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CRITICÓN, 127, 2016, pp. 105-128.

La agudeza de Sancho:
del rebuzno a la cuestión
de la imitación creadora

Nadine Ly
Université Bordeaux Montaigne – Ameriber-Grial

Entre los capítulos 24 a 27 de la Segunda Parte del Quijote1 se desenvuelve una


aventura compleja, entrecortada2, cuyo desenlace definitivo se posterga hasta el capítulo
28. En la continuación inmediata de la exploración de la Cueva de Montesinos, la
aventura es la del rebuzno de los regidores, también llamada «torneo de los rebuznos»3,
a la que sigue un enfrentamiento entre el pueblo del rebuzno y otro pueblo, su más
pertinaz ofensor. Esa aventura, agitada por continuas alteraciones e incluso por

1
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 2004, vol. I, pp. 904-947. Tomaré esta edición como referencia e
indicaré simplemente Quijote. En caso de referirme a otra edición, se precisará.
2
Se leen los preliminares y el anuncio de la aventura al final del capítulo 24, al encontrarse don Quijote
con el hombre que da varazos a un macho cargado de armas y promete contar maravillas. Las cuenta en la
venta, al principio del capítulo 25. En cuanto da fin al sabroso relato, sin esperar agradecimientos ni
comentarios, se marcha a toda prisa a llevar armas y alabardas al escuadrón del pueblo del rebuzno que sale
en campaña con los burladores de un pueblo vecino. Al despedirse él, entran en escena Maese Pedro y el mono
adivino, ocupando la segunda parte del capítulo 25 y gran parte del 26. Vuelve a reaparecer brevemente el
proveedor de armas: «Quedó […] abobado el del rebuzno» (II, 25, p. 919), admirado por las hazañas del
mono. Después de «la borrasca del retablo» de Gaiferos y Melisendra, otra rápida alusión al conflicto armado
reanuda con el episodio de los asnos. En el capítulo 27, después de descubiertos la identidad de Maese Pedro y
el engaño del mono, salen don Quijote y Sancho de la venta y llegan al campo donde se está preparando la
batalla. Pronuncia entonces don Quijote un elocuente discurso pacificador haciéndole eco Sancho con la
agudeza de un rebuzno. «A música de rebuznos» responde un «contrapunto de varapalos» (II, 28, p. 942),
huye don Quijote y, faltando los adversarios, ausentes del campo de batalla, los burlados vuelven satisfechos a
su lugar. En el capítulo 28, se enfrenta Sancho con don Quijote, acusándole de haber huido y pidiéndole
salario por su trabajo.
3
Ignacio Arellano, en Quijote, vol. II, p. 157.

RECEPCIÓN: 26/05/2016 ACEPTACIÓN DEFINITIVA: 2/07/2016


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aparentes incoherencias narrativas4, sobre las que hemos de volver, es obviamente una
de las más cómicas del libro. Resulta ser, también, a raíz de su rústica y asnal
simplicidad, y contra la tajante condena de Riley5 que la juzga absurda e ineficaz, una de
las más paradójicamente profundas, tal y como le corresponde a un ingenio, el de
Cervantes, a quien califica Giuseppe di Stefano, en un artículo dedicado al asno de
Sancho6, de «ingenio tan festivo como despistador».
Según reza el título de este artículo, su objeto es dar cuenta de lo que Cervantes
llama, con una fórmula excepcional, «la agudeza de Sancho», relacionando el dúo
formado por el discurso de don Quijote y el rebuzno de Sancho con algunos motivos
relevantes, observables en la Segunda parte, antes de incluir el episodio dentro de la
temática de la imitación, cuya espectacular puesta en escena, magistralmente inventada
en la Primera parte, alcanza aquí, a la vez que su nivel más elemental y bruto, su nec
plus ultra ofensivo y cómico. Bien podría, en efecto, relacionarse el episodio de los asnos
con el affaire Avellaneda y el Quijote de 1614, que recorre de par en par el de 1615,
iluminando nuevos aspectos de la imitación, en segundo grado y creadora, del mismo
Cervantes, y alimentando indignación, repugnancia, venganza y disimulación de la
misma, irónica inventiva, crítica abierta y crítica solapada, pero también y sobre todo
reflexión sobre la propia escritura y la del plagiario —la genuina de 1605; la falsa,
imitada, de 1614; y la actual «imitada» de estas dos. Sin embargo, y a pesar de que es
grande la tentación de recurrir sin tardar al apócrifo para arrojar alguna luz sobre el
episodio, me parece que éste merece analizarse primero sin ayuda de elementos externos.

El episodio de los asnos


En lo que atañe a la dispositio, adopta la aventura del rebuzno la forma de un
discurso de tipo deliberativo poco ortodoxo, por entrecortado, inserto en la diégesis y
jocoserio, con tres oradores en vez de uno y, en cuanto a la inventio, compuesto de
materiales diversos, algunos de ellos no se sabe si cervantinos o folklóricos. Primero, se
exponen los hechos y la causa, la batalla que se preparan a librar los aldeanos del
rebuzno contra los de un pueblo vecino, por medio de una narratio estratégicamente
postergada, a cargo de un hombre que se encamina con mucha prisa a la venta,
aguijando un macho cargado de lanzas y alabardas y prometiéndoles a don Quijote,
Sancho, el primo humanista y el paje que se va a la guerra, contarles «maravillas» en
cuanto lleguen a reunirse con él en la venta.
La narratio de «la verdad del caso» es un cuento, el de dos regidores que baten el
monte en busca del asno de uno de ellos, perdido por culpa de una criada. Determinan
los regidores usar de su maravillosa habilidad en rebuznar para que, al oírlos, les
responda el asno desaparecido. A cada paso, se engañan los rebuznadores volviendo a
juntarse y dándose recíprocamente la bandera de esa rara habilidad, hasta que deciden,
pero en vano, rebuznar dos veces seguidas para no confundirse. Desgraciadamente, no
contesta el jumento, al que encuentran en la espesura, muerto y comido de lobos. No

4
«Aparentes» por visibles y/o supuestas. Esas incoherencias conciernen a las tergiversaciones de los
personajes (y del relato) entre dirigirse ellos a la venta o a la ermita (II, 24, pp. 907-908).
5
Riley, 1990, p. 124.
6
Di Stefano, 1990, p. 895.
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acaba ahí el cuento: «desconsolados y roncos» vuelven los regidores a su aldea y


cuentan el lance a sus amigos, vecinos y conocidos; se propaga la aventura por los
lugares vecinos y el diablo, que nunca duerme, se las arregla para que la gente de todos
esos pueblos y sobre todo los muchachos, en viendo a uno del pueblo del rebuzno, se
pongan a rebuznar. Cunden el rebuzno y el escarnio «de uno en otro pueblo», hasta que
los del pueblo corrido determinan desafiar en batalla campal al pueblo que más les
corría.
La narratio se hace de un tirón, sin que ninguno de los oyentes la interrumpa,
terminando de modo abrupto, ya que los convecinos del portador de las armas —
natural del pueblo del rebuzno— han de salir en campaña al día siguiente o a los dos
días y él tiene prisa en entregarles lanzas y alabardas. Procede que se interponga un
lapso de tiempo entre el cuento y la batalla para dar lugar al surgimiento de Maese
Pedro con el mono adivino y, sobre todo, a la representación del retablo de Gaiferos y
Melisendra y al destrozo de los títeres por don Quijote. Más picante aun es la seca
conclusión de la narratio: «y éstas son las maravillas que dije que os había de contar, y
si no os lo han parecido, no sé otras»7, como si pidiera irónicamente disculpa Cervantes,
mediante su personaje, por lo burlesco, grosero y villano del cuento, tan ajeno a las
sutilezas de las ficciones del libro. Por otra parte, la doble y contradictoria propuesta,
maravillas/no maravillas, hace de bisagra entre la «rara habilidad» de los regidores en
rebuznar y la «estraña» (por demoníaca) habilidad del mono en adivinar, así como entre
el irrisorio casus belli y el acceso de locura destructora de don Quijote, víctima de la
ilusión titiritera y teatral. No será sino al final del episodio y del capítulo 26, cuando,
acabada la borrasca del retablo, se despidan todos, saliendo de la venta antes del
amanecer el que llevaba las armas.
Dos días caminan Don Quijote y Sancho, deseosos, antes de llegar a Zaragoza, de
ver las riberas del Ebro y sus contornos cuando, al oír «rumor de atambores, de
trompetas y arcabuces» y al subir en una loma, descubren el escuadrón del asno, con su
extraño estandarte8: un asno pintado muy al vivo, la «boca abierta y la lengua de fuera,
en acto y postura como si estuviera rebuznando». La divisa solo se diferencia del refrán
de Correas9 en que la abre una negación que contradice el fracaso de los regidores o
alcaldes rebuznadores, negación cuya presencia, que no puede achacarse a un descuido
de Cervantes, sugiere que su función no se limita a resumir el cuento: «No rebuznaron
en balde / el uno y el otro alcalde». Otro sentido habrá que buscarle. Se acercan Don
Quijote y Sancho al estandarte, metiéndose dentro del escuadrón y, sin que nadie le
hable ni le pregunte nada, el Caballero les hace a los combatientes una doble y
contradictoria propuesta: que no interrumpan el discurso que les va a dirigir pero, si les
disgusta, a la menor señal de enfado por parte de ellos, que sepan que él mismo se
pondrá sello en la boca y mordaza a la lengua.

