1 1 0 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

d e la clase trabajadora. Este tipo de en to rn o laboral no favorece una


conversación de tonos m edidos y cuidados.
En consecuencia, las peleas que form an p arte de la vida de cualquier
b arrio o b rero y de m uchas familias de la clase trabajadora suelen mal in­
terpretarse. Es com prensible que, en los barrios con calles estrechas en
la s que las casas adosadas están separadas p o r m edianeras delgadas, las
discusiones no pu ed an ser algo privado, salvo que los que están peleando
hablen e n voz muy baja. Pero, p o r cierto, nadie lo hace, así que las discu­
siones se convierten en uno de los intereses del barrio. Los niños, cuan­
d o se en teran de que “tal y tal se están p elean d o en la otra cuadra”, se
ju n ta n y se acercan a la escena todo lo posible. Y si la pelea d ura m ucho
tiem po o es tan ruidosa que colm a la paciencia de los vecinos, siempre
h a y alguien que golpea la m edianera con el p u ñ o o bien el fondo de la
chim en ea con un palo.
Sería inadecuado concluir a p artir de lo que he com entado sobre esas
peleas q u e las personas de la clase trabajadora son peleadoras por natura­
leza o que pasan todo el tiem po discutiendo. Algunas peleas son penosas
y desagradables, y hay familias que discuten continuam ente, algo que las
vuelve m enos respetables ante los ojos de los demás. Muchas familias,
quizá la mayoría, pelean de vez en cuando. N ada de esto es un a deshonra
p a ra el barrio. Se acepta que de tanto en tanto haya discusiones -e n tre
esposos, sobre cuánto gasta el m arido en bebida o por “otra m ujer”, o
e n tre las m ujeres de la casa, por quién hace las tareas dom ésticas- que se
transform an súbitam ente en u n estruendo d e proporciones bélicas. En
m i experiencia, las peleas sobre la b ebida son las más frecuentes y las que
provoca la existencia de “otra m ujer” (u h o m bre) son las menos comunes.
Haré aq u í una digresión acerca de este últim o aspecto: los rom ances,
al m enos p o r lo que yo sé, son típicos del ho m b re de alrededor de 40
años, u n h om bre cuyo aspecto es u n poco m ás cuidado que el de sus
conocidos, pero que desem peña el mism o tipo de trabajo que ellos. Su
esposa h a perdido el atractivo físico y él busca algo fuera del m atrim o­
nio. La m ujer con la que sale es m uy p ro bable que tam bién esté casada
y que tenga la m isma edad que la esposa, y a los ojos de un extraño, no
es más atractiva que ella. Podrían ser conocidos que se reú n en a b eber
algo en u n lugar que suelen frecuentar. La esposa pronto se entera del
rom ance y m onta u n escándalo (recuerdo más de una pelea de mayores
proporciones, tem prano y p o r la calle, con paliza de la m ujer al m arido
in clu id a). El caso más extraño de todos es q ue las dos mujeres se hagan
amigas y establezcan u n a relación que el vínculo del m arido con ambas
n o sólo n o im pide, sino que parece alim entar.
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 1 1 1

La m ayoría de las discusiones que tuve o p o rtu n id ad de presenciar no


eran vistas com o algo escandaloso. Eran peleas que tenían lugar en zonas
sórdidas, peleas de borrachos entre hom bres o, peor, entre hom bres y
m ujeres o, aún peor, entre mujeres. Esas situaciones sí eran impensables
en u n barrio obrero.
R ecuerdo asimismo que en nuestro barrio los suicidios eran algo no
del todo infrecuente. Cada tanto, uno se enteraba de que tal persona
“acabó con su vida” o que “metió la cabeza en el h o rn o ”, pues aspirar
gas del h o rn o era la form a más com ún de quitarse la vida. No sé si el ■
suicidio era más frecuente en el tipo de colectivos con los que yo estaba
familiarizado que en grupos de la clase m edia. No éran sucesos de fre­
cuencia m ensual ni siquiera semestral y además, no todos, los intentos
eran exitosos, p ero sí ocurrían con la regularidad necesaria como para
considerarlos parte del p anoram a de la vida de la clase trabajadora. En
esta clase, el suicidio no podía ocultarse, del mismo m odo que no era
posible esconder u n a discusión; todos se en terab an de inm ediato. El he­
cho que deseo destacar es que el suicidio no era visto com o una cuestión
personal, que afeGtaba sólo a la familia im plicada, sino como algo que
estaba vinculado a las condiciones de la vida cotidiana. A veces, la causa
era que la m uchácha “se m etió en problem as” y p o r distintos motivos no
toleró la situación. En m uchas ocasiones, quienes apoyaban la cabeza
sobre u n a alm ohada en la p u erta abierta del h o rn o sentían que la vida
se había vuelto intolerable; estaban enferm os y el tratam iento no surtía
el efecto deseado; se habían quedado sin trabajo; estaban tapados de
deudas. Esto sucedía no hace tanto tiem po. El hecho de que el suicidio
fuera algo aceptado -c o n pena, pero sin culpar al que se quitaba la vida-
com o p arte del o rden de la existencia m uestra lo d u ra y elem ental que
podía ser la vida.
¿Acaso este panoram a sirve para explicar, p o r ejem plo, la form a en
que m uchos trabajadores hablan cuando no hay m ujeres presentes? En
parte, quizá sí, pero en esto hay que te n e r cuidado ele no caer en justi­
ficaciones. George Orwell, al no tar que los obreros em plean con natu­
ralidad malas palabras para referirse a las funciones naturales, dice que
son obscenas pero no inm orales. Sin em bargo, hay grados y clases de
obscenidad, y esas conversaciones son con frecuencia obscenas y nada
más, obscenas p o rq u e sí, de m anera sosa, repetitiva y tosca. Y hay clases
de inm oralidad; hay hom bres que usan malas palabras para hablar de
sexo, que al principio se usan com o u n a form a de liberar tensiones tras
u na alusión a un espectáculo de cabaré o a publicaciones eróticas. Pero
usan esas palabras tan indiscrim inadam ente y hablan tanto de sexo que
11 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

revelan u n a sensibilidad indiferente. Basta con escuchar una conversa­


ción acerca de sus aventuras y planes sexuales p a ra sentirse agobiado p o r
su aburrida anim alidad, p o r la sim ilitud con la vida sexual de u n p erro
en celo. Es u n a cualidad que tiene que ver tanto con la falta de sensibi­
lidad en las relaciones com o con la falta de hipocresía. Cada clase tiene
sus propias form as de crueldad y sordidez; las de la clase trabajadora son
a veces de u n a vulgaridad tan degradante com o innecesaria.

“TOMARSE LA V ID A COMO V IEN E” : “ V IV IR Y DEJAR V IV IR ”

He hablado de u n m u n d o y u n a vida cuyas características generales son


casi predecibles: p a ra el hom bre, u n trabajo que probablem ente no sea
interesante; para la m ujer, m uchos años de te n e r que “arreglárselas con
lo que hay”; para la mayoría, la falta de esperanza en que algo puede o,
m ejor dicho, d eb ería cam biar en su form a de vida.
En general -to d o s p arecen d ecir-, no se espera que seamos nosotros
los que hacem os girar el m undo; n uestra form a de vida es poco esplen­
dorosa y n o se caracteriza p o r u n heroísm o espectacular; nuestras tra­
gedias n o tien en n ad a de teatral o poético. Al m enos, esa es la clase de
visión que el m u n d o nos invita a tener: realizar el trabajo más pesado y
fijar la vista en un horizonte cercano.
C uando las personas sienten que no p u e d e n controlar algunos aspec­
tos de u n a situación, el sentim iento no necesariam ente está teñido de
desesperanza, desilusión o resentim iento, sino que se lo tom a com o un
hecho n atu ral y se ad o p tan actitudes frente a esa situación que p erm iten
vivir com o se p u e d e bajo su som bra, u n a vida sin el peso perm anente de
la circunstancia m ás general. M ediante estas actitudes se apartan los ele­
m entos principales de la situación y se los coloca en el reino de las leyes
naturales, de lo que viene dado, la casi im placable m ateria de que está
hecha la vida. Tales actitudes, que en su form a más cruda podrían d en o ­
m inarse fatalismo o sim ple aceptación, están norm alm ente por debajo
del nivel trágico. Se trata de aceptar lo que no se puede elegir. Pero en
algunas de sus form as, esas actitudes no carecen de dignidad.
En el nivel más bajo, está la aceptación de que la vida es dura, que no
hay n ada que h acer más que tom ársela com o viene y no em peorar las co­
sas: “Será lo que deb a ser”, “Te guste o no, hay que aguantársela”, “Así son
las cosas”, “No hay que nadar contra la co rrien te”, “Lo que no se puede
arreglar se debe so p o rtar”, “Hay que tom ar la vida como viene”. Varias de
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 1 1 3

esas frases encierran u n a nota de oscuro fatalismo: “La vida siempre es


así para la gente como nosotros”, pero el tono som brío aparece en pocas
de esas expresiones; la m ayoría transm ite paciencia y alegría: “Hay que
tom ar la vida com o viene”, sí, pero tam bién: “Hay que seguir adelante lo
m ejor que uno p u ed a”, “H abrá que aguantarse”, “C uanto m enos hables
de eso, más rápido lo olvidarás”, “Esto va a ser igual d en tro de cien años”,
“Estas cosas son pruebas del destino” (en esta frase, com o en muchas
otras, es evidente la relación con la creencias religiosas), “Siempre que
llovió, p aró”, “De lo que hay no falta n ad a”, “Cosas peores se han visto”,
“De esperanzas tam bién se vive”. Todo se relaciona con las idas y vueltas
de la vida, con lo fácil y lo difícil: “No vale la p en a quejarse”, “Hay que
hacer lo m ejor que uno pued a y seguir adelante”, “No te detengas”. Se
puede esperar un a sorpresa, u n a buena noticia imprevista, pero no tanto,
porque hay que seguir y “ganarse la vida”, “cum plir con la parte que nos
toca”, “forjar el p ropio destino” y “buscar un a solución” para “estar bien”,
como los soldados cuando encuentran u n refugio en territorio hostil.
Esto no se parece al optim ism o de las personas a las que nada parece
afectar, sino al estoicismo de los que no esperan nada, de los que se
tom an la vida com o viene. T. S. Eliot observa que el estoicismo puede pa­
recerse a la aiTogancia, a la falta de hum ildad ante Dios, pero el estoicis­
mo de la clase trabajadora es quizá u n a form a de autodefensa contra la
presión de hum illarse frente a los hom bres. Es p robable que no se p ueda
hacer m ucho frente a las dificultades de la vida, p ero algo se puede. U n
ama de casa de la clase trabajadora a la que d u ran te u n tiem po le sobra
un chelín p o r sem ana para gastar en casos de em ergencia puede afirm ar
que está “bastante co n ten ta”, y el adverbio no m odifica al adjetivo sino
que lo transform a en absoluto.
Respecto de la tolerancia, de “vivir y dejar vivir”, direm os que nace
tanto de la caridad, debido a que todos com parten la misma situación,
como de la falta de idealismo que genera esa mism a situación. La falta de
esperanza da lugar a cierta im perm eabilidad respecto de las cuestiones
morales; después de todo, no es bueno hacerse problem as; con los que
hay, ya es suficiente: “D aría cualquier cosa p o r estar tran q uilo”. La tole­
rancia se da la m ano con el conservadurism o y el conform ism o, de los
que ya hem os hablado; es raro que choquen. P o r el contrario, coexisten,
se recurre a ellos en m om entos distintos y con propósitos diferentes, y
las personas saben p o r instinto qué actitud es relevante en cada ocasión.
Lejos de contraponerse, se potencian.
El acento en la tolerancia surge principalm ente de u n sentido de grupo
en el que im pera la ausencia de esperanza, fanatismo e idealismo y de una
1 1 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

aceptación básica p o r parte de la mayoría de las condiciones generales de


lat vida. Los integrantes de la clase trabajadora p o r lo general sospechan
d*e los principios frente a las cuestiones prácticas (en los que tienen más
recursos expresivos, esta actitud puede adoptar un exagerado “realismo”
qxie, en realidad, es una exaltación de sí mismos que esconde una perso­
nalidad reacia a la profundización: “Sigamos adelante con el trabajo. Toda
esta teoría no lleva a ninguna p arte”). La mayoría supone que uno miente
antes que creer que los lastimará o desilusionará; uno puede contradecir
u n principio, pero eso está en otro plano, m ientras que las personas están
aq u í y ahora. Tienes que llevarte bien con ellos, “codearte” con ellos y
“ocuparte de tus propios asuntos” com o esperas que los demás se ocupen
d e los suyos. La vida nunca es perfecta; hay que evitar los extremos, por-
qxie la mayoría de las cosas están bien “hasta un cierto p u n to ” o “si uno
n o va demasiado lejos” y, después de todo, “todo depende”. U no puede
ten er opiniones, pero nunca hay que tratar de imponérselas a los demás.
L as opiniones nunca im portan demasiado, pero la gente sí; no se debe
ju zg ar p o r reglas sino por hechos, ni por credos sino p o r carácter. “No se
puede cam biar la naturaleza h u m an a”, “En la variedad está el gusto”; hay
q u e “aceptar a la gente tal cual es”, “En todas partes hay cosas buenas y co­
sas malas”, “Los hom bres son iguales en todas partes”, “Un hom bre es un
hom bre en cualquier lado” y “Todos tienen derecho a vivir”.
Todas esas creencias son coherentes con la falta de patriotismo, con la
desconfianza de lo público y de lo oficial. El “m iedo a la libertad” quizá
haya acercado a la clase m edia al autoritarism o, pero a la clase trabajadora
la afecta de otra forma. Todavía sienten en el fondo que la vida pública y
generalizada es incorrecta. El internacionalism o rudim entario puede con­
vivir con el antisemitismo o con el rechazo a la Iglesia Católica (represen­
tante del autoritarism o en su “p eo r” fo rm a), pero esa intolerancia sale a la
luz sólo ocasionalm ente, y los dos m undos no suelen encontrarse.
Sabemos que la presión que se ejerce sobre las personas para que se
com porten com o el resto se expresa en u n a intricada red, si no de ideas,
d e prejuicios que buscan im p o n er u n conjunto de norm as rígidas y que
se fundam entan en los resabios de puritanism o que alguna vez afectó
considerablem ente a la clase trabajadora y que todavía rige con bastan­
te fuerza la vida de u n a gran cantidad de personas. Para la mayoría, el
puritanism o, apoyándose en la dureza de la vida de la clase trabajadora,
sigue teniendo hoy cierta influencia y sobrevive en cierta m edida entre
los más tolerantes. Esto se observa en su actitud ante la bebida y, con
m ayor claridad, an te el sexo.
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 1 1 5

Por 1111 lado, la bebida se acepta com o parte de la vida norm al, o al me­
nos, de la vida norm al del hom bre, como se acepta el cigarrillo. “Todo
hom bre necesita su vaso de cerveza”, que lo ayuda a darle u n sentido a
la vida, porque si u n o no puede darse ciertos gustos, ¿para qué vive? Es
“natu ral” que un hom bre beba cerveza. Las m ujeres de hoy beben más
que lo que bebían las m ujeres de la generación de sus m adres; hasta mi
adolescencia, la m ujer que pedía u n trago de ginebra con vermú era
poco m enos que u n a prostituta. Pero aun así, después del nacim iento de
los hijos, las m ujeres beben menos, sólo los fines de semana. La cantidad
de cerveza que pu ed e b eb er un hom bre sin d ar lugar a la desaprobación
d epen d e de las circunstancias; la escala de perm isos tiene u n a gradación
muy fina. De u n viudo se espera que beba más que el resto, porque sin
esposa, su casa no es u n lugar am able al que quiera volver. U na pareja
sin hijos puede beber, porque con ello no les quita el pan de la boca a
los hijos, y u na casa sin hijos 110 es muy acogedora. U n padre con familia
d ebería beb er “con m oderación”, es decir, tiene que saber cuándo dete­
nerse, y debe “proveer el sustento”. En determ inadas ocasiones -festiva­
les, celebraciones, partidos im portantes, excursiones- todos están auto­
rizados a beber bastante. Es com prensible que ciertas situaciones lleven
a beber. En general, hay u n doble énfasis: en el derecho a beber y en el
darse cuenta de que si la bebida “se ap odera de u n o ” se puede llegar a
la ruina (una ruina casi literal, dada la necesidad de venderlo todo para
com prar b eb id a).
Está claro que fue esta relación con la bebida lo que dio sustento al
m ovim iento anticonsum o de alcohol d u ran te el siglo pasado y la prim era
década, o poco más, del presente siglo. Era fácil n o tar cóm o hasta en las
familias d o nde n u n ca había faltado para com er ni m ucho menos, pronto
no les alcanzaba para lo m ínim o si el “dem onio de la bebida” se instalaba
en la casa. Económ icam ente, u n hogar de clase trabajadora siem pre ha
sido, y aún es, una balsa en el m ar de la sociedad. Así, el Movimiento por
la Tem perancia tuvo m ucha influencia hasta la década de 1930 como
m ínim o, cuando tuve que firm ar dos veces, con diferencia ele un año,
una declaración en la que afirm aba que en mi casa nadie bebía. En esa
época yo tenía entre 10 y 12 años y firm é con el resto de mis com pañeros
de la escuela dom inical. Creíamos que la bebida podía p o n er en riesgo
nuestro lugar en la fiesta de Pentecostés. Yo tenía u n tío alcohólico, el úl­
timo de u n linaje que se rem ontaba hasta la década de 1870, y casi todos
tenían u n pariente así. P or esa época ya no cantábam os canciones como
“Por favor, no le d en más de beber a mi p a d re ” o “No salgas esta noche,
papá” o “Padre, querido padre, ven a casa a h o ra” o -m i preferid a- “Mi
1 16 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SO C IEDA D DE MASAS

bebida es el agua p u ra ” (que decía más o m enos así: “Q uerido Dick,


pronto sabrías / si vivieras en Jack so n ’s Row / que el agua p u ra es mi
bebida / que el agua p u ra es m i b ebida / del arroyito traída”). Sólo com o
u n a diversión las escuchábam os cantar a nuestros mayores, que a su vez
las habían apren d id o de niños, y nos dábam os cuenta del propósito de
sus versos. Sabíamos que b eb er en exceso, incluso el equivalente a 3 che­
lines más p o r sem ana de lo que u n a fam ilia podía gastar, era sinónim o
de pobreza en el corto plazo, m alh u m o r que crecía hasta convertirse en
estallido, ropa cada vez más d eteriorada, m adres desesperadas, trabajos
perdidos, peleas y discusiones cada vez más violentas. “Gracias a Dios,
nunca le dio p o r b e b e r”, suelen decir las mujeres. Hoy en día ya no hay
tanta violencia ligada al alcohol, y adem ás, se bebe m enos en general;33
pero la bebida sigue siendo el riesgo principal p ara u n m arido de clase
trabajadora. B eber está “b ie n ”, es “n atu ral”, pero con m oderación. U na
vez que se pasa el límite, que varía según el tipo de familia, sobreviene
el desastre. Sin em bargo, son pocos los hom bres que no beben absoluta­
m ente nada; la m ayoría de las personas de la clase trabajadora no querría
que los hom bres n o bebieran, au n q u e el alcohol sea peligroso.

U n amigo m ío que vivía cerca de casa era hijo único y creo que no tenía
padre; su m adre era m odista pero él estaba siem pre bien vestido y le da­
ban más dinero que a los dem ás niños. Iba al cine dos vecés por sem ana y
se com praba papas fritas. De adolescente supe que la m adre era una pros­
tituta del centro de la ciudad. Necesitaba más dinero para criar al hijo que
lo que podía ganar com o m odista (creo que el m arido la había dejado).
Además, ella estaba siem pre p reocupada p o r que el hijo no “sufriera” por
“no ten er p ad re” y la form a de asegurarse eso era que el chico tuviera su­
perioridad financiera respecto de sus com pañeros, algo que entre los chi­
cos es m uy im portante. M ucho de lo que ya hem os dicho sirve para tratar
de en ten d er p o r qué la m u jer toleraba vender su cuerpo; a m í m e interesa
señalar que, salvo los que decían que ella “arruinaba la reputación de la
cuadra”, nadie la condenaba p o r eso. La mayoría de los vecinos la saluda­

33 El cam bio en los hábitos del consum o de alcohol o cu rrió en 1900.


A n terio rm en te se b eb ía cada vez más, p ero luego la costum bre em pezó a
decaer. D esde principios de la década de 1930, el consum o ele alcohol p o r
p erso n a h a sido m en o s de la m itad de lo que era en 1900 (véanse P rest y
Adams, Consumers’Expendüure in the (Jniled Kingdom, 1900-1919; lleporlof
llie Commissioners o f Cusloms andExcise, 1951-2 [Cm d. 8727] y The Brexuers’
Almanach, 1953, p. 89).
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 1 1 7

ba y le hablaba aunque 110 tuvieran trato con prostitutas y la simple idea


de recurrir a los servicios de u n a los horrorizara. “Después de todo, tiene
que ganarse la vida”, decían; la gente en ten d ía lo presionada que se sen­
tía con la situación y com prendía que a algunas m ujeres 110 les quedaba
otra salida. Nadie “le daba vuelta la cara” p o r eso, y si bien más de una vez
escuché juicios de valor sobre la conducta desvergonzada y prom iscua de
los demás, a esta m ujer en particular la dejaban en paz, según recuerdo.
Unos años después, a la m adre de m i amigo se le unió la hija m en o r de
una familia de seis hijos cuyo padre se h abía ocupado de criarlos después
del fallecim iento de la esposa. Vivían cerca de la m ujer a la que acabo de
aludir y la gente hacía com entarios sobre ellos. Pero lo que provocaba las
críticas era que el padre no vestía ni alim entaba a los hijos com o los veci­
nos creían que debía o que podía y no que u n a de las hijas se prostituía.
Tiem po después, trabajé com o em pleado en u n a em presa de trans­
porte de larga distancia, reem plazando a u n joven que vivía a u n p ar de
cuadras de mi casa. Uñas cuatro veces p o r noche llegaban cam iones con
acoplado desde Newcastle, dejaban la carga y quizás alguna prostituta
que habían encontrado en la carretera, cargaban nueva m ercadería y
partían hacia Londres. El resto de la noche yo estaba solo en el depósito
de una calle secundaria del centro de la ciudad, con la única com pañía
de policías, guardias y alguna que otra prostituta. C uando em pecé a tra­
bajar allí, el em pleado que m e dejó el puesto m e com entó que a veces,
después de las once y m edia, iba a verlo u na p rostituta llam ada Irene a
la que le gustaba com partir u n a taza d e té con él. Era u n a b u e n a chica
y, a veces, si no estaba muy cansada, le “hacia u n favor” en la cam ioneta
del fondo. Yo la vi solam ente u n a vez, y en esa ocasión m e habló casi
todo el tiem po de que le dolían los pies. No le daba im portancia a su
ocupación; hablaba com o si su trabajo fuese igual de aburrido que el de
una vendedora en u n a papelería. Creo que mi aspecto de estudiante la
hacía sentir incóm oda, porq u e n o m e ofreció n ad a y no volvió hasta que
yo dejé de trabajar en el depósito. Al tiem po, cuando iba de noche a la
ciudad, la vi varias veces m irando las vidrieras de los negocios elegantes.
La pobre d ebía ten er clientes en tre los jóvenes que venían de m ejores
barrios, viajantes de com ercio, estudiantes que q u erían p ro b a r su hom ­
bría, vendedores arruinados, obreros con dinero y varios vasos de cerveza
en la cabeza o trabajadores que van de u n a ciudad a otra en busca de la
gran o p o rtu n id ad laboral, pero yo n u n ca la vi con ninguno. R ecuerdo
que me habló de lo bonita que era u n a herm an a suya que trabajaba en el
m undo del espectáculo: “Es preciosa”. M uchas chicas bonitas de la clase
trabajadora eran coristas en com pañías de teatro de revistas.
118 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SO C IEDA D DE MASAS

Si m enciono estos casos, no lo hago con la intención de sugerir que


las personas de la clase trabajadora son más licenciosas que las de las
dem ás clases; d u d o que lo sean. Pero los temas sexuales siem pre parecen
estar m ás a flor de piel en la clase trabajadora, y la experiencia sexual
probablem ente se(adquiere antes y con m ayor facilidad que en otros gru­
pos sociales. La proxim idad a la superficie va acom pañada, como suelen
señalar los trabajádores sociales, de u n a gran timidez en relación con
ciertos aspectos de la vida sexual:34 hablar “racionalm ente” de sexo, ser
visto desnudo o hasta desnudarse para el acto sexual, o adoptar conduc­
tas sexuales sofisticadas. Ni siquiera hoy los padres de la clase trabajadora
hablan de sexo con sus hijos. Saben que lo que tengan que ap ren d er lo
ap re n d e rán en el barrio. No es que dejen el tem a de lado porque saben
que los chicos de la cuadra se o cuparán de brin d ar la inform ación ne­
cesaria; de hecho, se m olestan si escuchan a sus hijos hablar de cosas
“ sucias”. No abordan el tema, pienso, en parte porque no son buenos
m aestros ni se sienten cóm odos hablando deliberadam ente de un tema
serio, así que op tan p o r que el conocim iento llegue sin planificación,
p o r m edio de aforismos y proverbios, y en p arte tam bién p o r la vergüen­
za que produce llevar el sexo a u n nivel consciente o “racional”. Y esto
se aplica tanto al hom bre que, en el contexto propicio, habla de sexo
ab iertam ente con sus amigos com o a su “bienhablada” esposa.
Pero a p artir de los 10 años, los niños, y en especial los varones, apren­
d en de los chicos más grandes en tre su grupo de amigos, y después, en el
trabajo. Para los chicos, el acento está, inevitablem ente, en la diversión
que e n tra ñ a n las experiencias sexuales y en sus excitantes y terribles pe­
ligros, y en particular duran te las prim eras etapas, en los placeres y los
peligros de la m asturbación. Para m uchos, la m asturbación pronto deja
paso a la experiencia heterosexual. E videntem ente es aquí donde el m o­
delo d e vida sexual de u n chico de la clase trabajadora se diferencia más
del de u n chico que va a u n a escuela de élite, que vive hasta los 18 años
en u n a com unidad de varones solam ente. Desde los 13 años en adelante,
losjóvenes de la clase trabajadora hablan de sus aventuras sexuales, de lo
p ro n to que tal o cual chica se deja “tocar” o “se acuesta”. H acia los 18, los
que q u ieren ya tien en u n a experiencia sexual considerable. U n grupo de
albañiles para quienes trabajé d u ran te unas vacaciones siendo estudiante
se e n te ra ro n u n día de que yo era virgen y a partir de ese m om ento em­
pezaron a tratarme, sin dejar de ser amables, como menos que un hom bre,

34 El Inform e Kinsey c o rro b o ra am pliam ente esta característica.


“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 119

com o una especie de m onje abocado a los libros. Todos aseguraban que
lo hacían “todo el tiem po”, pero creo que exageraban. Los hom bres ca­
sados participaban de las conversaciones sobre sexo y se quejaban de la
libertad p erdida, pero lo tom aban como algo norm al.
¿Cómo se puede resum ir la actitud de esos hom bres hacia sus expe­
riencias sexuales irreguláres? Quizá d ebería agregar aquí que hay m u­
chos hom bres, desde ya, a quienes no se aplica lo dicho anteriorm ente.
Casi no sienten culpa ni creen que sea pecado nada relacionado con el
sexo; el sexo significa m ucho para ellos, p ero no porque en el fondo-
se sientan perdidos en una gran masa urbana. Eso sería atribuirles las
actitudes de otras clases de personas. No se p erm iten las bravuconadas
inm orales sobre las que tanto se ha dicho respecto del com portam ien­
to de algunos grupos durante la década de 1920. Sin em bargo, sienten
vagam ente que el “descubrim iento científico” ha legitim ado las cosas y
que, con los anticonceptivos baratos, todo es más fácil. No son salvajes sin
m oral que se divierten en los bajos fondos de unas islas Marquesas que
Melville n u n c a conoció. T om an su vida sexual con naturalidad, sin ser
versiones urbanizadas de la visión bucólica de las “m anzanas m aduras”
de T. F. Powys, ni versiones contem poráneas de los grandes moralistas
del pasado. En ¿iertos aspectos, la actitud de estos hom bres hacia la pro­
m iscuidad viene de lejos, pero para ellos es algo clandestino. En muchos
casos, la actividad prom iscua cesa con el casam iento y no afecta la rela­
ción m atrim onial.
Mi im presión, aunque en esto quizás esté com etiendo un erro r por
exceso de rom anticism o, es que las chicas carecen de ese tipo de expe­
riencia sexual prom iscua esporádica. Los nom bres de las chicas que es­
tán siem pre dispuestas surgen u n a y otra vez; a las fáciles, todo el m undo
las conoce. Por supuesto, ellas tienen m ucho más que perder: corren el
riesgo de que “les llenen la cocina de h u m o ”.
P ara m í, lo so rp re n d e n te es que tantas chicas salgan indem nes, que
conserven la ign o ran cia de todo lo relacio n ad o con el sexo y que sean
im perm eables a la atm ósfera que lo ro d ea, u n a actitud típica de u na
jo v en de la clase m edia de m ediados del siglo XIX. Es maravilloso
cóm o, sin rastros de m ojigatería o resistencia, m uchas de esas chicas
atraviesan el inhóspito paraje de las p ro p u estas sexuales de los m ucha­
chos del b arrio y de las charlas sobre sexo en el trabajo, y se cruzan
con el jo v e n con el que se van a casar sin huellas psicológicas ni físicas
de ese trayecto. La luz q ue las guía es la convicción, y no la especula­
ción, de q u e se casarán algún día, de que se “g u ardan para el hom bre
de su vida”.
1 2 0 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS

Según lo q ue yo he visto, la m ayoría de las m uchachas no van de hom ­


bre en h om bre, ad quiriendo retazos de experiencia en cada relación,
sino que, desde m uy chicas, su objetivo es conseguir novio y casarse jó ­
venes. A unque a p artir de los 15 años algunas se “m eten en problem as”,
son la excepción. M uchas tienen algo de experiencia sexual antes de
casarse, p ero p o r lo general la ad q u ieren con el hom bre que será su
marido, así q ue la prom iscuidad no las alcanza. Eso no quiere decir que
estén protegidas: a p a rtir de los 16 se las ve com o adultas; conocen al
chico del que se en am o ran y se p o n e n de novias. Probablem ente no se­
pan nad a de sexo. T ien en una actitud rom ántica hacia la relación; él las
presiona p o rq u e no tiene sentido esperar hasta el día ele la boda y ellas
ceden. Quizás él tom e precauciones; pero m uchos hom bres no lo hacen,
bien p o rq u e n o están preparados o p o rq u e son inexpertos. Si la m ujer
queda em barazada, se adelanta la boda, p ero la chica no siente que está
en falta. Creo que la mayoría de las chicas que no llegan vírgenes al
m atrim onio p ie rd e n la virginidad con m uchachos a los que quieren de
verdad, cu an d o las circunstancias lo perm iten, y no pasando de m ano en
m ano “p o r divertirse”.
Por lo general, cuando la relación “va en serio”, se espera que los dos
sean fieles, y, a decir verdad, la infidelidad es poco com ún. Las chicas
no se consideran malas p o r anticipar la boda. Siguen un a tradición que
las acercará a las actitudes y los hábitos de sus m adres y lás convertirá en
amas de casa “decen tes”. Hasta que eso ocurra, p u ed en perm itirse ten er
relaciones sexuales p o rq u e “no le hago m al a nadie. Es algo natural, ¿no
es así?”
4* El mundo “real” de la gente

LO PERSO N AL Y LO CONCRETO

A ferrarse a un m undo dividido radicalm ente entre “nosotros”


y “ellos” form a parte, en cierto m odo, de u n a p ro p ied ad m ás general de
la visión de la m ayoría de las personas de la clase trabajadora. Para recon­
ciliarse con el m u ndo de “ellos”, al final de cuentas, hay que considerar
todo tipo de cuestiones políticas y sociales, y así se trasciende la esfera
de la política y la filosofía social hasta alcanzar la metafísica. La form a
en que nos param os frente a “ellos” (sean quienes fueren) es, en últim a
instancia, la form a en que abordam os todo lo que no es visible ni form a
parte de nuestro universo local. La división que hace la clase trabajadora
entre “nosotros” y “ellos” es, en este aspecto, u n síntom a de su dificultad
para plantear cuestiones abstractas o generales.
Los m iem bros de esta clase no están acostum brados a m anejarse en
el ámbito de las ideas o el análisis. Los que tien en talento para ese tipo
de actividades h an cruzado los límites de su clase, cada vez con más fre­
cuencia en los últim os cuarenta años. Más im p o rtan te que esos motivos
es el hecho de que la mayoría de la gente, cualquiera sea su clase social,
no tiene interés p o r las ideas generales, y en la clase trabajadora esa m a­
yoría -co m o no tiene grandes intereses, com o ganar dinero, ni se siente
atraída p o r actividades intelectuales vinculadas a su trab ajo - adhiere a las
tradiciones de su grupo; unas tradiciones personales y lócales.
Respecto de la política, p o r lo tanto, se h acen eco de u n realism o limi­
tado que les clice que, según su visión, “no hay fu tu ro ” para ellos en ese
ámbito. D irán que “la política nunca le hizo bien a n ad ie” y se basan en
supuestos más aceptados, pero generalizan dem asiado. Desde luego, hay
excepciones y tam bién hay ocasiones en las que las preocupaciones p o ­
líticas adquieren m ayor intensidad. Sin em bargo, en general, la mayoría
de las personas de la clase trabajadora no se interesan ni p o r la política ni
por la metafísica. Para ellos, las cosas im portantes de la vida están en otro
sitio. P uede p arecer que tienen opiniones sobre temas generales com o la
1 22 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

religión o la política, pero norm alm ente son u n puñado de frases hechas
que han escuchado y repiten sin pensar y que encierran generalizacio­
nes, prejuicios y verdades a medias, elevadas p o r formas epigramáticas a
la condición de máximas. Como he com entado antes, norm alm ente esas
frases se contradicen en tre sí, no pasan p o r un tamiz intelectual. Son
frases hechas de efecto hipnótico que suenan com o verdades reveladas
irrefutables:

“Son puro blablá. No trabajaron nunca en su vida”.


“Está claro: todos los políticos son unos sinvergüenzas”.
“No hay productos tan buenos com o los ingleses”.
“El progreso siem pre avanza”.
“Los estadounidenses son todos unos fanfarrones”.
“Al final lo británico siem pre es lo m ejor”.
“Inglaterra es el país más im portante del m u n d o ”.
“A los ricos no los juzgan con las mismas leyes”.
“Son todos la m ism a basura” (referida a partidos políticos).

Estas son algunas de los cientos de frases similares que se han repetido
sin hacer ningún tipo de reflexión duran te décadas. Los que afirman que
Gran Bretaña es su perior no lo h acen en n o m bre del patriotism o en sen­
tido estricto; expresan u n a creencia h ered ad a de superioridad nacional.
A unque se repite constantem ente, en especial durante los últimos años,
que ha habido u n cam bio en la posición que ocupa Inglaterra en el m un­
do, la mayor parte de los m iem bros de la clase trabajadora todavía no lo
lia advertido. T am poco p arecen ser conscientes de los enorm es cambios
que h an ocurrido en las relaciones espacio-tem porales en los últimos
veinte años. La reacción a la constante dem anda de que desarrollaran
u na “doble m irada” no ha sido u n a adaptación, sino una defensa contra
esa dem anda. Lo que se pu ed e adaptar, traducir a sus propios términos,
se adapta y se traduce* y lo que no, se pasa p o r alto, y el espacio vacío
se llena con la m áxim a correspondiente. O tras clases sociales tienen sus
propias válvulas de escape, es decir, no es que sólo la clase trabajadora
tenga este problem a o sea la única que lo evada.
La clase trabajadora es asediada p o r u na enorm e cantidad de abstrac­
ciones. Se le pide que resp o n d a a “las necesidades del Estado” y a “las
necesidades de la sociedad”, que conozca lo que se requiere para ser “un
buen ciudadano” y que n o olvide “el bien co m ú n ”. En la mayoría de los
casos, las exigencias no q uieren decir nada; son pu ro palabrerío. Para la
clase trabajadora, esos llamados a cum plir con el deber, a hacer sacrificios
EL M U N D O “REA L” DE LA G EN TE 12 g

y a realizar esfuerzos individuales no tienen la m en o r im portancia. Sus


integrantes son la base de la sociedad y lo saben; norm alm ente siguen
adelante con su propio estilo de vida. Sienten que cuando el m undo más
am plio, la sociedad, el m u n d o de “ellos” necesita a la m asa del pueblo,
entonces se les dice qué tienen que hacer y adonde tienen que ir. En
otras circunstancias, el m undo local y concreto es lo que se puede enten­
der, m anejar, y en lo que se pu ed e confiar:

adaptados a las necesidades locales de los valles


don d e todo se puede alcanzar cam inando,
nu n ca han puesto la m irada en el espacio infinito.35

A m edida que el m undo exterior se vuelve más y más racional, la familia


y el barrio se perciben, con m ayor claridad que en el pasado, como algo
real y reconocible. Sería difícil sobreestim ar la centralización de la vida
m o dern a pero, p o r otro lado, es fácil sobreestim ar la sensación de anoni­
m ato que afecta a la mayoría de los individuos. El hogar está construido
a la som bra de abstracciones gigantes; en el in terio r de la casa, uno no
necesita prestar más atención a las fuerzas externas que la que presta
el tejón en su m adriguera. Es u n alivio, com o siem pre, y quizá más que
un alivio, estar con la gente que u n o conoce, cruzarse con “uno de los
nuestros”.
O tras personas pu ed en vivir u n a vida de “ganar y gastar” o una “vida
literaria”, o u n a “vida espiritual” o u n a “vida equilibrada”, si es que existe
algo así. Si querem os capturar algo de la esencia de la vida de la clase
trabajadora en u na frase, debem os decir que es la “vida densa y concre­
ta”, u n a vida cuyo acento está en lo íntim o, lo sensorial, el detalle y lo
personal. Esto se aplica, sin duda, a los grupos de clase trabajadora de
cualquier lugar del m undo. R ecuerdo a u n soldado inglés de baja esta­
tura y poco atractivo que se hizo amigo de u n a estrella rutilante de la
ópera italiana. Al poco tiem po ya cenaba con la familia todas las noches
y adquirió un am plio conocim iento de los platos más tradicionales de
la región. Ella era u n a chica de clase trabajadora que tuvo la suerte de
nacer con u n a voz privilegiada. El se integró a la familia de la joven como
si siem pre hubiese form ado parte de su munclo, lo que en realidad era
así, pues se sentía más a gusto allí que en su rancho de oficiales. Con esto
quiero rem arcar u n a vez más que hay que ser cuidadoso con el estudio

35 W. H. A uden, “In praise of L im estone”, Nonas, F aber and Faber, 1952.


124 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

de los cambios que trajo aparejados la intensa urbanización en las acti­


tudes de la clase trabajadora. La familia italiana estaba integrada en su
gran mayoría p o r cam pesinos y el inglés era, en m uchos aspectos, u n tipo
com pletam ente urbano.
La conversación q u e m an tien en co n tin u am en te p o r encim a del ruido
de las m áquinas las m uchachas que realizan trabajos rutinarios en las fá­
bricas es tan local, tan personal y tan íntim a que prom ueve la form ación
de grupos cerrados y cohesivos. Casi siem pre es elem ental, algo rústica y
muchas veces generosa; sus temas principales son los grandes temas de
la vida: el m atrim onio, los hijos, las relaciones hum anas, el sexo. Algo
parecido se p u ed e d ecir de los grupos de hom bres en el trabajo. To­
dos h acen lo m ism o que h acen siem pre las personas de su clase, estén
donde estén, in d e p e n d ie n te m e n te de lo poco p ro m eted o ra que p u eda
parecer su situación; todos resp o n d en a u n fu erte y tradicional im pulso
de hacer que la vida sea intensam ente h um ana, de hum anizar la vida a
pesar de todo y así transform arla en algo no sólo tolerable sino intere­
sante de verdad. En cierta m edida, esto se aplica a todas las personas
de todas las clases sociales, p ero es u n a actitud que se intensifica en las
de la clase trabajad o ra p o r la naturaleza de sus vidas. Las personas de
la clase trabajadora ra ra vez se interesan p o r las teorías o los m ovim ien­
tos. N orm alm ente no conciben sus vidas com o ú n a línea ascendente en
térm inos de estatus o de bienestar económ ico. Su principal interés son
las personas; tien en la fascinación del novelista p o r la conducta indivi­
dual y las relaciones, au n q u e no llegan a p ro d u c ir clasificaciones. Sólo
im po rtan las conductas y las relaciones en sí mismas. “¿No es rara?”,
“¡Qué extraño que diga algo así!”, “¿Qué crees q ue quiso decir?”. Hasta
la anécdota más nim ia se relata con dram atism o, con u n m o n tó n de
preguntas retóricas, ejem plos com plem entarios, pausas prolongadas y
cambios en el tono de la voz.
No obstante, a su m anera, las personas de la clase trabajadora son due­
ñas ele u n a gran sensatez a la h ora de sacar conclusiones sobre las cosas.
C onstantem ente ju zg an a los dem ás, p ero sus juicios no se basan en con­
ceptos que tom an de u n a fuente externa sino en el supuesto de que hay
unos pocas cualidades sólidas, im portantes y deseables, que se plasman
en frases del tipo de “Cada u n o es com o es” o “Puedes fiarte de él; no
es de los que dicen u n a cosa y hacen o tra ”. Se trata de cualidades que
tienen que ver con la generosidad y el b u en corazón, con la franqueza y
la transparencia.
D entro de ciertos ámbitos, esta intuición para ju zg ar está bien de­
sarrollada. Sea que ju z g u e n individuos o relaciones, las personas de la
EL MUNDO “ REAL” DE LA GENTE 1 2 5

clase trabajadora con frecuencia hacen com entarios agudos y concisos.


H an desarrollado la cualidad casi p o r com pleto “en la práctica” y no
m ediante la lectura. T ienen b uen ojo para las caras y b uen oído para las
voces; ojos y oídos que aveces son más transparentes y precisos que los de
una persona que filtra sus percepciones a través de la lectura y el debate.
Les gusta evaluar a los dem ás p o r lo que ven y escuchan: “No m e cae
bien; tiene voz de falsa” o “Te atraviesa con la m irad a”, que quiere decir
que esa persona te reduce a u n objeto cuando te m ira, que no tom a en
cuenta valores como la franqueza o la amabilidad.
He m atizado deliberadam ente la afirm ación sobre la capacidad ele la
clase trabajadora p araju zg ar intuitivam ente. Al h acer esa afirm ación, uno
cori'e el riesgo de resucitar el fantasm a del b uen salvaje, el simple y puro
hijo del trabajo, dotado de órganos de discernim iento precisos (m ucho
m enos viciados y corrom pidos que los ele las personas más sofisticadas
que se dedican a pensar). La clase trabajadora es capaz de form ar juicios
impresionistas muy acertados en ciertas situaciones; fuera de ellas, o si se
los engaña con los recursos correctos, son niños de pecho. “La caída de
los inocentes” po d ría ser u n b u en título para las actividades en las que
las personas de la clase trabajadora, en particular, son objeto de engaño
simplemente porque se apela a ellos en su costado vulnerable, es decir, porque el
que los engaña adopta u n a actitud personal, am able y cam pechana. Esto
es evidente en miles de. publicidades dirigidas a la clase trabajadora, en
editoriales ele algunos diarios y revistas para este m ismo público, en el
tono de los astrólogos populares. H asta en los clubes de com pra m enos
prestigiosos saben que la relación com ercial p u ed e ser m uy fructífera
si tiñen los pasos de u n a venta de u n tono fuertem ente personal, y lo
mismo vale para los vendedores de baratijas a dom icilio. E n este sentido,
las m ueblerías más ostentosas revisten un enorm e interés, en particular
debido a u n a paradoja aparente. A p rim era vista, esas tiendas son las de
p eor gusto en tre todas las variedades de tiendas m odernas. Los valores
de la decoración están ausentes: no hay líneas de diseño, los colores son
disonantes, exhiben todo lo nuevo sim plem ente p o rq u e es nuevo. Con­
viven tubos de luz fluorescente con candelabros baratos; el plástico, la
m adera y el cristal están todos mezclados; los letreros son u n a sucesión
de luz, brillo y color. Poco tiene que ver tocio esto con un am biente ho­
gareño. Tam poco los hom bres que ostentan u n a elegancia superficial y
p erm anecen de pie detrás ele la en trad a aiTeglándose todo el tiem po los
puños de la camisa o el n u d o de la corbata se p arecen a “nosotros”. No
tienen que parecerse. Con u n prolijo traje de confección, unos zapatos
baratos p ero bien lustrados, el pelo engom inado y u n a sonrisa perm a-
1 2 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

mente, están allí (com o los vendedores de autos, igualm ente tensos pero
m ás llamativos) p a ra representar u n ethos. El cliente compra, además de
lo s muebles, u n au ra de educación y elegancia.
Si eso fuera todo, este tipo de tiendas no ten d ría éxito entre las per­
sonas de la clase trabajadora; serían im pactantes para ellas pero no las
anim arían a com prar. Pero aunque los vendedores son, claro está, muy
elegantes y “sum am ente educados”, y con insistencia se refieren a todas
las amas de casa jóvenes com o “estim ada señ o ra”, en realidad, tam bién
so n -y ahí está la clave de su eficacia- “siem pre muy amables”. En cierto
sentido, casi todos los com erciantes buscan agradar a los clientes, pero
aq u í no se trata solam ente de un gesto de deferencia y amabilidad. Es un
u so consistente y eficaz de u n trato personal y dom éstico, trato que resul­
ta aún más efectivo porque no se espera que provenga de unos caballeros
ta n elegantes. Los dueños de las m ueblerías saben que las personas de
la clase trabajadora se deslum bran ante la exuberancia y el esplendor,
y se sienten atraídas y turbadas al m ismo tiem po. Los vendedores usan
expresiones coloquiales pero más refinadas; no dicen “Ah, sí” com o los
vendedores de feria, sino “E ntiendo perfectam ente lo que desea, seño­
r a ” o “U na pareja parecida a ustedes consultó por el mismo artículo la
sem ana pasada”, y em plean el tono com prensivo del hijo al que le ha ido
b ien en la vida y se ha cultivado. No es tan deliberado y consciente como
parece sugerir mi descripción, ni algo tan nuevo ni exclusivo de este tipo
d e tiendas. Pero es en ellas -lo s establecim ientos grandes y llamativos
destinados a clientes de la clase trab ajad o ra- donde se especializan en
esta clase de trato.| Sus encargados conocen la atracción y la turbación
q u e siente la clase trabajadora hacia los suburbios residenciales y cómo
acceder a ella p o r meclio de térm inos am ables y cálidos. La clase trabaja­
d o ra se aferra a lo personal p orque es lo que com prende; aquí, esa parte
d el m undo exterio r que está en busca de su dinero es una especie de
caballo de Troya.
Esta actitud general se pu ed e ilustrar tam bién con dos instituciones
- e l deporte profesional y la m o n a rq u ía -36 que, aunque proceden del
m u ndo exterior, atraen a la clase trabajadora en gran m edida po rq u e se
traducen fácilm ente al lenguaje de lo concreto y lo personal.
En el trabajo, el d ep o rte y el sexo constituyen los dos temas principales
de conversación. Los diarios populares del dom ingo se leen tanto por las

36 A gradezco ál d o cto r Zweig y al pro feso r Asa Briggs p o r los datos q u e m e han
p ro p o rcio n ad o .
EL M UNDO “RE AL” DE LA GENTE 1 2 7

crónicas deportivas com o p o r las noticias policiales más destacadas de la


semana. Las conversaciones sobre deportes com ienzan por las figuras de­
portivas, a quienes se hace referencia por el n o m b re de pila y el apellido:
“Jim M otson”, “A rthur Jones” y “Will T hom pson”. Tam bién se comentan
cuestiones técnicas del juego y muchas veces en las charlas se hace alarde
de u n a m em oria extraordinaria con la m ención de datos de partidos ju g a­
dos varios años antes. Los hom bres hablan de individuos que conocen,al
m enos en tanto grandes figuras en el cam po de ju ego, en situaciones en
las que despliegan cualidades respetables y adm iradas. Su postura no es
la de “vmis sana in corpore sano”. U n extracto com o el siguiente, tomado
de un libro de consejos para jóvenes, sería totalm ente ajeno a su muncló,
y no sólo porque son espectadores en lugar de participantes: “Piense
que su cuerpo es u n a m áquina -m u c h o más maravillosa que cualquier
m áquina construida p o r el h o m b re - y verá q ue pu ede encontrar m últi­
ples placeres en lim piarlo, echarle com bustible, lubricarlo y ponerlo a
prueba o hacerlo co rrer”.37
Los m iem bros de la clase trabajadora que son am antes del deporte
adm iran las cualidades del cazador, el lu ch ad o r y el tem erario, la ex­
hibición de músculos y de fuerza, de velocidad y coraje, de habilidad e
ingenio. Los grandes boxeadores, futbolistas y corredores rápidam ente
adquieren' el estatus de héroes, equivalentes m odernos modificados de
los héroes de las sagas clásicas que com binaban el talento físico natural
con u n a gran dedicación y astucia.
Me p reg u n to si esto sirve para explicar la desconfianza por los árbitros;
al menos, la que dom ina los partidos de la liga de rugby. No me refiero
solam ente a las acusaciones, cuando las cosas van mal, de que el árbitro
está con “los otros”. Se trata de la idea muy com ún de que el árbitro
es una especie de director o corrector de escuela dom inical que va co­
rriendo p o r el cam po de ju eg o con sus pantalones cortos y su chaqueta,
hablando sin p arar y soplando el silbato. No-es más que un sentim iento
vago e inconsciente y norm alm ente no g en era más reacciones que los
gritos del estilo de “¡Déjalo en paz, referí!” o “¡Dale una oportunidad!”,
pero está muy extendido.
En las zonas donde se ju eg a la liga de rugby en particular, el equipo
local es u n elem ento muy im portante para la vida colectiva. Se habla de
los jugadores com o de “nuestros m uchachos” y m uchos son del barrio,

37 R. M. N. Tisdall, The YoungAlhkle, citado en HarolcI Stovin, ToUrn, Ihe


Exploilnlion o/'Youlh, p. 55.
1 2 8 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

fornidos ex m ineros o corpulentos obreros m etalúrgicos. R ecuerdo al


equipo H unslet, cuando ganó la copa en W embley hace m uchos años
y se paseó desde la estación hasta el barrio a b ordo de u n autobús. Fue
de pub en pub p o r las calles más im portantes del barrio, donde le servían
copas gratis, seguido p o r u n a m ultitud de m uchachos dispuestos a que­
darse despiertos m ucho más de lo habitual, sólo p o r la alegría de ver de
cerca a los cam peones.

Debido a la presión publicitaria que hoy rod ea a la m onarquía, no es tan


fácil saber qué sentim ientos p roduce en la clase trabajadora. Sabemos
que los m iem bros de esta clase no son particularm ente patriotas. Tie­
nen características de insularidad y sienten aversión p o r lo francés y lo
estadounidense, pero si se los consulta, dirán que la clase trabajadora es
igual en cualquier lu g ar del m undo. Siguen siendo antimilitaristas; el re­
cuerdo del pasado, de los herm anos que se inco rporaban al ejército p o r
no ten er trabajo o para escaparse d e algún problem a, y cuya baja costaba
m ucho esfuerzo y dinero, apenas em pezaba a diluirse cuando se im puso
el servicio m ilitar, y a p artir de ese m om ento y durante diecisiete años
siem pre h u b o algún in teg ran te ele la familia en las Fuerzas Armadas.
La aristocracia tam poco tiene m ucha presencia en la vida de la clase
trab¿y adora. Ya no tiene p o d e r p ara inspirar anim adversión, aunque a
algunas m ujeres todavía les atrae su esnobismo. Pero eri general, y en
particular para los hom bres, la clase alta no ju e g a ningún papel en sus
vidas. La m ayoría dirá, cuando lee sobre las actividades de la clase alta
-actividades tradicionales y n o las de lo que quedaba de la bohem ia de
los años 20, que conservaba u n cierto interés-: “No tengo tiem po para
tocio eso”.
¿Y la m onarquía? Repito, com o institución, no le prestan m ucha aten­
ción; p o r principio, no están a favor de la realeza. Tam poco le guardan
rencor; sólo la ignoran, y si les despierta algún tipo de interés, es u n
interés p o r lo personal. Com o son “personalistas” y les gustan las anéc­
dotas, les atraen más algunos personajes de la familia real que los m enos
pintorescos m iem bros clel parlam ento.
No m e refiero al p erío d o en el que algunas chicas, durante su ado­
lescencia, creen que la familia real posee un glamour sem ejante al de las
estrellas de cine, ni a las dem ostraciones de fervor que en ocasiones es­
peciales despliegan las m ultitudes en Londres. Pienso, en cambio, en las
m ujeres de provincias mayores de 25 años. Los hom bres no tienen inte­
rés en la familia real o m uestran u n a cierta hostilidad hacia ella, pues les
recuerda el m undo de los desfiles y las prácticas de instrucción militar. Las
EL M UN DO “ REAL” DE L A GENTE 129

m ujeres de la clase trabajadora tam bién, en cierto m odo, hablan, de la


familia real com o p o d rían hacerlo sobre cualquier m iem bro de la noble­
za. Las figuras m onárquicas tienen que pasar m ucho tiem po estrechando
manos y llevando a cabo otras actividades protocolares p or el estilo, pero
están bien cuidados, no tienen problem as de dinero com o nosotros, no
tienen que ocuparse de los niños cuando están cansados y disponen de
criados que les hacen todo. T odo esto se m anifiesta com o reacción ante
los superficiales com unicados de p ren sa o las notas que relatan que la
princesa A zurce todos los calcetines de su m arido, o que la princesa B
se ocupa ella misma de criar al peq u eñ o p ríncipe E. C uando leen este
tipo de cosas, las m ujeres suelen m anifestar su desconfianza con un “¡Sí,
claro!”
Al mism o tiem po, separan a la familia real de sus consejeros, de los
funcionarios del gobierno y del resto de la aristocracia. Esta capacidad
de pensar e n los m iem bros de la fam ilia real en tanto individuos atrapa­
dos en u n a enorm e m aquinaria m anipulada p o r “ellos”, de considerarlos
como personas a las que no les resulta sencillo ten er una “verdadera
vida fam iliar” es lo que lleva a m uchas m ujeres de la clase trabajadora
a sentir sim patía p o r la realeza y a interesarse p o r sus actividades más
“hogareñas”, la mism a sim patía que sienten las m ujeres de otras clases so­
ciales. Suelen decir: “Es u na tarea ingrata; sienten la m ism a presión que
nosotros”. T am bién sienten p e n a p o r todo lo que se espera de la reina;
creen que tanto ella com o su m arido se m erecen lo m ejor: “Es u na buen a
mujer”. O tros m iem bros de la familia real son vistos com ó personajes de
novela: “D icen que es cruel”, “Se dice que tiene u n a vida de perro s”, “Le
gusta divertirse”. Así, quieren que las revistas les cu en ten todos los deta­
lles de la vida dom éstica de la familia real, lo que u n poem a sobre la reina
madre publicado en la revista Silver Star llam a las “costum bres hogareñas
e íntimas”.38

“r e l i g i ó n p r i m a r i a ”

En unas pocas zonas, u n a gran proporción de la clase trabajadora aún


acude a servicios religiosos celebrados en iglesias o capillas. Y u na m ul­
titud de sectas m enores florecen más allí que e n otros sitios, en salas

38 Silver Slar, 27 d e mayo de 1953.


1 3 0 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

evangelistas de diversa envergadura que funcionan en antiguas tiendas


a lo largo del recorrido de las líneas del tranvía. Existen distintas formas
d e espiritismo que atraen, com o es de esperar, a las viudas de m ediana
edad. M uchas veces, esas sectas cuentan entre sus fieles con personas que
tam bién pertenecen a la iglesia anglicana o a una de las otras grandes
agrupaciones protestantes.
Así pues, al m enos u n m iem bro de la mayoría de las familias -quizá
u n a tía o una prim a soltera, si no u n o de los p a d re s- acude regularm ente
a la iglesia. La iglesia o la capilla son, en cierto sentido, parte de la vida
del barrio. La gente dice “nuestra capilla”, y m uchos de los que no suelen
ir a la iglesia piensan que los eventos que tienen lugar allí son de interés
para el barrio, así que asisten a u n servicio que celebra algún aniversario,
o a u n a feria o concierto, o al inicio de la procesión de Pentecostés o la
representación del nacim iento de Jesús en Navidad. Yo mismo he oído
decir q ue “ni en el T eatro Real hay espectáculos tan buenos”.
Así y todo, en mi opinión, hasta ese lim itado sentido de pertenencia
está desapareciendo en la mayoría de los distritos que conozco. Hoy en
día, pocos van a la iglesia desde que ya no rige la im posición de los pa­
dres de que los hijos acudan a la escuela dom inical, salvo en las grandes
ocasiones familiares. En ciertos lugares, uno de los signos evidentes de
que los jóvenes han llegado a la adultez, además de los pantalones largos
en los varones y el m aquillaje en las chicas, es la libertad para dejar de
asistir a la escuela dom inical y para leer el Neius of the World en la casa,39
com o hace el padre. Pocos individuos de la clase trabajadora re to m a n a
la iglesia al dejar atrás la adolescencia. C uando se cortan los viejos lazos,
es im probable que pu ed an volver a anudarse.
Si bien los adultos no suelen asistir a ningún espacio de culto con re­
gularidad, no son deliberadam ente anticlericales. Su actitud hacia el pá­
rroco tiene algo de cinismo; él está del lado del patrón. Pero ese cinismo
casi siem pre va acom pañado de buen h u m o r y no esconde n inguna hos­
tilidad.40 “Si te gusta, puede ser u n a ocupación divertida”, dicen, “Que

39 En "Periodicals an d A dolescent Girls”, L. Femvick confirm a que esto todavía


se estila. El Estudio de Derby (p. 53) revela q u e el 63% de los niños de 4 a
10 años y el 56% de los que tienen en tre 11 y 15 años acu d en a la escuela
dom inical en esa ciudad. La asistencia de los adultos a la iglesia y la capilla
es m u ch o m e n o r (au n q u e el 98% de los adultos asegura p e rte n e c e r a u n a
organización religiosa).
40 En English lÁJe and Leisure, R ow ntree y Lavers llegan a la conclusión contraria.
Me p re g u n to si se d ebe a que el foco está puesto en qué se dice en lu g ar de
cóm o se dice.
EL MUNDO “ REAL” DE LA GENTE 131

les vaya bien”. T ienen la idea de que todos somos “el mismo perro con
distinto collar” y que si tuviéramos la oportunidad, haríam os lo mismo
que ellos.
De todos modos, celebran el m atrim onio y se hacen en terrar e n la
iglesia o la capilla y bautizan a sus hijos, a quienes luego envían a la
escuela dominical. ¿Por qué lo hacen? ¿Por seguir al rebaño? ¿Para sen­
tirse seguros? Y cuando rezan en u n rincón, ¿lo hacen p o r m iedo o fes
u n resurgim iento de la superstición que siem pre h a estado latente en su
interior? En parte, es de esa m anera, pero los motivos no se agotan ahí.
Ju n to con otras clases sociales, cada u n a a su m odo, la clase trabajadora
se ha visto afectada p o r ideas que parecen haberse despojado de los con­
ceptos religiosos. Su experiencia parece sugerir que las profesiones de
fe no funcionan en la vida “real” y que p o r lo general sirven para no ver
la cruda realidad. A un así, al acudir a las instituciones religiosas en los
m om entos trascendentes de la vida o e n épocas de crisis personal, la gen­
te no lo hace movida p o r la necesidad de asegurarse la salvación; en el
fondo, son creyentes a su m anera. Esto se aplica, al m enos, a las personas
de m ediana edad, en quienes pienso al hacer esta descripción.
En prim er lugar, creen que la vida tiene u n propósito. La vida tiene
un significado; debe tenerlo. N adie se m olesta en describirlo ni se ocupa
de profundizar en cuestiones tan abstractas com o la naturaleza de ese
propósito o sus implicancias, pero es evidente que es así. “Estamos aquí
por algo” o “Si no hubiera u n propósito, no estaríamos aquí”, dicen. Y el
hecho de que haya u n propósito im plica que debe existir un Dios. Ad­
hieren a lo que G. K. C hesterton d enom inaba “las torpes certezas de la
existencia” y R einhold N iebuhr, la “religión p rim aria”. Del mismo modo,
se aferran a lo que George Orwell d enom inaba “esas cosas [como el libre
albedrío y la existencia del individúo] que sabemos que existen aunque
todos los argum entos parezcan p ro b ar lo con trario ”.
T am bién creen en la vida después de la m uerte o “la otra vida”. En este
sentido, tienen lo que R einhold N iebuhr d enom ina “el optim ism o básico
de toda vida hum ana activa y saludable”. En la sección necrológica de los
diarios, la frase “la otra vida” aparece con m ucha frecuencia y el nuevo
estado suele estar asociado con la idea de la liberación del duro trabajo
de “aquí abajo” y el advenim iento de u n a existencia más fácil y más feliz.
Leemos que goza de u n “grato alivio”, u na “b endita liberación”, “una
existencia m ejor” y, tam bién, que se ha ido “antes que nosotros” o “nos
ha preced id o ”. Los familiares que publican avisos fúnebres eligen el con­
tenido en tre las frases de unas tarjetas que les ofrecen en las oficinas de
los periódicos y que parecen ser otro ejem plo de una práctica comercial
1 3 2 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

puesta al servicio clel sentim entalism o, pero la selección de las frases se


adapta a la d em an d a de los clientes, respeta ciertas pautas y no es simple­
m ente u n a m uestra de sentim entalism o o p roducto de un m ero hábito.
Las m adres de la clase trabajadora tienden a considerar el paraíso
como un lugar de consuelo y com o u na form a de recom pensa. No tienen
muy en cuenta el castigo p o r los pecados com etidos, pues su clase ya ha
padecido bastante en este m undo. No siem pre h an hecho lo correcto,
pero hay que ten er en cu en ta su situación: sólo piden y esperan “justicia”.
Para esas m adres, la vida en el paraíso sería com o u n a recreación del
costado más feliz de la vida familiar, con Dios com o u na extensión de su
propio pad re (si fue u n “b u en p a d re ”), un padre con m ayor capacidad
para resolver problem as, sin la presión de poderes ajenos a la familia que
no puede controlar. El cielo será, sobre todas las cosas, el lugar donde
“todo se resuelve”, d o n d e uno en cu en tra consuelo. T odo resultará más
fácil allí; hab rá tiem po para sentarse y descansar. Los que “se han porta­
do m al” recibirán u n castigo m oderado y los que se van p o d rán reunirse
con los que h an p artid o antes, a quienes echan de m enos, com o la alegre
herm ana m en o r que m urió de tuberculosis o el hijo brillante pero débil
que “nos dejó” cu ando tenía 19 años.
Ese es el m otivo p o r el cual se le da tan ta im p o rtancia a te n e r u n fune­
ral “com o Dios m a n d a ”, u n “e n tie rro d ig n o ”, a “despedir al difunto de
la m ejor m a n e ra ”, y se desestim a la crem ación p o rq u e “'no es n a tu ra l”.
El costo de u n b u e n e n tie rro o del traje n eg ro p a ra el funeral de un
fam iliar está cub ierto p o r u n seguro oneroso, que en las familias más
precavidas se c o n tra ta desde que u n o nace. Yo m ism o sigo pagando un
peniq u e sem anal p o r el seguro p a ra m i e n tierro , que m i m adre contra­
tó cuando yo era u n beb é y q ue cu b rirá sólo 15 libras del costo total.
A veces, los seguros fu n cio n an com o u n a caja de ah o rro , y la m uerte
de u n fam iliar es u n a o p o rtu n id a d que se aprovecha para renovar el
guardarropa. D etrás de todo fu n eral “d ecen te” está el deseo de ocultar
las m iserias y, en cam bio, m o strar a los vecinos el orgullo que m erece
yn evento público de esa naturaleza. T am bién está la creencia de que
ni el m u erto ni quien es lo aco m p añ an en su fu n eral d eb en usar ropa
raída com o la que h a n usado toda la vida. El día del en tie rro es -d ic h o
sin iro n ía - com o u n dom in g o de Pentecostés, el más trascendente de
todos. Al igual que tantas m ujeres de edad de la clase trabajadora, mi
abu ela g uardaba u n esp lén d id o vestido y unas sábanas p ara el día de
su m uerte, y en sus últim os días nos reco rd ab a casi a diario d ónde los
tenía. P ero esta p articu lar costum bre seguram ente e ra u n a especie de
vestigio de su o rigen rural.
EL M UNDO “ REAL” DE LA GEN TE 1 3 3

Del mismo m odo, la costum bre de servir u n a b u en a com ida en los fu­
nerales, de “enterrarlo bien com ido” no es u n a m era excusa para gastar
en com ida el dinero del seguro. Es la form a en que deben hacerse las co­
sas, sin privarse de nada, en u na de las raras ocasiones en las que se reúne
toda la familia. A veces pareciera que, p o r cómo se anim a el am biente a
la h ora del té y p o r el interm inable intercam bio de chismes, los funerales
no son más que reuniones familiares en las que, d u ran te u n a comida,
todos se p o n en al tanto de los últim os acontecim ientos. Es cierto que hay
chimentos, com o los hay en u n a boda, y tam bién es cierto lo de la comida
pantagruélica y lo de la gran cantidad de invitados, pero aunque las ca­
racterísticas superficiales de u n funeral son bastante similares a las de una
fiesta de casam iento, esas sim ilitudes son el aspecto m enos im portante.
Guando deciden casarse p o r iglesia o celebrar u n servicio religioso
para u n pariente difunto, las personas de la clase trabajadora responden
a creencias en las que no piensan dem asiado p ero que aun así están
presentes en su vida. Se aferran a esas creencias, que no son otra cosa
que algunas de las doctrinas cristianas esenciales, p ero no las analizan.
Tam poco piensan que tengan gran relevancia para la vida cotidiana, que
es algo com pletam ente distinto, u n asunto difícil que no tiene nada de
ideal. Si uno trata de “vivir com o m an d a la religión”, p ro n to se da cuenta
de que no tiene sentido, que es “u n a misión inú til”. Todos saben muy
bien que ni ellos ni los dem ás se com portan com o debieran, pero con
eso quieren decir que están en falta con otras personas, pues el concep­
to de pecado, del pecado original, les resulta com pletam ente ajeno. Si
algún m iem bro de su en to rn o se aferra con fervor al dogm a religioso,
pronto dirán de él que “se agarró u n a m anía religiosa” y lo verán como
un m aniático inofensivo, casi u n loco. A veces, aunque no siem pre, la
persona está loca, pero la gente no hace distinciones. Las personas re­
ligiosas que se dedican a plasm ar sus creencias en actos éticos son más
aceptadas. El Ejército de Salvación les resulta atractivo a quienes están
“un poco tocados”; p ero “hacen cosas buen as” con sus planes de ayuda
social y p o r eso se los respeta. La revista de la organización, War Cry, aún
se vende en los pubs.
Cuando piensa en el cristianism o, la clase trabajadora ve u n sistema
ético; lo que im porta es la m oral, no la metafísica.41 La frase “No creo

41 El pro feso r Asa Briggs, cuya experiencia es sim ilar a la m ía en m uchos


sentidos, estim a q u e esta p o d ría ser u n a generalización a p artir de mi
lim itada experiencia. Según él, mis conclusiones no coinciden con lo que él
h a vivido.
1 3 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

eai el cristianism o” m uchas veces significa “No estoy de acuerdo con el


cristianism o” o “No adhiero al cristianism o”, y el motivo está casi siempre
relacionado con la ética. No obstante, se sostiene la idea de que el cristia­
nism o es la m ejor form a de ética. Sin tem or a e n tra r e n contradicciones,
d irán que la ciencia ha pasado a ocupar el lugar de la religión, pero que
todos debem os tratar de “vivir según las enseñanzas de Jesús”. En cierta
form a, aceptan todo lo que la ciencia tiene para decir sobre el universo,
p ero con razón rechazan la idea de que el científico no tiene responsabi­
lidad m oral sobre la aplicación de sus descubrim ientos. No me refiero al
hecho de que en m om entos de terro r -com o ante el p o d er de la bom ba
atóm ica, p o r ejem p lo - se espera que se castigue a los científicos, sino a
la form a en que, cualquiera sea el hallazgo y el prestigio o los poderes
casi mágicos que parecen poseer los científicos, las personas de la clase
trabajadora insisten en supo n er que existe u na responsabilidad m oral di­
recta en el hech o del descubrim iento científico en sí y en cóm o se aplica.
Ese sentido del ,deber m oral es lo que en tien d en p o r cristianismo, tal
com o lo he m encionado anteriorm ente. El cristianism o es la moral; la
gente em plea com únm ente la frase que ya he citado, “las enseñanzas de
Jesús”, cuando s e ;expresa a favor de la religión. Jesús fue u na persona
que dio el ejem plo de cóm o se debe vivir; es cierto que nadie podría vivir
así hoy, pero el ejém plo está ahí, a la vista. Se suele hablar del “cristianis­
m o práctico”.
El acento está siem pre puesto en lo que se debe hacer, en el esfuerzo
p o r hacer lo correcto com o personas; personas que no com prenden para
qué sirve el dogm a pero sí que deben llevarse bien con los demás, saber
vivir en com unidad, ap ren d er a cooperar, a d ar y recibir. La idea que sub-
yace al trato que se da a los demás no es tanto que somos todos hijos de
Dios (aunque, en ¡parte, la noción está a h í), sino que todos “estamos ju n ­
tos en el mismo biarco”. Al igual que Ida, la cam arera de Brighton Rock, de
Graham Greene, ho piensa m ucho en el pecado y la gracia ni en el bien y
el mal, pero están seguros de que hay u n a diferencia entre lo que está bien
y lo que está mal. ^Creo que entiendo las limitaciones de esa postura, pero
no pienso que eso sea tan lam entable como lo juzga Greene; en tales cir­
cunstancias, podrían haber adoptado actitudes m ucho menos admirables.
A lrededor ele la idea general de qué significa la religión en tanto guía
para lo que clebetnos h acer p o r el prójim o o com o repositorio de las nor­
mas de convivencia, se agrupan unas cuantas frases. Si les preguntam os a
distintas personas de la clase trabajadora qué en tien d en p o r religión, es
EL MUNDO “ REAL” DE LA GENTE 1 3 5

probable que respondan, sin pensarlo pero no p o r eso sin sentirlo, con
alguna de estas frases:42

“H acer el b ie n ”.
“T e n e r buena conducta”.
“Ayudar al que lo necesita”.
“Ser am able”.
“No hacer a los dem ás lo que no te gusta que te hagan a ti”.
“Estamos en este m u n d o para ayudam os los unos a los otros”.
“Ayudar al vecino”.
“D istinguir en tre lo que está bien y lo que está m al”.
“Vivir u na vida digna”.

He ahí el motivo principal p o r el cual se inscribe a los niños en la escuela


dom inical. Las razones secundarias son bien conocidas: que los padres
quieren reservarse u n a tarde del fin de sem ana para estar solos, m om en­
to que se extiende cuando se ord en a a los hijos que vayan a dar un paseo
al salir de la escuela y que no regresen antes de la ho ra del té, o que la
m adre h a estado cocinando toda la m añana y está cansada, o que el pa­
dre quiere dorm ir la siesta después de leer el diario del domingo. Pero
tam bién está la idea de que la escuela dom inical es una b u ena influencia
y evita q ue los chicos “vayan p o r mal cam ino”.
Es evidente que el crecim iento de las capillas tiene m ucho que ver
con esa misma tendencia ética, que así como las iglesias estaban asocia­
das con el privilegio, con la clase alta y con el ritual, las capillas tenían
pastores que no habían estudiado en O xford y predicadores laicos que
muchas veces eran hom bres para los que la religión era una estructura
moralizaclora con los pies en la tierra. Ellos eran “de los nuestros”, po­
seían lo q ue sus seguidores llam aban “el don de la palabra” y los escépti­
cos consideraban “el d o n de la ch arlatanería”. Ni los predicadores ni los
fieles ten ían tiem po para los rituales ni para las “form alidades”; la deco­
ración d eb ía ser sencilla y discreta, lo mismo que el servicio religioso y la
relación en tre el m inistro y su grey. La llam a de todo esto se ha apagado
hace tiem po, pero en m uchas personas ele la clase trab¿y adora todavía
hoy se enciende alguna chispa del antiguo fuego. De vez en cuando les

42 H e tom ado algunos ejem plos de Puzzled People, publicado p o r Mass


O bservation.
X36 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

gusta referirse al carácter siniestro de la Iglesia Católica, u na cualidad


que tiene relación, según piensan, con “el incienso, las velas y todo eso”.
“Tanto rezar no es bueno” (si bien algunas personas mayores, en especial
las mujeres, siguen rezando todos los días aunque no vayan a la iglesia).
Uno puede estar tan cerca de Dios p o r su cuenta como los que siempre
“andan detrás” del vicario. No hay u na única m anera de ser un buen cris­
tiano, así que no es im prescindible ir a la capilla. ‘Yo soy tan buen cristiano
como tú aunque no vaya a la iglesia”, dicen algnnos. Y otros, invirtiendo la
perspectiva afirman: “Eres tan malo com o yo aunque vayas a la iglesia”. Se
sospecha del que va con regularidad, porque puede ser menos virtuoso que
el que no va nunca. Los que van y son conocidos en la iglesia bien pueden
ser unos hipócritas, mientras que el hom bre que no hace alarde de su re­
ligiosidad pero hace lo m ejor que puede quizás esté más cerca de ser un
buen cristiano. Después de todo, hacer todo lo que podem os para tener
un a vida d ig n a ... de eso se trata ser u n b uen cristiano, en realidad.
Hay que d a r lo m ejor de uno sin olvidar el “m undo real”, el del trabajo
y las deudas. La vida consiste en hacer lo m ejor que uno p u ed e en este
m undo, en “arreglárselas” de la m ejor m anera posible; uno p u ede ate­
sorar las “enseñanzas de Jesús” en el fondo de su corazón y adm irarlas,
p ero a la h o ra de vivir la vida real, b u en o , “ya sabes”. En todo caso, los
“temas p ro fu n d o s” no parecen h ab er tenido grandes consecuencias en
quienes h a n tenido el tiem po, el d inero y el deseo de ocuparse de ellos.
La mayoría de las personas de la clase trabajadora, entonces, no m uestra
signos ni de fanatismo ni de idealismo; tiene sus principios, pero no es afec­
ta a expresarlos de m anera abstracta. Por lo general, tiene u n enfoque em­
pírico; es decididam ente pragmática. Es u n a actitud que no proviene tanto
de las exigencias de la conveniencia com o de la sensación de proxim idad
de los horizontes personales y de la insensatez de esperar demasiado, me­
nos que m enos p o r practicar la religión. “Me gustan los ü'atos justos” puede
parecer una guía inadecuada para vivir en el cosmos y suena pretenciosa,
pero si la pronuncia con honestidad u n hom bre de m ediana edad que ha
. tenido una vida difícil, representa un im portante triunfo ante la adversidad.