7
Quijote, II, 26, p. 916.
8
Tan raro que Rodríguez Marín lo señala: «Tal estandarte, por su asunto y por su letra, era más a
propósito para llevado por el bando burlón que por el de los que se corrían al recordarles la habilidad de los
alcaldes rebuznadores [...]», Cervantes, Don Quijote, ed. 1947-1949, t. V (1948), p. 266, n. 16.
9
Correas, Vocabulario de refranes, p. 571b: «Rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde». La
diferencia ha sido notada por todos los exégetas del episodio.
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«Plus Cicéron que jamais»10, pronuncia entonces un magnífico discurso apaciguador,


cuya argumentación, fuerte y bien estructurada, aunque no desprovista de gracia,
cumple perfectamente con los requisitos de la retórica al ofrecer:

• la evocación precisa de las circunstancias del fortuito encuentro: dónde, cuándo,


cómo, qué;
• la auto-presentación del orador, que afianza su ethos y la honradez y utilidad de
su intervención11;
• el examen de la causa quintiliana: ¿cuál es el problema?, ¿existe tal problema?
Inmediata y rotunda es la respuesta: si se trata de lavar una afrenta, las leyes del
duelo estipulan que ningún particular puede afrentar a un pueblo entero, luego no
hay afrenta;
• ¿la prueba? La aduce un primer exemplum: el sonadísimo reto colectivo de don
Diego Ordóñez de Lara a los zamoranos, juzgado excesivo por don Quijote, con
unas picantes consideraciones sobre la cólera, mientras que no hay desafío colectivo
por parte de los ofensores del pueblo del rebuzno. Luego, «queda en limpio que no
hay para qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es», no
habiendo además venganza que sea justa. Otra prueba: las tradicionales rencillas
entre pueblos causadas por los apodos cómicos aplicados a los habitantes de ciertas
ciudades o irónicos insignes pueblos, que nunca desembocan en guerras ni masacres.
• Sube entonces el tono del orador para la amonestación y el juicio final,
enumerando don Quijote las razones capitales que pueden justificar una guerra justa
y convocando autoridades incontrovertibles, tales como «los varones prudentes, las
repúblicas bien concertadas» y hasta Jesucristo y «la santa ley que profesamos, en la
cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que
nos aborrecen». Se deriva la conclusión de don Quijote de su admirable
argumentación: «… tomarlas [las armas] por niñerías y por cosas que antes son de
risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable
discurso. [...] Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas
y humanas a sosegarse»12.

Si bien, en el dispositivo deliberativo, contrasta una graciosa, aunque asnal, muestra


del arte de contar con un notable alarde de elocuencia, mayor todavía se nos hace el
contraste entre el discurso de don Quijote y el casus belli: una guerra de rebuznos entre
pueblos vecinos. Frecuentemente puesto en relación con Apuleyo 13, el episodio ha

10
Moner, 1986, p. 112.
11
Honradez y utilidad que hacen del orador ese vir bonus dicendi peritus, según la definición de Catón,
difundida por Quintiliano.
12
Quijote, II, 27, pp. 939-940.
13
En el Libro VIII del Asno de Oro, olvida Lucio que se ha metamorfoseado en asno y se pone a gritar
para pedir auxilio, poniendo en confusión a los aldeanos que están buscando un asno perdido. Otro
fragmento aflora en el episodio del Quijote: la palabra maravilla y el deseo del autor de saber y aprender cosas
nuevas. Cuando promete el proveedor de armas contar maravillas, aguijando el macho para ir a la venta: «no
tuvo lugar don Quijote de preguntarle qué maravillas eran las que pensaba decirles, y como él era algo curioso
y siempre le fatigaban deseos de saber cosas nuevas, ordenó que al momento se partiesen [...]». Poco falta para
imaginar que don Quijote comparte algunos rasgos con el asno Lucio…
LA AGUDEZA DE SANCHO 109

llamado la atención de la critica por sus raíces folklóricas, sin que se aporten más datos
ni pruebas que la presencia del refrán en El vocabulario de refranes de Correas y la
afirmación repetida de que existen numerosos cuentos populares referidos al asno14.
Luis Andrés Murillo15 es uno de los que opinan que el refrán recogido por Correas bien
podría originarse en el episodio cervantino y en la divisa del pueblo del rebuzno. Si es
cierto que fue así, cabe notar que lo recoge Correas suprimiendo la negación para
adaptar el refrán al fracaso de los alcaldes, es decir al contenido de la jocosa historieta.
Pero cualquiera que pueda ser el origen del refrán y del cuento, al terminar don Quijote
su perfecta arenga es cuando surge la atronadora y, a mi juicio más lista que tonta,
réplica de Sancho.
En realidad, la precede una reflexión silenciosa que le sirve de preámbulo a una
alocución breve, preámbulo asimismo de la réplica ruidosa, con la que se cierra
definitivamente la secuencia de los discursos. Sensible a la perfección de la exhortación
quijotesca, a su calidad argumentativa y a su alta generosidad, parece Sancho hacerse
cargo, como para liberarla, de una admiración emocionada (supuestamente compartida
por el lector), expresándola para sus adentros en términos rústicos y familiares, bien
distintos de la elocuencia de su amo: —«El diablo me lleve —dijo a esta sazón Sancho
entre sí— si este mi amo no es tólogo, y si no lo es, que le parece como un güevo a
otro». Es imposible no percibir en ese comentario la malicia de Cervantes, genial artífice
de contrastes y despiadado azote de todo tipo de violación del aptum, de vana
altisonancia o de hinchazón16. Como en otras partes del libro y, principalmente, en la
Segunda parte, Cervantes hace de Sancho el detector y el revelador sensible de las
disonancias que, por ejemplo, se perciben —como bien notó Américo Castro—17 en el
uso de las palabras teologías y teólogo o tólogo y en los elocuentes discursos a los que
no siguen actos. El comentario de Sancho bien podría hacer, precisamente, de señal o de
llamada de atención no solo a su intrínseco carácter cómico sino al contexto en el que se
enmarca.
¿Qué es de los destinatarios directos del discurso de don Quijote, los soldados del
escuadrón del rebuzno? Permanecen mudos («todavía le prestaban silencio»)18, sumidos
en un silencio atónito, totalmente indefinido (al revés del silencio elocuente de Sancho),
entre la «admiración» primera, una posible y total incomprensión o cierta estupefacción
al oírse tratar de insensatos por don Quijote. Del espacio de ese silencio se aprovecha
Sancho, en el mismo momento en que, cobrando aliento, trata don Quijote de «pasar
adelante en su plática como pasara si no se pusiera en medio la agudeza de Sancho, el
cual, viendo que su amo se detenía, tomó la mano por él […]»19. Tomando pues la
palabra, hace un elogio gracioso de la erudición de su amo, de sus cualidades de

14
En su edición de 1958 [1911], afirma Rodríguez Marín (vol. VI, p. 140, n. 4, y pp. 181-182 n. 25) que
está a pique de descubrir el nombre del pueblo del asno. En la de 1947-1949 (tomo X, 1949, pp. 38-48),
dedica el anejo XXIX, Los Rebuznadores, a tradiciones y anécdotas de rebuznadores en España o en Italia. No
carece de interés señalar que Mauricio Molho (Molho, 1976) en ningún momento trata del cuento del rebuzno
ni evoca la agudeza de Sancho.
15
Quijote, ed. 1991, II, p. 251, n. 8.
16
Gómez Canseco, 2002.
17
Castro, 1972, p. 298, n. 201 y 202.
18
Quijote, II, 27, p. 940.
19
Quijote, II, 27, p. 940.
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soldado, de su ciencia de las leyes del duelo y, más curioso, de su conocimiento del
romance y del latín20, virtudes que garantizan y autorizan su juicio acerca del conflicto:
«es necedad correrse por solo oír un rebuzno»21.
Después de alegar la autoridad de don Quijote, trae Sancho otro argumento: la
autoridad de su propia experiencia. Como los dos regidores del cuento, él también, de
joven, sabía rebuznar y lo hacía con «tanta gracia y propiedad» que todos los asnos de
su pueblo le contestaban, y eso sin dejar de ser hijo de sus honradísimos padres y
envidiado de los más estirados. Para demostrar que esa ciencia nunca se olvida y
pasando del dicho al hecho —o mejor: al rebuzno— «puesta la mano en las narices,
comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron». La
respuesta es inmediata y contundente: uno del escuadrón, pensando que Sancho se
burlaba y pasando, sin mediación de palabras, del silencio a la obra, le asesta un
tremendo golpe que da con él en el suelo. ¿Agudeza, como la llama Cervantes, o
asnería? Para el lector, que no resiste la risa, para el escuadrón que reacciona
desacatando los consejos de don Quijote, y para el mismo don Quijote, mortificado por
el grosero contrapunto sanchesco a su bella exhortación, no se trata sino de una
fenomenal necedad que le vale a Sancho merecidos varapalos y, por parte de su amo,
que lo trata de vos y de asno, violentos e hirientes reproches22. Sin embargo, y a pesar de
lo irónica que indiscutiblemente es, vale la pena intentar la lectura literal de la fórmula
cervantina.

LA AGUDEZA DE SANCHO: un hápax de autor


A ningún lector atento del Quijote le pasa desapercibido el que el calificar Cervantes
de agudeza un dicho o un hecho de Sancho, a secas, sin mencionar la acostumbrada
simplicidad, es un acontecimiento excepcional, un hápax, digno de notarse. Además, la
palabra agudeza, en singular y sin acompañamiento de otra, solo se documenta dos
veces en todo el libro, incluidos textos y paratextos de 1605 y 1615: en el capítulo
XXVII de la aventura del rebuzno y en la bella aprobación del Licenciado Márquez
Torres23, situados ambos en la Segunda parte. Lo que no quita que el concepto de
agudeza esté presente bajo otras formas: agudezas, agudo, o el mismo término agudeza
matizado por el contacto con otro lexema. Lo confirma la búsqueda de las
concordancias: en la Primera parte, agudezas, en plural, se documenta una vez en el
Prólogo al desocupado lector («agudezas y donaires») y otra en el capítulo del escrutinio
(agudezas de la doncella Placerdemivida en Tirante el Blanco) y si el adjetivo agudo
aparece dos veces, una de ellas aplicado por don Quijote a Sancho («aunque de ingenio
boto, muchas veces despuntas de agudo», I, 25), agudeza en singular no se usa nunca.
La Segunda parte suma diez apariciones de agudo, una de agudezas (II, 38, las agudezas

20
Un primer indicio, como veremos, de un vínculo con la Segunda parte apócrifa.
21
Quijote, II, 27, p. 940.
22
Quijote, II, 28, p. 942: «—¡Tan enhoramala supistes vos rebuznar, Sancho! ¿Y dónde hallastes vos ser
bueno el nombrar la soga en casa del ahorcado? A música de rebuznos, ¿qué contrapunto se había de llevar
sino de varapalos? Y dad gracias a Dios, Sancho, que ya que os santiguaron con un palo, no os hicieron el per
signum crucis con un alfanje».
23
Quijote, II, Aprobación, p. 670. Agudeza se aplica a uno de los caballeros franceses que preguntan por
Cervantes.
LA AGUDEZA DE SANCHO 111

de poetas lascivos) y cuatro de la forma en singular. De esas cuatro, tres son parejas de
palabras: «agudeza y disimulación» para la Trifaldi (II, 38); «con su simplicidad como
con su agudeza» (II, 70) o «agudeza y simplicidad para Sancho» (II, 74). Por irónica y
antifrástica que pueda interpretarse «la agudeza de Sancho», presenta la originalidad de
aparecer aislada, sin ningún matiz añadido.

Por una lectura literal


No cabe duda de que, enmarcada en un contexto de asnos y villanos, la intervención
en forma de rebuzno de Sancho es, literal o etimológicamente, una asnada o asnería o
burrada, pero no por eso se deja reducir a simpleza, necedad o torpeza24. De hecho,
inmediatamente antes de la arenga de don Quijote, otro rápido intercambio entre el
caballero y su escudero le da la palma a Sancho en materia de ingenio y perspicacia. Al
leerle don Quijote en voz alta al analfabeto de Sancho la divisa del escuadrón del
rebuzno («No rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde»), nota una disparidad
entre el relato del conductor de armas y la letra del estandarte: regidores en la narratio,
alcaldes en el banderín. Ninguno de los dos se fija en la fuerza de la rima (balde/alcalde),
que le da al dicho la forma óptima del refrán, pero la respuesta de Sancho, que alega
una explicación de tipo cronológico o histórico para justificar la disparidad, aunque sin
concederle ningún peso en el debate, presenta la ventaja de referirse a «la verdad de la
historia» bajo las leyes de lo universal poético, que no cuida de detalles históricos
exactos: «—Señor, en eso no hay que reparar, que bien puede ser que los regidores que
entonces rebuznaron viniesen con el tiempo a ser alcaldes de su pueblo, y así, se pueden
llamar con entrambos títulos: cuanto más que no hace al caso a la verdad de la historia
ser los rebuznadores alcaldes o regidores». Además, le da una salida ingeniosa, cómica y
tradicional a la habilidad, tanto de regidores como de alcaldes, en rebuznar: «[…] no
hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, como
ellos, una por una hayan rebuznado, porque tan a pique está de rebuznar un alcalde
como un regidor». Por fin, hace eco la sutil respuesta de Sancho a la del impostor maese
Pedro, algo molesto al ver que don Quijote interrumpe la representación de su retablo
por vanas cuestiones de impropiedad histórica (las «campanas» de Sansueña).
Animándole al joven trujamán a que siga comentando, le advierte a don Quijote que no
se meta en averiguar impropiedades que, con tal que le llenen el talego, él está dispuesto
a representarlas como hacen afamados dramaturgos, entiéndase Lope de Vega, aludido
aquí como en eco al debate literario entre el Canónigo y el Cura de I, 48 y, por más
señas, amigo de Avellaneda:

No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo
que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil
impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera y se escuchan
no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir, que como
yo llene mi talego, siquiera represente más impropiedades que tiene átomos el sol25.

24
Recuérdese el comentario irónico y lapidario de Vicente Gaos (Quijote, ed. 1987, II, p. 412, n. 158):
«Buena agudeza fue la suya», tan naturalmente espontáneo cuán complicada la lectio difficilior literal.
25
Quijote, II, 26, p. 928.
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Siendo manifiesto que, junto con Cide Hamete Benengeli, el personaje de Sancho es
el que más transformaciones presenta al pasar de la Primera a la Segunda parte
cervantinas, resulta asimismo obvio que la aventura toda del rebuzno se mantiene en el
filo de la asnada = necedad y de la asnada = agudeza del escudero. Al competir,
rebuznando, con los regidores asnos y con los asnos asnos en el momento de concluir su
discurso, Sancho obedece a la doble ley de imitatio aemulatio (que gobierna el trabajo
del escritor), colmando a la vez el deseo, consciente o inconsciente, del lector de que así
termine el torneo de los rebuznos y discursos —un lector en este caso espectador de una
de las actuaciones sanchescas más logradas. Más allá del deseo de medirse con excelsos
rebuznadores, el impacto profundo del rebuzno sanchesco es también psicológico26, ya
que se origina en esa bendita inclinación que mueve a ciertos individuos, sin que puedan
resistirla, a nombrar la soga en casa del ahorcado o a imitar inconsideradamente modos
de hablar, imperfecciones o incapacidades físicas y mentales. Más que todo, el ocurrente
y catastrófico rebuzno echa sobre la arenga de don Quijote una luz oblicua, al dar la
prueba de su definitiva ineficacia sobre los aldeanos del asno: en cuanto oyen rebuznar,
pegan.

No es la miel para la boca del asno


Al revés de lo que opina Carlos Romero27, tiene Cervantes mucho cuidado en no
dejar pensar nunca que la exhortación de don Quijote está a punto de apaciguar la sed
de venganza del escuadrón del asno. Verdad sea dicha: si lo hubiera logrado, no hubiera
tenido el episodio la gracia que tiene. Si solo fuera torpe animalada la reacción de
Sancho —dejando otra vez de lado la lectura irónica—, difícil fuera definirla como
agudeza, a secas; si solo se destinara a denunciar la falta de aptum del discurso de don
Quijote, se podía esperar una definición doble como agudeza y malicia o, sencillamente
malicia antes de verla pasar a la categoría de disparates, tal como ocurre unos pocos
capítulos adelante (II, 31), cuando se empeña don Quijote en negarse a ocupar la
cabecera de la mesa, a pesar de que insiste el duque en proponérsela como a huésped de
calidad. A Sancho, después de muchos reparos y tiquismiquis, se le ocurre contar el
chiste del hidalgo que invita a comer a un labrador «que presumía de cortés y bien
criado»: porfiando los dos para que el otro tomara la cabecera de la mesa, «el hidalgo,
mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza,
diciéndole: “Sentaos, majagranzas; que adonde quiera que yo me siente será vuestra

26
O fisiológico, como sugiere maliciosamente Rodríguez Marín en Quijote, ed. 1947-1949, t. V (1948), p.
217, *4: «El rebuznar, a no dudar, es contagioso, como el bostezo. Échase de ver por este pasaje, que la fama
de los dos hábiles rebuznadores que buscaban el asno perdido hizo rebuznar a los habitantes de los pueblos
inmediatos, y a Sancho, por último [...]».
27
Romero-Muñoz, 1990, p. 117: «[...] no estará de más recordar que en el sensatísimo discurso de don
Quijote a los belicosos habitantes del “pueblo del rebuzno” (tan eficaz que está a punto de disuadirlos de la
inutilidad de la acción contra sus ofensores), el caballero recuerda el “demasiado” reto de Diego Ordóñez de
Lara [...]. Muy oportunamente, desde luego. Pero también —y es curioso— en coincidencia con un pasaje de
1614 (cap. VI), en que don Quijote “el malo”, completamente loco, sin el menor atisbo de razón (es decir, en
una situación polarmente contraria a la protagonizada por “el bueno”), habiendo sido golpeado por el
guardián de un melonar, empieza a recitar el romance Rey don Sancho, rey don Sancho [...]. No cabe mayor
contraste. Ni más evidente victoria que la de Cervantes, en su imitación conscientemente meliorativa».
LA AGUDEZA DE SANCHO 113

cabecera.”»28. Disimulan los duques la risa «porque don Quijote no acabase de correrse,
habiendo entendido la malicia de Sancho; y, por mudar de plática y hacer que Sancho
no prosiguiese con otros disparates, preguntó la duquesa a don Quijote […]»29. En
presencia de la sorprendente fórmula y prescindiendo ya de tantas lucubraciones de
literatura-ficción, se ve que otro elemento «es quien tira de»30 la inexcusable literalidad
cervantina, según aclararemos al final de este estudio.
Compuesta la agudeza de Sancho de astucia y disparate, se resiste sin embargo la
fórmula a cualquier tipo de traducción, incluso diversificada y múltiple. El motivo de tal
resistencia parece imponerse: por su espontaneidad lapidaria31, su oportuna/inoportuna
e irresistible comicidad, la manera cómo le da al doble torneo de rebuznos y discursos
un desenlace afín a la tonalidad del episodio, iluminando a posteriori contrastes y
desatando paradójicamente (a costa suya) tensiones, es la agudeza de Sancho lo que
Gracián llama stricto sensu una agudeza. La dificultad, si la hay, radica en determinar si
es «agudeza por desempeño en el hecho» o «agudeza por desempeño en el dicho»32,
debate que según Gracián entronca con otro de más monta, el de las Armas y las Letras:

Antiga altercación, cuál sea mayor eminencia: en el hecho o en el dicho. Hijuela de aquella
otra: ¿qué varones sean más famosos: los que discurren o los que obran; los sabios o los
valerosos? Son más los desempeños por el dicho; acúdese en ellos por una razón tan relevante
cuan pronta y impensada, sacada a fuerza de ingenio de los más arcanos senos del discurso; de
suerte que, así como en los desempeños por la obra sale de la dificultad el ingenio hallando el
único medio, en éstos se desempeña con la razón sutil y adecuada33.