ILUSTRACIONES DEL ARTE PO PU LA R : PEG’s PAPER

El interés excesivo en los más m ínim os detalles de la condición hum ana


es el principal ind icad o r para co m p ren d er el arte de la clase trabajadora.
En p rim er lugar, se trata de u n a “exposición” y no tanto u na “explora­
EL M UNDO “ REAL” DE LA GEN TE 1 $ 7

ción”; u n a presentación de lo que ya se conoce. Parte del supuesto de


que la vida es fascinante en sí misma. El arte debe ocuparse de la vida hu­
m ana reconocible y com ienza p o r lo fotográfico, aunque luego se vuelva
fantástico; debe sustentarse en unas pocas norm as m orales simples p ero
firmes.
A hí radica lo que resulta atractivo, lo íntim o y absolutam ente dom és­
tico, de Thovison’s Weekly News.43 Es eso, y no el esnobism o vicario, lo que
hace que los radioteatros con personajes y situaciones típicos de la clase
m edia sean tan escuchados p o r la clase trabajadora, pues reflejan los h e­
chos de la vida cotidiana. Es eso lo que p erm ite asegurarse que la p resen­
tación de las noticias de los diarios más populares pertenezca al reino de
la im aginación o la escritura de ficción sin pretensiones. Los periódicos
preferidos de la clase trabajadora, los diarios sensacionalistas del dom in­
go que traen chim entos para leer en el día libre de la sem ana,44 recogen
aplicadam ente todo el m aterial q ue en cu en tran a lo largo y a lo ancho de
las Islas Británicas, p ara el deleite de casi todos los adultos de clase traba­
jadora. Es verdad que el interés p o r las noticias o p o r la ficción se incre­
m enta gracias al elem ento sensacionalista -u n a chica “com ún” se tropie­
za con un h om bre que resulta ser u n a estrella de cine; u na viucla joven y
atractiva m ata a sus dos m aridos con arsénico y los en tierra en el sótano-,
y es fácil p ensar p o r qué gran parte de la literatu ra p opular em plea los
mismos recursos. Antes que nada, h abría que pensar en la descripción
fotográfica de los pequeños detalles; el in g red ien te obligatorio 110 es la
evasión de la vida cotidiana sino, p o r el contrario, la aceptación de que
la vida cotidiana tiene u n interés intrínseco. El acento se pone prim ero
en lo hum ano, en el detalle, con o sin el condim ento del crim en, el sexo
o el esplendor. De R ougem ont se refiere a los m illones (si bien él habla
en particular de la clase m edia) que “respiran [...] u n aire rom ántico en
cuya brum a la pasión aparece com o la p ru eb a m áxim a”.45 Como veremos
más adelante, en la literatu ra que consum e la clase trabajadora tam bién
hay elem entos que respaldan esa idea, p ero no es lo más destacado de

43 S egún el H R S 1955, los lectores del periódico son clases A-B: 1 de 55,
apro x im ad am en te,clase C: 1 de 19, ap ro x im ad am en te; clases D-E: 1 de 13,
ap ro x im ad am en te.
44 Son m uy p o p u lares e n tre otras clases tam bién, p e ro la clase trabajadora, en
co m p aració n co n la clase m edia, prefiere el ejem p lar del dom ingo antes que
los d el resto d e la sem ana (véase el H R S).
45 D e R o ugem ont, Passion and Sociely.
ig 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

la.s publicaciones típicas de la clase trabajadora que siguen existiendo. La


pasión n o es más interesante que la rutina de la vida doméstica.
Algunos program as de la BBC d an p rueba de ello. Basta con obser­
v a r la p o p u larid ad no sólo de los program as “fam iliares” como Family
Favourites (“para los buenos vecinos”) o las series con familias com o pro­
tagonistas y program as especiales com o Mrs. Dale’s Diany, The Archers, The
Huggetts, The Davisons, The Grove Family o The Hargreaves, sino tam bién de
los program as dom ésticos realm ente com unes que se parecen a los pe­
riódicos antiguos y están com puestos m uchas veces p o r u na cantidad de
elem entos vinculados entre sí sólo p o r el hecho de que todos giran alre­
d ed o r de las vidas com unes de gente com ún. Pienso en program as como
Have a Go, de W ilfred Pickles, o Doxun Your Way, de R ichard Dimbleby. No
tien en u n form ato particular, no ofrecen el “a rte ” ni el entretenim iento
d e los program as musicales; sim plem ente “presentan gente para la gen­
t e ” y el público disfruta con eso. Del mismo m odo, hay program as que
todavía recu rren a la tradición del personaje cómico de los musicales
q u e m uestran la vida de la clase trabajadora, com o Over the Garden Wall,
d e N orm an Evans, y los insuperables núm eros de Al Read. Para ten er éxi­
to no hace falta que el program a sea artístico; sólo con ser u n program a
com ún p ara la familia despierta el interés del público.
Como ya he com entado, se suele pensar que ciertas revistas - p o r ejem­
plo, las que leen m ayorm ente las m ujeres de la clase trabajadora,40 las
revistas “tipo Peg’s Paper y esas”- ofrecen poco más que p u ra fantasía y
sensacionalismo. Pero eso no es tan así; en cierta m edida, las revistas más
auténticas dirigidas a la clase trabajadora son preferibles a las del estilo
más m oderno. P u ed en ser crudas, pero son más que eso: evocan u n sen-

46 La m ayoría de las cifras del total de lectores d e esas revistas son cantidades
aproxim adas publicadas en el H liS 1953.
Título Tolal de lectoras estimado Lectoras de clase trabajadora
Red Lelter 750 000 700 000
Silver Slar 650 000 620 000
Luchy Star 600 000 560 000
Red Star Weekly 570 000 530 000
Glamour 570 000 530 000
Secrels Sin datos p a ra grupos A, 350 000
B y C. Pocas lectoras,
O racle ídem 320 000
Family Star ídem 350 000

Las cifras de la últim a co lu m n a c o rre sp o n d en a los grupos D-E del HRS, o


sea, el 71% de la población. D eduzco que la co n cen tració n es m ayor en la
clase trab ajad o ra tal com o la he definido.
EL MUNDO “ REAL” DE LA GENTE 1 3 9

tido de la textura de la vida en el público al que apuntan. Me referiré


a ellas com o “las viejas revistas” porque conservan la tradición de Peg’s
Pape)-y reflejan las antiguas formas de vida de la clase trabajadora.47 De
hecho, la m ayoría de estas revistas se publican, con sus títulos actuales,
desde hace diez o veinte años.
Casi todas están producidas p o r u n a de estas tres grandes empresas:48
A m algam ated Press, Newnes G roup y Thom son an d Leng. Pero los auto­
res y los dibujantes p arecen conocer bien las vidas y las actitudés de sus
lectores. Cabe preguntarse si los editores tom an m aterial del exterior
en form a fragm entada y poco sistemática, com o hacían en un tiempo
los fabricantes de medias de N ottingham . La m ayor parte del m aterial
es convencional, es decir, refleja las actitudes de los lectores, pero esas
actitudes no son ridiculas com o uno p o d ría pensar. En com paración con
estas publicaciones, algunas de las más nuevas son com o un hijo inteli­
gente y sagaz con u n p u ñ ad o de opiniones m odernas ju n to a una m adre
anticuada, sentim ental y supersticiosa.
Las viejas revistas se reconocen fácilm ente por el papel: un papel pren­
sa de textura rústica que a veces desprende un olor a hum edad y a m oho
que me recuerda a las viejas revistas de historietas que leía ele niño. Se las
reconoce tam bién p o r la diagram ación y los contados tipos de letra, y por
las tapas, que son banales y con unos pocos colores llamativos: casi siem­
pre predom ina el negro y el azul, el rojo y el amarillo intensos, con pocos
matices. N orm alm ente cuestan 3 peniques y sus títulos son: Secrets, Red Star

47 T odas son sem anarios que en el m o m en to de publicación del presente


ensayo habían llegado a p u b licar la can tid ad de nú m ero s que figuran a
contin u ació n : Secrets, 950; Red Star Weekly, 1100; Mirarle, 970; Silver Star, 600;
Oracle, 1050; Lacky Star, 680.
48 Newness publica Lucliy Star, Silver Stary Glamour. A m algam ated Press -co n o cid a
com o H arm sw orth Bros. L td. hasta p oco después de principios de siglo, la
m ayor editorial especializada en revistas y periódicos e n tre las que no tienen
sede en L o n d res- publica Red Star Weekly y Secrets.
D. C. T h o m son, g eren te general de T h o m so n ’s, falleció el 12 de octu b re de
1954 a los 93 años de edad en D undee. Parecía u n H arm sw orth provinciano
q u e supo ap rovechar las o p o rtu n id a d es de la educación com ún para todos
los ciudadanos. Su p ad re fue un naviero que adquirió el Courier de D undee
en 1884 y le asignó a D. C. T hom son la responsabilidad de dirigirlo. A partir
d e ese m o m ento, el joven em pezó a co m p rar otras publicaciones, hasta que
llegó a co n tro lar u n a de las m ayores em presas editoras de periódicos de
G ran B retaña. D irigió m atutinos y vespertinos escoceses, revistas fem eninas
e historietas para niños (Beano y Dandy, con u n a circulación de 1,25 m illones
cad a u n a), en tre otras publicaciones diversas. (La m ayor parte de la
inform ación está tom ada de un obituario aparecido en Manchesler Guardian,
13 de o ctu b re de 1954.)
1 4 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

Weekly, Lucky Star (que ah o ra incluye Peg’s Paper), The Miníele, The Oracle,
Glamour, RedLettery SilverStar. Claram ente, están dirigidas a adolescentes
y jóvenes casadas -d o s de cada tres lectoras de Red Letter tienen m enos de
35 añ o s- pero tam bién incluyen algunos artículos para m ujeres mayores.
Las revistas tienen u n público de en tre 350 000 y 750 000 personas, y la
mayoría, de más de 500 000. Puede haber superposición de lectoras, pero
el núm ero total es eno rm e, y casi todas son de la clase trabajadora.
En cuanto a la diagram ación, la mayoría de las revistas se parecen en­
tre sí. T ienen m uchas publicidades pequeñas y de poco valor en la con­
tratapa y las últim as páginas de texto, pero no en las prim eras. Después
de la p o rtad a en colores, la prim era página está casi toda dedicada a
algún tem a destacado, o a la principal publicación p o r entregas, o a la
“extensa novela d ram ática” de la sem ana, que com ienza ahí mismo. Los
avisos, que se rep iten en todas las revistas, cu b ren u n a reducida gama de
productos. Los de algunos cosméticos todavía recu rren a un estilo aris­
tocrático, em pleando fotografías de damas de la nobleza vestidas como
para ir a u n a fiesta. Las enferm edades a las que aluden los avisos de
marcas de rem edios se repiten tanto que cualquiera que saque conclu­
siones apresuradas d irá que la clase trabajadora en G ran B retaña sufre
de constipación y “condición nerviosa” congénitas. Hay m uchos avisos
que ofrecen curas p a ra problem as que son la causa de que en las fiestas
nunca saquen a bailar a las m uchachas que los padecen.' Los “consejos
de los científicos” son m o n ed a corriente, lo m ism o que las “predicciones
de las gitanas”. A veces se anuncian rem edios esotéricos de la India: “La
señora Jo h n so n ap ren d ió hace m uchos años esta fórm ula secreta de u na
niñera india en Bombay. A p artir de entonces, m uchos miles de personas
han tenido motivos ele alegría p o r haber confiado en este sistema”. Para
las m ujeres casadas están las publicidades de ja b ó n de lavar, las píldoras
para el dolor de cabeza y el ja ra b e de higos de C alifornia que tom an los
niños. Pero, en general, las revistas se dirigen a m ujeres casadas jóve­
nes que desean parecerse a las solteras y todavía se m aquillan o usan un
determ inado cham pú. Las em presas que ven d en productos p o r catálo­
go publican avisos de zapatos con plataform a, ropa interior ele nailon,
supongo que para las jóvenes, y corsés para las mayores. Para todas las
lectoras, pero en especial para las recién casadas, a las que no les sobra
m ucho dinero, se publican avisos que las invitan a form ar parte de los
equipos de vendedoras de los num erosos clubes de crédito, m ayorm ente
de M anchester, p a ra la com pra de ropa u otros productos. Los clubes
ofrecen a sus agentes dos chelines p o r cada libra que venden, un enorm e
catálogo y u n an o tad o r gratis.
EL MUNDO “REAL” DE LA GENTE I 4 1

La m ayor parte de las páginas de texto están ocupadas por relatos con
linos pocos artículos ocasionales intercalados. No se tratan temas políti­
cos, sociales ni artísticos. T am poco aparecen notas acerca de esos temas
en los diarios populares que presum en de ocuparse ele la actualidad ni
en las revistas fem eninas que tienen acercam ientos ocasionales a la “cul­
tu ra”. A bundan, en cambio, los consejos de belleza, n orm alm ente aus­
piciados p o r estrellas de cine, y los que se refieren al m anejo del hogar;
m edia página está dedicada a los consejos prácticos que da u n a “tía” o
una enferm era que ayudan a las lectoras a resolver problem as persona­
les y que se suelen tom ar a risa aunque, en realidad, son muy sensatos.
No quiero decir, aunque sea cierto, que esos consejos nunca tengan un
cierto tufillo m oral, pero en el tono general se aprecia la sensatez y la
practicidad, y cuando surge un problem a cuya resolución trasciende la
com petencia del redactor, este aconseja a las lectoras que acudan al m é­
dico o a u n especialista. Además, las revistas con tien en u n a sección dedi­
cada al horóscopo.
En cada n úm ero hay novelas p o r entregas, el relato largo de la sem ana
y cuentos de u n a página. En los dos prim eros suele haber desenlaces
inesperados, com o que al final el joven era rico o que la m uchacha gana
un concurso de belleza a pesar de que ella siem pre se consideró a sí mis­
m a com o u n a chica igual a todas. En especial, estas sorpresas son típicas
de las novelas p o r entregas, que cleben ten er elem entos “dram áticos” y
una acum ulación de acontecim ientos imprevistos que se develan cada
semana. Así aparecen las denom inadas “bajas pasiones” y los asesinatos.
Hay hom bres apuestos y desinhibidos que se llam an, p o r ejem plo, Rafe.
Pero m ucho más interesantes, porq u e son de tem er, son las “zorras fas­
cinantes”, las Jezabel, com o las no m b ran e n los anuncios. Son m ujeres
que se establecen en ciudades de provincia y ocultan su “horrible pasa­
do” o un “trem endo secreto” que quedó en el lugar d o n d e vivían antes,
a cientos de kilóm etros de distancia; se deshacen ele las jóvenes bonitas
por las cuales el h om bre que les interesa se siente atraído am arrándolas,
m etiéndolas en u n baúl que suben a u n bote y que luego arrojan al agua,
o transform ando u n a pava eléctrica en u n arm a m ortal: “Parecía inofen­
siva, pero su presencia resultó u n a m aldición”, “El mismísimo diablo la
disfrazó de angelito in o cen te”.
La crítica más severa a este tipo de literatu ra es h a rto conocida y
no es mi in ten ció n tom arla a la ligera. Se aplica, debem os recordar, a
la literatu ra p o p u lar dirigida a todas las clases sociales. C uando se ha
dicho que m uchos de esos relatos alim entan el m o rb o de los lectores,
¿cabe agregar algo? ¿Se los p u e d e distinguir de la te n d en cia general de
1 4 2 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

este tipo de literatu ra popular? Denis de R ougem ont observa que estos
relatos,49 en especial cuando han sido escritos para u n público de clase
m edia, p re se n ta n un desenlace dual, pues a pesar de que los malos
n u n ca triu n fan en los hechos, sí hay un triunfo em ocional; cuando el
tem a gira en to rn o del am or adúltero, la traición em ocional es inevita­
ble. En estos textos, “las cadenas del am or no se p u e d en ro m p e r e [im ­
plican] la su p erio rid ad ‘espiritual’ de la am ante respecto de la esposa”.
D e R ougem ont añade: “Por lo tanto, la institución del m atrim onio sale
m al parada, au n q u e eso no .tenga im portancia, ya que la clase m edia
(especialm ente en E uropa) sabe bien que esa institución ya no se cons­
truye sobre la m oral o la religión, sino sobre cim ientos económ icos”.
El autor tam b ién destaca la fascinación p o r el tem a del a m o r/m u e rte ,
ele acuerdo con el cual u n a relación adú ltera sólo pued e resolverse
m ed ian te la m uerte.
Existe u n a diferencia entre esa form a de tratar los temas en la litera­
tu ra y la m ayoría de los “em ocionantes” relatos de las revistas “más anti­
guas”. No parece haber traición em ocional de los supuestos explícitos;
la intensidad aparece porque el villano con sus actitudes seductoras va
e n contra de algunas cosas que siguen siendo im portantes, de lo bueno
d e la vida m atrim onial p o r encim a de las relaciones individuales dom i­
nadas p o r la pasión, Aquí no aparece el tem a del a m o r/m u e rte , porque
así se aniquilaría el tem a positivo y real del am or en el m atrim onio. El
malvado, al invitar a u n a relación adúltera, es interesante no tanto por­
que disfruta de m an era vicaria de u n a relación que, aunque prohibida,
es deseada, sino porque ataca, para escándalo de los lectores, lo que de
verdad im porta. Es u n a especie de cuco y 110 un héroe disfrazado. No
triunfa em ocionalm ente com o lo hace en la literatura más sofisticada
que describe De Rougem ont; esta es, en realidad, u n a literatura despoja­
da de to d a com plejidad.
Los relato s a los q u e m e refiero d ifieren aú n más claram en te de
m uchas d e las versiones posterio res de la h isto ria de sexo y violencia,
la historia que se p ublica p o r en treg as en algunos diarios d el d o m in ­
go. En ellos, el a u to r in te n ta -m ie n tra s se com ete u n a violación u
o tro acto de v io le n c ia - u n a p rovocación m o d e ra d a y luego envuel­
ve el re la to con u n a m o ralin a superficial. La distancia es aú n m ayor
respecto de las novelitas baratas de sexo y violencia. No hay escenas
de sexo y las descripciones no provocan excitación; creo q u e es no

49 De R ougem ont, pp. 236-239.


EL MUNDO “ REAL” DE LA GENTE 1 4 3

sólo p o rq u e las m ujeres no reaccio n an an te ese tipo de estím ulos del


m ism o m o d o q ue los hom b res sino, en p articu lar, p o rq u e las historias
p e rte n e c e n a m u n d o s d iferentes. Los cu en to s de las revistas dirigidas
a las m ujeres de la clase trab ajad o ra n o p e rte n e c e n al mundo...cle la
clase m ed ia ni al de los más m o d ern o s diarios del dom ingo, ni al de
las novelas breves más recientes, y m enos aún al m edio en el cual las
relaciones ilegítim as se ven com o “d ivertidas”, “g en iales” y “progresis­
tas”. Si u n a chica p ie rd e su virginidad o u n a esposa com ete ad u lterio
dicen: “Y así caí esa n o c h e ” o “C om etí un grave p e c a d o ”. Si bien las-
frases in tro d u c e n u n a cuota de em oción, la sensación de caída y p e­
cado tam b ién es m uy real.
Después de leer m uchos relatos parecidos, la principal im presión que
queda es la de u na extraordinaria fidelidad a la vida de los lectores en las
detalladas descripciones. La abundancia de detalles es la misma en un
cuento de u na página que en una novela p o r entregas o en un cuento
largo; todos parecen ser detalladas transcripciones de incidentes m eno­
res, tristes o divertidos, ele la vida cotidiana. Las historias de las novelas
por .entregas a veces se desarrollan en el distinguido m undo de las que
aún hoy se conocen com o “las mansiones de Inglaterra” y otras veces
giran en torno a'la figura de un rajá o u n jeq u e, pero lo más frecuente es
que su m u n d o sea el de los lectores, con u n a im presionante precisión en
la descripción de detalles. M uchos de los delitos com etidos en esas his­
torias tam bién son los típicos de ese m undo; así se genera angustia, por
ejemplo, cuando hay sospechas de que la señora T hom pson ha robado
artículos en la tienda. Abro la Silver Stary en la prim era página la novela
Letters of Shame com ienza así:

Stella Kaye descorrió el pestillo del p o rtó n de la casa ubicada en


el n úm ero 15, se abrió la puerta y apareció la m adre agitando
los brazos.
—¿Por qué llegas tan tarde? —suspiró— . ¿Te acordaste de las
salchichas? ¡Ay, hija!
Stella m iró el rostro exaltado y el delantal con flores de la
m adre.
¡Visitas! ¡Y ella que lo único que quería era soltarles la noticia!
T en d ría que esperar.50

50 Silver Star, 27 de mayo de 1953.


1 4 4 LA CULTURA. OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS

Un nú m ero típico de Secrets trae com o poem a de la sem ana “La salida
de m am á”,51 que habla de la salida sem anal al cine de m am á y papá: “Es
lunes a la noche y en el n ú m ero 3, m am á y papá beben rápido su té.
Papá casi no ha concluido y m am á grita: ‘¡Vamos, Fred! ¿Aún no lo has
bebido?’”.
U n cuento en las últimas páginas del Ora ele,52 “El regreso del h é ro e ”,
com ienza así: “La mayoría de las m ujeres que com praban en el alm acén
ele la calle R o p er’s estaban bastante cansadas de oír hablar clel hijo de la
señora Bolsom, p ero no p o d ían decirle nada p o rque ella era muy am a­
ble. Siem pre estaba dispuesta en casos de em ergencia”. U n típico cuento
breve de Lucky Star'’3 em pieza diciendo “Lilian West m iró el reloj de la
pared de la cocina. -¡D ios m ío -p e n s ó -, qué rápido estoy term inando las
tareas de la casa estos días!” L uego pasa a describir su decisión de dejar
solos a sus hijos casados para n o m olestarlos y su alegría al descubrir que
aún la necesitan. “Mary era u n a m uchacha com ún que tenía u n trabajo
com ún en u n a fábrica” es la prim era frase de otro cuento y u na m ues­
tra de cóm o se inician casi todos los relatos publicados en este tipo de
revistas.
Las ilustraciones contribuyen a crear la atm ósfera deseada. Algunas
de las revistas más recientes publican fotos espontáneas, en las que los
sujetos no posan. Las más antiguas todavía usan dibujos en blanco y ne­
gro e n u n estilo poco elaborado. En particular en las publicaciones más
m odernas se ven ilustraciones en blanco y negro de estilo complejo; sin
em bargo, las tiras cómicas que aparecen en los diarios locales, obra ele
un dibujante local, p arecen dibujos de hace treinta años. Lo mismo ocu­
rre con las ilustraciones de los relatos de las viejas revistas (la ilustración
principal de la novela p o r entregas o clel relato largo com pleto pu ed en
ser u n a excepción); no son elegantes y los detalles están desprovistos de
todo rom anticism o. Las chicas suelen ser bonitas (a m enos que la idea
que se quiera transm itir sea que hasta las m uchachas m enos agraciadas
consiguen un b u en m arido) p ero su belleza no es glamorosa; son lindas
en la form a en que u n a chica de la clase trabajadora es linda. Llevan fal­
da, blusa y pulóver o el vestido de las ocasiones especiales. La chim enea
de la fábrica se eleva en una esquina del dibujo y la hilera de casas con

51 Secrets, 13 d e ju n io de 1953.
52 Oracle, 27 d e septiem bre de 1952.
53 Lucky Star, “T h e D ream ", 18 de m ayo de 1953.
EL M UNDO “REAL” DE LA GENTE 1 4 5

farolas a intervalos regulares se extiende detrás; luego se ven los autobu­


ses y las bicicletas, el salón de baile o el cine del barrio.
Los detalles reconocibles del e n to rn o de los lectores p u ed en funcio­
n ar com o el preludio de u n a excursión a u n a historia en la que se cum ­
plen los deseos y que m uestra todo lo que pu ed e pasarle a u n a persona
que vive en ese m undo. Algunas veces los protagonistas progresan social­
m ente y así los lectores se en teran de lo b u en o que sería form ar parte de
los grupos que viven en casas m ejores que las suyas. Pero norm alm ente,
lo que sucede en los textos es lo que p u ed e sucederle a cualquiera, y el
am biente es el que la m ayoría de los lectores reconoce como propio.
U n análisis de las historias perm ite e n te n d e r la crítica a las “reacciones
prefabricadas” de las que hacen uso,54 cada una presentada con las frases
hechas de rigor. Al leer la descripción de un juicio, la gente está “m u d a”
y los rostros “tensos”; el estrem ecim iento les corre p o r la espalda; el p ro ­
tagonista se m uestra im p ertérrito y dirige u n a “m irada de p ied ra” a sus
captores; su novia tiene “el corazón en u n p u ñ o ” y “el suspenso flota en el
aire”. ¿Qué indican esas frases? ¿Que los autores recu rren a los clisés que
el público quiere leer y que no exploran la experiencia ni la plasm an p o r
m edio del lenguaje? En efecto. Pero esas son - r e p ito - prim eras aproxi­
maciones; u n p anoram a de lo conocido. Es im probable que los lectores
de este tipo de narraciones lea textos literarios más serios, pero hay cosas
peores, en especial en estos días. Si consideram os los relatos que estamos
analizando com o presentaciones fieles au n q u e dram atizadas de u n a vida
cuyas formas y valores son conocidos, sería más útil p reguntarnos cuáles
son los valores que representan. No sirve de n ad a reírse de ellos; es nece­
sario que nos dem os cuenta, en p rim e r lugar, de que a pesar de su len­
guaje trillado describen u n a form a de vida consolidada y relevante para
los lectores. Lo mismo puede afirm arse de las frases que figuran en las
taijetas de cum pleaños y las postales navideñas,55 que la gente elige con
m ucho cuidado p o r sus frases “am orosas” y “genuinas”. El m undo que
presentan esos relatos es lim itado y sim ple, basado en unos pocos valores
tradicionales aceptados. Por lo general, es u n m u n d o infantil y aparatoso
en el que las em ociones se expresan co n gran efusividad. Los recursos
em pleados son eficaces en u n am biente que n o es corrupto ni preten­
cioso. Se usan palabras atrevidas que los autores serios que escriben para

54 P ro n to se advierte que la división que suele h acerse en tre alta, m ed ia y baja


c u ltu ra n o es de m ucha utilidad y p u e d e resu ltar engañosa.
55 A quí tam bién se aprecia el estilo nuevo, más ingenioso tanto en las leyendas
com o en las ilustraciones.
1 4 6 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

1111 público más sofisticado ten d rían dificultad para usar y que muchos
otros escritores tam poco usarían p o r tem or a las críticas. A parecen tér­
m inos com o “p ecad o ”, “vergüenza”, “culpa” o “m al” con toda la fuerza
ele su significado. El principal p u n to de referencia es la noción de que el
m atrim onio y el hogar, construidos sobre la base del am or, la fidelidad
y la alegría, son el verdadero objetivo en la vida de u n a m ujer. Si una
chica “p e c a ” -y esto refuerza lo que m encioné anteriorm ente acerca del
costado ético ele las creencias religiosas de la clase trabajadora-, no co­
m ete u n “pecado contra sí m ism a”, com o piensan m uchos autores, ni ha
fracasado más allá ele lo h um ano y lo social, sino que ha m alogrado sus
op ortunidades de casarse y form ar u n a buena familia. U no de los finales
más com unes de este tipo de novelas p o r entregas es que la m uchacha se
reen cu en tre con el hom bre responsable del hecho pecam inoso y se case
co n él, o que en cu en tre otro que, aunque lo sabe todo acerca del pasado
d e ella, decida casarse y convertirse en padre del niño y los quiera a los
dos. Se obseiva la desconfianza p o r “la o tra ”, lajezabel, la destine tora de
hogares, la m ujer que se p ro p o n e ro m p er u n m atrim onio o un noviazgo
ajeno. A u n hom bre que se fija en otras m ujeres se le da la oportunidad
ele redim irse si se m ete con una m ujer casada, pero recibe un trato más
in d u lg en te que el que se da a u na m ujer de vida disipada.
C ontra este telón dé fondo, al que está indisolublem ente ligado, apare­
ce el elem ento excitante, osado y liberador del relato. En mi opinión, ese
elem ento no constituye una tentación para los lectores, que ni piensan en
im itarlo ni sueñan con él de u n m odo lascivo. Entre ese elem ento y la vida
d e los lectores existe la misma relación que entre u n barrilete y el suelo
firme desde el que se lo rem onta. La tram a de la vida cotidiana se entreteje
en el m aterial narrativo ele las novelas y los cuentos de todas las revistas.
Constituye la base de los principales valores e ideas en los que se sustentan:

No te dejes arru in ar el día p orq u e u n amigo te h a abandonado.


No puedes recordar todo lo que Dios te ha quitado. La vida es
dem asiado corta para estar enfadado o a p e n a d o ...

La vida está hecha


de esas pequeñas cosas
en las que no rep aram o s.. ,56

56 Silver Star, T I de mayo de 1953.


EL MUNDO “ REAL” DE LA GENTE 1 4 7

Básicam ente este es el m undo de Ellen W ood (East Lynne, Danesbury Hou-
se, Mrs. Halliburton ’s Troubles), Florence L. Barclay ( The Rosaiy vendió un
m illón de ejem plares), Marie Corelli {The sorroius ofSatan, u n clásico de
la época de mis tías),57 Silas K. H ocking (Ivy, HerBenny, hisfathet), Annie
S. Swan (A divided house), Ruth Lam b (A wilful toará, Not quite a lady, Only
a girl wife, Thoughtful Joe and hoto he gained his ñame) y de m uchos otros
autores cuyas obras eran publicadas norm alm ente p o r la Sociedad de
Publicaciones Religiosas y entregadas como prem ios en los cursos avan­
zados de la escuela dominical. Ese m u n d o hoy en día está siendo despla­
zado p o r el de las revistas más m odernas. Quizá en Escocia siga vigente:
Todavía se publica el sem anario simple pero atractivo People’s Friend. Otra
publicación similar salía en Sheffield hasta hace unos años, creo, Weekly
Telegraph. Algunas de las viejas revistas in ten tan sobrevivir copiando el
glamour de las más nuevas, que m uchas veces no son más que u n a forma
am pulosa de las anteriores. Apasionantes novelas p o r entregas se anun­
cian en carteles publicitarios con ilustraciones que conservan el estilo
conocido y añaden el nuevo recurso del prim er plano.
Pese a esos esfuerzos, algunas de las revistas nuevas, de gran circula­
ción, con tin ú an creciendo. En m uchos aspectos, rep resen tan las mismas
actitudes que las" viejas, aunque se dirigen a u n público dem asiado am­
plio como- para identificarse con u n a clase social determ inada. La pre­
sentación de estas publicaciones es más cuidada, e incluyen más artículos
especializados en cuestiones domésticas. Hay cierta grosería de las revis­
tas viejas cuya desaparición no ha de lam entarse. No me he explayado
sobre esa característica, porque mi intención es m ostrar los aspectos más
agradables de la relación con la vida de la clase trabajadora. La sofistica­
ción de las nuevas revistas con frecuencia se extiende a sus actitudes, y
el cam bio n o siem pre es para m ejor. La elegancia puede convertirse en
superficialidad; se pone el acento en el prestigio que da el dinero (se
suelen publicar los salarios o las ganancias entre paréntesis detrás de los
nom bres de las personas), en la fascinación que despiertan personali­
dades com o las sonrientes esposas de los m agnates de la industria o las
estrellas de cine o de radio; se m uestra u n a cierta coquetería doméstica y
un estilo esnob y extravagante.
Las revistas ilustradas son muy populares entre las jóvenes que quie­
ren estar a la m oda y no p arecer anticuadas. Las viejas revistas quizá se

57 Al igual que The Deemsler, novela de H all Caine publicada unos años antes, en
1887.
148 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

propongan parecerse a las m odernas, pero eso cuesta m ucho dinero y


todavía tienen u n público num eroso que les perm ite generar beneficios,
aunque m an ten g an sus características de siem pre. C uando eso deje de
ser así, d eb erán in co rp o rar cambios radicales que les perm itan acercarse
a los nuevos m odelos, o se en fren tarán a la inevitable desaparición.
5» La vida plena

Existe u n único sentido en todo lo que atañe a nuestra


clase - u n a vez que el p a n y el pago de las obligaciones están
aseg u rad o s- y ese sentido es vivir.
m á x i m o g o r k i , un trabajador en Tomas Gordeiev

LA INM EDIATEZ, EL P R ESEN T E, LA ALEG RÍA: EL DESTINO


Y LA SUERTE

De lo concreto y personal a lo inm ediato, el presente y la ale­


gría. El énfasis en la necesidad de “estar alegre” proviene, com o ya lie­
mos visto, de la idea de que la vida es d u ra y poco gratificante. No ahon­
dar en esta idea im plicaría quedarse en lo trivial. Las personas de la clase
trabajadora son sentim entales, pero sü alegría se n u tre principalm ente
de cualidades que poco tienen que ver con lo sentim ental. Descreen de
los conductores de los grandes batallones y ju zg an sus pretensiones con
un h u m o r escéptico; después de todo, “los conocem os b ie n ”. Sin p er­
der el hum or, se reservan la opinión acerca de los líderes y su grandilo­
cuencia: “Eso no m e lo creo”, dicen sin m anifestarse abiertam ente contra
tales personajes. Suelen ver el m u n d o con h u m o r, u n h u m o r que con
frecuencia pone ese m undo en ridículo. La alegría se basa en un incon­
formismo carente de sentim entalism o y en la necesidad de estar anim a­
dos. Los ayuda a seguir adelante con cierta dignidad. A veces, del mismo
m odo que la elevación del sentido del h u m o r a la categoría ele virtud
prim ordial puede hacerlo con cualquiera, los vuelve insensibles a lo que
sucede en el m undo. En cambio, los hace sensatos, fiables, previsibles,
prácticos y estables en m om entos de crisis, y todas estas cualidades p u e ­
den convertirse en defectos si n o están contrarrestadas p o r sus opuestos.
Hoy en día, com o siem pre, m uchas personas de la clase trabajadora
son ahorrativas. Pero, p o r lo general, la inm ediatez y el vivir el presente
son características de la vida de la clase trabajadora que están más reía-
3. 5 0 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

cionadas con disfrutar los placeres en el m om ento que con prom over la
planificación de objetivos futuros o asociados a algún ideal. “La vida no
e s un lecho de rosas”, adm iten, pero “m añana ya verem os”; en ese sen­
tido, la clase trabajadora siem pre ha hecho gala de u n existencialismo
e n el que no se p ierde el sentido del hum or. Incluso de aquellos que
em plean más tiem po que el usual p reocupándose p o r cóm o “saldrán
1as cosas” se pued e decir que su vida está m ucho más enfocada sobre el
presente inm ediato que en otras clases sociales.
Las m ujeres salen con sus carteras a las 4.30 de la tarde para com prar
algo para acom pañar el té. En la alacena no hay m ucho, y lo que hay es
p a ra ocasiones especiales. Pero ten er sólo lo esencial no es un indicador
d e pobreza, ni de indolencia ni de m ala m em oria, sino que form a parte
d e las características básicas de la vida; p or lo general, com pran los pro­
ductos de a uno. El sueldo ingresa cada sem ana y se va en u n a semana.
N o hay acciones, bonos, valores, propiedades ni m ercancías. Del que ob­
tiene unos pocos cientos ele libras de u na sola vez se dice que es “rico”.
Las libretas de pagos que se guardan detrás de algún adorno se m arcan
todas las semanas y se usan para “liquidar d eudas”, por ejemplo, para
p agar gastos ya realizados en ropa o en el alquiler de la sem ana anterior.
E l ahorro o el pago p o r anticipado se usan p a ra fines específicos, como
e l seguro de vida o de enferm edad, o son adelantos de corto plazo si se
trata de gastos recurrentes como los de Navidad o las vacaciones. Sigue
siendo bastante usual la desconfianza en el ah orro en general, porque
“m añana te puede pisar u n au to ” y entonces, “¿de qué te habrá servido
ser tan am arrete?”; En ese com entario se evidencian las verdaderas ra­
zones de la desconfianza y la tendencia a gastar el dinero de inm ediato.
Si las personas no gastaran nada y vivieran cuidando el dinero, podrían
a h o rra r u n a p eq u eñ a suma. Podrían, pero no es seguro; además para
ello se requeriría más disciplina de la que vale la p en a tener y significa­
ría consum ir lo ju sto y o b ten er muy poco a cam bio; “así no vale la pena
vivir”.
Esa costum bre sirve p ara explicar dos aspectos relacionados con el gas­
to de dinero que las otras clases sociales no co m p ren d en del todo. En
p rim er lugar, la form a en la que la clase trabajadora gasta en “lujo” lo
q ue le queda después de cubrir sus necesidades inmediatas. Esto ocurre
aunque haya en la casa más dinero del que h a habido en años o del que
hab rá den tro de unos meses. En segundo lugar, en tre los hábitos m one­
tarios que exasperan o sorp ren d en a los de otras clases se encuentra el
ord en de prioridades que establece la clase trabajadora para los productos
en los que invierte sus ingresos.
LA VIDA PLENA 1 5 1

Así pues, el reem plazo de artículos p a ra el h o g ar está por debajo del


lugar que ocupa e n la lista de prioridades de la clase m edia. Las sábanas
están gastadas y zurcidas y las toallas son escasas. El motivo no es la falta
de din ero sino que en lugar de toallas, con los centavos que sobran la
gente p refiere com prar u n bonito m arco para la fotografía que está
sobre el ap arad o r o un ad o rn o nuevo. “U n a b u e n a m esa” consiste en
servir com idas con carne, en especial p ara el h o m b re de la casa.. Se
trata de u n a costum bre bastante extendida, tenga el m arido un trabajo
pesado o no. C onozco a varios hom bres de la clase trabajadora que se
m olestarían si llegaran a la casa y vieran que sólo tienen un bife en el
plato en lugar de dos, y si hay ja m ó n cocido, la p o rció n esperada es
de 100 gramos. Los “placeres”, com o fum ar o b eber, tam bién ocupan
un lugar prioritario. Son u n a parte central de la vida y no algo que la
gente se perm ite disfrutar después de h ab er cubierto otras necesidades
básicas. La im portancia de cada elem ento en este m odelo de conducta
económ ica d e p e n d e de cada familia, pero el o rd e n de prioridades por
lo general se conserva.

Pasan los días y las semanas; las estaciones del año cam bian al ritm o de
los grandes festivales y de eventos especiales com o u n a boda, un viaje en
autobús de larga distancia, un funeral o la final de un torneo. Para esas
ocasiones suele h ab er algún tipo de planificación: com pra en cuotas de
regalos y extras en el club de crédito para Navidad, quizá la com pra an­
ticipada de la x'Opa para Pentecostés y luego, en algunos casos, el ahorro
para las vacaciones. Pero el rasgo saliente es la falta de planificación; los
problem as y los placeres se enfrentan a m edida que surgen, y los planes
son principalm ente de corto plazo.
E n cuanto a los com prom isos sociales, los días y las sem anas tam poco
se planifican. N adie hace anotaciones en u n a agencia y pocas veces se
envían o reciben m uchas cartas. Si u n in teg ran te de la familia vive en
otra ciudad, escribe, con m u ch o esfuerzo, u n a carta p o r sem ana, los
dom ingos. Los p arientes o los amigos íntim os q ue se han m udado a
otra localidad sólo m an d an u n a postal p ara Navidad, a m enos que haya
alguna celebración especial en la familia. Pero cuando vuelven a vivir
a su lugar de origen, la relación se reto m a com o si n u n ca se hubiese
interru m p id o . Y si p o r casualidad se e n c u e n tra n dos antiguos vecinos
en el centro de la ciudad, te n d rá n chismes p ara contarse como cuando
vivían cerca.
Las pocas personas de confianza que van de visita a u na casa 110 acos­
tum bran a arreglar la cita con antelación. U na visita muy frecuente dirá al
152 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

retirarse “Nos vemos el m artes”, pero eso no quiere decir que se com pro­
meta a volver ese día, sino que an tes de ese día seguro que no p odrá pasar.
La llegada de parientes o amigos es tan previsible como el m ovimiento de
los planetas.
Todas esas costum bres son elem en to s q u e co ntribuyen a que el con­
cepto de la vida q u e tien e la clase tra b a ja d o ra se vea desde ciertas
perspectivas com o u n a especie de h e d o n ism o en el que la vida es, p o r
lo general, acep tab le en ta n to y e n c u an to las grandes p re o cu p acio n es
(las deudas, la b eb id a, las e n fe rm e d ad e s) se m an te n g an alejadas y
siem pre q ue haya m a rg e n p a ra “pasarlo b ie n ”. P ero es u n hed o n ism o
m o d erad o que se n u tre de la id e a m uy arraig ad a de que las grandes
recom pensas n o lleg arán n u n ca. A p rim e ra vista, la frase “¿Para qué
preo cu p arse?” p arece p ro d u c to de la trivialidad, p ero sólo los que
saben que van a te n e r m uchas p re o c u p a c io n es p u e d e n p ro n u n c ia rla
muy fre c u e n te m e n te . Lo m ism o o c u rre co n otras frases del m ism o
tenor: “Hay que m ira r el lado positivo”, “N o dejes de so n re ír”, “U n
poco de diversión n o le h ace m al a n a d ie ”, “La vida sin diversión no
tiene s e n tid o ”, “A provecha cad a día com o si fu era el ú ltim o ”, “N o se­
rem os ricos p e ro d isfrutam os de la vida”. P o r el contrario, la tacañ ería
es vista con m alos ojos: “No so p o rto a los avaros” o “Es más agarrado
que m u g re de ta ló n ”.
Así, el ho m b re jovial, ingenioso y gracioso goza de gran aceptación.
Hace chistes en el trabajo y así el tiem po se pasa más rápido: “Te hace
re ír”, “Es m uy cóm ico’’. O vende cosas en el m ercado y todos saben que
es un em bustero, p ero “nos hace re ír m u ch o ”. Es el hom bre de m ediana
edad, fornido, rech o n ch o y de cara re d o n d a que lleva en la m ano un
balón de cerveza e n las tiras cómicas y las postales. Es el verdadero héroe
de la clase trabajadora; el héro e alegre, n o el rom ántico. No es u n m u­
chacho buenm ozo, sino un tipo de unos 40 años que ha recibido golpes
en la vida y sabe cóm o esquivarlos. A la clase trabajadora siem pre le han
gustado los cómicos, com o lo indican los grandes protagonistas de los
espectáculos de variedades. Se inclina p o r los hom bres de tez blanca,
típica de los irlandeses, con u n h u m o r disparatado, y p o r las m ujeres de­
sinhibidas y vulgares, com o Nellie Wallace.
Algunos de los tipos más rústicos aún sobreviven. Hace poco com pré
en H ull u n periódico titulado Billy’s Weekly Liar (20a edición), que se pu­
blica en u n a ciudad de la otra p u n ta del país. Es un resabio del mismo
m undo de las postales cómicas. En esta publicación aparecen unos avisos
clasificados en brom a que dicen:
LA V ID A PLENA 1 5 3

Prefabricada de lujo
U 11 verdadero hogar. Camas con elástico, amplias habitaciones
(sólo hay que vaciarlas u n a vez p o r sem ana). Hermosas sábanas
y m antas...

O este otro:

s e n e c e s i t a : Voluntario para nuestro laboratorio de investigación

sobre laxantes. Trabajo relajado, se hace sentado. Prem io por


productividad.

Y u n a supuesta publicidad de detergente:

¡Restos de suciedad, m anchas, colores, botones y la ropa en su


conjunto desaparecerán! U sted se so rp ren d erá con el arom a a
heno recién co rtad o ... que acaba de atravesar el tracto digestivo
de u n caballo.

El lem a del diario es: “¡Sonría, carajo, sonría!”.


“Ríete y el m undo se reirá contigo”: la frase de Ella W heeler Wilcox
se h a reproducido en las paredes de innum erables salas de hogares ele
la clase trabajadora. Quizá las palabras ad o p ten u n sentido diferente del
que quiso darles su autora, pero de todos m odos representan u n conjun­
to de actitudes que siguen teniendo vigencia.

A las personas de la clase trabajadora, com o se sabe, les gusta apostar.58


¿Las apuestas son u n a reacción a te n e r que “tom ar las cosas como vie­
n e n ”, a darse cuenta de que con esfuerzo no logran dem asiado, a q u erer
obtener d inero rápidam ente, a librarse de un trabajo tedioso, a tratar de
ganar dinero con el m en o r esfuerzo? En las form as de apuestas para las
que se precisa cierto talento tam bién hay, com o lo h a n sugerido algunos
autores, placer generado p o r u n a de las pocas m aneras de expresión
personal que tiene la clase trabajadora. El h o m b re q ue tiene un “siste­
m a” p a ra las apuestas deportivas o las carreras se gan a el respeto de los

58 Los datos publicados en el Reporl o f llie Royal Gom m ission 011 Betl.ing,
L otteries an d G am ing (A péndice II, p. 150, tabla 6) indican qu e el
po rcen taje de hom bres de la clase trab ajad o ra qu e hacen apuestas deportivas
es m ayor qu e en otras clases, lo cual no quiere d ecir que, en pro m ed io ,
ap u esten m ás dinero.
1 5 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

dem ás, aunque los resultados de su “sistema” no se hayan com probado.


Lo adm iran com o a los futbolistas, porq u e “hace de su m étodo una cien­
cia”. Y detrás de todas las formas de apuestas, requieran o no cierto talen­
to, está la em oción de aprovechar u n a oportunidad en la que el acento
no está puesto tanto en el hecho de ganar sino en la “diversión” previa,
e n el intento. Hago hincapié en este aspecto porque creo que muchas
veces se piensa que las personas de la clase trabajadora se encuentran
más involucradas em ocionalm ente en las apuestas de lo que están en rea­
lidad. Por supuesto que hay casos especiales, pero p o r lo general eljuego
ocasional 110 tiene dem asiada im portancia (aunque en los últimos veinte
años las apuestas deportivas se hacen al m enos u n a vez por sem ana). A
partir de las estadísticas es fácil concluir que todas las semanas un deseo
neurótico p o r gan ar las apuestas se apodera de casi todas las familias de
la clase trabajadora, que el miércoles p o r la noche la mesa del com edor,
cubierta de papeles, es el centro de u na actividad febril y el resto de la
sem ana está dedicado a fantasear qué se hará con todo el dinero ganado,
que el sábado reina la depresión y p ro n to renace la esperanza en la pro­
babilidad de ganar la sem ana siguiente.
H abría que te n e r muy en cuenta la antigua creencia en el destino que
ya hem os m encionado - u n a creencia que persiste en la sección del ho­
róscopo que se publica hasta en los diarios más m odernos-, en las adivi­
nas de las grandes ferias y en las m áquinas de la fortuna de las localidades
costeras, en las m ujeres que leen la palm a de la m ano o las hojas en la
taza de té en cualquier barrio, en el Dream Almanac de Foulsham, en los
num erosos anuncios de tréboles de cuatro hojas y en el hada de Cornua-
lles Jo an the Wacl y su p rom etido, Jaclc O ’Lantern.
La p ru eb a de que la gente cree en el destino está en las cifras de ven­
tas y en la vigencia del Oíd Moore’s Almanac, que afirm a tener u na “venta
anual de tres m illones” de ejem plares y u n a historia que se extiende “des­
de 1699 hasta 1956”. La p o rtad a cabalística, que anuncia y exhibe “je ro ­
glíficos proféticos”, parece no h ab er cam biado m ucho desde el prim er
n úm ero, aunque en la actualidad incluye un aviso de los pronósticos de
apuestas del fútbol. En su interior, la revista trae predicciones según el
día de la sem ana o el cum pleaños en.letra pequeña, además de horósco­
pos de personalidades com o la del p residente Eisenhower.
En este ám bito, la palabra recu rren te, que aparece con m ucha fre­
cuencia, es “su erte”. La gente cree en la suerte y la admira. “Hay quienes
nacen con estrella y quienes nacen estrellados”; la suerte es u n a caracte­
rística congénita, com o ser inteligente o ten er buena vista. Hay cosas que
traen b u en a suerte, claro está, com o cruzarse con u n gato negro o tener
LA VIDA PLENA 155

el cabello oscuro, y la suerte va y viene en form a cíclica. Aun así, la idea


es que la suerte es algo con lo que u n o nace: “M ejor nacer con suerte que
con d in e ro ”, dicen cuando alguien gana u n prem io en una rifa y “Claro,
tiene su erte”, es decir, posee la cualidad. Incluso los que no han nacido
con “b u en a estrella” a veces tienen “suerte de p rincipiante”, o una “ra­
cha” de b u en a fortuna. Frases similares se escuchan en todos los estratos
sociales, p ero no con tanta frecuencia ni con el mismo significado. Para
la clase trabajadora, la suerte es tan im portante com o la perseverancia, la
inteligencia o la belleza; es un atributo que se debe aceptar. Las personas
saben adm irar las otras cualidades, pero le dan m ucha im portancia a la
m era probabilidad,de que alguien tenga la suerte de su lado. La expli­
cación pu ed e buscarse en el hecho de que cuando uno tiene una vida
tan lim itada en el plano m aterial, tiende a esperar un golpe de suerte re­
pentino. Pero además, existe una creencia en lo sobrenatural que tiene
siglos de antigüedad, según la cual se considera a la suerte no como una
recom pensa provisoria en concepto de adelanto de otras retribuciones
futuras, sino como algo que añade interés a la vida.
Píe ahí el motivo de la p opularidad de las apuestas. En los bolsillos y las
carteras de todos hay una gran variedad de cupones de rifas y sorteos, bi­
lletes de lote ría-y boletos del hipódrom o. Las apuestas se organizan para
cualquier acontecim iento y se espera que casi todos participen. Se acepta
que algún “raro ” las objete p o r razones m orales, pero es una aceptación
basada en la tolerancia y 110 en la com prensión del p unto de vista ajeno.
Desde luego, porque su opinión no es la de todo el m undo. Cuando los
organizadores de u n a rifa o un sorteo le dicen al que se opone “¿Por qué
no pruebas? Es divertido” o “Vamos, aním ate”, evidencian un aspecto
tan im portante para ellos com o lo es el que la otra persona objeta. Ahora
bien, si sospechan que el rechazo a participar es producto de la tacañe­
ría, dirán “Tiene m iedo de p e rd e r d in e ro ”.
U na publicidad de u n a casa de apuestas que, p or el estilo de la ilus­
tración y la decoración, evidentem ente apunta a la clase trabajadora,
m uestra a u n hom bre joven despreciado p o r unas chicas que se suben
a los autos de otros hom bres. En los cuadros siguientes, se puede ver al
hom bre, que parece un p obre becario que rechaza los placeres de la vida
y pasa todo el día estudiando y trabajando, llenando cupones de apuestas
en su casa. En el cuarto dibujo, después de ganar varios miles de libras, el
joven aparece conduciendo un veloz auto deportivo acom pañado de una
de las chicas del prim er dibujo, m ientras íos otros jóvenes van cam inan­
do con gesto am argado p o r la vereda. No niego que con algunos clientes
potenciales ese tipo de estrategia publicitaria pueda ser eficaz, pero para
1 5 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

la mayoría, el m ensaje es irrelevante. Es u n anuncio que describe una


sociedad m aterialista que p o n e el acento en el dinero. Sin em bargo, es
probable que las nuevas características del ju e g o -regularidad, centrali­
zación, grandes prem ios, expansión gracias a la enorm e presión publi­
citaria- vayan m odificando poco a poco la actitud. No tengo ninguna
experiencia p ersonal de las consecuencias que tiene para u na persona
ganar m ucho d in ero en el ju e g o ni de cóm o reaccionan los vecinos del
ganador. Hoy en día, para la mayor parte de la gente que conozco, ju g a r
es todavía com o “tirarse u n lance”, u n a o p o rtu n id ad para p robar suerte.
“Sería lin d o ” o “estaría b ien ” ganar algo; “Lo últim o que se pierde es la
esperanza”. Con el prem io se p o d rían com prar o h acer cosas que de otro
m odo serían im pensables, com o irse de vacaciones, o com prar u n lava-
rropas o abrir u n local p ara la hija soltera. Sería como probar un poco
del lujo soñado, p ero eso no significa que la gente se desespere cada
sem ana p o r recibir u n golpe de suerte.

“la a s p id is t r a m á s g r a n d e d e l m u n d o ”: in c u r s io n e s

EN EL “ BARRO CO ” 59

La buena vida no consiste sim plem ente en “tom arse las cosas como vie­
n e n ” o “h acer lo m ejor que se p u e d a ”, sino en tratar de conseguir ese
ingrediente “ex tra” que se necesita para vivir u n a vida con mayúsculas.
La mayoría ele las personas de la clase trabajadora no trata de ascender ni
está disconform e con su vida, sólo quiere te n e r u n poco de dinero extra
para p o d er ciarse algunos gustos. Y esto se sabe desde chico. Como ya he
com entado, a los niños ele la clase trabajadora que ganan algo de dinero
no se les pide que colaboren con los gastos de la casa. Ese dinero se lo
quedan ellos. A los adultos no es com ún que les sobre y, si sobra algo,
es poco y sólo alcanza p a ra com prar pescado con papas fritas un día de
semana, p o r ejem plo. Pero esas pequeñas cosas le dan a la vida un poco
de gracia y alegría; se sale de la ru tin a im puesta, la de fichar la taijeta en
el trabajo, las com idas e n familia, la lim pieza de la casa o las reparacio­
nes dom ésticas. C om o la ru tin a laboral no adm ite m uchas variaciones y
casi siem pre viene d ad a desde afuera, la actitud fren te a los actos libres
y privados ad q u iere u n cariz especial.

59 H e to m ad o p restado el térm in o de English Popular Art, de L am bert y Marx.


LA V ID A PLENA 1 5 7

Por eso, “U n poco de diversión no le hace m al a n ad ie”, “U na vez que


salgo me voy a divertir”, “La vida hay que vivirla”, “Hay que divertirse
como Dios m an d a”. En todas esas frases, que aú n hoy se siguen diciendo,
hay una n o ta que n u n ca se h a apagado en la vida de la clase trabajado­
ra inglesa clesde la Com adre de Bath, que resu en a en los bufones de
Shakespeare, en D oña Prisas y en la criada de Julieta, en Molí Flanders y
en los espectáculos de variedades del siglo XIX. H a perdido algunos de
sus antiguos ecos pero conserva más de su estridencia primitiva y m un­
dana de lo que se cree.
El m ejor ejem plo que se me ocurre de la supervivencia del antiguo espí­
ritu es una em pleada dom éstica que conocí a finales de los años cuarenta.
Parecía salida de la canción “Knees up, M other Brown”. Y su atuendo, ad­
quirido en u n local de venta de ropa de segunda m anó. Usaba u n a blusa
y una falda m ugrientas y encima, u n a vieja capa im perm eable del ejército
por cuyo orificio salía u na cabeza que bien p o d ría haber pertenecido a
una de las brujas de Macbeth. Debía ten er entre 40 y 50 años, así que 110 se
puede decir que la edad no se le notara en la cara, p ero tam poco era vieja
ni se la veía “decrépita”. Estaba algo arrugada pero no dem acrada. Era
evidente que había trabajado m ucho y que 110 se había ocupado de su as­
pecto; m ostraba las marcas que dejan la improvisación, la obstinación, la
lucha solitaria y las bravuconadas. T enía un defecto en el ojo izquierdo y
el labio inferior caído de un lado, lo que le daba un aire altanero. Pero se
trataba de u n a altanería contam inada p o r el m alhum or, incluso cuando
estaba contenta. El pelo, de color castaño arratonado, le caía en m echo­
nes desordenados debajo de u n viejo som brero de fieltro encasquetado
de cualquier m anera en la cabeza y sujetado al cabello con una hebilla
grande, que tenía la cabeza de un negrito tallada en un extrem o, recuer­
do de un día en la costa, supongo. Los zapatos estaban descosidos, viejos y
muy sucios. Las medias de hilo se le caían form ando círculos debajo de la
rodilla. T enía la voz chillona, p roducto de años ele discusiones y de hablar
a los gritos. La m ujer no era viuda, com o todos suponían; el m arido esta­
ba internado en un hospital psiquiátrico desde hacía años y ella se ocupó
de m anten er a la familia todo ese tiem po. Su vida de casada com enzó con
tres días de licencia que pasó en su propia casa y term inó cinco o seis años
después, cuando “se lo llevaron”. En resum en, la m ujer de 40 y pico de
años tenía que arreglárselas ella sola con cinco hijos; cuatro, en realidad,
porque el de 18 estaba en el ejército. U na de las hijas tenía 14, era “bri­
llante” y había obtenido una beca escolar; el chico ele 10 se parecía a la
madre; la niñ a de 7 años padecía de varias enferm edades congénitas y la
de 4 estaba siem pre pálida y continuam ente resfriada.
J 58 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Todos los hijos iban siem pre en fila detrás de la m adre y se los veía
contentos, com o a ella. La m ujer tenía el carácter de un perro callejero;
lo digo sin ánim o de m enospreciarla. Siem pre luchó por sus hijos que,
au n q u e muchas veces le hacían p erd er los estribos, nun ca la habían de­
cepcionado. No tenía la intención de d ar lástima ni de ser com placiente;
110 era muy cuidadosa en ciertos aspectos que afectaban a los hijos y
se resistía a preocuparse o a tomarse la vida dem asiado en serio. A las
personas para las que trabajaba les pedía que “no les dijeran nada a los
G uardianes”, y cuando recibía algo de regalo, las m uestras de gratitud
110 eran la reacción que la caracterizaba. Si alguien le daba un vestido o
algún alim ento, lo aceptaba con u n “gracias” a secas. Sin duda, a m enudo
sentía que se conform aría con ten er sólo algo de lo que les sobraba a sus
em pleadores, pero era obvio que no les envidiaba la form a de vida. Las
jóvenes amas de casa de la clase m edia p ara las que trabajaba con m ucho
entusiasm o aunque con cierta torpeza p ro n to se dieron cuenta de que la
afectación social y los gestos condescendientes estaban fuera de lugar. La
verdad era que la m ujer tenía u n a vida más plena que la de muchas amas
de casa para las que trabajaba. Si tenía u n día libre, no dudaba en ir con
toda su prole a la ciudad balnearia más próxim a, que no le quedaba muy
lejos, p ara pasar u n día en treten id o que siem pre term inaba con pescado
y papas fritas p ara todos.
Quizá mi descripción sea u n a visión rom ántica de la criada que, desde
luego, no represen ta a la m ayoría pero tiene algunas de las cualidades
de los individuos de la clase trabajadora que p reten d o destacar de forma
algo exagerada, com o en u n a caricatura; p o r ejem plo, la capacidad de
no dejar que nada los altere y aceptar o rechazar las cosas como son y a su
m anera, o el entusiasm o que p o n en en sus actividades de ocio y recrea­
ción, au n en las circunstancias más desfavorables.

Esta actitud ante la vida requ iere que las actividades vinculadas con el
ocio —las artes decorativas, las canciones, lo que está fuera de la ru tin a -
tengan u n a extravagancia expansiva y m uy elaborada, “rococó”. Asimis­
mo, requiere lo que podría denom inarse (sin la intención de establecer
relación alguna con el período histórico) un estilo “barroco”, tal como
ilustran M argaret L am bert y Enicl Marx. Se inclina por la cornucopia,
p or todo lo que sea generoso y expansivo, que sugiera esplendor y ri­
queza p o r m edio de la abundancia y el exceso de color. Admira a O rien­
te p o rq u e es sinónim o de exotism o y sofisticación. Los perfum es deben
provenir de O rieíite; d u ran te años en las capillas se han organizado ba­
zares en lugar de ferias de artesanías (vaya com o ejem plo este cartel que
LA V ID A PLENA 1 5 9

he visto hace poco tiem po: “Banda de la Liga de la B uena Esperanza de


Hull. Fiesta del I o de mayo. A m bientación oriental. Miss Primavera: Sheila
Pugm ire”). Al igual que los teatros, los cines adoptan la m oda de los
nom bres con evocaciones orientales, y en general sugieren u n esplendor
que pu ed e ser asiático o europeo, pero jam ás m odesto. Los porteros de
los cines y los teatros parecen generales de Ruritania; las fachadas del
Plaza, el Palace, el Alham bra, el Re gal, el Embassy o el Rex rivalizaban a
lo largo ele la calle principal. La opulencia de los relatos que publican las
revistas populares muchas veces está en sintonía con estas cualidades; los -
magnates orientales son muy admirados.
Retom o aquí un aspecto que me interesa exam inar con mayor pro­
fundidad. En el interior ele la casa, sobre los m uebles, hay infinidad de
objetos cuyo principal encanto es el color estridente y la sugerencia de
esplendor. Las formas más antiguas rozan lo grotesco y las nuevas pare­
cen versiones degradadas, p ero la tradición se m antiene. El em papelado
tenía u n cartel que decía “N ovedad” en la tienda clónele fue adquirido,
pero el estam pado y los colores son tan llamativos com o los antiguos. Las
vasijas de siem pre y los caracoles decorados ya no se ven tanto sobre las
chim eneas, y sólo unas pocas parejas jóvenes com pran alfombras hechas
con hebras ele u na gran variedad de colores chillones, pero los reem­
plazos no son m enos estridentes. No es difícil adivinar que en cuanto
term inaran de com prar todos los m uebles funcionales que precisaban,
los m atrim onios ele la clase trabajadora se volcarían a adquirir muebles
decorativos lustrosos y muy ornam entados que se venden en tiendas con
carteles de n eó n .60 Como he m encionado anteriorm ente, ya no se ven los
exuberantes m acetones con aspidistras que, cuando se debilitaban, eran
tratadas con aspirina y té diluido. Pero las herederas de estas plantas,
que se ubicaban frente a la ventana, se expresan con el mismo lenguaje
em ocional y las flores del cantero exterior son las que proporcionan “un
poco de co lo r”. Las baratijas de plástico y las teteras con form a de cabaña
com binan m uy bien con las carpetitas y los visillos de encíye, los tapetes
tejidos al crochet, las tarjetas labradas de cum pleaños y ele Navidad, las
canastas de m im bre de colores para hacer las com pras y las masitas para
el té con form as y colores curiosos.

60 Los objetos decorativos brillantes provenientes de Francia eran muy


apreciados. Siem pre había alguien en el barrio que se dedicaba a hacer
m uebles artesanales en su tiem po libre. C reo que las m ueblerías que venden
m uebles m o d ern o s aún más brillantes les ro b aro n la clientela.
l6 o LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Muchos de los antiguos pasatiem pos de la clase trabajadora son de una


naturaleza similar. C uando se hacen m anualidades, los objetos no tienen
po r qué ser de colores com binados ni de diseños coherentes; lo que im­
porta es la ornam entación en sí. En realidad, los objetos con elem entos
más elaborados rep resen tan abundancia y, cuando esos elem entos apa­
recen repetidos varias veces e n el mismo objeto, son indicadores de un
gran talento. N orm alm ente, la g ente no tiene m ucha idea del potencial
que ofrece cada m aterial ni piensa en el propósito de los objetos. Pense­
mos en el elem ento grotesco de los adornos de porcelana calada, la sede
del Parlam ento h ech a con fósforos, las agarraderas de tela con apliques,
los juegos de té y los accesorios p ara p ó q u e r que se suelen regalar para
Navidad.

En la vía pública, y sobre todo en las zonas más transitadas de las ciuda­
des, el siglo XX ha dejado marcas de su esülo más despojado, en especial
en las oficinas de correos, las cabinas telefónicas, las paradas de autobús.
Pero en las zonas com erciales y de ocio de la clase trabajadora persiste
el antiguo lenguaje -c o n estilo actualizado-; p o r ejemplo, en las grandes
m ueblerías, en los súper cines, y en la d ecoiación de las vidrieras de las
tiendas de ro p a económ ica. Las ciudades tienen un a zona céntrica para
la clase trabajadora y u n a p ara la clase m edia. Geográficam ente están
unidas, se superp o n en , tienen elem entos en com ún, p ero cada u n a con
su atm ósfera particular. El centro pertenece a todos los grupos y cada
uno tom a lo que desea para d ar form a al suyo: calles preferidas, tiendas
populares (Wooley’s -W oolw orth’s - es la elegida p o r la clase trabajado­
ra), paradas de tranvía, zonas clel m ercado, lugares de entretenim iento y
confiierías p ara tom ar el té.
En la zona p ropia de la clase trabajadora, en las calles de em pedrado
desparejo en las que hasta hace poco no en trab an los coches, el m undo
sigue igual que hace cincuenta años. Es u n m undo desordenado, con­
fuso y barroco, pero de u n barroco descolorido. Las vidrieras m uestran
u na m araña indiscrim inada de baratijas; el m ostrador y todo lo que ten­
ga una superficie plana están llenos de taijetas de m edicam entos. Las
fachadas exhiben u n a m ultitud de pequeños anuncios de colores. Hay
cientos ele anuncios en distintos estados de conservación, y algunos tie­
nen varias docenas de otros anuncios pegados encima.
En las ciudades d o n d e siguen funcionando los tranvías, estos parecen
adecuarse más a los barrios de la clase trabajadora que a los distritos
“residenciales”. Con sus inverosímiles formas al estilo de Em m ett, sus
ruidos extraordinarios, que cuando pasan dos coches ju n to s recuerdan
LA V ID A PLENA 1 6 1

el barullo de u n parque de diversiones, el conjunto de pequeños anuncios


que em papelan él interior y las maravillosas hileras dobles de luces que
van encendidas p o r la noche, los tranvías son el m edio de transporte
que m ejo r rep resen ta a la clase trabajadora; son las góndolas del pueblo..
Todo eso funciona com o el telón de fo n d o de los actos concretos de
la vida barroca. La m ayoría de los lugares de recreación de la clase tra­
bajadora suelen ser masivos y m ultitudinarios. Todos quieren divertirse
al mismo tiem po, porque las sirenas de las fábricas suenan todas a la
misma hora. Así funcionan tam bién las ocasiones especiales - u n a boda,
una com edia navideña, una feria, u n a excursión en autobús-, en las que
además se supone que deb en desplegarse u n brillo y u n esplendor in­
usuales. En la m ayoría de los casamientos, las familias tratan de rep ro ­
ducir el esplendor asociado con la p ercepción de cónio vive la clase alta.
El en o m ie pastel de bodas está “b ie n ”, p ero el vestido blanco y el velo
muy elaborados son simples im itaciones de algo que, de ser auténtico,
costaría u n ojo de la cara. Las damas de h o n o r se visten todas iguales, con
pulseras delicadas, guantes largos de m alla abierta y grandes capelinas,
todo d e u n a calidad dudosa. Las bebidas co rren librem ente y las hay de
todo tipo, en especial, oporto.
Las ferias, al igual que los m uebles, m uestran signos de u n a m oder­
nidad deliberada. Los caballos de garbosa figura h an desaparecido,61 al
igual que los fantásticos órganos m ecánicos. Todos los años se sum an
nuevos sistemas de m egafonía, más grandes y más potentes, adem ás de
luces de colores al m ejor estilo Coney Island. Pero aquí tam bién los n u e­
vos materiales se adaptan a las viejas exigencias de m ucha elaboración y
exóticas com binaciones de colores, sonidos y movimientos. Las mismas
características se aplican a las instalaciones de los cam pam entos de vera­
no; cuando se observa en detalle el in terio r de las salas de uso com ún,
se ven las vigas de hierro y las rugosidades del techo, pero p ara llegar a
verlas hay que atravesar con la m irada un m o n tó n de árboles artificia­
les, un entram ado de símil m adera y unos deslum brantes candelabros
colgantes.
La costum bre más elocuente de todas es la del viaje en micro. Y es que
las excursiones en m icro son m uy populares en tre las personas de la clase
trabajadora y se han convertido en u n a de sus típicas actividades de ocio.
Algunos hasta h acen d e esas excursiones de u n día sus vacaciones, yendo

61 P ero ah o ra se han puesto de m oda com o a d o rn o s de época.


JL 6 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SO CIEDA D DE MASAS

erada vez a u n lugar distinto. Aún hoy, en los micros se suelen escuchar
cramitos com o este:

Me encanta disfrutar
a la orilla del mar.

L o s autobuses, que a veces p e rten ecen a un a im portante flota de vehícu-


1 os urbanos (aunque en la m ayoría de los casos son propiedad de pe­
qu eñ o s operadores locales), son com o los súper cines de la carretera. Si
p e rte n e c e n a u n a p eq u eñ a firm a que se especializa en excursiones para
pasajeros de la clase trabajadora, tienen tapizados ostentosos, detalles
crom ados en exceso, banderines en el techo, nom bres de fantasía y lle­
g a n encendida la radio a todo volumen. Todos los días durante el verano,
1 as rutas que aband o n an las grandes ciudades están pobladas de esa clase
«de vehículos que van ru m b o a la costa, casi siem pre llenos de pasajeros,
p u es el viaje es perfecto p ara las m adres que buscan un breve descanso
e n compañía, m ujeres de m ediana edad vestidas con sus m ejores atu en ­
d o s que desean ir a u n pub, u n club o a cam inar.
Las m ujeres se p o n en los ruleros la noche anterior, se calzan el corsé
«que guardan p ara los días especiales, se engalanan con un vestido de
flores y zapatos a la m oda. R ecuerdo que u n año, siguiendo la m oda y
salvo que el calor fuese insoportable, las m ujeres se ponían botas cortas
d e esas que tienen detalles en piel en la parte del tobillo pero no están
forradas. Se echan encim a toda la colección de accesorios que confieren
a la m ujer de la clase trabajadora, cuando se “p one las galas”, un aire
d e saturación y exceso: cosas en el cuello, algún a joya a la que le tienen
especial cariño, com o u n broche o u n cam afeo en el m edio del pecho, y
^ula cartera con hebilla a presión;.
Para llegar a la costa, los autobuses atraviesan páramos, pasan frente
a los bares que se levantan a la vera de la carretera y que m iran con des­
precio a los pasajeros de esos vehículos y se detienen en aquel local en el
que el chofer sabe que sirven b uen café con tostadas o quizá u n desayuno
completo con huevos revueltos y panceta.
Al llegar a destino, todos com en u n alm uerzo ab u n d an te y después
se dividen en grupos, p ero raram en te se separan dem asiado, p o rq u e
van a la zona de la ciudad y al trozo de playa en el que se sienten a
gusto. E n S carborough no pisan la zona n o rte p o rq u e es la que le co­
rresponde a la clase m ed ia baja, que va allí a pasar u na o dos sem anas
y alquila habitaciones en los cientos de casitas de color rojo. La elegan­
cia ed u ard ian a de carácter poco vivaz de la parte sur -d o n d e no hay
LA V ID A PLENA 1 6 3

playa sino u n m ar que sirve de espléndido m arco a la explanada y la


zona verde de los acantilad o s- se la dejan a los profesionales m aduros,
hom bres de negocios de W est R iding q ue ganan bien y llegan en sus
Rovers. Bajan p o r W estborough hacia el p u erto , d o n d e los judíos que
vienen desde Leeds para pasar el verano con cam ionetas llenas de ba­
ratijas se disputan el espacio con los bares de paredes azulejadas como
las de u n baño, que sirven pescado con papas fritas (“Pescado, papas
fritas, té, p an con m anteca: 3: P ro h ib id o ingresar con com éstibles”).
Aquí tam bién reina la m ism a acum ulación, el m ism o desorden, sólo
que e n u n grado m ayor al q ue están acostum brados a ver los viajeros, en
las zonas com erciales de sus lugares de origen. Dan u n paseo m irando
vidrieras, luego tom an algo fresco y se d e tien en a saborear un helado
o unos caram elos de m enta; se ríen m ucho, p o r ejem plo, de la señora
Jo h n so n luch an d o con los rem os y con el vestido sujeto en el elástico
de los calzones, de la señora H en d erso n , que dice que el cam arero gus­
ta de ella, o de cualquier cosa en la fila p ara e n tra r al baño. Tam bién
hay tiem po para com prar regalos p ara la familia, tom ar u n a suculenta
m erien d a y deten erse otra vez a to m ar algo d u ra n te el viaje de regreso.
Si van hom bres a la excursión, y m ás aún si es u n a excursión exclusiva­
m en te de hom bres, hay varias paradas y u n a o dos cajas llenas de bote­
llas de cerveza en la parte trasera del vehículo. Se d e tie n e n a m itad de
cam ino, bajan a orinar, h acen alboroto y gastan ruidosas brom as acerca
de la capacidad de sus vejigas. El co n d u c to r sabe qué esperan de él los
pasajeros m ientras lleva al alegre y am igable g rupo de vuelta a casa. A
cam bio, recibe u n a b u en a p ro p in a que u n o de los paszyeros recolecta
d u ra n te la últim a parte del viaje.

En esas ocasiones todos se divierten, se tom an un recreo. Es un recreo


breve p ero bueno, porque la vida en general es aburrida y m onótona.
A veces, la gente necesita h acer algo distinto, aunque las finanzas no lo
aconsejen. Esos m om entos de recreación evocan la bonanza y el esplen­
dor: los autobuses son “coches de lujo”, las excursiones son “fabulosas”,
las representaciones teatrales son “grandes espectáculos”; frases como
“muy m o d e rn o ” o “hacerlo a lo g ra n d e ” (donde “a lo grande” quiere
decir con el estilo que fantasiosam ente se atribuye a la vida cotidiana de
los q ue tienen dinero) apun tan a lo mismo. No creo que esto sea lo que
De R ougem ont describe com o “u n a vaga inclinación p o r los ambientes
de los ricos y las aventuras exóticas”, sino el puro disfrute de lo que fu­
gazm ente parecería ser el am biente de los ricos, que se disfruta aún más
precisam ente porque se sabe que es fugaz, sin que haya u na inclinación
1 6 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

hacia ello. No es tanto una expresión de deseo p o r lo m aterial y las pose­


siones com o la afirm ación elem ental, alegórica y breve de u n a vida m ejor
y más plena. Las características son básicas y concretas, pero revelan u na
actitud m ucho m enos m aterial.
Otras clases h an cam biado m ucho la expresión de sus gustos d u ran ­
te los últimos cin cu en ta años pero, en general, no h a sido así para la
clase trabajadora. La sim plicidad escandinava no le resulta atractiva;62
le im presiona el aire diplom ático del estilo más formal, sencillo pero
bueno y robusto de ciertas formas de decoración m oderna, aunque lo
consideran algo frío y serio. De todos los estilos actuales preferidos por
la clase m edia, el que más se acerca al ethos de la clase trabajadora es el
de la escenografía de las comedias de salón que representan la vida de
quienes viven en las afueras, don d e ab u n d an los tapizados floreados y
los adornos de m etal brillante. Pero el que les resulta más caro es el de
la próspera clase m edia del siglo XIX, el de la riqueza que se m anifiesta
en la profusión de adornos, en las líneas curvas y las tallas, en los diseños
llamativos: u n a mélange cuya coherencia viene dada p o r u n a abundancia
elaborada y dinám ica.

EJEMPLOS DEL A R T E PO PU LA R : EL CANTO EN LOS CLUBES

Algunas características de las canciones y la form a de cantar de la clase


trabajadora ilustran m ejor que n inguna o tra expresión los lazos con las
antiguas tradiciones y la capacidad para asim ilar y m odificar el m aterial
nuevo según sus propios gustos. Podría referirm e ahora a las grandes
orquestas o las bandas de m úsica p opular, a los festivales y los concursos,
que se h an celebrado d u ran te más de u n siglo. Hoy en día no es tan sen­
cillo lograr la co n tin u id ad de esas costum bres, pero aun así siguen exis­
tiendo unos ciento cincuenta mil músicos que form an parte de orquestas
y bandas en todo el país; y en el noroeste, en especial en Lancashire,
hay más dé doscientos grupos musicales. T am bién po d ría m encionar las
. fantásticas agrupaciones corales de W est Ricling o quizá la tradición de
los oratorios en las iglesias, que aún sigue viva. En las semanas anteriores

62 Los m u eb les de estilo “co n te m p o rá n e o ” q u e se venden en las tiendas


p ara la clase trab ajad o ra han sufrido g ran d es cam bios. C onservan las
líneas “c o n te m p o rá n e a s” p e ro son elaborados, av ece s exagerados en sus
características “co n tem p o rán eas”.
LA V ID A PLENA 1 6 5

a la Navidad, no íbam os a la escuela dom inical que funcionaba en la


capilla m etodista sino que nos llevaban a engrosar las filas del coro que
cantaba en u n a de las obras preferidas, El Mesías. Los dom ingos, cuando
term inaba la escuela religiosa y volvíamos a casa a la h o ra del té, leíamos
u n cartel en la sobria p ared de ladrillos del edificio de la iglesia wesleya-
na, que estaba a tres cuadras de distancia y que decía que ellos tam bién
iban a volver a in terp retar El Mesías; asimismo, nos enterábam os de que,
para variar ese año, los m etodistas al otro lado del terren o baldío iban a
representar Judas Macabeo. Las congregaciones religiosas contrataban a
algún profesional para in te rp re ta r a los personajes principales, a veces a
u n costo considerable. Y todas se disputaban la participación de u n trom-
petista que era famoso en to d a la ciudad p o r sus magníficos obbligatos.
Pero lo más im portante de la obra era el coro, form ado p o r los fieles de
cada capilla, que se disponían en filas encabezadas p o r m ujeres de porte
generoso y hom bres im ponentes, según mi visión de niño; en conjunto,
rugían el “Aleluya” con u n a seguridad y una po ten cia que revelaba años
de experiencia en el canto a viva voz. R ecuerdo que, u na vez, los niños
de la escuela dom inical que form ábam os el in quieto coro que se ubicaba
al fondo no podíam os p arar de reím os de u n h o m b re de alrededor de
ochenta años, que cantaba com o u n p atriarca inspirado, tan posesiona­
do que cantó u n p ar de “aleluyas” de más con u n a voz que debe haber­
se oído incluso fuera del recinto, lo que lo hizo sentir muy incóm odo
y avergonzado. Con los años, m uchos de mis com pañeros siguieron la
misma tradición cantora. Todavía hoy creo que sería posible encontrar
m edio cen ten ar de personas en cualquier grupo de la clase trabajadora
de H unslet que p o d rían cantar conm igo el “Aleluya”.
De todos modos, es la música popular no religiosa la que representa el
gusto de la clase trabajadora m ucho m ejor que las bandas y los coros de los
oratorios. No m e refiero al jazz y las distintas variantes q ue surgieron en los
últimos treinta años. Pienso, en cambio, aunque n inguno de los ejemplos
que proporciono en este capítulo es u n m ero inventario de los elem en­
tos que me interesa caracterizar, en el tipo de pieza que se publicaba en
cancioneros como los que venden en algunas librerías63 o en W oolworth’s
(McGlennon’s Record Song-Book: 90th Edition, The Magazine of Song Hits: The
Corred Lyúcs ofThirty Songs; The H it Parade, One Hundred Songsfrom Lawrence

63 Son, quizá, las versiones m odernas de las “canciones largas” que se


an u n ciab an y se vendían p o r la calle al grito d e “1 p e n iq u e las 3 yardas” en la
é p o ca victoriana.
l6 6 LA C U LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Wright). En esos libritos figuran las letras, sin la música, de entre veinte y
cíen canciones viejas y nuevas, todas mezcladas. “Abide with m e ” puede
venir antes de u n a canción m oderna cuya letra habla de Inglaterra; des­
pués está “Bird in a gilded cage” y a continuación una canción rom ántica
moderna o u n a sobre los niños de C haring Cross Road o de los Estados
Unidos, como “I saw Mummy kissing Santa Claus”. Pienso tam bién en las
cosas que se escuchaban en Workers’ Playtime y Works’ Wonders, aunque no
en los interm inables, aburridos y azucarados programas dirigidos a los tra­
bajadores, que no surgen de ellos sino de u n m undo de productos hechos
para ellos. En particular, me refiero a las canciones que se interpretan en
pubsy clubes y, más concretam ente, a la costum bre de cantar en los clubes,
porque acerca del hábito de cantar en grupo en los pubs ya se ha escrito
bastante,64 y es difícil distinguir nuestras reacciones auténticas de las que
pretenden generar los anuncios de cerveza. Al día de hoy no hay estudios
de las costum bres de los hom bres de la clase trabajadora que se reúnen en
clubes que dem uestren la autenticidad de la figura legendaria del hom bre
bueno, honesto y sensato que va a beber u n a cerveza.65.
R egenteados de form a ind ep en d iente, aunque afiliados a la U nión de
Clubes e Institutos de Trabajadores, los clubes surgieron hace casi cien
años con el objetivo de p ro p o rcio n ar diversión y algo de educación a los
hom bres de la clase trabajadora, de ofrecerles u n lugar para conversar,
leer y ap ren d er. El aspecto educativo sigue vigente, pero sólo en lo for­
mal. Asimismo, se gestionan algunos planes de consum o y residencias
para personas convalecientes. Para la clase trabajadora cum plen las fun­
ciones de clubes y pubs a la vez. A los obreros les gusta ir a los clubes más
de lo que se cree. Hoy e n día existen más de tres mil clubes de este tipo,
que cu en tan con más de dos m illones de asociados, de los cuales unos
doscientos m il son m ujeres. La cuota anual es de 10 chelines y el control
lo ejerce u n a com isión electiva, m ientras que la gestión del día a día está
en m anos de u n em pleado de tiem po com pleto. Los socios están orgullo­
sos de que sus clubes no tengan “fines de lucro”.

64 H ab ía u n p ro g ram a d e la BBC q u e se llam aba Club Nighl,


65 Los au to res del E studio de Derby (pp. 63 y 72) observan que p o r cada 4
cines hay 3 de esos clubes en todo el país. Calculan que la cantidad d e socios
equivale a 1 de cada 7 trabajadores. C reo que la p ro p o rció n es m u ch o mayor
en las zonas que son objeto de m i análisis en este ensayo. Hay m iem bros de
otras clases en esos clubes, p ero en los distritos estudiados, constituyen una
p e q u e ñ a m inoría.
LA VIDA PLENA 1 6 7

Los trabajadores van al club a beber, y p o r lo general allí la cerveza les


cuesta m enos que en u n pub. Pero ese no es el único atractivo, porque
suelen pasar u n b uen rato, en especial los días de sem ana, y sin gastar
m ucho. Charlan con los amigos, ju eg an a arrojar dardos o al billar, a las
cartas o al dom inó; a veces les toca el prem io de u n a rifa; beben un balón
o un p o rró n de cerveza. N aturalm ente, los fines de sem ana beben más y
se respira u n aire de jovialidad; todos “la pasan b ien ”. El establecimiento
contrata músicos para los fines de sem ana, y en especial al recital del
dom ingo van com o invitadas las esposas de m uchos socios; para ellas, el .
am biente del club es “muy agradable”.
La mayoría de los socios son hom bres casados de más de 25 años; casi
todos parecen mayores. No estoy seguro de que esto quiera decir que los
clubes están perdiendo el atractivo para la generación más joven; quizá
signifique que siem pre han sido el lugar de reunión de hom bres no tan
jóvenes que ya han pasado la época del noviazgo y los prim eros años del
matrimonio. Muchos son socios y algunos Van siem pre, pero los que tienen
entre 18 y 25 años “andan detrás de las chicas” y consideran que el club,
aunque váyan de vez en cuando, es algo anticuado. D urante los primeros
años de casados, en especial antes de que nazcan los hijos o si la esposa tra­
baja, la pareja suele ir al cine, u n a costum bre que se conserva de la época
del noviazgo y uno de los placeres de nuestros tiempos para los jóvenes
que disponen de algo de dinero para gastar en actividades de ocio. Por el
contrario, el club les parece u n poco aburrido; m uchos clubes situados en
los barrios más antiguos funcionan en edificios deteriorados y el interior
no está tan cuidado com o el de la mayoría de los pxibs. Para el m om ento
en que la pareja tiene que enfrentarse con la parte más dura de la vida
de casados, el m arido ya ha adquirido la costum bre de ir al club bastante
seguido. Quizá sigan yendo los dos al cine, pero con m enor frecuencia, y
pronto se parecen a los demás m atrim onios de su edad. A doptan, con muy
pocos cambios, las tradiciones de las personas de su entorno que tienen la
misma edad. Pese a los cambios, después de unos pocos años de casados,
la mayoría sienta cabeza, aunque en la actualidad esa prim era etapa se
extiende en algunos casos a unos pocos años más; aun así, norm alm ente
tarde o tem prano llega el m om ento de asentarse siguiendo la tradición.
Los espectáculos del fin de sem ana varían en tre núm eros m enores
y otros que se prom ocionan com o teatro de variedades. Conservan las
formas de épocas pasadas; hoy se presentan cantantes rom ánticos (de
ciertos tipos), pero en general las actuaciones conservan un aire de los
tiempos de los espectáculos de variedades con características circenses.
Hay todo un m undo de artistas semiprofesionales, hom bres y mujeres
1 6 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

que aum entan sus ingresos habituales actuando en clubes; van de u n o a


otro establecim iento de la ciudad cuando se vuelven conocidos y, si son
buenos, arm an u n circuito en las ciudades industriales en u n radio de 50
kilómetros. U n anuncio típico diría:

Freddy Eames (Sheffield) barítono


Bill Wilson (D oncaster) piano
Y el regreso de la p o p u lar
Eileen Jo h n so n (Leeds) soprano

En los núm eros artísticos a veces aparecen com ediantes o ventrílocuos,


pero lo más im portante es el canto, tanto de artistas individuales como de
grupos. Además de las estrellas que cobran p o r los conciertos y, en espe­
cial en las veladas de “V enga a can tar”, están los que cantan bien pero que
en lugar de cobrar tom an gratis las cervezas que les paga el club o algún
socio. La mayoría de los clubes tienen u n o o dos socios que cantan bien
y están dispuestos a colaborar para que los concurrentes se diviertan. Si
no tienen a alguien que sepa tocar el piano, siem pre encuentran u n a per­
sona que quiera tocar toda la noche p o r algo de dinero y unas copas. La
música no se detiene casi nunca; u n a m elodía se funde con la siguiente.
El pianista toca de oído y raram ente se equivoca cuando in terp reta una
canción popular. D urante la actuación, continúan la charla y las risas, los
gritos ocasionales y el ruid o de los vasos, con la m elodía del piano como
música de fondo. A veces alguien se p o n e de pie y se dirige al piano,
probablem ente p o r ped id o de sus amigos. Se oye la voz de los cam areros
que dicen e n voz alta “¿Qué se va a servir?”. De p ro nto todos callan, m iran
hacia donde está el p ian o y el cantante in terp reta su prim er tema.
La m an era de can tar es tradicional y tiene unas características bien es­
tablecidas.66 D ebe transm itir em ociones p ero n o ser dem asiado personal
ni melosa; tiene que sugerir u n a em oción p ro fu n d a (por la traición de
un.am or, p o r ejem plo) p ero sin llegar a ser sentim ental. Con los cantan­
tes rom ánticos, y en especial con los exponentes más m odernos que in­
terp retan estilos provenientes de los Estados U nidos, uno se sum erge en

66 Esta característica está relacionada em ocionalm ente con el "cantante


callejero ” que describe W. H . Davies en The Aulobiography o f a Super-Tramp,
cap ítu lo 23 (L ondres, Fifield, 1908) (citado con autorización de H. M.
Davies). El “can tan te callejero” aconseja: "Alarga m ucho las notas graves
y aco rta las agudas, que son m ás difíciles, com o si te cliera u n espasm o”.
A gradezco la refe ren cia a R. N ettel.
LA V ID A PLENA l 6 g

el m undo de la pesadilla íntim a; los cantantes de los clubes transm iten


emociones sobre experiencias personales que todos viven y com parten
en cierta m anera. La form a de can tar es, entonces, más abierta. Tam ­
poco es exactam ente el estilo de la artista que se expresa con gestos y
tiene que darlo todo en “Jealousy”, con todos los focos puestos en ella. El
estilo es emotivo p ero las circunstancias - e l salón enorm e, las hileras con
cientos de p erso n as- requ ieren u n a representación algo superficial, u n a
simplificación que adopta la form a d e u n a pincelada de em ociones cari­
caturizadas. Así, en los grandes espacios públicos adonde acude la clase
trabajadora p ara divertirse, los cantantes desarrollan u n estilo con carac­
terísticas de “m o n tañ a rusa”: la voz sube y baja en u n a am plitud enorm e
para cantar los versos de u n ex u b eran te viaje emotivo. Algo de todo eso
se percibe en el estilo de los cantantes de clubes y pubs, p ero reducido
- a una escala.m enor, más dom éstica; es la “m o n tañ a rusa” adaptada para
su uso en salas de u n tam año m oderado. Todas las frases emotivas se
alargan; es el equivalente verbal de la fabricación de pirulines, en la que
se estira la m asa dulce y pegajosa hasta que alcanza u na longitud sorpren­
dente y luego se la corta; hay u n a pausa al final de cada frase sentim ental,
antes de la intensidad exagerada que preced e la siguiente. El efecto se
potencia co n el tono nasal, que es m enos m arcado que en los cantantes
románticos. La característica más reconocible es la prolongación de la
última sílaba de las palabras más significativas desde el p u n to de vista
emocional, particularidad que, según creo, tiene que ver, p o r un lado,
con la necesidad de destacar cada m ilím etro de sentim iento d en tro del
ritmo y, p o r el otro, con el deseo de reforzar el p atrón de la declaración
emocional. El resultado es algo así:

T ú eres p ara miií la única m ujeeer


nin gu n a otraaa com parte mis sueñooos
[pausa, con trinos que toca el pianista antes de hacer un
recorrido com pleto p o r el teclado]
Algunos diraaán...

Y cuando llega el estribillo, com o es u n canto que denom ino “abierto”,


todos se sum an sin preocuparse p o r cóm o cantan. A unque el sentim ien­
to se desvanezca en poco tiem po, cuando com parten ese m om ento m usi­
cal, todos disfrutan de la calidez h u m an a y se sienten herm anados.
El pianista se rige inconscientem ente p o r consideraciones similares.
Como los asistentes p u ed en p edirle bises y le p o n e n los vasos de cerveza
sobre la tapa del piano todas las veces que él quiere, debe conocer a
1 7 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

la perfección el lenguaje interpretativo. Eso no sólo im plica que tiene


que cono cer las canciones q ue los presentes esperan que in terp rete y
saber cóm o tocarlas, sino tam bién que debe estar al corriente de qué
canciones están de m oda y, lo que es más im portante aún, cóm o tocarlas,
respetando las partes principales y transm utándolas para adaptarlas al
lenguaje propio. C uando se h a com pletado la transm utación, lo nuevo y
lo antiguo conviven en arm onía. Si bien lo nuevo constituye un aporte,
se integra en u n todo unificado em ocionalm ente del que form an par­
te canciones de los últimos cincuenta años. El pianista tiene que saber
cómo transm utar todas las m elodías en u n a serie de intervalos melódicos
simples, en un p atró n de ritm os sentim entales bien m arcados, y tam­
bién tiene que saber cómo sostener las notas largas, cóm o integrar los
trinos al final de cada sección (y d a r el pie para que el cantante pase a la
siguiente nota), cuándo pisar los pedales d e aproxim ación y de resonan­
cia, no com o lo exige la p artitu ra original sino como lo requiere la carga
em ocional del m om ento; debe p o d er elim inar las sutilezas y producir
un pulso fuerte bien definido. Yo percibo, si bien no tengo suficientes
conocim ientos musicales para estar seguro, que la form a de tocar tiene
m ucho en com ún con el vals antiguo: m etafóricam ente, es el pulso de
“un b u e n lam en to ”, de un sentim iento cálido e íntim o, de intensa nos­
talgia. Según creo, el estilo h a recibido la influencia, a veces sutil, a veces
potente, del jazz de la década de 1920; no podría afirm ar si los estilos
posteriores h a n tenido algún im pacto. E n u na p rim era aproxim ación,
puede p arecer que el sxuing h a ejercido alguna influencia, pero no es
así. Los patrones em ocionales del sxuing son parecidos a los estilos más
antiguos provenientes del vals. De hecho, el swing h a sido adaptado y
asimilado; u na canción m o d ern a de sxuing y u na m elodía antigua de vals
conviven perfectam ente. El estilo que se oye en los pubs más nuevos es
una excepción; estos establecim ientos p o n e n música de “estilo m oder­
no ” p a ra atraer a las parejas jóvenes. No obstante, en m uchos lugares
sigue vigente el estilo tradicional casi sin alteraciones. H ace unos meses,
escuché a un pianista ciego en u n pub de u n a ciudad industrial de West
Riding. Desde su rincón tocó, literalm ente durante horas sin parar, un
acom pañam iento para los m ejores sonidos del bar. Cada tanto, estiraba
la m an o hacia el lugar don d e sabía que le habían puesto su vaso. Pasaba
de las canciones de hace setenta años a los grandes éxitos de las últimas
com edias musicales estadounidenses sin solución de continuidad. Sin
duda, disfrutaba tocando, p ero no era u n individualista, un intérprete
individual; era, en cambio, u n participante -respetado e im p o rta n te- de
una actividad grupal. Detrás de la escena se vislumbraba el perfil de va­
LA V ID A PLENA 1 7 1

rias generaciones de músicos y cantantes populares del pasado; y el cie­


go, silencioso más allá de su piano, q ue tocaba la música que sabía que
todos esperaban, aportaba a la experiencia, a pesar del barniz m oderno
de parte del entorno, u n toque emotivo y arquetípico.