El único medio que se le ocurre al ingenio de Sancho para desatar el nudo de la


incompatibilidad entre esos dos extremos repugnantes (el ciceroniano discurso de don
Quijote y la asnal simpleza de los aldeanos del rebuzno, empeñados en vengarse), a
todas luces es un hecho: rebuznar es un acto como pueden serlo retos o insultos, cuyo
previsible efecto —provocar a furia y violencia al escuadrón del asno— le deja a Sancho
molido a palos y dolorido «desde la punta del espinazo hasta la nuca del celebro».
Rebuznar, por otra parte, tiene algo que ver con el lenguaje o con un lenguaje, el de
los asnos, tan perfectamente imitado por los regidores, que de ellos a un asno no hay
ninguna diferencia, «en cuanto toca al rebuznar», según puntualiza el del asno perdido
al de la traza, mientras éste elogia las cualidades vocales y sonoras de su compadre
rebuznador como si fueran proeza de cantante: «el sonido que tenéis es alto, lo
sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y apresurados». Que sea el
rebuznar el modo común de hablar de regidores, alcaldes y aldeanos del escuadrón lo
simboliza el pendón en que viene pintado al vivo un asno que rebuzna y la divisa ya
comentada. Y que sea un rebuzno lo único que entienden los aldeanos, lo único que los
hace reaccionar —al revés del discurso de don Quijote que los deja silenciosos y
atónitos— lo demuestra con creces la agudeza/rebuzno de Sancho.

28
Quijote, II, 31, p. 969.
29
Ibid.
30
Parodiando la letrilla de Góngora «No son todos ruiseñores» (Letrillas, p. 8).
31
Blanco, 1992, p. 36-37 y passim.
32
Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio, vol. II, pp. 480-487 y 488-490.
33
Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio, vol. II, p. 488.
114 NADINE LY Criticón, 127, 2016

No solo imita al asno y a los imitadores del asno, no solo adopta el lenguaje del asno
para hablar a unos asnos, provocándolos sin querer, sino que hace un eco animal y
burlesco a las palabras intrínsecamente sensatas de don Quijote, pero, en un contexto
tan superlativamente asnificado, cómicamente desfasadas. Imita pues Sancho, con ese
ingenioso y espontáneo hecho/dicho, la no pertinente pertinencia del discurso de su
amo, como si demostrara la fuerza del refrán: «no es la miel para la boca del asno».
Pero ese refrán no lo alega él sino que lo evoca, citando a Sancho, el propio don
Quijote, cuando, en II, 28, Sancho determina dejarle y él le propone pagarle lo que le
debe. Al decirle Sancho que hace «veinte años, tres días más o menos» que le tiene
prometida la ínsula, se enciende el caballero en cólera, insulta a su escudero echándole
en cara su condición de asno y recordándole, como en violenta réplica a su anterior
agudeza, el refrán:

[...] ¿Ahora te vas, cuando yo venía con intención firme y valedera de hacerte señor de la
mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel, etcétera. Asno
eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida, que para
mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres
bestia.34

Se cierra el notable intercambio con las lágrimas de Sancho y su total derrota,


aceptando él su condición de asno y escudero fiel, con lo que vuelven las aguas a su
cauce y se serena don Quijote:

—Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola: si vuestra
merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días
que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone [...].

Ahora bien, si el rebuzno de Sancho merece que lo califique Cervantes de agudeza,


no es solo por iluminar esa agudeza lo inadaptado del discurso de don Quijote ni solo
por rematar con un cierre ultra cómico un concierto de rebuznos, sino por resonar de
modo hiperbólico: «[…] comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos
valles retumbaron»35. Si un rebuzno, por ser agudeza, es capaz de propagarse
retumbando de uno en otro valle, tal rebuzno, que multiplica infinitas veces cuantos
rebuznos resuenan en el episodio ¿no podrá repercutir, desde esa singular aventura, de
episodio en episodio, de texto en texto? Hace pues falta mostrar cómo anima el
ingenioso rebuzno de Sancho, dentro y fuera del Quijote de 1615, vibraciones que bien
podrían interpretarse como alusiones a la imitación apócrifa. Me propongo sugerir la
hipótesis que la aventura del rebuzno, por la contagiosa asnificación de los personajes y
la inaudita insistencia en un «deseo mimético»36 tan ridículo como tradicionalmente
necio, podría ser una de las que más cuestionan, en cuanto a imitación atañe, las
relaciones entre el Quijote de 1614 y el de Cervantes.

34
Quijote, II, 28, p. 947.
35
Quijote, II, 27, p. 940.
36
Ehrlicher, 2007, en el mismo título: «Alemán, Cervantes y los continuadores. Conflictos de autoría y
deseo mimético en la época de la imprenta» (el subrayado es mío). La fórmula es de René Girard (Girard,
1961).
LA AGUDEZA DE SANCHO 115

De ermitaños, soldados y asnos:


la imitación creadora de Cervantes
Notables son los vínculos que relacionan el relato marco de los asnos con el relato
enmarcado de Maese Pedro. Uno de ellos me parece relevante: la presencia en ambos
episodios de la misma fórmula: «rara habilidad», aplicada tanto a los rebuznadores
como al mono adivino del titiritero y calificada además la del simio de «estraña
habilidad» por don Quijote. Ahora bien, esa habilidad, en uno y otro caso, consiste en
imitar: imitación bruta y vanidosa en el primer caso37, «imitación literal y vacía de la
naturaleza» en el segundo38.
Con esos hombres que imitan a asnos y un mono que se finge adivino y es adiestrado
por un pícaro que se hace pasar por «famoso titerero», la «rara habilidad» en imitar
alcanza, en esos episodios entremezclados, sus características más condenables de
necedad e impostura. Incluida la segunda en el marco de una asnal y villana estupidez,
es denunciada tanto por las sospechas de don Quijote como por las socarronas dudas de
Sancho, antes de recibir el merecido castigo con el destrozo total del retablo y la huida
del mono «por los tejados de la venta». Ese castigo, que se convierte en venganza al
revelar Cide Hamete la identidad de Maese Pedro, al principio del capítulo II, 27,
contrasta con la arenga pacificadora de don Quijote, en el mismo capítulo, así como
contrastan sus elogios de la soldadesca y la cita que hace de Terencio («más bien parece
el soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida», II, 24) con su actitud poco
gloriosa cuando huye, viendo a Sancho molido a palos por los del escuadrón del asno.
En realidad, temiendo a cada paso que le alcance un tiro de arcabuz, recuerda
cautamente que «no era deshonroso huir o retroceder» cuando disparaban armas de
fuego39. En realidad, y más allá del placer del texto, la imitación de Sancho, que
responde con una asnada a los rebuznos de los regidores y de sus malignos imitadores,
sella definitivamente la cómica y sin embargo elegante, distanciada y definitiva condena
cervantina de la imitación espuria40.
Todo ello, en efecto, en unos capítulos en los que —Carlos Romero Muñoz lo
demuestra punto por punto—, Cervantes se empeña en reaccionar contra el falsario,

37
Leo Spitzer interpreta la historia de los regidores como cuento de tontos y denuncia cervantina de la
vanidad: «El aspecto quimérico y ciego de la vanidad humana difícilmente podría encontrar ilustración más
convincente que esta historia, donde el arte del rebuzno se infla primero y después se desinfla ante nuestros
ojos, apareciendo como “un lenguaje especial de la vanidad humana”», Spitzer, 1955, p. 164.
38
Helena Percas de Ponseti recuerda que, entre los animales, el mono es el único que imita al hombre,
alejándose así de la perfección divina para acercarse a la imperfección del Diablo (Percas de Ponseti, 1975, pp.
398-399). A continuación analiza «El retablo de Maese Pedro. El creador a imagen del diablo o a la imagen de
Dios», (ibid., pp. 584-603).
39
Quijote, II, 27, p. 941, n. 39.
40
Del mismo modo que Cervantes responde a la agresión avellanedesca con una historia de asnos,
Góngora, en el mismo año de 1615, responde a los detractores de su Polifemo con un soneto escatológico
(«De los que censuraron su Polifemo»): «A pesar del lucero de su frente, / lo hacen obscuro, y él, en dos
razones / que en dos truenos libró de su occidente: / “Si quieren —respondió— los pedantones / luz nueva en
hemisferio diferente, / den su memorïal a mis calzones”», en Góngora, Obras completas, 288, p. 450. En
ciertos contextos y frente a según qué agresores, no valen discursos ni razones, como muestran Cervantes con
sus rebuznos y Góngora con los gases intestinales de Polifemo.
116 NADINE LY Criticón, 127, 2016

variando «de mil modos su actitud en la bien orquestada campaña de ataques a


Avellaneda»:

Para mí, no cabe la menor duda de que los caps. XXIV al XXVIII, tal y como se nos presentan
en el Quijote de 1615 impreso (el único que conocemos) han sido escritos por Cervantes muy
tardíamente, después de tomar conocimiento de 1614, o bien corregidos, alterados (=
perfeccionados) tan a fondo que, por más de un motivo, sigue siendo legítimo llamarlos
«nuevos», no ya pertenecientes al Ur-Quijote de 1615. Prueba fehaciente de ello me parecen
las «suturas» constatables entre distintos trozos del segmento en cuestión y, sobre todo, la
aparición, a lo largo de sus páginas, de numerosos motivos que, ya sea aisladamente, ya sea
examinados de manera «solidaria», acaban remitiendo a 161441.