La canción po p u lar u rbana conoció sus m ejores años entre 1880 y 1910,67
cuando a las grandes estrellas del teatro de variedades las adm iraban tan­
to los chicos de los m andados com o los condes, y todos entonaban sus
canciones. M uchas personas que no p erten ecen a la clase trabajadora-
hoy las recu erd an , aunque com o algo pintoresco. Suelen afectar la voz
para que se asemeje a las voces de otra época y sienten que participan en
un interesante divertim ento que es a la vez arcaico, cómico, y nostálgico.
Algunos de esos temas se siguen can tan d o en. los clubes sin el tono
picaresco o afectado. Todos saben que están pasadas de m oda, pero así
surge la reflexión de que “no hay com o las viejas canciones para m elo­
días bonitas”, lo cual es verdad. T am bién es cierto, y esto vale para cual­
quier época, que u n p u ñado de com posiciones peí-dura y m uchas otras
pasan sin p en a ni gloria. Hay, asimismo, mezcladas con ellas, canciones
del mismo p erío d o provenientes de los Estados U nidos (como “Fll take
you hom e again, K athleen” o “Beautiful d ream er”, de Stephen Foster),
temas de la P rim era G uerra M undial y de los años 20. Las que se cantan
en las noches son, en su mayoría, de los últim os veinte años (adaptadas
al lenguaje vigente) y unas cuantas m elodías más antiguas.
Las canciones más antiguas se p u ed en dividir fácilmente en dos grupos
principales: las p rofundam ente emotivas y las burlonas y divertidas. Las
que parecen te n e r mayor vigencia en la actualidad son las de la prim era
categoría. Son canciones que todavía afectan a la mayoría de quienes las
escuchan; a las m ujeres las conm ueven hasta las lágrimas; baladas senti­
m entales (de distintas épocas), tales com o “If you were the only girl in
the w orld”, “Honeysuckle and the b ee”, “Silver threads am ong the golcl”,
“W hen your h a ir has tu rn ed to silver”, “For oíd tim es’ sake”, “Dear oíd
país”, “Little dolly daydream ”, “Bird in a gilded cage”, “Just a song at twi-
light”, “Lily o f L aguna”, “Roses o f Picardy”, “Danny boy”, “No rose in all
the w orld”, “My oíd D utch”, “T h e m in e r’s dream of h om e”, “You m ade
me love you” o “If those lips could only speak”:68

67 H e to m ad o algunos datos de They Were Singing, de C hristopher Pullíng.


68 Francis, Day y H u n ter, Ltd.
1 7 2 L A CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

Si esos labios hablaran


si esos ojos m e m iraran
si realm ente estuvieran
esas largas trenzas doradas.

Si p u d iera tom arte de la m ano


com o cuando tom aste m i nom bre,
p ero n o es sino u n bello retrato
en u n herm oso m arco dorado.

Las canciones picaras y alegres son las que canta la clase trabajadora
cuando se rehúsa a deprim irse sólo p o r p erten ecer a esa clase, cuando
quiere expresar a voz en cuello su confianza en sí misma. A esta cate­
goría p erten ecen las graciosas canciones de tem ática donjuanesca como
“Helio, helio, w ho’s your lady-friend?” (“No es la chica con la que te vi en
B r i g h t o n . “Wh o were you with last night?” (“Ay, ay, ay, m e sorprende
tu conduct a. . “Put m e am ong the girls” (“H azme el favor...”) y “H old
your h a n d out, you naughty boy”. Y tam bién viejos temas rústicos y trilla­
dos como “Two lovely black eyes”, ‘T m o ne o f the ruins that Cromwell
knocked ab o u t a b it”, “W here did you get th at hat?”, “My oíd m an said
‘Foller the van’”, “Any oíd iro n ”, “My little bottom drawer” y “O h, Oh,
A ntonio”. T am bién hay canciones tontas, que son simples excusas para
la diversión en grupo com o “Ta-ra-ra-boom-de-ay”, ‘Yes, we have no ba­
nanas”, “Félix” y “Horsy, keep your tail u p ”. D urante los últimos veinte o
treinta años, a este grupo se h an añadido “I ’ve gotsixpence”, “Roll o ut the
barrel”, “T he L am beth walk”, “Run, rabbit, r u n ” (de la Segunda Guerra
M undial), “Mairzy doats” y la canción de “B unch of coconuts”.
Así, m uchas personas de la clase trabajadora todavía cantan algunas de
las canciones que entonaban sus abuelos. No saben las anteriores, pues los
temas más antiguos pertenecen a los años de apogeo de los grandes cen­
tros musicales urbanos. No se sentirían a gusto cantando “My Bonnie lies
over the o cean ” o ‘Jo h n n y ’s so long at the fair” y dejan “Little brown ju g ”
y “T heré is a tavern in die town” p ara los niños exploradores y los estudi­
antes. R ecuerdo cóm o se heló el am biente en u n bar, como si dos policías
de civil h u bieran quedado al descubierto, cuando un conocido mío,
después de pagarle u n a copa al tipo que h abía cantado “Broken-hearted
clown”, lo invitó a tocar “C lem entine” para que todos lo acompañáramos.
Con el paso de los años, algunas canciones se han perdido, pero m u­
chas siguen form ando parte del repertorio. La distribución de temas an­
tiguos y m o dernos varía. En algunos lugares se oye decir que les gusta
IÍA VID A PLENA 1 7 3

escuchar “u n a canción de las viejas de vez en cu an d o ”. En otros lugares,


esas com posiciones constituyen u n cuarto del total de temas que se can­
tan en u n a noche. Pero aunque las canciones más m odernas son casi
siempre m ayoría en todos lados, cada u n a de ellas tiene que cum plir
con ciertos requisitos m elódicos y emotivos. Los dos elem entos van de
la m ano, pero yo diría que la m elodía, la m úsica, es ¡la más difícil de
encontrar: hay cientos con letras apropiadas, p ero sólo se adoptan las
que tienen u n a m elodía pegadiza. Si se cum p len las dos condiciones, la
m étrica p u ed e ser, o tal vez debe ser, de lo más simple. ,
Las canciones que no cum plen con los requisitos no tienen éxito, inde­
pendientem ente de la insistente prom oción de Tin Pan Alley. A veces, la
publicidad y la distribución a gran escala garantizan que una canción que
de otro m odo pasaría inadvertida despierte interés durante u n a o dos se­
manas, pero cuando se reduce la presión prom ocional, ¿i las condiciones
del m ercado n o son favorables, desaparece. Los grandes iacontecim ientos
públicos, com o u n a guerra o u n a coronación real, despiertan la producti­
vidad febril de los autores, que tratan de co m p o n er canciones alusivas; los
cancioneros de la época de la guerra están repletos de temas que destilan
orgullo patriótico, que h an sido olvidadas y cuyos autores querrían haber
compuesto algo similar a “T h e re ’ll always be an E ngland”. Los aconteci­
mientos m enos im portantes invitan a cantar canciones ligeras, superfi­
ciales y festivas. Al abrir cualquier cancionero de los últimos diez años,
descubrimos com posiciones olvidadas, que aluden a la conscripción o a
los cruces peatonales. Nacieron destinadas a m orir; no tenían la m elodía
ni el sentim iento popular necesario para te n e r éxito.
En los Estados U nidos se com ponen canciones con títulos tales
como “They n eed ed a song-bird in H eaven, so G od took Caruso away”
y “T h e re ’s a new star in H eaven tonight” (que alude a la m uerte de Ro­
dolfo V alentino). No sé qué suerte h a n corrido allí, pero en Inglaterra
parece que n o tuvieron m ucha trascendencia en tre la cláse trabajadora.
Yo diría que la causa va más allá de u n a m elodía inadecuada; se trata de
la falta de em oción suficiente. La form a de expresión em ocional no es
inusual; “Sonny boy”, u n a canción estadounidense que füe muy popular
en Inglaterra, habla de unos ángeles que se llevan a u n chico porque se
sienten solos. Pero Sonny no es u n chico e n particular; es u n niño sim­
bólico que está en la mism a situación que aquel que hace unos años ro­
gaba “Please, Mr. C onductor, d o n ’t p u t m e off the train ” o el que gritaba
“How m uch is th a t doggie in the window?” (al m enos los ingleses creen
que es un chico el que habla, aunque la letra com pleta parece indicar
que es un adulto que se dirige a C alifornia).
174 LA CU LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

DEn el m om ento en que escribo el presente ensayo, “How m uch is tfaat


doggie in the window?” y “Oh, my Papa” (adaptada de u na opereta suiza
e in terp retad a con u n lastim ero solo de trom peta) son las últimas cancio­
n e s que en traro n en el canon. Se suman a sobrevivientes de los últimos
veinte o treinta años tales com o “Shepherd of the hills”, “U nderneath
t h e arches”, “H om e on th e range”, “W e’ll m eet again”, “Brolcen-hearted
clown”, “I ’m dream ing o f a w hite Christmas”, “Jealousy”, “W hen you pla­
yee! the organ an d I sang the rosary”, “My sister and P’, “Love’s last word
is spolcen, chérí’ (la m elodía y las emociones son tan afines a los gustos
d e la clase trabajadora que no hay conflicto de nacionalidad), “Music,
M aestro, please”, “D inner for one, please Jam es” (en las dos últimas, la
m elodía y los sentim ientos vencen la diferencia de clases), “Souvenirs”,
“A u f W iedersehen”, “Wish m e luck as you wave m e good-bye”, “Cheating
h e art” (un cantante de la época que grabó una versión de este tem a se
volvió muy p o p u lar porque, según creo, com binaba los elem entos crudos
d e l estilo “m o n tañ a rusa” y las formas íntimas del estilo rom ántico) y “Pa­
p e r dolí”. La p rim era vez que escuché “Paper dolí”,69 fue en la apasionada
versión de u n cantante rom ántico muy famoso en los Estados Unidos.
Parecía difícil que pudiera te n e r éxito en el norte de Inglaterra, pero
d o s o tres años más tarde, u n aficionado local la cantó en un pub de Hull
e n una adaptación m uy bonita. En la versión estadounidense, los versos
“Q uisiera ten er u n a m uñeca que mía fuera / y no u n a chica de verdad
c o n la que nada tuviera” salían a gran velocidad y de form a contundente,
y e n la palabra final bajaba el volum en y las vocales se alargaban indefini­
dam ente. En Yorkshire, la canción era más lenta, el ritm o se aceleraba y se
lentificaba, y la palabra “chica” se adaptaba a la term inación prolongada
d e la últim a sílaba, práctica estándar de la región.
“I ’m sending a letter to Santa Claus”, que a veces cantaba Gracie Fields,
es un ejem plo de la clase de tem a que en cuentra p ro n to su lugar y lo con­
serva. La m elodía respeta la tradición, igual que la letra, y en los clubes
el pianista se regodea en los trinos de los compases que preceden a las
partes más sentim entales.
Está claro que esas canciones funcionan den tro de u n conjunto defini­
d o de convenciones. Podríam os dejar de lado las más evidentes del am­
biente en el que se in terp retan , porque son conocidas. Más im portantes
son los clichés de los m ovim ientos melódicos, com o los que anticipan
q u e se aproxim a u n a p arte sum am ente triste en un tem a que habla de

69 P e te r M aurice M usic Co., Ltd.


LA VIDA PLENA 1 7 5

un am or que se fue, o la sucesión de notas que suenan de un a determ i­


n ad a m anera en tre dos versos, y que brin d a u n indicio claro, incluso para
quien en tra en el club en ese m om ento y escucha solam ente esas notas,
de que la canción trata sobre la niñez.
Las cualidades m encionadas ilustran más que la pobreza imaginativa de
los autores que com ponen m ecánicam ente; ilustran una característica del
público parecida a la de las historias que publican Secrets y Glarnour que
ya hemos analizado. Las canciones son absolutam ente convencionales; su
propósito es brindarle al oyente u n abanico conocido de emociones de la
m anera más directa posible; no son creaciones, sino más bien estructuras
de signos convencionales para los campos emotivos que presentan. Las me­
táforas, lejos de toda com plejidad, constituyen u n a m oneda fija y objetiva
de poco valor nom inal pero reconocible en su propio territorio. No rega­
lan la sutileza y la m adurez que se aprecia en algunas canciones isabelinas.
Pero, aunque el público campesino de hace siglos fuera capaz de reaccio­
nes más sofisticadas, ¿acaso no es tam bién notable que.a la clase trabajado­
ra de hoy, después de cien años de vida dura y hasta desagradable en las
ciudades, le gusten tanto temas que, aunque simples, son, de todos modos,
admirables? “After the ball is over” es u n a composición melodramática; ni
siquiera es de creación popular como las baladas, sino u na canción comer­
cial adoptada p o r la gente; la adaptación a su propio lenguaje la convierte
en u n tem a m ucho m enos in trascendente de lo que p o d ría hab er sido.
Los temas son convencionales tam bién y sus fuentes se encuentran en el
amor, la familia y la amistad. El am or como un sentim iento cálido y perso­
nal, u n a com pensación p o r la falta de bienes materiales, que sigue adelan­
te a pesar de los problemas; el “am or verdadero” como u n bien más valioso
que el dinero o que la profusión de amantes (“Bird in a gilded cage” es
un claro ejemplo). Existe un fuerte interés p o r la traición en el amor, el
am or perdido p o r los celos, la persona abandonada por un am ante desleal
(“Broken-hearted clown”, “Love’s last word is spoken, chérT, “Jealousy” y la
casi “clásica” “O n with the motley”, de I Pagliacci) . Acerca de la fuerza de
la familia como tem a (‘T il take you hom e again, K athleen”, “H om e”:70 ‘Y
aunque la suerte se vaya / dulces sueños me traerán de vuelta [...] a casa)
no hay nada que agregar. Relacionada con este tema está la figura de la
m adre (“Silver threads am ong the gold”, “She’s an old-fashioned m other”,
“T hat old-fashioned m o th er o f m ine”, “She’s my m other dear”), sentada
en la casa como la personificación de todo lo que significan el hogar y la

70 Ibíd.
1 ^ 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

familia, o aun m uerta, cuidando con afecto a sus seres queridos. De ahí
pasamos a las canciones sobre el hijo que se fue al extranjero o que está
lejos de casa, sobre huérfanos o chicos en situaciones que causan ternura
(“My sister and I”, “I’m sending a letter to Santa Claus”) .
Las canciones que tratan el tem a de la am istad hablan de las relaciones
en tre vecinos, la lealtad, la conservación del vínculo a pesar del transcur­
so del tiem po, que im plica que la amistad, com o el am or, vale más que
el dinero o la fama. “C om rades”,71 u n a canción muy popular du ran te la
guerra anglo-bóer, se sigue cantando:

C om pañeros, com pañeros, desde que éram os pequeños


com partíam os las penas y tam bién nuestros sueños.
C om pañeros al d ejar atrás la infancia,
fieles y leales hasta en la distancia.
C uando el peligro acecha, cuando todo es demasiado,
mi q uerido co m pañero está siem pre a mi lado.

Del mismo ten o r son “F or oíd tim e’s sake”, “D ear oíd país” y (dedicada a
la esposa que adem ás es u n a com pañera) “My oíd D utch”. De la amistad
com o el tesoro más valioso a la necesidad de ser feliz y estar alegre aun­
que uno sea p obre hay u n solo paso, com o en la canción relativam ente
nueva “Spread a little happiness as you go by”. Además están todas las
canciones del segundo gran grupo, las de letras picaras y absurdas..
Pero la m ayoría son sentim entales y, en especial, tristes y nostálgicas.
“Es extraño el p o d e r que tiene la m úsica b arata” le dice A m anda a Eliot
en Vidas privadas, de N oel Coward,72 y, de hecho, es así, no sólo para la
clase trabajadora. No obstante, algunas m elodías son encantadoras y si
no se las distorsiona dem asiado cuando se las interpreta, p u e d en ser tan
emotivas com o las arias de u n a ó p era italiana. Como en ella, las cancio­
nes contienen una. carga em ocional lim itada y contundente, sin sutilezas;
pero activan los resortes de la emotividad. No sería ju sto descartarlas
porque son, com o afirm a Cecil Sharp,73 “simientes tóxicas, la corrupta
música callejera de corte vulgar”. Son vulgares, eso no se p u ed e negar,
pero no suelen ser auténticas. H ablan de sentim ientos genéricos, pero

71 Francis, Day y H u n ter, Ltd.


72 Acto I. T o m é la idea de They Were Singing.
73 Véase C. S harp, English Folksong. Some Conclusions. D efiendo las canciones
d e la desestim ación tajante q u e hace Sharp, p ero no creo que resistan u n a
co m p aración co n las canciones populares rurales.
LA V ID A PLENA 1 7 7

tienden a ser francas y expresivas. La m oral en la q ue se sustentan no


revela m aldad ni u n a actitud calculadora ni “am plia”; sólo se da la m ano
con u na cultura más antigua y generosa. No son cínicas ni neuróticas,
sino que se perm iten m ostrar las em ociones y no se avergüenzan de ellas
ni p reten d en exhibir u n a inteligencia sofisticada. Creo que esa puede ser
una de las razones p o r las que tantas canciones del pasado todavía siguen
vigentes: provienen de u n a época en la que era más fácil dejar fluir los
sentimientos.
Es esa u nidad de expresión em ocional lo que otorga u na gran libertad
de m ovim iento en tre distintos tipos de canciones.74 Así, las composicio­
nes religiosas - o las que así se co n sid eran - son populares, y u n cantante
puede pasar de u n a canción de am or a u n a de tem ática religiosa y luego
a una “clásica”, sin que nadie, incluido él mismo, advierta la incongruen­
cia. La atm ósfera emotiva prop o rcio n a la hom ogeneidad. Se podría de­
nom inar a este fenóm eno el “cam bio Gracie Fields”, po rq u e la señora
Fields es el dxponente más notable; pasa de u n a canción cóm ica de ba­
rrio a u n a “clásica” o u n a “clásica religiosa” com o “T he lost ch o rd ” (“Sen­
tado u n día frente al órgano / harto de todo y angustiado”) o “Bless
this hou se”75 (que expone el vínculo en tre la familia y Dios: “Bendice
esta casa, te rogamos, Señor / que esté segura noche y día con tu am or
[...] Bendice la llam a de nuestro hogar / que com o u n a plegaria parece
em anar”). Y luego canta “T he holy city” o “Ave M aría” o “T he L o rd ’s
prayer”. En la categoría religiosa se incluye tam bién “O h, for the wings
of a dove”, que tiene u n a versión m uy p o p u lar in terp retad a p o r un niño,
“All thro u g h the n ight”, “T he oíd rugged cross”, y el him no que p erten e­
ce más que ningún otro a la clase trabajadora, “A bide with m e”, que se
canta en partidos de fútbol y otros eventos públicos, y que m uchas amas
de casa piden que se cante en su funeral; m i m adre, p o r ejem plo, y mi
abuela tam bién, años después. Para ellas la letra ten ía u n enorm e peso
simbólico: Dios com o el padre, el cielo com o el hogar, y la m uerte com o
el fin de la larga jo rn a d a de trabajo que h abía sido su vida.
Esa es la clase de música de la que u n a persona de m i familia com enta
que “te hace q u erer renunciar a todo tu d in ero ” (adm irable ingenio de
la clase trabajadora: nunca tuvo dinero para gastar). Pero en ese mismo
grupo pondría “Danny boy”, las pocas m elodías de Tchaikovsky que había

74 Los com ediantes de variedades hacían algo parecido: cu an d o cerraban


u n n ú m ero con u n m o nólogo serio, qu e siem pre era bien recibido p o r el
público.
75 De H elen Taylor (con perm iso de la au to ra), Boosey a n d Hawkes, Ltd.
1 7 8 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

escuchado y quizá hasta “Now is the h o u r”, u n a canción secular que se can­
ta con u n a gran dosis de sentim iento casi religioso.76A diferencia de otros
tipos de canciones, las religiosas producen un a sensación vaga pero firme
d-e lo elevado, lo sagrado. Con todo, esto es sólo u n agregado a la sensación
general que com parten con todas las otras canciones sentimentales po­
pulares, las que hacen brotar lágrimas de los ojos; todas están atravesadas
p o r el mismo tipo de emoción. No es nada difícil com prender por qué las
orquestas de cuerdas de las películas y los enorm es coros angelicales que
cantan en la parte superior de las bóvedas de las iglesias “Fll walk beside
you”, ‘Y ou’ll never walk alone”, “I believe”, “My friend” o “Fm walking be-
h ind” tienen tanta aceptación, ni p o r qué la cám ara de eco, que da la idea
d e algo que está fuera de este m undo y a la vez de la intim idad del canto en
la ducha que nos hace pensar que tenem os buena voz, está tan extendida.
D el mismo m odo, es evidente el motivo p o r el cual la “íntim a arm onía”,
con su propuesta d e unidad y amistad, es tan popular y po r qué los estilos
d e canto m odernos más pegajosos son los sucesores naturales de aquello
a lo que m e he referido como “fabricación de pirulines” emocional. La
tradición de ca¡nto más antigua se está debilitando, sin duda, pero hoy en
día no es sim plem ente el rem anente de u n a forma previa, sino que en
cierta m edida se renueva y toma activamente lo que necesita de las nuevas
canciones.

¿En qué sentido se p uede decir que la clase trabajadora acepta o “cree”
e n ese tipo de canciones? Quizá yo haya descrito aquí u n a entrega de­
masiado emotiva, u n a creencia absoluta y directa en lo que transm ite la
letra y u n a com unidad que se siente u n id a p o r las lágrimas que corren
p o r las mejillas de todos.
Una visión sem ejante sería dem asiado simplista. En u n sentido, es ver­
d ad que la gente se tom a en serio las canciones, si con eso querem os
decir que n o las ridiculiza ni las ve com o algo pintoresco de otra época.
Todos, disfrutan de las buenas canciones com o “If those lips could only
speak” de la mism a form a en que las disfrutaban nuestros abuelos; quizá
sientan algo de nostalgia porque el tem a habla de u n tiem po en el que
estaban perm itidas las em ociones en todo lo vinculado con el am or y la

76 Las versiones de C |ara B utt d e este tipo d e canciones solían ser muy
p opulares. H ace ya m uchos años que no escucho grabaciones de su voz pero,
según recu erd o , era u n a co n tralto de p articu lar riqueza, y ese carácter denso
y atercio p elad o es lo que agradaba al público de clase trabajadora.
LA VIDA PLENA 179

familia. En el fondo, es algo parecido a lo que provoca una dam a o un


caballero de cierta edad de quienes se dice “Ay, hoy ya no se ve gente así”.
Por otra parte, la entrega a esas canciones, la creencia en ellas, no es
sin reservas. Subsiste a sabiendas de que estas canciones, sean viejas o
nuevas, son “m uy sentim entales”, lo que se expresa en la tensión que se
hace evidente a la hora de desacreditar canciones emotivas. En ciertas
canciones cómicas se exageran deliberadam ente las em ociones que nor­
m alm ente se aceptan. “T here was I, waiting at the ch u rc h ” es un ejemplo,
y “I never cried so m uch in all my life” es otro. O tras canciones similares
describen, con los movimientos em ocionales de costum bre, la familia y la
esposa que h an quedado atrás, y el últim o verso revela que el m arido se
fue po r su p ropia voluntad y no tiene la m en o r intención de regresar al
hogar. Pero los límites están definidos intuitivam ente: un a vez escuché a
un joven cantar su propia parodia de u n a canción popular sentim ental,
y el público no sólo no se rió sino que sintió, sin dem ostrarlo abierta­
m ente, que el m uchacho había caído en el mal gusto. En realidad, estuvo
más ordinario que vulgar; en lugar de reírse con afecto de las emociones,
las destruyó.
“Un corazón que siente” puede ser tierno y sentim ental, pero no debe
ridiculizarse. La m ayoría de las canciones expresan el “corazón que si­
ente” en la m elodía, los versos y la m anera en la que se cantan. Llegan
al alm a de la gente; transm iten valores que a todos les gusta cultivar.
La vida ah í afuera, la vida los lunes a la m añana, puede ser muy depri­
m ente. M ientras tanto, esos sentim ientos están bien, en la percepción de
la gente, “cuando u n o se los tom a en serio”. En el m om ento, las cancio­
nes dan ánim o y reconfortan y, sin duda, los sentim ientos que transm iten
perm anecen en algún rincón de la m em oria m ientras transcurre la rutina
poco sentim ental de los días de la semana.
PARTE II
Dar lugar a lo nuevo
6. Destemplar los resortes de la acción

De este m odo, puede llegar a establecerse u n a especie de ,


m aterialism o virtuoso en el m undo, que no corrom pería sino
que debilitaría el espíritu y destem plaría sigilosam ente los
resortes de la acción.
d e t o c q u e v i l l e , La democracia en América, libro II,

segunda parte, capítulo 11

INTRODUCCIÓN

En los capítulos precedentes m ostré cómo algunos elem entos


antiguos persisten en la vida de la clase trabajadora. E n mi opinión, el
rasgo más interesante es cóm o sobreviven las actitudes antiguas, para bien
y para mal, pese a todas las nuevas formas de dirigirse a la clase trabaja­
dora. Basta con recordar u n a vez más el enorm e éxito de W ilfred Pickles.
Su estilo es dem asiado “o rdinario”, dem asiado “to d o sjuntos”, “diamantes
en bruto pero corazones de o ro ” para mi gusto. Consiente a la clase tra­
bajadora del norte, haciéndose eco de sus ideas de que nadie es mejor
que ellos en m ateria de respuestas mordaces o de sólida sabiduría de la
calle. G ran parte del éxito de Pickles, sin embargo, tiene que ver con el
hecho de que su program a, Have a Go, constituye un foro en el que los
oyentes pu ed en expresar y ensalzar los valores que todavía adm iran. Esos
valores son, u n a vez más, simples y acotados pero, a pesar de la pedantería
que el program a parecería estimular, tienen im portancia para quienes los
aprueban. “H acer tratos honestos”, “ser buen vecino”, “m irar el lado po­
sitivo de las cosas”, “ser franco”, “dar u n a m ano”, “no quedarse estancado
y seguir adelante”, “ser leal”: todos estos ideales son bastante más saluda­
bles que los valores comerciales (soberbia, ambición, ser más que los co­
nocidos, la ostentación com o fin en sí mismo, el consumo ostentoso) que
se invita a la clase trabajadora a adoptar hoy en día. Y su persistencia no es
m eram ente form al ni está sólo en la cabeza de quienes adhieren a ellos.
1 8 4 LA CU LTU RA OBRERA EN L A SOCIEDAD DE MASAS

Me dedicaré ah o ra a analizar algunos rasgos de la vida contem poránea


que parecen alen tar a la clase trabajadora a ad o p tar nuevas actitudes o
a m odificar las viejas. C entrarse en los efectos probables de ciertos cam­
bios en las publicaciones y las formas de entreten im iento implica, p o r su­
puesto, aislar sólo u n segm ento d en tro de u n en tram ado vasto y com ple­
jo de cambios sociales, políticos y económ icos. Todos ellos contribuyen
a m odificar actitudes; algunos, sin duda, p ara bien. H aré hincapié en los
aspectos indeseables del cam bio, pues estos p arecen ser más evidentes e
im portantes en m i cam po de estudio.
Sin em bargo, será necesario reco rd ar u n a y o tra vez (y yo la traeré a
colación cuando sea p ertin en te) la evidencia de la prim era parte, por
cuanto las que se d en o m in an actitudes “más antiguas” y las que exami­
naré a continuación p u e d e n en contrarse al mismo tiem po en las mismas
personas. Los cam bios de actitud avanzan muy lentam ente a través de
aspectos distintos de la vida social. Se in co rp o ran a las actitudes existen­
tes y, en u n p rim er m om ento, parecen ser sólo formas rem ozadas de esas
actitudes “más antiguas”. Así, los individuos p u ed en vivir den tro de más
de u n “clima intelectu al” sin conflicto. A unque la naturaleza del “viejo
o rd e n ” pu ed e ser más evidente para los individuos de m ediana edad, la
atracción de lo nuevo tam bién les llega. Y, p o r el contrario, un joven que,
a prim era vista, parece típico de la segunda m itad del siglo ten d rá acti­
tudes que recu erd en a su bisabuelo. De ello se sigue que el éxito de las
ideas contem poráneas más convincentes depen d e de la m edida en que
estas consiguen identificarse con actitudes “más antiguas”.
Antes de analizar en detalle algunos rasgos característicos de la vida mo­
derna, puede ser útil seleccionar unos pocos elem entos del “clima intelec­
tual” y preguntarse cuán vinculados p u ed en estar (o parecer) con ideas
bien establecidas y a m en u d o valiosas. ¿Qué relación puede existir entre la
vieja “tolerancia” y las formas contem poráneas del concepto de “libertad”,
entre el viejo sentim iento de p ertenencia a un grupo y el igualitarismo de­
mocrático m oderno o (por más paradójico que resulte en principio) entre
el viejo sentido de la necesidad de vivir en el présente y la nueva voluntad
de “progreso”? ¿En qué sentido la “tolerancia” puede ser útil a las activida­
des-de los prom otores de los nuevos entretenim ientos? ¿De qué m anera
el escepticismo y el inconform ism o p u ed en convertirse en sus propios bo­
rrosos fantasmas? ¿Puede el concepto de “pasarlo bien mientras se p ueda”
porque la vida es d u ra p rep arar el cam ino para u n blando hedonism o de
masas? ¿Puede el sentido de grupo convertirse en u n conformismo enga­
ñosam ente atractivo y arrogante? ¿Puede u n a mayor conciencia de estos
valores tradicionales transform arse en u n a autoadulación destructiva? La
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 18 5

investigación, según se verá más adelante, tendrá como foco lo que podría
denom inarse “invitaciones a la autocom placencia”. Tam bién se analizará
la tendencia a u na especie de cinismo. Con el cinismo se xelaciona un sen­
timiento de pérdida que afecta a u n a pequeña m inoría. Sin embargo, se
trata de una m inoría im portante, p o r lo que dedicaré parte del análisis a
ese sentim iento, en particular en relación con los “desarraigados”.

En algunos aspectos, los tres conceptos estrecham ente relacionados de li­


bertad, igualdad y progreso todavía alim entan las ideas de u na mayoría,
sean o no miem bros de la clase trabajadora, en térm inos que serían más
compatibles con la opinión intelectual de mediados del siglo XIX que con
la del siglo XX. ¿Cuál es, p o r ejemplo, la naturaleza del atractivo de la idea
de progreso para la clase trabajadora hoy en día? Más allá de la situación
de otras clases sociales, gran parte de la experiencia de la clase trabajadora,
en especial durante los últimos cincuenta años, garantiza que la noción de
progreso siga siendo innegablem ente válida. El progreso como supuesto
se relaciona fácilmente con el pragm atism o y la esperanza tradicionales de
la clase trabajadora. Más específicam ente, las consecuencias del progreso
social, político y m aterial se hicieron evidentes a ella después que a la clase
media. Sólo en la segunda m itad del siglo XIX y los prim eros años del XX
las consecuencias de esos cambios golpearon a la p u erta de los hogares de
clase trabajadora, con la am pliación del sufragio, la posibilidad de acce­
d er a m uchas más com odidades matei'iales de las que se habían conocido
hasta el m om ento, los resultados de las leyes de educación y m uchos otros
avances. En las décadas siguientes se vio u n a m ejora genuina e im portante
en el nivel de vida de la clase trabajadora. Mi abuela y m i m adre habrían
tenido m uchas m enos preocupaciones en la vida si hubiesen sacado ade­
lante a la familia a m ediados del siglo XX. D urante toda su vida necesita­
ron, ni más ni menos, que más bienes y servicios básicos de los que tenían.
Al pensar en ellas, m e parece que asociar la actitud de la clase trabajadora
en relación con el progreso con u n a form a de materialismo, como hacen
algunos estudiosos, es restarle valor. Los trabajadores querían esos bienes
y servicios no po r codicia, movidos p o r el deseo de p o n e r sus manos en los
productos deslum brantes de u n a sociedad tecnológica, sino porque la fal­
ta de esos bienes y servicios hacía muy difícil que se p udiera llevar una vida
“decente”; sin ellos la vida era u n a lucha dura y constante para “m antener
la cabeza fuera del agua”, tanto en el plano espiritual com o en el económi­
co. Así, con u n lugar m ejor para asearse y u n equipam iento más adecuado,
habría sido posible m an ten er la higiene familiar, tal como indicaban las
normas del “decoro”. Ya no se oye hablar del h ed o r de u na m uchedum bre
1 8 6 LA CU LTU RA O BRERA EN LA SO CIEDA D D E MASAS

d e clase trabajadora. El progreso real era posible y constituía un objetivo


p o r el que valía la pena luchar.
Por eso, la idea de progreso todavía está presente en el habla com ún
form al de la clase trabajadora. La prensa popular, sin em bargo, se en­
cargó de llevar el concepto más allá de todo lím ite razonable. Por una
cantidad de motivos obvios, la noción de progreso siem pre h a sido (y,
presum iblem ente, siem pre será) adecuada p ara los propósitos del en tre­
tenim iento popular. Las presiones de la vida com ercial actual, compleja
y abarrotada, h acen que esa noción se am plíe hasta convertirse en un
anhelo d e “p rogreso” sin límites.
“El tiem po no detiene su m arch a”, dice la voz im paciente y em ociona­
d a del crítico de cine, y el redoblar de los tam bores y el estridente sonido
d e las trom petas d a cuenta de lo b u eno que es eso e n sí mismo. “Que el
gran m u n d o gire siem pre en las tintineantes ruedas del cam bio”, grita
el redactor de anuncios en la cum bre de la inspiración, utilizando la
m etáfora de Tennyson para expresar el clim a que con frecuencia desea
invocar. Los editorialistas de la p rensa p o p u lar se regodean con horizon­
tes lejanos, nuevos am aneceres, anchas avenidas, movimientos de avance
(progreso y abundancia) y m iradas hacia el futuro.
Una época se ve afectada, según se ha dicho alguna vez, no por las ideas
d e un pensador original sino p o r lo que se extrae de esas ideas una vez
que han sido tamizadas p o r mecanismos simplificadores y distorsionado-
res como esos. R ecuerdo haber leído este concepto p o r prim era vez en un
ensayo sobre la influencia de las ideas de Maquiavelo en la Inglaterra isabe-
lina. Tal vez se aplique incluso m ejor al m undo de hoy, donde el público ge­
neral es m ucho más num eroso que los intelectuales y recibe constantem en­
te información de algún tipo. No obstante, es im portante recordar que, en
la m edida en que las ideas afectan a la clase trabajadora, no la afectan como
ideas, n o se reciben ni analizan en el plano intelectual. Esto es cierto inclu­
so en u n a época en la que se supone que todos tenemos “opiniones”. Las
ideas se adoptan com o etiquetas recibidas (“Dicen que todo es relativo hoy
en día”, “Dicen que todo tiene que ver con las glándulas”) y se conservan
cuando resultan tan reconfortantes como las etiquetas antiguas (“Bueno,
todo es cuestión de suerte”, “Bueno, lo que tenga que ser será”) .
Las ideas que más usan los periodistas de la prensa popular son las que
contribuyen a que la audiencia sea receptiva a su p unto de vista. Cada una
de las tres ideas que trato en este capítulo ha contribuido en gran m edida,
en sus aspectos legítimos, a la introducción de mejoras muy necesarias
en la situación de la clase trabajadora. Como apunté antes, esas mejoras
eran deseadas y esperadas no sólo p o r razones materiales. Resulta irónico
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 18 7

que, en el presente, esas ideas, usadas indebidam ente, sirvan para tentar
a un a clase trabajadora, em ancipada en lo físico y lo m aterial, a adoptar
un p u n to de vista materialista.
Las tentaciones, en especial tal com o aparecen en las publicaciones de
masas, ap u n tan a la gratificación del yo y a lo que puede denom inarse
u n “individualism o grupal hedonista”. No quiero decir con esto que esa
tendencia sea com pletam ente nueva. Esas fuerzas no tendrían éxito si no
fuésem os todos proclives a p referir el cam ino fácil al difícil, y-los semiar-
gum entos simplistas que justifican la debilidad a los hechos concretos
que sacuden y resultan ofensivos antes que estim ulantes.
Sin em bargo, la sociedad contem p o rán ea h a desarrollado con una
habilidad notable las técnicas de m utua com placencia y. la satisfacción
a partir de lo “com ún y co rrien te”. Con la abolición de los m andatos
tradicionales o, según la creencia popular, su irrelevancia, los com unica­
do res, con sus grandes y nuevas m áquinas de persuasión, han ocupado
el terren o cedido y encontrado clientes en todas las clases sociales. Esto
es m uy im p o rtan te. Ju lien B enda hace u n a advertencia en ese sentido:

H ablam os del mal gusto de nuestra sociedad “dem ocrática”.


Con ello nos referim os a u n a sociedad en la que los gustos son
los de la gente o, al menos, los que esperam os que tenga la
gente (es decir, indiferencia a valores intelectuales, religión de
la em o ció n ). Con ello no pretendem os anatem izar ni canonizar
n in g ú n régim en político en particular. De b uen grado podría­
mos decir, con esa m ujer del siglo XVIII: “D enom ino ‘g en te’ a
todos aquellos que tienen pensam ientos ordinarios y abyectos:
la corte está llena de ese tipo de individuos”.77

Bien p o d ría ser, sin em bargo, que la clase trabajadora esté en algún sen­
tido más abierta que otros grupos a los peores efectos de los ataques de
los com unicado res. Q uienes hoy en día, después de la b u en a criba del
sistema educativo, realizan el grueso del trabajo que no es intrínseca­
m ente interesante y que exige el m ínim o esfuerzo crítico e intelectual
gozan de m ayor libertad política y económ ica que en el pasado. Tienen
más d inero para gastar y hay más gente capaz de asegurar su bienestar
provocando la m ínim a reacción posible. En m uchos aspectos de la vida,

77 Ju lie n Benda, Belphégor. essai sur l ’esthétique de la presente sociélé[ranf.aise,


citado en W yndham Lewis, Time and Western Man, pp. 292-293.
1 88 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

la producción masiva h a sido beneficiosa; culturalm ente, lo malo p ro d u ­


cido en m asa dificulta el reconocim iento de lo bueno. “Las necesidades
básicas”, las penurias más acuciantes de la vida de los trabajadores en
buena m edida se h an m origerado. La clase trabajadora tiene más liber­
tad, pero es la libertad d e u n a ho g u era de vanidades en la que se ofrecen
indulgencias a voz en cuello. E n co n trar el cam ino en sem ejante laberin­
to no es tarea sencilla, sobre todo p o rq u e los artífices del entretenim ien­
to son propensos a ahuyentar el p ensam iento subversivo de que afuera
puede hab er otros territorios, m enos bulliciosos.
Sin em bargo, en m uchos sentidos significativos, esas tendencias en­
cuentran cierta resistencia. E n aspectos de la vida privada, las personas
todavía p u e d e n re c u rrir a lincam ientos del pasado, y esa posibilidad afec­
ta la form a en que reaccionan ante las m últiples voces que les llegan
desde fuera. E n los capítulos siguientes, tom o de otros autores expresio­
nes de alarm a anteriores a la mía, algunas de hace más de un siglo. El
consuelo que b rin d an p u ed e prestarse a exageraciones, y sería erróneo
y peligroso concluir que nin g u n a de esas voces externas hace eco en el
interior y que, entonces, m i argum ento principal es débil. No obstante,
las advertencias del pasado im piden q ue nos apresurem os a ver la ru ina
y, al m enos en parte, nos dan aliento, pues nos recu erdan que, com o en
todas las clases sociales las personas pasan la m ayor parte de su vida esta­
bleciendo el m ínim o contacto con las fuerzas debilitantes del exterior,
el proceso de debilitam iento es m ucho más lento de lo que p o d ría ser.

TOLERANCIA Y LIBE R TA D

D ado que, p o r consiguiente, es inevitable para la gran mayo­


ría de los hom bres, si no p ara todos, el te n er varias opiniones,
sin pruebas fehacientes de su verdad, [...] convendría, pienso
yo, a todos los hom bres m a n te n e r la paz y los oficios com unes
de h u m an id ad y amistad en la diversidad de opiniones. [...]
Bien haríam os en tener p ied ad de n uestra ignorancia m utua,
y en p ro p o n ern o s elim inarla p o r todos los m edios gentiles y
justos de inform ación, en lu g ar de tratar mal a los demás, de
... considerarlos obstinados y perversos, porque no renuncian a
sus propias opiniones p ara ad o p tar las nuestras.
JO H N l o c k e , Ensayo sobre el entendimiento humano, libro IV,
capítulo 16, sección 4
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 189

La tolerancia no es lo contrario de la intolerancia sino u na


imitación falsa de ella. Las dos son form as de despotismo. U na
se arroga el derecho de im p ed ir la libertad de conciencia; la
otra, el de concederla.
t h o m a s p a i n e , Derechos del hombre, p arte I

Sería útil recordar, en prim er lugar, el conjunto de actitudes en el que se


incluyen la tolerancia despojada de idealismo, el pragmatismo, el tom ar la
vida com o viene, el hum anism o bien intencionado y el desagrado por las
objeciones basadas en principios (y no p o r motivos claros y “hum anos”).
Se supone que hay cosas que ninguna persona decente haría, y es bastante
fácil saber cuáles son. C uando se juzga más allá de esas actitudes, aparece
•la sospecha de “m oraliria” (que, claram ente, puede tener un costado sa­
ludable) y se pasa a u n conveniente registro m enos claro: “Hay que vivir y
dejar vivir”; todo está bien “en su ju sta m edida”; “No im porta lo que uno
crea si actúa de corazón”; “Sería aburrido q ue todos pensáram os igual”.78
El argum ento es que el concepto de la libertad individual sin límites,
tal com o se transm ite a la clase trabajadora p o r canales cada vez más su­
perficiales, confluye con la noción más antigua de tolerancia, la absorbe
y la lleva cada vez más lejos. No m e refiero al sentido de libertad social
que tiene la clase trabajadora hoy en día, a esa sensación que se traduce
en la ausencia de creencias sólidas en la im portancia de la aristocracia
y en la negación de las jóvenes de clase trabajadora a em plearse en el
servicio dom éstico, incluso sabiendo q ue las condiciones de trabajo son
a veces más ventajosas que en las fábricas. N o me refiero a la sensación
justificada de mayor libertad política y económ ica, aunque esta últim a
está relacionada con lo que tengo en m ente. Pienso más bien en cóm o
se transm ite el concepto de libertad, en la idea confusa pero firm e de
que los viejos m andatos p o r fin h an dejado de existir, de que la “ciencia”
ha reem plazado a la religión, de que la psicología justifica la “apertu ra
m ental” en su grado máximo.
Los com unicadores populares refuerzan, en u n tono sensiblero, la vieja
frase de que “después de todo, es h u m a n o ” con la idea de que “los cien­
tíficos nos d icen” que “las inhibiciones están m al”. Siempre fue reconfor­
tante pensar que lo que es naturalm ente libre tam bién es naturalm ente

78 A lgunas de estas frases m e vinieron a la m e n te con la lectura de Puzzlecl


People, d e Mass O bservation, pp. 83-84.
ig o LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

bueno; ahora sabemos que es así. De ahí a transform ar la libertad en jus­


tificativo hay un solo paso. Siem pre es “libertad de algo”; nunca “libertad
p a ra algo”. La libertad com o un b ien en sí mismo, no la base para vivir de
acuerdo con otros parám etros. Es fácil im aginar cómo se difunden estas
ideas en u na clase social que n u n ca antes se había sentido libre; es fácil
co m p ren d er la resistencia con la que h an de toparse quienes afirm en
q u e la libertad no es u n absoluto, que no es el “ser” sino la “base para
s e r”. Esa actitud beneficia los intereses de los órganos del entretenim iento
d e masas.
Así, el concepto de libertad se am plía hasta que se convierte en la
libertad de no ser nad a y, por cierto, de cuestionar cualquier cosa. El
ho m b re tiene la libertad de no elegir pero, si utiliza su libertad para
elegir y apartarse de la mayoría, será tildado de “cerrado”, “prejuicioso”,
“dogm ático”, “in to leran te”, “en tro m etid o ” y “antidem ocrático”. Nadie
despierta tanto recelo com o aquel que insiste en “hacer com paraciones”;
ese tipo es un aguafiestas. La pren sa popular, pese a haber convertido la
pseudopolém ica en su especialidad, detesta las controversias genuinas,
pues estas alienan (dividen y separan) a su público, es decir, sus clientes.
Lo que surge, entonces, no es la afirm ación de la libertad de ser apolí­
tico, ni su simple uso para salirse, com o respuesta a la confusión y el aba­
tim iento, de los gritos y las generalidades que asedian a todo el m undo
hoy en día. Es, en cam bio, u n a p ro fu n d a negación a com prom eterse más
allá del reducido terren o conocido de la vida. “Todo vale” está relacio­
n ad o con “vivir y d ejar vivir”, p ero lleva la idea aún más lejos; la m ente
abierta se transform a en u n abismo gigantesco. De este m odo, la toleran­
cia no es una actitud caritativa fren te a las fragilidades hum anas y las di­
ficultades de la vida cotidiana sino u n a debilidad, u na pérdida incesante
d e la voluntad de decidir e n cuestiones que trascienden el ám bito de lo
inm ediato y lo tangible. Basta con escuchar los viejos apotegm as sobre la
tolerancia y observar que vienen acom pañados de otros nuevos, inspira­
dos no tanto en la com pasión com o en la negación a adm itir que puede
juzgarse a cualquier p ersona p o r cualquier cosa, donde “cualquier p er­
so n a” quiere decir “todos”, incluidos nosotros. “Todo el m undo tiene
d erecho a ten er u n a o p in ió n ” es u n a frase que puede revelar fortaleza
o debilidad. Sin em bargo, cuando aparece siem pre rodeada de invoca­
ciones a la “ap ertu ra m en tal” y la “am plitud de m iras” (apertura p o r la
apertu ra misma y am plitud para n o provocar situaciones incóm odas por
el hecho de no estar de acuerdo con alguien), como ocurre hoy en día,
ya se sabe dónde está puesto el acento. La tolerancia de los hom bres
q ue son fuertes y están preparados para ponerla en práctica cuando sea
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 1Q1

necesario es u na tolerancia que tiene sentido. La tolerancia de quienes


tienen músculos fláccidos y espíritus holgazanes no es más que un “a mí
no m e toques”, disfrazado de acuerdo m editado. La verdadera tolerancia
es fruto de la fuerza, la creencia, la percepción de que la verdad es un con­
cepto difícil y el respeto p o r los demás. La nueva tolerancia es un signó de
debilidad y de pereza, de m iedo y recelo frente a los desafíos.
En esa situación, se acepta casi cualquier cosa sin objeciones. Pense­
mos en el rum bo adoptado p o r la prensa sensacionalista. A veces, las
noticias publicadas causan estupor. “Hoy en día hay gente que es capaz
de cualquier cosa”, se dice con u n a risita nerviosa. La frase no es conde­
natoria sino que, p o r el contrario, habilita y acepta cualquier cosa que se
haga. Es u na de las frases que m uestran la parálisis de la voluntad moral
que afecta a m uchas personas, consecuencia de la idea de que la libertad
no debe ser blanco de ataques jam ás. Detrás de ella vienen: “Después de
todo, no le hace daño a n ad ie”, “¿No haría uno lo mismo en su lugar?”,
“El ho m b re tiene que vivir”, “Bueno, le da dinero, ¿o no?”, “Bueno, es
gracioso, después de to d o ” y “¿Qué esperabas? De algo tienen que vivir”.
“Todo en su ju sta m edida” se transform a en “Está todo bien, siempre
que u n o tenga tiem po y ganas”. “No im porta lo que u n o crea si actúa de
corazón” va acom pañado de “No im porta lo que u n o haga sino cóm o lo
h ace”, u n a m áxim a m ucho más provocativa. Las viejas expresiones de
tolerancia coexisten con otras nuevas, de apariencia similar; las nuevas
producen la devaluación de las viejas, y ju n ta s se convierten en la más­
cara ritual de la negación colectiva a adm itir que la libertad tiene conse­
cuencias. T odo vale y todo vale lo mismo.

“t o d o el m undo lo h a c e ” y “t o d a l a b a n d a e st á a q u í”:

SENTIDO DE PERTENENCIA A L GRUPO E IGUALITARISM O DEMOCRÁTICO

H em os visto que el fuerte sentido de p ertenencia al grupo de la clase


trabajadora, puede expresarse com o la exigencia de actuar de acuerdo
con él. El grupo propo rcio n a u n en to rn o cálido y cordial; ofrece muchas
cosas para que la vida sea más placentera y más fácil de m anejar. Pero
tam bién despliega u n a serie de m étodos duros con quienes se burlan de
sus valores desde adentro.
En mi opinión, ese sentido de la im portancia del grupo, el predom inio
de la idea de que p erten ecer al grupo es lo correcto, se asocia con un
igualitarismo dem ocrático em ergente al que cada vez con más frecuencia
1 9 2 LA CU LTURA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

está subordinado. Ese igualitarism o constituye la base para las activida­


des de los com unicadores realm ente populares. Es cierto que existe un a
fuerte presión, ejercida especialm ente p o r los redactores publicitarios,
para vender en todas las clases las ram ificaciones del individualismo que
m antienen vivo el negocio de la publicidad, con el acento puesto sobre
todo en la “superación p erso n al”, la necesidad de “seguir avanzando” y
en la im portancia de “estar b ien d espierto”. No obstante, no hay dem a­
siada evidencia de q ue ese tipo de presiones en cuentre eco en la clase
trabajadora. A veces, a los redactores se les m ezclan los papeles y acaban
produciendo textos destinados al grueso de la clase trabajadora (y no a
la m inoría afectada p o r esas ideas) que apelan a supuestos más carac­
terísticos de oti'as clases. Pero, en térm inos generales, los mensajes son
extrem adam ente precisos. Sus autores ya h an tenido práctica suficiente
y fueron ad quiriendo seguridad con los años.
Señalar este fen ó m en o hoy en día no im plica descubrir, como si fuera
algo nuevo en la n aturaleza h um ana, que a todos nos gusta sentir alguna
vez (y a m uchos de nosotros, todo el tiem po) que giramos en la misma
dirección en q u e gira el m u n d o , que nuestras acciones se apoyan en
el consenso general.79 T am poco im plica olvidar la respetable tradición
del concepto de igualdad en E uropa O ccidental. Pero ese deseo com ún,
reforzado p o r u n igualitarism o desbocado, h a sido bastardeado con el
fin de conm over y persu ad ir en las revistas y los periódicos destinados
a atraer a la clase trabajadora alfabetizada d u ran te los últim os sesenta o
setenta años.
De allí surge la consabida p atrañ a del “hom bre com ún”, que presenta
formas cada vez m ás elaboradas: u n a adulación grotesca y peligrosa en
la que se ensalza al h o m b re en su versión más com ún y más corriente.
“Confía en la g e n te ”: todos somos iguales; todos tenem os voto. “Nadie
es m ejor que n a d ie ”; “La voz del pueblo es la voz de Dios” (para utilizar
un dicho de otras épocas). Así, de acuerdo con los publicistas, las acti­
tudes de u na p erso n a son tan buenas com o las de cualquier otra, pero

79 D ibdin, p o r ejem plo, c u an d o se refiere a la p ren sa de su época (fines del


siglo X V III), h ab la de “u n a especie de caballeros niveladores" (el destacado
m e p e rte n e c e ) y tam bién de los p recursores de n u estro sensacionalism o
artificial, q u e escriben “rim bom bantes descripciones de nim iedades que
o cu p an to d o u n p árra fo ”. En realidad, la p ren sa p o p u la r h a sido siem pre fiél
a sí m ism a a lo largo de los siglos; lo q u e cam bia es el ritm o. A gradezco esta
referen cia a R. N ettel, q u e m e perm itió el acceso a un m anuscrito in éd ito de
M usical Toar, ele C harles D ib d in (pu b licad o p o r'G ales, del Shéffiéld Iiegisíer,''
en 1788).
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA A C C IÓ N 193

quienes com parten la opin ió n de la m ayoría son m ejores que los pocos
individuos que piensan p o r fuera del grupo. Los periódicos populares,
que se identifican con “la g en te”, publican encuestas y cuestionarios so­
bre distintos temas con las respuestas de los lectores, y así convierten el
recuento de individuos en u n sustituto de la opinión.
Detrás de todo esto se apela a u n p rincipio radical que siem pre ha sido
central para la clase trabajadora. D etrás de la frase “Yo no soy m ejor que
tú ” se oye el eco de la afirm ación de u n a in d ep en d encia de espíritu que
se sustenta en esa igualdad de base, que no tolera las falsas expresiones
de superioridad y que en cu en tra apoyo en la sospecha de que, pese a
“toda esa cháchara sobre la dem ocracia”, “la gente co m ú n ” no le im porta
a nadie, “no tiene p esó”. Sin em bargo, ‘Yo no soy m ejor que tú ” puede
pasar de transm itir la idea de respeto p o r u n o m ism o a q u erer decir, en
u n registro más brusco, “T ú n o eres m ejor que yo”, el grito de guerra del
ignorante que 110 tolera el m e n o r desafío ni los ejem plos incóm odos. La
frase puede expresar la p etulante negación a aceptar cualquier tipo de
diferencia, tanto intelectual com o de carácter. U na de sus form as se ilus­
tra en los nuevos concursos de algunas publicaciones populares, en los
que el proceso para llegar a la respuesta correcta sólo p u ede ser fruto del
azar.80 T oda posibilidad de usar la cabeza o esforzarse queda descartada.
De hecho, en form atos más elaborados, todos los participantes obtienen
u n prem io. Todo el m u ndo gana. Los aranceles que pagan los “com peti­
dores” para registrarse en el concurso alcanzan p ara cubrir los costos del
prem io que reciben, y así nadie se siente inferior.
Cualquier cosa está bien si la gente así lo cree. El “hom bre de a p ie”
se siente grande p o rq u e todo se reduce a su m edida. Sus reacciones, los
límites de su m irada, son los límites a secas. Así, cuando un escritor no
llega al público en u n a prim era lectura, la culpa es suya, n u nca del lec­
tor. El concepto de literatura como com unicación directa es el que p re­
dom ina; no hay nexos interm edios. El escritor no recrea su experiencia
con palabras en las que el lecto r deba buscar u n a interpretación acorde
a la com plejidad de dicha experiencia en lugar de relacionarse de ma­
nera directa con el autor. P o r lo tanto, la literatura com pleja (es decir,
la literatura que exige u n esfuerzo, u n a búsqueda) queda anulada; la
b u en a escritura no pu ed e ser po p u lar en la sociedad contem poránea,
y la literatura popular n o p u ed e dar g enuina cuenta de la experiencia.

80 Lo mismo puede observarse en algunos programas de preguntas y


respuestas de la radio.
1 9 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

“Son ustedes, los ciudadanos com unes y corrientes, y no los m iem bros
d e l gabinete de m inistros quienes deciden los destinos del país”. Algo
d e cierto hay en ello, pero la exageración perm anente lo transform a en
u n a m entira. En las historietas, los relatos de las revistas, las colum nas de
chismes, el héroe es el hom bre de a pie: “Sim plem ente Jo e”, com o dice
el título de u na canción. Jo e es el h om bre que no es valiente ni bello
ni talentoso pero que sin em bargo es muy querido, no a pesar de esas
características sino precisam ente p o r ellas. “Te q u iero”, dice la chica en
la última estrofa, y le revela a u n joven totalm ente abrum ado que tenía
consigo la respuesta a la p regunta del millón sin saberlo, “porque eres
com ún y c o rrien te”. En clos revistas fem eninas leídas una detrás de la
o tra encontré tres relatos con una vuelta de tuerca inesperada al estilo de
O . H enry en los que, en el últim o párrafo, se ofrecía la feliz revelación
d e que el protagonista; lejos de ser “inteligente” o “pensante”, al fin y al
cabo era u na perso n a com ún con u n a vida norm al. Los dom ingos, es­
pecialm ente, periodistas con seudónim os convenientem ente populares
publican colum nas en las que se m uestran francam ente orgullosos de
hablar en no m b re del sentido com ún del hom bre com ún, que es prefe­
rible a las sutilezas de los intelectuales, que “tienen conceptos”. Estamos
inculcando u n sentido no de dignidad de la persona sino de u n a nueva
aristocracia: el régim en m onstruoso de lo más elem ental.
Parte del éxito de las radionovelas entre las mujeres de clase trabajadora
y también de otras clases se debe a la atención consum ada que dedican a
esta actitud, a la rem arcada y constante presentación de lo perfectam ente
com ún y corriente. En las tiras cómicas podem os ver al hom bre com ún
preocupado duran te días p o r la suerte de su hija en el concurso culinario
de la escuela. A quí el criterio de base es el opuesto exacto de la máxima
d e Keats: “decora cada pliegue con o ro ”. Para tener éxito, para no asustar
o confundir o alejar al público, los historietistas deben hacer el ejercicio
diario de estirar lo que no tiene im portancia, lo insignificante.
En las viñetas, el hom bre com ún ya no le baja los hum os al jefe
señalando algo tontb o rascándose u n a oreja y luego haciendo en silencio
el trabajo que tanto esfuerzo les ha costado a hom bres más im portantes;
eso puede ser arte cómico y, p o r tanto, serio. A hora se ríe del jefe por
motivos tontos, o afirm a que él es m ejor sim plem ente porque es u n “tipo
com ún”. Y sus logros son siem pre pequeñeces; pero a la larga siem pre
resulta vencedor, pues los valores del h om bre com ún siem pre triunfan
“en este com plicado munclo en que nos toca vivir”. El igualitarismo
dem ocrático, m en u d a paradoja, requiere la continuidad de la división
entre “ellos” y “nosotros” en algunas de sus peores versiones.
DESTEMPLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓN 195

Cada vez más, los sem anarios invitan a los lectores a enviar sus propios
escritos para publicarlos. Es más barato y, sin duda, el público los disfru­
ta. Las historias tienen que ser divertidas o peculiares: “Lo conquistó con
sus pastelitos”; pero siem pre tienen que ser anécdotas que “podrían ha­
berle ocurrido a cualquiera”. A lim entan el sentim iento de cam aradería,
la idea de que somos todos hom bres com unes y corrientes pero, aun así,
“sabemos vivir la vida”.
Tal com o se suele señalar, cuando en la prensa popular se describe a
alguien im portante, se evita m arcar las diferencias entre ese personaje y
la “gente co m ú n ”. El im pulso en el que se basa esa actitud es bueno. Los
lectores quieren ver que, para quienes están a cargó de organizarles la
vida, “el factor h u m a n o ” es im portante. La actitud es tal vez más saluda­
ble que la de m an ten er a las figuras públicas com o seres distantes de ori­
gen divino. Como suele ocurrir, el p roblem a aquí es de grado, de cómo
una actitud que p u ed e ser valiosa cuando está en relación con otras que
la m atizan se transform a en u n a debilidad cuando se la aísla y refuerza.
En los Estados U nidos, de acuerdo con un ex rector de Harvard, las úni­
cas diferencias innatas reconocidas son las habilidades deportivas. En
Inglaterra aún no se ha llegado tan lejos, au n q u e ya se da por supuesto
que la capacidad intelectual no vale dem asiado. T oda m uchacha rica es,
en el fondo, u n a pob re m uchachita cuyo único anhelo es form ar una
familia com o cualquiera de nosotros. Todo m agnate, general o político
de nuestro partido no es sino un señor de su casa, con su pipa, su sillón
frente al fuego y su en trad a para el partido de fútbol, donde “se ju n ta
con todos nosotros”. Para decirlo en palabras de Dewey:

Adm iram os a los hom bres más exitosos n o p o r la energía impla­


cable y egoísta con. la que se m ueven sino p o rq u e les encantan
las flores, los niños y los perros, o p o rq u e son amables con los
mayores.81

Para quienes o cupan puestos im portantes en la sociedad pero son fi­


guras anónim as, ni siquiera es necesario buscar motivos de admiración
poco im portantes. Todos los funcionarios son unos haraganes retrógra­
dos que se pasan el día tom ando té. Me vienen a la m ente los versos de
Auden com o contrapeso, sobre aquellos que se ocupan de

81 Dewey, InAividiialism, Oíd and Ñau, L ondres, G. A lien and Unwin Ltd., 1931,
p. 17.
1 0 2 LA CULTURA OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS

está subordinado. Ese igualitarism o constituye la base para las activida­


des de los com unicado res realm ente populares. Es cierto que existe u na
fuerte presión, ejercida especialm ente p o r los redactores publicitarios,
para vender en todas las clases las ram ificaciones del individualismo que
m an tien en vivo el negocio de la publicidad, con el acento puesto sobre
todo en la “superación p ersonal”, la necesidad de “seguir avanzando” y
en la im portancia de “estar bien d esp ierto ”. No obstante, no hay dem a­
siada evidencia de que ese tipo de presiones encuentre eco en la clase
trabajadora. A veces, a los redactores se les m ezclan los papeles y acaban
produciendo textos destinados al grueso de la clase trabajadora (y no a
la m inoría afectada p o r esas ideas) que apelan a supuestos más carac­
terísticos de otras clases. Pero, en térm inos generales, los mensajes son
extrem adam ente precisos. Sus autores ya han tenido práctica suficiente
y fueron adq u irien d o seguridad con los años.
Señalar este fenó m en o hoy en día n o im plica descubrir, com o si fuera
algo nuevo en la naturaleza h um ana, que a todos nos gusta sentir alguna
vez (y a m uchos de nosotros, todo el tiem po) que giramos en la misma
dirección en que gira el m undo, que nuestras acciones se apoyan en
el consenso general.79 T am poco im plica olvidar la respetable tradición
del concepto de igualdad en E uropa O ccidental. Pero ese deseo com ún,
reforzado p o r u n igualitarism o desbocado, h a sido bastardeado con el
fin de conm over y p ersuadir en las revistas y los periódicos destinados
a atraer a la clase trabajadora alfabetizada d u ran te los últimos sesenta o
setenta años.
De allí surge la consabida p atrañ a del “h om bre com ún”, que presenta
formas cada vez más elaboradas: u n a adulación grotesca y peligrosa en
la que se ensalza al h o m b re en su versión más com ún y más corriente.
“Confía en la g e n te ”: todos somos iguales; todos tenem os voto. “Nadie
es m ejor que n ad ie”; “La voz del pu eb lo es la voz de Dios” (para utilizar
un dicho de otras épocas). Así, de acuerdo con los publicistas, las acti­
tudes de u n a p erso n a son tan buenas com o las de cualquier otra, pero

79 D ibdin, p o r ejem plo, cu an d o se refiere a la p ren sa d e su época (fines del


siglo X VIII), h ab la de “u n a especie de caballeros niveladores’ (el destacado
m e p e rte n e c e ) y tam bién de los precursores de n u estro sensacionalism o
artificial, q u e esci'iben “rim b o m b an tes descripciones de nim iedades que
o cu p an tocio u n p árra fo ”. En realidad, la p ren sa p o p u lar ha sido siem pre fiel
a sí m ism a a lo largo de los siglos; lo q u e cam bia es el ritm o. A gradezco esta
referen cia a R. N ettel, q u e m e p erm itió el acceso a un m anuscrito in éd ito de
M usical Tour, de C harles D ib d in (p u b licad o p o r Gales, del Shéfjiélcl Regisíer,''
en 1788).
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA AC CIÓ N 193

quienes com parten la opinión de la m ayoría son m ejores que los pocos
individuos que piensan p o r fuera del grupo. Los periódicos populares,
que se identifican con “la g en te”, publican encuestas y cuestionarios so­
bre distintos temas con las respuestas de los lectores, y así convierten el
recuento de individuos en un sustituto de la opinión.
Detrás de todo esto se apela a u n principio radical que siem pre ha sido
central p a ra la clase trabajadora. D etrás de la frase “Yo no soy m ejor que
tú ” se oye el eco de la afirm ación de u n a in d ep en d en cia de espíritu que
se sustenta en esa igualdad de base, que n o tolera las falsas expresiones
de superioridad y que en cu en tra apoyo en la sospecha de que, pese a
“toda esa cháchara sobre la dem ocracia”, “la gente co m ún” no le im porta
a nadie, “n o tiene peso”. Sin em bargo, ‘Yo n o soy m ejor que tú ” puede
pasar de transm itir la idea de respeto p o r u n o m ismo a q u erer decir, en
u n registro más brusco, “Tú no eres m ejor que yo”, el grito de guerra del
ignorante que no tolera el m en o r desafío ni los ejem plos incóm odos. La
frase pued e expresar la p etulante negación a aceptar cualquier tipo de
diferencia, tanto intelectual com o de carácter. U na de sus formas se ilus­
tra en los nuevos concursos de algunas publicaciones populares, en los
que el proceso para llegar a la respuesta correcta sólo puede ser fruto del
azar.80 T oda posibilidad de usar la cabeza o esforzarse queda descartada.
De hecho, en form atos más elaborados, todos los participantes obtienen
un prem io. T odo el m undo gana. Los aranceles que pagan los “com peti­
dores” para registrarse en el concurso alcanzan para cubrir los costos del
prem io que reciben, y así nadie se siente inferior.
Cualquier cosa está bien si la g ente así lo cree. El “hom bre de a p ie”
se siente g rande porq u e todo se red u ce a su m edida. Sus reacciones, los
límites de su m irada, son los límites a secas. Así, cuando u n escritor no
llega al público en u n a p rim era lectura, la culpa es suya, n u nca del lec­
tor. El concepto de literatura com o com unicación directa es el que p re­
dom ina; no hay nexos interm edios. El escritor no recrea su experiencia
con palabras en las que el lector d eb a buscar u n a interpretación acorde
a la com plejidad de d ith a experiencia en lugar de relacionarse de ma­
nera directa con el autor. P or lo tanto, la literatu ra com pleja (es decir,
la literatura que exige u n esfuerzo, u n a búsqueda) queda anulada; la
buena escritura no puede ser p o p u lar en la sociedad contem poránea,
y la literatu ra po p u lar no puede d ar g en u in a cuenta de la experiencia.

80 Lo mismo puede observarse en algunos programas de preguntas y


respuestas de la radio.
1 Q 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

“Son ustedes, los ciudadanos com unes y corrientes, y no los m iem bros
d e l gabinete de ministros quienes deciden los destinos del país”. Algo
d e cierto hay en ello, pero la exageración perm anente lo transform a en
u n a m entira. En las historietas, los relatos de las revistas, las colum nas de
chismes, el héroe es el hom bre de a pie: “Sim plem ente Jo e ”, como dice
el título de una canción. Jo e es el hom bre que no es valiente ni bello
n i talentoso pero que sin em bargo es muy querido, n o a pesar de esas
características sino precisam ente p o r ellas. “Te quiero”, dice la chica en
la última estrofa, y le revela a u n joven totalm ente abrum ado que tenía
consigo la respuesta a la p reg u n ta del m illón sin saberlo, “porque eres
com ún y co rrien te”. En dos revistas fem eninas leídas u na detrás de la
otra encontré tres relatos con una vuelta de tuerca inesperada al estilo de
O . H enry en los que, en el últim o párrafo, se ofrecía la feliz revelación
d e que el pi'oiagonista, lejos de ser “inteligente” o “p en san te”, al fin y al
cabo era u na perso n a com ún con u na vida normal. Los dom ingos, es­
pecialm ente, periodistas con seudónim os convenientem ente populares
publican colum nas en las que se m uestran francam ente orgullosos de
h ablar en nom bre del sentido com ún del hom bre com ún, que es prefe­
rible a las sutilezas de los intelectuales, que “tienen conceptos”. Estamos
inculcando un sentjido no de dignidad de la persona sino de u na nueva
aristocracia: el régim en m onstruoso de lo más elem ental.
Parte del éxito de las radionovelas entre las mujeres de clase trabajadora
y tam bién de otras clases se debe a la atención consum ada que dedican a
esta actitud, a la rem arcada y constante presentación de lo perfectam ente
com ún y corriente. En las tiras cómicas podemos ver al hom bre com ún
preocupado durante días p o r la suerte de su hija en el concurso culinario
de la escuela. Aquí el criterio de base es el opuesto exacto de la máxima
ele Keats: “decora cada pliegue con oro”. Para tener éxito, para no asustar
o confundir o alejar al público, los historietistas deben hacer el ejercicio
diario de estirar lo que no tiene im portancia, lo insignificante.
En las viñetas, el h om bre com ún ya no le baja los hum os al jefe
señalando algo tonto o rascándose u n a oreja y luego haciendo en silencio
el trabajo que tanto esfuerzo les h a costado a hom bres más im portantes;
eso p u e d e ser arte cómico y, p o r tanto, serio. A hora se ríe del jefe por
motivos tontos, o afirm a que él es m ejor sim plem ente porque es u n “tipo
co m ú n ”. Y sus logros son siem pre pequeñeces; p ero a la larga siem pre
resulta vencedor, pues los valores del hom bre com ún siem pre triunfan
“en este com plicado m u n d o en que nos toca vivir”. El igualitarismo
dem ocrático, m en u d a paradoja, requiere la continuidad de la división
entre “ellos” y “nosotros” en algunas de sus peores versiones.
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 195

C ada vez más, los sem anarios invitan a los lectores a enviar sus propios
escritos para publicarlos. Es más barato y, sin duda, el público los disfru­
ta. Las historias tienen que ser divertidas o peculiares: “Lo conquistó con
sus pastelitos”; pero siem pre tienen que ser anécdotas que “podrían ha­
berle ocurrido a cualquiera”. A lim entan el sentim iento de cam aradería,
la id ea de que somos todos hom bres com unes y corrientes pero, aun así,
“sabemos vivir la vida”.
Tal com o se suele señalar, cuando en la prensa p o p ular se. describe a
alguien im portante, se evita m arcar las diferencias entre ese personaje y
la “gente co m ú n ”. El impulso en el que se basa esa actitud es bueno. Los
lectores quieren ver que, para quienes están a cargo de organizarlés la
vida, “el factor h u m an o ” es im portante. La actitud es tal vez más saluda­
ble que la de m an ten er a las figuras públicas com o seres distantes de ori­
gen divino. Como suele ocurrir, el p roblem a aquí es de grado, de cómo
u na actitud que puede ser valiosa cuando está en relación con otras que
la m atizan se transform a en u na debilidad cuando se la aísla y refuerza.
En los Estados Unidos, de acuerdo con u n ex rector de Harvard, las úni­
cas- diferencias innatas reconocidas son las habilidades deportivas. En
Inglaterra aún no se ha llegado tan lejos, aunque ya se da p o r supuesto
que la capacidad intelectual no vale demasiado. T oda m uchacha rica es,
en el fondo, una pobre m uchachita cuyo único anhelo es form ar una
fam ilia com o cualquiera de nosotros. T odo m agnate, general o político
de nuestro partido no es sino un señor de su casa, con su pipa, su sillón
fren te al fuego y su entrada para el partido de fútbol, donde “se ju n ta
con todos nosotros”. Para decirlo en palabras de Dewey:

A dm iram os a los hom bres más exitosos no p o r la energía impla­


cable y egoísta con la que se m ueven sino p o rque les encantan
las flores, los niños y los perros, o porq u e son amables con los
m ayores.81

Para quienes ocupan puestos im portantes en la sociedad pero son fi­


guras anónim as, ni siquiera es necesario buscar motivos de admiración
poco im portantes. Todos los funcionarios son unos haraganes retrógra­
dos que se pasan el día tom ando té. Me vienen a la m ente los versos de
A uden com o contrapeso, sobre aquellos que se ocupan de

81 Dewey, / ndividvalism, Oíd and New, L ondres, G. Alien and Unwin Ltd 1931
p .1 7 .
ig 6 LA CU LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

[...] problem as q ue n in g u n a sonrisa / pu ede disolver. [...] /


[Inadvertidos para] los débiles, / los distraídos, que buscan / a
alguien a quien echarle la culpa. [... ]82

El “odio a los intelectuales”, u n odio movido p o r el m iedo a la crítica


implícita, no es u n a actitud com ún en la clase trabajadora. Sin em bargo,
la glorificación del “ho m b re co m ú n ” constituye u n terren o fértil para la
caza de brujas intelectuales, virus que la p rensa po p u lar preten d e inocu­
lar en sus lectores. M ientras escribo esta sección, ojeo u n ejem plar de un
diario y en cu en tro u n a colum na de opinión en la que se hace referencia
a u n en cu en tro casual con unos “m uchachos barbudos con veleidades
de artistas”. T engo la im presión de que este tipo de ataques 110 ha tenido
m ucho éxito hasta el m om ento. En térm inos generales, la clase trabaja­
dora no está interesada en los artistas o los intelectuales; saben que exis­
ten p ero los ven com o rarezas cuyos cam inos muy pocas veces se cruzan
con los suyos, com o los de los franceses, que com en caracoles. Mientras
tanto, algunos periodistas, a quienes les desagrada todo lo que sea inte­
lectual o serio, siguen utilizando sus colum nas p ara disparar su antipatía
o su m iedo. La publicación del inform e anual del Consejo Británico es la
excusa perfecta p a ra u n a diatriba contra el gasto del dinero público en
los ejercicios intelectuales de unos flojos. U n caso de hom osexualidad
puede usarse com o plataform a de lanzam iento de u n ataque contra la
degradación m oral del m u n d o bohem io. El arte m o derno sólo aparece
m encionado cuando alguien h a dado motivos para lanzar diatribas en
contra de los raros. El Consejo de las Artes es un “negocio” de u n pu­
ñado de “m ariquitas” que desprecian las diversiones del inglés com ún;
y la BBC no es m u ch o m ejor. U n docente de extensión universitaria es
un “tipo b ien in ten cio n ad o ” p e ro aburrido, y sus alum nos son unos m u­
chachos y chicas pecosos “que no tienen sangre en las venas”. Cualquier
persona que in ten te sugerir que se perm ite d u d ar de las formas de diver­
sión co ntem poráneas o los supuestos del entretenim iento de masas es un
aguafiestas y un cascarrabias.
De ah í el tono agresivo que adoptan m uchos columnistas y autores de
artículos de opinión en defensa clel hom bre com ún y del entretenim ien­
to sin pretensiones intelectuales, el esnobism o al revés de los críticos de
cine que dicen ser “hom bres de la calle, com unes y corrientes”, que sólo
p re te n d e n divertirse y les d ejan a otros los análisis intelectuales, o el

82 W. H. A u d en , “T h e M anagers”, Nones, L ondres, Fáber, 1952.


DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 1 Q7

esnobism o p o p u lar de quienes contestan preguntas del público en los


m uchos program as radiales de consultas con expertos. En estos progra­
mas, el deseo dem ocrático de o b ten er inform ación general y fragm en­
taria se une a u n cierto respeto reverencial no exento de recelo frente a
quienes tienen el saber. Ese resentim iento inspira cierta satisfacción en
las peleas en tre especialistas; en esos m om entos, los program as em anan
lo que G ilbert H arding ha definido com o “los olores elem entales de la
plaza de toros y el foso del oso”.83
En mi opinión, es posible d etectar este proceso de nivelación hacia
abíyo incluso en tre los mismos colum nistas de la p rensa popular. Hasta
hace algunos años, p o r más que afectaran el estilo del hom bre cam pe­
chano, los colum nistas solían ser hom bres de m iras más amplias que las
de sus lectores. U ltim am ente, sin em bargo, han surgido algunos cuyos te­
mas (y, con frecuencia, tam bién el estilo) reflejan sólo lo insignificante.
En com paración con ellos, “C assandra”, del Daily Mirror, es un personaje
lleno de vida, cultura e inteligencia; su escritura refleja la idea de que,
si bien no todos podem os ser rápidos de m en te ni te n er la energía ne­
cesaria p ara dedicarnos a los distintos cam pos del conocim iento (y, por
supuesto, no p o r eso somos peores personas), estas son características
que valen la p en a y sobre las que p u ed en decirse cosas m uy interesantes.
Algunos de los nuevos periodistas ad h ieren al postulado categórico de
que el nivel más bajo de respuesta e interés es la actitud de rigor. Son
hom bres que hablan de “las opiniones de los autores consagrados” y de
“los clásicos” com o si fueran de otro m u n d o , los encargados de pro p o r­
cionar el elem ento ordinario a m illones de lecturas de distintos periódi­
cos. Son los amigos del “ho m b re co m ú n ”, los anim adores de “la mayoría
com pacta”, los que en m iendan los defectos de los argum entos y liman
las asperezas del pensam iento m ediante la evasión y la ridiculización.
Burlándose de todo tipo de autoridad allí d o n d e la encuentren, apelan
a la sensación de inferioridad y el desasosiego soterrados de los lectores.
Sí bien no es fácil d ar ejem plos conocidos, siem pre se pued e m encionar
a algún director o directora de escuela de W arrington, Derby o Yeovil,
cuya decisión acerca del uniform e escolar o cuyas declaraciones sobre
“las nuevas generaciones” p u ed en ser objeto de crítica en todo el país, en
nom bre de los padres libres y biem pensantes de la nación.

83 G ilbert H ard in g, A longM y Line.


1 98 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

Como buenos ejem plares de la radio H om e Service que somos,


tenem os que estar bien entre nosotros. Porque ese es el sello
distintivo de n uestro program a, la calidez de la gente com ún.
No es para nosotros el brillo p erm anente, ni los espíritus ele­
vados de Light Program m e; no son para nosotros los valores
estéticos y los puntillosos acentos de T h ird Program m e. Entre
las estridentes voces populares y las ceceantes lenguas de los
intelectuales hay u n terreno p ara quienes están en el m edio; y
ustedes y yo, con nuestro lenguaje llano, somos los indicados
para ocu p ar ese espacio. Podem os estar muy bien ju n to s allí.
Podem os charlar sobre el pastel de arándanos, que para m í es
el m ejor pastel del m undo, sea cual sea el nom bre de la fruta en
los distintos lugares.84

La cita previa ilustra la escritura de clase m edia, pero es dem asiado ju ­


gosa para no incluirla. N aturalm ente, el tono es distinto del de quienes
escriben para la clase trabajadora. Detrás de este pasaje, com o de los que
van dirigidos a la clase trabajadora, hay que ver u n a alusión - e n el lla­
m am iento a todos los hom bres equilibrados y biem pensantes- a un ideal
valioso y todavía vigente: el del hom bre íntegro que puede ser serio sin
ser solem ne y divertido sin ser grosero, que respeta las tradiciones de su
hogar y de su país y que se afirm a en la honestidad y el sentido com ún.
Pero en m uchos casos, ese ideal se h a devaluado, se h a convertido en u na
especie de trato condescendiente, a veces despreciativo, del lector y u na
invocación “p ara que los tontos form en un círculo”.85
U na y otra vez, los escritores populares deb en aclararles a sus lectores
(y a sí mismos) que son “absolutam ente honestos”. Insisten en que “no
se pu ed e en g añ ar a la gente co m ú n ” y en q ue “hay que creer en la ca­
pacidad de u n o com o escritor”. M ientras afirm an esto, se refieren con
frecuencia a la “infidelidad del público” y adm iten que “la m ultitud sigue
al rebaño”.
Todas las características que, p ara bien o para mal (en el pasaje que
transcribí arriba, Dewey m enciona sólo lo negativo), hacen del hom bre
extraordinario u n ser fuera de lo com ún deb en p o r fuerza reducirse a
un conjunto m anejable de rarezas. Todos los profesores son distraídos

84 J. B. Priesdey en un pro g ram a de H om e Service, ju n io de 1951, reproducido


en The Lislener.
85 W. S hakespeare, Como gustéis, II, v. 60.
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓN 1QQ

o incom petentes; todos los científicos son locos y usan anteojos; hay que
convertirlos en seres mitológicos para que p u ed an form ar parte del m un­
do tal com o se lo conoce. De hecho, la rareza o la idiosincrasia es una de
las pocas formas aceptadas de la individualidad o la excepción. El hom ­
bre que com parte n uestra visión del m undo p ero tiene ciertas manías
reem plaza a aquel que tiene u n carácter verdaderam ente excepcional.
Así, si bien los columnistas de la prensa p opular escriben en nom bre de
los lectores, tam bién les hacen saber que ellos son tipos quisquillosos o,
al m enos, peculiares; p o r eso m uchos de ellos se explayan innecesaria­
m ente sobre sus características personales. Para m uchos de los miembros
de la clase trabajadora, y tam bién para otras personas, el típico m iem bro
extrovertido del equipo en un p rogram a radial de preguntas y respues­
tas representa tanto al “tipo m acan u d o ” del estilo más antiguo como a
la nueva figura alegórica, el “héro e idiosincrásico”.81’ Esta actitud se ve
reforzada p o r la adm iración excesiva p o r la “lib ertad” en u na sociedad
que es cada vez m enos libre. Retribuim os generosam ente al hom bre que
expresa nuestra sensación de inferioridad y desencanto con violentas
diatribras im presas contra lo que odiamos. C uanto más idiosincrásicas
son sus opiniones (sin que haya cuestionam iento alguno a los valores
en los que se sostienen), más seguros podrem os estar de que el hom bre
(y, en form a vicaria, tam bién nosotros) tiene la libertad de “decir lo que
pensam os”. E videntem ente, aquí “no se trata ele lo que uno haga, sino
de cómo lo haga”; no se trata de lo que uno diga, sino de cómo lo diga.
Qué inadecuada p ara u n a dem ocracia política es la actitud del aves­
truz. Subestim a a los enem igos e induce una cierta ceguera frente a algu­
nas de las peligrosas realidades de la lucha p o r el poder. En algunos paí­
ses, donde se dan otros factores que contribuyen a la em ergencia de la
figura del líder, esa reducción de lo extraordinario ayuda a consolidarla.
El hom bre de p o d er desarrolla sus planes en territorios que el hom bre
común no puede ni im aginar; m ientras tanto, él hom bre com ún mira las
típicas postales en las que el h om bre de p o d er le sonríe a u na anciana

86 C om o figura alegórica, este personaje parece re p re se n ta r dos papeles


principales fren te a su publico: a) El “tipo m a c an u d o ” en versión m oderna,
es decir, el h éroe idiosincrásico, extrovertido y m ordaz; b) el “tipo honesto”
que co m p arte los valores de su público, que detesta las patrañas y la
afectación de la oficialidad, de instintos generosos y b u en corazón. La
in teresan te au tobiografía de G ilbert m uestra o tro aspecto de este perfil. Allí
el au to r se refiere a lo que d en o m in a “la superficialidad y la farsa de esa
vida” y su falta de sentido, a la m em oria a corto plazo del público y a la fama
inflada artificialm ente de los personajes de la radio.
2 0 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

cam pesina o acuna al bebé rollizo de u n trabajador m etalúrgico o se ríe


en u n espectáculo de variedades de tipo popular.
P or otro lado, esa actitud alim enta el desinterés p o r todas aquellas
características valiosas que h a n se ra d o p ara alcanzar u na posición social
ventajosa. Se m enosprecia el valor de la capacidad intelectual, el coraje
de tom ar decisiones im populares sin sentim entalism os, la autodisciplina.
La palabra “disciplina”, p o r ejem plo, casi no se utiliza en la p rensa popu­
lar, salvo en sentido peyorativo, cuando se asocia con “decirle a la gente
lo que tiene que h acer”, las Fuerzas Armadas, o “tom ar el p e lo ”, caso en
el cual se la rechaza de plano. Es de su p o n er que quienes se h a n prepa­
rado para te n e r estas características n o sienten la falta de adm iración del
público, algo q ue n o es para lam entar. Lo que sí es para lam entar es el
efecto autocom placiente que tiene esta actitud en quienes la encarnan.
Estos son los cóm odos peligros de la falta de razonam iento, en especial
en u n a dem ocracia. Como en m uchos otros aspectos, la clase trabajadora
parece te n e r actitudes diferentes en la vida pública y en el ám bito priva­
do. En el trabajo, e n el m u n d o conocido, todavía se reconoce el valor de
los rasgos de personalidad adm irables de “u n b uen je fe ”; y norm alm ente
p o r “buen je f e ” n o se en tien d e u n o que sea indulgente sino u n o que “tie­
ne la cabeza en su sitio” y que “cuando dice sí, es sí y cuando dice no, es
n o ”. En el ám bito local, todavía se aprecia y adm ira a los “tipos buenos”,
a los espíritus independientes, confiables o devotos. Fuera de allí, nos
espera u n m ar turbio e indiferenciado en el que los rasgos fundam en­
tales, los pozos peligrosos y las boyas h an sido borrados. Todo lo que se
necesita p ara salir a flote, se dice, es “te n e r b uen corazón”, u n sentido
del h u m o r que nos im pida convertirnos en aguafiestas y nos provoque
risa frente a cada cosa que se salga de lo habitual, y el sentido de “hasta
d ó n d e llegar”, fundam ental p a ra cualquier persona decente y razonable.
Hay u n a canción de los niños exploradores que, si bien es p ro p ia de
ellos, com parte el tono de los colum nistas de la prensa popular:

M irará siem pre adelante, sin m iedo a los obstáculos,


vino, m ujeres e intelectuales,
no se d e te n d rá y seguirá hasta el final;
siem pre con u n a sonrisa [ ...] .87

87 C itado en Stovin, Tolem: Ihe Exploüalion ofYoulh, p. 139.


DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 2 0 1

El segundo verso es realm ente magnífico; fortaleza frente a la adversidad


y la alegría siem pre a m ano p ara vencer a la G orgona artística.
Por todos estos medios, el hecho de p o d er “disfrutar de coincidir con la
opinión general”, de sentirse p arte del rebaño, es la excusa para una abso­
luta falta de sensibilidad; u n a insensibilidad que se nutre de su propio or­
gullo, la hybris del “tipo com ún”. Más aún, los m iem bros de la clase traba­
ja d o ra p u ed en sentirse más tentados a ad o p tar estas actitudes porque, si
bien tradicionalm ente se h an sentido cóm odos con la convergencia con
el grupo y están dispuestos a aceptar la visión com partida, hay m ucho de
la vida pública que n o en tienden. C uando u n o participa de u n a actividad
de masas, p o r más m ecánica que esta sea, hay algo reconfortante en la
sensación de que uno está con los demás. H e escuchado a m uchas p er­
sonas decir que el motivo p o r el que siguen u n d eterm inado program a
popular de radio no es que este sea e n treten id o sino que así tienen “algo
de que h ab lar” con los com pañeros de trabajo. Los publicistas tocan esta
fibra cuando p reg u n tan cosas como: “C uando todos estén hablando del
gran partid o que darem os p o r televisión, ¿usted piensa quedarse calla­
do?”. No se trata sólo de “hacer lo que h acen los Jo n es”; se trata tam bién
de form ar parte de u n grupo. E scuchar las voces de miles de trabajadores
que cantan “If you were the only girl in th e w orld” p o r la radio pued e
hacer que los radioescuchas solitarios se sientan arropados p o r la idea
de que todas las radios de la calle están em itiendo lo mismo, y eso crea
u n a suerte de com unión. La oscuridad de u n cine puede pro p o rcio n ar
un a sensación de calidez y bienestar si se piensa que la segunda persona
a la que se p reten d e engatusar, a la que se invita a reír, a la que se hala­
ga no es u n individuo sino u n a segunda p erso n a com puesta de m uchos
hom bres y m ujeres com unes y corrientes: pececitos que n ad an en u na
piscina climatizada. Lo mism o p u e d e decirse de quienes noche tras no­
che se sientan a m irar televisión sin la m en o r exigencia respecto de los
contenidos. Todo es aceptable porque, tanto com o el valor intrínseco
de u n program a, im porta el hech o de que u n o form a parte de un grupo
mayor que ve el m u n d o (un m u n d o de acontecim ientos y personajes)
desplegarse delante de sus ojos. E n mi opinión, estas tendencias p u ed en
contribuir a crear u n grupo cultural casi tan grande com o la sum a de
todos los dem ás grupos. Pero sería u n grupo sólo en el sentido de que
sus m iem bros com parten la pasividad. Para la m ayoría de sus integrantes,
el trabajo es u n a zona gris y aburrid a y no hay lugar para la am bición.
Pero, cuando llé g a la n oche, m uertos de los ojos para abajo, se conectan
a la Diosa Madre. P u ed en pasarse el día g u sta n d o tuercas de televisores,
p ero a la noche se sientan frente a u n o de ellos. Los ojos registran p ero
2 0 2 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

no em iten estímulos liém osos que conecten con el corazón y el cerebro;


sólo conectan con u n a sensación de placer com partido, de placer por
com partir un objeto que los u n e y no p o r el objeto en sí.

EL VIV IR EN EL PRESENTE Y EL “ PROGRESO”

C uando el gusto p o r las gratificaciones m ateriales en uno de


estos pueblos se extiende más rápido que la educación y la
experiencia de las instituciones libres, llega un m om ento en
que los hom bres se dejan llevar y pierden todo autocontrol
ante las nuevas posesiones que están a p unto de obtener.
d e t o c q u e v i l l e , La democracia en América, libro II,

segunda parte, capítulo 14

Las naciones aristocráticas son p o r naturaleza proclives a res­


tringir el espacio de lo perfectible en el hom bre; las naciones
dem ocráticas tienden a expandirlo más allá de lo abarcable.
d e t o c q u e v i l l e , La democracia en América, libro II,

p rim era parte, capítulo 8

No es difícil advertir que la sensación de la necesidad de vivir en el pre­


sente y po r el presente, el co n ced er u n enorm e valor a la necesidad de
“pasarlo bien”, p u ed e estar al servicio de las gratificaciones más amplias
a las que se apela con tanta frecuencia hoy en día. Mi opinión en este
p unto es que la m ayoría de las personas están sometidas a un. bom bardeo
constante y cada vez más intenso de invitaciones a aceptar que lo que
sucede conviene siem pre y cuando goce de aceptación masiva y pueda
calificarse de entreten id o . Esto está relacionado con la idea más antigua
de que “hay que divertirse m ientras se p u ed a ”. A ello se agrega u n tercer
elem ento: el del “progreso”. El “progreso” alienta a vivir en el presente
y ren eg ar del pasado, pero el p resente se disfruta sólo p orque es el pre­
sente y sólo m ientras sea el presente, lo último, y no el pasado, que ya
ha quedado atrás; así, con la llegada de cada nuevo “p re se n te ” se des­
cartan los presentes anteriores. El “p ro g re so ” sostiene u n a perspectiva
infinita de “tiem pos cada vez m ejores”: televisión en color, televisión
con olores y sabores, televisión táctil. N orm alm ente em pieza con el
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 2 0 3

“pro g reso ” m aterial p ero no se detiene allí: inexorablem ente va más allá
de los objetos, haciendo uso de unas analogías bastante dudosas.
H e puntualizado ya que, al igual que el concepto de libertad ilimita­
da, la noción de progreso ilim itado sobrevive gracias a los publicistas
populares,88 sin que se haya visto afectada p or los acontecim ientos de los
últimos cincuenta años; en este sentido, los publicistas no tienen nada
de modernos, sino que com parten el clima de la Exposición Universal ele
1851. Ser progresista, “un adelan tad o ”, “m oderno como el m añana”,
sigue siendo u n objetivo deseable en sí mismo. La últim a frase, citada
de u n a publicidad estadounidense, nos recuerda que la aceptación del
“progreso”, como de m uchas otras nociones analizadas aquí, tiene tanto
que ver con el cine estadounidense com o con los publicistas británicos.
Según creo, la característica más notoria de la actitud de la clase traba­
ja d o ra respecto de los Estados U nidos no es la sospecha, aunque suele
estar presente, ni el recelo que provoca el tono “autoritario”, sino una
gran disposición a aceptar lo que venga de allí. Esto surge de la creencia
de que, en m ateria de m o dernidad, los estadounidenses tienen “un par
de cosas que enseñarnos”. En la m edida en que la m odernidad se consi­
dera im portante, Estados U nidos es el n úm ero uno; y, de hecho, se hace
que la m o d ern id ad parezca im portante.
Esta tram a de ideas particular se ve reforzada, en especial en el caso de
la clase trabajadora, p o r la ausencia básica de u n a conciencia del pasado.
La escuela n o h a dejado en los m iem bros de esta clase un panoram a his­
tórico ni el concepto de tradición y continuidad.89 Esto es m enos cierto
en las generaciones más jóvenes, pues m ucho se ha hecho en los últimos
veinte años p ara m ejorar ese cam po de la enseñanza. No quiero criticar
los esfuerzos de los docentes, que disponen de poco tiem po, y a muchos
de los niños (con el bagaje qué he descrito y las limitadas aptitudes in­
telectuales con las que cuentan) las lecciones suelen “entrarles por un
oído y salirles p o r el o tro ”. E n consecuencia, m uchas personas, si bien
poseen u n a cantidad considerable de inform ación inconexa, carecen
de la n oción de proceso histórico o ideológico. Casi n u nca se rem ontan

88 Sobrevive y d eslum bra en m uchos niveles, y con frecuencia se m uestra


com o adm iración del p o d e r y parece fortalecerse con las inseguridades de
los escritores. Eso se hace evidente en el tono de las biografías de m uchos
m agnates co n tem p o rán eo s, p o r ejem plo, Lord N orthcliffe.
89 Sin em bargo, m uchas veces el en fo q u e revela un gusto del progreso p o r el
progreso m ism o; p o r ejem plo, en tem as de ciencias sociales tales com o “El
tran sp o rte a través d e los años” y otros similares: “Cada día, y en todos los
asp ecto s...”.
2 0 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

a u n pasado más rem oto que el de sus abuelos; más allá de ese territorio,
parece rein ar la oscuridad, y de ella em ergen a veces hechos aislados, sin
orden ni concierto: Guy Fawkes y la C onspiración de la Pólvora, la Revo­
lución Francesa, Jam es Wolfe y su victoria e n Q uebec, el rey Alfredo y las
tortas que se q uem aron. Con u n equipam iento intelectual o cultural muy
pobre y poco en tren am ien to en la com paración razonada de opiniones
enfrentadas a la luz de los juicios existentes, las ideas se form an según
los prim eros apotegm as com partidos qúe vienen a la m ente. En función
de la situación del grupo, se decide si esos aforismos contribuyen a llevar
un a vida norm al o, p o r el contrario, constituyen u n obstáculo.
Del mismo m odo, n o pu ed e h ab er u n sentido real del futuro. El fu­
turo com o transm isión de generación en generación en u n a familia se
detiene en los nietos, tal vez en los bisnietos; después de ellos, reina u na
vez más la oscuridad, quizá condim entada con im ágenes de rascacielos,
luces de n eó n y naves espaciales. Con u n a m en talidad de este tipo, se es
particularm ente vulnerable a la tentación de vivir en un presente con­
tinuo. C uando se cede a la tentación, se corre el riesgo de vivir en una
situación en la que se p ierde la n oción del tiem po; sin em bargo, el tiem­
po lo dom ina todo, pues el p resen te está siem pre cam biando, aunque
cambia sin sentido, com o las piezas de u n caleidoscopio que no form an
ninguna figura. Se d a p o r sentado que cada novedad es m ejor que sus
antecesoras p o r el sólo hecho de venir después de ellas; todo cambio es
u n cam bio p ara m ejor si se da en o rd en cronológico. Newman anticipa
esa situación para la que se p redispone a m uchas personas que p o r la no­
che m iran el últim o espectáculo visual, el más grande y más actualizado:

Ven imágenes de grandes ciudades y regiones salvajes; recorren


los mercados o las islas del Sur; obseivan las ruinas de Pompeya
o las cumbres de los Andes; y n ada de lo que encuentran los im­
pulsa hacia delante o los retrotrae al pasado, nada se conecta con
una idea más allá del objeto en sí. No hay evolución ni relaciones;
nada tiene historia ni constituye una prom esa. Cada cosa es in­
dependiente de las demás, viene y se va, com o las escenas de un
. espectáculo que dejan al espectador exactam ente donde estaba.90

• 90 N ew m an, The Iclea o f a Universily, discurso VI, C. F. H arro ld (ed .), Londres,
L ongm ans, G reen & Co., 1947, p. 120. N ew m an se refiere aq u í a la vida de
los m arin ero s p a ra distinguir e n tre “adquisición” y “filosofía”. Llegué a este
texto gracias a u n a lectu ra de la conferencia d e J. L. H am m o n d en m em oria
de H o b h o u se, “T h e Growth o f C om m on E njoym ent”.
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 2 0 5

Como el m undo está en constante cambio y el futuro supera automática­


m ente al pasado y es preferible a este, el pasado es u n a rareza objeto de
burla. Ser “anticuado” es estar condenado. Hay excepciones en este sentido:
algunas cosas del pasado, que nos hablan de antiguos valores, son pintores­
cas y bonitas. Las madres “de la vieja escuela” saben qué es lo que realmente
im porta y son objeto de adm iración p o r ello. Con ellas se asocian algunos
objetos tradicionales aceptados, como la cerámica inglesa. Los caramelos de
m enta son ricos porque se preparan a la antigua y los herbolarios son muy
buenos para los remedios caseros tradicionales. “Mi viejo era severo, pero
odiaba las m entiras”, dicen en la clase trabajadora; o “Mi vieja siempre decía:
‘Lo que está bien está bien y lo que está mal está m al’ y, a la corta o a la lar­
ga, siempre es así”. El uso de estas frases indica, en mi opinión, una valiosa
resistencia a los aspectos más superficiales de la m odernidad.
Sin em bargo, para m uchos, en especial p ara los jóvenes, casi todo lo
antiguo es cada vez más acartonado y ridículo. Es u n a actitud que va más
allá de m irar al futuro, de la im paciencia con que se reacciona ante la
lentitud y el atraso de los mayores, que es característica de la juventud
en cualquier época. Todas las generaciones anteriores a la nuestra han
sido ignorantes, anticuadas y pacatas; nuestros antepasados eran lerdos,
sosos y cursis. “Está pasado de m o d a” y “No está a la m oda” son frases
que se utilizan para co n d en ar al ostracismo prendas de vestir, formas
de conducta, estilos de baile y actitudes m orales (“ideas que quedaron
atrás”, “creencias en las que ya nadie cree”). Estar “a la m oda” o tener
“lo últim o” es te n e r lo mejor. “Es nuevo, es diferen te”: p o r lo tanto, será
mejor; y el futuro lo sei'á aún más.
Con esta actitud se relaciona el culto a la juven tu d . Si lo nuevo es lo
m ejor, entonces los jóvenes son más afortunados que los viejos; ser joven
es ser m oderno, estar a la m oda, dirigir la m irada a u n futuro cargado de
más m odernidad. Los periodistas se dirigen especialm ente a “las genera­
ciones más jóvenes [...], que se m ueven a toda velocidad [...], están lle­
nas de vida [...], deseosas de m irar al futuro [...], de m irar hacia delante
[...], son vigorosas [...], indep en d ien tes además, constituyen
u n valioso m ercado potencial p a ra los años venideros.
Quienes publicitan productos para los adolescentes utilizan la misma
esti=ategia; ju n to con u n a m itología m en o r p ero creciente, im portada de
los Estados U nidos y adaptada al gusto británico. Es la m itología de la
“b an d a” adolescente, cuyos m iem bros son am antes del jive y el boogie-
woogie pero sanos y honestos, vestidos con pulóveres de cuello redondo y
pantalones sueltos, llenos de alegría y entusiasm o, el polo opuesto de la
m o noton ía y el polvo de los años.
2«o 6 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Esta especie de barbarie reluciente ha tenido éxito aquí, y cuando el


éxito se da en la clase trabajadora, probablem ente se basa en la capaci­
d a d de aferrarse a lo más antiguo y más sólido: “Sólo se es joven una vez;
disfruta m ientras p u ed as”. La inexperiencia se apoya en el pragm atism o
m ás tradicional y más sobrio, y lo degrada. Rodeados de u n a gran canti­
d a d de bienes m ateriales diseñados para ser útiles y entretener, cada vez
m ás variados y más ingeniosos, pero sin conciencia de que esos bienes
s o n el resultado (y, m uchas veces, el resultado trivial) de u n conocim ien­
to y una capacidad adquiridos a paso de horm iga a lo largo de los siglos,
rodeados, de hecho, de m uchas más cosas al alcance de la m ano que cual­
quiera de las generaciones precedentes, es casi inevitable que los indivi­
duos se sientan tentados a tom arlo todo tal com o se les presenta y usarlo
com o si fu eran niños en u n cuento de hadas, con juguetes colgando de
lo s árboles y golosinas al costado del camino. El peso de la persuasión
fom enta el hábito y, después de todo, “¿Por qué no?”
Por todos esos m edios se fom enta la m entalidad de rebaño. Q uien no
se suma al rebaño es objeto de burla y desprecio, y se elim ina la responsa­
bilidad personal p o r la tom a de decisiones. Así, el rebaño de bárbaros en
el país de las maravillas se mueve inexorablem ente hacia delante. No va
a ningún sitio; sólo avanza p o r el avance mismo. Por allí delante están los
científicos (“Es novedoso; es ciencia”) dirigiendo la m archa. “Las nacio­
n es dem ocráticas no atribuyen m ucha im portancia a lo que ha sido, pero
están obsesionadas p o r lo que ha de ser”, escribe De Tocqueville.91 “Los
redactores publicitarios deben h acer hincapié en el lado más placentero
d e lo que prom ocionan; siem pre tienen que tratar de com placer a los
lectores”, dice el especialista en publicidad. “Lo bueno está p o r llegar”,
cantan las ovejas del rebaño.
Por fortuna, el éxito clel “progreso” es todavía muy limitado. La persis­
tente, au n qu e contenida, desconfianza p o r la ciencia se h a visto fortale­
cida por los recientes descubrim ientos del dañ o que es capaz de hacer. A
veces, la objeción va dirigida contra lo que se supone es u n mal m anejo
d e algún aspecto concreto del progreso, o contra su velocidad excesiva.
E n ese sentido, la aceptación de fondo no se ve afectada. La idea sigue
siendo q ue está bien avanzar, pero que “ellos” deberían tener cuidado
con el exceso ele velocidad.
; Sin em bargo, con la m ism a frecuencia se oyen com entarios que den o ­
tan una desconfianza más pro fu n d a p o r el “progreso”, u n a desconfianza

91 D e Tocqueville, La democracia en América, libro II, segunda parte, capítulo 17.


DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 2 0 7

respecto de los valores que supone el “progreso”: “Las cosas son más vis­
tosas hoy, pero no son tan resistentes como las de antes”, dicen algunos.
O u na objeción más im portante aún: “¡Cuántos inventos nuevos! Pero
¿adonde vamos a ir a parar con ellos?”.

INDIFERENCIA: “ PERSONALIZACIÓ N” Y “ FRAGM ENTACIÓN” •

Si la tolerancia es positiva, si ten er las mismas opiniones que el grupo es


positivo, si “disfrutar de la vida m ientras se p u e d e ” és positivo; si, además,
todos los hom bres son iguales y libres, y la vida cambia y. avanza perm a­
nentem ente, entonces lo que sigue es u n a p érdida de sentido del orden,
de los valores y de los límites. Si lo que es bueno es lo último de u na in­
term inable serie y lo que responde a los deseos de la mayoría, entonces
la cantidad reem plaza a la calidad y así llegamos a un m undo de m ons­
truosa y m ai'eante indiferenciación. Esa falta de diferenciación puede
llevar, como señalaba M atthew A rnold hace un siglo, a la “indiferencia”,
a un flujo constante de cosas que no se distinguen unas ele otras y que
no tienen ningún valor, a u n m undo en el que toda actividad se vacía de
sentido al qued ar reducida a un recuento de cabezas.
En mi opinión, el gusto actual por la “sinceridad” com o fin en sí mis­
mo es u n a reacción que surge de esa actitud, u n recogim iento frente
al vacío que se ve am enazado. Esto m e recu erd a la antigua solidaridad
de la clase trabajadora y su recelo ante las abstracciones (“No im porta
lo que u n o haga si se lo hace de corazón”). Hoy en día, esa actitud es
cada vez más frecuente, precisam ente p orque proporciona una cierta
m edida en u n m u n d o en el que es muy difícil encontrar parám etros.
“Bueno, después de todo, tuvo buena intención, y eso es lo que cuenta”
puede convertirse en u n a form a de encubrir la falta de confianza en la
capacidad de tom ar decisiones morales. Está claro que la sinceridad no
es suficiente, pero tiene que alcanzar en u n m undo en el que no parece
haber n inguna o tra cosa.
De allí p arten otras formas de evasión más generales, tal como se re­
fleja en el uso cada vez más com ún ele frases como “Después de todo,
es lógico”, “B ueno, no le hago mal a naclie” o “Hace bien, dicen”. O
las formas de evasión plasmadas en el lenguaje que evidencian un tono
peyorativo para toda form a de “ortodoxia” o “au toridad”, o que transfor­
m an las apuestas en “inversiones”: p o d ría escribirse u na historia social
de las ideas basada en cambios léxicos com o estos. Todo es “cuestión
2 0 8 LA CU LTU RA OBRERA EN L A SOCIEDAD DE MASAS

de gustos” y “Sobre gustos n o hay nad a escrito”. H abitualm ente hay u na


cláusula adicional que indica la existencia de algún lím ite exterior difu­
so pero acordado - ”Y te digo: yo no estoy de acuerdo c o n ...”- , y de allí
surge la sensación reconfortante de que, después de todo, hay u n orden
en alguna parte. Si eso se trasladara a problem as prácticos de la vida
cotidiana, el im pacto sería trem endo; sin em bargo, en la vida diaria y el
ámbito personal todavía tienen vigencia los m andatos más antiguos. No
obstante, n in g u n a escisión de este tipo es saludable n i puede m antenerse
en el tiem po.
La situación se agrava p o r el h echo de qüe, si bien se percibe a la au­
toridad com o algo injustificable, es posible apoyarse en ella. El uso de
frases del estilo de “Alguien tiene que hacer algo al respecto”, “Nos tie­
nen que sacar de esta”, “T ienen que h acer esto con el sistema de salud y
aquello otro con la educación” se en tien d en m ejor en el contexto anali­
zado en este capítulo. R ápidam ente nos ponem os en u na posición en la
que nos recostam os con la boca abierta y nos dejamos alim entar p o r un
tubo, p o rq u e es nuestro derecho, con los ingredientes de u n cuerno de
la abundancia sin fondo m anipulados p o r u n “ellos” anónim o. Sería más
esperanzador si el rechazo a la autoridad fuera más activo, si im plicara un
deseo de ponerse ele pie y no d ep en d er de nadie. Sin em bargo, con fre­
cuencia se trata de u n alejam iento resentido de la idea de autoridad, que
coexiste con el supuesto de que, pese a ello, algo o alguien nos proveerá
el sustento desde fuera. El efecto de estas dos actitudes com binadas será
la apatía y la falta de respuesta a las interpelaciones que provienen de
fuera del ám bito dom éstico y personal. Avanzamos hacia el m undo de lo
que Alex Com fort denom inó “obedientes” irresponsables; sería m ejor si
hubiera más “desobedientes responsables”.
Así, au m en tan las apelaciones al conform ism o. “Sólo hay que conec­
tar”, dice E. M. Forster en referencia al conflicto entre las dem andas del
yo in te rio r y el m u n d o exterior. “Sólo hay que conform arse”, susurra la
voz que prevalece hoy en día. En cualquier caso, n ad a im porta dem asia­
do, p ero la m ayoría no se equivoca y hay que seguir al rebaño. Basta con
creer lo que cree el resto; creer otra cosa es u n a especie de pecado con­
tra las leyes de la vida. Si de todos m odos no hay valores, no hay norm as
de las que desviarse, la única obligación es m antenerse en el centro de la
ruta que recorre la m ultitud. “Diez m illones de personas (o trece millo­
nes de lectores o radioescuchas) no p u e d e n estar equivocados”.
Así con tin ú a y se acrecienta el “destem plam iento de los resortes de
la acción”. Así va desapareciendo la sensación de conflicto de la vida
y, con ella, todo gusto genuino p o r los retos que presenta. La fuerza
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA A C C IÓ N 2 0 9

del placer real, incluso del que se ofrece en form a tan masiva, tam bién
decae. “Pasarlo b ie n ” puede convertirse en u n objetivo tan im portante
que anula todas las otras posibilidades; sin em bargo, cuando se lo con­
sigue, se transform a en rutina. El argum ento más co n tu n d en te contra
el entreten im ien to de masas de la sociedad co ntem poránea no es la de­
gradación del gusto (la degradación p u ed e ser u n proceso vivo y activo)
sino la sobreexcitación y el posterior em botam iento, con la consiguiente
aniquilación; no “corrom pe” sino que “debilita”, para usar los térm inos
de De Tocqueville. Mata el nervio y, sin em bargo, confunde al público
y lo convence de que no está en condiciones de levantar la vista y decir:
“Pero, vamos, ¡eso es cartón p in tad o !”. Todavía no hem os llegado a ese
estado, p ero avanzamos en esa dirección.

La sobreexcitación y posterior aniquilación de la capacidad d e respuesta


queda bien ilustrada en dos de las principales características de la escri­
tura de las publicaciones populares: la “personalización” y la “fragm enta­
ción”. Las dos p u ed en advertirse tanto en las publicaciones más antiguas
com o en las del nuevo estilo, p ero las diferencias, la enorm e pericia ad­
quirida en la presentación y la m anipulación, son notables.
Si pongo bajo sospecha el sesgo m arcadam ente personal de los escri­
tos de la prensa po p u lar contem p o rán ea no es porque acabe de descu­
b rir con desagrado el interés que tien en casi todos los seres hum anos en
“las buenas historias con contenido h u m a n o ”. H asta la expresión “Un
b uen asesinato es atrap an te” tiene p o r lo m enos un siglo, y todo el arco
de publicaciones de baja literatura ab u n d a en descripciones de m uertes,
ejecuciones y confesiones de condenados al cadalso. “Después de todo,
nada supera u n a m uerte espeluznante”, com enta un vendedor de perió­
dicos de gran form ato e im presos de canciones con relatos de noticias. A
lo que m e refiero es a un abuso de lo personal, tan excesivo que m erece
otra denom inación, u n n om bre que n o tenga las connotaciones positivas
de frases com o “interesado en lo íntim o y lo personal” o “am ante de las
buenas historias”. Se requiere u n o de esos horribles verbos o sustantivos
de cuño reciente, com o “personalización”.
Es fácil advertir que el nivel inusitado de “personalización” de los perió­
dicos dirigidos especialm ente a la clase trabajadora se relaciona no sólo
con el interés del ser hum ano p o r los detalles de la vida privada de otras
personas sino tam bién con el peculiar apego de sus m iem bros a lo con­
creto, la crudeza em ocional y lo com prensible, lo local y lo particular. En
esa esfera siem pre han podido responder, m uchas veces con inteligencia
y sabiduría. Los periódicos populares más antiguos lo sabían, y com enza­
2 1 0 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

ro n el proceso -q u e hoy está tan avanzado- de extender lo personal más


allá de los límites de lo razonable. Quizá se haya extendido no sólo en
respuesta a la dinám ica in tern a de la vida de la prensa, que obliga a estar
tocio el tiem po haciendo algo para superar al vecino, sino tam bién por­
q u e el cleseo de lo personal entre los lectores se ve reforzado por las cir­
cunstancias actuales. He clicho anteriorm ente que la clase trabajadora no
p u ed e n o tener conciencia, en u n grado nunca visto antes, de los aspectos
más amplios y públicos de la vida social. Los trabajadores saben que existe
u n ám bito en el que, sin eluda, desem peñan un papel, pero que a m enu­
cio no logran com prender. N aturalm ente, tratan de en ten d er esa vida
ex terior a la luz de la vida personal y local en la que actúan, conocen, su­
fren y adm iran. En esas circunstancias, el anhelo de u na confirm ación de
q ue los valores de lo personal y lo local cuentan, de que los sentim ientos
q ue se aprecian y se en tien d en como “norm ales” son com unes a todos,
se vuelve más fuerte. Los alegra que una voz de ese m undo exterior Ies
hable con su acento. Muchos políticos lo saben, como lo saben también
los periodistas que escriben artículos sobre la familia real. Los dueños de
los cam pam entos de veraneo lo saben; sus establecimientos son grandes
y chabacanos, los anim adores están siem pre listos para agrupar a los ve­
raneantes como si fueran com pinches y las puertas de los baños tienen
carteles indicadores que dicen “Ellas” y “Ellos”. Los prom otores de las
apuestas en el fútbol lo saben, e im itan a los jugadores a unirse a “la
bancla”, “el círculo”!0 “el g ru p o ”. Los conductores de program as de varie­
dades de la radio y las estrellas televisivas de program as que ahondan en
u n a falsa intim idad lo saben. T am bién lo saben los operadores de radio
y los productores de program as con panelistas. Lo saben los locutores de
anuncios, que transm iten desde “Su radio amiga, XXX” y presentan pro­
gramas con títulos com o “La opción del barrio” o “Diversión entre ami­
gos”. R ecuerdo a una joven o p erad a con tuberculosis en un hospital de
Yorkshire que no daba abasto, que se em ocionó cuando el o p erador pasó
en la radio su canción favorita, “U na canción para ti”. Desde entonces,
en su arm ario estaba la foto autografíada del operador. ¡Qué sentido de
perten en cia tan poco genuino este que se ofrece al público en u n a época
tan públicam ente gregaria! Sería m ejor el anonim ato: así uno se sentiría
im pulsado a hacer algo útil para m ejorar las cosas.
Sin em bargo, sería erró n eo pasar p o r alto la fuerza de este deseo. Las
p reguntas que se hace la gente son buenas: “¿Cuál es la relación entre
esto y los problem as de la vida cotidiana, tal com o se nos presentan?”.
Las presiones de las publicaciones com erciales y el desm oronam iento de
casi tocios los m andatos, excepto el de ser libres (“Darle al público lo que
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 2 1 1

p id e”), h an conseguido que la voluntad de dar respuestas en los térm i­


nos que quiere la gente se lleve a u n extrem o tal que esas respuestas se
dan don d e no son pertinentes, d o n d e es peligroso pensar que lo son. No
se sabe más de Shepilov p orque a uno le cuenten que garabatea caballos
cuando d a u n a conferencia; sólo se evaden los problem as reales. A m edi­
da que la técnica de la “personalización” se torna más refinada cada año,
los buenos instintos se distorsionan y se usan para simplificar demasiado
las cosas, engañar y deform ar peligrosam ente la realidad. Nos sumergi­
mos cada vez más en el sueño de u n m u n d o desm esuradam ente íntim o
en el que no sólo un gato pued e m irar al rey sino que el rey es en verdad
un gato, y los poderosos no dejan de ser, en el fondo, personas com unes
y corrientes. U n m undo tan com plejo que incluso quienes tienen la tarea
de mover los engranajes más im portantes n o p u ed en aspirar a conocer
más que u n a parte de él, se reduce a un “Mira tú ” controlable y espurio
cuando el periódico llega al um bral de la casa.
Movimientos extraños se p roducen en países detrás de la Cortina de
Hierro; u n a colonia em pieza a ponerse nerviosa; los Estados Unidos han
emitido u n nuevo com unicado sobre el uso de la bom ba atómica. Estas
noticias ocupan u n lugar p ro m in en te en los periódicos sólo si pueden
personalizarse como puede personalizarse la historia de un párroco bas­
tante peculiar de Halifax. Si no es posible personalizarlas, pasan a un
segundo plano y ceden los titulares a otro tipo de historias:

“Me hicieron u na cam a”, dice el viudo


Sube a la m ontaña con vestido de fiesta
Mary no estará presente cuando llegue e l d í a
Vicario pierde la chaveta y cuen ta todo
Asiste a la conferencia con su gato
Tres sacerdotes hacen guardia para proteger la alcancía de la
iglesia
Va al trabajo en patines
“He visto de todo”

Por si eso no fuera suficientem ente personal, se agrega un “basta de pava­


das” de corte cada vez más popular, u n llam ar “al pan pan y al vino, vino”:

Estos tipos tendrían que m andarse a m udar


Con la música a otra parte, amigos
Basta de hablar del estúpido reglam ento
¡Term ínela, señor Thom pson!
2 1 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

¡A abrir los ojos, maridos!


Esto es todo, amigos

Esto es lo que los partidarios del nuevo estilo llam an “periodism o fres­
co”, “atrevido”. N orm alm ente, la frescura y el atrevim iento de este tipo
de textos están al nivel del m uchacho que hace burla al policía cuando
este se da vuelta, y a u n a distancia prudencial, p a ra deleite de sus amigos.

El corolario del éxito de la “personalización” es u n a constante y consi­


derable simplificación. El lector debe sentirse en intim idad con el sueño
que se le presenta; si tiene que h acer u n esfuerzo para evaluar el peso de
una palabra, analizar u n m atiz o seguir u n a estructura gram atical m íni­
m am ente com pleja, el sueño se desvanece.. Com o estos son rasgos de la
expresión de tem as com plejos, el resultado es que las historias persona­
les que se desarrollan en u n lenguíye simple tam bién se conciben con
simpleza en los planos em ocional e intelectual. Lo im portante es que el
“lector m edio” (que, p a ra el publicista que busca u n éxito masivo de ven­
tas, tiene que ser u n a figura hipotética hecha de tres o cuatro respuestas
clave llevadas al extrem o de la simplificación) n u n ca se sienta excluido.
Las revistas pasan del relato breve al "m icrorrelato”, el “cuento de 60
segundos” cuya principal característica no es la brevedad sino la pericia
con la que se desarrollan. Como n ad a debe im pedir que fluyan, no hay
nada de lo que el lecto r p u ed a asirse, nada real que tengan para decir
acerca del m un d o . Si se leen veinte o trein ta de esos relatos, uno detrás
del otro, se term ina ten ien d o la sensación de que nos han atiborrado no
sólo de vueltas de tu erca fraudulentas sino del peso de u n a vida en un
m undo de m arionetas, vacío e insustancial.
Así, la prensa p o p u lar se ha vuelto aún más fragm entaria en la presenta­
ción de lo que se ha de leer, y lo que se h a de leer se ha visto gradualm en­
te reem plazado p o r lo que se ha de ver. Las “tiras” cómicas se extienden
como el sarpullido; de la parte inferior de la últim a página pasan a las
páginas interiores y hasta ocupan u n a página propia, y luego aparecen
aquí y allá, en todas partes. Si bien tiene que haber alguna guía verbal de
la acción, el contenido descriptivo se m antiene al mínimo: el objetivo es
asegurarse de que toda la inform ación de contexto necesaria esté conteni­
da en el diálogo que figura en los globos concedidos a los personajes. Los
motivos, sin duda, son los mismos que impulsan a los novelistas populares
a evitar las descripciones generales y a pasar al diálogo cuanto antes. En
el diálogo, los personajes nos hablan directam ente; en las descripciones,
tenemos que luchar, solos, con las palabras impresas en el papel.
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 2 1 3

En su nivel m ás bajo, todo esto se ilustra con las ventas en Inglaterra


de las series de libros de historietas que vienen de los Estados Unidos o
im itan su estilo.92 En ellas, página tras página, señoritas de curvas gene­
rosas venidas de M arte salen de sus naves espaciales y, am antes de delin­
cuentes, p arten a toda velocidad en rugientes autom óviles. Q uien haya
visto lo que leen los soldados o sepa de la p o p u larid ad de las historie­
tas estadounidenses o británicas (con los ejem plares más rudim entarios
para niños com o reem plazo cuando no hay acceso a los materiales más
picantes) sabe a qué m e refiero. El proceso continúa, sobre todo para
una bu en a cantidad de adolescentes; u n a recepción visual pasiva de arte
de masas diseñado para u n a ed ad m ental m uy corta.
Es posible afirm ar con justicia que estamos en la época de las “opinio­
nes” sobre todo; que, au n q u e son pocos los que se tom an el trabajo de
tratar de e n te n d e r cabalm ente u n asunto, son m uchos los que suponen
que sus opiniones sobre cualquier tem a te n d rá n peso y que la mayoría de
los temas p u ed en , o deb erían poder, explicarse en térm inos sencillos a
una m ente poco desarrollada u holgazana. Lo im po rtante es estar al día
con lo que dijo Kruschev ayer o lo que hizo T ito hoy. El Levin de Tolstoi
sabía de eso,93 p ero hoy es m ucho más frecuente: “¿Por qué le interesa
la separación de Polonia?... No había n ad a que decir al respecto. Era
interesante p o r el simple hecho de que había ‘ap arecido’”. No obstante,
el ten er opinión p ara todo n o es un. defecto que caracterice de m odo
significativo a la clase trabajadora; quizá su falta de interés p o r los temas
generales im pide la form ación de “o piniones”. Sin em bargo, el patrón
de sus intereses y las fuerzas que o p eran en estos tiem pos invitan a los
trabajadores a disfrutar de la “fragm entación”, a deleitarse con u n a dieta
invariable de pastillas informativas, hechos inconexos y deshilvanados,
cada uno con su p e q u e ñ a dosis de “h u m a n id a d ”. O a escuchar progra­
mas de radio (cuyo n ú m ero parece h ab er aum en tad o después de la gue­
rra) que, aunque incluyen algo de inform ación al paso, tienen como
principal característica el avanzar p o r rachas cortas, con el ruido y el
bullicio de personalidades que se exhiben en breves intervalos.94 La m a­
yoría de ellos n o son sino variantes de juegos que consisten en desnudar

92 El m ejo r análisis de los libros de historietas estadounidenses se e n c u e n tra en


The Seduclion o f Ihe Innocent, de F redric W ertham .
93 A n a Karenina, capítulo 28.
94 N o o b stante, tam bién parece h ab er h ab id o u n in crem en to en la cantidad de
p ro g ram as qu e con gracia y sin aspavientos respetan las tradiciones inglesas;
p o r ejem plo, los de Eric Barker, Jo h n n y M orris y Al Read.
2 14 LA C U LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

u n a personalidad consciente de sí misma o discutir p o r el m ero hecho


de hacerlo (“Bueno, al m enos fue estimulante").
A juzgar p o r lo anterior, la tendencia a la lectura no va en aum ento
sino que, por el contrario, se m antiene en el nivel de las oraciones de siete
palabras y los vocablos de dos sílabas, tres como máximo. El proceso no
es nuevo; la mayoría de las revistas que ofrecen fragmentos para leer tiene
entre cuarenta y sesenta años. Cada una cuenta con su propio estilo: una es
para la toda la familia, otra es deportiva, otra recoge hechos “curiosos” de la
historia, la geografía o la antropología, una cuarta se centra en el elemento
visual. Todas tienen en común el supuesto de que sus lectores son de vuelo
bajo. Todas ofrecen material predigerido para no aburrir o cansar al lector,
para no exigirle esfuerzos en establecer relaciones o comparaciones. Tienen
que poder leerse de m odo sencillo o, m ejor aún, despreocupado. No puede
haber secuencias conectadas de ningún tipo; todo es igual de interesante
si la presentación es breve, inconexa y “sabrosa”. U na lluvia de anécdotas
indiferenciaclas moja l¡a cabeza del lector: nace una gallina con dos cabezas
en Bolton (Lancashire); se suicida un político; una madre da a luz a trillizos
p o r tercera vez en Edm onton (Alberta, C anadá); los lemmings tienen
costumbres de lo más furiosas; una ráfaga de viento hace volar por los aires
a u n ciclista en Sunderland. Son periódicos que no se leen: se miran.
Los redactores publicitarios conocen y p erp etran el mismo estilo:

Sólo se pu ed e aspirar a captar la atención del lector durante


un m inuto. Hay que asegurarse de que le llegue el mensaje en
ese tiem po. Diseñarlo de m an era tal que todos los elem entos
guíen la m irada p o r el cam ino deseado, sin obstáculos. M ante­
nerse en pequeños grupos de letras y de palabras. No es posible
captar más de cinco o seis a la vez. Las unidades más largas le
desagracian. Y lo perdem os.

Cuando no queda otro rem edio y hay que usar u n a palabra más larga,
el periodista recurre a u n a llam ada y u na explicación “com pinche”: “es
decir, XXXX, com o le decimos nosotros”.
“Breve, inconexo y sabroso”: lo tercero se sigue de los dos prim eros.
En una dieta invariable de entrem eses, n ingún plato puede ser m enos
fuerte o picante que los que lo anteceden. La búsqueda del “sabor” ha
ido más lejos que nunca. Sweeney Todd y María Marten tenían un sensa-
cionalismo con cuerpo, algo en que fundar el sensacionalismo, y po r eso
DESTEMPLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓN 2 1 g

han sido del gusto del público d urante tantos años.9:1 Hoy es necesario
enco n trar decenas de nuevas sensaciones cada día. Entonces, hay que
esforzarse todo el tiem po, hacer magia para hacer pasar por jugoso bife
lo que en verdad no es más que puro hueso, inflar y distorsionar per­
m an en tem en te para que lo pequeño se vea enorm e; la fotografía de un
ratón enfocado desde abajo hace que su som bra en la p ared provoque el
h o rro r de los lectores. Este tipo de m aterial está tan lejos de M aña Marten'
com o el m elodram a Victoriano de Macbeth.

Cuando quienes se ganan la vida produciendo m aterial como el descri­


to en esta sección se sienten atacados, su proceso ele defensa esclarece y
confirm a el análisis precedente de los supuestos que guían sus esfuerzos.
Caen en u n a torm enta de autojustificaciones, utilizando sólo los argum en­
tos que saben que ten d rán eco en su público (su pertinencia es algo que
no recibe demasiada consideración). Acusan, a quienes los acusan, de ser
“reaccionarios” y “represores”; han sugerido que con la libertad no alcan­
za. Tam bién acusan a sus acusadores de esnobs; quizá hayan querido decir
que no todos los hom bres son buenos p o r naturaleza. Cuando les sirve,
m encionan la edad de sus atacantes: “el señor B, de 72 años” o “el señor C,
de 65”; la dem ocracia es joven y mira al futuro; está claro que se trata de
unos viejos carcamanes. Envían la acusación cruzada de que sus acusado­
res preten d er ser “más papistas que el Papa”, de que son petulantes y “unos
hipócritas”. El razonam iento parece ser el siguiente: 1) el único valor que
im porta es la libertad; 2) u n a m ente abierta es la única línea a seguir; pero,
3) esta gente ha sugerido que algunos usos de la libertad p ueden ser erró­
neos, han adoptado u n a línea moral; por lo tanto, 4) son unos hipócritas,
esconden algo; quieren la libertad para ellos, pero no para los demás. Es la
otra cara de la m oneda de la “sinceridad”. Si se acepta la libertad absoluta
y no se adopta ninguna “línea” en particular, se reciben elogios porque,
aunque uno vaya dando palos de ciego, “al m enos es sincero”. En el mo­
m ento en que se p ro p o n e alguna regla, cae sobre uno el peso del oprobio
por haber com etido el p eo r pecado, de acuerdo con los nuevos m anda­
mientos: la “hipocresía”. Todos los defensores de esta línea de pensam ien­
to utilizan los mismos ropajes, el tono franco “de tú a tú ” (después de todo,
la m ejor defensa es que tú nos lees, y el público británico nunca leería algo
que fuera malo o depravado). La últim a carta que tienen en la manga es

95 Jo h n L añe p ublica u n a edición en The-Bodley Hend, con reim presiones que


llegan hasta 1946.
2 l 6 LA CU LTURA OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS

una variante del “no im porta lo que u n o haga, sino cómo lo haga”. En un
m undo de libertad sin límites, lo que hacem os no im porta, siempre que lo
hagamos bien. Lo más im portante es no ser aburrido.96 “Hacemos todo lo
que podem os p o r no aburrir con ningún tem a”; pretendem os no ser pe­
dantes nunca y siem pre ser entretenidos. Objetivo loable, si no fuese por
las presiones de las publicaciones de masas m encionadas anteriorm ente
y el corrim iento de principios más im portantes. En las circunstancias ac­
tuales, ese objetivo es la justificación para provocar u na risa, o dar “sabor”
a una noticia, a cualquier costo. “T odo p o r u n a sonrisa”; no im porta si
hay que distorsionar u n relato, o si hay que ju g a r con las palabras o las
emociones: al m enos n o somos aburridos; nadie puede acusarnos de ser
“pesados”. Y, a la larga, con el éxito se p erd o n a todo.
Basándom e en la frecuencia con que aparecen en los editoriales de la
prensa p opular, he confeccionado u n a lista de epítetos que describen las
virtudes y los defectos en el nuevo canon. Sobre los defectos:

farisaico, tim orato, gris, am biguo, esnob, rebuscado, retorcido,


convencional, hipócrita, pesado, pedante, m entiroso, form al y,
po r supuesto, aburrido.

Son los catorce pecados capitales de la vieja guardia; y se parecen bastan­


te entre sí. Sobre las virtudes:

nuevo, diferente, no ortodoxo, franco, fresco, directo, despier­


to, vivaz, enérgico, brioso, vivido, alegre, sano, em prendedor,
lleno de vida, audaz, travieso, abierto, valiente, juvenil, sincero.

El fundam ento parece ser el código de los alum nos contra los maestros,
la franqueza in m ad u ra de u n jo v en im berbe.

96 Las p ublicidades d e los periódicos “serios” tam bién recu rren a estas
estrategias, a las q u e a m e n u d o agregan cierto esnobism o cultural; nos dicen,
p o r ejem plo, qu e tenem os q u e sentirnos orgullosos de que nos vean leyendo
u n p erió d ico q u e es a la vez serio e inteligente.
7- Invitación al mundo del algodón
de azúcar: el nuevo arte de masas

U na m ultitud de causas, desconocidas en tiem pos pretéritos,


está actuando ah o ra con sus fuerzas com binadas para con­
fu n d ir la capacidad discrim inatoria de la m ente, y procuran­
do dejarla incapacitada p ara todo esfuerzo voluntario, para
reducirla a u n estado de salvaje estupor,
w. w o r d s w o r t h , Baladas líricas

M uchos in ten tarán proporcionarles a las masas, como se


refieren a ellas, alim ento intelectual prep arado y adaptado de
la m an era que creen adecuada.
M. a r n o l d , Cultura y anarquía

¡Ay, el día en que leí u n lib ro !

Algún día lo volveré a hacer.


C anción d e “ s c h n o z z l e ” d u r a n t e

Los pondrem os a trabajar, p ero en las horas libres les orga­


nizarem os la vida com o si fuera u n ju eg o de niños [...]. ¡Ah,
y les perm itirem os tam bién el pecado; son tan débiles e im­
potentes! ¡Y nos am arán com o niños p o r consentirles pecar!
Les direm os que todo pecado será redim ido si fue com etido
con nuestra aprobación. Les perm itirem os pecar, porque los
amamos [...]. Y n o te n d rá n secreto alguno para nosotros.
Nos ex p ondrán las dudas más secretas de su conciencia, y
nosotros decidirem os en todo y p o r todo, y ellos acatarán de
b u en grado nuestras sentencias, pues les ah o rrará la enorm e
angustia y la terrible agonía que les pro d u ce actualm ente
tom ar sus propias decisiones.
f . d o s t o i e v s k i , Los hermanos Karamazov
21 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LÁ SOCIEDAD DE MASAS

LOS PRODUCTORES

Atribuyo mi éxito a que le doy al público lo que el público


quiere. No soy un esnob.
M Ú SICO POPULA R

C uando pensam os en las características extraordinarias de la


literatura m o d ern a ele entreten im ien to solemos com eter dos errores en
los aspectos que destacamos. La asociamos con muy pocos nom bres y
establecem os un paralelism o con unos pocos autores contem poráneos
serios (a falta de un calificativo m ejor) cuyas obras aparecen en las
reseñas semanales. Y pensam os que los autores adoptan respecto de su
obra u na actitud m eram ente com ercial y cínica.
Los escritores populares sum am ente exitosos y las graneles librerías
comerciales son figuras im ponentes y fascinantes. Podem os im aginar
a las secretarias y las m ecanógrafas, los grabadores, los “fantasm as”
periféricos, las gacetillas ele prensa, la frase “prohibida su reproducción
total o parcial”, la com pleja y eficiente fábrica de palabras de ensueño
en u na antigua casa situada en algún lugar del sur del país, clesde donde
parte la últim a fantasía o astuta pieza de halagos del m aestro rum bo a
las editoriales de revistas semanales, al m ercado estadounidense y a otros
territorios lejanos.
Pero in d ep en d ien tem en te de cuán m ecanizada esté su organización,
tocias esas personas no pu ed en ser responsables del vasto conjunto de la
literatura popular. En Inglaterra se publican aproxim adam ente 18 000
libros al año, la m ayoría de los cuales son novelas de entreten im ien to .
¿Qué decir ele los libros de en cuadernación rústica que publican
editoriales de las que casi nadie ha oído hablar, que pueblan de colores
chillones las vidrieras ele los nuevos quioscos de revistas y libros de las
estaciones ele tren? Son libros escritos p o r autores que, probablem ente
usando distintos seudónim os, publican e n tre cuatro y diez libros p o r año,
y cobran p o r m illar de palabras. El m ercado es bastante competitivo, y los
que triunfan -e s decir, los que ganan lo suficiente para vivir sin llegar a
ser conocidos a nivel n acio n al- deben in tu ir lo que quiere el público. Así,
uno de esos triunfadores clice que dos de sus principios son no incluir
nunca en sus escritos “descripciones aburridas” (creo que se supone que
toda descripción ele más de dos líneas lo es) y asegurarse de que haya
diálogo en la prim era página. E ntre los escritores que ofrecen lo que se
espera de ellos y ganan bastante dinero, uno, que ha conservado muy
bien su nom bre en secreto, afirma:
INVITACIÓ N A L MUNDO DEL ALGO DÓ N DE A ZÚ CA R 2 1 Q

En las naciones dem ocráticas, un escritor puede presum ir de


que, aun cobrando poco, gozará de u n a m agra reputación pero
ten d rá una gran fortuna. Para ello, no necesita ser adm irado;
basta con que al público le guste lo que escribe. La cantidad
cada vez mayor de lectores y su continua búsqueda de algo
nuevo aseguran la venta de libros que nadie estima dem asiado.97

N adie los estima dem asiado, pero “estim ar” es un verbo valorativo; en
cambio, que a la gente le gusten, com o observa De Tocqueville, es la
p ru eb a de fuego.
Esos escritores son com petentes y no cabe duela de que recu rren a
ciertas tácticas p ara pro d u cir, de m an era consciente, lo que el público
quiere leer. Pero pen sar que m ezclan a conciencia los ingredientes en
las p ro p o rcio n es adecuadas para o b te n e r un p ro ducto exitoso implica,
en tre otras cosas, sobreestim ar a la m ayoría de ellos en el plano intelec­
tual. Después de leer unas cuantas novelas baratas, no es fácil sostener
que el m u n d o que m uestran está construido d eliberadam ente desde
el exterior. Escribir así de m an era tan consistente e infalible según lo
q ue espera el lecto r n o p u ed e ser un artificio intelectual y, m enos aún,
la creación de u n a m ente del calibre de las que dan form a a esas obras
que están escritas p o r personas que poseen algunas cualidades diferen­
tes de las de sus lectores, pero que tienen los mismos valores que ellos.
Si “cada cu ltu ra vive d e n tro de su p ro p io su eñ o ”,-18 ellos com parten el
sueño com ún de su cultura. P u ed en pub licar m ucho d u ran te varios
años, salteándose las etapas en las que u n escritor serio desarrolla su
e x p erien cia y m odifica su form a de expresión, p o rq u e escriben de m a­
n e ra sem iautom ática. Lo m ism o se aplica a gran parte de la prensa po­
pular. Las biografías de este tipo de periodistas destacan la im portancia
de u n a “percep ció n intuitiva del perfil de los lectores”,99 una “creencia
en sí m ism o” y u n a “absoluta h o n e stid a d ”.. Pero h ab lar de “h o n estid ad ”
es tan útil com o h ab lar de “cinism o to tal”. C iertam ente, un a u to r pue­
de n o ser u n m an ip u lad o r consciente y aun así te n er ojo para saber

97 D e Tocqueville, libro 1, segunda p arte, capítulo 14.


98 Lewis M umf'ord.
99 R .J. M inney co m en ta sobre J. S. Elias, el que am asó fortunas para
O d h am s Press: “Sabía instintivam ente qué les gustaba, po rq u e era lo
m ism o qu e le gustaba a él” (V iscount Southw ood, p. 245). A. P. Ryan,
b iógrafo de H arm sw orth, m enciona esta idea varias veces, p o r ejem plo, en
" [H arm sw orth] creía en sí m ism o” o “No había ni un ápice de piedad en él
ni n in g ú n signo de fervor m oral o intelectual”.
2 2 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

qué es lo que esp era el público. A nivel consciente, según se desprende


de la lectura de lite ra tu ra po p u lar, se p u e d e e n c o n tra r tanto cinismo
en estado p u ro com o vocación de servicio de autores que esperan con­
vertirse en la voz de “la g e n te ”. Pero con m ayor frecuencia, lo que se
aprecia es u n a m ezcla insostenible en el p lan o lógico p e ro tolerable en
la práctica de am bas características. Las palabras de la cubierta de Lord
Northcliffe, de A. P. Ryan, p resen tan a N orthcliffe com o u n a “extraña
m ezcla de entu siasm o y m alicia, sin cerid ad y cínica m a n ip u lac ió n ”.100
De los cantantes más populares n o p u ed e afirm arse que les falte
honestidad. El lem a de Betty Driver es “T odos tenem os u n a canción
en el corazón”. Sin duela, Vera Lynn sabe m uy bien en qué elem entos
debe apoyarse p ara ad q u irir su efecto característico, es decir, el patrón
em ocional sim ple pero eficaz, las complejas alternancias de énfasis y el
extraordinario co n tro l de las vocales con lós que otorga el sentim iento
necesario a la interp retació n . Y eso es lo que el público quiere oír en
canciones que evocan u n a clase especial de m undo im aginario que
les pertenece. El m u n d o im aginario de V era Lynn tam bién es, creo,
un m u ndo que ella habita natu ralm en te cuando canta. Quienes la
describen están en lo cierto cuando hablan de “la resonante sinceridad
de su famosa voz”; V era Lynn canta, com o se h a dicho alguna vez, como
u na joven o b re ra que in te rp re ta p ara sí misma.
Detrás de la exageración que se observa en el siguiente pasaje se
esconde u n a verdad similar:

U na vez asistí a. u n a reu n ió n creativa en la que se discutió el


guión de u n a de las películas de Oíd Mother Riley. Puedo asegurar
ante quienes desprecian el cinismo com ercial de esa exitosa
saga que la sala rebosaba de euforia creativa. Los em presarios
no pod ían evitar llo rar de risa m ientras discutían cuántas veces
la señora Riley se tropezaría bajando las escaleras o se caería al
agua.101

Supuestam ente, casi todos los escritores de ficción, cualquiera sea la cla­
se social dé su público, co m parten el m u n d o de fantasía de sus lectores.
Se convierten en escritores y no en lectores p o rq u e p u ed en dar cuerpo

100 Véanse los dichos d e algunos novelistas populares en Q. D. Leavis, Ficlion and
Ihe Reading Public.
101 L. D u n n in g , “Film N otes”, The European, n° 1, m arzo de 1953.
IN V ITACIÓ N A L MUNDO DEL A LG O D Ó N DE A ZÚ CA R 2 2 1

a esas fantasías en la form a de cuentos y personajes, y porque m anejan


la lengua con fluidez. No tienen la m ism a actitud ante el lenguaje que
un escritor creativo q ue trata de d ar form a a unas palabras que transm i­
tirán la peculiaridad de su experiencia, p ero sí tienen fluidez, “labia” y
facilidad p ara usar los miles de frases hechas que p o n en a los personajes
en movim iento en el tan convencionalizado escenario de la imaginación
de sus lectores. P o n en en palabras los sueños del público y los dotan
de mayor intensidad, m uchas veces con considerable habilidad técnica.
La relación con sus lectores, según he notado, es más directa que la del
literato. No crean u n objeto en sí m ismo, sino que actúan com o pintores
de aquello q ue está detrás de los deseos de los lectores p ero que, debido
a la incapacidad im aginativa de estos, no tiene u n hábitat local ni un
nom bre. R ecuerdo a u n a joven del in terio r del país que antes de cum plir
los 21 años ya había escrito unos diez libros. H abía em pezado a los 15 y
luego, según sus propias palabras, “m e salían solos”. O tra autora había
publicado cientos de libros en rústica e n los que ab u n daban el suspenso
y los crím enes. Llevaba u n a vida tranquila con su m arido en las afueras
de Londres. C uando le p reg u n tab an cóm o hacía p ara escribir, decía “me
siento d u ran te horas frente a la m áquina d e escribir”,102 y añadía que su
ambición era escribir “u n libro serio, espiritual, que p erd u re en el tiem­
po; uno con tapa d u ra ”.
Algunos observadores críticos se ven tentados a vei; en toda esta litera­
tura popular, en especial en sus formas contem poráneas, u na suerte de
plan elaborado p o r “las autoridades”, u n a m an era astuta de m antener
anestesiada a la clase trabajadora. Pero m uchos de los qué dan lo m ejor
en ese cam po -y lo hacen “sinceram ente”- son ellos mismos individuos
de origen obrero que h an estudiado gracias al sistem a de becas, m ucha­
chos listos y dinám icos que h an logrado “avanzar” p o rque tienen “labia”
y conocen a su gente com o sólo se la p u ed e conocer si se es uno de ellos.
Si hubiera algún plan, se trataría de u n o sum am ente ingenioso: “Ellos”
h an convencido sin dificultad a algunas de las m entes más brillantes de
la clase trabajadora para que debiliten a su p ro p ia gente, p o r dinero o
p o r razones que h an analizado de la form a más inadecuada. Esos jóve­
nes siem pre destacan en sus m em orias que “form an parte del pueblo,
com parten sus risas y sus penas, son gente com ún, y cuando escriben
im aginan que están redactando u n a carta p a ra su fam ilia”.

102 “H er hobby’s m u rd er”, PidurePosl, 24 de en ero de 1948. Los libros de esta


escritora n o son com o los relatos de sexo y violencia descriptos en el capítulo 8. -
2 2 2 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

La ironía inconsciente que se esconde detrás de todo esto no es fácil


d e sostener, en especial cuando pensam os en las enorm es organizacio­
n e s comerciales a las que sirve com o justificación genuina. Además, suele
h a b e r un tono ganador, u na determ inación detrás de los clisés, hasta que
recordam os las m aneras poco halagüeñas y sentim entales de las personas
d e la clase trabajadora que hablaban para y en nom bre de las aspiracio­
n es de su gente hace cincuenta años.

E L PROCESO ILUSTRADO: ( i) SEMANARIOS P A R A LA FAM ILIA

[Ellos] les quitaron el p a n de la boca a los educacionistas y a


los ciudadanos celosos que creían que un a dem ocracia letra­
da clebía ser sobria en sus gustos.
A. p. r y a n , Lord Norlhdiffe

H e propuesto que el proceso p o r el cual los diarios populares se esfuer­


zan cada vez más p o r captar y re te n e r a su público, por conquistarlo a
cualquier costo, es el resultado de las presiones comerciales y del ethos
com partido entre el lector y el autor. La com petencia es tan amplia que
los diarios, las revistas y los libros en rústica de corte popular no nece­
sariam ente se lim itan a u n estilo fijo. Algunos h an sobrevivido casi sin
cambios, pero para la m ayoría de las editoriales la batalla por conservar
los prim eros puestos no se ab an d o n a n u n c a.103 U na revista determ inada
p uede ser la más vendida d u ran te u n mes p orque u n editor inteligente
descubre u n nuevo ángulo en las antiguas posturas, pero los editores
saben q ue si no lo reem plazan con otro más nuevo, sus com petidores
lo harán prim ero y serán estos los que tom en la delantera. Así continúa
el arduo ritm o y el público se enfren ta a novedosas y raras sutilezas: ob­
tenem os entonces bastante más q ue “la prensa que nos m erecem os”. Y
es que el proceso se retroalim enta; entonces me parece inevitable que

103 News oflhe World es el diario con m ayor can tid ad de lectores. A ctualm ente
alcanza los 16 o 17 m illones, casi la m itad de la población. P or grupos, los
lectores son, apro x im ad am en te: A-B, 1 de cada 7,5; C, 1 de cada 3, y D-E,
1 de cada 2 (en los grupos D-E, es leído en sim ilares prop o rcio n es p o r
hom bres y m ujeres en todos los grupos etarios). A efectos com parativos,
los lectores de Einpire News son 1 de cada 9,5 en to d a la población,
aproxim adam ente; en los grupos A-B son 1 de cada 30, en el grupo C, 1 de
cada 14, y en los grupos D-E, 1 de cada 8 ( HR S 1955).
IN VITACIÓ N AL MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚ CAR 2 2 g

la mayoría de nuestros diarios populares hayan em peorado durante los


últimos quince o veinte años en com paración con cóm o habían sido en
los cincuenta años anteriores, que hayan desestim ado o destruido en for­
m a implícita actitudes valiosas más decidida y eficazm ente en los últimos
veinte de sus setenta y tantos años de vida que en sus prim eros cincuenta.
Sin duda, seis años de guerra fueron decisivos para que el proceso se
acelerara. Concluida la guerra, todos los diarios populares supieron que
a la tregua artificial no le quedaba m ucho tiem po. Los más ambiciosos
usaron bien sus tanques y se p rep araro n para u na cruenta lucha por la
distribución de casi todo el público lector británico entre unas pocas
potencias editoriales. El período del servicio m ilitar es la oportunidad
perfecta para que el proceso siga su curso: los hom bres jóvenes, aburri­
dos pero incapaces -salvo honrosas excepciones- ele iniciar por su cuen­
ta actividades lectoras relacionadas o derivadas, constituyen un terreno
fértil para las ventas en lo inm ediato y para la creación de hábitos que
condicionarán las lecturas en el futuro.
Pienso en varias m aneras de ilustrar este cambio; p o r ejem plo, realizar
un análisis comparativo del estilo y las m aneras del centenario Netos of
the World y de los de alguno de los diarios de dom ingo más modernos.
Nexos of the World es la única publicación que conozco que ha podido
conservar u n a posición prom in en te d entro de todas las clases sociales
(lo leen uno de cada dos adultos en el país) gracias a que no ha variado
sustancialm ente a lo largo del tiem po. Ha tenido algunas m odificaciones,
en particular en el estilo de las fotografías y las ilustraciones, pero en
general sigue aplicando las mismas fórmulas, y en la actualidad ejerce
atracción en m uchas personas com o un diario “de época”. Tam bién se
podría hacer una com paración entre los dos estilos de las publicaciones
con contenido erótico: las que m uestran u n erotism o nistico y las que
coquetean con lo m ejor de ambos m undos. Estas últimas, que son las
más com unes hoy en día, proveen u n narcótico del sexo, pero siempre
con un rápido repaso p relim inar a la moral:

No tendrían que hab er publicado esa historia (com pleta y con


fotos). Sabemos que los ciudadanos decentes objetarán, igual
que nosotros, los hábitos de ciertos diarios: “El Sunday. .. deci­
dió que, en defensa de la m ayoría de los ciudadanos respeta­
bles, debía exponernos a esta historia maligna. El prim ero de
los tres relatos ilustrados y publicados sin censura sobre esta
abom inable depravación aparecerá la próxim a semana. Reserve
ya su ejem plar”.
2 2 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

La doble m oral suele ser u n a característica de las publicaciones que no


están dirigidas especialm ente a la clase trabajadora. Pero la costum bre se
extiende inevitablem ente, en especial en algunos de los diarios dom ini­
cales más m odernos y en los que p arecen más indefinidos y que, p o r lo
tanto, se adaptan m ejor a los nuevos estilos y formas.
Tam bién aquí p o d ría m en cio n ar los cambios en la política que algunos
semanarios han im plem entado d u ran te los últimos años, aunque no sean
exactam ente los favoritos de la clase trabajadora como para m erecer u na
atención especial. Los cambios en la form a parecen haber ocurrido con
frecuencia, con alguna dism inución en el tratam iento de temas sociales,
salvo algún artículo sensacionalista sobre u n “mal social” o u n intento p or
retornar a las formas originales.
Del m ism o m odo, es ilu m in ad o r el cam ino adoptado p o r algunos dia­
rios, en especial en los últim os diez años. U n proceso similar se observa
en la form a en que las nuevas revistas fem eninas ilustradas le quitan pú­
blico de clase trabajadora a las revistas m enos elegantes que m encioné
anteriorm ente. El m ayor éxito lo tien en con las mujeres m ásjóvenes, que
se creen más listas y buscan ser más inteligentes que sus m adres, algo que
es fácil de co m prender. M uchas veces, esto quiere decir que las publi­
caciones presentan u n a visión de la vida de la clase trabajadora igual de
bonita que la de la clase m edia:1"4 “Las maravillas que puedes hacer con
un trozo de tela de tapicería”, “Cóm o redecoré mi dorm itorio”, “N ue­
vas creaciones en taijetas de cum pleaños”, “Cuando no está film ando,
ella vive en u n am plio au n q u e m odesto departam ento en Kensington.
Cuando an d a p o r la casa, usa u n a vieja bata; no tiene delantal”. Para ac­
tualizarse, los diarios más anticuados recu rren a biografías ilustradas de
famosas actrices de cine.
La naturaleza de esos cambios se aprecia m ejor en la evolución de
las im ágenes de m ujeres con po ca ropa, fotos de chicas pin-up, en In­
glaterra en los últim os quince años. Ese tipo de fotos eran, y aún son,
la decoración estándar de los dorm itorios de los cuarteles y las cabinas
de los cam iones, p ero hoy en día, nos guste o no, están p o r todos lados.
Son el rasgo visual más llamativo de la cultura de masas de m ediados del
siglo XX; estamos en u n a dem ocracia cuyos trabajadores cam bian sus

.. 104 Se p o d ría re sp o n d e r a esto d icien d o que en la literatura p o p u la r h a sido


así d u ran te m u c h o tiem po; p o r ejem plo, en los libros de Ellen W ood. Lo
q u e deseo d estacar a q u í es q u e la visión de la vida d e la clase m ed ia que se
m u estra hoy en d ía está más asociada con las posesiones y el lustre que en
lia-si Lynne.
IN VITACIÓ N AL MUNDO DEL ALG O D Ó N DE A ZÚ C A R 2 2 5

derechos básicos p o r u n aluvión de im ágenes de chicas atractivas. Las an­


tiguas ilustraciones eran bastante simples; se trataba de fotos en las que
destacaban las piernas de la m uchacha que a veces usaba traje de baño,
y todavía se las ve en las revistas o los diarios más viejos. En la actualidad,
pocos las im prim en porque p arecen anticuadas; es que ya estamos en
u na época de chicas en tecnicolor y e n tres dim ensiones. C ualquier fotó­
grafo que se especialice en este tipo de im ágenes sabe que debe producir
fotos que coqueteen con las leyes de la indecencia y que sean altam ente
sugerentes. Algo difícil de regular, sim plem ente porq u e no d ep en d e de­
m asiado de qué p orción del cuerpo qu ed a expuesta sino que su fuerte es
la sugestión: u n cruce de piernas o la inclinación de un hom bro o la yux­
taposición de la m odelo y algún objeto que de otra form a sería inocente.
El fotógrafo se recuesta y tom a la foto desde abajo o desde arriba, o ella
se sube a u n a escalera o m ira al in terio r de u n dorm itorio o lleva u n a vela
en la m ano y tiene u n a m irada tímida. U na im agen “tiene algo” porque
m uestra más del escote que lo habitual; u n a ropa así fotografiada hace
un uso muy sugerente de la p arte baja de la espalda. Todas las semanas
hay que darles a los lectores algo “m ejo r” que la sem ana anterior y “m e­
jo r ” que lo que les d an los com petidores; la astucia reflejada en el ángulo
de la tom a, que p one el acento en los pezones debajo de u n tejido opaco
o el uso del nailon casi transparente que perm ite que se vea la areola (el
nailon ha sido de gran ayuda para los fotógrafos de tapas de revistas: “U n
trozo de nailon hace m ilagros”).
D edicarse a la fotografía debe ser u n a de las ocupaciones más can­
sadoras, dad a la com petencia p ara p ro p o rcio n ar las diez im ágenes de
gran form ato con chicas pin-up que el nuevo tipo de periódico requiere
cada sem ana; es cansadora p a ra el fotógrafo, que debe confiar en su p re ­
sentim iento de cuál de la d e cen a de tom as o cupará la p rim era página
del diario; es tam bién cansadora para las tantas m odelos y bailarinas “de
curvas pron u n ciad as” que o b tien en p ro m o ció n y din ero extra conge­
lándose du ran te horas en poses imposibles. A veces surge algún m odelo
h om bre p a ra que disfruten las m ujeres, p ero las revistas más exitosas
no suelen q u ed ar tan desfasadas biológicam ente. Y todas las im ágenes
d eb en ir acom pañadas de u n pie de foto de u n a banalidad y u n ingenio
insoportables: “curvas peligrosas”, “alim ento para las fieras”, “bom ba
erótica” o “cam ión con acoplado”. Los redactores co rren el riesgo de
desarrollar u n tic que no les p erm ita p a ra r de crear frases que llam en
la atención.
Están tam bién las revistas pu ram en te eróticas, como el nuevo conjun­
to de pequeñas publicaciones m ensuales pobladas de fotografías que se
2 2 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

venden a u n chelín y vienen con decenas de bailarinas, actrices de cine y


modelos. Se las presenta con las frases ingeniosas de rigor, rodeadas p o r
l a parafernalia de la in dustria del en tretenim iento. Las revistas publican
i mágenes atrevidas de b u en a calidad que van un poco más allá de las que
se atreven a publicar la m ayoría de los diarios, y para ello utilizan papel
ilustración. Además de fotos, hay unas pocas “historias divertidas” para
adolescentes y u n p ar de simples cuentos de fantasmas.
Cualquiera de los cam bios que he m encionado podrían estudiarse
e n profundidad, p ero me parece más útil com entar los que han expe­
rim entado los sem anarios p ara to d a la familia, que sirven para ilustrar
tanto las presiones que soportan las revistas más antiguas debido a la
aparición de otras más m odernas com o las reacciones ante esas p re­
siones. Algunas de las revistas antiguas todavía no se h an m odificado
profunclám ente, pero casi n in g u n a ha podido evitar introducir algún
p eq u eñ o cam bio, com o la publicación de chicas en poses sugerentes o
historietas o la reducción de la cantidad de artículos de tem ática dom és­
tica en favor de otros que p o n e n el acento en los aspectos domésticos
del m u ndo de las figuras públicas o exageran inadecuadam ente la vida
cotidiana del h om bre de la calle. La m ayoría de las revistas ha pasado en
los últimos años p o r u n proceso de renovación. Las que todavía in te n ­
tan seguir siendo sem anarios para la familia tienen que buscar nuevas
m aneras de colonización y p o r eso se p ro p o n e n ser las más amigables y
originales e n tre las revistas “h o g areñ as” de bajo costo. Otras quizá pre­
tendan a tra e r lectores algo curiosos, p ero h an decidido que sólo lo con­
seguirán dirigiéndose a la clase m ed ia baja o a la clase meclia en lugar
de la clase trabajadora.
La m ayoría de las publicaciones de este tipo son extrem adam ente
fragm entarias. T raen recuadros con curiosidades repartidos p o r tocia la
revista y con títulos en letras negras tan sugestivos como:

¡Un helado de 400 libras!


Extorsionaclor alcoholizado pasa a m ejor vida
Pierde abrigo p o r m irar m ujeres bellas

Se trata de inform ación diversa, sin n in g u n a coherencia. No obstante, a


veces se vislumbra, en especial en las referencias a curiosidades dentro
del cam po de la historia, la geografía, la literatura o la ciencia, una piz­
ca de calidad. A unque los artículos están destinados a satisfacer u na cu­
riosidad vana, se originan en el entusiasm o p o r el conocim iento. Nadie
puede reírse de lo que tal vez sería el com ienzo de una curiosidad inte­
IN V IT A C IÓ N A L MUNDO D EL A LG O D Ó N DE AZÚ CAR 2 2 7

lectual genuina, p o r más torpe que parezca. Para la clase trabajadora de


principios de siglo, instruida desde hacía poco tiem po, este tipo de cosas
indicaría u n respeto y u na fascinación p o r todo u n m undo de inform a­
ción que se abría ante sus ojos. En el m ejor de los casos, tal actitud puede
equivaler a p u ro amor. C uando se expresa principalm ente en la clase
de artículos expuestos, prom ueve, en cam bio, una curiosidad trivial que
probablem ente sea un obstáculo en el cam ino al verdadero conocimi'en-
to. Al com entar sobre los cambios en u na de las antiguas revistas para la
familia, A. P. Ryan observa u n a evolución similar a la que describo aquí:'

La im portancia de esta primitiva— [...] es que en gran parte se


ocupa de temas serios y de las personas, aunque el form ato sea
el de anécdotas triviales. El alejam iento de la antigua cultura
fue u n proceso gradual.105

La m ayoría de los chistes ele las antiguas revistas sigue la tradición de


las postales con personajes com o el escocés que cuida su dinero, la sue­
gra gorda, el borracho gracioso y la pareja joven que está en el salón y
es in terru m p id a p o r u na frase graciosa pron u n ciada por el padre que
entra en pijama. En general, las revistas están del lado del padre, pues los
editores identifican a sus lectores con el jefe del hogar de unos 30 años
o más y su esposa. Suelen ofrecer m aterial p ara hom bres que participan
en num erosos concursos de periódicos, pero naturalm ente, tam bién in­
cluyen artículos para otros m iem bros de la familia.
P o r lo general, la im presión y el form ato son los mismos desde hace
décadas. Hay u n a página dedicada a las cartas de lectores, que tratan
temas tan diversos como las mascotas en los edificios de departam entos,
la p erm an en te en el cabello de las niñas, y los “delincuentes juveniles”
(nada de psicología; lo que vale es el castigo co rporal). Con frecuen­
cia, estas revistas familiares tienen u n a página de historietas, recuadros
en blanco y negro con dos o tres líneas escritas debajo. El estilo de las
ilustraciones, tanto de las historietas com o de los cuentos, suele ser de
carácter dom éstico y más viejo que la ruda. Los cuentos son narraciones
com unes sobre gente com ún, iguales a los que aparecían en las antiguas
revistas fem eninas. Hay decenas de anuncios y los “espacios de 5 centí­
m etros para ofertas”, es decir, grandes bloques ilustrados con artículos
que se envían p o r correo: instrum entos musicales, excedentes de mantas

105 A. P. Ryan, Lord Northdi/fe, p. 50.


2 2 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

y binoculares p ertenecientes al gobierno, curiosidades para el hogar. Los


anuncios más frecuentes m an tien en su form a tradicional: “el anillo de
tus sueños”, u n corsé que se pide p o r correo o u n a alfom bra de telar que
se com pra d irectam ente en la fábrica, decenas de m edicam entos, libros
de editoriales desconocidas -so b re rem edios hogareños, la m archa de
la historia, la enciclopedia que todos los niños deberían te n e r- a bajo
precio y muy com pletos, ofertas de los clubes de venta de ropa a personas
que estén interesadas en ganar dinero en el tiem po libre con u na acti­
vidad “bonita e in teresan te”. P o r últim o, las revistas contienen consejos
para el hogar, la m ayoría de ellos, de sentido com ún.
Sin em bargo, e n casi todas las revistas ele este tipo se sabe muy bien
que se corre el riesgo de ser pesado y de que el público no com pre las
publicaciones p o rq u e han dejado de ser espontáneas. Los editores se
esfuerzan m ucho p o r in co rp o rar nuevas form as, pero estas todavía convi­
ven con las antiguas, n o las reem plazan. M uchas veces aum entan la can­
tidad de fotos ele.mujeres con poca ropa y hasta las p o n en en la tapa. Las
historietas a la vieja usanza conviven con algunas más m odernas sobre
infracciones de conductores de autos veloces o aventuras en avión, todas
con alguna ru b ia d espam panante y u n detective o u n piloto de m an­
díbula p ro m in en te, dibujados en el nuevo estilo inspirado en las tiras
estadounidenses, que son tan distintas de las antiguas versiones inglesas
como u n b ar m o d e rn o cliñere de las viejas tiendas que sirven pescado
con papas fritas.
Las revistas tam b ién ofrecen los últim os chim en tos sobre cine y radio
y las últim as noticias sobre la televisión. P o r sobre todo está la sensacio­
nal historia p o r entregas o el relato biográfico. La presión del tiem po
hace que las entregas no se p ro lo n g u e n más que un mes, así que cada
tres o cuatro sem anas las revistas y los quioscos de diarios p o n e n carteles
que anuncian las próxim as historias de “dram a y pasión”. Pero en esas
historias, el único rasgo verdad eram en te sofisticado es la presentación
visual, que no siem pre es tan sofisticada. A seguran que son conm ovedo­
ras au n q u e, en realidad, son insípidas com paradas con lo que se p u ede
en co n trar en cu alq u ier novela breve de sexo y violencia. No obstante, la
publicidad p re te n d e tener-form ato m o d ern o . Todos los carteles y cada
entrega c o n tie n e n ilustraciones que son “genuinas fotografías de la vida
real”. Pero en el fondo, la m ayoría de las revistas conserva el espíritu
ele siem pre, y sus lectores, au n q u e atraídos p o r los pecados de la carne,
siguen ten ien d o u n carácter .provinciano y básico. U n cartel anuncia,
p o r ejem plo, u n a nueva novela p o r entregas con títulos tales com o La
vida con mi amante del desierto y m uestra la im agen de u n a bonita actriz
IN V ITACIÓ N A L M UNDO DEL ALG O D Ó N DE AZÚ CAR 2 2 9

de vodevil con facciones típicam ente inglesas originaria de Scunthorpe,


con ropa in terio r de seda b o rd ad a que le p ro d u ce cierta incom odidad.
Si uno no le m irara la cara, la pose rep resen taría lo que los clientes del
City Palace o f Varieties de Leeds consideran u n a m uchacha realm ente
atractiva, en lugar de la en cen d id a sexualidad de u n a bailarina árabe.
Unas sem anas después h ab rá otro relato con u n título parecido a La
ley del pagano, ilustrado p o r la foto de u n a bella m uchacha cautiva de
u na band a salvaje. “T íren m e a los p e rro s... m á te n m e ”, grita, “No m e
entregaré jam ás”. ¡Pura barbarie! La cara y el precioso pelo castaño y
ondeado p arecen los de u n a chica que sonríe desde los libritos con m o­
delos de tejidos. Está claro que cuando deja de posar, la jo v e n m odelo
esconde el poco atractivo traje de baño debajo del abrigo tejido que le
costó barato y la falda de m o d a que consiguió a m itad de precio en la
liquidación de C&A.
No es seguro que la m ayoría de las revistas más antiguas puedan con­
servar siquiera ese rasgo de dom esticidad en su osadía. Algunos intentos
recientes, tanto en el fondo com o en la form a, p ru eb an que es casi im ­
posible debido al ritm o im puesto p o r los antiguos sem anarios que h an
adoptado con m ayor convicción las nuevas costum bres, así com o por al­
gunas de las nuevas publicaciones. Las revistas de este tipo presum en de
“m odernas” y “visionarias” y se esfuerzan p o r atraer a u n público joven.
Se diferencian de las revistas a la vieja usanza p o r ten er u n a mayor p ro ­
porción de anuncios de técnicas para que los jóvenes sean más fuertes o
más altos. M uchas notas -so b re las curiosidades del noviazgo o de los p ri­
m eros años de la vida de casados- están dirigidas a lectores de m enos de
30 años, pero en general, las revistas p re te n d e n ser de interés para toda
la familia. La m ayoría trae artículos sobre m o d a fem enina y masculina,
guías de centros de recreación, concursos p ara personas con intereses
diversos, los típicos anuncios para la fam ilia y la sección de la enferm era
o la herm an a mayor que responde a las consultas de los lectores con la
misma sensatez que despliegan sus colegas en las revistas fem eninas de
form ato más anticuado.
Las nuevas publicaciones son, en realidad, revistas para la familia, con
un público am plio y variado. Sería erró n eo pen sar que son com o “diarios
exclusivos para h om bres” con u n form ato especial. Esas revistas p o r lo
general las lee uno de cada cuatro o cinco adultos, y su distribución en
las clases sociales es sim ilar a la de las viejas revistas para la familia, pero
tienen el doble o el triple de lectores. Además, u n a publicación m oderna
tiene la m ism a pro p o rció n de lectores d en tro de cada grupo etario que
cualquiera de las antiguas, y la pro p o rció n de m ujeres de todas las eda­
2 3 0 LA CU LTU RA O B RERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

des es tan alta com o en las revistas del viejo estilo, es decir, casi igual a la
proporción de hom bres. Las nuevas revistas p ara la familia h an llevado a
las viejas a luchar con uñas y dientes p o r la supervivencia, porque son sus
com petidoras y hered eras directas. El hecho de que no siem pre reconoz­
camos que esto es así p u ed e deberse a que nos resistimos a adm itir que
las recién llegadas, con su dudoso atuendo, ya han accedido al trono.
Matthew A rnold observó que las publicaciones populares siem pre tie­
n e n u n a buena dosis de “instintos generosos” y en ello reflejan el carác­
te r de sus lectores. Las publicaciones m odernas com binan su sensaciona-
lismo con un radicalism o fácil; su tono general es socialm ente (aunque
vagam ente) progresista y, p o r supuesto, moralista. A veces contienen
u n a sección religiosa o un p o em a en prosa en clave ética parecido a
los que aparecen en las revistas más antiguas. Pero ese tipo de cosas, en
m i opinión, esconde tendencias inconfesadas más im portantes; hasta los
tan com unes ataques a los “trucos”p u ed en ser tam bién “trucos”.l(W La
m oralidad declarada con cu erd a con las actitudes de la clase trabajadora,
pero si hay qué dejarla de lado p o r u n a risa, entonces es probable que
se lo haga. La única cualidad consolidada es el quijotismo, u n a caracte­
rística ele quienes norm alm en te se dice que son, de todos m odos, como
“la m anzana p o d rid a ”. Se aprecia u n paralelism o en el uso de elem entos
m orales p o r p arte de ciertos anunciantes.
En el contenido textual, las revistas más nuevas son tan superficiales
com o las viejas. Están hechas de fragm entos de inform ación en form a
de notas breves sobre personajes históricos, chicos guapos o curiosida­
des de distintos rincones del m undo, y todas las notas parecen iguales
a las de las revistas del pasado. Pero u n a m irada más atenta revela que
en la transición hacia nuevos estilos, las publicaciones se ad en tran en
u n m u ndo más estrecho. Las revistas a la vieja usanza iban en busca de
lo curioso y lo so rp ren d en te; las nuevas, en cambio, p onen el acento
sólo en lo so rp ren d en te, en los crím enes, el sexo y lo sobrenatural. Por
cierto, el antiguo interés e n lo sobrenatural continúa vigente igual que
antes aunque cam bie la form a de presentarlo. Si se publica u na noticia
es porq u e se le p u ed e en c o n tra r alguna veta relacionada con el sexo o lo
sorprendente. D ebe h ab er m uchas fotos, en especial de chicas bonitas.
El foco está puesto, entonces, más en lo extraordinario que en lo curioso,
o m ejor dicho, los principios que sostienen ese m undo son tan reducidos

106 U na “línea" in telig en te o un artificio hab itu alm en te em pleado p ara ab rir un
texto.
IN V ITACIÓ N AL MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚ CAR 2 g 1

que parece que sólo lo que sorprende -e n especial, en alguno de los tres
aspectos m encionados- despierta curiosidad. Así, hasta los tenias insosla­
yables que no son sorprendentes en sí mismos precisan un poco de “con­
dim ento”, más de lo que en algunos diarios se consideraría razonable:

Le gusta c a n ta r... con poca ropa


Miles de hom bres se pelean p o r u n a m ujer
El m ayordom o que golpea a la duquesa
A ella le gusta... picante

Está claro que los diarios populares siempre han estado bajo la presión
de tener que ser ingeniosos e interesantes. Pero en los últimos cincuen­
ta años, su m undo se ha vuelto cada vez más competitivo. Y durante los
últimos treinta años, la radio se ha adueñado de la presentación de las
primicias. Los diarios serios inform an lo que ya sabemos, se explayan con
comentarios o proporcionan contexto; los más populares se centran en los
sustitutos que causan sorpresa. La com paración del diseño de una revista
antigua con el de una nueva confirm a esta idea. Las nuevas no tienen más
que inteligencia y dinamismo. Suelen utilizar, como lo hacen los publi­
citarios, una tipografía m ucho más variada que la que em plean las más
antiguas; las tiras cómicas y los chistes (casi siem pre muy graciosos cuando
dejan de lado el tan trillado tema de las discusiones entre esposos) poseen
un estilo nuevo más sofisticado. Los titulares, que en lugar de tipografía
normal em plean fuentes impactantes, adquieren gran importancia. Tanto
en su aspecto com o en el tratam iento del m aterial de siempre, las nuevas
publicaciones son más sutiles que las revistas que les dieron origen; son
revistas realm ente m odernas, de mediados del siglo XX.
A un así, pienso que la evolución es sólo técnica; los editores de las nue­
vas revistas saben muy b ien cóm o descubrir nuevas formas para disfrutar
de los viejos placeres y parecer osados en la m an era de presentarlos. En
tren de com paraciones, las publicaciones m odernas parecen tragos sofis­
ticados y las antiguas, u n a cerveza ligera; la conclusión a la que llegamos
es que las prim eras son m enos saludables que las segundas. En general,
reem plazan las miras más amplias de la curiosidad p o r la sorpresa más li­
m itada y el sensacionalism o en el plano sexual. Lo que es peor, el interés
p o r el.sexo está p rincipalm ente “en la cabeza” y en la vista, p o r lo que es
algo rem oto y vicario. A este interés se lo suele ver com o ingenioso e inte­
ligente pero, en realidad, es desapasionado y se reduce a un abanico muy
acotado de reacciones; el ingenio que esconde la pobreza emocional no
implica u n a evolución respecto de la vieja revista para toda la familia. Los
2 3 2 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

defensores del estilo más m o d ern o a m en u d o se refieren con térm inos


jactanciosos y m o ralm ente autocom placientes al m aterial más antiguo
que las nuevas publicaciones h a n desplazado; no tienen ningún motivo
para hacerlo.