Uno de esos motivos, varias veces evocado por los cervantistas, es el de la ermita y el
ermitaño asociado a los motivos del soldado y de la narración de cuentos o historias.

De ermitas, ermitaños, soldados y asnos en el «Quijote» de Cervantes


Pocas son las ermitas que aparecen o son mencionadas en el Quijote. Son de señalar,
al final de la Primera parte, «los cimientos derribados de una antigua ermita que se
renovaba»42, en los que un médico antiguo descubre la caja de plomo que contiene los
pergaminos donde, en versos castellanos y letra gótica, se cuentan las aventuras (todavía
sin contar) de don Quijote en su futura salida43. A principios del mismo capítulo44, se
evoca la devota ermita hacia la que se encamina la procesión de disciplinantes que,
trayendo en andas una imagen cubierta de luto de la Virgen, van a pedirle lluvia a Dios,
procesión interrumpida por la desastrada intervención de don Quijote al que, después de
la refriega, vuelven a su casa enjaulado. Puestos a rastrear no solo detalles sino más bien
conjunción de detalles idénticos en espacios limitados, notamos que al volver asimismo
Sancho a casa, Juana Panza le pregunta qué bienes ha sacado de sus «escuderías».
Sancho le contesta que pronto lo verá gobernador de una ínsula, palabra que ella no
entiende: «—No es la miel para la boca del asno —respondió Sancho— a su tiempo lo
verás, mujer [...]»45. No se volverán a reunir las menciones de una ermita y del refrán
sino juntando el principio (II, 24) y el final (II, 28) de la aventura del rebuzno. A pesar
de lo que afirma don Quijote, al citar el refrán truncado, no lo usa Sancho «otras veces»
sino una sola, en el capítulo final de la Primera parte.
En cuanto a ermitaños, no solo son pocos los que se mencionan —uno en el capítulo
I, 26, de la penitencia de don Quijote y el otro en el ya mencionado capítulo II, 24—
sino que ambos están ausentes. El ermitaño del episodio de Sierra Morena es aquel,
imitado de Adalod, que le falta a don Quijote para imitar cumplidamente la penitencia
de Amadís. Al verse desdeñado de Oriana, se retira el paladín a la Peña Pobre —según,
hablando entre sí, recuerda don Quijote— «en compañía de un ermitaño, y allí se hartó

41
Romero-Muñoz, 1990, p. 102-120. Los puntos son: la evolución de Cide Hamete; la cuestión de saber
si miente o no don Quijote; la ermita; el paje-soldado; las ventas ventas y ya no castillos; los italianismos;
Maese Pedro; los nombres de Teresa; el pago de las marionetas; el salario de Sancho, etc. La cita, p. 100.
42
Quijote, I, 52, p. 647.
43
Alusión probable a los falsos cronicones de Granada (Moner, 1991a, 1991b, 1994).
44
Quijote, I, 52, p. 640.
45
Quijote, I, 52, p. 645.
LA AGUDEZA DE SANCHO 117

de llorar y de encomendarse a Dios»46. Desgraciadamente, don Quijote no encuentra a


ningún ermitaño en Sierra Morena: «Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí
otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse»47.
Ausente también está el ermitaño de la ermita adonde don Quijote, Sancho y el
primo a buen seguro se hubieran dirigido a recogerse48 si no hubieran topado con el
conductor de armas que los convidó a oír sus «maravillas» en la venta donde él mismo
tenía que pasar la noche. Lo inaudito es la importancia textual que le concede Cervantes
al motivo, tan escuetamente evocado antes y, más aún, las vacilaciones de los personajes
y las incoherencias del relato. A pesar de no estar en la ermita, cobra ahora sustancia y
consistencia el ermitaño: de él se dice que ha sido soldado, es buen cristiano, muy
discreto y caritativo, y ha edificado una casa con su propio dinero para recibir
huéspedes. La pregunta de Sancho acerca de si tiene gallinas le inspira a don Quijote
unas consideraciones ambiguas sobre la diferencia entre la vida eremítica en desiertos y
la holgura de los ermitaños modernos, concluyendo él: «menos mal hace el hipócrita
que se finge bueno que el público pecador». De hecho, vive acompañado el ermitaño de
una sotaermitaño que le ofrece agua barata a Sancho: al no tener vino, no es el ermitaño
tabernero de lo caro.
Lo más extraño, sin embargo, es la indecisión de los personajes que no logran
decidirse entre recogerse en la casa edificada por el ermitaño o en la venta donde los
esperan las maravillas del aldeano del rebuzno. Presa de impaciencia y curiosidad, don
Quijote decide ir a la venta «sin tocar en la ermita». A partir de ahí, se entremezclan
referencias primero a la venta («a la cual llegaron un poco antes de anochecer») e
inmediatamente después a la ermita: «Dijo el primo a don Quijote que llegasen a ella, a
beber un trago. Apenas oyó esto Sancho Panza, cuando encaminó el rucio a la ermita».
Siguen el encuentro con la sotaermitaño, la falta de vino y las lamentaciones de Sancho,
el encaminarse todos hacia la venta y el encuentro con el paje que se marcha a la guerra.
Al final del capítulo, después del discurso de don Quijote al muchacho sobre la vida
militar, se evoca por segunda vez la llegada a la venta «a tiempo que anochecía».
Esas entre vacilaciones diegéticas han llamado la atención de los exégetas. Carlos
Romero Muñoz49 recalca: «Aquí interesa más, ante todo, poner de relieve cierta
incoherencia sintáctica, que ha hecho pensar a cierto estudioso en un posible fin de
capítulo, sucesivamente descartado por Cervantes50, aunque más bien podría tratarse de
esas «suturas» a las que he tenido ocasión de referirme páginas atrás».
Juzgando a su vez el capítulo uno «de los más excepcionales de la Segunda parte»,
Svetlana Piskunova advierte: «A primera vista, es un conjunto incoherente y aun
agramatical de fragmentos disparatados escrito con el único fin de enlazar dos
importantísimos episodios —el de la aventura de la cueva de Montesinos y el del retablo

46
Quijote, I, 26, p. 318.
47
Quijote, I, 26, p. 319.
48
Quijote, II, 24, p. 907.
49
Romero-Muñoz, 1990, p. 106.
50
Osuna, 1971.
118 NADINE LY Criticón, 127, 2016

de Maese Pedro [...]51», antes de justificar, por la evolución de don Quijote, la


coherencia estructural del capítulo. Me parece acertada la propuesta de atribuirle al
capítulo una función de enlace, pero no creo que se limite a los episodios de Montesinos
y de Maese Pedro. Exceptuando a Francisco Rodríguez Marín, que descarta la idea de
descuidos o errores narrativos52, otros comentadores53 vinculan la singular compostura
de II, 24 con el proceso complejo de elaboración de la Segunda parte y la posibilidad de
que, habiendo leído Cervantes la continuación avellanedesca, hubo de modificar «a
marchas forzadas» el plan primitivo de su segunda parte, escribiendo «otro Quijote»54.
Remontándose Daniel Eisenberg, en un artículo de 197655, al capítulo II, 27, repara en
que «Poco antes del capítulo 30 tenemos unos fenómenos textuales que pueden reflejar
una costura», pero no menciona, a pesar de las tergiversaciones textuales aquí
señaladas, el capítulo II, 24.
Yo diría que tiene razón en omitirlo. En efecto, como bien indica el conductor de
armas y recuerda José María Casasayas en su cuidadosa y atentísima lectura de las dos
partes: «Lugares y tiempos en el Quijote»56, el hombre de las lanzas y alabardas le dice a
don Quijote que las lleva a «la venta que está más arriba de la ermita [...]; y si es que
hacéis este mesmo camino, allí me hallaréis, donde os contaré maravillas»57. No cabe
duda de que sí, hacen todos el mismo camino, ora se detengan en la ermita ora sigan
luego hasta la venta, ya que se sitúan ambas en un mismo eje y es forzoso pasar junto a
la ermita para alcanzar la venta. Esas aparentes tergiversaciones o incoherencias —que
no lo son, sino eficaces reclamos— llaman la atención sobre un hecho textual evidente:
entre las dos solicitaciones, de la ermita y de la venta, la primera no tiene ningún interés
y hay que descartarla en beneficio de la segunda. La justificación está dentro y fuera del
texto cervantino: dentro de él, por estar ausente el ermitaño y no tener vino, mientras
que en la venta (amén del vino que no se menciona) les tiene prometido el conductor de
armas contarles maravillas; y está fuera del episodio cervantino, por darse en la
continuación avellanedesca la conjunción —con excepción de la ermita— de los mismos
motivos: ermitaño, soldado, cuento(s) y asno.

De ermitaños, soldados, cuentos y asnos en el «Quijote» de Avellaneda


Al insistir en esas vacilaciones entre ermita y venta, optando al final por une rápida
etapa en la ermita, no solo pica Cervantes la curiosidad del lector en cuanto a las
maravillas prometidas, sino que deja constancia de que un vínculo fuerte une la
aventura del rebuzno al tema de la ermita y del ermitaño, vínculo tanto más fuerte

51
Para la exposición de la complejidad del fragmento y la confrontación de pareceres remito globalmente
al Volumen complementario en Quijote, vol. II: «Lectura» de Svetlana Piskunova (pp. 150-152), «repaso
bibliográfico» (pp. 152-153) y «Notas complementarias» (pp. 525-526).
52
Don Quijote, ed. 1947-1949, V, p. 198, n. 4: «A mi ver, no huelgan [las palabras “a la cual llegaron un
poco antes de anochecer”] si se toma esta frase por un inciso o paréntesis».
53
S. Piskunova cita a: Romero Muñoz, 1990, p. 106-108; Gómez Canseco, 2000; Martín Jiménez, 2001;
Rico, 2002, en «Notas Complementarias», pp. 525-526.
54
Gómez Canseco, 2008.
55
Eisenberg, 1976.
56
Casasayas, en Quijote, vol. II, pp. 950-970 y, para la indicación, p. 962.
57
Quijote, II, 24, p. 907, el subrayado es mío.
LA AGUDEZA DE SANCHO 119

cuanto que, paradójicamente, se descarta definitivamente la ermita en beneficio de la


muy cervantina venta. Por otra parte, quedan pendientes de justificación el encuentro,
en el libro de 1615, con dos soldados tan distintos como el conductor de armas y el paje
(también huéspedes de la venta) y, sobre todo, la razón de ser extrínseca de la
estruendosa agudeza de Sancho.
Al principio del capítulo XIV de Avellaneda, Sancho encuentra a don Quijote
hablando con un «pobre soldado y venerable ermitaño, que iban a Castilla». Nuevo
detalle de interés: el soldado viene de Flandes, donde «venía de servir a su Majestad»,
mientras que tanto el portador de armas como el paje cervantinos van, uno a proveer de
alabardas y lanzas a un escuadrón que se prepara a guerrear, y el otro a servir a su amo
y señor el rey, hasta alcanzar unas compañías de infantería para embarcar luego en
Cartagena. Si es válida la hipótesis de que Cervantes pudo inspirarse en el capítulo XIV
de su imitador para su capítulo II, 24, se ve que opta primero por adoptar para sus
personajes una dinámica radicalmente opuesta a la de los protagonistas de Avellaneda.
Además, y desde un principio, el soldado de la parte espuria se caracteriza por hablar
mucho, mientras que el conductor de armas de Cervantes, que tiene mucha prisa en
llegar a la venta, habla poco y breve.
No reaparece de manera visible en el Quijote de 1615 un incidente presente en
Avellaneda que contradice groseramente la compleja idiosincrasia de Sancho: al oírle
confundir «bocas de fuego» con ánimas de purgatorio que echan fuego por la boca, el
soldado avellanedesco le trata de muy villano con cerdas de puerco espín en la barba. Al
contrario de lo que ocurre con el escuadrón del rebuzno58, Sancho arremete contra él.
Asestándole media docena de espaldarazos, el soldado le hace caer del asno hasta que
don Quijote se interpone, informándole que «el muy villano» es su criado. El cual,
montado en cólera, le quiere matar a pedradas, pidiéndole a don Quijote que le deje
acabar la aventura que le depara Dios, y así aprender a vencer gigantes: se empeña en no
soltar la piedra hasta que el soldado se declara vencido. Imitando a don Quijote, el
Sancho espurio le manda ir a presentarse delante de Mari Gutiérrez para contarle cómo
lo venció en batalla campal. La reelaboración llevada a cabo por Cervantes —si la hay—
les restituye a los dos protagonistas sus rasgos fundamentales (temor de Sancho al entrar
en el escuadrón del asno y valentía de su amo que no vacila en socorrerlo cuando le
muelen a palos), matizándolos en función de las circunstancias (audacia del rebuzno de
Sancho y huida prudente de don Quijote ante las armas de fuego).
En cuanto al ermitaño de Avellaneda, bien presente, natural de la ciudad de Cuenca,
también viene de Roma, donde se le había ofrecido cierto negocio y vuelve a su tierra;
tiene nombre —fray Esteban—, mientras el soldado alardea del nombre de Antonio de
Bracamonte, «natural de la ciudad de Ávila y de gente ilustre de ella». Don Quijote los
invita a cenar y pernoctar en casa de su amigo clérigo Mosén Valentín, «hombre de tan
buenas entrañas y tan cumplido que a todos nos hará merced de recebir y dar posada»,
hospedaje sustituido por el de la venta en el Quijote de 1615. Para evitar que don
Quijote se explaye en desvariar, contando los encantamientos y gigantes de Zaragoza,
Mosén Valentín y el ermitaño le ruegan al soldado que cuente lo que vio en el sitio de

58
«Fuese llegando a ellos don Quijote, no con poca pesadumbre de Sancho, que nunca fue amigo de
hallarse en semejantes jornadas. Los del escuadrón le recogieron en medio [...]», Quijote, II, 27, p. 937.
120 NADINE LY Criticón, 127, 2016

Ostende, «el cual lo hizo así con mucha gracia, porque la tenía en el hablar, así latín
como romance» (el subrayado es mío). Recordamos que con la misma fórmula ensalza
Sancho las cualidades retóricas de la alocución de don Quijote al escuadrón del asno.
Una divergencia: al léxico militar usado por Bracamonte, la planta del fuerte de Ostende
dibujada en un ferreruelo negro con un pedacito de yeso con todos sus torreones,
plataformas o estradas encubiertas, y las numerosas bocas o bombas de fuego,
sustituyen, en el libro de 1615, una falsa guerra entre pueblos vecinos, las alabardas y
lanzas del cervantino conductor de armas, la humorística imprecisión del día de la
batalla, así como el anonimato de los combatientes frente a la indicación, en 1614, de
que Bracamonte identifica —por sus nombres y de memoria— a cuantos generales,
maestres de campo y capitanes se hallaron en el sitio de Ostende.
A la mañana siguiente, habiendo salido todos de casa de Mosén Valentín y caminado
unas leguas hacia Madrid, empieza a herir el sol obligándolos a sestear a la sombra de
unos árboles, junto a dos canónigos del Sepulcro de Calatayud y un jurado de la misma
ciudad, que ya estaban esperando, debajo de los frescos sauces, que pasase el calor: nada
más natural o tradicional, en ese contexto, que entretener la siesta con unos cuentos, a
modo de alivio de caminantes. Se abre entonces una larga secuencia de nada menos que
seis capítulos (XV-XX), ocupada por las dos novelitas teológicas de El rico desesperado
y Los felices amantes y el cuento folclórico de los gansos, narrado por Sancho59. El
primer narrador es el soldado Antonio de Bracamonte, el segundo el ermitaño, fray
Esteban que, tratando en vano de excusarse, acepta contar la historia de los felices
amantes «con protesto de que nadie interrompería el hilo de su historia». A ese respecto,
dignos de notarse son los intentos de Sancho, así comentados por Luis Gómez Canseco,
para «encabezar el turno de narradores»:

Esta sucesión de narraciones orales se abre y se cierra con la intervención de Sancho. Antes de
que Bracamonte diera comienzo a su historia, Sancho intenta encabezar el turno de
narradores: «Si no es más de esto, yo les contaré riquísimos cuentos, que a fe que los sé lindos
a pedir de boca. Escuchen, pues, que ya comienzo: Érase que se era, en hora buena sea, el mal
que se vaya, el bien que se venga, a pesar de Menga. Érase un hongo y una honga que iban a
buscar mar abajo reyes...». Su gesto es cortado bruscamente por don Quijote, pero tiene su
continuación en el capítulo XXI, donde cuenta una historia de gansos. El de Sancho es un
cuento folklórico que sirve de contrapunto cómico a los dos narradores serios y que, como no
podía ser de otro modo, responde a los modos tradicionales del cuento [...]. Como ya había
anunciado en el prólogo, Avellaneda se limita a entremesar las dos historias teológicas con las
bufonadas de Sancho, que abren, interrumpen y cierran el ciclo narrativo, actuando en él
como descanso cómico y como enlace con la acción central. Al tiempo, las tres historias
conforman un alarde con el que Avellaneda posiblemente quiso demostrar su superioridad
como escritor y narrador frente a Cervantes60.