EL PROCESO ILUSTRAD O: ( i l ) CANCIONES POPU LA R ES COMERCIALES

Las canciones populares n o m uestran de m an era tan directa el im pacto


de la organización com ercial m o d ern a com o las publicaciones popula­
res. Quizá sea así po rq u e la produ cció n de canciones populares no tiene
el alcance necesario p a ra g e n e ra r u n a actividad com ercial a gran escala.
H ubo centralización, com o lo sabe todo el que h a oído hablar de Tin
Pan Alley, de m odo q ue hoy en día el control de casi toda la producción
y la distribución de m úsica se realiza en Londres. Es muy raro que indivi­
duos de la clase trabajadora se d ed iq u en a escribir canciones, ni siquiera
para que se las in terp rete d en tro de su entorno. Los poetas urbanos que
vendían sus escritos e n las calles de las grandes ciudades h a n desapareci­
do en la últim a etapa del rem ado de E duardo VII o poco después. Este
poem a fue escrito con motivo del fallecim iento del m onarca:

La voluntad de Dios hem os de obedecer;


a nuestro re y -¡q u é tristeza!-
ha llam ado ju n to a El.
G ran amigo de n u estra nación,
poderoso m on arca y valiente protector.
[...]
Q ué dolor más g rande para Inglaterra
que aho ra su p a d re descanse bajo tierra;
[.■•]
Su gran trabajo p o r n uestra nación,
consolidando la paz, garantizando la unión,
siem pre en ello desde q ue asumió,
h a ahorrado al país m ucho más que u n m illón.107

107 El texto com pleto aparece en The Oxford Booh ofLisht Verse, com pilado p o r W. H.
A uden, OUP, 1938..
IN V ITA C IÓ N A L MUNDO DEL ALG O D Ó N DE AZÚ CAR 2 $ 3

No todas las com posiciones tenían tanto encanto: A rth u r M orrison se­
ñala que las “confesiones” de los asesinos en el m inuto antes de la horca
siem pre tenían el mismo tenor.

A prended de m i aciago destino,


la triste verdad debo admitir:
u n espantoso crim en he com etido,
p o r el que estoy c o n d en ad o a m o rir.108

Pero las palabras de los versos no p o d rían ser más banales que las utili­
zadas en lo que p o d ría en ten d erse com o u n vestigio de la misma tradi­
ción. Me refiero a la costum bre, que aú n está vigente e n tre los niños y
los adolescentes de la clase trabajadora, de p onerle letra a u n a m elodía
conocida para contar los detalles del últim o asesinato. Los crím enes del
d o cto r Buck R uxton fu e ro n la fu en te de inspiración de estas canciones:

M anchas rojas en la alfom bra


m anchas rojas en el escalón...
(con la música de “R ed sails in the sunset” [Velas rojas en la
ta rd e ]).

Y tam bién:

C uando seas grande y n o tengas sangre


ten d ré que cortarte en m uchas p artes...
(con la música de “W hen I grow too oíd to d ream ” [Cuando sea
dem asiado grande para so ñ a r]).

A veces, los adultos inventan chistes sobre asuntos tales com o el juicio a
Christie, llevado a cabo en 1953, que generó frases com o “am or de alace­
n a ” o “¡Siete m ujeres en la casa y n in g u n a es capaz de p rep arar un té!”,
que sirven com o ejem plo del to n o habitual de las frases.
Los cantantes que com p o n ían sus propios temas o tenían u n com po­
sitor que colaboraba con ellos d u ran te años ya no existen. Sin em bar­
go, las personas de la clase trabajadora siguen queriendo ser capaces
de identificar sus canciones favoritas con d eterm inados cantantes, y las

108 E n TheHole in Ihe Wall, 1902.


2 3 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

firmas de música satisfacen ese deseo: esta es de V era Lynn, esta otra es
de Frankie Laine y tal otra de Gracie Fields.
Los autores de letras contem poráneos conocen las preferencias musi­
cales de la clase trabajadora; p robablem ente algunos sean gente com ún
y corriente que envía sus letras desde el in terio r del país. Pero aunque
las canciones aún ilustran en gran m edida la vida de la clase trabajadora,
en mi opinión, no son tan descriptivas com o hace cincuenta años. Las
nuevas canciones nos dicen algo acerca de las actitudes de la clase, pero
esas actitudes 110 gozan del alivio personal que proporciona un a intim i­
dad genuina.
Al estudiar los cambios en las canciones, m e encuentro con el proble­
ma de que m uchas de las más antiguas me recu erd an mi niñez y adoles­
cencia, y m e siento tentado a decir lo p rim ero que m e viene a la m ente,
es decir, que esos temas son m ucho m ejores que la m ayoría de los que se
han escrito en los últim os veinte años. Está claro que vuelco en esas viejas
canciones mis propias em ociones sin orden ni concierto (como lo hacen
losjóvenes de hoy con las canciones con las que se identifican). En cierta
m edida, lo mismo ocurre cuando analizo ciertos aspectos de los textos,
pero m e resulta más difícil ad o p tar u n a perspectiva más objetiva con las
canciones que con los libros y las revistas. Las canciones perm anecen en
una zona más p ro fu n d a bajo la piel de las em ociones que los relatos. O
quizás el p roblem a radica en que n o cuento con el bagaje crítico nece­
sario p ara analizar piezas musicales, u n conocim iento que sí tengo para
abordar el estudio de la palabra escrita.
Es necesario hacer esa salvedad, que po n e de manifiesto la naturaleza
elusiva y com pleja de todo análisis de los cambios sufridos p o r la canción
popular. Por ello, m e lim ito a unos pocos rasgos en los que los cambios
son m uy evidentes y en los que es posible reducir lo suficiente el efecto
de reacciones más subjetivas. No m e interesa el seguim iento de los rasgos
formales de la canción p o p u lar u rb an a durante el últim o siglo, el alto
nivel d e estilización, los m odelos em ocionales simples, el uso restringido
del lenguaje y el poco refinam iento de la versificación. Tam poco quiero
decir que todas las canciones de hace cuarenta o cincuenta años fueran
muy buenas en lo que a form a y contenido se refiere ni me olvido de
que siem pre qu ed an en nuestra m em oria las m ejores canciones de un
conjunto mayor de temas intrascendentes.

Como he com entado anteriorm ente, las malas canciones se pueden


transm utar y los versos m uy banales se p u ed e n im buir de em ociones va­
liosas tanto en la im ente de u n individuo que canta “para sí” como en
INVITACIÓ N AL MUNDO DEL ALGO D Ó N DE AZÚ CAR 2 3 5

la voz de u n cantante que canta frente al público. Esto vale tanto para
algunas canciones m odernas com o para “Bii'd in a gilded cage”. Y hay
cantantes populares contem poráneos cuyas actuaciones son tan entrete­
nidas y adm irables, en sus más variados estilos, como las de las estrellas
de hace cincuenta años. No obstante, h u b o cambios en la form a de inter­
p retar las canciones que parecen estar relacionados particularm ente con
las tendencias centralizadoras de la sociedad m oderna.
La variedad de canciones alegres y optimistas no es nueva ni carece
de valor. Las canciones de este tipo se apoyan en la idea de que 'la vida'
es du ra p ero que no hay que descorazonarse (“¿Estamos tristes? ¡No!”).
Es preciso estar bien, com o todos los demás: “Estamos ju n to s en esto”.
Hoy se siguen com poniendo canciones que tienen este mismo espíritu y
algunas son muy bonitas y pegadizas. Pero con frecuencia, el tono en que
se las canta sugiere que su carácter alegre y el sentido de pertenencia al
grupo que las caracteriza se convierten en u n a satisfacción autocompla-
ciente. El tono ha cam biado a “Lo que im porta es que estés contento” o
“Es tonto pero divertido”. H abía u n personaje llam ado M ona Lott en el
program a Itrna que siem pre repetía con voz de ultratum ba “Es tan alegre
que m e m antiene viva”, pero según el carácter de las canciones, la frase
debería ser “Es tan com ún que m e p o n e co n ten ta”, pronunciada con
voz frívola y alegre. La verdadera insatisfacción, con uno mismo o con
las condiciones externas de la pro p ia vida, parecería no sólo anticuada
sino fuera de lugar, com o si u n o paseara p o r u n parque en un bello día
de verano con Kafka en el bolsillo, cara de sufrim iento y u n a risa hueca
de vez en cuando.
Los textos no son de utilidad cuando lo que se intenta analizar es la
m anera en que se interpretan, pero el cam bio que me interesa se observa
com parando el estilo usual de interp retació n de canciones como esta:

A unque estés agobiado


sigue ad elan te,109

en la que se aprecia algo de la vieja actitud de soportarlo todo con re­


signación, sin el simulacro de que no hay nada que soportar puesto que
todos estamos felices y contentos ju n to s, con la habitual pobreza de ex­
presión de algunas de las canciones más m odernas que nos invitan sim­
plem ente a “so ñ ar” o a “d esear” cuando estamos en problemas.

109 “T h e en d o f the ro a d ”, Francis, Day y H u n ter, Ltd.


2 3 6 L A CU LT U R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Un ejem plo más claro de la explotación del vínculo entre la “buena


amistad” y la alegría es el aire insípido y hueco de ciertas bandas musi­
cales com erciales que se prom ocionan com o divertidas y que tocan can­
ciones com o “Why does everybody cali m e Big H ead?”, pronunciando
el final de la frase con u n golpe de percusión m o nótono y fuerte. Marie
Lloyd y las cantantes d e su época cantaban p ara la clase trabajadora rién­
dose de sí mismas, de sus rarezas y sus problem as. En el nuevo estilo, las
melodías n o rm alm en te p ierd en vigor existencial en favor de un resonar
colectivo que sugiere u n acercam iento al grupo com o un escape de la
personalidad y las elecciones individuales.110 La esencia de la particulari­
dad del individuo y el sentido positivo del g rupo están ausentes. La frase
“para q ué p reo cu p arse” puede interpretarse com o la expresión de u na
alegría teñida de cierto estoicismo ante las circunstancias o como u n a
afirm ación evasiva de que no vale la p en a preocuparse p o r nada (en
tanto y en cuanto u n o esté con el rebaño) que se hace pasar p o r jovia­
lidad: todo d ep en d e del tono. En la actualidad, la “cara” festiva de esas
canciones, com o el “ho m b re co m ú n ” de la prensa, es casi siem pre un
hom brecito h ueco que se aferra a su máscara.
Ya no son muy frecuentes el m odo y el ritm o de “Any oíd iron” y “My
oíd m an said ‘Foller the van’”. Tam poco u n o se topa muy seguido con la
actitud ligeram ente irónica frente al am or que era tan com ún hace veinte
o treinta años en canciones como “Why did she fall for the leader o f the
band?”, “A in’t she sweet?” o “T h a t’s my weakness now”, o incluso en “I
can’t give you añything b u t love, baby”,111 don d e las palabras (“Las pulseras
de brillantes no se com pran en W oolworth, n e n a ”) y la exageración del
lam ento sugerían u n a suerte de ridiculización de u no mismo. Este tipo de
temas todavía se escuchan, y recientem ente h a habido unos pocos ejem­
plos interesantes; entre, ellos, “Dummy song”, que habla de u n joven que
con m ucho entusiasm o rechaza a u n a novia y se inclina p o r u na m uñeca
sumisa fabricada con materiales de desecho, la “pata de la m esa” y elem en­
tos p o r el estilo. U n éspíritu similar todavía está vivo en algunos programas
de radio destinados a la clase trabajadora. Pero tengo la impresión de que
los mejores ejemplos casi siempre provienen de los Estados Unidos en la
actualidad. Tal es el caso de “They cali m e the Rock of Gibraltar”, que
suele tocarse con bastante brío. Las canciones satíricas con tono ridículo
toman su vitalidad del hecho de perten ecer a u n a clase que se perm ite

110 Hay excepciones, en especial en el re p e rto rio de la b a n d a de Billy C otton.


111 L aw rence W rig h t Music Co., Ltd.
IN VITACIÓ N A L M UNDO DEL ALGO D Ó N DE A ZÚ C A R 2 3 7

reírse, d entro de ciertos límites, de su propia form a de vida. U na com­


binación así no se logra fácilmente en las condiciones de producción e
interpretación actuales.
En los estilos de canto descritos predom ina la sensación de form ar parte
de u n grupo. A parentem ente, ha habido una evolución similar en la ac­
tuación pública de estilos más personales. Lo que he denom inado estilo
“m ontaña rusa” o “m ontaña rusa adaptada” se ha convertido en un estilo
puram ente “interior”. Es u n a m anera personal que llega hasta la claustro­
fobia en algunos cantantes rom ánticos de éxito, y en su versión más íntim a
y sentida, tam bién en algunas mujeres, que cantan con voz quejosa, acom­
pañadas de u n a orquesta en program as radiales nocturnos. Son maneras
que, naturalm ente, tienen m ucho en com ún con el estilo “m ontaña rusa”,
pero, como m uchas otras formas contem poráneas de entretenim iento,
son iguales sólo en cierta medida; iguales, pero “reblandecidas”. En el es­
tilo antiguo, el canto era personal y público o com unitario a la vez. Las
emociones personales eran aceptadas de corazón y percibidas como co­
m unes a todos. En el estilo más nuevo hay u n gran efecto público, y el uso
de la cám ara de eco amplifica esta característica en mayor m edida que lo
que puede lograrse en u n a sala de espectáculos de variedades; asimismo,
hay u na intim idad forzada, como un p rim er plano en u na pantalla inm en­
sa. El cantante llega a millones de personas, pero simula estar cantando
sólo “para ti”, lo cual implica una devaluación de la em oción personal
com partida con el grupo, típica del estilo “m ontaña rusa”. Muchas veces,
la p retendida em oción personal es m ucho más desproporcionada y ha
perdido la aprobación del grupo. Pienso que pu ed e ser el equivalente en
la canción de la creciente “personalización” de la prensa popular.

En las actitudes básicas no hay u n cam bio notable; la diferencia está en


lo que po d ría denom inarse la actitud hacia las actitudes. Las antiguas -e l
hom bre com ún, la amabilidad, la alegría, el hogar, el amor, etc.- aún
están vigentes, pero ahora de u n m odo cada vez más consciente. Así, al
igual que la interpretación, se están “reb lan d eciendo”; están adquirien­
do u n sentim entalism o rom ántico respecto de u no mismo. Mi interés,
entonces, no radica tanto en los supuestos sino en los sentim ientos hacia
ellos. Sólo es posible ten er u n conocim iento acabado de esto escuchando
las canciones, porq u e m ucho depende del tono, el énfasis y la repetición.
Aun así, aquí se p u ed e h acer u n a referencia más p articular que en el caso
de los estilos de canciones.
El acento en las virtudes del h om bre com ún, visto com o más “real”,
más astuto y honesto que los demás, que se observa cada vez con mayor
2 3 . 8 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

intensidad aquí y e n todas partes, revela u n a form a de esnobismo. Todos


lo s hombres son igualm ente buenos, pero la gente com ún es más buena
q u e el resto, com o diría, palabras más, palabras m enos, George Orwell.
L o verdaderam ente im portante, se dice, es ser amable, ser “u n o de ios
nuestros”. Se trata de u n a relación de buena vecindad que se esparce
hasta generar un débil e indefinido lazo com unitario que surge de u n
acuerdo general según el cual todos estarán orgullosos de ser débiles en
co njunto; son amables p o rq u e sienten orgullo de ser iguales com o los
guisantes de u na mism a vaina, com o gallinas que hablan de la bonita
atm ósfera del gallinero. E n ese am biente, nos invitan a cantar “Come
in, neighbotir!” o “A in’t it grand to have good neighbours?” (hay que
em plear la palabra “vecino” p o rq u e tiene connotaciones positivas). El
h o g ar se vuelve más im portante que nunca, un refugio débil pero acoge­
d o r, con u n gran felpudo en la p u erta que da u na calurosa bienvenida
a todas las buenas personas que atraviesan el um bral. Sin duda, a algún
com erciante p ro n to se le ocurrirá fabricar felpudos que digan “Sólo ami­
g o s” o “Pasen, chicos y chicas”, p o rq u e ser amigo es la única condición
req u erid a para e n tra r a las casas a las que se alude en cientos de cancio­
n es de este tipo.
El siguiente paso lógico en esta secuencia de actitudes -sé u n a persona
com ún; sé amigable; sé alegre, p ero sé todo esto de u n a m anera vacía-
consiste en ad o p tar otra serie de actitudes que podríam os asociar con
u n a salida de em ergencia para los m om entos en que se cuelan las frías
aguas de la vicia, cuando u n o corre el peligro de darse cuenta de que a
pesar de ten er los pases grupales correctos no le “va tan bien”, es m enos
com o persona de lo que d eb ería ser, y es, ahora en un sentido inquie­
tante, poca cosa. A veces, sentirse así puede ser inevitable y valioso. Pero
si se escucha a los autores de canciones, el sentim iento se desvanece y
c o n el tiem po desaparece p o r com pleto. La anestesia se proporciona de
dos maneras vinculadas en tre sí. En prim er lugar, aunque pued a parecer
q u e no estamos h aciendo nad a con nuestra vida, aí m enos (“¿Eres libre,
n o ?”) se puede sim ular, so ñ ar y seguir pidiendo deseos. En segundo lu­
gar, si em pezam os a sentirnos incóm odos, podem os ahuyentar la sensa­
ción pensando en que el am or todo lo puede.
Podríam os p o n e r en d u d a la existencia de algo que valga la pena en
el m undo exterior; podiíam os ser “p ru d en tes” con respecto a la inclina­
ción a creer en u n a cosa o en otra; podríam os descubrir que somos inca­
paces de enfrentarnos a ese m u n d o exterior. Pero siem pre está el am or
com o un refugio am able, u n a pócim a que b o rra las preocupaciones; el
am or que anida e n u na canción m elosa y sentim ental. “Más a gusto que
IN V ITACIÓ N AL MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚCAR 2 3 9

un arbusto”, se solía decir; hoy en día las canciones hablan de los “ni-
ditos” y el tono tiene u n p ro fu n d o trasfondo de autocom pasión oculta.
Además, si no hay valores fu era del presente y lo local, si “la religión
está pasada de m o d a”, entonces para quienes el sentido de la vida es
esencialm ente algo personal, el am or puede expandirse para llenar el
vacío, puede no sólo estar relacionado con la religión (como en las an­
tiguas canciones) sino tam bién funcionar com o un sustituto de esta.
El am or puede ser el fin de todas las cosas, y después de la unión en el
am or no hay sino u n a vaga sensación de estar flotando en el aire, de
am aneceres eternos, de cuerdas cuyo sonido evoca u n a actitud positiva
frente al universo, com o en esas películas rom ánticas que term inan, con
el clásico p rim er plano de u n a pareja abrazada, un gran coro cantando
“O al ti tu d o ” o los protagonistas p ro n u n cian d o la frase “Siem pre te ama­
ré ”. A m or “p ara siem pre”, que desafía el tiem po, las preocupaciones y la
depresión; am or p o r el am or mismo, com o el de un pareja de canarios
en u n a ja u la de oro. No es casualidad que u n a de las m etáforas más
frecuentes en este tipo de canciones sea la de los “tortolitos”. El am or
es etern o y sobrevive a todos los acontecim ientos de la vida y a los astros
tam bién. De ahí al em pleo de u n lenguaje casi religioso para cantarle al
am or, hay u n solo paso.
Es verdad que en la poesía am orosa ese tipo de recursos no es nada
nuevo: los autores de sonetos de la época isabelina, p o r ejemplo, recu­
rrían a estas y otras m etáforas. Pero viajar tan atrás en el tiem po no tiene
m ucho sentido; hay que h acer com paraciones y análisis con elementos
más m odernos y pertinentes.
Ya hem os visto que en las canciones populares entre la clase trabajado­
ra es muy fácil pasar, sin solución de continuidad, del am or doméstico
y la amistad al am or divino y el paraíso. Así, el terreno ya estaba prepa­
rado para la extrapolación. Pero tenem os que darnos cuenta de que, en
efecto, hay una extrapolación del hogar-familia-amor-amistad a Nuestro
Señor en el Cielo, y que los valores asociados con N uestro Señor en el
Cielo se asemejan a los de la familia, de m odo que no se percibe una
incongruencia en el pasaje de u n ám bito al otro; de allí a la idea de que
el am or ha reem plazado a la religión, y en p articular la idea del amor
en la que sólo cuenta la pareja puede reu n ir todos los atributos del sen­
tim iento religioso en sí m ism o y p o r sí mismo: no hay nada fuera de él.
A continuación llegan los coros celestiales cantando a viva voz contra un
fondo vacío que representa el espacio infinito; las m elodías se expanden
hasta algo vagam ente h aendeliano gracias a la profusión de cuerdas que
resuenan, cam panas que repican y la voz del solista que em ite un sonido
2 4O LA CU LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

bien definido en el estilo esperado. Para las.canciones de am or inter­


pretadas a la m an era religiosa, los dos estilos principales p arecen ser la
“elevación celestial” y la “A m ante del Universo” en las m ujeres, lo que
sugiere u n espíritu angelical e intensam ente fem enino al m ism o tiempo;
y en los hom bres, lo que p o d ría denom inarse el strangulato,112 u n a form a
particularm ente grave en la que la voz sale desde el fondo de la garganta
y evoca a u n ho m b re fuerte, m usculoso o apasionado, em bargado por
u na em oción cercana a lo divino.
Desde la ú ltim a g u erra h a habido u n ren acer de canciones que a pri­
m era vista p o d ría n p a re c e r claram ente religiosas. No obstante, esas can­
ciones no m u estran u n alejam iento de la p ostura extrem a m encionada
en el párrafo an terio r, d o n d e la religión fue reem plazada p o r el rom an­
ce. Son u n a ex tensión po sterio r de esa tendencia. P or la form a en que
se presen tan , es evidente que Dios h a vuelto com o la pareja del mayor
rom ance de todos. Esas canciones están aún más alejadas de las anti­
guas, en las q ue can tar sobre religión equivalía a expresar un sentim ien­
to p o r los valores del h o g ar y la relación en tre buenos vecinos. Estas
son canciones de a m o r encubiertas, canciones de am or más “elevadas”
a p artir del con cep to de que hay u n a relación cercana de “tortolitos”,
p ero con Dios.
Si todo esto q ue describo aquí fuese u n a guía para c o m p re n d e r
cóm o viven y actú an hoy la clase trabajadora y otras clases, las cosas pa­
recerían h a b e r alcanzado u n estado calam itoso. Las tendencias son de­
plorables y, sin d u d a, tien en consecuencias cada vez más visibles. Pero
la gente no tien e p o r q u é can tar o escuchar estas canciones; m uchos,
de hecho, n o lo h acen. Q uienes sí las escuchan con frecuencia piensan
que los temas son m ejores de lo que en realidad son. La situación de
la canción p o p u la r ayuda a c o m p re n d e r m ejor a las publicaciones más
m odernas. Y nos re c u e rd a adem ás que, au n q u e las publicaciones lle­
gan a u n público m ás n u m ero so y de u n m odo más sistem ático qu e las
canciones, la g en te las in te rp re ta a su m odo. Incluso en esta esfera, los
lectores se ven m u ch o m enos afectados que lo que las cifras de venta
p arecerían indicar.

112 A m ed iad o s d e los años cin cu en ta esta form a de canto e ra m uy co m ú n en


versiones d e “Som e E n ch an ted E vening”.
IN V ITAC IÓ N A L M UNDO DEL ALG O D Ó N DE A ZÚ CA R 2 4 1

LAS CONSECUENCIAS

¿Cómo podríam os resum ir los probables efectos de las publicaciones de


mayor circulación, los diarios, los periódicos del dom ingo y las revistas
populares? ¿Puede el consum o incesante e invariable de este tipo de lec­
turas ten er consecuencias generalizadas y penetrantes?
En prim er lugar, p u ed e h ab er u n efecto de desconexión generado por
el m aterial de lectura que apela sólo a las em ociones y la fantasía -in d e ­
pendien tem en te de cuán triviales sean esas em ociones-, que está lejos de
toda noción seria de responsabilidad y com prom iso. Según se desprende
del m aterial que describim os anteriorm ente, las em ociones y la fantasía
tienen cada vez más peso, pero sus form as son débiles y vacías. Pensemos
en las antiguas páginas con noticias sobre ejecuciones o incluso en Pólice
News\ los nuevos son más sofisticados, m enos im pactantes a prim era vista,
pero en el fondo los dos tipos están íntim am ente ligados a las mismas
características. El sensacionalism o hoy se viste de traje y corbata, y está
lleno de “tretas” sociales suaves y persuasivas; todo “pasa p o r la cabeza” y
no hay lugar para el h u m o r que surge de las entrañas ni para sentim ien­
tos de corazón. Hay críticas frecuentes a nuestros “diarios em papados
de sexo”, a los que se les atiibuye más vida de la que tienen. La palabra
“em papados” sugiere u n peso, u n cuerpo, p ero los diarios no tienen su­
ficiente cuerpo p ara em paparlo de nada. T odo se h a vuelto vicario: lite­
ratu ra de hojaldre sin relleno, incesante explotación de u n lustre super­
ficial. N ada se dice directam ente, ni siquiera el pronóstico del tiem po.
En lugar de “Hoy lloverá” se dice “Amigo, hoy po n te el im perm eable”.
M uchas veces, hasta el sensacionalism o es p u ra apariencia. Así, un titular
com o “Miles de hom bres se pelean p o r u n a m ujer” (representativo de
u na b u en a cantidad de titulares) encabeza u n a no ta sobre apicultura. Es
como m irar p o r el ojo de la cerrad u ra sin que haya nada del otro lado;
no obstante, el lenguaje com ercial es alucinante:

Y es que n uestra capacidad de fascinación no se estim ula con


cosas grandiosas y sensacionales, aunque eso es lo que la sensi­
bilidad adorm ecida necesita para vivir u na especie de experien­
cia artificial de fascinación.113

113 J. Pieper, L eisure, th e Basis o f C ulture, p. 131.


2 4 2 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Considerem os a las chicas pin-up de las revistas más m odernas: a prim era
vista p arecen m uy sugerentes, y en cierta form a lo son. Sin em bargo, tie­
n e n algo de artificial;114 les han quitado el com ponente sexual, no tienen
sino una extraña clase de sensualidad. H abitan regiones tan estilizadas,
tan pasteurizadas, que la cualidad física real está ausente, pero tienen una
perfección lejana e irreal en su form a p articular de sensualidad. Todo se
reduce a u n conjunto lim itado de sugerencias visuales. ¿Podríamos im a­
ginar que esas criaturas envueltas com o para regalo huelan a almizcle,
q u e estén despeinadas, que tengan im perfecciones en la piel, que no se
hayan depilado, q ue tengan gotas de transpiración sobre el labio supe­
rior? U biquém oslas ju n to a u n a bailarina de Degas y lo irreal saltará a la
vista. ¿H arán que aum ente la inm oralidad sexual entre los jóvenes? Me
cuesta pen sar q ue haya u n a relación con la actividad heterosexual. Tal
vez estim ulen la m asturbación, porque de u n a m anera simbólica quizá
prom uevan este tipo de reacción sexual herm ética.
La mism a cualidad artificial aparece con frecuencia en la “gran fran­
queza” de la que se enorgullece la prensa popular. En gran parte, se
parece a d ar puñetazos en el aire, un tira y afloja elegante, u n a velada
dem ostración de poder. De vez en cuando hay un ataque genuino, pero
con tra algo seguro y cte poca im portancia. Más com únm ente, los ene­
migos son hom bres de paja, falsas Doñas Rosas como “gente convencio­
n a l”, o si los ataques se dirigen a personas reales -com o a un arzobispo,
para elogiar p o r contraste al “hom bre co m ú n ” en su falta de hipocresía-,
cuando se los exam ina se com prueba que son sólo fintas. Hay excepcio­
nes, pero p o r lo general las “reveladoras” primicias no im pactan a nadie
y los “ataques directo s” no provocan heridas.
La objeción a la simplificación y la “fragm entación” tiene u n funda­
m ento similar. N o se trata de lam entarse p o r lo bajo de que pese a que
ah o ra somos u n a sociedad alfabetizada pocos leen, p o r ejem plo, a T. S.
Eliot. La objeción que puede hacerse es más acotada y específica. Des­
pués de todo, es m uy probable que haya habido una m ejora en el están­
d a r general, en la calidad de la lectura, en los últimos cincuenta años;
m ucho se ha h ech o para tratar de que así fuera. Y ciertos datos indican
que, en efecto, h a n ocurrido mejoras. Sin em bargo, cuando observamos
el increm ento p roporcional que ha tenido la influencia de las publica­
ciones simplificadas y fragm entarias d u ran te ese mismo período y su im-

114 Si no es artificial, es p ro b ab le que sea indirecto, com o en la lucha libre y las


carreras au tom o vi Iísticas.
IN VITACIÓ N AL MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚ CAR 2 4 3

posibilidad de superar en calidad ni siquiera u n ápice a las publicaciones


de hace cincuenta años, es dudoso que pu ed a afirmarse que ha habido
una m ejora g eneral en la calidad de la lectura. En realidad, parece como
si a una gran cantidad de gente se la m antuviera en un nivel terrible­
m ente básico en lo que respecta a sus lecturas. En la actualidad, las pu­
blicaciones populares prop o rcio n an un m aterial de peor calidad de lo
que necesita cualquier lector, pero en ese sentido están en sintonía con
su naturaleza en cuanto publicaciones masivas. Las tiendas que tienen
como objetivo o b ten er ingresos rápidam ente au n q ue con escaso m a rg e n .
de beneficios atraen a su enorm e clientela fabricando, por ejemplo, ca­
misas más baratas que la com petencia; lim itan la variedad de estilos sólo
a los más populares. Si nos gustan esos estilos, les com prarem os la cami­
sa, que, p o r lo demás, es buena. La prensa masiva p opular debe limitarse
a reflejar los gustos y las actitudes más populares, y en estas cuestiones
poco tangibles no existen las com pensaciones que sí están en la com pra
de la camisa. Q uedam os igualados en la autocom placencia, y como las
norm as no son fáciles de descubrir o de respetar, no siem pre la recono­
cemos com o tal.
Así, pocas personas tienen más de u n a velocidad de lectura. La dispo­
nibilidad de m aterial diseñado para leer a m áxim a velocidad es mayor
que la necesaria, y esa velocidad no sirve para la mayoría de lo que vale
la pen a leer. Del mismo m odo, la b u rd a caracterización de personajes
en las obras de ficción populares to rn a a los lectores m enos dispuestos
a tolerar los matices, la falta de certeza aparente en los perfiles, las suti­
lezas o la falta de pinceladas definidas necesarias para un análisis de las
características más sutiles de los personajes. Esto no quiere decir que
uno vaya a lam entar que los lectores no estén dispuestos a discernir la
situación de S trether en Los embajadores, de H enry James; lo “com ún”
tam bién es com plejo, no hay personas sencillas. Las oraciones breves,
con pocas subordinadas relativas, los adjetivos simples asociados a cada
sustantivo, la falta de textura y de p ro fu n d id a d ... em plear esta clase de
escritura para describir a los personajes es com o construir u na casa con
fósforos usados.
Lam entablem ente, no se p u ed en citar ejemplos reales de publicacio­
nes populares m odernas, pero son fáciles de encontrar. Hasta cierto
punto están m ejor escritos que los relatos de las viejas revistas y suelen
reflejar más la vida real, o u na clase de vida m enos rica en experiencia.
Algunas de las objeciones tam bién se aplican a los relatos de las viejas
publicaciones. Pero la escritura más m o d ern a suele m ostrar una super­
ficialidad im p ertin en te y u n a sim pleza que la identifican como escritura
2 4 4 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

popular de m ediados de siglo XX. En mi opinión, la p eor característica


es la confianza im p ru d en te con la que p resenta la visión que describo,
a la que atribuye una validez universal. La form a que adopta ese tipo de
escritura es más o m enos así:

Eramos sólo dos los que proveníam os de L o n gton’s Mili en el


cam pam ento de verano de Kosy, a m enos que contáram os tam ­
bién a M abel Arkwright. Pero norm alm ente no la incluíamos.
Además de la cara llena de pecas, Mabel tenía aspecto de búho;
siem pre estaba co n la cabeza m etida en algún libro y forzando
la vista.
De todos m odos, J u n e y yo sabíamos que nos íbamos a divertir
m uchísim o en cuanto llegamos allí... tres salones de baile, dos
zonas p a ra tom ar sol y decenas de b ares... ¡más que perfecto!
Además, p o r si to d o eso fuera poco, ¡ahí estaba ese bom bón!
¡Qué físico! La com binación perfecta de M arión B rando y
H um phrey Bogart!
En fin, que todos estábamos dispuestos a pasarlo bien cuando
viene u n a que p arece D orothy Tem ple. T en ía el cabello castaño
claro -e lla decía q ue era rubio d o ra d o - y el aspecto de la “chica
linda que será la esposa perfecta”.
Así que sabíamos que se venía u n a guerra sin cuartel...
[...] ¿T enía la cara roja? Sí, p o d ría decirse que sí. Lo últim o
que supim os de ella es que se había ido a cam inar, con Mabel
y u n libro.
¿Perdón? Ah, ¿qué pasó con el buenm ozo de M arión B rando y
H um phrey Bogart? Bien, disculpa.

La cita de East, Lynne q ue transcribo a continuación es en cierta form a


m enos dinám ica que gran parte de lo que se escribe en la actualidad;
recurre con m u ch a facilidad a u n a especié de oratoria. Pero lo que me
interesa m uchísim o es h acer la com paración con lo que no puedo sino
denom inar - a riesgo de sonar dem asiado so lem n e- el tono m oral, mos­
trar las diferencias en la actitud ante la vida y las relaciones hum anas que
hay en los dos extractos:

Las lágrim as corrían p o r el rostro de la señora H aré. Era u na


m añ an a clara que sucedía a la torm enta de nieve, tan clara que
el cielo estaba azul y el sol brillaba, pero la nieve se acum ulaba
en el suelo. La señ o ra H aré estaba sentada en su sillón, disfru-
IN V ITACIÓ N A L MUNDO DEL ALGO D Ó N DE AZÚ CAR 2 4 5

tando de la claridad, y el señor Carlyle estaba de pie ju n to a ella.


Las lágrimas de alegría y de tristeza no se distinguían unas de
otras: de tristeza p o r saber que en algún m o m e n to debería se­
pararse de B árbara y de alegría po rq u e se quedaría con alguien
que la m erecía, el señor Carlyle.
—Archibald, ella h a sido muy feliz aquí. ¿Cree que en su
casa tam bién lo será?
—T rataré de que así sea p o r todos los medios.
— ¿Siempre será am able con ella?, ¿la cuidará?
— Con todo mi corazón y mi alma. Mi querida señora, pensé
que m e conocía bien com o para que dude usted tanto de mí.
— ¿Dudar de usted? De ninguna m anera; confío plenam ente
en usted, Archibald. Si todos los hom bres del m undo estuvie­
ran a los pies de Bárbara, yo rezaría para que ella lo eligiera
a usted .115

Como p ru eb a de la riqueza de la textura que u n b u en escritor le p ro p o r­


ciona a u n a descripción aparen tem en te simple de u n personaje, transcri­
bo aquí la que hace George Eliot de u n párroco anglicano de pueblo, un
tipo social p o r el que la au to ra no siente dem asiada simpatía:

Por otra parte, debo adm itir, puesto que guardo u n a parcia­
lidad afectuosa p o r la m em oria del párroco, que no era ven­
gativo -y debo reco n o cer que ciertos filántropos lo son-, que
no era intolerante -a u n q u e se com enta que algunos teólogos
que ostentan u n a gran vocación no están com pletam ente li­
bres de tam aña im perfección-, que si bien es probable que no
h ub iera aceptado inm olarse p o r n in g u n a causa pública y que
estaba poco dispuesto a d o n a r todos sus bienes para d ar de co­
m er a los pobres, tenía esa g enerosidad que a veces les faltaba a
m uchos ilustres virtuosos: era com prensivo a la h ora de juzgar
los defectos ajenos y no solía p ensar m al de nadie. Era uno de
esos hom bres que no abundan, de quienes sólo apreciam os sus
mayores virtudes cuando los vemos más allá de la vida pública,
cuando nos m etem os en sus casas y escucham os la voz con que
les hablan a los más jóvenes y los más viejos frente a la chim e­
nea, cuando los vemos ocuparse con gran dedicación de las ne-

115 E. W ood, E astL ynne (1861), capítulo 18.


2 4 6 LA C U LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

cesidades cotidianas de quienes conviven con ellos, que tom an


su generosidad com o algo natural y no com o motivo para un
panegírico.116

C o n el m aterial nuevo, term inam os arribando a ú n a región donde nunca


sucede n ad a real, a u n lim bo d o n d e las reacciones son autom áticas y a
nxeclias. Cada vez más se apela a la curiosidad “trivial y vacía”, pero cada
v ez m enos se recurre a la fibra de la vida. Y para los lectores quizá ese
efecto sea el p eo r de todos. Es im posible disfrutar activa y positivamente
d e esta m anera; no hay nada que les interese de verdad, que los haga
reaccionar. Como al lector no se le exige nada, tam poco se le da nada.
N os encontram os en u n a pálida p en u m b ra em ocional d o nde no hay lu­
g a r para la sorpresa, el im pacto o el sobresalto; no existen los desafíos ni
n ad a que provoque alegría o genere tristeza; no hay esplendor ni desgra­
cia, sino sólo el goteo incesante de un líquido insulso a base de leche y
agua que se em plea p ara paliar el ham bre y que niega la satisfacción que
p ro p o rcio n a u n a com ida sustanciosa.
Como he m encionado an terio rm en te, la d ieta n u n c a varía para un
g ran n ú m ero de personas, que casi n u n ca leen otra cosa. Las publica­
ciones masivas d eb en tratar de asegurarse de que los consum idores no
q u ieran le e r o tra cosa; entonces tien en que ajustar las clavijas para que
la gran estru ctu ra de¡ la que fo rm an p arte no co rra peligro ele desm oro­
narse. La lectu ra p o p u lar está m uy centralizada; u n a en o rm e cantidad
d e gente tiene sólo unas pocas publicaciones para elegir. Este país es
m uy p e q u eñ o y bastante poblado; hoy en día, el m ism o objeto puede
llegar a casi todos al mismo tiem po. El precio que se paga p o r esto
e n el ám bito de la lectu ra p o p u la r es que u n p e q u eñ o grupo de pu­
blicaciones poco satisfactorias y de im aginación estrecha im pone u n a
u n ifo rm id ad considerable. Esas publicaciones tienen que m a n te n e r a
sus lectores en u n nivel de aceptación pasiva, pai'a que en lugar de p re ­
g u n ta r acep ten satisfechos lo q ue se les ofrece y no estén interesados
e n ningún cam bio. No se d eb en cuestionar los principios sino en un
nivel superficial. Pese al “progresism o” y la “in d e p e n d e n c ia ” de los que
presum e, la p ren sa p o p u la r es u n a de las principales fuerzas conser­
vadoras d e la vida pública actual: su naturaleza le exige prom over el
conservadurism o y el conform ism o.

116 G. Eliot, Adam Bede, libro I, capítulo 5.


IN VITACIÓ N A L MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚ CAR 2 4 7

Si hasta ahora esas características no han tenido consecuencias más


nocivas para la calidad de vida de las personas, eso se debe a la capacidad
-u n o de los tópicos recurrentes del presente ensayo- de vivir sin pro­
blemas en com partim entos, separando la vida familiar de la vida fuera
del hogar, la vida “real” de la del en treten im ien to . La clase trabajadora
siem pre, o al m enos a lo largo de varias generaciones, ha considerado
que el arte es algo que se disfruta pero que sirve para desconectar, que
no tiene relación con cuestiones de la vida cotidiana. El arte es margi­
nal, “divertido”: “Sirve para desenchufar la m e n te ”, “Te hace olvidar de ti
mismo”, “Es como u n recreo; algo distinto” (el subrayado es m ío). Mientras
disfruta del arte, uno puede entregarse e identificarse con él, pero en el
fondo sabe que no es algo “real”; la vida “real” pasa p or otro lado. El arte
p u ed e “hacerte olvidar de ti m ism o”, pero la form a de la frase sugiere
que en el in terior existe u n yo “real” con el que el arte no dialoga, sólo
reflexiona de m anera convencional sobre ciertos principios acordados.
El arte es para usarlo-, de ahí que sea muy com ún el hábito, en especial
entre las m ujeres, de echar u n a m irada a las prim eras páginas de un re­
lato para ver cóm o em pieza, si hay diálogo, y luego leer la últim a página
para com probar que tiene u n final feliz. La lectura no es para generar
interrogantes molestos.
Sin em bargo, visto así, el final feliz aparece como una gratificación
exagerada. Para la clase trabajadora, el final feliz, com o he com entado
anteriorm ente, tiene que ver con la clase de final que sus integrantes
p u ed en observar en su en to rn o , en el hogar y la familia; en un a vicia en
la que todo “ha salido b ie n ”, en la que los n ubarrones han desaparecido.
Saben que la vida no es exactam ente así y no esperan que lo sea en un
futuro im aginario, pero dicen que es “lindo p en sar” en una vida así; y esa
actitud a veces me parece que tiene que ver con una especie de visión o
u n pantallazo de otro orden.
Se suele creer, entonces, que la lectura afecta más a la clase trabajado­
ra de lo que lo hace en realidad; p o r ejem plo, que la gente adopta sin
pensarlo los nom bres de personajes de novelas o películas. Es verdad que
si u n nom bre no es dem asiado raro, lo usan. Pero es la fuerza del con­
form ism o lo que lleva a que d eterm inado nom bre se vuelva muy popular
rápidam ente y no la influencia de la novela en la que aparece el nom bre
en cuestión. Según u n inform e del Registro Civil de T ottenham , en una
época, a u n a de cada cinco niñas la inscribían con el nom bre “D oreen”.
Pero la mayoría de las esposas de la clase trabajadora, si bien leen un
relato detrás de otro en las revistas, se ríen de las vecinas raras que se
sienten tan identificadas con esas narraciones que les ponen “Dawn” o
2 4 8 LA CU LTURA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

“Apríl” a sus hijas. E n gran parte, la risa se debe a que ven que la m ujer
ha llevado los cuentos a la vida real y a que el nom bre es cómico o algo
simple.
Esta actitud general, ju n to con la “tolerancia”, ayuda a e n te n d e r por
qué la clase trabajadora no objeta ni siquiera los aspectos más extrem os
de las publicaciones q u e consum e. La im agen de u n a m adre que peina
canas hojeando u n o de esos sem anarios con elem entos visuales muy lla­
mativos pu ed e p arecer extraña, p ero es bastante com ún. Pero, p o r su­
puesto, ella sólo m ira las secciones que le interesan: las chicas atractivas
con ropas sugerentes, bueno, las “tolera”, no le m olestan: “Las po n en
para los m uchachos, ya sabes”. Del mismo m odo, las formas más m oder­
nas de publicidad no afectan dem asiado a las personas, que se acercan a
ellas de u n m odo oblicuo.
Tales actitudes p u e d e n ser u n esterilizador contra las infecciones, pero
quizá sean peligrosas, en especial en la actualidad. E n el nuevo entorno,
el arte no es sim plem ente u n a vía de escape tem porario o u n a form a de
“diversión”: tam bién es, desde el p unto de vista de la clase trabajadora,
una ju g a d a comercial; en el fondo, es u n a actividad que genera dinero.
A hora más que n u n ca es muy difícil siquiera pensar en que un escritor
trabaje no p o r din ero sino p o r motivos m ucho m enos mercantilistas. “U n
buen libro es el elem ento vital de u n espíritu su perior”, decía Milton. Si
la o b ra de u n b u en escritor co ntem poráneo llegara a la m ayoría de los
adultos, no sólo les resultaría difícil co m prender su enfoque de la vida
sino que adem ás su p o n d rían que el autor, al igual que todos los demás,
aunque de u n m odo extraño y aburrido que no term inan de entender,
“se está ganando la vida” y “sólo escribe para hacer d in e ro ”.
La enorm e cantidad de escritores comerciales talentosos asegura que
la m ayoría de las personas perm anezca en u n nivel de lectura en el cual
pueda reaccionar sólo ante lo tosco e impreciso, lo' esperable, lo prim i­
tivo, lo sum am ente pintoresco; y ante todo esto, com o ante casi todo lo
artístico, la m ayoría adopta u n a actitud de alegre cinismo. En general,
m uchos sólo leen las obras más populares. ¿Para qué leer otra cosa si la
escritura-es lo que ellos creen q ue es? ¿Por qué habrían de profundizar
en lo que leen? Todos los m iem bros de la familia leen alguna de las pu-
blica'ciones m odernas (y p robablem ente aclaren: “Sólo leo los chistes”);
el pad re com pra u n a de las viejas revistas p ara la familia; la m adre, u na
revista fem enina de las viejas y u n a de las más nuevas; la hija com pra otra
de las revistas ilustradas y los hijos leen u n diario p o pular todos los días,
una novela policial p o r sem ana y dos o tres diarios del dom ingo, que
com parten con toda la familia. Si nos dejamos llevar p o r la evidencia,
IN V ITAC IÓ N A L MUNDO DEL ALG O D Ó N DE A ZÚ C A R 2 4 9

la situación parece no te n e r rem edio: sensacionalismo, fragm entación,


simplificación extrem a, falta de realidad; parafraseando a D. H. Lawren-
ce, “n u n ca u n a lectura í'eal, ni siquiera b u e n a ”. Lo so rp rendente es hasta
qué p u n to la vida fam iliar continúa su pro p io cam ino, cuán poco se ven
afectados su ritm o y sus valores p o r la catarata de papel picado que la
literatura po p u lar hace caer en el hogar.
No obstante, la lectura favorece la división en dos del m undo, que ya
he señalado. Todos saben que la intención de influenciarlos está pre­
sente, p ero restringen las consecuencias atribuyendo la m ayoría de los
intentos de persuasión al m u n d o de “ellos”: “Ah, sí, hoy en día ellos po­
nen [o dicen] cualquier cosa en los diarios” o “Bueno, p ero no es más
que u n libro”. El público com pra m illones de diarios, y los editores, en
épocas de elecciones, tratan de convencer a sus lectores de que voten lo
que ellos quieren. A m enos que com pre uno de los diarios populares con
cierta orientación en particular, la gente vota sin tom ar muy en serio las
recom endaciones de la prensa y, com o no les atribuye m ala intención a
los editores, sigue co m prando los mismos diarios. Los lectores dan por
sentado que casi nad a de lo que publica la prensa es sincero, que los dia­
rios “sólo quieren tu d inero - o tu v o to -”. Los diarios les resultan fáciles
de leer y divertidos e n el tratam iento de los temas que están preparados
para leer. Saben que las em presas de la industria editoiial no “persiguen
el bien com ún p ero au n así les deseo b u en a su erte”; m ientras tanto, ob­
tienen de ellas el entreten im ien to que necesitan.

Recordem os los principales argum entos de este capítulo y el anterior,


pues el segundo ilustra el prim ero. El proceso de reblandecim iento del
tratam iento de los temas más generales es continuo y se va ampliando:
las nuevas formas co n tien en u na cantidad de tonos de voz “dem ocráti­
cos” y se las adopta p o r la necesidad de p ro p o rcio n ar alegría y brillo a
cualquier costo; los principios básicos son el igualitarism o im prudente,
la libertad, la tolerancia, el progreso, el hedonism o y el culto a la juven­
tud. Por libertad se entien d e “perm iso para ofrecer lo que asegure ma­
yores ventas”; tolerancia es sinónim o de “ausencia de norm as” más allá
de aquellas que, de tan vagas y trilladas, se red u cen p o r com pleto a una
form ulación ritual, vacía, y carecen de utilidad práctica; la defensa de
cualquier valor es u n a instancia de autoritarism o e hipocresía.
En cualquiera de los diarios más populares se p u e d e n ver ejemplos de
lo que he descrito; el siguiente artículo ficticio es fiel en form a y conteni­
do al m aterial que se ofrece a los lectores:
2g O LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

NO LOGRO EN TEN D ER
¡Otra vez, chicos!
¿Y ahora quién es?
El arzobispo de Pontyholoth (foto de un arzobispo de unos 60
años que usa polainas, al que tom aron p o r sorpresa, de m odo
que parece la versión cómica de un obispo torpe).
El otro día habló en la secle de la Liga de Mujeres Cristianas
(prom edio de eclad: 62) sobre q u é h a c e r e n e l t i e m p o l i b r e .
Bueno, b u e n o ...
¿Te gusta m irar un poco de tele después de u n largo día ele trabajo?
... No deberías, ele acuerdo con el arzobispo soltero.
... “D em asiada gente acepta pasivam ente sus actividades
recreativas, y eso no es co rrecto”, sostiene el arzobispo.
¿Te gusta apostar en las carreras?
...L o siento, amigo, no deberías, de acuerdo con el arzobispo
de 60 años.
... “Sería m ejor que pensáram os más en la libertad que les
otorgam os a esos negocios en la vida de nuestra nación”.

CARAMBA, SEGURO QUE SE ARMA UNA D ISCU SIÓ N


¿Quién hubiera pensado que en 1956 un líder cristiano olvidaría
los principios fundam entales de la democracia?
Quizá no seamos muy profundos, p ero siem pre supimos que
los líderes cristianos deben ser u n a fuente de inspiración p o r
poseer la virtud de la t o l e r a n c i a .
Probablem ente hayamos entendido mal, porque también
pensam os que los líderes cristianos defendían la l i b e r t a d y la
IGUALDAD.
Pero quizá esas ideas se apliquen sólo para el arzobispo y sus pares.
De todos m odos, espero que alguna de las preocupadas
integrantes de la Liga ele Mujeres Cristianas se haya hecho oír
p o r el prelado y le haya recordado estos principios.
. . . Y q u e a l g u i e n h a y a m u r m u r a d o a l g o a c e r c a d e lo s p e l i g r o s
de ser r e a c c io n a r io , f a l s o , h ip ó c r it a y a u t o c o m p l a c ie n t e

PARA LOS LÍDERES CRISTIANOS.


... Y que alguien le haya sugerido al arzobispo que debería
reunirse más con la gente común y que le vendría bien en ten d er
m ejor el sentido común del hom bre de la calle.
Si esto no o c u rrió ...
NO LOGRO EN TEN D ER
INVITACIÓ N A L MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚ CAR 2 5 1

Todos hem os de recordar, todos los días y cada vez más, que, en rigor
de verdad, no existe el tal “hom bre com ún”. Si no lo tenem os en cuenta,
dejarem os que las decisiones personales se diluyan en nuestra obediente
identificación dem ocrática con u n a figura hipotética cuyo principal be­
neficio lo disfrutan los que nos quieren engañar. Debemos conocer las
características básicas de la naturaleza de las publicaciones populares ,117
es decir, que son productos de grandes corporaciones, que no se enm ar­
can den tro la historia de la prensa p ropiam ente dicha, ni de los asuntos
de interés público, ni de la política, sino del en tretenim iento, que el uso
que hacen de la “op in ió n ” es en gran m edida m anipulación irracional
con fines de en tretenim iento, que cuando uno de esos diarios dice “Pro­
porcionam os datos... in creíb les...”, no está haciendo u n a declaración
de intenciones sino utilizando u n a fórm ula com o la del proveedor de
entretenim iento, del estilo de “No tengo ningún as en la m anga”.

A finales del siglo pasado, William Morris se lam entaba de la falta de un


arte po p u lar y tenía la esperanza de que resurgiera:

El arte po p u lar no tendrá la o p o rtu n id ad de vivir una vida salu­


dable, ni de vivir siquiera, hasta que hagamos desaparecer esta
terrible brecha en tre ricos y pobres.

Y continúa diciendo que si esa b rech a se cerrara podría term inar con

la fatal división de los hom bres en clases cultivadas y clases de­


gradadas que el com ercio com petitivo alim enta y favorece.

La b recha entre ricos y pobres aún no se ha cerrado ni en la m edida ni en


la form a en que habría deseado Morris. Pero se ha hecho bastante para
lograrlo; las actividades del com ercio competitivo pueden hacer mucho
m enos q ue antes para m antenerla abierta. ¿Se ha reducido la brecha en­
tre las clases “cultivadas” y las “degradadas”? ¿Nos hem os acercado al arte
popular que deseaba Morris?

117 “Se h an convertido en grandes em presas industriales guiadas por su


necesidad de o b ten er ganancias sobre el enorm e volum en de capital invertido
e interesadas principalm ente en el éxito com ercial”, com enta Francis
Williams en Press, Parliament. and People (p. 146). Añade que, p o r ser esta una
generalización, 110 es cierta para todos los casos. Más adelante afirma: “Los
diarios de circulación masiva están, en prim er lugar, para en treten er” (p. 161).
2 5 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Hemos tom ado el cam ino que conduce al arte de masas; m illones de
personas leen todos los días y todas las semanas el mismo diario y algunas
otras publicaciones. Para com pletar ese camino, el arte debe controlar el
gusto y m antenerlo en el nivel más bajo, algo que está logrando con gran
eficacia. El com ercio competitivo h a cam biado de estrategia y ah ora es el
defensor de aquellas clases “degradadas”, porque hoy en día, a esas clases,
si se sum an todos los peniques que gastan en diarios y revistas, vale la p en a
defenderlas. Y los nuevos defensores de la clase trabajadora deben m ante­
nerla un id a y conservarla en el nivel de sus instintos más autocom placien-
tes. Im pedidos de contribuir a la “degradación” de las masas económ ica­
m ente, los procesos lógicos del com ercio competitivo, favorecidos desde
afuera p o r el clima general de la época y asistidos desde adentro p o r la
falta de dirección, las dudas y la incertidum bre de la clase trabajadora
respecto de su pro p ia libertad (y sostenidos p o r ciertos autores, algunos
de los cuales eran antiguos integrantes de la clase trabajadora), aseguran
las condiciones para que se produzca el robo cultural a esta clase. Como
esos procesos no descansan jam ás, la sumisión, la presión constante que
no perm ite m irar hacia afuera ni hacia arriba, se transform a en algo posi­
tivo, en u na nueva form a de som etim iento mayor, u n som etim iento que
prom ete ser más fuerte que el anterior, porque las cadenas de la subordi­
nación cultural son más fáciles de llevar y más difíciles de cortar que las de
la subordinación económ ica. “Nos traiciona la falsedad que surge desde
el interior”, las debilidades propias y la doble m oral de los diarios p opula­
res, su capacidad de expresar nuestros principios m orales habituales pero
ele u n a m an era que debilita el código m oral que evocan, su costum bre de
decir lo correcto p o r los motivos equivocados.

He tratado aquí, pxincipalmente, la evolución de las características de las


publicaciones popúlales que están dirigidas a la clase trabajadora en parti­
cular. Vale la pena recordar que la tendencia es clara no sólo en las publi­
caciones más m odernas sino en algunas -ciertos diarios, en especial- que
com enzaron intentando ser serias a la vez que populares y que todavía no
están p lenam ente identificadas con los estilos más recientes. El relato de al­
gunos periodistas que h an trabajado en esos diarios de la presión constante
para" que se viera el “brillo” en sus artículos a expensas de características
más sobiias, confirm a lo que indica la observación a lo largo de los años .118

118 En Viscoun!, Soulhtvood, R. J. M inney d a el p u n to de vista del fallecido d irecto r


ejecutivo de O d h am s Press, J. S. Elias, quien en ese m om ento, según Francis
IN VITACIÓ N A L M UNDO DEL ALGO DÓ N DE A ZÚ C A R 2 5 3

Más im portante aún: los argum entos generales se aplican del mismo
m odo, aunque el contexto histórico sea algo diferente, a las publicaciones
dirigidas a los num erosos lectores de clase m edia y clase m edia baja. La
clase trabajadora y la clase m edia suelen com partir lecturas, y la división
de clases se vuelve m enos clara a m edida que aum enta la circulación. Los
diarios popúlales - a diferencia de lo que se conoce norm alm ente como
diarios “serios”- que están escritos específicam ente para la clase m edia
están influenciados p o r las mismas tendencias culturales que las que afec­
tan a los diarios populares dirigidos principalm ente a la clase trabajadora.
Los unos son tan triviales y tan trivializantes com o los otros. Personalm en­
te, encuentro los destinados a la clase m edia más desagradables que los
de la clase trabajadora. T ienden a poseer u n a petulancia intelectual, un
chauvinismo y u n esnobismo espiritual, y u n brillo de cóctel que hacen
que su atmósfera se vuelva particularm ente sofocante.

Williams, te n ía la convicción d e que h ab ía qu e “H acerlos sonreír. D arles


alegría. Las noticias ya son bastante d ep rim en tes de p o r sí” (p. 287).
8. El nuevo arte de masas:
sexo en envases atractivos'

LOS CHICOS DE LA R O G O LA 119

Esta dieta regular, cada vez más extendida, casi sin variaciones,
de sensaciones sin com prom iso probablem ente convierta a quienes la
consum en en personas m enos capaces de reaccionar de form a abierta
y responsable ante los acontecim ientos de la vida y cause una sensación
p ro fu n d a de falta de propósito de la existencia fuera del lim itado abani­
co de unos pocos apetitos inm ediatos. Las almas que hayan tenido po­
cas oportunidades de abrirse a otros m undos quedarán encerradas en
sí mismas, observando con “extraños y oscuros ojos como ventanas” un
m u n d o que, p o r lo general, es una fantasm agoría de espectáculos pa­
sajeros y estímulos vicarios. Si hoy en día no es esta la situación en que
se en cu en tran m uchas más personas de clase trabajadora, eso se debe
principalm ente a la capacidad de resistencia del espíritu hum ano, una
resistencia que surge de la sensación, que no suele explicitarse, de que
hay otras cosas que im portan y deben respetarse.
No obstante, puede resultar útil centrarse aquí en algunos de esos as­
pectos de la vida en Inglaterra en los cuales el proceso cultural que he
descrito en los últimos dos capítulos tiene u n im pacto más contundente.
D eberíam os ver en ellos la condición que ya podría haberse alcanzado,
de no ser p o r las resistencias a las que he apuntado repetidam ente. Un
ejem plo claro lo constituyen las lecturas de los jóvenes que se encuen­
tran cum pliendo con el servicio militar. D urante dos años, no hacen otra
cosa que aburrirse y contar los días que faltan para volver a sus puestos de
trabajo. Son adolescentes que tienen dinero para gastar. Los han apar­
tado del im portante efecto estabilizador de la casa, que perciben sin ser
conscientes de su existencia, de la re d de relaciones familiares y quizá

119 La C ám ara de C om ercio la define com o “fonógrafo que funciona con


m o n edas”.
2 5 6 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

tam bién de la sensación, en su lugar de trabajo, de form ar parte de una


organización que tiene u n a tradición en su especialidad. En consecuen­
cia, están abiertos a los efectos ele u n tipo de lectura -fragm entada, que
apela a las sensaciones- a la que acceden con m ucha facilidad. Según
mi experiencia, los únicos libros de tapa d u ra que leen m uchos jóvenes
son los escritos p o r los más famosos autores de novelas policiales. Aparte
de ese género literario en particular, leen historietas, novelas cortas de
rufianes, revistas de divulgación científica y de hechos policiales, revistas
de estilo más actual, revistas/periódicos y periódicos ilustrados .120 Afor­
tunadam ente, el servicio m ilitar sólo tiene u n a duración de dos años;
después, los m uchachos se van a su casa y vuelven a trabajar. Siguen le­
yendo ese tipo de m aterial, p ero p ro n to se convierten en hom bres con
obligaciones y m ayores exigencias en lo que respecta a tiem po y dinero, y
seguram ente con probabilidades de adop tar los viejos ritm os del bax'rio y
escapar de los peores efectos de lo que pu ed e ser u na insípida existencia
herm afrodita (una vez u n soldado m e dijo: “La vida es u na paja [m astur­
bación] p erm an en te d en tro de u n o ”) desconectada de la sensación de
estar persiguiendo u n objetivo personal trascendente. Sé que hay excep­
ciones y que se está h aciendo bastante para que las cosas m ejoren, pero,
dado el trasfondo q u e he m ostrado en los capítulos precedentes, para
m uchos ese es el am b ien te que pred o m in a d u ran te el servicio militar.

Quizá lo que m ejor describe la tendencia general en este sentido son los
hábitos de lectura d e los chicos de la rocola, es decir, los que pasan la tarde
escuchando música de u n a m áquina de discos instalada en un pequeño bar
con m ínim a ilum inación. Tam bién hay otros grupos de personas que leen
los libros y las revistas que com ento en este capítulo -algunos hom bres y
mujeres casados, quizás, en particular los que perciben.la vida de casados
como algo desgastado, los “viejos verdes”, o algunos escolares-, pero consi­
dero más oportuno referirm e a los que, noche ü'as noche, van a esos bares.
y son los típicos lectores de los diarios populares de estilo más m oderno.
Como en los restaurantes que describí en u n capítulo anterior, en los
pequeños bares suburbanos se advierte a prim era vista, en la m oderna de­
coración de dudoso gusto, una llamativa ostentación, una descomposición
estética tan absoluta que, en com paración, la decoración de las salas de
estar de las casas hum ildes donde viven los clientes parece expresar u na

120 Es fácil e n c o n tra r evidencia circunstancial. Sé de u n a escuela secundaria en


la q u e los alu m n o s se intercam bian las revistas en el patio.
EL NUEVO AR TE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 5 7

tradición arm oniosa y civilizada, similar a la de u n hogar tradicional del


siglo XVIII. No me refiero a los bares que son, en realidad, restaurantes de
comida rápida donde se puede com er de m anera más veloz que en un res­
taurante con servicio de mesa, sino a la clase de bares - d e los que hay uno
en todas las ciudades del norte de Inglaterra con más de 15 000 habitan­
tes, aproxim adam ente- que se han transform ado en lugares de reunión
de u na gran cantidad de jóvenes. Las m uchachas van a algunos de estos
bares, pero la mayoría de quienes los frecuentan son chicos de entre 15 y
20 años que usan chaqueta ligera con hom breras, corbatas estampadas y
un aire de típico joven estadounidense. La mayoría no puede pagarse un
batido de leche tras otro, así que beben té durante un p a r de horas m ien­
tras insertan una m oneda tras otra en el tocadiscos mecánico; este es el
verdadero motivo p o r el que acuden al bar. En todo m om ento hay dispo­
nible u n a docena de discos; basta con tocar u n botón num erado para que
suene el tem a deseado, que se elige de un a lista. La em presa que ofrece las
máquinas en alquiler cambia los discos cada quince días; casi todos son de
origen estadounidense; la mayoría de los temas son cantados y los estilos
de interpretación son más m odernos que los que pasan norm alm ente en
radio Light Program m e, de la BBC. Algunas de las m elodías son pegadizas
y todas han sido modificadas para adaptarlas al tipo de ritm o que es más
popular en la actualidad; se usa m ucho el efecto de reverberación que se
obtiene en las grabaciones con cám ara de eco. Los intérpretes son hábiles
y precisos, y la m áquina de discos suena a u n volum en que podría llenar
perfectam ente u n gran salón de baile y que, p o r tanto, excede las nece­
sidades sonoras de u n bar reconvertido de la calle principal. Los jóvenes
siguen el ritm o m oviendo u n hom bro o m iran, em ulando al melancólico
H um phrey Bogart, a través de las sillas de caño de metal.
En com paración con los pubs de barrio, los bares a los que hago refe­
rencia aquí representan u n a form a debilitada de distracción, una especie
de m ateria en descom posición m ezclada con el olor de la leche hervida.
Muchos clientes -c o m o lo sugieren la ropa, el p einado y los gestos- viven
en u n m undo m ítico com puesto p o r unos pocos elem entos sencillos que,
según creen, rep ro d u cen el estilo de vida estadounidense.
Conform an u n grupo deprim en te que de n in g u n a m anera represen­
ta a la mayor parte de la clase trabajadora; quizá m uchos de ellos son
m enos inteligentes que la m edia y están, entonces, más expuestos a las
tendencias debilitadoras actuales. No tienen objetivos, ni ambiciones, ni
protección ni creencias. Son los equivalentes m od ern os de los m ucha­
chos jorn alero s de m ediados del siglo XIX que describe Samuel Butler y
están en la misma situación m iserable que ellos:
2 5 8 LA CU LTU RA OBRERA. EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Una fila de m uchachos jo rn alero s impasibles, apáticos, ausen­


tes, desgarbados, poco atractivos, sin vida... U na raza parecida
a los cam pesinos franceses prerrevolucionarios descritos por
Carlyle que no resulta agradable describir; u na raza que ha sido
reem plazada .1-1

Para algunos de estos jóvenes, no hay lugar ni siquiera para la vida sexual
esporádica de m uchos de sus contem poráneos, pues para ello se reque­
riría u n mayor control de la p ropia personalidad y más encuentros con
otras personalidades de lo que son capaces de abarcar.
De la escuela no se han llevado casi nada que los acerque a las realidades
d e la vida adulta tal como se la experim enta después de los 15. La mayoría
d e ellos trabaja en puestos para los que no se necesita demasiado talento
personal, que no son interesantes, ni prom ueven el desarrollo de valores
personales, ni les exigen pon er nada de sí. El trabajo se ejecuta día a día y
fuera de eso todo es diversión, pasarlo bien; tienen tiempo libre y algo de
dinero en el bolsillo. Están atrapados entre los engranajes de la tecnocra­
cia y la dem ocracia; la sociedad les da u na libertad casi ilimitada para las
sensaciones, pero les pide poco a cambio: trabajo m anual y u na fracción
d e su cerebro durante cuarenta horas p o r semana. El resto está abierto a
los proveedores de entretenim iento y a su eficiente aparato de produc­
ción de masas. Los clubes y los institutos para la juventud y los centros
deportivos no los atraen com o a m uchos de su generación; y por medio
d e los procesos inevitables de la evolución del entretenim iento comercial,
los empresarios se aseguran de que su atractivo peculiar se m antenga y se
fortalezca. Es probable que las responsabilidades de la vida de casados va­
yan cam biando gradualm ente a estos jóvenes, que, mientras tanto, no tie­
nen otras obligaciones ni m ucho sentido de la responsabilidad hacia ellos
mismos ni hacia otras personas. En cierto sentido desafortunado, son los
nuevos trabajadores; si a partir de la lectura de la más reciente literatura
de entretenim iento de la clase trabajadora uno pudiera imaginar quiénes
son sus lectores ideales, serían precisam ente ellos. Es cierto que, como
ya he sugerido, no son típicos, p ero son las figuras que ciertas poderosas
fuerzas contem poráneas tienden a generar: los siervos domesticados y sin
rum bo de u na clase que vive en un en to rn o mecanizado. Si, en apariencia,
com prenden principalm ente a los m enos inteligentes o provienen de fa­
milias sujetas a tensiones especiales, eso se debe probablem ente a la fuerza

121 S. B utler, El deslino de la.carne, 1903, capítulo 14.


EL NUEVO ARTE DE MASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVOS 2 gQ

de una fibra m oral que la mayoría de los proveedores de bienes culturales


para la clase trabajadora contribuye a desnaturalizar. El bárbaro hedonis-
ta pero pasivo que viaja por 3 peniques en u n autobús de 50 caballos de
fuerza para ir al cine a ver una película de 5 millones de dólares por 1,8
peniques no es sólo una rareza social, es un signo.

LAS REVISTAS “ PIC A N T ES”

¿Qué se espera que lean esos hom bres, adem ás de la prensa diaria, el
periódico del dom ingo y las revistas o diarios más sensacionalistas? La
biblioteca pública no los atrae; tam poco las bibliotecas populares cuya
función principal es acum ular m aterial de ficción en estantes con rótulos
tales com o “Policial”, “Suspenso”, “M isterio”, “V aqueros”, “Románticas”
o “A m or”, y del cual las bibliotecas públicas n u n ca tienen ejemplares su­
ficientes. Para descubrir qué consum en estos lectores hay que acercarse
a las'tiendas de textos usados que están presentes en todos los distritos
comerciales que visita la clase trabajadora. La vidriera está abarrotada de
libros en rústica en diversos estados de desintegración, pues las tiendas
ofrecen u n sistema de com praventa (que norm alm ente es caro, pues los
libros nuevos cuestan 2 chelines y cuando cam bian de dueño valen 6 pe­
niques). El m aterial puede clasificarse en tres grandes grupos: policiales,
ciencia ficción y novelitas eróticas.
U n día, al estudiar la vidriera de u n a de esas tiendas de segunda mano,
observé las siguientes características de esos tres grupos, aunque las revis­
tas no estaban repartidas en secciones, sino que se exhibían en el consi­
derable desorden habitual.

POLICIALES
El rasgo saliente de este grupo, dado que la m ayoría de las novelas de
este género proviene de los Estados U nidos y se publica desde que co­
m enzaron a alzarse voces contra las revistas que parecían glorificar el
delito, es que “el crim en no paga”. Las publicaciones suelen llevar leyen­
das tales com o “Apoyamos la causa que persigue la reducción del delito”.
Ind ep en d ien tem en te de las profesiones de los personajes, el interés está
centrado en el pandillero o en los detectives, que, si bien tienen tem pe­
ram ento de pandillero, están del lado de la ley. Los títulos son parecidos
a estos:
2 6 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Superdetective Casos crim inales del FBI


Historias del cuartel policial Casos policiales im pactantes
A uténtico detective Investigación secreta
Crim en ilim itado Las m ejores historias de
detectives
Historias policiales increíbles La escena del crim en

El form ato se repite: papel com ún, im presión burda, cubierta ilustrada;
lógicam ente hay m uchos “escritores fantasm a” e intercam bio ele material.

CIEN CIA FIC C IÓ N


En este grupo los títulos varían en tre “Ciencia”, “Ciencia espacial” y “Ca­
rreteras del espacio”, reforzados p o r adjetivos com o “asom broso”, “in­
creíble”, “fu tu ro ”, “ex trao rd in ario ”, “fantástico”, “súper”, “em ocionante”
o “au tén tico ”.
El m aterial de este grupo tam bién se publica en papel com ún y con
cubierta ilustrada. Es el tipo de ciencia ficción que se escribía antes de
que temas similares fuesen tratados seriam ente en revistas literarias y que
no se h a visto afectado p o r esa jerarquización. La form a y las situaciones
que se n arran aq u í son sum am ente limitadas. En la mayoría de los relatos
hay u n a m u chacha jov en y atractiva que usa ro p a que un diseñador de
vestuario de u n espectáculo de variedades sin pretensiones p o d ría con­
siderar “futurista”. El atu en d o consiste en u n a falda blanca plisada muy
corta y u n a blusa ajustada con algún toque contem poráneo. Se trata de
ropa sexy con cierres, en lugar del conjunto tradicional de falda y blusa;
fornicación vicaria (sin e n tra r en detalles) en u n a nave espacial que se
traslada de M arte a Venus.

Sobre el tercer grupo, las novelitas eróticas, m e explayaré más adelante.


Los tres grupos cubren casi todo el m aterial, aparte de la prensa, de la
tienda que m e detuve a observar y de otras del mismo estilo. Las publi­
caciones más antiguas sobre “V aqueros” y “B oxeadores”, que estaban de
mpcla hace veinte años, hoy ocupan u n lugar m arginal.
Las revistas ele este tipo p arecen ser p articu larm ente populares, se­
gún creo, e n tre los adolescentes de inteligencia lim itada y otros jóve­
nes que, p o r u n a u o tra razón, no h a n p rogresado o no se sienten a
gusto consigo mism os. La pu b licid ad es casi siem pre “co m pensatoria”.
Quizás este sea el m o m en to de h acer u n a digresión para tratar b re­
vem ente el tem a de la p u b licid ad co m pensatoria más elem ental, que
EL NUEVO ARTE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 6 1

aparece co n stan tem en te en las revistas com o las que nos ocu p an y en
u n a en o rm e can tid ad de periódicos.
En su form a más simple, la publicidad de este tipo apela a la inferio­
ridad física, in ten ta persuadir al lector p ara que deje de fum ar y así m e­
jo re la vista, la m ente, tenga u n pulso más firme: “A um enta tu estatuía”,
“Increm en ta tu masa m uscular”, “¿Por qué seguir siendo un alfeñique?”,
“Vitalidad energizante para ti”, “Ellos participaron en m i curso y su cuer­
po ahora es fuerte y musculoso. T ú tam bién puedes ser uno de ellos”,
asegura u n hom bre con unos m úsculos enorm es.
De ahí a los anuncios de calm antes o los que apelan al com plejo de
inferioridad del lector, hay u n solo paso:

¿Sufres de los nervios, tienes sentim iento de inferioridad, fal­


ta de confianza, tartam udez, inestabilidad, eres indeciso y de­
m asiado hum ilde? Entonces te falta la base fundam ental para
adaptarte a tu en to rn o debido a u n a f a l l a s u b c o n s c i e n t e d e
ORIG EN NERVIOSO.
A prende a g enerar impulsos p o s i t i v o s y a alejar los n e g a t i ­
v o s . Construye u n a personalidad s e g u r a y d o m i n a n t e .

O tros anuncios son incluso más fuertes:

¡n o se pu ed e c r eer !

¿No piensas que hasta ah o ra no has explotado tu inm enso po­


tencial de desarrollo?
¿ q u i e r e s c a m b i a r ? [aquí aparece u n a ilustración de u n a figura
m asculina con rayos de fuerza vital que em ergen de su cu erp o ].
Déjalo fluir y contrólalo gracias a nuestro increíble sistema.
¡u s a la totalidad de tu a s o m b r o s o p o t e n c i a l o c u l t o ! Este li­
bro p u ed e CAMBIAR t u v i d a .

Con frecuencia, la misma em presa usa la form a básica (¿Sufres de los


nervios?) y la más positiva, d o nde no se hace tanto hincapié en la falta
de adaptación, pero aun así se supone que a u n o le gustaría tener más
amigos y ejercer influencia en u n m ayor nú m ero de personas. Para descu­
b rir cóm o hacerlo hay que gastar 2 libras, p o r decir u n a cifra, en un libro
sobre “el secreto de la personalidad exitosa”. Con regularidad se publican
libros con más y m ejores prom esas, títulos más dinámicos y precios igual
de altos:
262 LA CU LTURA OBRERA EN LA SO CIED AD DE M ASAS

¿La vida te da lo que t ú quieres y m ereces? ¿Deseas seguir vi­


viendo una vida infructuosa y carente de objetivos, cargada de
timidez y temor?
¿No? Entonces aquí está lo que buscas.
Con nuestra solución ganarás dinero, tendrás más p o d er y fama,
y gozarás de la estima de todos [un extraño eco del final de la
vigesimotercera conferencia de Freud, sobre el artista com o un
soñador que “alcanza - p o r m edio de su fantasía- lo que antes
solamente lograba en su fantasía: h o nor, p o d er y el am or de
las m ujeres”. Y lo que es más extraño, el acorde final resuena
como un débil eco egocéntrico de Bacon y “el fin últim o del
saber” para la gloria del C read o r y el alivio de la condición del
h om bre ].122
1
Volvamos a las revistas. Existen varios periódicos “picantes ”,'23 “atrevi­
d o s ” o revistas sem anales o m ensuales con ingredientes eróticos que,
claram ente, ladran más de lo que m uerden. Se com pran en cualquier
quiosco de revistas, no sólo en tiendas de com praventa, y algunas se ven­
d e n muy bien. No he e n co n trad o cifras de distribución p o r clase, pero
en tie n d o que son populares e n tre los hom bres de clase trabajadora y
clase m edia baja.

122 La referencia a Bacon m erece u n a cita m ás larga d eb id o a la relevancia para


el presente capítulo y los capítulos 9 y 11: “P ero el m ayor e rro r d e todo el
resto es la equivocación o la confusión del fin últim o del conocim iento,
pues los hom bres han a d q u irid o u n deseo d e a p re n d e r y de conocer, a
veces deb id o a u n a curiosidad n atu ral y a u n apetito inquisitivo, otras veces
p ara d istraer sus m entes con la variedad y el deleite, a veces en busca de
gloria y reputación, y otras veces p ara lograr la victoria de la inteligencia y la
contradicción, la m ayoría de las veces p ara o b te n e r lu cro p o r la profesión,
y pocas veces p o r el deseo sin c ero d e o frecer u n a explicación verdadera
d el don de la razón para beneficio y uso de los hom bres: com o si en el
conocim iento se buscara un sillón en el q u e d a r descanso al espíritu curioso
e inquieto, o u n a terraza d o n d e la m en te e rra b u n d a y voluble p u ed a pasear
y gozar de bonitas vistas, o u n a to rre altiva sobre la cual p u ed a alzarse el
espíritu orgulloso, o un fu e rte o lu g ar elevado para la lu ch a y el com bate,
o un a tien d a p ara ganancia o venta y no un rico alm acén p ara la gloria
del C reador y el alivio de la c o n d ició n del h o m b re. P ero lo que en verdad
dignificaría y exaltaría el co n o cim ien to sería q u e la co ntem plación y la
acción estuvieran más ín tim a y estrech a m e n te ensam bladas y unidas de lo
que han estado". Francis B acon, The Advancemenl of Leam ing (1605), libro I,
sección V, 11, p p . 34-35 en la edición inglesa d e Everym an.
123 T am bién hay “revistas p ican tes” para la clase profesional.
EL NUEVO ARTE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 6 3

En prim er lugar, contienen chistes, m uchos ele ellos con dibujos, que
po n e n el acento en las indirectas sexuales obvias, limitadas y de un gusto
algo dudoso. N orm alm ente tam bién traen palabras cruzadas, u n a página
dedicada a los deportes, el horóscopo y cuentos brevísimos. P or la dia-
gram ación y las ilustraciones, los cuentos p u ed en parecer eróticos, pero
en el fondo son tan sosos com o los de las revistas fem eninas más mo­
dernas. El n arrad o r suele ser u n joven que está casado desde hace poco,
tiem po o que, a ju zg ar po r la am abilidad con la que trata a las chicas, está
a p u n to de sentar cabeza con u na b u en a m uchacha.
En la actualidad, a veces tam bién aparece u n a fotonovela cuyas pro­
tagonistas usan ropa escotada. Además, hay m uchos dibujos de distinto
tam año con chistes debajo. La m ayoría de estas publicaciones tiene la
pretensión de mostrarse inteligente y m oderna, aunque en general el
diseño no es más logrado que el de algunas revistas para toda la fami­
lia. H acen u n a declaración de m o d ern id ad y sofisticación gracias a la
colaboración de artistas que cultivan un estilo m oderno. Las páginas no
ostentan, entonces, la línea h ogareña más tranquila de los artistas que di­
señaban las revistas antiguas sino la de los ingleses que reciben influencia
de los Estados Unidos, en particular, de A lberto Vargas. Tiene que haber
fotos de m odelos pin-up y, a falta de u n a profusión de fotos en color y de
algunos de los elem entos más caros con los que cuentan las revistas de la
com petencia, la mayoría parece q u erer asegurarse de que sus fotos sean
tan osadas com o sea posible y que las m odelos realm ente parezcan salirse
de la página para llegar al lector.
Todas las revistas son eróticam ente indecorosas, muy atrevidas a sa­
biendas, algo lanzadas, al m enos en las ilustraciones. Pero evidentem en­
te para verlas así, es necesario su p o n er la existencia de ciertos valores
que están siendo transgredidos. Esas publicaciones tienen poco de au­
téntico o excitante; después de todo, p erten ecen al mismo m undo que
las antiguas revistas fem eninas. La objeción principal no es al contenido
erótico sino, com o suele o currir con los nuevos tipos de revistas, a la tri­
vialidad: apelan a lo excitante con m ucha facilidad y con un a evidencia
m ínim a y poco genuina.

Hay otras revistas dirigidas en particular a la clase trabajadora que, en par­


te p o r su carácter local y específico, difieren dé m anera considerable de las
que describí hasta ahora. N inguna de ellas parece tener una vida prolon­
gada, pero las nuevas que siguen la misma línea aparecen inm ediatam ente
después de que la policía clausura las antecesoras. Normalmente, salen
una vez por mes y se venden por 6 peniques. Me ocuparé aquí de analizar
2 6 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

algunas que se publican en el norte, pero hay otras similares en el sur. Las
revistas de mayor éxito circulan, según tengo entendido, desde Manches-
ter hasta H ull y desde M iddlesbrough hasta N ottingham . Al m enos u na al­
canzó las cien mil copias p o r núm ero, lo que significa que tenía no menos
de 330 mil lectores. Esa revista en particular la leían principalm ente los
miembros de la clase trabajadora del noreste urbano de Inglaterra.
La com posición de cada nú m ero de u n a revista de este tipo es muy
simple: u n a n o ta breve sobre deportes, algo sobre cine, u n cuento breví­
simo (que p re te n d e ser erótico p ero que en realidad es p u ra espum a) y
unos pocos anuncios (de am uletos de la suerte y artículos p o r el estilo).
El resto del espacio está dedicado a los chistes, im presos sin aditam entos
en doble colum na, y a los dibujos, que ilustran los chistes o están allí por
derecho propio, p o rq u e son sugerentes. No hay demasiadas fotos de m o­
delos, quizá -s u p o n g o - p o rq u e serían muy caras. En cam bio, las revistas
tienden a usar para sus ilustraciones más im portantes, las que reem pla­
zan a las chicas pin-up de las revistas más sofisticadas, dibujos que parecen
haber sido realizados originalm ente a lápiz, con m ucho som breado, y
luego fotografiados. El resultado es muy parecido a las fotografías de
modelos pin-up. Im agino que los dibujos fotografiados tienen otra venta­
ja, y es que el artista, que n orm alm ente em plea el lenguaje de Vargas, se
perm ite resaltar las partes del cuerpo de las chicas que piensa que harán
que la ilustración sea todavía más sugerente que u n a fotografía norm al
de una m odelo pin-up. U na de estas revistas tenía la costum bre de dar
realce a los pezones que se m arcaban bajo el vestido. Del mismo m odo,
los pechos p u e d e n m ostrarse más p rom inentes y separados.
En general, las revistas de este tipo pertenecen al munclo de las postales
más subidas de tono; com parten el mismo tono vulgar y la visión estrecha
de las posibles situaciones que p u ed en ser blanco para el hum or: los tra­
seros, la “delantera”, la ropa interioi', los ombligos, los pechos (y, recien­
tem ente, los corpiños con relleno, la últim a novedad en todas las revistas
humorísticas en las que el sexo ocupa u n lugar protagónico). Quizá sean
un poco más crudas que las postales. Y digo esto sin aludir a cosas tales
como los pezones resaltados y las curvas generosas. El elem ento más crudo
de estas revistas suele ser el dibujo de las caras de las chicas, en especial
eii las ilustraciones de mayor tam año, cuyas características no he visto en
ninguna postal. La expresión de la cara es de u n a vulgaridad muy direc­
ta. No creo estar refiriéndom e a lo que u n espíritu m ucho más generoso
reconocería com o “u n gusto áspero pero m undano, con u n toque chau-
ceriano”. Se trata, en cambio, de u n a vulgaridad de una falsa sofisticación
y una rudeza urb an a deliberada que sólo u n a visión rom ántica absurda
EL NUEVO ARTE DE MASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 6 5

podría confundir con o tra cosa. Pienso que estas revistas retienen a los lec­
tores gracias a la sugerencia peculiar de sus fotografías de dibujos y a cierta
calidad reconocible en las caras y los elem entos que m uestran. Abro un
núm ero en u n dibujo a doble página de u n a chica en shorts, con u n escoté
pronunciadísim o, andando en bicicleta en grupo, com o lo hacen tantas
chicas de las ciudades del norte durante los fines de semana. La m uchacha
tiene la inconfundible cara de la que, dentro de u n grupo de jóvenes de
clase trabajadora, “sabe de qué se trata”. En este sentido muy restringido,
en el limitado realismo de la expresión, estas revistas pertenecen a la clase
trabajadora m ucho más que las revistas “picantes” de distribución nacional
y, en esta cuestión, que la prensa p opular m oderna.