Esos intentos del Sancho de 1614 de tomar la palabra, tres en total (XIV, p. 157;
XVI, p. 180 y XXI, p. 223) y fallidos los primeros dos, se reducen en el de 1615 a uno
solo y éste, acertado: el brevísimo momento en que tomando aliento don Quijote, «toma

59
Avellaneda, Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Introducción, pp. 60*-
63*. Los preliminares y el cuento de los gansos, pp. 222-227. En adelante, Segundo Tomo.
60
Avellaneda, Segundo Tomo, pp. 61*-62*.
LA AGUDEZA DE SANCHO 121

la mano» Sancho con una maravillosa prontitud (haciendo eco el cervantino «tomar la
mano» al «saliendo de través» de Avellaneda61) y, en vez de contar cosas de gansos62
como hace, «entonando Panza su voz»63 el falso Sancho, produce, «puesta la mano en
las narices» el formidable y polifónico rebuzno, tan recio «que todos los cercanos valles
retumbaron». Sutilísima reescritura cervantina del episodio de su expoliador, asnificado
por esta hiperbólica asnificación de Sancho.
Otra coincidencia: ambos soldados, el avellanedesco y el cervantino, cuentan una
historia — dejemos de lado al ermitaño, si bien narrador en 1614, radicalmente anulado
en 1615. En posible réplica cómica e intencionada a la novela corta y seria de El rico
desesperado contada por Antonio de Bracamonte, le toca al paródico proveedor de
armas del escuadrón del asno, natural además del pueblo del asno —y no, como
Bracamonte, «de la ciudad de Ávila, conocida y famosa en España por los graves sujetos
con que la ha honrado y honra en letras, virtud, nobleza y armas, pues en todo ha
tenido ilustres hijos» —, narrar el cuento folclórico, tradicional o inventado, de los
regidores rebuznadores. Un abismo separa las dos narraciones en cuanto a lo relatado,
por supuesto: teología y tragedia por una parte, asnerías por otra, como sugiere
humorísticamente Cervantes, por medio de la rápida despedida de su narrador: «Y éstas
son las maravillas que dije que os había de contar, y si no os lo han parecido, no sé
otras». Pero en cuanto a la calidad del contar (es decir del escribir cuentos), manifiesta,
sin duda alguna, en el caso de Avellaneda, se lleva Cervantes la palma de la elegancia y
de la malicia en elevar a la cima del arte un tema tan ridículo como humilde y villano: el
torneo de rebuznos del que se vale para hacer eco a las dos narraciones del soldado y del
ermitaño de Avellaneda.
Posiblemente, en ese juego cervantino de transposiciones que se pueden leer como
otras tantas respuestas a la agresión del apócrifo, el relato breve del sitio de Ostende por
el mismo Bracamonte da ocasión a varias «réplicas»64: el diálogo de don Quijote con el
soldadito que va al embarcadero de Cartagena a servir al rey; la evocación del ejercicio
de las armas y de la soldadesca enfrentada, como en otras partes, a las letras: «que
puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no
sé qué los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halla en
ellos, que los aventaja a todos»; la defensa de los soldados viejos y lisiados. Todo ello
dirigido contra un plagiario cuyo perfil puntual traza brillantemente Luis Gómez
Canseco65: hombre culto, aficionado a la literatura y «profesional de la cosa»,
moviéndose entre academias y letrados, amigo y defensor de Lope de Vega, hombre de
teatro, piadoso, cercano al entorno clerical, conocedor de cuestiones teológicas, del
ambiente universitario y estudiantil, y próximo a la corte y a la ideología nobiliaria:

61
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 222.
62
Del ganso escribe Covarrubias: «Por ser él clamoroso y de voz áspera y desagradable a los oydos, es
símbolo del mal poeta, como el cisne del bueno». Extremada paradoja: el ingenioso Sancho de Cervantes ni
siquiera compite con «poetas», ni es malísimo poeta, pero les echa en cara el insulto de un rebuzno.
63
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 225.
64
Remito a la valiente y excelente tesis de David Alvarez para el estudio sistemático de los préstamos de
Mateo Alemán y Cervantes y su varia definición en cuanto figuras recurrentes de las continuaciones auténticas
frente a las apócrifas. Espero no traicionar aquí su concepto de la «réplica» (Alvarez Roblin, 2014, pp. 144-
146).
65
Avellaneda, Segundo Tomo, Introducción, pp. 26*-27*.
122 NADINE LY Criticón, 127, 2016

opuesto en todo a Cervantes y al soldadito del capítulo II, 24, a pesar de que su
personaje, el soldado Bracamonte, vuelve de Flandes con cicatrices de balazos en los
muslos y el hombro medio tostado de una bomba de fuego. Por esas gloriosas heridas y
por ser criatura de Avellaneda, podría considerarse como motor de una doble y
profunda reelaboración, contrastada la primera, degradante la segunda: la figura
simpática, enternecedora y vivaracha del soldadito y el destino miserable de los soldados
viejos y pobres por una parte y, por otra, la figura cómicamente enigmática y
caricaturesca del conductor de armas, genialmente trazadas ambas figuras a partir de un
personaje con pocas perspectivas de desarrollo y rápidamente encharcado en un papel
de mero narrador.
Dos decisiones cervantinas quedan por aclarar: la primera, la decisión de intercalar el
episodio de Maese Pedro en medio del cuento del rebuzno y la batalla campal entre el
escuadrón del asno y otro pueblo; la segunda, la invención de la agudeza de Sancho.
Recordamos que en el capítulo XIV de Avellaneda, el soldado (Bracamonte), amenazado
de muerte por Sancho y convencido por los argumentos del ermitaño, acepta declararse
vencido por él. Pronuncia entonces Sancho un discurso paródicamente quijotizado,
caricaturesco, no falto de gracia, en el que recuerda el episodio de los galeotes de I, 22,
recuerdo nuclear que bien pudo inspirarle a Cervantes la doble, enigmática y compleja
aventura de Maese Pedro así como las revelaciones de Cide Hamete (II, 27) relativas a la
identidad del estafador, ladrón y usurpador, tan oportunamente alegorizado por su
mono (posibles proyecciones ambos del usurpador máximo, Avellaneda, todavía sin
mención explícita en este capítulo del Quijote de 1615):

—Quiero, pues, antes, y es mi voluntad —respondió Sancho—, ¡oh, soberbio y descomunal


gigante, o soldado, o lo que diablos fueres!, ya que te me has dado por vencido, que vayas a
mi lugar y te presentes delante de mi noble mujer y fermosa señora, Mari Gutiérrez,
gobernadora que ha de ser de Chipre y de todas sus alhondiguillas, a quien ya sin duda debes
de conocer por su fama, y, puesto de rodillas delante de ella, le digas de mi parte cómo yo te
vencí en batalla campal. Y si tienes por ahí a mano o en la faltriquera, alguna gruesa cadena de
hierro, póntela al cuello para que parezcas a Ginesillo de Pasamonte y a los demás galeotes
que envió mi señor Desamorado [...]66.

Lo más interesante viene a continuación. Envanecido por su doble hazaña, la de la


capitulación del soldado y la del discurso, Sancho se dirige a don Quijote para pedirle su
aprobación. Apoyándose en un refrán («Arrímate a los buenos y serás uno dellos»)
reforzado por una comparación con el rey de las fieras, no puede negársela su amo:

—¿Qué le parece, señor don Quijote, a vuesa merced? ¿Hanse de ser de esta manera las
aventuras? ¿Parécele que les voy dando en el hito?
—Paréceme, Sancho, —dijo don Quijote—, que el que se llega a los buenos ha de ser uno
dellos, y quien anda entre leones a bramar se enseña.

Se le ocurre entonces a Avellaneda atribuirle a Sancho una respuesta cuya genialidad


solo podía inventarla y explotarla el genio narrativo de Cervantes, siempre que se acepte

66
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 148, el subrayado es mío.
LA AGUDEZA DE SANCHO 123

que éste haya leído la continuación de aquél y modificado su Segunda parte en función
del incentivo que le ofrecían pasajes del Segundo Tomo inspirados en su Primera parte.
Compitiendo con la vanagloria de don Quijote, le opone Sancho una ciencia mucho más
ardua que la de bramar entre leones: «—Eso sí —dijo Sancho—, pero no a rebuznar
quien va entre asnos, que de otra suerte, días ha que podría ser ya maese de capilla de
semejantes monacillos, según ha tiempo que ando con ellos67».

Al leer a Avellaneda, un lector familiarizado con el Quijote de 1615 se emociona al


reconocer palabras o fragmentos que se dan en contextos más o menos similares y,
convertidos en unas como señales luminosas, le incitan a cotejar los pasajes en los que se
dan las coincidencias. A la inversa, ciertas insistencias o aparentes incoherencias
cervantinas mueven a buscar su posible justificación en el Quijote de 1614, como
acabamos de hacer con las ermitas y los ermitaños. En cuanto a la incorporación de la
respuesta del falso Sancho en el episodio de los asnos, si bien conlleva importantes
modificaciones, conserva sin embargo palabras claves. Distintos los personajes en
presencia, estilizada la sintaxis del texto avellanedesco en la de un refrán,
considerablemente atenuada la vanagloria del falso Sancho y ya en trance de
universalizarse la ciencia del rebuznar, nos encontramos en el cuento cervantino del
rebuzno de II, 25 con una réplica del regidor que inventó la traza del rebuzno en la que,
junto al imprescindible asno, si bien no aparece ningún maese de capilla, sí un abad, y si
no monacillos en plural, sí un monacillo en singular. Al aparecer muerto su asno, le dice
al de la traza el perdidoso: «Ya me maravillaba yo de que él no respondía, pues a no
estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o no fuera asno; pero a trueco de haberos oído
rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido en
buscarle, aunque le he hallado muerto», elogio que le devuelve el de la traza, usando
casi literalmente las palabras del Sancho de Avellaneda: «En buena mano está,
compadre —respondió el otro—, pues si bien canta el abad, no le va en zaga el
monacillo. Con esto, desconsolados y roncos se volvieron a su aldea […]»68.
Tal vez pueda añadirse la extraordinaria ampliación cervantina de la respuesta del
falso Sancho a la lista ya importante de préstamos identificados por los exégetas tanto
del Quijote cervantino como del de Avellaneda, confirmándose así la transmutación, en
la alquitara auténtica, de la materia avellanedesca en oro cervantino. Partícipe de esa
conversión, maravillosamente ambigua y compleja, la asnería de Sancho de II, 27 —
cuyo embrión supo identificar Cervantes en Avellaneda— no podía de ningún modo,
por más que lo fuera, aceptar el calificativo de «necedad» o «simpleza». Al adoptar el
lenguaje de los asnos para hablar a unos asnos, rebuznando a contratiempo y a la vez
con la más ocurrente oportunidad, lo que hace Sancho es superar, obrando, las asnadas
de su doble espurio, dándoles la única respuesta merecida: un auténtico y atronador
rebuzno.