NOVELAS DE SEXO Y VIOLENCIA

Yo destacaría el hecho simbólico de que abandonam os las


declaraciones form ales de am or en el m ismo m om ento en
que dejam os que las guerras estallen sin que declarem os la
guerra. Estamos reto rn an d o a los tiem pos de secuestros y
violaciones, aunque sin el ritual q ue h a ro deado ese tipo de
violencia en la Polinesia.
d e r o u g e m o n t , Passion and society, p. 244

Las novelas breves de sexo y violencia se com pran en las tiendas de revis­
tas y en algunos quioscos de las estaciones d e tre n .124 N orm alm ente, las
am ontonan todas ju n ta s en u n rincón, debajo de las tiras de aspirinas y
los bolígrafos. Están los diarios, los sem anarios, la pila desordenada de
revistas de artesanías y pasatiem pos, los libros de Penguin y Pelican, y
después, las novelas en las que el sexo es el in g red iente principal; entre
todas, estas publicaciones p in tan un p an o ram a de algunos de los aspec­
tos principales d e n uestra cultura. La presencia constante de libros que
giran en torno al sexo indica, según creo, que los p a s te ro s de tren que
“no quieren que los vean e n tra r” en u n a tienda de revistas de segunda
m ano ni se p erm iten llevar ese tipo de libros a la casa p u ed en usar estas

124 P arte d el m aterial que aparece en esta sección se publicó, en fo rm a


d iferen te, en u n artículo q u e escribí p ara Tribune (“T h e Bookstall”, 29 de
o ctu b re d e 1948). Los lectores de “Raffles y Miss B landish”, de G eorge Orwell
(CriticalEssays, Secker, 1946.), n o tarán a q u í la influencia de este autor.
2 66 LA C U LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

lecturas du ran te el viaje com o u na válvula de escape. Pero los límites se


corren con tanta velocidad que, en los últim os cinco o seis años, m uchas
librerías em pezaron a v ender este tipo de textos, que ya están dejando de
form ar parte de las lecturas furtivas.
Estas novelas cortas n o son las únicas que pu ed en considerarse un signo
social. Son sólo u n o de los elem entos -e n mi opinión, el más n o torio- de
u n a tendencia general. Productos similares son los relatos por entregas de
sexo y violencia que publica cierta prensa más sofisticada. Creo que esos
diarios em pezaron publicando p o r entregas u n a selección de las últimas
novelas de sexo y violencia originarias de los Estados Unidos. Pero quizás
la práctica no era muy adecuada o precisaba u n arduo trabajo de edición
o era muy costosa. Sea cual fuere el motivo, no pasó m ucho tiempo hasta
que esos relatos por entregas em pezaron a escribirse especialmente, en
lo posible con u n a escena erótica y una ilustración sugerente en cada mi-
mero. Si u na entrega no se prestaba para tener una ilustración, la heroína
(casi siempre u n a Molí Flanders del siglo XX educada en la ética conserva­
dora burguesa p o r la h eroína de m ediana edad de u n a radionovela) podía
aparecer m irando decididam ente al futuro al levantarse por la mañana.
Aquí tam bién se podría seguir la evolución del detective como personaje
desde los prim eros cuentos de Edgar Wallace hasta las novelas actuales de
rufianes más pro to tipie as. El más m oderno suele ser un tipo duro que se
diferencia de los rufianes a los que se enfrenta principalm ente en que por
casualidad se en cuentra en la vereda de enfrente y en que despliega en los
m om entos adecuados el tipo de com portam ientos livianos en boga: sus
modales, su brutalidad, sus códigos sexuales y su actitud en general son las
de un delincuente exhibicionista.
Para p o d er apreciar m ejor las características de las novelas cortas de
aventuras y sexo (norm alm ente se las conoce com o “ficción de rufia­
nes”), h abría que com pararlas con las más antiguas. De adolescente,
cuando quería leer u n libro “pican te”, yo ten ía a m i disposición novelas
escritas p o r autores con nom bres claram ente franceses, como Pierre La-
forgue, p o r inventar alguno del estilo. Por los libros atribuidos a cada
autor y las similitudes en tre ellos, parece probable que haya habido m u­
chos “escritores fantasm a”. Así com o las agencias de autos tienen asigna­
das patentes, quizá 1las editoriales tuvieran algunos nom bres reservados
que asociaban a los textos que encajaban con el m odelo. Esas historias
tenían, y aún hoy tienen -h a c e pocas sem anas com pré algunos libros
de 1947- papel com ún, con tipografía incierta y u n dibujo en color en
la portada. T anto en la p o rtad a com o en el resto del libro, la atmósfera
es más ed u ardiana que de m ediados de siglo. Desde los nom bres de los
EL NUEVO ARTE DE MASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVOS 2 6 7

autores se establece el tono, que expresa u n a falta de decoro que suele


asociarse con la im agen de “la alegre París”. Las chicas de la portada in­
variablem ente copian la m oda de hace treinta o cuarenta años; acompa­
ñan títulos com o Alegría robada, Bendiciones peligrosas o Noches apasionadas.
Son frágiles y lánguidas víctimas tum badas sobre la cam a de hom bres
apuestos de tez m o ren a que usan bata (y se llam an, p o r ejemplo, Raoul).
Parece u n a escena de n iñera picara, de sexo de boudoir, suave como un
gato doméstico: con m ucho encaje y labios listos para besar, y todo se
difum ina ante el m en o r signo de u n a posible falta de decoro.
Desde mediados de la década de 1930, este conjunto de textos viene
siendo reem plazado p o r novelas eróticas de un nuevo estilo proveniente
de los Estados Unidos. Bien p odrían haber surgido tras la publicación de
libros como El cartero llama dos veces (1934), de Jam es M. Cain ,125 y tienen
similitudes con la o bra de Mickey Spillane, u n escritor estadounidense más
reciente. No obstante, los orígenes son más amplios y más profundos.
En el papel, la tipografía y las portadas ilustradas, las nuevas novelas son
parecidas a las viejas y se venden a 1,6 peniques o 2 chelines, igual que
las anteriores. En lo demás, las diferencias son notables. En prim er lugar,
los relatos más m odernos tienen títulos concisos y repetitivos; casi todos
formados p o r una oración o u n a frase com pleta similares a las siguientes:

Cariño, bébelo caliente


La dam a tom a u n baño
A las m ujeres no les gustan las cadenas
No m e tientes, preciosa
Nena, aquí tienes tu cadáver
Taxi de la m uerte para u n a chica
A punta más abajo, ángel .
A la señora le gusta la bebida
Cariño, las armas no responden
El asesino usaba nailon (al igual que a los fotógrafos de m ode­
los pin-up, a estos autores les encanta el n a ilo n ).
H erm osa, las curvas m atan
Las tumbas n o hablan
Señoi'ita, hace frío ahí abajo

125 Véase tam b ién Serenata (1937). Cain m erece u n a atención literaria mayor
q u e estos au tores que h an recibido su influencia.
2 6 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Los autores suelen ser estadounidenses o seudoestadounidenses, como


las tiendas de camisas de C haring Cross Road. La mayoría tiene apellidos
“duros” y nom bres al estilo de H ank, Al, Babe, Brad o Butch. Dos autores
denunciados p o r escribir libros de este tipo declararon ante el tribunal
que los seudónim os los elegían los editores. Varias firmas publican los
libros, la m ayoría en Londres; ap aren tem en te com pran los derechos en
los Estados U nidos y tam bién co n tratan escritores ingleses.
En com paración con las chicas que aparecen en las portadas, las de
Pierre Laforgue son señoras de su casa. En estos libros, las im ágenes fe­
m eninas son las hijas exuberantes p ero descam adas de aquellas de Var­
gas que d ecoraban las paredes de los dorm itorios de los soldados desde
Kirlcwall hasta Kuala L um pur. Las blusas están desarregladas tras el for­
cejeo d u ran te el últim o in ten to de violación; en lugar de u n cigarrillo, las
chicas tien en en la m ano u n a pistola hum eante; dejan la boca de labios
carnosos entreabierta; tienen “de d ó n d e agarrarse” y “todo lo que tienen
que te n e r”, es decir, caderas generosas, pezones prom inentes y “pechos
voluminosos”. El epíteto preferido p o r los autores es “sexacional”: no
sabemos qué le h arían a u n a dam a de Pierre Laforgue.
Sin duda, las novelas son violentas, porq u e giran alrededor del sexo
violento, un tipo de sexo que sólo es excitante cuando es sádico. La vio­
lencia debe estar presente todo el tiem po; entre hom bres se retuercen los
brazos, se clavan navajas, se pegan con palos de goma: “T enía u n a herida
en la mejilla que parecía u n a boca que sangraba sin cesar”. C uando un
hom bre y u n a m ujer están ju n to s, en el aire denso se respira violencia;
los gritos h u elen a alcohol; los abrazos se cierran con m ordidas de las dos
partes (la cantidad norm al parece ser de dos contactos sexuales violentos
en cada novela y algunas escenas de peleas entre hom bres); las lenguas se
m ueven con furia y las uñas dejan m arcas indelebles en los cuerpos: “Sus
caderas se m ovían com o si tuviese u n m o to r dentro [... ] se alejaba y luego
ronroneaba com o u n gatito cuando la atraía nuevam ente hacia m í”.
La literatura de aventuras y sexo h a existido d urante siglos; pensem os en
ciertos aspectos de El viajero desafortunado, de N ashe ,126 o en MolíFlanders,

126 P o r ejem plo, en D iam ante, la esposa de Castaldo: “U n a jo v e n de cara


red o n d a , cejas oscuras, fren te ancha, boca p e q u e ñ a y nariz fina, tan
r e c h o n c h a en toda su an ato m ía com o un chorlito, la piel tan suave y tersa
com o la d e un cisne; m e hace bien recordarla. T en ía el a n d a r d e u n ave
sobre el suelo, dejaba ver su ab d o m en de fo rm a mEyestuosa corno un
avestruz. C on ojos a n g u rrien to s clavados en la tierra, y a veces m ira n d o fijo
con d esd én hacia el costado”. O en la violación de H eraclide: “L a tom ó del
cuello d e co lo r m arfil y la zaran d eó com o u n m astín h ab ría zaran d ead o a un
EL NUEVO ARTE DE MASAS: SEXO EN ENVASES A T R AC TIVO S 2 6 9

de Defoe. T am bién h a habido literatura en la que abunda la violencia


y, en p eq u eñ a escala y para u n público reducido, literatura con escenas
sadomasoquistas. Pero esta form a nueva es diferente. No está producida
para u n grupo pequeño y perverso, com o el que consum ía la obra del
M arqués de Sade. Tiene u n a llegada más am plia dentro de su propio
público. Difiere del sexo y la violencia de Nashe y Defoe en su caracte­
rística inherente: es violenta y sexual, pero de u n m odo claustrofóbico y
herm ético.
Además, y en esto hay u n contraste m uy notorio con los textos de Pierre
Laforgue, las historias suceden en u n m u n d o en el que los valores m orales
se h an tornado irrelevantes. Los libros de Laforgue suelen llevar títulos
como estos: ¿Debería perdonarla?, Pago vergonzoso, Belleza perdida, Virgen
impura, Besos comprados o Retribución. Títulos así serían im pensables para
las novelas más m odernas, pues las nociones de “p e rd ó n ”, “vergüenza”,
“retribució n ”, “im pureza”, “p érd id a” o “pago” no tienen cabida dentro
de su órbita moral. En la lista de las cincuenta y cinco obras de cierto
autor, enco n tré sólo u n título que contenía u n a referencia de contenido
moral. En u n a novela de la escuela de Laforgue, u n joven elegante, que
tiene u n a aventura con u n a chica sin com prom iso que se h a quedado a
pasar la noche en su casa, escribe u n poem a. Es u n a poesía de pobres
versos georgianos. Sin em bargo, ni los hom bres ni las m ujeres que
aparecen en los libros posteriores h a n tenido contacto alguno con la
poesía, excepto quizá cuando eran el te rro r de los m aestros durante
unos pocos e improductivos años en la escuela; y sus autores hacen que
los personajes m encionen la poesía con la m ism a liviandad con que los
hacen acudir a u n club juvenil o a u n cam pam ento de verano. Si en u n
libro de Laforgue hay un en cu en tro entre u n hom bre y u n a m ujer que
se gustan, la descripción puede ser algo parecido a:

osezno, ju ra n d o y rep itie n d o que le co rtaría la g arganta si se negaba. [...] La


em p u jó h acia atrás y, com o un h o m b re q u e tom a u n árbol p o r las ram as y lo
tum ba, com o se trata a u n tra id o r al que llevan a rastras al cadalso, la arrastró
p o r to d a la h abitación su jetán d o la de las suaves trenzas despeinadas, le
apoyó el b ru tal pie en el niveo p ech o d esn u d o y le o rd e n ó q u e se en treg ara
si q u ería c o n tin u ar respirando. [...] A brió los dedos p ara soltar la cabellera
y en el m ism o in stante le am arró los brazos; ella se resistió, luchó, p e ro todo
fue en vano. [...] Sobre el d u ro cam astro la arrojó y, em p lean d o la rodilla
co m o u n a lanza de m etal, abrió las dos hojas del p o rtó n de su castidad”
(T hom as N ashe, The UnJ’o rlunale Travdler [1594], Jo h n L eh m an n [com p.],
L ondres, M orrison an d Gibb,1948, pp. 61 y 88-89).
2 7 ° LA C U LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

El pecho del h om bre palpitaba contra el de ella m ientras él la


abrazaba con fuerza. Los ojos de la m ujer eran p u ra llama. En
ese m om ento, ella irradiaba u n a intensa fem ineidad.
—Eres sólo mía, querida. ¡Cómo te amo! -m u rm u ró .
Ella dio un gem ido que era la expresión de un éxtasis com ­
pleto, y luego u n prolongado suspiro de felicidad; excitada, lo
apretó contra su cuerpo. Sus brazos tibios lo rodearon con más
fuerza. No había dudas, ni vergüenza, ni arrepentim iento en su
alma m ientras lo guiaba al d o rm ito rio ...

Se aprecia u n rom anticism o pesado, lleno de lugares comunes, pero es


así como se atraen y se en cu en tran las parejas cuando tienen sexo:

Así q ue ella no era más que u n a niña, ¿no? Y yo era un irrespon­


sable y un tonto. ¿Y qué?
De p ro n to estuvo muy cerca de mí, con su cuerpo tem blando
bajo el vestido ceñido. Sentí todas sus líneas y sus curvas. ¡Cuán­
ta presión p u e d e 'h aber en u n abrazo, herm ano! ¿Por qué las
lágrimas de u n a chica saben tan bien?
Em pecé a desabrocharle el vestido con furia, pero mi torpe­
za aum entaba ju n to con la excitación. Ella me ayudaba entre
gemidos y gritos apasionados. Y luego... lo hicimos como u n a
pareja de anim ales salvajes.

Si una pareja tiene u n en cuentro sexual sin am or en u n a novela de La-


forgue (ella lo hace p o r dinero o p o r algún motivo él la dom ina), suele
h ab er u n vago indicio de que algo terrible está por suceder:

“T engo que ir __tengo que ir”, se decía a sí misma una y otra


vez.
Las palabras resonaban en su cabeza form ando u n torbellino.
“Hoy. ..a la s 10... en el Regal [el nom bre de un h o tel]. Y luego. ..”

“Y luego”, sin duda, ella habrá de sucum bir ante los abrazos de un em ­
presario teatral inescrupuloso. Pero ese es el final de un capítulo, y cuan­
do la reencontram os han pasado seis meses, el m arido está p o r llegar a
la casa y descubrir su infidelidad. Si el autor de una novela com o las de
Laforgue decide ir más allá, escribirá, para antes de los puntos suspen­
sivos, u n a escena en la que ella se desnuda: “Corrió el riltimo velo de
m odestia que le q u ed ab a”. Las novelas más m odernas no term inan allí,
EL NUEVO ARTE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 7 1

p ero si lo hiciesen usarían otras frases. Y es que si el lector no cree que


haya conductas im propias, entonces la frase “velo de m odestia” no tiene
n ing ú n sentido; “no existe tal cosa” com o la m odestia. Entonces, cuando
u n h om bre y u na m ujer de los m odernos tienen un encuentro sexual en
el que no hay sentim ientos amorosos, se acercan como contrincantes:

Creo que ella sabía qué m e pasaba m ientras frotaba sus rodillas *
com o se restriega un gato contra el pantalón.
—¿Me lo vas a pedir am ablem ente y m e rogarás que te disculpe
p o r la pelea que tuvimos? —p reg u n tó ella, con u na especie de
ronroneo.
Caramba, parece que algunas dam as no conocen las reglas...
— Oyeme bien. En mi m odo de tratar a las m ujeres no hay lugar
para pedir “p e rd ó n ” o “por favor” — le respondí.
Sonrió y se reclinó aún más, con sus pechos todavía erguidos
después de la contienda. Yo sentía que la sangre me em pezaba
a latir en la cabeza.
’—Aquí tienes, nena. Y nada ele p e rd e r tiem po con juegos pre­
vios ni palabritas al oído.
Ella se quedó inmóvil; yo me acerqué y le arranqué el vestido.
Después le quité las enaguas, que se abrieron en dos dando un
chasquido. Creyó que con la resistencia pasiva me derrotaría,
así que perm aneció rígida.
A hora era mi turno, y esta vez había en sus ojos u n a mezcla de
tem or y excitación. Seguía sin moverse, lo que no m e facilitaba
las cosas. Dando u n latigazo en el aire m e quité el cinturón y le
até los brazos a la cabecera ele la cama. La besé con fuerza; ella
m e m ordió hasta que m e brotó sangre de los labios.
Para ese entonces, yo ya me sentía u n anim al salvaje. Ella em itía
quejidos de frenética pasión.
— ¡Suéltame; destrózame! — exclamaba.
Y yo la desti'océ, con ella así, atada.

Como se puede apreciar, el estilo es el de u n Hemingway degradado, el de


u n animal urbano, un simio urbano peludo que se maneja con un voca­
bulario sum am ente acotado. Frases com o “una especie de” se usan m ucho
para conservar la rudeza cuando el autor le hace decir al narrador cosas
dem asiado “literarias” o “suaves”. “Preguntó ella, con una especie de ron­
ro n e o ” o “había en sus ojos u n a mezcla de tem or y excitación” no podrían
pronunciarse sin introducirlas con u n a frase de este tipo. El simio peludo
2 7 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

también expresa la excitación o el h o rro r de la experiencia valiéndose de


litotes: “ella: no estaba m uy vestida, precisam ente” o “después de que los
muchachos hicieron su trabajo, él no se veía m uy agraciado”.
En m uchos héroes rudos contem poráneos de ficción de todos los ni­
veles hay u n a veta de sentim entalism o soterrado que sale a la luz sólo
en ocasiones. En estas situaciones, la frase que revela tal característica
es “Quizá yo sea u n cerdo (un ser d e sp re c ia b le/to sco /d u ro )... pero no
soy ese tipo de h o m b re ”. Así, u n narrad o r p u ed e pelearse o fornicar du­
rante quince capítulos. P robablem ente esté buscando a su chica, porque
muchos protagonistas de estos relatos invierten su tiem po buscando a su
amada, a la que han secuestrado. Finalm ente la encuentra y golpea sin
piedad a los captores. Pero ya es tarde, pues ella ha m uerto de un disparo
en el abdom en m ientras era utilizada com o.escudo hum ano. O quizá esté
viva pero revele que h a estado enam orada de u n tonto que no vale nada.
El narrad o r lo acepta: hay cosas contra las que u n hom bre no lucha, her­
mano. A hora atraviesa u n a situación difícil; n o tiene dinero ni esperanzas
de en co n trar u n trabajo en la ciudad donde se encuentra; un a vez más,
está solo y sin ataduras. En este m om ento, a veces aparece lo que debe ser
e l equivalente m o d e r n o d e l vagabundo de los m e l o d r a m a s V ic to r ia n o s .
N orm alm ente, los chicos malos tienen una asistente un poco hueca, o
ligera de cascos, u n a “acom pañante” que h a seguido a los captores a su
guarida contra su voluntad y ha quedado liberada -y p erd id a - tras la ma­
sacre. La historia concluye más o m enos así:

N unca sé cuándo estoy fuera de peligro; así soy yo. T raté de res­
catarla, pero , b u e n o ,,n o lo logré [esto debe ser el equivalente
del llanto con ten id o del malvado cuando oye la voz del niño
huérfano en las novelas victorianas]. Sabía que estaba a punto
de h acer otra pro p u esta absurda.
—Está bien —dije— , hay lugar en el a u to ... y dos no gastan
m ucho'm ás que u n o ... Eso sí, sólo p o r unos d ías...
— [-...] Muy bien. No m e agradezcas. Es m i form a de ser, nada
más. •

Entran los dos en el auto y se dirigen al estado vecino. Mi im presión, que


no he podido ilustrar en el texto (los ejemplos que doy los he inventa­
do), es que los más famosos entre todos estos autores son m ucho mejores
como escritores que sus antecesores, afirm ación que puede parecer difícil
de entender, p ero creo que la explicación se relaciona con la falta de
referencia m oral que h e observado. P o r supuesto, aparece cierta alusión
EL NUEVO ARTE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 7 3

moral en el hecho dé que al final los “sinvergüenzas” son derrotados,


por ejemplo. No obstante, no form a parte de la textura del relato y, de
hecho, está im plícitam ente negada. Los escritores al estilo de Laforgue
en realidad perten ecen al mismo m undo que los de las antiguas revistas
fem eninas o, com o los escritores que publican en las revistas “picantes”,
desobedecen los m andatos de ese m undo en la mism a m edida en que los
de las revistas fem eninas los respetan obedientem ente. De todos modos,
los dos reconocen la existencia de tales m andatos. Lo em ocionante pro­
viene de la desobediencia. Así com o los autores de las revistas femeninas
deben señalar las situaciones morales típicas p o r m edio de los lugares co­
m unes de lo m oral, los escritores de la escuela de Laforgue deben señalar
las situaciones inm orales típicas p o r m edio de los lugares com unes de lo
inm oral. No es más que u n a tibia situación excitante que surge de la re­
lación con u n código aceptado. Así, los relatos p u ed en ser, y casi siempre
son, totalm ente chatos, pues surgen de p resionar las teclas conocidas para
producir el necesario ju eg o de relaciones en tre lo m oral y lo inmoral.
En cam bio, el objetivo de los escritores m o dernos consiste en lograr
que sus lectores sientan la violencia en carne propia. No p u eden recu­
rrir al inventario de em ociones formales que no respetan los códigos de
conducta, pues estos no existen; tienen que estim ular directam ente los
sentidos de los lectores. Así, aunque con lim itaciones, se en cuentran en
un a situación que se acerca más a la del escritor verdaderam ente creativo
respecto de su m aterial que a la de los escritores del tipo de Laforgue o
de los autores de historias de am or de las revistas fem eninas o de los de
cuentos indecentes de las revistas “picantes”. Los autores de relatos de
rufianes deben asegurarse de expresar la excitación con eficacia:

De p ronto, Fatsy hundió con fuerza la rodilla en la entrepierna


de H erb. Este agachó la cabeza, que se en contró con el enorm e
p uño de Fatsy. Los nudillos pulverizaron el hueso e hicieron es­
tallar la carne. H erb escupió algunos dientes y cayó al piso. La
sangre le salía a borbotones y Fatsy le pegó en el estóm ago con la
p u n ta m etálica del zapato. Luego -sólo p o r c ap rich o - Fatsy saltó
sobre el desastre en que se h ab ía con v ertid o la cara de H erb.

Este tipo de relato tiene u n efecto real; p e rc u te los nervios de los lec­
tores. P ero el efecto es restringido: a m e d id a q ue se aleja de las situa­
ciones que lo m otivan, cae en la b analidad. U n a u to r explica cóm o
disfruta de la “vida a través” de las peleas y los en c u e n tro s sexuales
sobre los que escribe, en térm inos que su g ieren q ue está hablando
2 7 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

d e un asu n to b astante privado. Esto p arece dejar al descubierto el


efecto lim itado au n q u e in n eg ab le de estas novelas y de los pasajes de
m o n stru o sa eficacia, p o r d a r u n ejem plo, de cierto relato en el que el
n arrad o r m a n tie n e u n a batalla sexual con u n a nin fó m an a obesa, sucia
y sudorosa.
El efecto posible de este tipo de relatos, así com o lo lim itado y lo banal,
puede verse haciendo u n a com paración de u n a típica novela de rufianes
c o n Santuario, de William Faulkner. Publicada en 1931, Santuario presen­
ta características que p u ed en h ab er sido tom adas como m odelo por los
prim eros escritores del nuevo estilo al que m e refiero. A continuación
incluyo u n a escena que bien p o d ría p erten ecer a la clase de relatos que
n os ocupa y luego, u n pasaje de la novela de Faulkner:

Y todo el tiem po Liz perm aneció sentada ju n to al fuego, como


un loro viejo que está cam biando las plumas. Sus ojos parecían
perdidos en círculos de abultada grasa con bordes rojos. Las
mejillas estaban surcadas p o r líneas en las que el polvo claro
se h ab ía incrustado y oscurecido. Usaba las medias enrolladas
hasta las rodillas, y las rodillas eran blancas como masa sin hor­
near. T enía puesto u n viejo vestido de encaje p ú rp u ra que caía
holgado sobre su cuerpo sin curvas. Sus manos parecían dos
trozos de carne en proceso de descomposición.
—Es h o ra de ocuparm e de Molony — dijo p o r fin Lefty.
Arrojó la colilla del cigarrillo y regresó al poste al que estaba
atado Molony, que se había recuperado bastante del golpe que
le h ab ían dado en el cuello a la altura de la carótida cuando se
desplom ó al desmayarse. A hora estaba pálido, con la cara defor­
m ada p o r el pánico y los ojos salidos de las órbitas, como los de
un conejo acogotado.
—No m e puedes h acer esto, Lefty — reclam ó.
Lefty se le acercó y le enseñó el cuchillo; después le hizo ver
cóm o se lo apoyaba en el estóm ago. Ejerció con el arm a una
presión suave pero firme, com o la de u n carnicero que corta
un trozo de carne. A ún se sonreía m ientras m iraba a Molony
fijo a los ojos cuando este soltó u na sucesión de gritos y se dejó
caer. Lefty se rió con desprecio, retiró el cuchillo y lo limpió
con cuidado.
—A hora le llegó el tu rn o a la dama.
La m uchacha tem blaba con espasmos provocados por el te­
rror; las oleadas de pánico y dolor se sucedían unas a otras.
EL NUEVO ARTE DE MASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVOS 2 7 5

E ntretanto, Butch le había cruzado la cara con la m ano abierta


y cada tanto alzaba la rodilla como si fuese a golpearla en la
entrepierna.
En ese m om ento, el vestido se le había abierto hasta la altura
del vientre y tenía la enagua m anchada y h echa jirones. Sus
pechos casi desnudos subían y bajaban; Lefty, sentado ju n to a
la cocina, la observaba p o r el rabillo del ojo y cada tanto escu­
pía deliberadam ente sobre las brasas. U n m om ento después,
com enzaron a apoderarse de ella rojas oleadas de dolor, pero
poco antes de desplom arse vio que Lefty, con u n a nueva y terri­
ble m irada, se ponía de pie... A gonizante, la m uchacha emitió
algunos sonidos entrecortados; las piernas le tem blaban.

En una escena del mismo ten o r de Santuario, Popeye lleva a Tem ple al
burdel de la señorita Reba, para esconderla:

Bebía cerveza, resollando den tro del jarro ; la otra m ano, llena
de anillos con diam antes amarillos grandes com o guijarros, se
perdía entre el lujurioso oleaje de su pecho. [...]
Apenas en traro n en la casa, em pezó a hablarle a Tem ple del
asma que padecía, m ientras subía con dificultad la escalera,
apoyando con fuerza los pies enfundados en pantuflas ele fiel­
tro, con u n rosario de m adera en u n a m ano y el ja rro de cerveza
en la otra. Acababa de llegar de la iglesia; tenía puesto un ves­
tido de seda negra y u n som brero salvajem ente lleno de flores;
la parte inferior del ja rro estaba aún congelada p o r el frío del
líquido en su interior. Se movía con pesadez, arrastrando pri­
m ero un grueso muslo y luego el otro, m ientras los dos perros
le obstaculizaban el paso, y hablaba sin parar p o r encim a del
hom bro con voz áspera, vencida, m aternal.
—Popeye sabía que no podía llevarte a ningún otro sitio salvo a
mi casa. H ace años que se lo vengo diciendo, ¿cuánto hace que te
insisto para que te consigas una chica, cariño? Es lo que yo digo:
un m uchacho no puede vivir sin u na chica más d e... —Jadeando,
se puso a insultar a los perros que jugu eteab an bajo sus pies; se
detenía p ara empujarlos y quitarlos del m edio— . ¡Fuera de acá!
Abajo! —exclamó, blandiendo el rosario. Los perros le mostra­
ron los dientes y lanzaron u n ladrido agudo, y ella se apoyó en la
pared destilando un suave arom a a cerveza, con la m ano en el pe­
cho, la boca abierta y los ojos fijos en un punto, con una mirada
2 7 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

triste y de tem or de todo lo que respira m ientras ella trataba de


respirar, levantando el jarro de cerveza en la penum bra y produ­
ciendo u n reflejo de brillo suave como de plata vieja.
El angosto hueco de la escalera giraba sobre sí mismo en u n a
sucesión de escalones m ezquinos. La luz, que atravesaba la
gruesa cortina que cubría la p u erta principal y las persianas de
las ventanas ubicadas al final de cada tram o de escalones, tenía
u n a cualidad cansina, gastada; m ortecina, exhausta: u n cansan­
cio dilatado com o el agua estancada, corrupta bajo la luz del
sol y los ruidos vivaces de la claridad y el día. Se percibía u n
olor funerario a com ida estropeada, con cierto tufo a alcohol,
y e n su ignorancia, Tem ple creía percibir a su alrededor la p ro­
m iscuidad fantasm agórica de ro p a íntim a, de susurros discretos
de carne m ustia y atacada e invulnerable detrás de cada pu erta
silenciosa ju n to a la que pasaban. Detrás, a sus pies y en tre los
de la señorita Reba, los p erros escarbaban en los destellos de
cerveza, haciendo u n m id o seco con las uñas en las tiras m etáli­
cas que sujetaban la alfom bra a los escalones .127

Las novelas de rufianes están escritas en u n a prosa m uerta, llena de com ­


paraciones trilladas, pobres im itaciones de diálogos recios típicam en­
te estadounidenses y descripciones fotográficas en las que los matices
brillan p o r su ausencia. Avanzan a tram os interm itentes, jad eantes, que
acom pañan u n a im aginación p o b re y m onótona. Así y todo, poseen algo
de vida en ciertas partes. C uando se describen escenas en las que alguien
inflige dolo r a otro, a veces rozan las fibras nerviosas. E 11 esos m om entos,
avanzan con u n a fuerza cruda, creando u n contexto sádico; las im ágenes
se apartan del lugar com ún y se apropian de las em ociones. Se enfrentan
con el objeto y se sum ergen en lós detalles del dolor. En esas situaciones,
tienen la vida de u n a historieta cruel y ofrecen u n retrato de la experien­
cia asim étrico y en dos dim ensiones.
Santuario es, confiesa el propio Faulkner, u n a novela m ediocre escrita
por dinero; n o obstante, en ella se observan las marcas de un escritor
creativo serio y desinteresado. Está prod u cid a p o r u n talento de percep­
ciones amplias y complejas, que selecciona elem entos visuales, olfativos y
auditivos, y los entrelaza en u n a escena de cierta com plejidad que surge
de la atm ósfera sórdida, grotesca y tam bién patética del lugar, la figura

127 W illiam F aulkner, Santuario (1931), capítulo 18.


EL NUEVO AR TE DE M ASAS! SEXO EN ENVASES A T R A C TIV O S 2 7 7

recargada y casi cómica de la señorita Reba y el terro r de la chica arras­


trada escaleras arriba p o r el h om bre, ju n to con la rara cualidad m aternal
de la m adam a. Faulkner ve, huele, oye y reacciona ante la experiencia.
Y su lenguaje se expande y se contrae de m odo de satisfacer los re­
quisitos de la situación em ocional; las palabras y las im ágenes cobran
vida a m edida que exploran la naturaleza del cuadro que pintan. Los
ritm os y los períodos progresan y se com plejizan al in ten tar sugerir su
com plejidad. Entonces, cam biando la m etáfora, la prosa adquiere una
textura más poten te, u n mayor cuerpo que en las novelas de rufianes.
El extracto de la novela de Faulkner h a tenido que recu rrir a esa textura
para ofrecer la im agen de u n a escena más amplia. El n a rra d o r ve más
allá de la violación. El h o rro r es real; más aún p orque en la escena está
im plícito u n m u n d o exterior d o n d e existe la cordura, d onde brilla el sol.
Esa sensación otorga u n a perspectiva m oral a toda la escena. Vemos el
h o rro r tal com o es, sin com entarios m orales, p ero lo vemos p o r lo que es
sólo p o r la presencia de esa sensación más amplia, que lo abarca y rodea
todo el tiem po, de que existe u n o rd en exterior.
En la ficción de rufianes n o se conoce la existencia de u n escenario
más amplio, sólo se introduce al lector en el m u ndo del ataque callejero,
la cam a desordenada y sucia, el auto cerrado del asesino, las cuchilladas
en el depósito ju n to al río. Los elem entos en sí generan sensaciones en
el lector; no hay salida; no existe otra cosa; no hay horizonte ni cielo.
El m undo, la conciencia, el propósito del hom bre se red u cen a eso: el
h o rro r cerrado y opresivo.

No resulta sencillo obtener cifras reales de ventas, pero hay inform ación
suficiente para d ar u na idea que se ajusta bastante a la realidad. Los edi­
tores se llenan la boca con los núm eros; dicen que de cierto libro han
vendido m edio m illón de ejemplares. Com o este tipo de novelas pasa
de m ano en m ano, entre conocidos o a través de las tiendas de usados,
el total de lectores del libro en cuestión probablem ente n o baje de los
dos millones. O tra editorial asegura h ab er vendido más de trescientos
mil ejem plares de tal otro libro. U n solo autor (o varios que firm an con
el mismo nom bre) ha escrito en seis años más de cincuenta títulos, que
entre todos h an vendido cerca de diez millones de ejemplares. De las
novelas de u n determ inado escritor se vendieron más de seis m illones en
tres años. O tro autor vendió cerca de cien mil ejemplares de cada uno de
sus libros y, según se com enta, term ina u n o cada cinco semanas, con lo
cual vende en total u n m illón de ejem plares p o r año. Y existen m uchos
autores y editoriales de este tipo.
278 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

C om encé este capítulo refiriéndom e principalm ente a los chicos de la


roe ola, tom ándolos com o figuras representativas de los niveles más ele­
m entales de lectura pasatista en tre los adolescentes de los centros u rba­
nos. A ellos se les sum an, según creo, algunas parejas y un gran núm ero
de soldados que, más incluso que otros grupos, se prestan los libros entre
ellos. En u n juicio que involucró a los editores de algunos de estos tex­
tos se dijo que había cada vez más d em an d a en las fuerzas armadas. No
p u ed o asegurar que la d em anda esté aum entando, pero la experiencia
indica que ya existe u n a gran dem an d a de este tipo de libros en tre los
soldados. Es cierto que hay otros lectores de todas las edades, p ero esos
tres grupos que he m encionado parecen form ar el principal núcleo de
los lectores de este tipo de novelas m enores.
U n o podría verse tentado a relacionar la lectura de estos libros con la
delincuencia, pero hasta d o n d e sé, nadie h a logrado dem ostrar la exis­
tencia de ese vínculo. Y en mi opinión, cuando trato de valorar la natu ra­
leza del p o d er que ejerce esta clase de literatura, la consecuencia parece
dirigirse a la interioridad de los lectores, en quienes genera fantasías y no
tan to acciones. De hecho, este tipo de literatura podría ser la form a más
avanzada hasta ahora de u n g rupo más general de textos que proporcio­
n a n sensaciones sin com prom iso.
N o obstante, hay u n a gran diferencia entre esas publicaciones y las
que he calificado de “artificiales” en lo que concierne a las sensaciones.
Aquí, estas son clara y crudam ente reales. Me pregunto si la apariencia
casi subterránea de este tipo de escritura se debe en parte al apetito in­
consciente de m uchos lectores p o r unas sensaciones m enos artificiales
de las que ofrecen las publicaciones de m ayor difusión. En este sentido,
esas novelas pod rían relacionarse con las revistas locales “atrevidas” a
cuyas cualidades “reales” m e he referido anteriorm ente. Los dos tipos
de productos p u ed en constituir la respuesta a u na reacción inconsciente
contra el carácter artificial de tanto sensacionalismo de masas, aunque
esa no es su característica más saliente.
Más im portante aún, parece probable que la ficción barata que tiene al
sexo como ingrediente principal se haya desarrollado de la m anera expues­
ta en parte porque en nuestras grandes ciudades ha crecido la población,
y además porque es más difícil que las personas encuentren un nim bo en
ellas. ¿Es posible negar" el paralelismo entre esta evolución de la lectura
popular y otros cambios sociales más generales que se observan con preocu­
pación en la actualidad? Desde esta perspectiva, hay u n vínculo evidente; el
“Spike” de estos relatos es el prim o tonto del “K” de Kafka. Es la literatura
popular del m undo vacío de la megalópolis. Está relacionada, en su sen ti-
EL NUEVO ARTE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 7 9

do subyacente de gran vacío en el que podría haber algún propósito, con


elementos de la escritura de Ernest Hemingway .128Adiós a las armas termina
cuando H enry se va del hospital en el que ha m uerto Catherine :129

— No puede pasar — dijo u n a de las enferm eras.


— Sí, puedo —repliqué.
—Todavía no puede pasar.
— Salga — dije— , y la otra tam bién.
Pero después de lograr que se fueran y de cerrar la pu erta y apa­
gar la luz, las cosas no m ejoraron. Fue com o despedirse, de una
estatua. Después de u n rato, salí y me fui del hospital, y regresé
al hotel cam inando bajo la lluvia.

U na novela de rufianes típica tam bién suele term inar con el narrador
que deja atrás el cadáver de su amada:

Cuando vi que Fan estaba m u erta y fría, m e fui. Spilcey repetía


lo mismo u na y otra vez, pero lo único que yo sabía era que
había u n gran vacío en mi interior. Em pecé a cam inar. Anduve
bastante en la n oche fría. Al final, Spikey m e alcanzó.
—Vamos, amigo —dijo— , somos m uchos los que vamos a lo de
Mike. Las chicas se van a p o n e r contentas de verte.
No le respondí. Quizá ni siquiera lo había oído. Sólo sabía que
quería seguir cam inando, cam inando solo en la noche.

Si bien en los dos libros el vacío del final tiene que ver con la m uerte,
simboliza tam bién un vacío mayor, más om nipresente. De hecho, las chi­
cas son tan im portantes p o rq u é p arecen hab er sido lo único significativo
en u n m u ndo que no propo rcio n a sino desencanto. Las semejanzas en
el tono son sorprendentes en la m ayoría de los casos. D ebería añadir,
quizá, que los efectos de estos dos pasajes finales no son tan similares
com o pareciera en la com paración que realizo aquí. Los determ ina todo
lo que h a ocurrido en el transcurso de cada novela. Las semejanzas son
reveladoras, pero el m undo de Hemingway, evidentem ente, es mucho
más m aduro que el de los autores de novelas de rufianes.

128 Pienso que existen sem ejanzas con cierta litera tu ra francesa contem poránea,
en especial con aquellas novelas cuyo protagonista, un hom bre de clase
m edia desclasado, elige u n a vida de acción violenta y sin propósito.
129 E rn est Hemingway, Adiós a las armas, 1929, capítulo 41.
2 8 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

En el m u n d o de la ficción de rufianes no pu ed e haber final feliz ni un


final que im plique en realidad un com ienzo o u n intento de los perso­
najes por reiniciar su vida en el mismo sitio y h acer lo que p u ed an para
construir la ciudad. O b ien todo term ina en la chatura vacía que h e ilus­
trado o bien da la im presión tem poraria de que la vida vuelve a com en­
zar arriba de u n auto veloz que se aleja rugiendo p o r un a autopista (los
personajes n o suelen te n e r raíces, ni hogar, ni trabajo p erm anente). Las
ruedas del coche giran a gran velocidad sobre el pavim ento, las exigen­
cias de la ciudad q u ed an atrás; lo que se le exige al personaje tam bién se
queda allí, o al m enos u n o tiene esa esperanza. El personaje se dirige al
Oeste, a u n m u n d o en el que aún p u ed en cum plirse los sueños de la in­
fancia. No es que lo crea de verdad, pero aun así sigue adelante; se trata
de la idea del progreso que se traduce en u n a desesperada h u ida eterna
de la personalidad. El siguiente pasaje ilustra b ien este concepto:

Entonces abandonam os la ciudad y tomamos la autopista rum bo


a la próxim a. Ya estaba harto de ese lugar y el campo m e agrada­
ba, con el sol en el cielo. Mantuve el acelerador del Chevrolet,
que rugía sobre el pavimento, clavado en 130. Seguí así durante
no sé cuántas horas -ldlóm etro tras kilóm etro- sin rum bo fijo.

El narrad o r huye de la m egalópolis, aunque en u n producto de la me-


galópolis, u n a m áq u in a que consum e la vida de las personas. Volverá a
hacer lo mismo; más adelante hay otra ciudad que es igual que todas las
demás. Y después o tra huida, y así sucesivam ente hasta que la m uerte re­
pentina p o n g a fin a la historia. Esto m e hace pen sar en el final de Sensatez
y sentimientos, escrita hace ciento cincuenta años:

E ntre B arton y D elaford fluía esa com unicación constante dic­


tada n atu ralm en te p o r el afecto familiar; y en tre los m éritos y
las alegrías de E linor y M arianne no era el de m en o r im portan­
cia el h ech o de que, aun siendo herm anas y viviendo cerca u n a
ele la otra, p o d ían vivir sin desacuerdos en tre ellas y sin provo­
car frialdad en tre sus maridos.
9. Resortes destemplados: nota
sobre un escepticismo sin tensión

Percibo que hem os destruido a esos seres independientes que


eran capaces de enfrentarse a la tiranía en solitario: [...] el
ho m b re p o b re conserva los prejuicios de sus antepasados sin
la fe, y su ignorancia sin las virtudes; h a adoptado la doctrina
del pro p io interés com o regla p a ra sus acciones.
d e t o c q u e v i l l e , Democracia en América, Prefacio

a la prim era parte

DEL ESCEPTICISMO AL CINISMO

Utilizo la palabra “cinism o” com o u n a etiqueta general para


u n conjunto de actitudes más positivas que las descritas en los dos capí­
tulos anteriores. Las actitudes “cínicas” n o tien en que ver con la acepta­
ción, sino principalm ente con una autoprotección activa. Me he referido
a ellas al pasar en varias ocasiones, pero es necesario dedicarles especial
atención, sobre todo p o rq u e con frecuencia son blanco de ataques p o r
parte de ciertas clases de oradores (presidentes de asambleas religiosas,
directores de escuela) y esos ataques revelan u n a dificultad para com ­
p ren d e r su naturaleza. Todos hem os visto alguna vez esos inform es de
reuniones en los que se lam enta la “actitud de indiferencia y abulia de
las nuevas generaciones”. ¿Es esa actitud característica de la clase trabaja­
dora actual? ¿De qué m odo y p o r qué?
Creo que, en u n sentido, es posible afirm ar que ese espíritu afecta a
m uchos integrantes de la clase trabajadora, si bien no es propio de ella.
Probablem ente florece en el mismo clima que alim enta la indulgencia.
R etom ando los p untos de conexión establecidos en u n capítulo anterior,
el igualitarism o dem ocrático puede llevar a sospechar de toda autoridad
y de toda responsabilidad; la noción de u n progreso inalterado puede
d ar lugar a la m entalidad de ir con el rebaño. Pero, a veces, el rebaño
parece dirigirse rum bo a peligros más complejos. Se sigue al rebaño pero
282 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

c o n cierto recelo. Sigue habiendo progreso, pero se cree y no se cree


en él a la vez. Sigue habiendo libertad, p ero la sensación de libertad
ilim itada p o r la libertad misma puede tener resultados negativos en las
personas. La frase “todo vale” puede sonar festiva, pero tam bién puede
s e r una pose verbal inspirada por el m iedo. Lo más probable es que lo
q u e siga sea la indiferencia, con su propia form a de tiranía. Si todo vale
lo mismo, nada vale dem asiado. En el fondo, hay un vacío y una falta de
sentido que se reflejan en frases com o “¿Para qué?” o “¿A quién le im por­
ta? ” . Macla parece “h acer u na diferencia”.
Sin em bargo, detrás de las formas m odernas ele este aparente cinismo
es posible ver vestigios del antiguo inconform ism o, del escepticismo res­
pecto de las declaraciones públicas y paternalistas de buenas intenciones.
En este sentido más saludable, la popular frase “Eso no me lo trago” está
asociada co n el espíritu tradicional de “No m e conform o con esto” (si
b ie n esta frase nu n ca fue característica ele la clase trabajadora). La burla
cínica co n tem p o rán ea está relacionada con el arte cómico ridiculizante
m ás antiguo. La negación a aceptar los valores que se ofrecen en la esfera
pública tiene una antigua raíz pragm ática y despojada de idealismo. La
negación a adm itir cualquier motivo de crítica es u na distorsión de la
antigua renuencia a inclinarse frente a la pom pa y la oficialidad. Así, en
el com ienzo de Graneles esperanzas (para elegir uno de varios cientos de
ejem plos), Pip y jo e esperan autom áticam ente que los hom bres del rey
Jo rg e no atrapen a los prisioneros que han huido de los barcos.
E n sus usos más m odernos, la frase “Eso no me lo trago” puecle ser una
negación ro tu n d a a “tragarse” nad a.131’ La form a más antigua, “No me
conform o con esto”, con frecuencia era u n a declaración en positivo de
la negación a aceptar los parám etros oficiales, por cuanto se oponían a
otros a los que los individuos adherían y que se consideraban superiores.
La nueva actitud suele ser u n a negación a aceptar cualquier valor, porque
tocio valor es sospechoso. “No estoy de acuerdo” se transform a en “Son to­
cias tonterías”, dónele se refleja la burla a todos los principios y el deseo de
acabar con ellos. La ridiculización divertida se transform a en u na cáustica
negación a creer en nada. El antiautoritarism o ya no es u n inconform is­
m o alim entado p o r u n sentido del valor de la vida individual y personal
sino una negación a aceptar la idea misma de autoridad: “No me van a
tratar com o a u n p e rro ” pasa a ser “No m e voy a dejar m angonear por
n a d ie ”, y aquí, com o en todo, el tono im p orta tanto com o las palabras.

130 Lewis Way afirm a algo parecido en M an ’s Quesl for Sigtiificance.


R E SO R T E S DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TENSIÓN 2 8 3

Como puede verse, no estoy sugiriendo q-ue estas actitudes sean nue­
vas. De hecho, m uchas de las frases utilizadas están vigentes desde hace
siglos. ‘Ya estoy a bordo, Jack, sube la escalera” es u n a frase com ún desde
hace al m enos m edio siglo; y wide boy, en el sentido de un pequeño esta­
fador o vividor, tiene u n p rim er uso registrado en 1887 .131
Lo que quiero decir es que el uso de esas frases se ha extendido en los
últim os años, com o u n a arm adura protectora contra u n m undo que 'es
en gran m edida sospechoso, pese a los avances evidentes; un a arm adura
detrás de la cual quienes la usan se caracterizan p o r la confusióñ an tes'
que p o r la autocom placencia. D onde las raíces dom ésticas o personales
son débiles o h an sido arrancadas p o r la fuerza, esas actitudes pueden
llevar fácilm ente a u n clim a de “estafa” moral.
En mi opinión, esas actitudes todavía se em plean en la actualidad para
el contacto con el m u n d o exterior, con aquellos que no form an parte
del “nosotros”. U na vez más, volvemos a la doble m irada. La dificultad
para “conectar” aum enta; en u na época en la que tanto se espera de los
hom bres com o ciudadanos, los m anantiales que d eben n u trir esa esfera
de sü vida están infectados desde su nacim iento. “El hom bre-m asa”, dice
O rtega y Gasset, “carece sim plem ente de m oral”. Sin em bargo, eso es
cierto sólo cuando se aplica al “hom bre-m asa” en cuanto hombre-masa,
en cuanto “h om bre co m ú n ”; no se aplica al ho m bre como individuo,
quien vive u n a vida que tiene algún sentido reconocible para él. Y que
continúa deseando establecer conexiones entre los dos tipos de vida. Así,
el m iem bro de u n equipo de la BBC que aporta e n un debate sobre “las
dificultades del p resen te” (una vez que h a n hablado los especialistas en
política y econom ía) la idea de que lo que se necesita es un “cambio de
actitud” se en cu en tra con un caluroso aplauso espontáneo del público.
H a tocado la fibra sum ergida del anhelo de reglas de conducta “claras y
sencillas”, vinculadas con el espíritu religioso, y aplicables tanto a la vida
pública com o al ám bito privado.
Sin em bargo, com o todos sabemos, es frecuente encontrarse con la
creencia de que en público “todo vale” (a veces reforzada por una espe­
cie de deseo de rev ancha); el concepto según el cual los individuos se
perm iten algún engaño en su trato con el m u n d o exterior, mientras que
en el ám bito local son gente honesta; la tradición de “velar por la propia
g e n te ”, que a m e n u d o im plica e n g a ñ a r a los que no p e rte n ec en al
círcu lo ín tim o, a aquellos p a ra los q ue se trabaja, para m ostrar lealtad

131 Fecha del Shorler Oxford Knglish Diclionary.


284 LA CU LTURA OBRERA EN,LA SOCIEDAD DE MASAS

al grupo que se conoce personalm ente. N o se hacen chanchullos a los


com pañeros, pero se “trinca” lo que se p u e d a de la em presa o el Estado.
No se engaña a un vecino, pero está perm itido “cu rrar” a u n cliente de
clase m edia. R ecuerdo a u n a jo v en am a de casa de clase trabajadora a la
que la Legión Británica le ofreció pagarle la m udanza. El encargado del
servicio, d u eñ o de u n carro tirado p o r u n caballo, le propuso cobrar u n
poco más y rep artir la diferencia. Así se hizo, y es probable que el hom bre
em pleara el truco habitualm ente. T am bién es probable que m uchos de
los clientes se dejaran convencer sin dem asiada resistencia, y no p o r ello
dejaban de ser personas honradas, como el am a de casa que yo conocía.
En ello se hacía valer la m irada hacia lo público, lo de “fuera”; la Legión
Británica era un en te tan anónim o com o los G uardianes, y era norm al
p reten d er sacarles lo que fu era posible. No hacerlo era u n a actitud de
“blandos” y negarse p o d ía h acer pasar u n mal m om ento al hom bre de
carne y hueso que se había m ostrado tan solícito. Sería tonto adoptar
una postura co n d enato ria respecto de esas actitudes. T odo el m undo las
tiene a diario. Y otras p o r el estilo aparecen camufladas en frases com o
“un engaño tranquilo” o “u n engaño sin importancia”.
Esto form a parte de las actitudes de la clase trabajadora en cualquier
época. Después de todo, sienten, es lo que les hacen a ellos, que tienen
muy poco p ara vender o intercam biar, todo el tiempo. Pero en la actua­
lidad esto parece verse reforzado p o r la sospecha de que afuera no hay
principios en que confiar y que sería tonto pensar de otro m odo.
Más aún, el aparente cinism o es, en parte, u n a inhibición protectora,
una defensa contra los ataques .132 En la era de la m egafonía, el “hom bre
com ú n ” (en especial d u ra n te las guerras, p ero cada vez más en tiempos
de paz tam bién) está p erm an en tem en te expuesto a los tonos m ultitudi­
narios de la exhortación y la invocación: el m otivador “¿Qué te puede
hacer?”, el tono p resum ido y condescendiente del em pleado público,
todas las voces que co nstantem ente lo engañan, le venden, le “tom an el
pelo”. “¿Sufre usted d e ...? ”, “¿Por qué debería usted co m er,..?”, “¿Con­
quistador o conquistado: a qué categoría p erten ece usted?”, “¿Tiene usted
u n ...? ”, “Se so rp ren d erá usted', “Usted tam bién puede ten er u n ...”, “Hay
un ... para usted’, “¿Sabía usieclq u e ...? ”, “¿Qué habría hecho usted?”. Si el
“hom bre co m ú n ” n o h u b iera en contrado u n a form a de defenderse de

132 A. P. Ryan coincide con mi cronología d el cam bio en térm inos generales.
S egún sus datos, la expresión "No se p u e d e cre e r todo lo q u e se publica en
los p erió d ico s” se volvió habitual a partir d e la P rim era G u e rra M undial ( Lord
Norlhclijfa, p. 140).
RESORTES DESTEMPLADOS: N O T A SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TEN SIÓN 2 8 5

sem ejante bom bardeo, se sentiría tan acosado com o u n único botones
en un gran hotel. No se deja en g añ ar dem asiado; tiene algo de concien­
cia respecto de lo que le cuesta ju zg ar y actuar en consecuencia, y una
conciencia bastante más aguda de que los mensajes se dirigen a él, de
que p reten d en “hacerle el c u en to ”. H a sospechado de las “palabras bo­
nitas” duran te m uchas generaciones. H a visto lo que se esconde detrás
de m uchas de las formas de apelar a él y está siem pre en guardia contra
quienes p reten d en “engatusarlo”.
Hoy en día, el “hom bre co m ú n ” se ve salpicado p o r las incesantes vo­
ces que llegan desde fuera, invitado todo el tiem po a sentir esto, aquello
y lo de más allá, a reaccionar frente a esto otro, a h acer esto, a creer en
aquello; y, com o respuesta, retrocede, a m en u d o decide no sentir nin­
guna de esas cosas, ni los horro res ni las glorias. Se im perm eabiliza ante
todo eso. Crea u n a pátina de resistencia, u n a piel gruesa y elástica que
lo protege de prestar atención. C uando las voces, en especial las ele la
prensa, realm ente tienen algo im portante que decirle, él responde con
la sonrisa de siem pre y sigue leyendo las historietas. Le han dicho que ve­
nía el lobo demasiadas veces. Confía en el servicio de noticias de la BBC,
au nque sospecha de él p o r ser, en últim a instancia, la voz de la burocra­
cia, y está convencido de que, sea com o sea, es aburrido. Con respecto a
los periódicos, la reacción es u n cinismo m oderado y tranquilo:

“Ay, sí, se lee de todo en los periódicos.”


“Todo lo que p o n en en los periódicos es p u ro verso.”
“Los diarios están llenos de m entiras.”
“Los diarios son p u ra prop ag an d a política.”

C uando yo era pequeño, la generación m ayor de clase la trabajadora


solía decir: “Pero salió en la p ren sa”, com o evidencia de que algo era
cierto. Hoy en día, parece que ya nadie usa esa frase. Los periódicos se
siguen leyendo, en especial la sección de política, siem pre y cuando m an­
tengan el tono personal y hum ano. En la m ente de los lectores, en temas
que apelan a alguna form a de creencia auténtica, resuena el eco ele u na
incredulidad infinita. Interesan los detalles de la vida de las estrellas de
cine, sobre tocio si se trata de la vida privada, pero si se espera que el
lector de verdad crea que fulana de tal está felizm ente casada... en fin,
esboza un a sonrisa y sigue leyendo. C uando fue lo del capitán Carlsen y
el Flying Enterprise, en el m om ento en que el órgano ele propaganda esta­
tal estaba abocado a sacar la m áxim a ventaja del asunto, escuché a varios
grupos de personas de la clase trabajadora com entar el tema. Nadie se
2 86 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

veía afectado p o r las incesantes exclam aciones de que nos encontrába­


m os frente a u n heroísm o de un o rd en superior. No es que tuvieran du­
das razonables sobre la naturaleza de la hazaña, sino que, sim plem ente,
com o si fuera un gesto autom ático, daban p o r sentado que no era since­
ra , que el negocio ju g ab a su papel en todo eso y que la prensa form aba
p a rte de la trama. No había ira o rabia; sólo el supuesto dem oledor de
siem pre. La clase trabajadora tiende a tom ar los placeres que vienen del
ex terior m ientras internam ente m uestra poco respeto por el m edio que
se los proporciona; no d uda én aceptar el entretenim iento que viene de
ese m edio, p ero no son “ningunos tontos” com o para creer en él. A la luz
ele la situación descrita en los dos capítulos anteriores, la reacción es no
sólo com prensible sino tam bién saludable e n su origen.

E n el m u n d o laboral, el m undo de losjefes, p o r lo general se acepta que


el dinero m anda y que todos buscan u n beneficio económ ico. La clase
trabajadora está a nivel del suelo en la selva económ ica; no tiene acceso
a las estafas ni los sacrificios de alto nivel, p ero ve cóm o opera el indivi­
dualism o en u n a dem ocracia basada en el dinero en miles de pequeñas
acciones. C uando líay interm ediarios entre e ljefe y el cliente, de ellos se
espera que aprendan a “sacar tajada”. El “chanchullo”, el timo parecen
ser lo norm al cuando uno “p rogresa”, según lo que se observa en la prác­
tica. Es triste ver a u n trabajador co ntratado con un jefe que actúa sólo
com o ejecutivo y saca la tajada habitual. El em pleado p u ede hacer su tra­
bajo honestam ente, pero cuando habla de él, para m ostrar que conoce
el m undo en el que se mueve, se m uestra com o u n cínico y un tim ador
en p eq u eñ a escala. Hay un abismo en tre la m oral que profesa en público
y la realidad. Si está cerca de la m ediana edad, recordará los años treinta
y pensará en cómo eran despedidos los trabajadores para que el barco
del jefe se m antuviera a flote. Está seguro de que, a la larga, la conexión
con el din ero gana: “el d inero h ab la”. Son m uchas las expresiones que
definen esa actitud:

“T o d o es hacer d in ero .”
“T o d o es dineí'o, dinero y más d in ero .”
“T o d o el m undo busca su pro p io beneficio.”
“De lo que se trata es de hacer d in ero .”
“A la larga, cada uno cuida su p ropia quintita.”
“Cada u n o amasa su fo rtu n a.”
“En el fondo, lo único que im p o rta es el d in e ro /la econom ía.”
“Todos están en el tongo.”
RESORTES DESTEMPLADOS! NOTA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TENSIÓN 2 8 7

“N adie te regala nada.”


“Acá hay gato en cerrad o .”

En m edio de todo esto, “La honestidad es la m ejor política” parece una


frase dem odé, com o la técnica utilizada p ara grabarla en la cabecera de
la cama. El que no es tonto “m u e rd e ” don d e puede:

“Es u n a form a de ganarse la vida, ¿o no?”


“Haces bien en aprovecharte. En definitiva, todos van a tratar
de aprovecharse de ti.”
“¿Por qué m e voy a preocupar?”
“No im porta [si algo sale m al], no m e pagan para pensar.”
“Ya te van a encajar el m u erto .”

Si escuchamos hablar a trabajadores y decir estas frases día tras día, podría­
mos llegar a la conclusión de que su cinismo es absoluto. No obstante, el
discurso es en parte formulaico o simbólico; indica que quienes usan esas
expresiones distinguen la paja del trigo, que no se hacen ilusiones respec­
to de la verdadera naturaleza del m undo de la industria.
Lo mismo ocurre con las actitudes respecto de la esfera pública u ofi­
cial de la vida. O con el alegre cinismo respecto de la iglesia al que me
referí en u n capítulo an terior (“B uen trabajo si uno se lo puede conse­
guir”; “Increíble p o r lo que te pagan hoy en d ía”). Algo análogo sucede
con las actitudes hacia la política y los políticos, aunque aquí hay una
veta más mordaz. En general se cree que los políticos:

“Son todos unos ch an tas/u n o s sinvergüenzas.”


“Sólo se p reocupan p o r lo suyo.”
“Llevan agua a su propio m olino.”
“Buscan su propio beneficio.”
“Son puro blablá.”

“Es u n político de p u ra cepa” se oye decir en referencia a alguien que


“habla m ucho y hace poco” y que “es de u n a clase que no hace nada por
la gente como nosotros”. U na vez más, m uchas de estas expresiones son
muy antiguas y muy características de la clase trabajadora; pero hoy en
día se las dice con más frecuencia y con la absoluta certeza de que siem­
pre es lo mismo, en todos los órdenes de la vida.
En tiem pos de guerra, nu n ca ha sido fácil inculcar en el grueso de la
clase trabajadora un sentim iento de anim adversión por el otro bando;
2 8 8 LA CU LT U R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

la presencia de “ellos” es m uy evidente: sería tonto esperar del “hom bre


com ú n ” que reaccionara como R u p ert Brooke cuando lo llam an a filas.
Va p o rq u e n o le qu ed a otro rem edio, p o rq u e “T arde o tem prano, ellos
siem pre te a tra p a n ”, “Las tienen todas con ellos”. Hoy en día, la idea casi
universal acerca del servicio m ilitar, tanto en tiempos de guerra como
en la paz, es que todo tiene u n cierto tufillo extraño, que “yo” estoy aquí
sólo p orque n o tuve la o p o rtu n id ad de “zafar” com o otros. Aquí más que
en n in g ú n otro lado p u ed e verse la com plicada tram a de actitudes dignas
y razonables ju n to con las form as más nuevas y más taimadas. El asunto
es tan enrevesado, tan anónim o que se dice “Sobrevivo hasta que pueda
volver a casa; y después, si te he visto, n o m e acuerdo: cierra la pu erta y
déjanos a m í y a mi fam ilia én paz”, ‘Yo lucho n o p o r m i país sino p o r mi
fam ilia” o “¿Por qué estoy aquí? Bueno, p o rq u e soy u n tonto y dejé que
me atrap aran ”, “¿Yo? Yo soy u n pelele. Dejé que me agarraran” o “No
puedo h acer nada. Sería u n gil si lo intentara; no haría más que traerm e
problem as”. “Estamos aquí todos ju n to s ” significa que los han atrapado a
todos. El servicio m ilitar se sostiene no m ediante la disciplina ni gracias
al espíritu de cuerpo, ni p o r lo ilum inadores que son los debates sobre
los temas de actualidad, sino p o r la m ultitud de pequeñas células inter-
conectadas de relaciones personales que los hom bres se crean den tro de
la gran estru ctu ra im personal. Son esas relaciones personales, más que
ningún otro factor, las que p u ed en h acer m edianam ente soportable el
aburrim iento al que me referí en el capítulo anterior.
En el fondo, n ad a en este m u n d o pu ed e conm over al “hom bre co­
m ú n ” en cuanto “ho m b re com ún”. Es infinitam ente reservado; ofrece
u na resistencia silenciosa tan fuerte que corre el riesgo de convertirse en
una m u erte espiritual, u n a len ta parálisis de la voluntad moral. M ucho
hem os oído h ab lar de la credulidad de la clase trabajadora, y hem os visto
en este ensayo que no falta evidencia de ella. Pero la desilusión actual es
un estado igual de peligroso, u n estado que, p o r lo demás, está presente
tam bién en las otras clases (algo que es necesario repetir hasta el cansan­
cio). Fuera del ám bito de la vida privada, no hay nada en lo que se crea
de m an era consciente; los m anantiales del consenso se h an secado. O,
lo que es p e o r aún, se cree en la reducción y la destrucción de las cosas
sin que haya valores positivos para sostener: si se parte del supuesto de
que la. m ayoría de las cosas está en venta, es fácil aceptar todo lo negativo
y difícil ced er al elogio y la adm iración. Algunas de las influencias más
fuertes de la sociedad contem p o rán ea tienden a producir u na genera­
ción experta en destruir con excusas, aislada de la idea de que puede
llegar a existir algún motivo de entusiasm o sincero o u na buena acción
RESORTES DESTEM PLADOS: N OTA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TEN SIÓN 2 8 9

desinteresada, u n a generación que sospecha sistem áticam ente de todo


lo que no sea p o rtad o r del desánim o o claram ente responda a u n interés;
su lem a es la frase endeble y negativa “¿Y qué?”
La situación se agrava con el hecho de que, para m uchas personas,
las lecturas que hacen cuando term inan el colegio ofrecen u n a im agen
del m undo en la que, si bien se conservan las reglas m orales locales y
provincianas, hay poco espacio p ara acciones o principios más generales.
Basta con ver la im agen acotada, la visión selectiva de la vida m o derna y
de la luz que guía las vidas de los hom bres, que m uestran m uchas publi­
caciones populares. En lo que concierne a los lectores, el m undo de las
ideas o las expresiones artísticas, del sacrificio individual, de la disciplina
para conseguir algo es casi inexistente. ¿Cuántos lectores saben quién es
A lbert Schweitzer, a excepción de los que h a n leído algo sobre él en la
prensa, en las raras oportunidades en que “es noticia”? Es más fácil des­
preciar gran p arte de la experiencia h u m an a cuando el m aterial que uno
lee es pro d u cto de u n a selección tan corta de miras.
Como refuerzo de esta situación está la reticencia a adoptar una pos­
tura, a tom arse a u n o mismo en serio, la pereza frente a la indignación
m oral y, p o r si esto fuera poco, el grito de “D éjenm e en paz. Ustedes no
son mejores que yo” del hom bre honrad o y desencantado. La situación
es peor en el m undo exterior que den tro de la com unidad en el ámbito
local, pero incluso en el exterior los efectos son limitados gracias a la ca­
pacidad de actuar, a la “h o ra de la verdad”, de acuerdo con alguna fórm u­
la o aforismo de los viejos. A la larga, hay cosas que no se hacen y punto,
aunque n o sea posible darles u n a justificación explícita. Como sustituto
de u n sentido positivo de p o r qué se hacen o n o se hacen (o p o r qué de­
berían hacerse), esta actitud es bastante pobre. En su m áxim a expresión,
adopta la form a de la declaración desde el banquillo de los acusados del
sospechoso de asesinato juzgado hace tres o cuatro años: “Bueno, no ten­
go u na m oral muy estricta, pero no soy un asesino”. Hay cosas que no se
hacen, com o m atar a alguien, pero la p rim era parte, “no tengo una m oral
muy estricta”, no es u n reconocim iento ele las propias debilidades sino
una afirmación de pertenencia a la gran m ayoría sin ilusiones: “no soy un
bicho raro ”. En su form a abreviada, com o aparece en la actualidad para
la mayoría, esta red de actitudes perm ite seguir adelante, en general con
m ucha confusión, pero la mayor parte del tiem po tam bién con la certeza
de que, en las cuestiones im portantes y cuando se hace necesario, se pue­
de “distinguir lo que está bien y lo que está m al”.
Todas estas actitudes se retroalim entan, con lo que p ro d u c en un efec­
to analgésico en otras áreas. P ueden transform arse en otra form a ele
290 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

autocom placencia, de desconexión. Se produce entonces una pérdida


de la tensión m oral, una especie de entrega a un m undo que no tiene
un sentido últim o y a u n a vida acorde a la falta de exigencias internas.
“Muy b ie n ”, dice uno de los m aridos de T h u rb e r con un cierto grado de
satisfacción p o r saber p o r fin dón d e está parado, “estás desilusionada; yo
también: todos estamos desilusionados”. T odo está contam inado, inclui­
do yo; todo el m undo está al acecho, tratando de conseguir lo que sea,
así que podem os dejar de lado las frases grandilocuentes. El que trata de
vivir de acuerdo con sus principios es u n tonto; “hoy en día no se puede
ser u n buen cristiano; te pasan p o r encim a”; la frase “nobles ideales” no
se usa más que en tono de burla. Los ideales p u ed en ser un signo de un
espíritu desinteresado, pero son im practicables; n o se los puede conci­
liar con la d u ra realidad. Si alguien parece tratar de vivir de acuerdo con
sus principios, será un tonto o u n mojigato; hay que m irar hacia abajo:
seguro tiene pies de barro. Si no es tonto ni habla como un mojigato, y
aún así insiste en que hay cosas que valen más que otras, es probable que
sea u n hipócrita, ya que no hay justificación para u n a actitud así. Debe
ser alguna “fanfarro n ad a” que todavía no “acabam os de en te n d er”. Todo
esto hace que la situación sea más difícil para el “tipo raro ” que tiene
algún com portam iento extraño (las reglas de conducta, los libros que
lee, la música que le gusta); poco a poco lo dejarán solo: “no tiene nada
de m alo, pero es ra ro ”. La actitud a lo O rlick y el estilo Sweeney (“Des­
pojado de su ropa el esqueleto, no hay más que esto”) se sum an a la des­
esperanza y la incertidum bre del m undo contem poráneo y generan una
sensación de vacío, u n agujero que se defiende con la misma vehem encia
que un principio elevado. Esta p odría ser la situación general si el cam­
bio se profundizara en el sentido analizado. En la actualidad, la actitud
más habitual es un “d esencanto” lim itado y con frecuencia llevado con
alegría, que n o deja de ser interesante.

ALGUNAS FIGURAS ALEGÓRICAS

En esta sección haré foco en la im agen del hom bre ordinario pero hon­
rado, acosado y equipado con u n a coraza desconcertante de actitudes y
lugares com unes muy poco estim ulantes. ¿Será posible hacerlo evocando
una persona que, al m enos en este aspecto, representa a m uchos otros,
un hom bre de su tiempo? El conscripto al que m e referí anteriorm ente
no nos servirá aquí de ejem plo, pues su condición suele ser en parte
RESO RTES D ESTEM PL A D O S-. N O TA SOBRE U N E S C E PT IC ISM O SIN T E N SIÓ N 2 Q 1

tem poraria; tam poco serviría u n técnico m en o r sin raíces, form ado en
algún instituto tecnológico para ser útil a la era tecnocrática; algunas de
sus actitudes son producto de una form a particular de no pertenencia a
ningún ord en social tradicional. En cambio, elegiré a un trabajador ca­
lificado, plom ero o pintor, o un hom bre que arregla electrodomésticos:
uno de esos tipos que exasperan a las amas de casa de clase m edia por
su falta de interés en el trabajo que han venido a hacer; u n hom bre que
avanza en sus tareas p ero no m uestra entusiasm o p o r ellas, y que proba­
blem ente deja todo sucio cuando term ina.
Quizá con esa actitud el hom bre reacciona ante la situación con más
m adurez de la que se advierte a prim era vista. Sabe hacer su trabajo y no
necesita esforzarse dem asiado; no precisa más conocim ientos que los que
ha ido adquiriendo con la práctica. Después de un tiem po, es lógico que
pierda el interés; hace las mismas diez o doce tareas casi todos los días.
Va de casa en casa, siguiendo la lista que le pasó la secretaría del local
para el que trabaja. Esbozaría u n a sonrisa si le hablaran de “servicio a la
com unidad”: “Sí, pero no es gran cosa”, diría. Trabaja para una pequeña
em presa p o r u n salario fijo, con pequeñas variaciones según un sistema
de bonificaciones. La em presa está a cargo de dos hom bres y tiene cuatro
empleados: él, otros dos técnicos y una secretaria que lleva adelante el
local. Sabe que los jefes “sacan tajada”; sabe que él negocio les deja más
que a él, y casi sin riesgos; sabe que tienen m uchas preocupaciones y no
son más felices que él. En lo que a él respecta, no le interesa tener una
vida tan llena de preocupaciones, ni siquiera p o r el d inero extra; tam po­
co le gustaría ten er más responsabilidades. Lo único que quiere es tener
algo de dinero para darse los gustos. Podría ganar más, com o algunos
de sus colegas, si se “m atara” trabajando p o r su cuenta y en negro por
la noche y los fines de sem ana. Pero, “¿qué saco de eso?”, se pregunta.
“U na vida así no tiene gracia”. No es ambicioso, pero tam poco tiene ojo
para ver las oportunidades. No responde a los m ensajes dirigidos a quien
quiere progresar en la vida y sospecha de casi tocios los otros mensajes.
P or supuesto, tam bién hay hom bres irresponsables y vagos que tra­
bajan mal a causa de esa indolencia rayana en lo dañino, que se tom an
revancha así y dejando todo hecho u n desastre. Pero nuestro trabajador
no es vago ni tonto p o r naturaleza; si hubiera nacido en u na familia de
clase m edia, habría sido, con su capacidad natural, u n com erciante o un
profesional autónom o cuando m enos correcto. No está am argado y to­
davía le produce orgullo h acer “un trabajo aceptable”. El adjetivo indica
que el trabajo no es u n a obra m aestra (eso lo reserva para lo que hace
en su casa o para algún pasatiem po) pero tam poco es una chapucería. Y
2 9 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

no elude sus responsabilidades p o rq u e “ya que hay que trabajar, m ejor


hacer u n trabajo aceptable”.
No tiene ganas ni ve la necesidad de rendirles pleitesía a los clientes
para que le den u n a taza de té o u n a propina, aunque algunos de sus
com pañeros lo hacen. No hace las cosas alas apuradas sino que trabaja a
ritm o “constante”; y u n a vez más, el adjetivo es im portante. No se dem ora
a propósito, pero tam poco en tien d e p o r qué debería “dejar la piel” en
u n trabajo p ara u n a m ujer que tiene más com odidades que su propia
esposa o para que sus jefes disfruten de los beneficios.
A los ojos de la d u e ñ a de casa, que va de u n lado a otro haciendo la
limpieza, ocupándose de diez cosas a la vez que son su responsabilidad,
ele su p ro p ied ad y de su interés, el hom bre parece estar trabajando a
m edia m áquina; lo cierto es que nadie se mueve más rápido que un am a
de casa orgullosa de su hogar. Está tentada de decirle que es un holga­
zán y que no colabora, p o r no decir u n grosero. El, p o r su parte, puede
dedicarle u n a m irada algo irónica. Ya h a aceptado, no sin reservas, sus
posibilidades laborales. No pide dem asiado y, a cambio, brincia un servi­
cio decente ya que no entusiasta. H eredó el inconform ism o y el carácter
in d ep en d ien te de su abuelo, con las modificaciones introducidas p o r el
siglo XX. En su casa, n o es muy distinto ele com o era su abuelo en las
cuestiones fundam entales. En 1879, William Morris describe una situa­
ción bastante parecid a con m ucha más elocuencia. Lo que m e interesa
destacar es que, si bien las condiciones de vida de la clase trabajadora
han m ejorado m ucho desde el texto de Morris, hay algunos rasgos im ­
portantes en la sociedad co n tem p o rán ea que im pulsan a los m iem bros
de dicha clase a conservar esas actitudes sin modificarlas un ápice:

Es cierto, y muy triste, que si hoy en día uno necesita realizar


tareas de ja rd in e ría , carpintería, albañilería, tintorería, tejido,
h e rre ría o ele cualquier otro oficio, podrá llamarse afortunado
si e n cu en tra a alguien que las haga com o corresponde. E n cam­
bio, a cada paso se topará con gente que elucle sus responsabili-
dádes y no respeta los derechos ele los demás; sin em bargo, no
en tien d o cóm o se puede h acer que el “trabajador británico”
cargue con todo el peso de la culpa, ni siquiera con la mayor
p arte de esta. Duelo que sea posible arrastrar a tocia u na masa
ele seres hum anos a realizar tareas en las que no en cuentran
esperanza o placer alguno sin que p reten d an rehuirlas; de he­
cho, siem pre se las ha reh u id o en circunstancias similares. Por
otra parte, sé q ue hay hom bres tan rectos que, pese al fastidio
RESORTES DESTEM PLADOS: N O TA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TEN SIÓN 2 9 3

y la falta de esperanza, realizan sus tareas con dignidad. Esos


hom bres son la sal de la tierra .133

El aparente cinismo de u n ho m b re com o el que he presentado es m ucho


más leve que el de mi segunda figura alegórica: el estafador de poca m o n ­
ta que pu ed e encontrarse en todas las clases sociales. Pese a las diferen­
cias, las actitudes de am bos tipos resp o n d en a lo mismo. El estafador es
u na figura más positiva, u n a especie de personaje ambicioso a la inversa,
que m ed ra en el desorden. En el caso de los estafadores que se m ueven
dentro de la clase trabajadora, algunas de las expresiones favoritas son:

“Estoy en el tem a.”


“Soy un tipo vivo/un tipo d e sp ie rto /u n tipo listo.”
“No nací ayer.”
“Sé cóm o m overm e.”
“No soy n ingún gil.”
“A m í no m e engatusan.”
“Me las sé todas.”
“Soy u n tipo a stu to /n o soy n in g ú n to n to .”
“Sé cómo o b ten er lo m ío.”
“A m í no m e agarran.”
“Es u n ju eg o de niños.”
“A m í no m e vengan con esas.”
“¿Desde c u á n d o ...?”

Es posible que esta actitud sea más com ún en tre la g eneración de m enos
de treinta que en los más grandes, pues estos últim os recu erd an los años
treinta y la guerra, el sacrificio, la cooperación, la ayuda en tre vecinos.
Las dos décadas siguientes no h a n dado m argen para el redescubrim ien­
to de esos valores.
N aturalm ente, cada clase tiene sus propios modismos, dado que toco
aquí una fibra presente en todas las capas de la sociedad y en u na gran
cantidad de complejas formas. U na de las versiones de clase m edia más
elaboradas de “Me las sé todas” es ‘Yo soy realista, q u erido”. Tam bién está
el equivalente de clase m edia del “tipo alegre”, el que es “ajito de .toda

133 “T h e a r t o f th e p eo p le ”, conferencia de 1879, incluida en Hopea and Fearsfor


Art, p. 44, vol. X X II de Colkcled Works o f Williain Morris, L ondres, L ongm ans,
G reen & Co., 1914. A gradezco al fallecido F. D. K lingender p o r la referencia
a este pasíye.
S Q 4 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

salsa”, el que “se p rende en todas” cuando hay recom pensa, el “buen tipo”
¿que “está ad en tro ”, y así hasta los representantes del “perfil acosador” del
poem a de A uden (“Obsérvalo, cualquier día, en sus poses despreocupa­
d a s ”): seguro de sí mismo, con sus pequeños gestos delatores. Todos ellos
com parten los rasgos de u n a cultura, desde el hom bre que hace lo que
pued e vendiendo p u erta a puerta linóleo de mala calidad en barrios de
clase trabajadora hasta la m ultitud de corredores y “prom otores” m enti­
rosos y los grandes especuladores.
Está la danza social elaborada y dolorosa de quienes viven, en cualquier
nivel, de vender en público su personalidad. De noche, cuando no están
trabajando, frecuentan bares sobre todo de hom bres, con un aspecto com­
puesto p o r u n a mezcla de elem entos del cínico blindado y el niño per­
dido. Para ilustrarlo, se me ocurre u n ejem plo de clase m edia baja. Para
vestirse, el hom bre elige u n estilo deportivo, con algunos toques de caba­
llero de ciudad, que evoca el atuendo de un gallardo capitán de artillería
sin uniforme o el de un person^ye ele un cuento de Somerset Maugham.
T rata de entablar una conversación refinada con la camarera, le ofrece
u n a ginebra con verm ut o un oporto con lim ón e intenta dejar atrás la
cacería de comisiones de ventas a la que se dedica durante el día. Se lo ve
enérgico y bien afeitado, con un bigote finito que parece dibujado con un
lápiz; sus modales son los de “cómo ganar amigos y tener influencia en
las personas”, al m enos durante el día. Su sonrisa prefabricada no abar­
ca la mirada. Cuando está en el bar, habla con frases interrum pidas por
risas sinceras que retum ban en el recinto, con las que rocía a quienes lo
acom pañan para hacerlos participar. Para reforzar sus palabras utiliza una
dosis de palmaditas en sus propios muslos y e n los hom bros de los demás.
Tam bién hay una buena proporción de movimientos de cabeza, guiños,
insinuaciones, jerg a de bar y vocabulario técnico del m undo comercial en
p eq ueña escala al que pertenece. Cuando se le cae la máscara, es posible
en ten d er p o r qué no le gusta el silencio, ni e n su entorno ni en sí mismo;
debajo, los ojos suplican y los labios apretados m uestran infelicidad.
El rebaño que se form a en los bares es lo más cercano al sentido de
p ertenencia a un grupo que experim enta este tipo de gente. Puede servir
para dar ánim o a los vendedores callejeros, los am bulantes y los más prós­
peros q ue tienen gom ina en las orejas, un vago olor a perfum e y un aire
d e complicados tratos de com praventa de fabulosos enseres. Ante u na mi­
rada superficial, rodeados del esplendor aparente de jóvenes de parran­
da, p u ed en parecer los descendientes directos de los dandis eduardianos.
Y lo son, pero los tiempos han cambiado; el suelo que pisan se tambalea.
Los bares proporcionan alivio, porque allí n o hay que adoptar las poses
RESORTES DESTEMPLADOS: NOTA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TENSIÓN 2 Q 5

burguesas: pu ed en volver a la otra actitud que conocen, el cinismo de


quien está “de vuelta de to d o ”.
Sería extraordinariam ente ilum inador, y tam bién excepcionalmente
difícil, enco n trar relaciones entre estas actitudes y las de sectores más inte­
lectuales a lo largo de las últimas tres décadas, los vínculos entre el “Me im­
porta u n com ino” de las clases populares, el “Todo vale” de los jóvenes lis­
tos y las posturas intelectuales predom inantes. En mi opinión, hay aveces,
en este últim o sector, un cierto placer en el ju eg o de un a “complicidad”
inconexa, en soplarse la espum a de la cerveza intelectual unos a otros, en •
la gimnasia sueca de u na m ente formada, en algunas de las formas en las
que funciona la curiosidad intelectual sin ataduras. A veces hay un temor
a lo em ocional disfrazado de rechazo al sentim entalismo, una sospecha
extrem a de cualquier conversación acerca de “propósitos y valores”, una
tendencia a evadir esas cuestiones embarazosas m ediante la técnica de un
rem ate ingenioso y oblicuo. Con frecuencia hay tam bién una indiferen­
cia ante la autoridad, no sólo la autoridad que viene de los demás sino
tam bién la que a veces se requiere de uno, como puede verse en algunos
directores de escuela con los grados superiores o los cursos nocturnos,
algunos docentes de la escuela para adultos y algunos profesores universi­
tarios en los seminarios. Tomados p o r u na form a borrosa de igualitarismo,
atorm entados p o r la duda y la falta de certezas respecto de sí mismos, sin
creer en nada ni p o d er h onrar a nadie: así no es posible pararse en tierra
firm e ni defender nada. Aparece entonces la tentación de reemplazar la
autoridad p o r el espíritu de “todos ju n to s” cuando la posición en que nos
encontram os nos exige que al m enos tengamos algo para evocar.
“Los maestros h an leído a Lytton Strachey y a los niños les hace mal
a los dientes”, dice T. S. Eliot. A los maestros tam bién les hace mal a los
dientes. Esas actitudes p ueden ser, p o r tanto, expresión de cierta hones­
tidad y dignidad. Pero tam bién pu ed en ser un regodeo m ordaz en la
p ro p ia condición. “El sadismo intelectual ”1'54 tiene sus recom pensas, la
afirm ación crítica es m ucho m enos vulnerable al ataque que la absorción
creativa; hay algo divertido y seguro en decir continuam ente: “Se te nota
la m e n tira /A tu credo se le ven las arrugas”.
Existe u n a gran cantidad de paralelism os y variantes de todo esto en la
literatu ra de la época, a todo nivel; p o r ejem plo, en Hemingway, Somer-
set M augham , Huxley, Evelyn W augh, P. H. Newby (véase el personaje
principal de Marinar Dances) , H enry G reen (por ejem plo, en Back), Peter

134 El térm in o es de R ichard Livingstone.


2 9 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Cheyney, H a n k ja n s o n y, más recientem ente, en la presentación de Jim


Dixon en La suerte deJim, de Kingsley Amis. Ju n to aquí a todos estos escri­
tores sin n in g u n a im plicación despectiva. El grado de desinterés es varia­
ble y sólo p u ed e m edirse leyendo las obras, p ero todas son ilum inadoras
respecto del elem en to destructivo.

En los ejem plos que acabo de d ar m e h e ido alejando deliberadam en­


te de la clase trabajadora. Es necesario, p o r últim o, precisar u n poco
más la naturaleza de su cinismo. En m i opinión, para la m ayoría de los
m iem bros de la clase trabajadora, el cinism o n o tiene que ver con “sacar
tajada” sino con el vacío existencial. Sin em bargo, ese vacío, como ya he
explicado, constituye el caldo de cultivo p ara la autocom placencia. La
mayoría se ha visto afectada p o r los nuevos rum bos, hasta cierto p unto
se h an desilusionado y hoy “son víctimas de la falta de sentido”. En casi
todos ellos ha h ech o m ella la tim idez en las creencias. La negación a “ce­
d er” p o r m iedo que se aprovechen de u n o implica, en últim a instancia,
la aceptación de u n m u ndo plano, ru d o y desabrido.
M ientras tanto, el hogar sigue siendo u n refugio; la vida continúa en el
ámbito local sin verse demasiado afectada; u n oficio puede ser un espa­
cio privado: en la esfera pública, m uchas personas de la clase trabajadora
se sienten dism inuidas y se refugian en u n cinismo herido pero también,
muchas veces, indulgente. D ada su naturaleza, es difícil encontrar expre­
siones acabadas de las principales actitudes que provengan de la clase tra­
bajadora en sí. Pero este pasaje de un ex alum no de u na escuela de élite de
segunda línea venido a m enos representa en gran m edida la experiencia
de la clase trabajadora de su generación tanto com o la de su propia clase:

Los discursos de los moralistas están muy bien [...] pero [...]
pasar de. la escuela a la m aldita g uerra no era precisam ente lo
que tenía en m ente. La m itad del tiem po, m uerto de miedo;
la o tra m itad, aburridísim o, sin n ad a que hacer más que ir a la
cam a con u n a m uchacha bonita. Luego, otra vez a la vida civil,
in ten tan d o ven d er estas m áquinas y cam inando quince kilóme­
tros p o r día p ara que unas m ujeres gordas me cierren la puerta
en la cara .135

135 T o m ad o d e u n estudio sociológico.


ío . Resortes destemplados: nota
sobre los desarraigados y los angustiados

Escribe, p o r favor, la h istoria de cóm o u n joven, hijo de u n


siervo, que h a sido m an d ad ero en u n a tienda, m onaguillo,
estudiante secundario, licenciado universitario, educado
p a ra resp etar el rango y besar la m an o del cura, p ara doble­
garse ante las ideas de los otros, p a ra ag rad ecer cada m en­
dru g o de p an, que h a sido g olpeado más de u n a vez, que h a
teñ id o que d a r clases a n d an d o sin galochas de acá para allá,
que h a luchado, to rtu rad o anim ales, que se h a acostum bra­
do a cen ar en casa de gente aco m o d ad a y sabe qué es “estar
bien con Dios y con el d iab lo ”, no p o r necesidad sino p o r
la consciencia de su p ro p ia insignificancia; en fin, cuenta
cóm o ese jo v en se deshace p oco a p oco del esclavo que hay
en él y cóm o u n a m añ an a se d esp ierta y ya n o siente co rrer
p o r sus venas la sangre de u n esclavo sino la de u n auténtico
ser h u m ano.
a n t ó n c h é j o v , C arta a A. S. Sourvorin, 7 de enero de 1889

“Pero recu erd a su educación, la época en la que fue joven”,


observó Arkadi. “¿Educación?”, in terru m p ió Bazárov. “Los
hom bres deben educarse a sí mismos, com o lo he hecho yo,
po r ejem p lo ... Y con respecto a la época, ¿por qué habría de
d e p e n d e r de ella? Yo diría que ella deb e d e p e n d er de mí. No,
mi querido, ¡todo eso son patrañas, falta dé carácter!”.
i v á n t u r g u é n i e v , Padres e hijos, capítulo 7

EL ALUMNO BECADO

Por m i parte, siento pen a p o r él. En el m ejor de los casos,


es u n a posición difícil: ser lo que se dice u n eradito y no
disfrutarlo; estar presente en el gran espectáculo de la vida y
298 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

no librarse nunca de u n a personalidad insignificante, ham ­


brien ta e indecisa.
g e o r g e e l i o t , Midcllemarch, libro 3, capítulo 29

No es fácil escribir este capítulo, aunque es necesario hacerlo.


Al igual que en los pi'ecedentes, en este agrupo tendencias que tienen
relación entre sí, pero aquí el peligro de hacer dem asiado hincapié en
ciertas cuestiones es especialm ente agudo. Los tres capítulos anteriores
giraban en torn o a actitudes que desde cierto p u n to de vista podrían
verse com o representativas de u n tipo de equilibrio. Pero a los más afec­
tados p o r las actitudes que analizo en este capítulo -los desarraigados y
los angustiados- se los reconoce p o r su falta de equilibrio, su indecisión.
T ienden a desaprobar la autoindulgencia de m uchas personas de su cla­
se; son tan cínicos com o casi todos los dem ás pero, en su caso, en lugar
de obtener beneficios o volverse más indulgentes p o r ello, ven aum enta­
da su falta de propósito en la vida.
En cierta m edida, tienen la sensación de pérd id a que padecen algu­
nos integrantes de todos los grupos, au n que en ellos es mayor justam en­
te porque se en cu en tran desarraigados de su propia clase en el plano
emocional, con frecuencia movidos p o r u n a inteligencia crítica o una
im aginación superiores, cualidades que a veces los llevan a un a inusual
conciencia de sí mismos ante su p ro p ia situación (y le facilitan la tarea a
quien esté dispuesto a dram atizar su angustia). Asimismo, puede haber
u n desarraigo físico de su clase a través del sistema de becas. A muchos
los afecta, au n q u e sólo a unos pocos los afecta m ucho; en u n extrem o
están los psicóticos y, en el otro, personas que en apariencia llevan u n a’
vida norm al pero que en el fondo conservan cierto desasosiego.

En prim er lugar, conviene analizar la naturaleza del desarraigo que ex­


perim entan algunos alum nos becados. Me refiero a los jóvenes que du­
rante algunos años, quizá m uchos, tienen la sensación de no pertenecer
a ningún grupo. Todos sabemos que m uchos encuentran el equilibrio
en su nueva situación. Están los expertos y los especialistas “desclasados”,
que ingresan en sus propios círculos después de que la larga escalera de
las becas los eleva hasta el doctorado. Hay individuos brillantes que se
convierten en buenos adm inistradores y funcionarios, y se sienten como
en casa en su nueva situación. Otros, no necesariam ente tan talentosos,
alcanzan u na especie de equilibrio que no se debe a una pasividad ni a
u n a falta de conciencia; están cóm odos en su nuevo grupo sin adoptar ni
ostentar n inguna de sus banderas protectoras y m antienen u n a relación
RESORTES DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 2 Q9

natural con sus parientes de clase trabajadora, que no se caracteriza por


la condescendencia sino p o r el respeto. Casi todos los chicos de la clase
trabajadora que transitan el cam ino de la educación superior gracias al
sistema de becas experim entan roces con su en to rno durante la adoles­
cencia. Se en cu en tran en el pun to de fricción de dos culturas; la prueba
de su verdadera educación está en la capacidad que tengan, a los 25
años, de so n reñ ie con franqueza a su padre, de respetar a su herm ana
m en o r en su frivolidad y a su herm ano no tan brillante. En este capítulo,
m e ocuparé de los jóvenes para los cuales el desarraigo es pafticular-
m ente problem ático, no porque subestime los beneficios que otorga esta
opción ni porque quiera destacar los rasgos más deprim entes de la vida
m oderna, sino porq u e las dificultades que d eb en enfrentar algunos in­
dividuos ilustran con claridad el tem a más am plio del cambio cultural.
Como el ganado al que trasladan a otros cam pos, ante una gran sequía
reaccionan antes que los nativos del lugar.
A veces m e inclino a creer que el p ro b lem a de la adaptación indivi­
dual es m uy difícil p ara los chicos de clase trabajadora que no tienen
dem asiado talento, sólo el suficiente p ara destacarse entre sus pares
p e ro no el necesario p a ra llegar m ucho más lejos. No quiero decir que
exista u n a correlación en tre la inteligencia y la falta de desasosiego; los
intelectuales tien en sus propios problem as, p ero esa clase de angustia
m uchas veces parece afligir más a los que se h an alejado u n trecho de
su cultu ra original pero n o h an in co rp o rad o aú n el soporte intelectual
que los acerca al g rupo de profesionales y especialistas “desclasados”.
E n cierto sentido, es verdad que u n o n u n c a llega a ser “desclasado”,
y es interesante ver cóm o a veces esto sale a la superficie (en especial
en la actualidad, cu an d o hay tantos antiguos in tegrantes de la clase
trabajad o ra en sectores jerárq u ico s de la sociedad): en un toque de
inseguridad, que con frecuencia se m anifiesta com o u n a preocupación
excesiva p o r establecer su au to rid ad p o r p a rte de u n profesor que de
cualquier m odo te n d ría las características requeridas para ejercer su
profesión; en la actitud cam p ech an a de u n ejecutivo im portante, o en
la ten d en cia al vértigo que d elata la in certid u m b re latente en el inte­
rio r de u n p eriodista exitoso.
Pero principalm ente m e interesan los que, a pesar de tener conciencia
de sí, no se conocen lo suficiente y, p o r lo tanto, están insatisfechos, du­
dan de ellos mismos; los carcom e la incertidum bre. Aveces, siendo inte­
ligentes, les falta voluntad, pues “se necesita voluntad para atravesar esta
tierra baldía”. Quizá con mayor frecuencia, aunque tengan más voluntad
que la mayoría, no les alcanza para aliviar las complejas tensiones que
3 0 0 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

traen aparejadas el desarraigo, los problem as particulares del entorno


familiar y la incertidum bre p ro p ia de la época.
Al dejar atrás la niñez para e n tra r en la adolescencia y luego en la edad
adulta, esta clase de n iñ o tiende a alejarse poco a poco de la vida com ún
de su grupo. Pronto lo ven com o alguien diferente, y m e refiero a una
distinción que hacen n o los m aestros de la escuela sino los m iem bros
de su familia. “Tiene cacu m en ” o “Es b rillante” son frases que el chico
oye todo el tiem po y, en parte, el tono refleja orgullo y adm iración. En
cierta form a, sus padres lo alejan tanto com o su talento, que lo mueve a
separarse del grupo. Pero a los padres los motiva algo más que la adm i­
ración: “T iene cacu m en ”, sí, y esperan que el chico siga el cam ino que
se abre ante él. Pero tam bién p u ed e hab er u n m atiz lim itante en el tono
con el que p ro n u n cian la frase: la personalidad tiene más peso. Aun así,
que destaquen su inteligencia es u n indicador del orgullo que sienten y
es casi u n a marca; el jo v en está destinado a otro m u n d o y a un tipo de
trabajo distinto.
T en d rá que estar cada vez más solo si ha de continuar por ese sen­
dero. T en d rá que enfrentarse, p robablem ente de m an era inconsciente,
al ethos del hogar, al carácter profu n d am en te gregario de la familia de
clase trabajadora. Com o todo gira en torno a la sala de estar, el chico
seguram ente no tiene u n a habitación para él; los dorm itorios son fríos y
poco acogedores, y calentar los cuartos o la sala del frente, si es que hay
u n a en la casa, es m uy caro, requiere u n salto im aginativo que escapa a
la tradición y que la m ayoría de las familias no p u ed e dar. Lo que hay es
un rincón en la mesa; en la otra p u n ta, la m adre plancha con la radio
encendida, alguien canta o el p ad re no deja de decir lo prim ero que se le
ocurre. Como puede, el m uchacho tiene que aislarse m entalm ente para
p o d e r estudiar. En verano, las cosas son más fáciles, pues la tem peratura
en las habitaciones es la adecuada p ara hacer la tarea, pero, según en­
tiendo, pocos aprovechan esa opción. Y es que el chico (hasta que avanza
más en sus estudios) form'a p arte de ambos m undos, el de la familia y el
de la escuela. Es sum am ente respetuoso de los m andatos del m undo de
la escuela, pero en el plan o em ocional su deseo es continuar dentro del
círgulo fam iliar.131’
Entonces, el p rim er gran paso lo da cuando opta p o r incorporarse
a otro grupo o aislarse, cuando tiene que resistirse á la naturaleza ho-

156 Sobre las dificultades del e n to rn o fam iliar, véase M inisterio de E ducación,
Early Leaving, p p . 19 y 36.
RESORTES DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 O I

gareña característica de la vida de la clase trabajadora. Esto es cierto, y


quizá m uy especialm ente, si el joven se cría en u n h o g ar feliz, porque las
familias felices suelen ser las más gregarias. Pronto siente el peso de la
soledad, el estím ulo a centrarse en sí mismo, lo cual pued e dificultar su
incorporación p osterior a otro g ru p o .137
En la escuela prim aria, ya a los 8 años, el chico es diferente en cierta
m edida, aunque quizá no sea así si su escuela está en u n a zona en la
que todos los años adm iten alred ed o r de veinte chicos e n el sistema de
becas p a ra el bachillerato. Pero p robablem ente viva en u n a zona donde
pred o m in an los alum nos cuyas familias son de clase trabajadora y vaya a
u n a escuela en la que sólo obtien en becas u n p ar de ellos cada año. La
situación está cam biando con el aum ento de la cantidad ele becas que
se otorgan, pero la adaptación h u m an a n u n ca es tan abrupta com o los
cambios adm inistrativos .138
Asimismo, es probable que el joven tenga que separarse del grupo de
chicos de la cuadra y ya no sea m iem bro pleno de la b an d a que todas las
tardes se reú n e en la esquina, porque tiene que h acer la tarea. Pero esos
son los grupos de m uchachos en los que h an crecido otros chicos de su
generación, y alejarse de ellos se relaciona em ocionalm ente con otro
aspecto de su situación familiar: aho ra pasa más tiem po con las mujeres
que con los hom bres de la casa. Esto es así incluso en familias en las que
el padre n o es de los hom bres que no leen o que piensan que la lectura
“es cosa de m ujeres”. El m uchacho pasa gran parte de su tiem po en el
centro físico de la casa, don d e p red o m in a el alm a fem enina, y allí avanza
en silencio con sus deberes m ientras la m adre se dedica a las tareas do­
mésticas y el padre o bien no ha regresado del trabajo o bien se ha ido a
beb er u n a cerveza con sus com pañeros. El pad re y los herm anos no están
en casa sino fuera, en el m u n d o masculino; el chico, en cambio, ocupa
un lugar en el m undo fem enino. Quizás esta situación explique en parte
p o r qué m uchos autores de la clase trabajadora, cuando escriben sobre
su niñez, p o n en a las m ujeres en u n lugar p re p o n d e ran te y amable. En
ocasiones puede h ab er fi'icción, cuando se p reg u n tan si el chico “se la
cree” o cuando él se resiste a separarse de la familia p ara realizar alguna
de las raras tareas que se esperan.de u n varón. Pero e n general predom i­

137 Sobre el aislam iento de los niños becados de clase trab ajadora, id., p. 32,
138 Véase m ás ad elante “R esum en de las tendencias actuales de la cultura de
m asas” y la publicación de Political an d E conom ic P lan n in g , “B ackground of
th e University S tu d en t”, Planning, vol. XX, n° 373, 8 d e noviem bre de 1954,
sobre el au m en to de estudiantes de la clase trab ajad o ra en las universidades.
3 0 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

n a una atm ósfera íntim a, acogedora y gentil. Con un oído, el joven escu­
c h a a las m ujeres hablar de sus preocupaciones, penurias y esperanzas, y
a veces les cuenta cóm o le va en la escuela o qué dijo el maestro. Quienes
lo rodean suelen ser comprensivos con él au n q u e no lo com prendan; él
sabe que los demás no entienden, pero aun así los hace participar de. sus
cosas: le gustaría p o d e r u n ir los dos m undos.
En la descripción simplifico dem asiado y hago hincapié en la ruptu­
ra; en cada caso hab rá distintos matices. Pero al exponer el aislamiento
e n su form a más extrem a, ofrezco un resum en de las situaciones más
com unes. Ese chico se en cu en tra entre dos m undos, el de la escuela y
el de la casa, que tienen pocos puntos en com ún. U na vez que ingresa a
la escuela secundaria, aprende p ro n to a h acer uso de un par de acentos
diferentes, e incluso in terp reta dos personajes y m antiene dos sistemas
d e valores. Pensem os, p o r ejem plo, en el m aterial de lectura: en su casa
hay un m o n tó n de revistas que él tam bién lee pero que jam ás m enciona
e n el colegio y que parecen no p erten ecer al m undo en el que ha ingre­
sado desde que cu rsa el bachillerato; en la escuela se leen y se com entan
libros que jam ás m enciona frente a su familia. C uando lleva esos libros a
su casa, n o los p o n e ju n to con los que leen sus familiares, que, p o r otra
p arte, a veces ni siquiera existen o son muy pocos; los que trae del cole­
gio parecen herram ientas de otro campo.
Es probable que el joven, en especial hoy en día, logre evitar las peo­
res dificultades inm ediatas: el estigm a de la ropa barata, de no p oder
costearse las excursiones organizadas p o r el colegio, de los padres que
van a la representación teatral de la escuela y cuyo aspecto de personas
trabajadoras lo avergüenza. Pero com o estudiante de bachillerato, está
ansioso p o r hacer las cosas bien, p o r ser aceptado, p o r llam ar la aten­
ción debido a su inteligencia, com o ocurría en la escuela prim aria. La
inteligencia es la m o n ed a de cam bio que le h a valido para pagarse el
trayecto elegido y, a m edida que pasa el tiem po, es la m oneda que cobra
más im portancia. T iende a sobreestim ar a sus m aestros, pues son los que
atienden las ventanillas del nuevo m u n d o dónele la m oneda corriente es
la inteligencia. En su m undo familiar, el p ad re sigue siendo el padre; en
el otro, el padre casi no tiene cabida, de m odo que tiende a colocar al
m aestro en ese lugar.
Así, au n q u e la familia lo presione muy poco, probablem ente él se exija
más de lo necesario. H asta d o n d e le alcanza la vista, ve la vida como una
sucesión de saltos con vallas en los que estas últimas son las becas que
se obtienen apren d ien d o a acum ular y adm inistrar la nueva m oneda.
T iende a darles a los exám enes m ayor im portancia de la que tienen y a
RESORTES DESTEMPLADOS! N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 0 3

acum ular conocim ientos y opiniones ajenas. D escubre una técnica de


aprendizaje aparente que consiste en acum ular datos en lugar de hacer
uso de ellos. A prende a recibir una educación puram ente erudita, com­
prom etien d o sólo u n a pequeña parte de su personalidad y u n a limitada
zona de su ser. Empieza a ver la vida com o u n a escalera, una prueba per­
m anente que devuelve algunos elogios y m uchas recom endaciones en
cada escalón. Se torna experto en in co rp o rar y producir; sus com peten­
cias varían, pero rara vez van acom pañadas de u n entusiasm o genuino.
Pocas veces siente como propia la realidad del conocim iento, de las ideas
y la im aginación de otros; es raro que descubra a un autor p o r propia
iniciativa. En esta época de su vida, reacciona sólo cuando los hechos
guardan u na relación directa con el sistema formativo. Se parece a un
caballo con anteojeras; a veces sus profesores, que han seguido el mismo
trayecto que él y difícilm ente se hayan quitado sus propias anteojeras, lo
en tre n a n y lo alaban en la m edida en que se ajusta a ese sistema. Si bien
en el fondo hay u n a p otente m irada realista, despojada de idealismos y
de concesiones, esa es su form a principal de iniciativa; es probable que
de otras, formas - u n a m ente inquieta, el vuelo de la im aginación, la va­
lentía de rechazar ciertas “líneas” aunque sean las aceptadas oficialmen­
te - tenga poco, y el sistema educativo tam poco las estimula. No se trata
de un problem a nuevo: H erb ert S pencer lo m encionó hace cincuenta
años y aún sigue vigente:

Los sistemas educativos establecidos, cualquiera sea su campo


de estudio, son fundam entalm ente perversos. Estimulan la re­
ceptividad sumisa en lugar de la actividad independiente,139

No se p one tanto el acento en la acción, en la voluntad y la decisión per­


sonales; hay m ucho que recordar p ara la m áquina intelectual superior a
la m edia que h a guiado al joven hasta el bachillerato. Y como el “bu en ”
chico, el estudiante al que le va bien es aquel que con su pasividad cons­
ciente satisface las exigencias de su nuevo ento rn o , gradualm ente pierde
espontaneidad y adquiere la fiabilidad req u erid a para aprobar los exá­
m enes. No puede dejar de considerar nada ni a nadie; parece destinado
a ser u n em pleado correcto, confiable y aburrido. H a tenido siem pre te­
m or de “todo lo que m erece obediencia”. A principios del siglo XIX, Ha-

139 H. Spencer, A n A ulobiography, N ueva York, D. A ppleton, 1904, i; reim presión


d e Watts, 1926, p. 2 3 8 /
3 0 4 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

zlitt hizo u n a observación más extensa y apasionada sobre las tendencias


de la sociedad de su época, que de todos m odos tiene cierta relevancia
para la sociedad actual:

Los hom bres n o se convierten en lo que p o r naturaleza están


destinados a ser sino en lo que la sociedad hace de ellos. A los
sentim ientos generosos y las elevadas inclinaciones del alma
se los encoge, p o r decirlo de alguna m anera, se los chamusca,
se los retu erce con violencia y am puta, para que encajemos en
n u estra relación con el m u n d o , algo parecido a lo que hacen
los m endigos con sus hijos cuando los m utilan para que enca­
je n en su fu tu ra situación en la vida .140

El chico q ue h a o btenido u n a beca p ierde p arte de la flexibilidad y la


vitalidad que tienen sus prim os, que siguen ju g a n d o en la calle .141 H ace
unos años, cu ando h abía u n hijo más listo que los demás en u n a familia
de clase trabajadora, su inteligencia se desarrollaba en la ju n g la de los
barrios pobres, d o n d e el cerebro tenía que aliarse con la energía y la
iniciativa. A hora, ese chico casi no ju e g a e n la calle, no trabaja repartien­
do periódicos; su iniciación sexual p robablem ente se retrasa. Pierde un
poco de la fortaleza y la despreocupación, la viveza para aprovechar las
oportunidades, la jovialidad y la osadía de los que se crían en la esquina;
pero tam poco adq u iere la confianza inconsciente de m uchos estudiantes
de clase m edia. Lo h an en tren ad o com o a caballos de circo, aunque para
ganar becas .142
En consecuencia, cuando llega al final de la serie de etapas estable­
cidas, cu an d o finalm ente sale al m u n d o d e objetos tangibles y difíciles
de m anejar, de seres hum anos esquivos y desconcertantes, se encuentra
con escaso ím petu. La correa de distribución está floja, desconectada
de la ú nica m áq u in a que ha hecho fu n cio n ar hasta ahora, la m áquina
de ap ro b ar exám enes. Le resulta com plicado optar p o r una dirección

140 E n T . H o lcroft, The Life of Tilomas Hokroft, co n tin u ad o p o r W illiam H azlitt,


ed. E lbridge Colby, L ondres, C onstable, 1925, vol. II, p. 82.
141 P ienso q u e el contraste es m ás n o to rio en las niñas; basta con co m p arar u n a
estu d ia n te m o d e rn a d e escuela m ed ia d e 14 o 15 años con u n a chica de la
m ism a ed ad d el bachillerato.
142 El estu d io de F. D. K lingender sobre los estudiantes de la U niversidad de
H ull, Sludenls in a Q um ging World 1951-2, indica q u e esta situación está
cam b ian d o . D e los encuestados, 58% de los hom bres y 26% de las m ujeres
m an ifestaron h a b e r h ech o algún trabajo e n su tiem po libre.
RESORTES DESTEMPLADOS: N O TA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 0 5

en u n m u n d o en el que no hay más profesores que com placer, ni una


m anzana caram elizada al final de cada etapa, ni u n certificado, ni un
lugar en los prim eros puestos del m u n d o de las evaluaciones. No está a
gusto en u n a sociedad que le p resenta u n p an o ram a desordenado, que
es enorm e y crece continuam ente, que es ilim itada, desordenada y sin
calefacción central, u n a sociedad en la cual las m anzanas caramelizadas
no las reciben los que más se esfuerzan, n i siquiera los más inteligentes,
u n a sociedad en la que inquietantes im ponderables com o la “persona­
lidad”, la “su erte”, la “capacidad para socializar” y el “descaro” pueden
inclinar la balanza.
Su situación es p eo r p orque la form ación previa lo ha entrenado para
atribuir dem asiada im portancia a los logros con notas y certificados. En
este m undo, el éxito reconocible tam bién im p o rta m ucho, pero no se lo
distribuye de acuerdo con el sistema al que el jo v en está acostum brado.
El estaría más feliz si triunfar le im p o rtara m enos, si pudiera resolver
el m isterio de los valores del éxito en el m u n d o nuevo. Pero los valores
son m uy similares a los del colegio; p ara rechazarlos, prim ero debería
escaparse de la prisión in tern a en la que lo en cerraro n las estrictas reglas
para ten er éxito en la escuela.
No está dispuesto a aceptar el criterio del m undo, es decir, avanzar a
cualquier precio (si bien es m uy consciente de la im portancia del dine­
ro). No obstante, tiene todo lo necesario p ara sortear los obstáculos, de
m odo que sólo sueña con progresar, aunque no exactam ente com o lo
dicta el m undo. No tiene las com odidades p ara aceptar sin más los valo­
res del m u n d o exterior ni las recom pensas de ser u n crítico convencido
de esos valores.
Se h a alejado de sus oxigenes “hum ildes” y quizá se aleje aún más. Si lo
hace, seguram ente en el fondo se sentirá agobiado p o r el peso de saber
hasta d ó n d e ha llegado, p o r el tem or y la vergüenza de la posibilidad
de retroceder. Y esto aum enta su incapacidad de estar en paz consigo
mismo. A veces, el trabajo que consigue sólo au m enta esa ligera sensa­
ción de que se en cu en tra aún sobre la escalera, d o n d e está descontento
y orgulloso al mismo tiem po y, dada la naturaleza de su situación, casi
siem pre es incapaz de saltar, de ab an d o n ar la carrera:

Pálido, desarreglado, algo nervioso, había avanzado de pues­


to en puesto en la oficina de seguros con la disposición de un
h om bre que está p o r ser despedido. [.,.] La inteligencia le sir­
vió solam ente para esforzarse más en la escuela prim aria que
quienes no eran tan inteligentes com o él. P o r la noche seguía
306 LA CULTURA OBRERA EN LA SO CIEDA D DE MASAS

escuchando el coro malicioso diciéndole que era el favorito del


maestro. [...] La inteligencia, como un calor abrasador, había
transform ado en u n desierto el m undo que lo rodeaba y, a tra­
vés de la arena, en el espejismo ocasional veía a los malditos
grupos ju g an d o , riéndose y sin pensar disfrutando de la ternu­
ra, la com pasión y la com pañía de! am or .143

La c ita es u n a dram atización exagerada que no se aplica a todos, ni si­


q u ie ra a la mayoría, pero que en cierta m edida afecta a muchos. Con­
c iern e, asimismo, a u n grupo más extendido, al cual m e referiré aquí,
fo n n a d o por los que en cierta form a se plantean interrogantes respecto
de la sociedad y que, p o r este motivo, aunque nunca hayan cursado el ba­
chillerato, están “en tre dos m undos, u n o m uerto y el otro sin fuerza para
n a c e r”. Son “las caras privadas en lugares públicos” de la clase trabajado­
ra, los “oficiales am ables” de Koesder; son algunos, aunque no todos, de
los q u e se p ro p o n en progresar. P ueden realizar cualquier tipo de tareas,
d esde trabajos m anuales hasta la docencia, pero según mi propia expe­
riencia, suelen o cupar puestos com o em pleados administrativos o maes­
tros de escuela prim aria, en especial en establecim ientos de ciudades
im portantes. Con frecuencia, la perseverancia enfocada en el progreso
personal se m anifiesta en la necesidad de parecerse a los m iem bros de la
clase media, aunque esa actitud no im plica una traición política sino que
está más cerca de u n idealismo equivocado.

El tip o de persona que describo aquí ahora no pertenece a ninguna clase


-y ya hemos visto que esa es su p rim era gran p érd id a-, ni siquiera a lo que
recibe la vaga denom inación de “intelectualidad sin clase”. No puede en­
frentarse a la clase de la que proviene, pues com o los lazos naturales han
desaparecido, encontrarse cara a cara con la clase trabajadora implicaría
enfrentarse a sí mismo, algo para lo que no está preparado. A veces se
avergüenza de sus orígenes; h a ap ren d id o a ser “u n nariz parada”, a com­
portarse con m odales más refinados. M uchas veces no está conform e con
su aspecto físico, porq u e revela de dón d e proviene; se siente inseguro o
se enfada cuando advierte que tanto su apariencia como los modales o
cientos de hábitos en el habla p u ed en delatarlo. Tiende a endilgar su
pro p io sentido de inadecuación al grupo que le dio origen y se cubre con
u n m anto de actitudes defensivas. Así, a veces m uestra u n orgullo poco

143 G. G reene, Campo de batalla, capítulo 2, acerca de C onrad Drover.


RESORTES D ESTEM PLA D O S: N O TA SOBRE LOS DESARRA IG A D O S 3 0 7

convincente p o r su torpeza en cuestiones prácticas: “Los intelectuales


n u nca son buenos en los trabajos m anuales”. Pero en el fondo sabe que
su pretensión de com pensación p o r poseer herram ientas más sofistica­
das, de ser capaz de m anejar el “saber de los libros”, se apoya sobre una
base poco firme. T rata de leer todos los libros pertinentes, pero estos no
le proporcionan el p o d er discursivo ni el control de la experiencia que
necesita. En ese terreno se siente tan torpe com o en el de las herramien-^
tas del artesano. .
Ya no tiene retorno; una parte de él no quiere regresar al am biente
dom éstico, que m uchas veces es bastante cerrado, y otra parte echa en
falta la p ertenencia perdida; “ansia enco n trar u n Paraíso Sin N om bre en
el que jam ás ha estado”. La nostalgia es muy intensa y am bigua, porque
el individuo va “en busca de su evasiva esencia y al mismo tiem po tiene
m iedo de encontrarla”. Desea regresar, pero cree que ha superado a su
clase; siente el peso de saber cuál es su situación y la del grupo de su anti­
guo entorno, lo que entonces le im pide disfrutar de las cosas simples que
agradan a su padre y a su m adre. Y ese es sólo u n o de los aspectos que lo
arrastran a dram atizar su situación.
Si trata de ser “com pinche” con personas de la clase trabajadora, de­
m ostrar que es uno de ellos, “se le n ota a la legua”. Ellos se sienten más
incóm odos con él que con personas de otras clases, sociales, porque con
esas otras personas están preparados para establecer relaciones formales,
ya sea con franqueza o com o parte de u n ju eg o de ironías; saben “dón­
de está parado cada u n o ”. Pero en el caso de él, de inm ediato detectan
la am bigüedad de sus actitudes, notan que no pertenece a su grupo ni
a uno de los grupos con los que están acostum brados a desarrollar un
ju eg o de relaciones jerárquicas; el diferente sigue siendo el diferente.
H a abandonado su clase, al m enos en espíritu, siendo un extraño en
cierta forma; pero tam bién es u n extraño en otras clases, en cuyo am­
biente se siente tenso y abrum ado. A veces, la clase trabajadora y la clase
m edia p u ed en reírse juntas. El no se ríe m ucho, sólo esboza una sonrisa
reprim ida. Casi siem pre se siente incóm odo con personas de la clase me­
dia p orq u e una parte de sí no adm ite que lo acepten; desconfía de ellas
y las desprecia un poco. En este y en m uchos otros aspectos se encuentra
escindido. Con una m itad adm ira lo que ve en ellas: elju e g o de la inteli­
gencia, la am plitud de miras, la elegancia. Le gustaría ser un ciudadano
de ese m undo brillante, próspero, divertido, rodeado de libros y opinio­
nes sobre literatura, en el que habita la exitosa e inteligente clase media,
que él m ira desde la p u erta o siente como extraño durante sus breves
visitas, m ientras se p reg u n ta si tiene las uñas sucias. Con la otra mitad,
3 0 8 l a c u l t u r a O B RERA e n l a s o c i e d a d d e m a s a s

desarrolla u n a acrim onia ante ese m u n d o y desprecia su conform ism o,


la im portancia q ue allí se les da a las cuestiones sociales, las reuniones in­
telectuales, los hijos delicados que estudian en O xford y las pretensiones
culturales al estilo de la señora M iniver o la señora Ramsey. Está siempre
listo para señalar todo lo que p u e d a ser tom ado com o pretencioso o
fantasioso, lo que le perm ita decir que esa gente no sabe lo que es la
vida. Va del desdén a la aspiración a ser com o ellos. R ecuerda al Charles
Tansley de A l faro, de Virginia W oolf, p ero quizá sea m enos inteligente.
W oolf vuelve a él u n a y otra vez, con m enos com prensión de la que uno
po d ría esperar; lo m ira desde la perspectiva de u n espectador culto de
clase media:

un trabajador autodidacta, y todos sabemos lo pesados que son,


lo egoístas, insistentes, toscos, chocantes y, en últim a instancia,
repulsivos .144

Y más adelante:

Me recu erd a siem pre a aquel pueril in tern o de colegio, sagaz


y talentoso, p ero tan egocéntrico y egoísta que pierde la cabe­
za y se to m a estrafalario, afectado, gruñón, m alhum orado, que
logra que las personas benevolentes sientan p en a p o r él y que
los severos se m olesten; y u n o espera que m adure y deje de ser
así .145

No tiene las recom pensas de u n artesano; tam poco el consuelo de la


fe religiosa, ni el sentido de com unidad que esta implica ni las norm as
internas que la religión le ayudaría a adoptar. No posee el em puje del
hom bre de negocios, de un com erciante que sale a ganarse la vida, de u n
em presario o u n resuelto ven d ed o r de su pro p ia personalidad. Es tenaz
en lo que atañe al progreso personal, pero carece de la energía y el entu­
siasmo que caracterizaban a su tío hace cu arenta años o a los que, como
el señor.Lewisham , trabajaban du ram en te enseñando en la escuela téc­
nica y leían a Shaw y a Wells. En su afán de progreso y su necesidad de
adquirir conocim iento no hay dem asiada alegría ni espíritu de aventura;
los textos que lee son los del p rim er Huxley y quizá los de Kafka. Es triste

144 V. W oolf, A W rikr’s Diary-, L ondres, H ogarth, 1953, p. 4-7.


145 íd ., p. 49.
RESORTES DESTEM PLADOS: NOTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 0 9

y solitario; le resulta difícil establecer contacto hasta con otros en su mis­


m a condición: “Con voz apagada se llam an a través del agua más fría”. Se
vuelca hacia adentro porque, en el fondo, le da m iedo en co n trar lo que
busca; es probable que su educación y experiencia le hayan hecho tener
m iedo de tom ar decisiones y de asum ir com prom isos. P odría decirse de
él lo que Toynbee dice del “genio creativo”:

Él mismo se p o n d rá fuera de ju eg o en su cam po de acción, y


perd ien d o la fuerza de actuar, perdei'á la voluntad de vivir.146

Pero él 110 es u n “genio creativo”. Es lo bastante inteligente com o para


alejarse de su clase m entalm ente, pero no está capacitado ni m ental ni
em ocionalm ente para superar los problem as relacionados con ese aleja­
m iento. Se le niega hasta la “consolación de la filosofía”, el ánim o que al
m enos en parte p o d ría o b ten er evaluando su situación. Si adquiere un
cierto nivel cultural, le resulta difícil convivir con ello con la facilidad
de quienes no h an tenido que esforzarse tanto para alcanzarlo y no han
atravesado el largo cam ino de la explotación de la inteligencia:

Te h an dotado de u n don que se le niega a la gente com ún:


tienes talento [...], el talento te distingue. [...] Sólo tienes un
• defecto. Tu posición frágil, tu am argura, tu m alestar estomacal,
todos p ro ced en de lo mismo: de tu extraordinaria falta de edu­
cación. Te ruego que m e perdones p ero ventas magis arnicitiae.
[...] Ya ves, la vida tiene sus convenciones. Para sentirte cóm o­
do entre personas inteligentes, para no sentirte extraño y 110
ser abrum ado p o r ellas, debes ten er cierto grado de educación.
[...] El talento te h a in troducido en ese círculo, perteneces a él,
pero [...] te estás alejando y te debates en tre los cultos y los que
están de prestado, vis-á-vis.ui

A unque no pertenece a la “m inoría creativa”, tam poco form a parte de la


“mayoría no creativa”; form a parte de la m inoría no creativa pero insegu­
ra d e sí misma que tiene que orientarse sola. T iene grandes aspiraciones
pero no las herram ientas suficientes ni el tem ple necesario para cum plir­

146 A. J. T oynbee, A Sludy ofHislory, p arte III, capítulo 11, co m p en d io de


volúm enes I-VI de D. C. Somervell, O xford University Press, 1946.
147 A. Chéjov, C arta a su h erm an o Nicolás, The Life and LeUers oj'A. Tchekov,
Moscú, 1886, p. 80.
3 10 LA CU LTURA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

las. Sería más feliz si fuera capaz de reconocer sus propias limitaciones,
si aprendiera a no sobrestim ar sus posibilidades, si se resignara no tanto
a ser “to n to ” sino a lo que en realidad es: u n a persona m oderadam en­
te talentosa, Pero sus orígenes, su ethos y probablem ente sus cualidades
naturales no le facilitan esa revelación, y entonces no deja de sentirse
hostigado p o r “la discrepancia en tre la altura de sus pretensiones y la
bajeza de sus actos ”.148

EL LUGAR D E LA CULTURA: NOSTALGIA PO R LOS IDEALES

[...] p o rq u e todos hem os perdido el hábito de vivir, porque


todos cojeamos, unos más y otros m enos.
El funcionario mediocx'e de Memorias del subsuelo,
de DOSTOIEVSKI

Está claro que los cursos para m ejorar capacidades intelectuales y cultu­
rales que analizaré en esta sección no están dirigidos sólo a los “becarios.”
que acabo de describir. Presum iblem ente están diseñados para atraer al
mayor nú m ero posible de personas que, p o r distintos motivos y circuns­
tancias, piensan que les falta algo y esperan que u n a mayor capacitación
com pense esa deficiencia. Hay m uchos que buscan cultivarse sin esperar
más de lo que la educación puede d ar y q ue asocian su propósito con las
realidades de la vida social y personal, p ero a esas personas me referiré
en el próxim o capítulo.
El abanico de com pensaciones intelectuales es amplio y variado, y no
creo que en esta sección pueda evitar m overm e entre datos de distintos
niveles culturales. Péro en las incertidum bres y aspiraciones que descri­
bo, los tipos de personalidades a las que hago referencia parecen fusio­
narse. En el grado más elem ental están los anuncios que no se alejan de­
masiado de aquellos qúe apelan a u n vago recurso psicológico y que he
ejemplificado en capítulos anteriores. En el otro extrem o, se encuentran
los productos dirigidos a quienes p re te n d en ubicarse a la vanguardia de
la escena cultural. E ntre ambos hay, por ejem plo, anuncios que parecen
no ten er casi n in g u n a relación con el deseo de adquirir cultura pero sí

148 W. T ro tter, InsLvncts of llieHerd in Peace and War, L ondres, T. Fisher Unwin,
1923, p. 67.
RESORTES D ESTEM PLA DO S: NO TA SO B R E LOS DESARRAIGADOS g i l

con la necesidad más práctica de progreso laboral. No obstante, el tono


de los anuncios sugiere que no atraerán lectores tan prácticos o decidi­
dos a conseguir sus objetivos sino personas que en cierta m edida están
insatisfechas.

T rabajaban en la mism a sección, pero las tareas rutinarias eran


dem asiado poco p ara Bill, ¿ y t ú ?
¿Eres e x i t o s o com o Bill W atson o u n f r a c a s a d o como Jim
Simpson? [Aquí suelen p o n e r dos fotografías con imáge­
nes opuestas: u n a m uestra a u n joven alegre y la otra, a uno
contrariado.]
Bill com enzó a prepararse con el m étodo XXX.
A hora es supervisor de planta y Progresa Rápidamente.

Este otro ejem plo es más directo:

Libros Sin Costo.


- Somos uno de los Principales Proveedores de Cursos Actualiza­
dos p o r Correspondencia.
[El uso de las mayúsculas en estos anuncios recuerda las ofertas
a voz en cuello de los vendedores de feria] .-
Estos valiosos libros son i m p r e s c i n d i b l e s para t i . En ellos en­
contrarás u n a descripción detallada de todos los cursos, sean
Técnicos, de A dm inistración o de Supervisión, ¿ c u á l e s e l
tuyo ?

De aquí pasamos directam ente a la ayuda psicológica general, los anun­


cios que ofrecen el secreto para lograr una expresión fluida, el habla de
un “individuo culto y seguro de sí”. “Con la Enciclopedia M oderna de las
Ideas llegarás a D om inar el Idiom a”:

Q uienes h an desarrollado el don del habla son personas im por­


tantes que gozan de los beneficios del éxito.
C uando te pidan que des u n discurso [probablem ente esto
no quiere decir que a la m ayoría de las personas que leen este
anuncio les vayan a ped ir que den ningún discurso] tu interven­
ción será resuelta y fluida.

El costo de todo esto es de tan sólo 30 chelines. El siguiente es otro


ejemplo:
312 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

¿Eres c o r t o p a r a h a b l a r ?
¿Te g u s t a r í a h a b l a r c o m o l o s q u e s a b e n ?
Las m ejores recom pensas de la vida p u ed en ser tuyas aunque
no hayas tenido la suerte de ir a la Universidad.
PALABRAS - PALABRAS - PALABRAS
La Prosperidad y el R econocim iento d e p e n d e n de tu d o m in io

del l e n g u a j e en todos los órdenes de la vida.

Tam bién hay varias versiones elem entales del tesauro de Roget, que av e­
ces se publican en u n form ato sencillo, quizá parecido al de u n libro de
predicciones o u n diagram a sobre “Cómo cuidar el ja rd ín cada sem ana
del a ñ o ”; así, si uno busca un p a r de sinónim os p ara la palabra “herm o­
so”, basta con seguir dos o tres pasos y ahí aparece el térm ino deseado.
El Diagrama Universal del Vocabulario:

Cam biará su vida U na llave m ágica que le abrirá las puertas de


u n a existencia m ás rica y positiva, y le h ará dejar atrás esa oscura
ru tin a a la que está habituado.
u s t e d p u ed e ser persuasivo... locuaz... p o d eroso... y todo con

u n a fluidez y u n a belleza inusitadas e insospechadas.


Progreso, Fam a y el Estatus Social que usted anhela p u ed en ser
suyos YA.
Se so rp ren d erá y ten d rá más confianza en usted mismo de un
m odo sum am ente fácil.
EL SECRETO PARA E SC R IB IR Y HABLAR BIEN e s t á e n SUS MANOS.

Quienes aspiran a te n e r cultura general o alcanzar la condición de artista


pued en elegir uno de los tantos cursos de redacción en oferta. “¿Cree
u s t e d que p u ed e llegar a ser escritor? Si su respuesta es afirmativa, en­

víenos este form u lario ”:

¿Sus* amigos le sugieren “Deberías escribir ú n a novela” cada vez


que usted les cu en ta u n a anécdota?
¿Le d icen cuánto les gusta recibir cartas suyas?
M uchas personas con talento p a ra escribir n u n ca ap renden las
técnicas p ara hacerlo y p ierd en la o p o rtu n id ad de o b ten er la
fam a y el d inero que m erecen.

Existen adem ás las com pletas guías de cultura general:


RESORTES DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 1 3

Música - Arte - Literatura


A hora tiene a su disposición el más com pleto m anual para acce­
d e r a un a gloriosa perspectiva de la Cultura.
UNA O PO RTU NIDA D ÚNICA QUE NO VOLVERÁ A REPETIR SE.
Una enorm e cantidad de personas famosas reconocen su gran
utilidad.
Cada ejem plo va acom pañado de u n a clara y com pleta descrip­
ción de sus rasgos artísticos.
Con este libro tendrá acceso a las obras de arte más im portantes
del m undo.
Gracias a esta guía p o d rá h acer interesantes com entarios cuan­
do la conversación gire en torn o a c u e s t i o n e s d e l i n t e l e c t o .

El precio probable para u n a publicación e n tres tom os es de 6 guineas,


p ero en él tam bién va incluido u n libro con u n título del estilo de “Guía
de frases eficaces y metáforas adecuadas indispensable para todo el que
desee expresarse de m anera fluida e in teresan te”.
Si advierte este tipo de an u n cio s sólo ocasio n alm ente, u n obser­
vador p o d ría su p o n e r que están dirigidos a u n a p e q u e ñ a fran ja de
la població n . Sin em bargo, al observarlos re g u la rm en te, q u e d a claro
“tal y com o se su ceden unos a otros, varios en cada n ú m ero de m u­
chas revistas distintas, y algunos de to d a u n a p á g in a ” que el público
objetivo es más n u m ero so que lo q u e la m ayoría de nosotros p o d ría
su p o n er. E n la página de p u b licid ad clel n ú m e ro de un sem anario
“se rio ” de la sem ana en que escribo esta sección hay once anuncios.
T res de ellos n o son relevantes; dos son casos que se e n c u e n tra n en
el lím ite (u n o p ro m o cio n a el ap ren d izaje de u n a len g u a ex tran jera
m e d ian te libros de frases y el o tro es u n a conv o cato ria oficial para u n
tipo p a rtic u la r de p ro feso r especializado); los seis restantes se ajustan
al tipo de p u b licid ad que m e in teresa p a ra m i análisis: u n curso p o r
c o rresp o n d e n c ia cuyo m é to d o abre las p u e rta s de cu alq u ier carrera,
u n curso p a ra d o m in ar el inglés, o tro de escritu ra creativa p a ra ganar
d in e ro , etc. Según el espacio que o c u p a n en la página, de u n total de
cu atro colum nas, u n a n o es relevante, tres cuartos están en el lím ite y
dos y u n cuarto c o rre sp o n d e n al tipo de an u n cio d e m i interés. U na
pu b licació n m ensual “seria” trae o cho páginas de anuncios. Las p u b li­
cidades de este tipo ocu p an el equivalente a dos páginas com pletas, es
decir, u n cu arto del espacio total, con cursos p a ra la práctica de escri­
tu ra creativa o el d esarrollo de com petencias verbales en u n lu gar más
31^ LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

p ro m in e n te , en co m p aració n con los cursos técnicos o vocacionales,


q u e el que o cu p an en el sem an ario “serio ”.149
N o dispongo de evidencia estadística de la cantidad de lectores a la
q u e llegan esas publicidades. Por cierto, su publicación d eb e ser cara y
seguram ente no serían tan com unes si no llegaran efectivamente a m u­
ch as personas. Es muy probable que, para el com prador, los productos
q u e se prom ocional! resulten bastante caros, y creo que en la mayoría de
los casos son m enos eficaces que la educación pública para adultos. Sin
em bargo, n o parece probable que la educación para adultos sea atrac­
tiva para esa clase de estudiantes. Sin duda, algunos responden a estos
anuncios sabiendo que ten d rán que esforzarse m ucho para alcanzar los
ten tadores objetivos prom etidos. Pero, p o r el tono de la publicidad, para
la m ayoría el “llam ado del estudio” o de “la cultura” es sólo alegórico.
La oferta, según parece, co m prende u n m étodo que con mágica rapidez
ayuda a b o rra r u na sensación de inferioridad no dicha. Está claro que
los anuncios de este tipo de los sem anarios o los m ensuarios “serios” no
están dirigidos exclusivamente a lectores de la clase trabajadora o la clase
m ed ia baja, pero estos constituyen su objetivo principal y, según distintos
estudios, logran llegar a un a gran cantidad de personas d en tro de ese pú­
blico; anuncios similares aparecen norm alm ente en revistas específicas
p a ra la clase trabajadora.

La d em an d a de cursojs del tipo que he ilustrado aquí es sólo una de las


m aneras en las que se p one de m anifiesto el deseo de ciertas personas
de incorporarse a unja vida culta. Podríam os advertir el mismo deseo
explorando las tendencias actuales de lectura. P or ejemplo, la lectura de
publicaciones culturales que en cierta form a es inadecuada, basada en
expectativas dem asiado fuertes y dem asiado vagas. En mi opinión, el in­
terés por las publicaciones serias es m ucho más com ún de lo que se pien­
sa. Suele h a b e r una línea continua en tre las propuestas para apren d er
form as “dinám icas de o ral iciad y escritura” y ciertas formas de p erten en ­
cia a una “intelectualidad de segunda línea”, o entre un interés obsesivo
y, con frecuencia, bastante extraño en u n a especie de panacea para curar

149 P o r si esas p ro p o rcio n es no c o rre sp o n d ieran a u n a sem ana típica, tam bién
estudié la página de anuncios de la m ism a publicación de la sem ana en
q u e revisé el p re se n te capítulo: tres colum nas y un cuarto, con siete avisos,
o cu padas con publicidades del tipo descrito. Los tres cuartos restantes, con
d o s anuncios qu e se en c u e n tra n en el lím ite.
RESORTES DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 1 5

los males del m undo (por m edio de u n m étodo) y u n a tendencia colosal


a tener opiniones sobre todo.
Para algunos, la hoy desaparecida John O ’L ondon ’s Weekly obviamen­
te satisfacía u na necesidad profunda, más aún, según creo, de lo que
la pro p ia publicación podía asegurar. O tros están orgullosos de leer a
J. B. Priestley y a escritores similares, p orque son “autores serios, con
m ensaje4'. Algunos h an aprendido que Priestley es u n escritor ”cle m edio
pelo” y lo m encionan con un dejo de desprecio. T ienden a leer literatura
que presenta grandes dosis de ironía y angustia: W augh, Huxley, Kafka y
Greene. T ienen la colección de escritos de Eliot publicada por Penguin,
así com o otros libros de Penguin y Pelican; com praban Penguin New Wri-
ting y ahora están suscritos a Encounter. A unque p o r m edio de reseñas o
artículos breves, saben algo de Frazer y de Marx; probablem ente tengan
u n ejem plar de la edición de Pelican de Psicopatología de la vida cotidiana.
A veces escuchan charlas que pasan en T h ird Program m e tituladas, por
ejem plo, “El culto del mal en la literatura con tem p o ránea”.
Algunos tienen una precaria participación en varios m undos cuasi
intelectuales. En esos casos, creen en la “libertad” y se o ponen al “au­
toritarism o”; saben de la existencia del Consejo Nacional de las Liber­
tades Civiles y leen New Statesman and Nalion. C onocen los argum entos
en contra de la postura de Alfred M unnings frente al arte m oderno, en
especial frente a la obra de Picasso. C onocen los argum entos sobre el
efecto degradante de la prensa p o p u lar y la corrupción de la publici­
dad. Ese tipo de análisis les resulta placentero, y el placer proporcionado
puede convertirse fácilm ente en u n a suerte de nihilism o masoquista. Se
desconciertan más de lo razonable cuando se topan con una oposición
“reaccionaria”, porque en ese caso se ven obligados a resolver en el afue­
ra problem as no resueltos d en tro de su p ropia personalidad. Todavía
disfrutan, aunque los avergüence, de ciertos placeres que su costado
consciente y culto censura p o r inadecuados. Sienten que com parten la
“tierra baldía”, la “angustia” de los intelectuales, p ero en realidad se en­
cu en tran en u n a tierra baldía diferente. H abiten la tierra que habiten,
sobrestim an la satisfacción de los intelectuales.
Muy pocos adquieren lustre, y necesitan d ar opiniones gratuitas sobre
todos los temas, lo que, com o ya he com entado, es u n a form a ligeram en­
te más intelectual de la “fragm entación”. Disfrutan dando opiniones, casi
siem pre ajenas, y em itiendo juicios al instante sobre cualquier cosa: la
bom ba atómica, “el lugar de la m u jer”, el arte m oderno, la agricultura
en G ran Bretaña, la p en a capital, “el problem a de la superpoblación”. Su
educación los ayuda a tom ar o asimilar una gran cantidad de tópicos de
3 1 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

los que no se apropian, a “ten er o piniones” de segunda, tercera o cuarta


m ano; los im pulsa a desarrollar u n a m irada superficial. Sabemos bien
que esto se puede transform ar en prom iscuidad intelectual; y la situación
de los que anhelan este tipo de conocim iento p ero carecen del bagaje o
la form ación necesarios para desarrollar las ideas o cultivar la im agina­
ción es p articularm ente desafortunada. Se aferran a u n pu ñ ad o de ideas
que no co m p ren d en del todo, p ero en general se sienten confundidos.
Leen las reseñas con más facilidad que los libros reseñados y term inan
adoptándolas com o sustitutos. Divagan p o r el superpoblado, sorpren­
dente y tantas veces engañoso m undo de las ideas com o los chicos en
su prim era visita a la casa em brujada de u n p arque de diversiones: no
quieren irse, están ansiosos p o r verlo y enten d erlo todo, p o r tener u n a
repuesta para tocio y p o r pasarlo bien, pero en el fondo, les d a m iedo.
En cierta m edida, h an perd id o el contacto con u n a form a de vida y
no h a n logrado ad q u irir aquella a la que aspiran. La pérd id a es m ayor
que la ganancia. Las casas de algunos de los que alcanzan u n equilibrio
aparente dicen m ucho sobre los dueños. N orm alm ente no exhiben la
falta de estilo y el deso rd en de la casa fam iliar ni tienen u n a decoración
llamativa similar. P o r lo general, se n ota que los dueños copian los estilos
que “hay que te n e r”, del mismo m odo que eligen sus estilos favoritos
en literatura; decid en la decoración según la necesidad de ser cultural­
m ente “personas gratas” y tienen cuidado de que sus casas no generen
la sensación “sofocante” típica de los hogares de la clase trabajadora ni
parezcan “acogedoras” com o las de la clase m edia. La decoración h a sido
pensada con cuidado, y el aspecto es más im portante que la funcionali­
dad. Estas personas com eten u n e rro r que h an copiado de la burguesía y
la clase trabajadora respetable, y es que los adornos llamativos y el estam­
pado de las cortinas m iran hacia el exterior en lugar de hacia el interior
de la vivienda. Los am bientes son iguales a los de otros miles de casas
de quienes buscaban recibirse de cultos al m ismo tiem po, y así la mayo­
ría tiene un aire público y anónim o, com o el de los m uebles sencillos y
sin ornam entos de la posguerra. En el diseño se inclinan p o r el efecto,
por alcanzar el nivel de los Koestler. Hay muy poco de desorden salu­
dable, de idiosincrasia natural, de elección según el gusto personal. No
hay liada vulgar, a m enos que cierta vulgaridad particular se ponga de
moda. Pocas cosas se eligen p o rq u e realm ente les gustan a quienes viven
en la casa, objetos com o aquel florero “llamativo” que la tía encontraba
“herm oso de veras”. La casa no posee nada auténtico, p orque no llega a
form ar p arte de la realidad de la vida. En cambio, indica u n a escisión de
la experiencia y, más im p o rtan te aún, expresa u n deseo.
RESORTES DESTEM PLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGAD OS 3 1 7

El análisis realizado en los párrafos anteriores es deliberadam ente


selectivo; p one de relieve u n a situación que, si bien afecta sólo a u na
p eq u eñ a m inoría, aclara algunos otros aspectos más generales de este
ensayo. Como m uchos de los detalles acerca de los hábitos de lectura y
otras costum bres, los he tom ado de mi propia experiencia, soy conscien­
te de la tensión en tre el deseo de describir mis propias debilidades y la
voluntad de justificarlas. Quizá, en general, p red o m ine el prim ero. En
consecuencia, parece que esa tensión es algo más fuerte en ciertas par­
tes, lo que po d ría im plicar que las personas con las características que he
expuesto son algo ridiculas, si no deshonestas:

Conocía tan bien a esa clase de personas... sus aspiraciones, su


falta de honestidad intelectual, su fam iliaridad con las tapas de
los libros .150

Hay algo de verdad en ello, pero es dem asiado duro, inflexible; más ade­
cuado sería pensar: “Q ué patético”, de no ser p o rq u e al pronunciar la
frase queda en evidencia u n a condescendencia injustificable. Las perso­
nas así suelen ser muy intensas, es verdad. Sus ansias p o r acum ular cul­
tu ra a veces van acom pañadas de u n aire de severidad y falta de hum or,
p ero nadie es tan severo com o sugieren los publicistas populares cuando
se m ofan del afán de superación personal. Sin em bargo, esa actitud m e­
rece respeto; en u n a época en que es tan fácil caer en u n a arrogante falta
de cultura, algunos conservan un am or idealista p o r “las cuestiones del
intelecto”. Detrás de las expresiones m enos felices de esa actitud suele
h ab er cierto idealism o o, m ejor dicho, u n a nostalgia p o r los ideales. Ese
tipo de personas se apoya con tanta fe en la cultura precisam ente poi que
la sobrevalora e incluso porque ve en ella u n sustituto de la creencia
religiosa, que ya no considera u n a opción viable. La religión le genera
desconfianza, lo mismo que el dinero y la “clase”. La cultura es u n signo
de bondad desinteresada, de la inteligencia y la im aginación em pleadas
p ara alcanzar la libertad y el equilibrio. Detrás ele las raras m aneras que
tiene de esforzarse, está el anhelo de la supuesta libertad, del pocler, del
control de sí mismo que tiene el hom bre “realm ente culto”. Q uizá se tra­
te de u n a falsa ilusión, pues espera más de la cultura de lo que esta puede
dar, pero es u n a ilusión que bien vale la p en a tener.

150 E. M. Forster, Howard’s End, A rnold, 1910.


31 8 LA CU LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDA D DE MASAS

E n este aspecto, la época tiene su influencia en los individuos con esas


características, al igual que en aquellos que dan a sus inseguridades una
form a más definida. Es muy fácil en co n trar justificaciones en el “espíritu
enferm o de nuestro tiem p o ” y, en cualquier caso, la frase ya tiene más de
cié n años; pero en p arte ellos son los “extraños” de Matthew Arnold, un
siglo después y enfrentados a un viento más frío:

Pero en cada clase nace u n a cierta cantidad de seres inclinados


a conocer lo m ejo r de sí mismos, con u na tendencia a ver las co­
sas com o son, a ro m p er las cadenas que los atan a las m áquinas,
a h acer que prevalezcan la razón y la voluntad de Dios, a perse­
guir, en u n a palabra, la perfección y esa inclinación tiende a se­
pararlos de su clase y hace que su característica distintiva sea su
humanidad. En general, la vida para estos seres no es sencilla .151

La fuerza interior, que A rnold no define, nunca sonó dem asiado convin­
cente, p ero la cita contiene u n a verdad im portante que sigue teniendo
vigencia aú n hoy. Algunos “extraños” de este siglo se sum aron en los
años treinta al P artido C om unista o a la U nión por la Paz o al Círculo
de L ectores de Izquierda o al Movimiento C om unitario o al Partido de
Crédito Social. P or lo general, iban en pos de una m eta, algo que es
m ás difícil de e n c o n tra r en los años cincuenta, aunque la voluntad sea
la misma. D esean “h acer algo” pero se sienten frustrados por la diver­
sidad y la m agnitud de los problem as que, según perciben, acechan a
su alrededor; p o r la sensación de que, aunqúe la expectativa parece ser
que tengan conocim iento de m uchas cosas y d en opiniones sobre temas
que deben p reo cu p ar a todo b uen ciudadano dem ocrático, no hay nada
que pu ed an h acer p ara solucionar ninguno de los problem as sobre los
que em iten juicios. En ju d e el Oscuro, H ardy clice de Ju d e que “Salvo su
alma, nada lo guía”, pero la luz del alma de los Ju d e actuales es pálida
y titilante, pues las dudas que albergan respecto de su p ropia capacidad
para tom ar decisiones firmes los vuelven inseguros. El mismo efecto tie­
ne la m ultitud de voces contradictorias, todas bien inform adas, seguras
y persuasivas, las voces que dicen “Sí, pero todo depende ” o “Esos son
sólo datos estadísticos y no se puede confiar e n las estadísticas” o “Es
nada más que lenguaje eimotivo”. Los intim ida la extrem a dificultad p ara
. decidir cuáles son las acciones m oralm ente correctas. Y lo p eo r de todo

151 M. A rnold, Cnllure and Anarchy, capítulo 3.


RESO RTES D ESTEM PLA D O S: N O TA SOBRE LOS D ESARRAIGADOS 3 1Q

es la destrucción de su pro p ia confianza debido al tem or oculto de que


los interrogantes fundam entales (¿Es esto bueno? ¿Es esto correcto?),
que a pesar de las dudas no pu ed en dejar de hacerse, no tengan ningún
sentido. Las últimas señales claras com ienzan a desaparecer en la niebla
de una relatividad infinita: ¿de verdad actúan siguiendo unos principios
o es sólo u n a apariencia? ¿Nos están tom ando el pelo? ¿Se engañan a sí
mismos? ¿Será que necesitan vitaminas? “Los m ejores carecen de toda
convicción”; estaríam os en presencia de la tragedia de los bienintencio­
nados si no fuera p orque la naturaleza de la situación no adm ite actitu­
des trágicas “de las que, en cualquier caso, los actores sospecharían” y
que raram ente les perm ite alcanzar la fuerza que requiere la tragedia;
N orm alm ente no se salen de zonas en las que “todo está p o r debajo del
nivel de la tragedia, excepto el apasionado egoísmo del que sufre ”.152
Se quedan con una honestidad letal y sin vuelo que m uchas veces se
manifiesta a m edias a través de u n a tím ida ironía dirigida a sí mismos.
Así y todo, sigue siendo honestidad, y en su rostro más com ún se aprecia
la incertidum bre de un niño en com pañía de u n extrañó. Es indecisa;
no espera n in g u n a fuente de entusiasm o y, sin em bargo, se lam enta de
que no la haya. Detrás de la timidez suele haber u n coraje m oral sumiso.
Está oculto porque este tipo de personas aprendió que si lo deja salir
se arriesga a ser objeto ele burla. La búsqueda de-alguna creencia, aun­
que disfrazada, y su constante fracaso puede inhibirlo em ocionalm ente
durante años. O cubre con un m anto de cinismo su deseo de creer en
algo, u n cinismo que adopta u na form a distinta del que afecta a muchas
personas de la clase trabajadora -a u n q u e se relaciona con este- y que es
más profundo. Aquí el cinismo se fortalece con la carga de conocim iento
adquirido inadecuadam ente. Si se h u bieran apropiado de ese conoci­
m iento, quizás el efecto no habría sido tan debilitante. H an tom ado sólo
lo necesario de las ciencias sociales, la antropología, la sociología o la
psicología social, para p ro p o rcio n ar u n com entario con connotaciones
negativas en la m ayoría de los casos. “¿Y qué m e dices de los polinesios?”
ha tom ado la posta de aquella p regunta clave: “¿Y qué me dices de los
rusos?”. Jueg an a en co n trar el talón de Aquiles a todo sin el bagaje in­
telectual que p o d ría esperarse de alguien que está siem pre listo para
desacreditarlo todo, y se rep rim en debido a la constante sospecha de
que todo ya lia sido descubierto. Son los pobres niños ricos de un m undo
con exceso de inform ación popularizada y fragm entada, y m ucho menos

152 G. Eliot, Middlemarch, libro 4, capítulo 42, sobre C asaubon.


3 2 0 LA CU LT U R A OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS

capaces de en co n trar relaciones d en tro de esa inform ación. Sin em bar­


go, puede h a b e r u n a especie de placer al sentir que son un cruce entre
Kingsley M artin y Tiresias, y en cierto m odo es posible disfrutar destapan­
do ollas con G raham G reene.
Dado q ue el cinismo es, en realidad, u n a nostalgia de creer en algo, se
advierte u n interés peculiar, no carente de envidia, por observar a otros
hom bres que están en el cam ino tortuoso y tenso de la búsqueda de
u n a creencia. A la vez, existe la etern a sospecha del engaño; los demás
p u ed en ser unos hipócritas; com o m ínim o hay u n resentim iento, porque
parece que no h u b iera posibilidades de una acción positiva y afirmativa:
“Sólo existen las diversas envidias, / todas ellas tristes”.
U nos pocos en cu en tran u n a cara pública apropiada: “No engaño a
nadie. No le quiero ‘v en d er’ n ad a a nadie. Pueclo hacer cosas mejores
que lam entarm e en público”. En la mayoría, ciertos rasgos faciales dicen
m ucho: la fren te arrugada, el ceño fruncido, las ojeras y, en especial, la
boca, cuyo labio inferior no cae, laxo, sólo p orque el superior lo sujeta
firm em ente. La p arte superior de la boca p roporciona u n frente para
disim ular las am arguras más profundas y d ar u n a im agen ele estoicismo
y tolerancia a la pérdida. Esa es la expresión más com ún que, com o casi
todas las dem ás, revela algo de autocom pasión y autoindulgencia. Con
la presión de todo esto dentro, con las eternas dudas dando vueltas en
la cabeza, es fácil verse a u n o mismo com o la versión del solitario héroe
byroniano. Desde el R enacim iento, desde Robinson Crusoe, desde Rous­
seau, h an surgido diversas form as de individualismo rom ántico y, en cier­
ta m edida, esta es u n a más, que m uchas veces se derrum ba en lo que a
respeto p o r u n o m ism o se refiere. Estos rom ánticos insatisfechos, si bien
se en cu en tran urgidos p o r la necesidad de em p ren d er el viaje, rara vez
sueltan am arras po rq u e ni siquiera tienen la convicción de que el viaje
sea realm ente necesario. En cam bio, se convierten en el am argado que
“p ro m e tía ” p ero n u n ca llegó a nacía.
Bajo el cinismo ap aren te y la autocom pasión se sienten perdidos, sin
propósito y con la voluntad debilitada. A veces creo que la situación es
más difícil cuando tien en en tre veinte y treinta años, p o rque ese es el
m om ento de la vicia e n que la búsqueda, casi siem pre infructuosa, de
satisfacciones en el cam po cultural e intelectual es más intensa. N or­
m alm ente esto cam bia después de los prim eros años de casados, pero al
principio, d u ran te u n año o dos, les parece que cayeron en u n a tram pa,
com o si p o r haberse casado fueran culpables de padecer u n a debilidad
burguesa y, p e o r aún, piensan que se dejaron atrapar y traicionaron su
pro p ia libertad. Del m odo en que lo tom an, el clima de la época les hace
RESORTES DESTEMPLADOS: N O TA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 2 1

bastante daño, p o rq u e les im pide entregarse al m atrim onio sin conside­


rables dificultades em ocionales. Con esto no m e refiero a las dificultades
inevitables que aparecen d u ran te las prim eras etapas de la vida en pare­
ja, sino a ap ren d er que es posible reconciliarse con las em ociones más
profundas sin necesidad de negarlas ni llevarlas flam eando com o una
bandera; ha llegado el m om ento en que d eben darse cuenta de que no
hay nad a malo en tratar de ser u n b u e n m arido y u n buen padre, que
uno p u ed e ser auténtico allí com o en cualquier otro aspecto de la vida.
La mayoría de los hom bres, en especial d urante los prim eros años de
la vida adulta, tiene u n a sensación de conciencia herida; “están en pe­
num bras, entre sombras de m uerte [...], aherrojados en la aflicción y
entre cadenas ”.153 Sus raíces fu ero n arrancadas para analizarlas con de­
m asiada frecuencia; se han convertido en huérfanos y vagabundos espiri­
tuales e intelectuales. Los interrogantes siguen apareciendo y, ju n to con
ellos, los tem ores de en co n trar las respuestas:

Preferim os la ruina al cambio.


Preferim os la m uerte en el terro r
a subirnos a la Cruz del m om ento
y ver m orir nuestras ilusiones .134

El idealism o soterrado y la indecisión e tern a se ocupan de que no re­


cojan los beneficios; en u n sentido fundam ental, les im porta, quieren
hacer lo correcto. En m uchos sentidos, son insignificantes, indulgentes y
lastimeros, pei'o la conciencia de sí mismos, con todas sus variantes, tie­
ne su atractivo y sus méritos. Muchos h a n resistido algunas de las peores
drogas; defienden algo. Y m ientras la sociedad avanza hacia el peligro de
reducir a la mayor parte de la población a u n a condición de pasividad re­
ceptiva obediente, pegada al televisor, a las fotos de m odelos pin-up y a la
pantalla del cine, los pocos que resisten ,155 que se hacen cuestionam ien-
tos profundos, tienen u n valor especial. En u n sentido fundam ental, sus
interrogantes nos afectan a todos, p o rq u e tienen que ver con la im por-

153 Libro de los salmos, 107, 10.


154 W. H. Auclen, The Age o/Anxiely, L ondres, F ab er a n d Faber, 1948.
155 ¿C uántos son los “pocos”? Del p rim e r n ú m e ro de London Magazinese
v endieron 30 000 ejem plares. Pienso q u e u n a gran p ro p o rció n d e los
c o m p rad o res eran personas de este tipo. E n el H liS 1954 se in d ica que unos
30 000 h o m b res solteros m enores d e 35 años de los grupos D-E leen The
Lislemr.
3 22 LA- C U LTU R A O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

ta n d a de las raíces, las raíces inconscientes, para todos nosotros com o


individuos; tienen que ver con las tendencias principales de la sociedad
actual, que llevan a la centralización y a u n a especie de dilución de las
clases; y tienen que ver con la relación entre las cuestiones culturales e
intelectuales y las creencias en torno a las cuales los hom bres tratan de
construir su vida. Los individuos que se cuestionan estas cosas están por
eso entre los tentáculos, aunque ahora m agullados, más sensibles de la
sociedad. El cuerpo principal no los tom a en cuenta, pero los síntomas
q u e m uestran nos representan a todos en cierta m edida. En la actuali­
dad, la conclusión del obispo Wilson es tan válida com o hace cien años:

La cantidad de personas que necesitan despertar es m ucho ma­


yor que la de los que necesitan consuelo .156

156 Citado en M. A rnold, Culture and Anarchy, capítulo 3.


Conclusión

Pensando en la m agnitud del mal generalizado, debería


sentirm e abatido p o r u n a deshonrosa m eláncolía, si no fuera
por la p rofunda im presión que tengo de que existen ciertas
cualidades inherentes e indestructibles en la m ente hum ana.
w i l l i a m w o r d s w o r t H j Prólogo a Baladas líricas

... U no sin dudas diría


que el ataque había term inado,
pero la criatura no m oría.
e d w i n m u i r , “El com bate”, en El laberinto

RESISTENCIA

Hasta ahora no m e he explayado sobre los cambios sociales po­


sitivos de los últimos cincuenta años, pues m e he centrado en los peligros
culturales que anidan en ellos. Desde luego, es imposible no alegrarse
p o r el hech o de que la mayor parte de la clase trabajadora esté en una
m ejor situación, que sus condiciones de vida hayan m ejorado, que tenga
u n m ayor acceso a la salud, u n a mayor cantidad de bienes de consumo,
más oportunidades educativas y otras cosas p o r el estilo. Lo que he ilus­
trado en los capítulos precedentes es que, a m enos que mi diagnóstico
no sea correcto, los cambios culturales concom itantes no siem pre son
para m ejor; de hecho, en m uchos aspectos im portantes, son para peor.
Tam poco m e he referido a la influencia de la “m inoría con conciencia
social” d en tro de la clase trabajadora, pues me detuve en la descripción
de las actitudes de la mayoría. Sin em bargo, no p retendo subestimar el
efecto de la “m inoría con conciencia social”, ni quiero decir que esa mi­
n o ría ya no esté presente hoy en día. Y com o esa m inoría ha tenido y es
probable (aunque no seguro) que siga teniendo u n a influencia en el
grupo totalm ente desproporcionada respecto del núm ero de individuos
que la conform an, es im portante decir algo sobre ella. Me refiero a per­
3 2 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

sonas que se dedican a actividades sindicales voluntarias y a quienes se


procuran educación p ara adultos, p o r ejem plo, en los cursos de la Aso­
ciación de Educación para los Trabajadores. U n a de las ventajas visibles
de la situación actual es que los m iem bros de la clase trabzyadora con
este tipo de intereses tienen m uchas más posibilidades de dedicarse a
ellos que en el pasado.
D urante el últim o siglo, este tipo de personas ha participado activa­
m ente -m uchas veces haciendo grandes sacrificios- en el desarrollo
del sindicalismo cu an d o este aún estaba en pañales, ha contribuido a
la representación o b rera en el Parlam ento, h a establecido conexiones
con el M ovimiento Cooperativista y ha sido u n pilar de las parroquias.
Son hom bres com o los que convocaron el congreso de la Asociación
Reform ista P arlam entaria del Partido de los T rabajadores de Leeds en
la década de 1860, con el fin de evaluar la conform ación de un organis­
mo nacional p ara llevar a cabo u n a cruzada p o r la reform a de ciertos
sectores de la industria. H om bres que colaboraron con la Federación
Socialclemócrata d e H enry H yndm an en la década de 1880 y con el Parti­
do Laborista In d ep en d ien te en la de 1890. H om bres que contribuyeron
al establecim iento del Comité de R epresentación de los Trabajadores
a principios del siglo XX, y con ello sentaron las bases de lo que sería
el Partido Laborista. D urante décadas se alinearon tras dirigentes como
Tom M ann, Ben Tillett, Keir H ardie o G eorge Lansbury. Muchos de ellos
realizan u n a labor política y sindical muy valiosa en la actualidad, e in ter­
vienen en las num erosas formas nuevas de relación entre los trabajado­
res y la p atro n al .Ir’7
D urante la segu n d a m itad del siglo XIX, sus lecturas eran amplias,
sólidas e inspiradoras. Leían libro tras libro de Morris y Ruskin. Leían
Progreso y pobreza, de H enry George (1881) y Merrie England, de R obert
Blatchford (1894). De Merrie England se vendieron más de un m illón de
ejemplares, la m ayoría de ellos a 1 penique; de Progreso y pobreza se ven­
dieron 60 000 ejem plares en cuatro años. Se suscribían a The Clarion,
el sem anario de Blatchford, en la década de 1890, y participaban en la
dirección del club Clarion de ciclismo o el Clarion Cenicienta, que ayu­
daba a los niños pobres. Algunos de ellos, ju n to con m uchos otros cu­
yos intereses no e ra n estrictam ente políticos, ingresaban en sociedades

157 El libro Generalion in Revoll, de M argaret M cCarthy, es un b u en relato


auto b io g ráfico de este tipo de personas y de su actividad d u ran te los años
veinte y trein ta, en particular en L ancashire.
CONCLUSIÓN 3 2 5

de socorro m utuo o institutos de m ecánica ,158 o asistían a los cursos de


extensión universitaria o participaban de alguna de las otras formas de
educación p ara adultos. C om praban los volúm enes de la Biblioteca Uni­
versal de Morley y otras colecciones baratas. In teg raban el conjunto de
13 000 com pradores de los prim eros dos volúm enes de la Historia ele In­
glaterra, de Macaulay ,159y el de 26 000 del tercero. Algunos años después,
leían a Shaw y estaban en tre los lectores de los dos m illones de ejempla­
res vendidos de las obras de H. G. Wells Esquema de la historia, universal
(1920), La ciencia de la vida (1931, escrito c o n j. S. Huxley y G. P. Wells) y
El trabajo, la riqueza y la felicidad de la humanidad (1932). A partir de 1929,
com praban las ediciones de 1 chelín de la B iblioteca de Pensadores de
W atts.lt>() Para algunos de ellos, el establecim iento de los servicios educa­
tivos de las Fuerzas A liñadas d u ran te la S egunda G uerra M undial tenía
u n propósito y u n sentido. H acen b u en uso de las bibliotecas públicas y
son frecuentes, atentos y críticos radioescuchas de T hird Programme.
T ienen el hábito de com prar ejem plares de Pelican, y h an ayudado a un
au tor de Penguin a llegar al millón de ejem plares con diez ele sus títulos.
H an contribuido al aum ento de ventas de los diarios y periódicos “serios”
y a la expansión de la educación para adultos o de tiem po parcial organi­
zada p o r instituciones n o gubernam entales, universidades y autoridades
educativas locales d u ran te la p o sguerra .161
En Inglaterra y Gales hay hoy actualm ente alred ed o r de 150 000 p er­
sonas que participan de los cursos de educación liberal, no ocupacio-
nal, en disciplinas hum anísticas, p reparados p o r organism os no guber­
nam entales y departam en to s de extensión universitaria; representan a
u n o de cada 200 m iem bros de la población a d u lta .11’2 La Asociación de
E ducación p ara los T rabajadores tiene alred ed o r de 90 000 alumnos;
el m ayor grupo (16 000 alum nos), más allá d el de aquellos que se ocu­
p an de tareas del h ogar y enferm ería, está constituido p o r trabajadores

158 En 1861 había m ás de mil institutos en Inglaterra, que acogían a unos 200 000
alum nos.
159 Las cifras de ventas están tom adas de David T h o m p so n , England in llie
Nineleenlh Cenlury, 1815-1914.
160 L a colección lleva vendidos más de tres m illones de ejem plares. E ntiendo
q u e hay u n a d e m a n d a cada vez m ayor de este tipo de libros en las colonias
británicas q u e p ro p u g n a n el autogobierno.
161 En 1952, en G ran B retaña, alre d e d o r de u n o d e cada 45 m iem bros de la
p oblación asistía a algún tipo de curso no o cu p acio n al (no necesariam ente
d e m aterias d e las llam adas “liberales”) (E studio de Derby, pp. 34-37).
162 Cifras tom adas de The Organisalion andFinance o f A dull Educalion (“Inform e
Ashby”), p. 14 (rep ro d u cid as con perm iso d e la editorial).
326 LA C U LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

m anuales. La cantidad total no es m uy grande, p ero h a aum entado sig­


nificativam ente desde antes de la guerra, y es casi seguro que seguirá
au m en tan d o si se destina más dinero a estas actividades. Sin em bargo,
es probable que siga creciendo al m ism o ritm o, sin saltos cuantitativos
im portantes. Los problem as de fondo que afectan a la Asociación po­
d rían deducirse de lo planteado en los capítulos precedentes. Ellos son:
la necesidad de au m en tar la p roporción de estudiantes que optan por
u n a form ación universitaria más larga y profunda, y la necesidad de con­
tar con u n a m ayor p roporción de estudiantes de clase trabajadora. Hoy
p o r hoy, las presiones sociales y los deseos personales de adquirir edu­
cación p o r cu en ta p ropia no son en absoluto acuciantes ni evidentes.
Los p roductos de los publicistas populares se ofrecen con m ucha más
vehem encia que en los comienzos de la educación liberal para adultos,
hace más de m edio siglo. La dificultad ya no h a de hallarse en las ca­
rencias m ateriales de la clase trabajadora sino en la oferta excesiva de
m ateriales de u n solo tipo. En bu en a m edida, las barreras económ icas
de la enseñanza h an sido derribadas, p ero todavía queda u n a batalla
p o r librar, c o n tra los miles ele voces de sirena que ofrecen productos
banales y artificiales. La Asociación de E ducación p a ra los Trabajadores
tiene la obligación de pen sar todo el tiem po nuevas formas de llegar
a los estudiantes de la clase trabajadora carentes de form ación previa.
Pero u n o de sus ingredientes fundam entales debe ser la disciplina que
b rin d a a los estudiantes, opuesta a la trivialización, la fragm entación y la
ab u n d an cia de opiniones fáciles que caracterizan a las producciones del
en treten im ien to popular. La posibilidad ele in teresar a la cantidad más
n um erosa de m iem bros de la clase trabajadora que no se siente particu­
larm ente atraíd a p o r la actividad intelectual q u e d a fuera del alcance de
la A sociación en su estructura actual.
H em os visto que los com unicadores populares p rete n d en alentar a
la clase trabajadora a subestim ar a la “m inoría con conciencia social”,1,13
pues su sola presencia, su alejam iento de la dieta establecida y su búsque­

163 Se m e o cu rre n dos ejem plos recientes para ilustrarlo: a) no hace m ucho se
negó a u n estudiante de la Asociación de E ducación p ara los T rabajadores
la concesión de un peq u eñ o estipendio p ara estu d ia r litera tu ra en un curso
d e verano p o rq u e la com isión educativa del sindicato co rresp o n d ien te
consideró que el tem a no era relevante p ara los intereses sindicales; b) la
p ro p u e sta de u n curso de filosofía p ara estibadores q u e había d espertado
interés e n tre los posibles alum nos de la zona fue rechazada p o r el organism o
co rre sp o n d ien te con sede en L ondres p o rq u e “el tem a no será de ayuda para
los estibadores”.
C O N C L U SIÓ N 3 2 7

da de alim entos más nutritivos son u na am enaza tácita para los propios
com unicadores. El estudiante curioso y concienzudo de clase trabajado­
ra es u na presa fácil: las personas que insisten en adquirir conocim iento
contra viento y m area (ya se trate de adversidades materiales o contrarie­
dades m enos tangibles) pu ed en parecer aburridas y dem asiado preocu­
padas. En m i opinión, nunca está de más destacar la im portancia de este
tipo ele personas para la sociedad, personas dispuestas a dedicarse al es­
tudio, m uchas veces luego de toda una jo rn a d a de trabajo y en condicio­
nes inapropiadas, inspiradas por la idea (a veces disfrazada de otra cosa)
del p o d er y la virtud del conocim iento.
Es u n a v erdadera pena, entonces, que se ofrezca tan poco del tipo
de m aterial que necesitan esas personas. Lo que quiero decir con esto
es que se necesitan más periódicos que no sean populares en ninguno
de los sentidos de la p o pularidad analizados; que sean, en cam bio, in­
teligentes y profundos, y que sin em bargo p artan de u n a base que a los
lectores les resulte familiar. El tem a es com plejo y, si lo traigo a colación
aquí, es p o rq u e g u ard a relación directa con m uchos de los temas tra­
tados. La “m in o ría con conciencia social” que va en busca de cultura y
bagaje intelectual hoy acaba leyendo periódicos que tienen los mismos
defectos que los cientos de publicaciones populares, aunque adoptan
otras form as, a veces más sutiles (uso espurio del concepto de “libertad”,
“opiniones” sobre todo en lugar de “fragm entación”, un a especie de ci­
nism o que ad o p ta la form a de u n a cierta “com plicidad”); o diarios que
satisfacen los deseos de quienes están ávidos p o r consum ir los productos
culturales de m oda, equivalente cultural del interés p o r la vestim enta al
que responden las revistas de m oda más elegantes; o publicaciones cuyo
tono es dem asiado oblicuo pai'a todos, salvo p ara una pequ eñ a fracción
de lectores. U na cierta cantidad de lecturas “prestigiosas” de periódicos
serios es, p o r u n lado, inevitable y, p o r el otro, no es algo para lam en­
tar autom áticam ente: p u ed e ser u n escalón en la escalera que lleve a
una lectura con discernim iento. Si se da en exceso, sin em bargo, como
creo que o curre en la actualidad, es probable que alguna necesidad esté
q u ed an d o sin cubrir, que se esté desperdiciando una oportunidad va­
liosa. Me p reg u n to en qué m edida esta carencia es p roducto de la falta
de com prensión de la situación de la m in o ría intelectual dentro de la
gente com ún; hasta qué p u n to m uchos de quienes se dedican a la difu­
sión de ideas co m p ren d en la urgencia y la utilidad de las necesidades
de esa m inoría que recu rre a ellos en busca de ayuda. In ten tar resolver
este p roblem a p u e d e llevar a m uchas posturas equivocadas; 110 es fácil
en co n trar u n a plataform a aceptable sin caer en ocasiones en la moji­
3 2 8 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

gatería o la solem nidad. No obstante, la situación actual no invita a la


satisfacción .164
A riesgo de p arecer u n rep artid o r de prem ios y castigos, debería agre­
gar que los m iem bros del “grupo salvador”, en su participación directa
en la acción social com o p arte del “m ovim iento de los trabajadores”, no
suelen estar preparados ad ecuadam ente para reconsiderar sus objetivos.
Al referirm e a su labor de reform a social, hice hincapié en el hecho de
que no actuaban movidos p o r la adquisición de bienes m ateriales sino
p o r la necesidad de satisfacer deseos superiores en la clase trabajadora,
satisfacción que se conseguiría más fácilm ente u n a vez resueltas algunas
dificultades m ateriales. Hoy en día es fundam ental que esta m inoría re­
considere su posición, en tien d a que las ideas p o r las que lucharon sus
predecesores co rren peligro, que las m ejoras m ateriales p u ed en usarse
para p red isp o n er al cuerpo de la clase trabajadora a aceptar u n a form a
m ezquina de m aterialism o com o filosofía social. Si la m inoría activa si­
gue perm itiéndose pensar exclusivam ente en objetivos políticos y eco­
nóm icos inm ediatos, la ju g a d a cultural se hará a sus espaldas. En ciertos
aspectos, el pro b lem a es más grave que aquellos a los que debieron hacer
frente las generaciones anteriores. Es más difícil im aginar los peligros
del d eterioro espiritual. Son peligros más difíciles de com batir, como
fantasmas en el aire sin u n a entidad corpórea que inspire coraje y deci­
sión. Las consecuencias las disfrutan precisam ente aquellos que u n o cree
que reciben los efectos adversos. Es más fácil p ara unos pocos generar
m ejoras en las condiciones m ateriales de la vida de m uchos que desper­
tar a esos m uchos del estado hipnótico que p ro d ucen las satisfacciones
em ocionales inm aduras. A las personas que están en esta situación se les
debe en señar de algún m odo a proporcionarse su p ropia ayuda.