67
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 149. El subrayado no puede ser sino mío.
68
Quijote, II, 25, p. 915.
124 NADINE LY Criticón, 127, 2016

Y para terminar, el prólogo de 1615

Para sacar más pruebas textuales de que Cervantes, antes del «extraordinario
suceso» del capítulo II, 59, alude a la continuación apócrifa, no es de más recordar la
significativa multiplicación del término apócrifo, a, as en la Segunda parte de 1615:
frente a su única aparición en la Primera parte, en I, 4869, en el solo capítulo II, 5, se
documentan tres apariciones de la palabra, aplicadas todas al nuevo estilo de Sancho. La
inaugural, en boca de Cide Hamete:

Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por
apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su
corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese, pero que no
quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía; y así prosiguió diciendo:
[…].

Las otras dos, insistentes y con inserción algo forzada, ilustran el asombro del
«tradutor» al comentar algunos razonamientos de Sancho. Se las puede relacionar con
las costuras o suturas que hacen perceptibles modificaciones o añadidos causados por el
descubrimiento de la continuación espuria: «Por este modo de hablar, y por lo que más
abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo»70.
O: «Todas estas razones que aquí va diciendo Sancho son las segundas por quien dice el
tradutor que tiene por apócrifo este capítulo, que exceden a la capacidad de Sancho71».
La aventura de Montesinos (II, 23), da lugar a dos manifestaciones más de la
palabra, en el título del capítulo («De las admirables cosas que el estremado don Quijote
contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y
grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa») e, inmediatamente después, en
nuevo comentario de Cide Hamete, que nota lo inverosímil del episodio conservándolo
sin embargo como para señalar el advenimiento de otro estilo de aventuras: «[...] y si
esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa y, así, sin afirmarla por falsa o
verdadera, la escribo»72.
Por fin, después de denunciada explícitamente la impostura de Avellaneda en II, 59,
la usa en sus palabras de bienvenida «el avisado de Roque», don Antonio Moreno, al
recibir a don Quijote y Sancho en Barcelona:

—Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería
andante, donde más largamente se contiene; bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de
la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han
mostrado, sino el verdadero, el legal, y el fiel que nos describió Cide Hamete Benegeli, flor de
los historiadores73.

69
En boca del cura, que critica las comedias divinas (Quijote, I, 48, p. 606), con el valor de «no
canónicas»: «¡Qué de milagros falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo a
un santo los milagros de otro!»
70
Quijote, II, 5, p. 727.
71
Quijote, II, 5, p. 730.
72
Quijote, II, 23, p. 905.
73
Quijote, II, 61, pp. 1235-1236.
LA AGUDEZA DE SANCHO 125

Más interesantes y complejos me parecen los fragmentos anteriores a este en el que


apócrifo condena, como se podía esperar, al falso don Quijote. En los que preceden, en
cambio, Cervantes, por medio de una paradoja deslumbrante, alude al apócrifo y lo da
por nulo al apropiarse nada menos que del privilegio —suyo y exclusivo— de escribir
capítulos apócrifos. ¿Cabe recurso más ingenioso y procedente para convertir,
negándosela provisionalmente al usurpador, la escritura apócrifa en auténtica? Lo
mismo pasa con la agudeza de Sancho: al apropiarse, y con qué éxito, del lenguaje de los
asnos, reduce Sancho a asnería la escritura del rival.
A Edward C. Riley no le gusta nada el episodio del rebuzno:

El breve, absurdo e ineficaz episodio de los aldeanos que rebuznan (II, 25, 27) es claramente
de origen popular y muy diferente de cualquiera de los otros episodios intercalados de las
Primera o Segunda partes. Su valor ejemplar es obvio. Un grupo de hombres está dispuesto a
entablar batalla por una causa tan ridícula como la alegada por don Quijote en cualquiera de
las ocasiones en que llegó a medirse con las armas [...]. Desde la perspectiva realista, el
episodio es intrínsecamente tan inverosímil como el de las bodas de Camacho74.

A pesar de disentir del inapelable juicio, reconozco que acierta Riley al juzgar el
episodio «muy diferente de cualquiera de los otros episodios intercalados de las Primera
o Segunda partes», al considerarlo inverosímil y al concederle valor ejemplar, no tanto
—como escribe— porque le permite equiparar la absurda guerra de los rebuznos con los
impulsos belicosos de don Quijote, sino porque es un hito crucial entre la denuncia
declarada de II, 59, el final del libro y el prólogo a la Segunda parte, en cuya apertura se
concentran, en pocas palabras y en forma de jubilosa preterición, los temas más
ofensivos del episodio de los rebuznos:

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier
plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo
Don Quijote, digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona!
Pues en verdad que no te he de dar este contento; que puesto que los agravios despiertan la
cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras que
lo diera del asno, del mentecato y del atrevido; pero no me pasa por el pensamiento: castíguele
su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya.

¿Que no le dio del asno? Pues tantas veces cuantas se lee la palabra asno en los
capítulos referidos, y tantas cuantas se oyen los rebuznos cambiados por los regidores
incluido el definitivo y agudísimo de Sancho.

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74
Riley, 1990, p. 123.
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LY, Nadine. «La agudeza de Sancho: del rebuzno a la cuestión de la imitación creadora». En
Criticón (Toulouse), 127, 2016, pp. 105-128.

Resumen: El objeto de este artículo es dar cuenta de lo que Cervantes llama en el capítulo II, 27 del Quijote,
con una fórmula excepcional, «la agudeza de Sancho». Se asocia el dúo formado por el discurso de don
Quijote y el rebuzno de Sancho con algunos motivos relevantes, observables en la Segunda parte, antes de
incluir el episodio dentro de la temática de la imitación cuya espectacular puesta en escena alcanza aquí, a la
vez que su nivel más elemental, su nec plus ultra ofensivo y cómico. Bien podría, en efecto, relacionarse el
episodio de los asnos con el affaire Avellaneda, como sugiere el cotejo de ciertos capítulos del Quijote apócrifo
de 1614 y del auténtico de 1615.
Palabras clave: Sancho Panza, agudeza, imitación, episodio de los asnos, Cervantes Miguel de, Fernández de
Avellaneda Alonso
Obras estudiadas: Quijote (Miguel de Cervantes), Quijote (Avellaneda)

Résumé: L’objet de cet article est de rendre compte de ce que Cervantès appelle, au chapitre II, 27, du
Quichotte, d’une formule exceptionnelle, la finesse (ou le trait d’esprit) de Sancho. Il associe le duo que
composent le discours de don Quichotte et le braiement de Sancho à quelques motifs saillants observables dans
la Deuxième partie, avant de replacer l’épisode dans la thématique de l’imitation, dont la mise en scène
spectaculaire atteint ici son niveau le plus élémentaire mais aussi son nec plus ultra offensif et comique.
L’épisode des ânes pourrait, en effet, être mis en relation avec l’affaire Avellaneda, comme le suggère la mise
en regard de certains chapitre du Quichotte apocryphe de 1614 et de l’authentique de 1615.
Mots clefs: Sancho Panza, trait d’esprit, imitation, épisode des ânes, Cervantes Miguel de, Fernández de
Avellaneda Alonso
128 NADINE LY Criticón, 127, 2016

Œuvres étudiées: Quijote (Miguel de Cervantes), Quijote (Avellaneda)

Summary: The object of this article is to account for what Cervantes calls, in Chapter II, 27 of Don Quixote,
in an exceptional formula, the smartness (otherwise sharpness) of Sancho. He associates the duo that is Don
Quixote’s speech and the braying of Sancho with some salient motifs observable in the second part, before
situating the episode in the theme of imitation, where the spectacular scene here reaches its most elementary
level, but also its offensive and comical nec plus ultra. The braying episode may well, in effect, be comparable
to the Avellaneda affair, as suggested through the comparison of certain chapters of the apocryphal Quijote of
1614 and the 1615 authentic.
Keywords: Sancho Panza, sharpness, imitation, braying episode, Cervantes Miguel de, Fernández de
Avellaneda Alonso
Works studied: Quijote (Miguel de Cervantes), Quijote (Avellaneda)

La autora: Nadine Ly, Catedrática emérita de la Universidad Bordeaux-Montaigne y, en la actualidad, co-


directora del Bulletin Hispanique, es especialista de literatura española (Edad Media, Siglos de Oro y siglo xx),
lingüística textual, Retórica y Poética.
nadinely26@gmail.com

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