Pese a la gran im portancia de la “m in o ría con conciencia social”, sería


erró n eo cerrar con u n análisis de su situación u n libro dedicado princi­
palm ente el estudio de las actitudes de la mayoría. Ya he indicado que la
m adurez a la que pu ed e llegar la m ayoría no se nu tre necesariam ente de
u na educación su perior ni se expresa en la esfera política. Tam bién es
im portante reco rd ar la resistencia a las nuevas formas que se en cuentra

164 Hay alg u n o s datos alentadores: p o r ejem plo, m uchas de las características de
The Lislener, o el h ech o de que varios de los sem anarios y diarios dom inicales
d e calidad aceptable ten g an u n o o dos redactores cuyo en fo q u e es de un a
ad m irab le p e rtin en cia p ara las necesidades q u e he descrito, o algunos
p ro g ram as de radio y televisión sobre tem as sociales o políticos.
CONCLUSIÓN 3 2 9

en la m ayoría de las personas, u n a resistencia pro p ia que se expresa,


com o siem pre, en térm inos personales y concretos. Es necesario destacar
la fuerza con la que se aferran a gran p arte dé lo que tiene valor en las
actitudes “más antiguas”, y asimilan y adap tan gran parte de lo que és
nuevo y p uede, a p rim era vista, p arecer perjudicial.
Después de todo, siem pre se corre el riesgo de exagerar en los ensayos
de este tipo. Está el peligro de ir alejándose poco a poco de la percepción
cotidiana de la variedad y la com plejidad de la naturaleza hum ana. En
este caso en particular, tal com o m encioné al com ienzo, está el peligro
de no con ced er im portancia suficiente a la m itigación de las influencias
del o rd e n más antiguo, de pasar p o r alto los aspectos m enos admirables
de ese o rd en y los más encom iables del nuevo. Al analizar las publicacio­
nes populares, tendem os a asignarles autom áticam ente, dada su enorm e
cantidad, u n lugar p ro m in en te en el p an o ram a general de la experiencia
hum ana, más pro m in en te del que en realidad ocupan. En las áreas en las
que hacen sentir su efecto con más intensidad, ese efecto es dañino; en
ciertos aspectos más generales de la experiencia tam bién p u e d en tener
efectos adversos, pero allí son más lentos, pues otras fuerzas los contie­
n e n y neutralizan u n a y otra vez. La vida de las personas no es tan pobre
en el plano de la im aginación com o parecería indicar la literatura que
leen. Lo sabemos p o r experiencia. La m ayor parte del entretenim iento
p o p u lar contem poráneo favorece la m olicie; no obstante, en buen a m e­
dida, la vida guarda escasa relación con él. Están las guerras y el m iedo a
la guerra; está el m u ndo del trabajo, de las relaciones, de las lealtades y
las tensiones; las obligaciones del h o g ar y la adm inistración del dinero;
los lazos y las exigencias del barrio; la en ferm edad y el cansancio, y el
nacim iento y la m uerte; hay todo u n m u n d o de recreación en el ám bito
local. P o r eso he intentado h acer u n a descripción m eticulosa de la vida
cotidiana de la clase trabajadora en la p rim era parte de este libro: para
que el análisis detallado de las publicaciones de la segunda p arte queda­
se enm arcado en u n paisaje de tierra firm e y rocas y agua.
Así, en la vida de las personas de la clase trabajadora todavía hay m u­
cho de u n a form a de vida h o n ra d a que transcurre d en tro del cam po
de lo local, lo personal y lo com unitario. Está p resente en las formas
del lenguaje y de la cultura (en los clubes de trabajadores, los estilos
de las canciones, las bandas musicales, las revistas más viejas, los juegos
de grupos más pequeños com o los dardos o el dom inó), y en las actitu­
des que se expresan en la vida diaria. El m atrim onio y el h ogar siguen
ten ien d o u n papel central, más im p o rtan te de lo que solemos creer. El
concepto de tolerancia p u ed e deform arse hasta convertirse en falta de
330 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SO C IED A D DE MASAS

discernim iento, p ero todavía es útil en m uchos aspectos, pues funciona


más como u n a form a de caridad que com o u na debilidad. El acento en
lo p erso n al p uede m al i n te rp r e tars e , p ero todavía p u e d e proporcionar
u n a tensión interesante y muy necesaria cuando la vida se torna pública
y uniform e. El escepticismo y el inconform ism o p u ed en distorsionarse
hasta transform arse en cinismo, p ero tam bién adoptan formas útiles,
en especial en relación con la gran capacidad de la clase trabajadora de
ig n o rar en silencio, de m ostrarse afectada sólo en apariencia, de dejar
que todo le “resbale”. Otras características del mismo estilo perm iten
percibir, y con frecuencia rechazar, la negación de la vida en quienes
p arecen te n e r buenas intenciones y en los que sólo actúan p o r interés;
p erm iten advertir, incluso en cuestiones en las que rein a la confusión,
la falta d e vitalidad conocida y adm irada. Con ellas va tam bién la capa­
cidad de absorber lo que se quiere y dejar que el resto siga su curso,
sin com prom eterse en lo p ro fu n d o , y de seguir aferrado al tim ón de
la ética q u e obliga a presentar los nuevos m ateriales con un barniz m o­
ral, p o r m ás que este sea superficial. Y tam bién la capacidad de seguir
“a g u a n ta n d o ”, no p o r pasividad sino p o rq u e ese es el p u n to de partida,
la expectativa de que es m ucho lo que hay que soportar en la vida y
su corolario, que hay que so portarlo con alegría. La alegría tam bién
se m enosprecia, se convierte en u n a som bra acom plejada de sí misma,
p ero en algún sentido, es p o rta d o ra de energía. El p o d e r de p ro ducir
com ediantes com o N orm an W isdom es p ru e b a de ello. T am bién lo es
la ridiculización joco sa que surge com o respuesta a ofertas que van muy
p o r delante del gusto de la época; p o r ejem plo, la risa que provocan los
guiones o los tonos de voz de ciertos anuncios publicitarios y noticieros
de cine. T odas estas actitudes se fu n d an en u n fuerte sentido del respe­
to p o r u n o mismo, que, en m uchos casos, no es sino o tra form a de los
todavía ingentes recursos m orales de la clase trabajadora. En resum en,
esos recursos perm iten ig n o rar m uchas cosas y hacer que m uchas otras
parezcan m ejores de lo que son, seguir in tro d u cien d o la propia visión
en lo que p o d ría no m erecerla, com o se ha hecho d u ra n te décadas en
relatos y canciones com erciales. Así, la clase trabajadora se ve m ucho
m enos afectada de lo que p o d ría estar. La p reg u n ta del millón, claro
está, es cu án to más du rarán las reservas de ese capital m oral, y si se las
está renovando adecuadam ente. A un así, debem os te n e r cuidado y no
subestim ar sus efectos en el presente.
El párrafo precedente po d ría p arecer dem asiado optim ista si pusiéra­
mos el foco sólo en los más jóvenes. Luego recordam os cuántas personas
de la clase trabajadora vuelven a las viejas actitudes después de los años
C O N C L U SIÓ N 3 3 1

de rara libertad de la adolescencia, el noviazgo y los prim eros años del


m atrim onio; cuántas de las invitaciones al cambio más triviales se descar­
tan, aunque algunas de las nuevas m aneras acom pañen a cada genera­
ción hasta la m adurez. En u n m om ento estuve tentado de creer, por oír
la frase m uy a m enudo en tre mis tías cuarentonas, que toda m ujer de la
clase trabajadora de en tre 40 y 50 años decía aquello de “Cada día me pa­
rezco más a m i m adre en mis ideas”. H abía cierta adulación en aquellas
palabras, y a veces la frase se utilizaba com o justificativa de la estupidez y
la falta de esfuerzo para pensar p o r cuenta propia. Sin em bargo, indica­
ba tam bién la fuerza de las actitudes antiguas y, en térm inos generales,
frente a las voces que hoy se elevan, resulta positiva.
E 11 gran m edida, pese a tanto entreten im ien to em paquetado y tanta
producción enlatada, la voluntad de expresarse librem ente y p o r uno
mismo haciendo o rep aran d o cosas sigue existiendo. El “hacer peque­
ños arreglos en la casa” sigue teniendo m ucha vigencia, incluso cuando
el m arido n o es muy “d u c h o ” en ese ru b ro .165 En parte, se espera de él
que haga esos trabajos p o rq u e no hay d inero o no se tiene el hábito de
llam ar a u n profesional, un carpintero, u n plom ero o un pintor. Pero
tam bién p orque esos trabajos form an p arte de la vida en el hogar; papá
p u ed e no ser de los que fabrican sus propias alfombras o los juguetes de
los chicos, pero es probable que arregle u n a canilla o cambie la cadena
de la bicicleta del hijo. Sobre todo en invierno, m uchos buenos esposos
se entretien en haciendo trabajitos de ese tipo p o r la tarde.
De ahí al h om bre habilidoso p ara los arreglos de la casa y los oficios
y pasatiem pos p ropiam ente dichos hay u n paso. Los m ostradores de los
quioscos de periódicos p ara la clase trabajadora están llenos de lo que
en la je rg a suele denom inarse “publicaciones de pasatiem pos”. Las hay
de todo tipo: Noticias para el Pescador, Aves ele Jaula, Fanáticos de las Aves,
Pequeños Agricultores, Jardinería para Todos, Mecánica Práctica, Carpinteros a
la Obra, En Dos Ruedas... En total, existen alrededor de 250 revistas dedi­
cadas a deportes, pasatiem pos y en tretenim iento. Dos son sobre peces,
siete sobre anim ales domésticos y aves de jaula, u n a sobre cam panología,
diez sobre distintos aspectos de la pesca, varias de ciclismo y de perros, y
más de veinte sobre pasatiem pos y artesanías en general. U na gran can­

165 El considerable au m en to en la disponibilidad de m ateriales y herram ientas


d e “hágalo usted m ism o” de los últim os años, fruto del perfeccionam iento de
las técnicas y la m ayor centralización, parece h a b e r llegado principalm ente a
los ho m b res de clase m edia baja y a los trabajadores calificados, p ero no a la
m ayoría de los trabajadores.
3 3 2 LA CU LT U R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

tidad de ellas está dirigida a la clase trabajadora, o a lectores de clase tra­


bajadora y clase m edia baja. En esas actividades, tal como suele señalarse,
los trabajadores expresan sus gustos personales y actúan voluntariam en­
te, con total libertad. El trabajo suele ser poco exigente y em brutecedor;
en cambio, en la in teg rid ad y devoción con que se dedican a estos oficios,
p o r más curiosos que sean, p u ed en llegar a ser especialistas.
Tam bién debe m encionarse aquí la persistencia de la afición p o r la
horticultura, que se practica en canteros colocados en el alféizar de la
ventana o en el patio del fondo, que suele estar muy cuidado, o en los
huertos ubicados detrás de las vallas de la calle principal, al costado de
las vías del tren o en franjas de tierra de unos 250 m etros cuadrados que
se alquilan a precios nom inales de acuerdo con la Ley de A rrendam iento
de 1922 (“T odo ciudadano que desee y esté, en condiciones de practicar
la horticultura e n u n terren o de arren d am ien to ten drá derecho a que se
le provea d e u n o ”) . C om o ya he explicado, cuando se m udan a u n nuevo
complejo, las familias de clase trabajadora suelen no utilizar el ja rd ín pri­
vado; están acostum bradas a los p equeños y sucios terrenos encajonados
p o r las moles de cem ento de los edificios, y se sienten abrum adas frente
a tierras vírgenes de m ayores dim ensiones que los huertos de arrenda­
m iento, y lim itadas p o r la interm inable sucesión de parcelas vírgenes,
igualm ente salvajes y vacías. Es cierto que el interés p o r la horticultura
nunca afectó más que a u n a m in o ría y que los huertos, así com o la pesca,
van perd ien d o adeptos. A un así, hay todavía u n m illón y m edio de h uer­
tos cultivados en el país .11’6
Por otro lado, el interés p o r los animales y las aves no sólo sobrevive
sino que e n algunos rubros va en aum ento. Los galgos y los galgos ingleses
son perros que van p e rd ien d o popularidad, excepto en unas pocas zonas
m ineras en las que se los cría con fines comerciales; los canarios tam poco
gozan del beneplácito de las familias de la clase trabajadora, pero otras
aves, en particular las cotorritas, sí. El Estudio de H ulton indica que las
aves son mascotas más populares en la clase trabajadora que en otras. En
Gran B retaña hay alred ed o r de m edio m illón de colom bófilos ,167 perte­

166 Véase el HRS, 1952, p. 42.


167 E n tre los clubes d e colom bófilos se e n c u e n tra n la U nión N acional de
Criadores de Palom as M ensajeras y el Club Aviario Nacional; hay tam bién u n a
asociación escocesa, u n a galesa y u n a del n o rte de Inglaterra. La revista The
RacingPigeon tiene unas ventas netas de 43 500 ejem plares (fuente: Adverlisers’
Annual, de 1956). La colom bofilia representa unos ingresos de 2 000 000 de
libras al año en G ran Bretaña. El ed ito r de The RacingPigeon m e com entó que
de u n m an u al de instrucciones se vendieron alred ed o r de 110 000 ejem plares
c o n c l u s ió n 333

necientes a unos mil clubes, que habitualm ente tienen su secle en el pub
de la zona. Los m iem bros pagan u n a cuota anual de alrededor de 1 libra,
más 1 chelín p o r cada palom a que llevan a concurso. Son los dueños de
las palomas m ensajeras que los guardias ferroviarios liberan al final de
los andenes los sábados; con la gorra puesta, u n ojo apuntando al cielo
y u n cronóm etro en la m ano, esperan que sus aves vuelvan dulcem ente
al anochecer.

Gran parte de lo dicho aquí puede tom arse com o indicio no de respues­
tas positivas sino de m era resistencia. Sin em bargo, tam bién hay una
sorpren d en te cantidad y variedad de actividades com unitarias entre los
jóvenes, organizadas p o r grupos que van más allá de la banda de la esqui­
na: clubes y asociaciones de jóvenes, asociaciones cristianas de m ucha­
chos o de chicas, centros com unitarios, centros deportivos y sociedades
de adeptos a u n d eterm inado pasatiem po, clubes de fútbol, rugby o cric­
ket (algunos de ellos barriales, sin apoyo oficial) y divisiones locales de
estos y otros deportes. M uchas de esas actividades están financiadas por
“ellos”, pero no sobrevivirían si no despertaran u n entusiasm o intenso
y genuino en la clase trabajadora. A ellas podem os sum ar otras que no
cuentan con apoyo oficial, com o las excursiones en autobús, ejem plo no­
table de adaptación espontánea a la vida en la ciudad. O podem os pen­
sar en la form a en que la clase trabajadora de la ciudad utiliza los baños
públicos. Basta con ir después de las cuatro de la tarde durante el año
escolar o u n sábado. H uelen a p roductos quím icos, son trem endam ente
angulosos y resbaladizos, y en los bordes se observa u n a cierta suciedad.
Pero fen ellos resuena el bullicio de los niños de la clase trabajadora, que
se em pujan y se zam bullen, y están azules ele frío p o rque casi todos ellos
se quedan dem asiado tiempo.
Tam bién está la gran p o pularidad de la que todavía gozan las excur­
siones al cam po, en especial d u ran te los festivales de primavera. En la
década de 1930, la actividad favorita era el excursionism o, que, si bien en
mi opinión era más característico de la clase meclia baja, tam bién atraía
a los trabajadores, que exploraban los valles, las colinas y las llanuras,
p o r suerte n o tan alejados de los centros urbanos en los que habitaban.
Si las cam inatas no son del tocio típicas de la clase trabajadora, sí lo son

(algunos detalles están tom ados de E dgar Ainsw orth, “T h e W inged Fancy”,
Pidiere Pos!, 21 de noviem bre de 1953).
3 3 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

las bicicletas.168 U n signo de la llegada de la adolescencia es el permiso


de los padres para adquirir u n a bicicleta m ediante el sistema de com pra
a plazos, pagándola con parte del estipendio sem anal. Luego se sale los
fines de sem ana, con algún amigo que tam bién tenga una bici, o con esos
grupos heterogéneos que atraviesan la ciudad cada dom ingo y llegan
h asta la term inal del tranvía. A m uchos jóvenes les gusta “quedarse en
el sobre” los dom ingos p o r la m añana, pero m uchos otros salen a andar
en bicicleta. La cantidad de m iem bros de los dos clubes de ciclismo más
im portantes no constituye u n indicio real de la cantidad de personas que
a n d a n en bicicleta, pero sí de los que se tom an en serio el ciclismo: son
u n o s 250 000. Q uienes buscan com pañía, ejercicio y u n a “linda salida” se
asocian al Club de Cicloturism o (o a sus equivalentes locales), m ientras
q u e quienes prefieren la com petición p erten ecen a la U nión Nacional
ele Ciclismo, con sus cuadros, ruedas y sillines especiales, y su botella de
alum inio p ara el agua colgando del m anubrio ergonóm ico. Los socios de
la U nión Nacional rara vez saben si u n a ruta pasa p o r u n a ciudad o por
u n parque nacional, pues no les interesa hacer turismo. Los cicloturistas,
p o r su parte, van charlando o se detienen a ju g a r a la pelota, sin prestar
atención al paisaje o a los m onum entos antiguos que se les presentan.
T am bién ellos obtien en lo que están buscando: com pañía, ejercicio in­
tenso y aire fresco. Los dos clubes fueron fundados en 1878; desde en­
tonces, el ciclismo se h a vuelto muy p opular en tre los m iem bros de la
clase trabajadora. Su popularidad es evidencia im p ortante de que la clase
trabajadora u rb an a pu ed e reaccionar positivam ente ante las circunstan­
cias clel en to rn o y aprovechar los beneficios de la producción en masa.
Quizá todo esto sea de poco peso al po nerlo en la balanza con las
fuerzas descritas anterio rm en te, pero considero que, de todos modos, es
im portante. La clase trabajadora ha sobrevivido al cam bio de un entorno
ru ral a u n paisaje u rb an o sin convertirse en un triste lum pem proletaria-
do; en el últim o m edio siglo ha pasado p o r otros cambios igual de peli­
grosos, y tam bién h a sobrevivido. Pensando en todo lo que ha soportado,
m e viene a la m ente u n a cita de El rey Lear. “Lo adm irable es que hayan
podfdo so portar tan largo tiem po”. Ante el ejem plo más sorprendente
ele todo lo que h a “ag uantado” y todo lo que se ha dicho aquí sobre

168 De acu erd o con el ÍIR S 1952-55, ha hab id o u n p e q u e ñ o descenso en la


p o p u larid ad del ciclismo en todas las clases sociales en los últim os años.
Los ho m b res de los grupos D-E siguen siendo los principales usuarios de
bicicletas de todas las clases (40% ); las m ujeres d e los grupos D-E usan la
bicicleta con u n a frecuencia un poco m e n o r q u e las de otras clases.
C O N C LU SIÓ N 335

las form as positivas en las que ha reaccionado ante cada nuevo reto, se
advierte u n a vez más que no se trata de m era resistencia sino de una for­
taleza positiva. Lo adm irable no es todo lo que queda, sino tocio lo que
nace con cada nueva generación.

RESUMEN D E LAS TENDENCIAS ACTUALES DE LA CU LTU RA DE MASAS


La resistencia de los individuos y los grupos locales es saludable e im por­
tante. Sin em bargo, hacer dem asiado hincapié en ella podría ser otra-
form a de autoindulgencia democrática: dejar de lado todo indicio de
presiones cada vez más peligrosas m ediante la referencia a la sensatez
innata del hom bre, señalar que las personas persisten en el. hábito de te­
ner vidas que de ningún m odo exhiben el desarraigo y la superficialidad
a los que las invitan las nuevas influencias, y d educir de ello que siempre
será así, que “la naturaleza h u m an a siem pre prevalecerá”, que podemos
“confiar en la honestidad de la gente com ún”, que salvará a los hom bres
de los efectos negativos, que la resistencia de la naturaleza hum ana ga­
rantizará que “el ser hum ano siem pre sea h u m a n o ”.
Q ueda p o r resum ir aquí la dirección general en que parece estar de­
sarrollándose actualm ente la cultura de masas. Como en el resto de este
ensayo, tom aré los ejemplos principalm ente de las publicaciones. No
obstante, con las m odificaciones pertinentes en lo referente a los de­
talles, las conclusiones po d rían aplicarse tam bién a las tendencias que
se observan en el cine, la radio y la televisión (en particular, los medios
com erciales), y tam bién en la publicidad de gran escala.

Especialm ente d u ran te las últimas décadas, ha aum entado de form a no­
table el consum o de m uchos productos destinados al entretenim iento ;11’9
dicho aum ento es absoluto y no sólo proporcional al crecim iento de la
población. En parte era inevitable, dados él aum ento de la capacidad
técnica para proveer en tretenim iento en gran escala y la mayor disponi­
bilidad de dinero en una gran parte de la población. El aum ento en sí

169 En el país, en 1952, la asistencia prom edio al cine para la población en .su
c o n ju n to era de 27 veces, un prom edio m ayor que el de los Estados Unidos.
El gasto en cine en el m ism o añ o fue de a lred ed o r de 3 chelines p o r sem ana
p o r cada fam ilia del país. En la actualidad hay u nos 4600 cines en Gran
B retaña. El g rupo que va al cine con más frecuencia es el com puesto por
m iem bros de la clase trabajadora de en tre 16 y 24 años (véase Estudio de
Derby, pp. 121-123).
3 3 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

no tiene p o r qué ser condenable; había espacio para que ocurriera. Sin
em bargo, en cierta m edida, sus proporciones parecen estar determ ina­
das no p o r la satisfacción de necesidades que no estaban cubiertas sino
p o r los más influyentes ejercicios de persuasión de quienes ofrecen el
entretenim iento.
Así, en el últim o siglo, la cantidad total de publicaciones de todo tipo
en G ran B retaña h a pasado de unas m il a unas cinco m il .170 Desde luego,
era ele esperar que h u b iera u n aum ento significativo en u n siglo en el
que u n a nación con m uchos habitantes atravesó procesos de alfabetiza­
ción e industrialización. Sin em bargo, la m ayor parte de ese crecim iento
se debe al aum ento relativam ente reciente de la cantidad de periódicos y
revistas. Para acotar el cam bio a u n a de las últim as décadas: la tirada total
de los diarios nacionales y provinciales se increm entó en un 50% entre
1937 y 1947.171 En el mism o p eríodo, la tirada de los diarios del dom ingo
casi se duplicó. En 1938, las revistas y los periódicos alcanzaban u n a tira­
da de alred ed o r de 26 millones de ejem plares; en 1952 debía de habei;
más de 40 m illones .172 E ntre 1947 y 1952, los periódicos m atutinos de
circulación nacional elevaron su tirada en m edio millón de ejem plares y
los dom inicales, en dos m illones y m ed io .173 Hoy en día se im prim en dos
ejem plares de periódicos p o r cada h ogar en el país .174 De acuerdo con el
Estudio ele H uí ton de 1953, parece ser que dos de cada tres adultos bri­
tánicos leen más de un periódico los dom ingos y más de uno cada cuatro

170 Estudio d e Derby, p. 164.


171 Diarios n acionales y provinciales: de 17 800 000 a 28 503 000. Diarios
dom inicales: de 15 500 000 a 29 300 000 (cifras tom adas de Royal
Com m ission 011 the Press, Reporl 1947-1949, pp. 5-6, reproducidas con
p erm iso d e la e d ito ria l). P a n e de este a u m en to se explica p o r las condiciones
d e la p o sg u erra. Sin em bargo, la g u e rra term in ó hace m ás de diez años y la
can tid ad total, de lectores no h a boyado significativam ente.
172 Political an d E conom ic P lanning, Planning, vol. XXI, 11“ 384.
173 Diarios n acionales m atutinos: de 15 600 000 a 16 100 000. Las ediciones
dom inicales creciero n hasta alcanzar los 31 700 000 ejem plares en 1952.
E studio d e Derby, tabla 51, p. 168. Los au to res del estudio co m en tan (p.
163): “Incluso d an d o m arg en al a u m en to de precios, se com pró m ás m aterial
d e lectu ra en 1952 q u e en 1948 (año en qu e el gasto fue exactam ente
el d o b le del de diez años a n te s )”. En g eneral, pareciera q u e la tasa de
crecim ien to de la década de 1937 a 1947 no co n tin u ó en el p erío d o
co m p ren d id o e n tre 1947 y 1955. A un así, y tam bién en térm inos generales,
se m antuvieron los altos niveles de 1947 (Political an d E conom ic P lanning,
o b .c it., n° 388).
174 E studio d e Derby, p. 166. Dos de cada tres adultos leen m ás de un periódico
el d om ingo: d ato m en cio n ad o en el E studio de Derby, p.170.
CON CLUSIÓ N 3 3 7

leen tres o más. El cálculo de ejem plares de diarios im presos p o r cada


m il habitantes es superior en el R eino U nido al de cualquier otro país .175

H a habido u n crecim iento sim ultáneo de lo que he denom inado “publi­


caciones serias”, así com o h a aum entado la cantidad de lectores interesa­
dos en los m ateriales más serios en general. La producción editorial en
el Reino U nido supera la de cualquier o tro país del m u n d o .17fi U na gran
cantidad es de libros de ficción, p ero en los últim os años h a habido tam­
bién u n aum ento considerable en los títulos técnicos y educativos. Todos
conocem os el éxito que h an tenido las colecciones de Pelican y Penguin
desde los años treinta. T am bién se h an m ultiplicado los préstam os en las
bibliotecas públicas, sobre todo en los últim os 25 años .177 En la encuesta
Gallup de 1950, el 55% de los encuestados afirm ó que estaba leyendo
u n libro en ese m o m en to ;178 se trata de u n porcentaje más alto que el
de países com o los Estados U nidos o Suecia, p o r ejem plo. Por último,
tam bién ha habido u n aum ento, en las ventas de periódicos de calidad
aceptable .179

175 Cálculo ap ro x im ado de diarios cada m il habitantes: R eino U nido, 611;


Suecia, 490; Estados U nidos, 353; Francia, 239; Italia, 107; A rgentina, 100;
México, 48; T u rq u ía, 32. F uente: The Daily Press, U nesco.
176 En 1953, se e d ita r o n m ás de 18 000 títu lo s e n el país, m ie n tra s q u e en
los E stados U n id o s, co n u n a p o b la c ió n tres veces m ayor, el to tal fue
ele 12 000. D eb ería ag regar aq u í que n u estro país tiene u n a im portante
in dustria e x p o rta d o ra de libros, y que n o todos los publicados en u n añ o son
títulos nuevos. Así, de los libros editados en 1953, a lred ed o r de 12 750 eran
títulos nuevos. (En los Estados U nidos, esa cifra fue d e 9000.) U no de cada
cinco de los títulos nuevos publicados en In g laterra era u n a o b ra de Ficción.
Cifras tom adas del E studio de Derby, p p . 182-183 y de U nesco, Basic Facls and
Figures.
177 D urante 1952 y 1953, se p restaro n siete libros p e r cápita; en 1939, el total
h ab ía sido de cinco. Según el E studio d e Derby, en Derby, u n a de cada seis
personas d e la clase trabajadora o con estudios prim arios y u n a de cada
cu atro personas de clase m ed ia o con ed u cació n se cu n d aria o su p e rio r sacan
u n libro p o r sem ana de la biblioteca (pp. 165 y 198). R especto de la com pra
d e libros, incluidas las colecciones en rústica, la cifra p ro b ab lem en te se ubica
en tre los 125 y los 190 m illones de volúm enes p o r año. E studio de Derby, p.
185.
178 Citado en el Estudio de Derby, p. 184. En el m ism o estudio (p. 190), un
tercio de los entrevistados m anifestaron que estaban leyendo un libro en ese
m om ento. U n a en cuesta realizada p o r Mass O bservation e n T o tten h a m para
el Instituto B ritánico de O p in ió n P ública arrojó resultados m uy sim ilares a
los de la en cu esta de G allup m en cio n ad a en el texto.
179 En la m ayoría de los casos, el au m en to no ha ten id o co n tin u id ad . En
realidad, h u b o un crecim iento d u ra n te algunos años después de la guerra,
seguido d e u n a leve caída o d e u n a m eseta. En cu alquier caso, en la m ayoría
33 § LA CU LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

Si bien los datos acerca de la lectura de m ateriales con más sustancia


son alentadores, es necesario señalar algunos matices. ¿Qué proporción
de los préstam os de las bibliotecas públicas corresponde a libros de fic­
ción barata o de esa clase de no ficción que en realidad resulta ficción
con el agregado de ser “como la vida m ism a”? No es posible responder
esta p reg u n ta con datos estadísticos, pues im plica distinciones valora ti-
vas. El Estudio de Derby indica que la ficción de una 11 otra clase repre­
senta en tre el 75 y el 80% de los libros que se prestan en las bibliotecas
públicas ;180y, según creo, la mayoría de los bibliotecarios dirían que gran
parte de esa ficción es de u n a calidad bastante dudosa. No hay ningún
m érito en el hábito de leer en sí mismo; p o r más com unes y corrientes
que sean los temas y la presentación, p u ed e convertirse en tal adicción,
tal apartam iento de la vida real, com o la lectura de literatura más ocasio­
nal del tipo de la que describí a lo largo de este libro. Las bibliotecas pri­
vadas d eb en de prestar entre 150 y 200 m illones de volúm enes al a ñ o .181
De los libros prestados p o r las dos bibliotecas más grandes, alrededor del
90% es ficción; para los volúm enes de las bibliotecas de entre 2 y 4 peni­
ques, el porcentaje se eleva a casi el 100%. En las bibliotecas públicas, los
préstam os com prendidos den tro de la categoría “historia, biografía, via­
je s ” constituyen el grupo más num eroso de no ficción, y probablem ente
representan en tre u n cuarto y u n tercio del total. Tam bién en este caso,
creo, m uchos bibliotecarios considerarían que las publicaciones tienen
escaso valor. Sería posible seguir agregando matices de este tipo durante
un largo rato. Los m enciono con el propósito no de restarles valor a los

de los periódicos "cíe calidad" se observa u n in crem en to en com paración


con las tiradas d e antes o in m ed iatam en te después de la guerra. Véase
W adsw orth, Neiuspaper Circiilcúions.
Las siguientes cifras de ABC están tom adas d e Neiuspaper Press Direclory p a ra el
a ñ o 1955: The OhsemerbSA 752; The Times, 220 834; New Stalesman, 70 598; The
Sunday Times, 577 869, cifras de au d ito ría, no de ABC; The Speclalor, 38 353.
Ejem plos de crecim iento en los últim os años: The Mandiesler Guardian m ostró
u n au m en to de 127 083 en 1953 y de 146 146 en 1955; The Lislener duplicó
las ventas desde la guerra; la cifra de ABC p a ra The Obtener p ara el p erío d o
co m p ren d id o e n tre en ero y ju n io de 1956 es 601 402.
Revistas literarias: A m ediados de 1954, lincounter ten ía u n a tirada de
alre d e d o r de 15 000 ejem plares y London Ma.gax.ine, que h ab ía em pezado más
o m en os en la m ism a época, sum aba unos 18 000 (fuente: The Observer, 18
d e ju lio de 1954). P ara m ediados d e 1956, la tira d a de am bas revistas h a b ía
ex p erim en tad o u n a caída considerable, y se an u n ció que London Magazine
estaba a p u n to de p e rd e r el apoyo financiero q u e recibía.
180 E studio de Derby, pp. 186-187.
181 Ib id., p. 185.
C O N C LU SIÓ N 3 3 9

avances genuinos en m ateria ele lecturas serias, sino de asegurarm e de


que esos avances no se consideren más im portantes de lo que en realidad
son.
Parece ser que u n a p eq u eñ a p ro p o rció n de buenos lectores está apro­
vechando las oportunidades que se le p resen tan y que su núm ero va
en au m en to ,182 pero que el grueso de la población no sólo no se ve
afectado p o r esos cambios sino que adem ás está som etido a tendencias
muy distintas. Las probabilidades de que au m ente significativamente la
cantidad de lectores de m aterial serio son bajas, en parte porque la lec­
tura seria y la lectura p o p u lar suelen atraer a distintos tipos de personas
(volveré a esto más adelante), y en p arte tam bién porque el macizo blo­
que de lectores populares está som etido a o tro tipo de presiones. Hay
m ovim ientos tendientes a agrandar y m ejorar la m inoría; pero los m o­
vimientos destinados a fortalecer el control de la gran m ayoría por un
p u ñ ad o de publicaciones populares d om inantes son m ucho más fuertes
y exitosos.

En capítulos anteriores he descrito en detalle la lucha constante de las


publicaciones realm ente populares para crecer y aum entar las ventas. Pa­
rece que la tirada m ínim a para que un periódico de circulación nacional
sea económ icam ente viable aum enta año a año, com o si el éxito de uno
elevara el m ínim o p ara todos. H ace ya más de diez años, en 1946, Francis
Williams consideraba que:

Para existir, u n periódico de circulación nacional en Gran Bre­


taña debe asegurarse u na tirada com o m ínim o de un millón y
m edio de ejemplares, preferiblem ente más de dos m illones (lo
que significa que debe atraer regularm ente a entre cinco millo­
nes y u n cuarto y siete millones de lectoi'es ) .183

U na consecuencia de este proceso parece ser la creciente centralización


o concentración de las lecturas pop u lares,1M que avanza a la misma ve­

182 Los datos del Estudio de Derby p erm iten sostener esta visión; en el estudio
se h ab la más de u n a vez de “u n a im p o rtan te m in o ría de buenos lectores de
libros”. Creo que si suprim iéram os aquellos lectores que sólo leen m aterial
pasatista, nos quedaríam os con “u n a m in o ría” a secas.
183 F. W illiams, Press, Parliamenl and People, p. 175.
184 La centralización en periódicos de circulación nacional, en contraposición
con las publicaciones regionales, se advierte con más claridad en las
ediciones m atutinas y dom inicales. En los diarios vespertinos, las ediciones
3 4 0 LA CU LT U R A O BRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS

locidad que el crecim iento de la lectura concreta de publicaciones. En


pocas palabras, parece que estamos leyendo u n a m ayor cantidad de pe­
riódicos, p e ro que esos periódicos son más parecidos entre sí. Pese a que
la circulación de la p ren sa diaria h a crecido m ucho, la cantidad total de
periódicos publicados en el país h a dism inuido en los últimos treinta
años .185 E n casi todas las form as de publicaciones populares actuales, un a
cantidad red u cid a de órganos de prensa obtiene enorm es ventas; eso
provoca u n a ab ru p ta caída en la tirada de todos los demás órganos del
tipo en cuestión. En el caso típico, la cantidad de publicaciones del gru­
po inferior será m ayor que la de publicaciones en el grupo superior; no
obstante, las ventas totales de los segundos su p erarán las de los prim eros
tomados en conjunto. Así, para dar u n ejem plo, dos publicaciones de un
mismo tipo acaparan más de la m itad de las ventas del rubro, y el resto
se divide en tre seis u ocho publicaciones. P o r lo que puede observarse,
el proceso aú n n o se h a agotado; unos pocos órganos van adquiriendo
progresivam ente u n a po rció n m ayor que n u n c a de la cantidad total de
lectores en su cam po. Este proceso to rn a irrelevante la cuestión del au­
m ento de publicaciones “de calidad” frente al m ayor consum o y la mayor
centralización de u n p u ñ ad o de grandes publicaciones. De vez en cuan­
do se anuncia, con cierta falta de honestidad, que u n a publicación “de
calidad” h a au m en tad o su tirada en u n 15% en u n año, m ientras que nin­
guna publicación p o p u lar crece más del 3 o 4% anual. Pero, claro está,

reg io n ales conservan gran p arte de su presencia. M uchos lectores h abrán


n o tad o qu e u n a de las consecuencias de la te n d e n c ia actual es el d eterio ro
d e la p re n sa provincial. Con los co ntenidos q u e c o m p ran a otros m edios
p re te n d e n im itar los brillos de la p ren sa nacional, con el aderezo de algunas
noticias locales p o co atractivas. Ese tipo de periódicos com bina los vicios de
la p re n sa p o p u la r p ro d u cid a en L ondres con u n o s contenidos sosos de cuño
p ro p io . P ara m ás detalles sobre la centralización de la prensa, véase Royal
C om m ission on th e Press, ob. cit.; Kayser, One Week’s News; y W adsworth,
Neiuspaper Circulaliom.
185 En el R ein o U nido, tenem os 122 diarios p a ra 51 m illones de habitantes;
E stados U nidos, 1 865 p a ra 157 m illones; Suecia, 160 p ara 7 m illones;
Suiza, 127 p ara 5 m illones; M éxico, 162 p a ra 27 m illones; A rgentina, 140
p a ra 18 m illones; T u rq u ía, 116 p ara 22 m illones; F rancia, 151 p ara 42,5
m illones; Italia, 107 p a ra 47 m illones. F uente: The Daily Press, U nesco. La
can tid ad total d e periódicos distintos publicados e n la actualidad aq u í es
m e n o r qu e la de otras naciones alfabetizadas, en la m ayoría de los casos en
térm in o s p ro p o rcio n ales y en algunos, en térm in o s absolutos La distribución
d e c o n ten id o s a otros m edios p o d rá neu tralizar la fuerza de algunas
d isparidades, p e ro no alcanza p ara invalidar el concepto. La reducción en la
diversidad d e periódicos no es, claro está, privativa del R eino U nido: en los
Estados U nidos, la cantidad total se redujo en u n tercio en tre 1909 y 1954.
CON CLUSIÓ N 3 4 1

con u n a tirada tan grande com o la de los periódicos más famosos, no hay
dem asiado m argen para u n gran crecim iento. Sum ados, los porcentajes
de crecim iento anual recientes de los dos m ejores ejem plos de un mismo
tipo de publicación “de calidad”, que expresados en térm inos porcentua­
les parecían considerables, equivalían sólo a u n tercio del increm ento en
las ventas de u n a única publicación p o p u lar del m ism o rubro registrado
para el m ismo período. El caso es representativo: el avance de la prensa
“seria” es im portante, pero no com pensa la concentración cada vez ma­
yor que se observa en la prensa popular.
En realidad, quienes tienen dificultad p ara conservar su lugar no son
las publicaciones “de calidad” sino los periódicos y revistas populares que
inten tan preservar u n estilo más sobrio en la inform ación, los com enta­
rios y el diseño. El Consejo G eneral de la Prensa m enciona este aspecto,
p ero atribuye el peso de la responsabilidad al “p úblico”; en este sentido,
com o en todos los demás, el Consejo parece estar más dispuesto a se­
ñ alar la responsabilidad de los lectores p o r los cam bios cuantitativos y
cualitativos que experim enta la prensa q ue a analizar la responsabilidad
de esta últim a en ellos:

Como indicio de la tendencia del gusto del público en un m er­


cado libre y altam ente competitivo, es significativo que p o r cada
ejem plar sum ado p o r The Daily Telegraph d u ran te el últim o año,
los periódicos populares h an sum ado tres. Más aún, el aum en­
to de ventas de estos últim os se ha visto contrarrestado p o r las
pérdidas totales de Daily Mail, Daily Heraldy Netos Chronicle. Daily
Express se h a m antenido estable .186

C uando las posibilidades de expansión de las publicaciones existentes se


reducen, es inevitable que las empresas editoriales de masas se vuelquen
a otras publicaciones. El surgim iento de ediciones juveniles de algunos
diarios populares en 1954 era el siguiente paso lógico, aunque el experi­
m ento parece h ab er fracasado. Es de su p o n er q ue se esperaba que esas
ediciones sirvieran para crear u n nuevo segm ento de expansión y tam­
bién p ara prep arar a los lectores para el posterior traspaso a las versiones
p ara adultos.

186 G eneral C ouncil o f the Press, The Press and ihePeople, p p . 12-13. El inform e
ag reg a q u e los periódicos serios todavía re p re se n ta n sólo un 3% de las ventas
totales en dom ingo.
342 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

P ese al aum ento de ventas de algunas de las publicaciones más serias,


p a re c e haber indicios de que la mayor concentración de la prensa popu­
lar dificulta la existencia de los periódicos de m en o r tirada, a m enos que
estos cuenten con lectores dispuestos a pagar bien por ellos o consigan
un suibsidio. Las dos publicaciones culturales más recientes, Encounter y
London Magazine, cuentan con algún tipo de apoyo económ ico; en el caso
de la segunda, la financiación proviene de la editorial que publica Daily
Mirror. Antes sostuve q u e la concentración eleva el m ínim o de produc­
ción para q ue u n a publicación sea rentable. Así, u n a publicación puede
te n e r dificultades financieras au n q u e m antenga su tirada. El cierre de
John O ’L ondon’s Weekly e n 1954, año en que, según se dijo, n o había sufri­
do pérdidas en la cantidad de lectores, ilustra el proceso a la perfección.

A um ento significativo en térm inos absolutos de la cantidad de material


producido, m ayor concentración ele los órganos que ofrecen ese material
y crecientes dificultades para las publicaciones minoritarias: esas parecen
ser las características principales de la evolución actual de las publicacio­
nes y el en tretenim iento popular. ¿Cuáles p odrían ser las consecuencias,
descritas con igual brevedad?
Es evidente que los lectores de los periódicos más populares no per­
tenecen sólo a la clase trabajadora; sin em bargo, es probable que los de
esta clase constituyan la mayoría, aunque más no sea p o r el hecho de
que son m ayoría en la población. Sin duda, las editoriales saben que el
m ayor grupo e n particular al que deb en dirigirse es el que com prende a
los tres cuartos de la población cuyos m iem bros term inan su educación
a los 15 años. E n relación con eso, p u ed e ser útil agregar algo acerca de
un tem a m encionado an teriorm ente: u n a de las posibles consecuencias
del sistema de becas. La relación en tre la m inoría intelectual de la clase
trabajadora y la clase e n su conjunto es u n tem a dem asiado complicado,
del q ue sólo esbozaré aquí unos conceptos tentativos. Desde luego, es
fundam ental n o co n fu n d ir a la m inoría intelectual con la m inoría con
conciencia social: la inteligencia no necesariam ente va acom pañada de
conciencia social ni todos los que reciben los beneficios de la educación
superior se ap artan física o em ocionalm ente de su clase. Sin em bargo, la
m inoría intelectual, q ue tuvo u n a notable influencia durante la segunda
m itad del siglo XIX, solía perm an ecer entre la clase trabajadora durante
más tiem po antes que ahora. Sus m iem bros eran los elem entos que pro­
ducían la ferm entación social en los grupos de clase trabajadora y par­
ticipaban activam ente del “m ovim iento de los trabajadores” que, como
ya he dicho, contribuyeron a m ejorar considerablem ente la situación
C O N C LU SIÓ N 343

m aterial y la posición social de todas las personas de la clase trabajadora.


El hecho de que p udieran introducir m ejoras en las condiciones de vida
de los trabajadores se debe en parte a que eran de los pocos que estaban
capacitados p ara enfrentarse a los patrones de otras clases utilizando las
mismas armas que ellos: las del intelecto.
Hoy en día, m uchos de ellos son elegidos a los 11 años y transformados
p o r el proceso educativo en m iem bros de otras clases. En la actualidad,
alrededor de u n o de cada cinco niños de todas las clases sociales hace
el bachillerato .187 El en to rn o familiar de algunos niños de clase m edia o
m edia baja hace que sea más fácil para ellos o b ten er las becas; y algunos
niños de familias de clase trabajadora no utilizan las becas o dejan el ba­
chillerato antes de term inar p o r problem as económ icos .188Así y todo, yo
era el más p obre de mi clase e iba a la escuela con otro que era casi tan
pobre como yo y con algunos otros que estaban en u n a situación similar;
hoy las ayudas son superiores, las familias de clase trabajadora suelen
estar en m ejor situación y la educación todavía goza de prestigio en mu­
chos sectores de esa clase. P or eso, m e parece u n a trem enda exageración
decir de “los m uchachos más valiosos de la clase trabajadora” -com o ha
dicho el vicerrector de Ruskin C ollege- que “la m ayoría todavía está so­
m etida a presiones económ icas y debe buscar una fuente de ingreso para
sum ar a la econom ía fam iliar lo antes posible”.189'D e los jóvenes que ha­
cen el bachillerato, no todos ab andonan su clase de origen, pero sí lo
hace bu en a p arte de ellos.
Los exám enes al term inar la escuela prim aria pu eden ser un poco con­
fusos en m uchos aspectos, pero son relativamente eficaces en la selección
de niños con capacidad intelectual. En consecuencia, ¿no tienen probabi­
lidades de hacer que la clase trabajadora pierda algunos de sus tentáculos
críticos que hace unos años se habrían quedado entre sus miembros? No
es de m ucha ayuda llegar a la conclusión de que esto no es sino u na prue­

187 Véase W. P. A lexander, The Organisalitm o f Secondaty Eduealion: A Ctmmenlnty,


L ondres, C ouncils a n d E ducation Press L td., y Jo a n T ho m p so n , Secondmy
Eduealion Survey: an Analysis of LEA Developinent Plans fo r Secondmy Eduealion,
Fabián Society Research Series, n" 148, L ondres, Gollancz, 1952.
188 “En resu m en, a pesar de los cam bios sociales y educativos de los últim os
años, las o p o rtu n id a d es de estudiar el bachillerato au m en tan con el nivel
social”, A. H. Halsey y L. G ardner, “S election for S ccondarv E ducation and
A chievem ent in F o u r G ram m ar Schools”, Brilish Journal ofSociology, vol. IV, n°
1, m arzo d e 1953, pp. 60-75 (véase tam bién M inisterio de Educación, Early
Leaving) .
189 C arta a The Obsewer, 6 de ju n io de 1954.
3 4 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS

ba de que debem os dejar de hablar y pensar en términos de “clases”, de


que hoy en día cada quien hace el trabajo para el que está capacitado y que
el hijo inteligente de u n a familia pobre ocupará su posición en el sector de
la sociedad dem ocrática en el que sea de mayor utilidad. Pocas personas
lam entarían que los hijos inteligentes de familias de clase trabajadora hoy
tengan mejores oportunidades de conseguir empleos acordes a su capaci­
dad. Pero incluso si suprim imos la etiqueta de “clase trabajadora”, sigue
habiendo un gran cuerpo de personas que debe hacerlos trabajos más m e­
cánicos y menos interesantes de la sociedad. Tiene cierta im portancia que
entre ellos haya m enos m entes críticas que en décadas pasadas, p o r cuanto
esto ocurre en u n a época en que m uchos que van tras el dinero y la acepta­
ción de los trabajadores se dirigen a ellos constantem ente en los términos
a los que son más receptivos y están más expuestos, con materiales que
tienen grandes probabilidades de ten er u n efecto debilitante. Debido a la
interacción de estos dos im portantes factores en la vida contem poránea,
con el tiem po llegarem os a la form ación de u n nuevo sistema de castas tan
férreo com o el antiguo sistema de clases .190

Tal com o afirm é an terio rm en te, sería erró n eo considerar la lucha cul­
tural que tiene lugar en la actualidad com o u n enfrentam iento directo
entre lo que rep resen tan The Times, p o r p o n e r u n ejem plo, y los diarios
ilustrados. P reten d er que la m ayoría lea The Times es p re te n d e r que el ser
hum ano tenga o tra constitución, y sería caer en u n a form a de esnobismo
intelectual. La capacidad de leer u n sem anario decente no es condición
sine qua n o n de la b u e n a vida. Parece poco probable p ara cualquier épo­
ca, y ciertam ente im pensable p ara los años que conocem os y llegaremos
a conocer quienes estamos aquí hoy, que la mayoría de las personas de
cualquier clase tenga fuertes inclinaciones intelectuales. Hay otras for­
mas de te n e r u n a vida auténtica. La principal objeción a las formas de
entreten im ien to p o p u lar más banales no es que evitan que los lectores
puedan apreciar la alta cultura sino que les dificultan a quienes están
interesados en la actividad intelectual la tarea de alcanzar u n a sabiduría
propia.
Por consiguiente, el h echo de que los cambios de la sociedad inglesa de
los últimos cincuenta años han aum entado las oportunidades de acceder

190 D espués de escribir este p árra fo busqué u n concepto sim ilar en la


in tro d u cció n d e Social Mobilily in Brilain (pp. 25-27). El profesor Glass
observa que allí expresa o p in io n es personales “de tipo valorativo”.
CO N CLUSIÓ N 3 4 5

a la educación superior para quienes estén dispuestos a aprovecharlas es


u n pobre contrapeso frente a la mayor banalización en las producciones
culturales destinadas a la mayoría, que es consecuencia de ciertos cambios
convergentes. En general, los lectores de los periódicos o revistas popu­
lares m odernos no leerán nunca u n diario “serio”, p ero antes solían leer
semanarios que en algunos aspectos eran mejores que el m aterial que leen
hoy. Los nuevos estilos de publicaciones populares son malos 110 porque
sean pobres sustitutos de The Times, sino porque constituyen imitaciones
sin vida de lo que preten d en ser, porque constituyen meras extensiones
pálidas e ingeniosas pero insustanciales incluso del sensacionalismo del
siglo XIX, por no hablar del abismo que los separa de la prosa sensaciona-
lista pero vigorosa de los escritores populares de la época isabelina. Se los
puede acusar (a ellos y a todo aquello de lo que son ejemplo: la amabilidad
superficial de m uchos program as televisivos, las películas populares, m u­
chos de los program as de la radio comercial) n o de no ser intelectuales,
sino de no ser genuinam ente concretos y personales .191 La vitalidad, el tipo
de reacción, el arraigo en u n a sabiduría y u n a m adurez que el arte popular
y no intelectual es capaz de expresar son tan valiosos a su m odo como los
del arte p ara intelectuales. Estas producciones, en cambio, no contribuyen
a la consolidación del arte p opular sino que, p o r el contrario, le ponen un
freno. Alejan al público de la sabiduría que se deriva de la capacidad de
discernim iento interna y senúda para la percepción de las personas y las
actitudes frente a la experiencia. Es más fácil arrancar las antiguas raíces
que reemplazarlas con algo de calidad similar. Los publicistas populares
no se cansan de decirle a su público que no hay que avergonzarse de 110
ser intelectuales, que ellos tienen sus propias formas de m adurez. El enun­
ciado es cierto, pero pasa a ser falso en boca de esa gente, precisam ente
p o r el m odo en que lo dicen, es decir, porque su m odo de llegar al público
distorsiona severamente el concepto.
Todas las tendencias de las publicaciones populares analizadas se en ­
cu en tran tam bién en algunas de las producciones ele radio y televisión

191 “La com p etencia cada vez m ás feroz d e la radio y la televisión está afectando
las características de la p re n sa ” (G eneral C ouncil o f th e Press, ob. cit., p. 9).
P ensando en la p o p u larid ad del cine, la radio, la televisión y las historietas, a
veces m e siento inclinado a arriesgar la co n jetu ra d e que, c u an d o term ine el
siglo XX, el im pacto de la p alab ra escrita en la m ayor p a rte de la población
h ab rá sido un in terlu d io fugaz e insignificante, que p ara en to n ces la cu ltu ra
en gran m edida oral y local que p red o m in ab a en la se g u n d a m itad del siglo
XIX h ab rá sido reem plazada p o r u n a nueva cu ltu ra oral, a u n q u e tam bién
visual y pública a g ran escala.
346 L jA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

(en particular, en los program as com erciales), y a veces hasta son más
n o to ria s aquí. Está el recurso a las viejas formas de la decencia, en p ro ­
gram as con títulos com o Para un corazón que siente, están los nuevos aspec­
tos, el acento puesto en el interés p o r lo m aterial y lo novedoso: “Para un
corazón que siente: en este p rogram a puedes ganar m ucho d in ero ”. Está la
p o te n te com binación m o d ern a de ambas cosas, en program as en los que
los problem as íntim os y personales se ex ponen ante miles de televidentes
o radioescuchas y la persona que los protagoniza “gana” dinero por su
p a rtid pación. Está el espíritu de ban d a p o p u lar de algunos program as
que pasan música grabada, en los que jóvenes locutores acom pañan los
temas con palabrería seudoam istosa y en cuya estructura se presupone
que lo que le gusta a la m ayoría es lo m ejor, y lo demás son aberraciones
de los “cerebritos”. Los defensores de este tipo de program as recurren
siem p re a los mismos argum entos: que son “de buen gusto”, “para la
gente co m ú n ”, que reflejan “las penas y las alegrías de la vida cotidiana”,
y tam b ién que son “novedosos”, “fascinantes”, “sorprendentes”, “fabulo­
sos”, q u e “transm iten entusiasm o” y que entreg an “generosos prem ios”.
La mayor parte del entretenim iento de masas es, en definitiva, lo que D.
H. Lawrence denom inaba la “antivida”. Son productos que ostentan un a
brillantez viciada, repletos de ideas inadecuadas y evasivas morales. Recor­
demos algunos ejemplos: invitan a una visión del m undo en la que el pro­
greso se concibe com o procuración de posesiones materiales; la igualdad,
como nivelación m oral, y la libertad, como terreno apto para el placer sin
fin y sin responsabilidades. Son producciones que pertenecen a un m undo
vicario, de espectadores: no ofrecen nada que pueda llegar al cerebro o
al corazón. Contribuyen a la evaporación de las formas más positivas, más
plenas y más cooperativas de la diversión, en las que se gana m ucho dando
m ucho. Son insoportablem ente pretenciosas y le hacen el juego al deseo
de quienes quieren tenerlas todas consigo, hacer lo que quieren sin acep­
tar las consecuencias. U na cantidad de esos productos llega a la inmensa
m ayoría de la población a diai'io, con u n efecto generalizado y uniform e.

El en treten im ien to p o p u lar a p u n ta más a la uniform idád que al anoni­


mato. Como ya he indicado, la clase trabajadora no suele experim entar
la sensación de anonim ato que quienes la observan desde fuera podrían
atribuirle. T am poco creo que tenga u n a sensación de uniform idad dem a­
siado fuerte; sin em bargo, todo el tiem po se le ofrecen invitaciones a u n a
hom ogeneidad inconsciente. Si todavía no se h a advertido el carácter
hueco de esa uniform idad, es p o rq u e se expresa en form a de invitación
a participar de u n a especie de cam aradería, si bien es u n a cam aradería
C O N C L U SIÓ N 3 4 7

centralizada y gigante. Muchas personas reaccionan positivamente ante


esa invitación p orque parece te n e r m ucho en com ún con las actitudes
más antiguas de la clase trabajadora. El resultado es un alto grado de
aceptación pasiva, u n a aceptación que m uchas veces es sólo aparente y
todavía tiene sus reservas, pero que constituye la base pai'a ramificacio­
nes más peligrosas. Desde este p u n to de vista, a veces parece que el tipo
de hom bre com ún que está surgiendo es el que opera, con dos o tres gesr
tos sencillos, u n a m aquinaria muy compleja, y que guarda en u n armario
con calefacción u n ejem plar de la últim a novela de sexo y violencia—con
títulos caractei'ísticos com o Algitnas señoritas no se desvisten tan rápido-,
que lee en los intervalos que le deja su p rogram a de radio “am igo”.
El hecho de que el analfabetism o, m edido de acuerdo con los m étodos
habituales, haya sido erradicado sólo m arca el inicio de problem as más
difíciles de resolver. Se necesita u n a nueva palabra para describir la reac­
ción que provocan los m ateriales populares estudiados en este ensayo,
u na palabra que refleje el cam bio social que se aprovecha de la alfabeti­
zación básica de la población. T odo esto debe analizarse con urgencia,
p o r cuanto el fenóm eno está en pleno desarrollo y avanza a pasos agigan­
tados. El análisis de los cambios que h an experim entado las publicacio­
nes populares duran te los últim os trein ta o cuarenta años debería haber
dejado al descubierto el dudoso tipo de vida que- prom ueven esos pro­
ductos, el enorm e p o d er de difusión que han adquirido y la rapidez con
que se repro d u cen . El invento de la televisión es sólo u n escalón más en
la escalera de la producción de en tretenim ie 11to popular; el proceso no
parece te n e r m iras de detenerse si se deja que los acontecim ientos sigan
su curso d en tro del m ercado. El Consejo G eneral de la Prensa lam enta
lo que d en o m in a u n a “condena desm esurada” de la prensa popular, y
sobre la situación general agrega:

Para m an te n e r la tirada de la que d ep en d e su existencia, los pe­


riódicos se ven obligados a recu rrir a los aderezos que le gustan
a su público y a com petir a cada m inuto con otras publicacio­
nes que se dirigen a un público similar [...]. Con m illones de
com pradores poco cultivados en nuestro territorio, lo que sin
m ojigatería puede denom inarse “prensa vulgar” tiene un lugar
p ropio e im p o rtan te .192

192 Ibíd., p. 5.
3 4 8 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

U na generalización tan rim bom bante, que funciona en parte com o justi­
ficación del proceso analizado en este libro, sin d uda m erece el califica­
tivo de “apología desm esurada”.

A lo largo del p resen te ensayo no he dejado de m ostrar cóm o las nuevas


fuerzas adaptan y m odifican elem entos de u n a cultura de la clase traba­
ja d o ra anterior, con características bastante definidas. Por cierto, algo si­
m ilar puede observarse en la cultura de las otras clases, dado que las n u e­
vas producciones se dirigen a otros públicos adem ás de los trabajadores.
Esto echa luz sobre el p reten d id o surgim iento de u n a sociedad sin clases
que cuestioné al com ienzo .193 A hora es posible ver que, al m enos en un
sentido, somos u n a sociedad sin clases: la gran m ayoría de la población
está siendo reag ru p ad a en u na única clase. La abolición de las clases se
da en el plano cultural. En este sentido, las nuevas revistas fem eninas no
hacen distinción, m ientras que las viejas publicaciones iban destinadas
a grupos sociales específicos. Para llegar a u n público tan grande como
el que precisan, las publicaciones de masas no p u ed en sino cruzar los
límites que separan las distintas clases sociales. P or supuesto, m uchas
de ellas resultan p articularm ente atractivas p ara la “gente com ún” (los
trabajadores y la clase m edia baja). Esto no se debe a que se dirigen al
público objetivo com o lo hacían las publicaciones de la clase trabajadora
de décadas anteriores ni a que los productores com parten las ideas de­
mocráticas más halagadoras, sino a q ue ese público conform a la m ayoría
de sus potenciales lectores; a que, si bien les gustaría llegar a otro tipo de
público, están obligados a tom ar a este g ra p o com o base para sus ventas.
Desde cierto p u n to de vista, la antigua división en clases sociales toda­
vía tiene vigencia. Es posible decir que el nuevo público de masas está
form ado básicam ente p o r el total de 20 m illones de adultos que leen los
diarios más populares, y luego señalar que, sin em bargo, esos diarios son
diferentes en algunos aspectos, que p u e d e n pensarse en u n sentido am­
plio com o publicaciones p ara la clase trabajadora o para la clase m edia
o m edia baja. Si bien esto es cierto, sólo sirve para subrayar la tendencia
general. Antes de la guerra, podía hablarse en térm inos razonables de
unos seis u ocho periódicos populares que estaban en u n mismo nivel
en cuanto a su eficacia. Si continúa la tend en cia actual, pro n to debere­

193 Es d e su p o n e r q u e el gran grupo cen tral q u e los publicistas tienen en la m ira


se c o rre sp o n d e, a g randes rasgos, con los den o m in ad o s grupos D-E en el
HRS, a los q u e a veces se agrega C. Los g rupos D-E constituyen el 71% de la
población; con el agregado de C, sum an.el 88%.
CO NCLUSIÓN 3 4 9

mos hablar de dos o tres. La concentración h a avanzado m ucho, pero se


ha detenido en la única división social que im porta en la actualidad: la
división entre la clase trabajadora y la clase m edia. Sin em bargo, al leer
estos periódicos qu ed a claro que las diferencias son en b u ena m edida
superficiales, sobre todo divergencias e n el tono y en las “características”.
Sin duda, son diferencias que im p o rtan a los lectores; en lo referente
a los efectos, im portan m enos que las sim ilitudes, que el hecho de que
las form as de la cultura que cada periódico representa, las ideas que lo
fundam entan y que prom ueve, son en esencia las mismas. La clase sin
distinción de clases que está surgiendo será u n a com binación de estos
dos públicos; actualm ente se apoya en u n a distinción que pierde sentido
año tras año. M uchos factores contribuyen a esa pérdida. A los que ya
hem os m encionado podem os agregar otra form a de interacción posible
entre la m ejora de las condiciones m ateriales y la p érd id a cultural: pro­
bablem ente, es más fácil integrar a la clase trabajadora en un a clase sin
características culturales definidas cuando h a n desaparecido las presio­
nes económ icas que hacen que tengan im portancia la p ertenencia y la
lealtad a los grupos conocidos. No hay d u d a d e que m uchas de las viejas
barreras que separan las clases sociales d eb en ser derribadas. Pero, en la
actualidad, la cultura de clase más antigua, m ás restringida pero tam bién
más auténtica, está desapareciendo p a ra d ar lugar a la opinión de masas,
los productos del ocio de masas y las reacciones em ocionales generali­
zadas. Poco a poco, el m undo de los cantantes de barrio cede terreno
ante el avance de la típica m úsica p a ra bailar que pasan en la radio, los
cantantes melódicos, los espectáculos d e variedades televisivos y la radio
comércial. El tipo uniform e nacional que la p ren sa popular contribuye
a foijar se inscribe a su vez den tro del tipo uniform e internacional que
presentan las películas de Hollywood. Las viejas form as de la cultura de
clase corren el riesgo de verse reem plazadas p o r u na cultura sin clases
-o , com o la describí anteriorm ente, “sin ro stro ”- em pobrecida. No es
posible sino lam entar la pérdida.

Para finalizar, quisiera agregar que, d u ran te la escritura de este ensayo,


ha quedado claro (espero que tam bién para el lector) que el análisis
alcanzaba tam bién a cuestiones más com plejas que las que abordé en for­
m a directa; p o r ejem plo, cuestiones filosóficas. Son temas que no estoy
capacitado para tratar en profundidad. Para trabajar mi propia parcela,
me pareció adecuado d ar p o r sentadas ciertas ideas generales, las sufi­
cientes para utilizar térm inos com o “d e c e n te ”, “aceptable”, “saludable”,
“serio”, “valioso”, “p o b re ”, “debilitante”, “superficial” o “banal” sin nece­
3 5 ° L A CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

sidad de definirlos más allá de su ilustración en el texto. Lo que presento


aquí e s una visión personal de algunas de las tendencias que observo
en la situación cultural actual, tom ando com o base tanto mi experien­
cia personal com o mis intereses académicos; esa visión sólo puede ser
una contribución a u n debate más amplio, u n diagnóstico personal que
ofrezco para su som etim iento a u n exam en riguroso.
T am bién surgen m uchos interrogantes más específicos, relacionados
con la acción directa en la situación actual; por ejem plo, preguntas sobre
el alcance y la naturaleza de la intervención oficial aceptable en m ate­
ria cultural en u n Estado dem ocrático. Esas preguntas no son fáciles de
responder, y tal vez la única respuesta posible sea de tipo pragm ático,
c u a n d o llega el m om ento de tom ar decisiones concretas (por ejem plo,
en el caso de la televisión com ercial). Sin em bargo, puede ser de utilidad
in c lu ir un par d e com entarios acerca de las actitudes generales frente a
esos interrogantes en la actualidad.
En m i opinión, m uchas de las personas que conocen algo del proce­
so descrito aquí tienen excesiva tolerancia con él. Muchos piensan que
“co n o cen todos los argum entos sobre la degradación de la cultura” y
se lo tom an co n dem asiada tranquilidad. A veces adm iten que tienen
la placentera habilidad ele hacer incursiones ocasionales p o r los barrios
bajos d e la cultura, que de vez en cuando disfrutan de leer tal revista o
ver tal program a. Me p reg u n to con cuánta frecuencia esa tranquilidad
proviene del hecho de que, aunque conozcan todos los argum entos, no
están realm ente familiarizados con el material, no tienen un conoci­
m ien to profundo y sistemático del entretenim iento de masas que llega
a los hogares d e la m ayoría de las personas día tras día. Así sí es posible
vivir e n una especie de to rre de marfil, sin ten er verdadera conciencia de
la m agnitud d el asedio e n los ah'ededores.
Com o ya he adm itido, d efin ir los límites de la libertad en cada caso
particular es sum am ente difícil. Pero m uchos de nosotros estamos tan
preocupados p o r los avances del autoritarism o que dejamos de lado el
problem a de la definición. M ientras tanto, la libertad respecto de la in­
tervención oficial de q ue se goza en sociedades com o la nuestra, sum ada
a la tolerancia q u e alegrem ente m anifestam os todos nosotros, parece po­
sibilitar el desarrollo de la cultura en u n sentido peligroso, tan peligroso
com o lo que nos escandaliza de las sociedades totalitarias.
Creo que lo m ejor para concluir este libro es añadir una observación
sobre la naturaleza p articularm ente personal de la crisis que hem os anali­
zado. Esto se ilustra de m an era clara y concisa en el com entario repetido
con frecuencia de que, si bien los trabajadores siguen siendo explotados,
C O N C LU SIÓ N 3 5 1

al m enos ahora se busca su consentim iento. Las presiones del entorno y


el p o d er de persuasión son im portantes pero no irresistibles, y abundan
los ejemplos de libertad de acción. En m uchos aspectos, la clase trabaja­
d o ra da su consentim iento con m ucha facilidad, pero eso se debe a que
cree que en realidad está dando su aprobación a ciertas ideas fundam en­
tales que tradicionalm ente h an estado asociadas con el perfeccionam ien­
to del espíritu y de la sociedad. Esas ideas tienen u n origen m oral, y ese
aspecto no está m uerto todavía. El igualitarism o dem ocrático tiene uno
d e sus fundam entos en la idea de que todos somos iguales en un sentido
m ucho más valioso; la libertad sin límites debe m ucho a la idea de que
debem os hacernos cargo de las decisiones que tom am os y el cam ino que
elegimos; la aparente falta de valores de u na m ente abierta se relaciona
e n parte con el rechazo al fanatism o, la negación a dejar que el corazón
(“el corazón que siente”) “se convierta en p ied ra”. Las elecciones, enton­
ces, deberían estar más claras hoy que hace unos años, pues se parte de
u n campo más am plio y con m enos obstáculos m ateriales.
Todo eso es muy alentador. Y podría ser que u n a cierta distorsión ele
im agen fuera inevitable en esta etapa del desarrollo de una dem ocracia
cada vez más centralizada y com petente desde el p u n to de vista tecnoló­
gico, que no obstante p reten d e seguir siendo una sociedad libre y “abier­
ta”. El problem a, sin em bargo, es serio y urgente; ¿cómo hacer que esa
libertad continúe teniendo sentido m ientras el proceso de centralización
y desarrollo tecnológico sigue su curso? Se trata de un reto muy compli­
cado porque, incluso fren te a la pérdida de b u en a parte de la libertad
individual, la nueva gran clase sin distinción de clases no lo sabría: sus
m iem bros seguirían pensando que son libres y recibiendo el mensaje de
que, en efecto, lo son.
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354 LA C U LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

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por Beatriz Sarlo

[Publicada en Punto de Vista, Revista de cultura, año 2,


núm ero 6, ju lio de 1979.]

— Usted ha descripto su actividad como la de un hombre que — voy a


citarlo— “combina la enseñanza de la literatura con un interés en el cambio cultu­
ral”. ¿Cuál sería la extensión, naturaleza y necesidad de esta combinación?

Empecé como profesor de literatura y luego mi interés fue dirigiéndose


cada vez más hacia sus conexiones culturales. Al mismo tiempo, no me
satisfacían las que se establecían en los cursos normales, tradicionales, sobre
literatura. Cada vez que enfrento un texto, me planteo un conjunto de
preguntas que no son las que se refieren necesariam ente a ediciones, precio,
editores, mercado, sino más bien las de este tipo: si u n hom bre escribe una
novela, ¿qué tonos de voz usa y qué nos dicen estos sobre el público que él
presupone? ¿Cuál es el conjunto de ideas y creencias que com portan sus
metáforas o sus caracterizaciones? ¿Cuáles son sus presupuestos sobre la
naturaleza de la sociedad y la form a del m undo que habita? ¿Qué estructura
del m undo subyace a todo esto? Me parece que, si se plantean cuestiones
de esta clase a los novelistas m odernos - a Greene, a Lawrence-, se puede
llegar a conocer muchísimo sobre la visión del m undo que proyectan en
sus lectores, y la que tratan de presentarles, las cosas que ignoran y que son
tan importantes como las que incluyen. Todo esto surge de sus tonos de
voz, de sus omisiones, de sus metáforas, tanto como de lo que se expone
conscientemente. N unca estuve demasiado interesado p o r lo que puede
llamarse la “m ecánica estética” de la literatura. Sí m e interesa la forma en
que los hom bres com unican su sentido del m undo y sus valores. Y allí está
la explicación del pasaje, del deslizamiento que usted señala.

— Conectado con esto, usted ha tenido una larga y fructífera experiencia en la


enseñanza de literatura de adultos.194 A partir de ella, me gustaría que expli­

194 De 1946 a 1959, H oggart en señ ó litera tu ra en el D epartam ento de Educación


de la U niversidad de H ull. Su ex p erien cia es recogida en varios de sus
ensayos d e Sealdng lo each olher (1970).
362 LA CU LTU R A O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

cara de qué maneras la literatura puede ser comprendida fuera de los círculos
académicos.

Mi experiencia en la enseñanza de adultos, en G ran Bretaña, m e indi­


ca que u n n ú m ero m ucho mayor de personas del que habitualm ente
suponem os tiene disposición para la apreciación literaria. Tendem os a
pensar que sólo los universitarios o quienes h an recibido u n a educación
superior gustan realm ente de la literatura. Si se aborda la educación de
adultos a p artir de esta presunción, se llega a ella con la actitud de cortar
todo en p equeñas porciones, en pedacitos, com o u na m adre que alim en­
ta a su hijo. Y p o r lo tanto, se es condescendiente.
O tra posibilidad al en fren tar a u n grupo de adultos de origen obrero
es ofrecerle solam ente la literatura que, desde el p unto de vista del p ro ­
fesor, es adecuada a lo que él supone que es la experiencia del grupo;
e inevitablem ente se la subestim a y se les proporciona literatura de se­
gundo orden. Se p ro p o n en , m uchas veces, libros sobre lo que se supone
que es la experiencia de la com unidad obrera y, por lo general, obras
de dudosa calidad. Siem pre m e negué a esta actitud. Creí y creo que si
uno se acerca a estos grupos de la m anera adecuada, son capaces de u n a
com prensión m u ch o más rica que la que se les adjudicó en u n prim er
m om ento; más aún, que p u ed en llegar a ser más sensibles y perceptivos
que sus profesores.
Si todo esto es cierto y si tam bién es cierto que la m ejor literatura es la
más p en etran te de la experiencia hum ana, sea cual sea la clase de d onde
provenga o el lector que la aborde, sólo la m ejor literatura es la apro­
piada para esta enseñanza de adultos de origen obrero. Por lo demás,
tienen derech o a ella. P or lo tanto, si se trata de la novela del siglo XIX,
en vez de buscar obras de segundo o rden con de temas y situaciones
obreras, voy d irectam ente a Dickens, porq u e además, Dickens p ro p o r­
ciona u n a perspectiva más rica de la vida de su época y de la vida social
que las novelas de “clase ob rera”, precisam ente p o r él hecho de que es
u n novelista excelente.
La m ejor p rueba, en mi opinión, p ara una clase de literatura de este
tipo es que las personas se enfrenLen con los m ejores textos y los más
difíciles de toda la literatura inglesa: Rey Lear, p o r ejem plo, con toda
probabilidad la obra más com plicada de Shakespeare. U na pauta de que
las cosas iban bien era que los estudiantes acordaran, en p rim er lugar,
estudiar Rey Lear. Y en segundo lugar si, al hacerlo, íbamos cada vez más
despacio, sacando cada vez más cosas de su texto. En tercer lugar, si las
intervenciones y las disertaciones escritas de los estudiantes indicaban
EN TREVISTA A RICH ARD H O GGART 3 6 3

que se había dem itologizado el tema, que se lo había arrancado de las


comillas del estudio académico. Y al term inar con ese entrecom illado,
aparecían cosas inesperadas, porque la experiencia de esos adultos es
rad icalm en te nueva y d iferen te de la de los estu d iantes universitarios.

— En uno de sus ensayos usted define el arte como una forma de exigente compromi­
so, que— creo— presupone lo social. También usted ha afirmado que la literatura
“ilumina a la sociedad”. Ambas proposiciones son, en mi opinión, correlativas. La
pregunta seria sobre cuáles son las modalidades en las que la literatura se compro­
mete e ilumina lo social.

De todas las m aneras posibles. Me he p reguntado m uchas veces p o r qué


u n hom bre se p one a escribir. Creo que básicam ente porque quiere lle­
gar a e n te n d e r sus propias experiencias y, sólo en u n segundo m om ento,
para com unicar a otros su texto. Puede parecer que lo que se escribe es,
en apariencia, no social, pero siem pre revela m ucho sobre lo que se pien­
sa y las nociones que se tienen sobre la sociedad.
D. H.-Lawrence dijo -y la frase m e parece maravillosa-: “No confíes en
el narrad o r, confía en lo n arrad o ”. Si u n escritor afirm a que escribió su
libro para m ostrar tal o cual aspecto de la sociedad o de la vida, no hay
que creerle necesariam ente, porq u e su novela p u ed e revelar más de lo
que él cree o sabe. Y lo que revela pu ed e estar en contradicción con lo
que piensa que está revelando. Le daré u n ejemplo: G raham Greene, un
caso m uy interesante. Conscientemente, G reene es u n creyente, y consciente­
mente cree en la salvación. Pero, en realidad, en sus novelas (y creo que él
estaría de acuerdo con esto), lo que aparece más fuertem ente que el sen­
tim iento de u n a salvación posible es el de u n a condena: tiene un sentido
m ucho más poderoso del h o rro r y del mal que de la salvación.
“No confíes en el narrador, confía en lo n arrad o ”. ¿Y qué es lo narrado?
El sentido de la experiencia personal, familiar, la presión de la política, el
sentido de u n a nacionalidad. Aun cuando parece que se escribe sobre lo
más trivial, se mezcla con lo social* hasta un grado que es im prescindible
captar. Y pienso en o tro ejemplo: u n excelente crítico estadounidense,
Jam es Agee, m uerto aún joven. Escribió u n a novela que, no me cabe
la m en o r duda, surgió de la absoluta necesidad de escribirla. Se llama
Muerte en la familia, y trata sobre u n viajante de com ercio que, al volver a
su casa, se m ata en u n accidente carretero, y toda la novela consiste en
la reacción de la familia. La im presión principal, particularm ente em o­
cionante, es que Agee dijo: bueno, así es un im pacto de este tipo. En un
sentido, es u n a novela extrem adam ente personal y cerrada. Pero en otro,
3 6 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

si se la lee con cuidado, prestando oído a sus tonos, a todos sus detalles
(no sólo a los más evidentes), a todos los presupuestos sobre el valor de
la familia, a todas las expectativas, y a la desdicha al enfrentar la m uerte,
se captan experiencias sociales y culturales profundas. Y en este sentido,
nin g u n a novela p u e d e dejar de ser im po rtan te desde la perspectiva de su
ubicación frente a lo social.

— E n uno de sus ensayos de Speaking to each o ther, “Una cuestión de tono”,


usted realiza un trabajo de análisis textual que resulta en una relación entre for­
mas y valores. ¿Podría explicitar ahora esa misma relación ?

No estoy espontáneam ente inclinado hacia u n interés p o r la form a, y en


este aspecto debo vigilarme con m ucho cuidado porque tiendo a no con­
siderarla con la d ebida atención. Y cuando pienso ál respecto, debo em­
pezar diciendo: la literatura no es sociología, no es u n m ero com entario
sobre la naturaleza de la vida ni de la sociedad, sino que tiene que ver con
la form a. La cuestión form al es sin d uda u n a de las más arduas, pero hay
que com enzar recalcando que u n poem a es u n poem a y no otra cosa; que
es,, precisam ente, u n a forma.
W. H. A uden decía (y creo que estoy de acuerdo con él) que la literatu­
ra y el arte en g eneral surgen de u n deseo hum ano de construir formas,
libres, gratuitas, construidas p o r sí mismas, y que existen y se justifican
p o r p ro p io derecho. Pero además, la literatura es palabras, y las palabras
tienen significados que extienden sus raíces hacia la sociedad. P or eso
A uden llegó a esta definición que me parece espléndida: “Todas las artes
son juegos, p ero la literatura es sobre todo u n juego de conocim iento”.
Y A uden continuaba: si nos acercamos a la literatura para encararla sólo
com o ju eg o , perderem os seguram ente el conocim iento. Se empieza, en
efecto, con cuestiones que se relacionan con la forma.
La segunda p re g u n ta -q u e es muy difícil de contestar- sería la siguiente:
¿existe alguna com patibilidad inh eren te en tre la form a y el significado, el
ju eg o y el conocim iento? ¿Existe u n a form a adecuada que sea realm ente
inevitable? Solíamos decir que sí. R ecuerdo u n a frase de T. S. Eliot en
la que explicaba que el poem a era com o u n a ja rra sobre cuya superficie
em pujaba com o u n gas, com o u n líquido, la experiencia, y de esta presión
surgía la form a del poem a. Es u n a frase herm osa, pero no estoy seguro de
que. sea verdadera. Antes yo afirm aba que ciertas cosas no podían decirse
en cierto tipo d e verso, que no po d ía escribirse una tragedia en verso
jocoso. Pero he encontrado pruebas de lo contrario: Thomas Hardy, por
ejemplo, no p o rq u e fuera un poeta extrem adam ente audaz, sinó porque
EN TREVISTA-A RICHARD H O GGAR T 3 6 5

era, posiblem ente, u n poco a la antigua, escribió algunos de sus poemas


más trágicos en estilos que, considerados exteriorm ente, habrían provo­
cado u n com entario más o m enos así: “Pero usted no p uede escribir sobre
esto de esta m an era”. Su form a es increíblem ente banal, pero, a través de
alguna curiosa alquimia, la banalidad enaltece el sentido trágico. La tra­
dición inglesa, p o r lo demás, no está dem asiado interesada en cuestiones
formales (como lo está la francesa, p o r ejem plo). A unque exista Joyce en
esa tradición, que significó la ru p tu ra absoluta de los límites de la novela,
ru p tu ra que surgió de u n a necesidad de m anejo in terno de su material,
más que de una presión formal.
Por otra parte, cada vez que escribo, descubro que m e estoy intere­
sando progresivam ente en los problem as de la form a. Y le diré p o r qué: la
form a más fácil y al mismo tiem po más difícil es aquella en la que nada se
ha heredado; en mi opinión, es más fácil escribir u n a novela que algunos
de los ensayos que yo mismo he escrito. Si se escribe un libro como The
Uses ofLiteracy, donde yo realm ente dije: “M iren, debo exponerm e a m í
mismo, quiero hablarle a usted y quiero que usted sea consciente de los
tonos de m i voz, no quiero recu rrir a tonos aceptados”, si se hace preci­
sam ente esto, uno se convierte en algo desnudo y vulnerable. Porque al
mismo tiem po que se rechazan los com prom isos formales, se rechazan
sus defensas. En este m om ento estoy encarando mi autobiografía, y mi
tiem po está más y más dedicado a cuestiones formales: quiero preguntar­
m e cuál ha sido la form a de mi vida, cuáles son sus presiones recurrentes,
cuál la form a de mis odios, mis am ores y mis m iedos y cuánto de todo esto
habla de m í y cuánto de la sociedad; cuáles son los puntos de mi vida más
reveladores, p o r qué vuelvo u n a y otra vez sobre tal m etáfora...

— Su obra, o parte de ella, está constituida por e?tsayos que desafían los mismos
límites del género y de su tipo de exposición. En la edición francesa de T he Uses
o f Literacy, fean-Claude Passeron cree necesario decir que el libro es muy difícil
de clasificar en la literatura antropológica o en la de sociología cultural. Afimia
que la primera parte puede describirse como “estudio de costumbres”, y la segunda,
como “un ejercicio de método”. Pienso que tiene razón al suponer su actividad, en
esa obra, como etnológica. Quiero conocer su punto de vista sobre este tema.

Le voy a contar u n a historia. Mi p rim er libro fue sobre W. H. Auden. Y


no era u n mal libro. Tuve suerte ele p o d e r escribirlo siendo yo tan joven.
Me fue posible porq u e em pecé a hacerlo inm ediatam ente después de la
guerra y los departam entos universitarios de inglés estaban atravesando
una situación especial. Me gané cierta agradable reputación y com encé
366 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS

a ser considerado como alguien que podía m erecer algunos ascensos.


Pero entonces decidí que quería escribir un libro cuyo tipo no existía en
inglés: u n libro sobre algunos aspectos de la cultura de masas usando,
com o dice Passeron, los m étodos de la crítica literaria y analizando m ate­
rial que la gente de los departam entos de literatura no discutía jamás.
C uando lo com encé, sentí progresivam ente u n a creciente insatisfacción
con sus presupuestos y con su form a. U no de estos presupuestos es que
la literatura de masas dice m ucho sobre la gente que la consum e. Pero
la gente que la consum ía era mi gente, la gente de m i propia familia. Me
fui convenciendo así de que no pu ed e hablarse de literatura de masas
sin hablar de la gente que la consum e y el m undo en que ella vive. Por
eso la prim era m itad de The Uses of Literacy se convirtió, entre otras cosas,
en u n redescubrim iento de mi propio pasado. De esta form a, com encé
a escribir u n libro sobre cultura de masas y term iné escribiendo sobre
el cambio cultural, la vida obrera. P o r eso es u n libro heterogéneo, que
parece no p e rte n e c er a nin g u n a parte.
Se m e aconsejó que no lo publicara, que arruinaría mi carrera como
profesor. Lo p ubliqué pero, a decir verdad, con la d uda rodeándolo. El
libro sobrevivió y, con u n a o dos excepciones, los antropólogos y los so­
ciólogos lo recogieron con hospitalidad. Passeron me habló de su intro­
ducción a la edición francesa y de sus objetivos en ella: en el cam po de la
política académ ica, lo que Passeron quiere es que los antropólogos y los
sociólogos franceses tom en conciencia del fenóm eno concreto que les
p resen ta este libro. Passeron piensa que ningún francés p o d ría haberlo
escrito y cree q ue es necesario dar u n a batalla sobre lo concreto en las
ciencias sociales. En París m e en co n tré u n día con Lévi-Strauss, quien me
dijo: “U sted es más antropólogo q ue yo”. Y creo que si m i vida em pezara
de nuevo, sería an tro p ó lo g o ...

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