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La agudeza de Sancho:
del rebuzno a la cuestión
de la imitación creadora
Nadine Ly
Université Bordeaux Montaigne – Ameriber-Grial
1
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 2004, vol. I, pp. 904-947. Tomaré esta edición como referencia e
indicaré simplemente Quijote. En caso de referirme a otra edición, se precisará.
2
Se leen los preliminares y el anuncio de la aventura al final del capítulo 24, al encontrarse don Quijote
con el hombre que da varazos a un macho cargado de armas y promete contar maravillas. Las cuenta en la
venta, al principio del capítulo 25. En cuanto da fin al sabroso relato, sin esperar agradecimientos ni
comentarios, se marcha a toda prisa a llevar armas y alabardas al escuadrón del pueblo del rebuzno que sale
en campaña con los burladores de un pueblo vecino. Al despedirse él, entran en escena Maese Pedro y el mono
adivino, ocupando la segunda parte del capítulo 25 y gran parte del 26. Vuelve a reaparecer brevemente el
proveedor de armas: «Quedó […] abobado el del rebuzno» (II, 25, p. 919), admirado por las hazañas del
mono. Después de «la borrasca del retablo» de Gaiferos y Melisendra, otra rápida alusión al conflicto armado
reanuda con el episodio de los asnos. En el capítulo 27, después de descubiertos la identidad de Maese Pedro y
el engaño del mono, salen don Quijote y Sancho de la venta y llegan al campo donde se está preparando la
batalla. Pronuncia entonces don Quijote un elocuente discurso pacificador haciéndole eco Sancho con la
agudeza de un rebuzno. «A música de rebuznos» responde un «contrapunto de varapalos» (II, 28, p. 942),
huye don Quijote y, faltando los adversarios, ausentes del campo de batalla, los burlados vuelven satisfechos a
su lugar. En el capítulo 28, se enfrenta Sancho con don Quijote, acusándole de haber huido y pidiéndole
salario por su trabajo.
3
Ignacio Arellano, en Quijote, vol. II, p. 157.
aparentes incoherencias narrativas4, sobre las que hemos de volver, es obviamente una
de las más cómicas del libro. Resulta ser, también, a raíz de su rústica y asnal
simplicidad, y contra la tajante condena de Riley5 que la juzga absurda e ineficaz, una de
las más paradójicamente profundas, tal y como le corresponde a un ingenio, el de
Cervantes, a quien califica Giuseppe di Stefano, en un artículo dedicado al asno de
Sancho6, de «ingenio tan festivo como despistador».
Según reza el título de este artículo, su objeto es dar cuenta de lo que Cervantes
llama, con una fórmula excepcional, «la agudeza de Sancho», relacionando el dúo
formado por el discurso de don Quijote y el rebuzno de Sancho con algunos motivos
relevantes, observables en la Segunda parte, antes de incluir el episodio dentro de la
temática de la imitación, cuya espectacular puesta en escena, magistralmente inventada
en la Primera parte, alcanza aquí, a la vez que su nivel más elemental y bruto, su nec
plus ultra ofensivo y cómico. Bien podría, en efecto, relacionarse el episodio de los asnos
con el affaire Avellaneda y el Quijote de 1614, que recorre de par en par el de 1615,
iluminando nuevos aspectos de la imitación, en segundo grado y creadora, del mismo
Cervantes, y alimentando indignación, repugnancia, venganza y disimulación de la
misma, irónica inventiva, crítica abierta y crítica solapada, pero también y sobre todo
reflexión sobre la propia escritura y la del plagiario —la genuina de 1605; la falsa,
imitada, de 1614; y la actual «imitada» de estas dos. Sin embargo, y a pesar de que es
grande la tentación de recurrir sin tardar al apócrifo para arrojar alguna luz sobre el
episodio, me parece que éste merece analizarse primero sin ayuda de elementos externos.
4
«Aparentes» por visibles y/o supuestas. Esas incoherencias conciernen a las tergiversaciones de los
personajes (y del relato) entre dirigirse ellos a la venta o a la ermita (II, 24, pp. 907-908).
5
Riley, 1990, p. 124.
6
Di Stefano, 1990, p. 895.
LA AGUDEZA DE SANCHO 107
7
Quijote, II, 26, p. 916.
8
Tan raro que Rodríguez Marín lo señala: «Tal estandarte, por su asunto y por su letra, era más a
propósito para llevado por el bando burlón que por el de los que se corrían al recordarles la habilidad de los
alcaldes rebuznadores [...]», Cervantes, Don Quijote, ed. 1947-1949, t. V (1948), p. 266, n. 16.
9
Correas, Vocabulario de refranes, p. 571b: «Rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde». La
diferencia ha sido notada por todos los exégetas del episodio.
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10
Moner, 1986, p. 112.
11
Honradez y utilidad que hacen del orador ese vir bonus dicendi peritus, según la definición de Catón,
difundida por Quintiliano.
12
Quijote, II, 27, pp. 939-940.
13
En el Libro VIII del Asno de Oro, olvida Lucio que se ha metamorfoseado en asno y se pone a gritar
para pedir auxilio, poniendo en confusión a los aldeanos que están buscando un asno perdido. Otro
fragmento aflora en el episodio del Quijote: la palabra maravilla y el deseo del autor de saber y aprender cosas
nuevas. Cuando promete el proveedor de armas contar maravillas, aguijando el macho para ir a la venta: «no
tuvo lugar don Quijote de preguntarle qué maravillas eran las que pensaba decirles, y como él era algo curioso
y siempre le fatigaban deseos de saber cosas nuevas, ordenó que al momento se partiesen [...]». Poco falta para
imaginar que don Quijote comparte algunos rasgos con el asno Lucio…
LA AGUDEZA DE SANCHO 109
llamado la atención de la critica por sus raíces folklóricas, sin que se aporten más datos
ni pruebas que la presencia del refrán en El vocabulario de refranes de Correas y la
afirmación repetida de que existen numerosos cuentos populares referidos al asno14.
Luis Andrés Murillo15 es uno de los que opinan que el refrán recogido por Correas bien
podría originarse en el episodio cervantino y en la divisa del pueblo del rebuzno. Si es
cierto que fue así, cabe notar que lo recoge Correas suprimiendo la negación para
adaptar el refrán al fracaso de los alcaldes, es decir al contenido de la jocosa historieta.
Pero cualquiera que pueda ser el origen del refrán y del cuento, al terminar don Quijote
su perfecta arenga es cuando surge la atronadora y, a mi juicio más lista que tonta,
réplica de Sancho.
En realidad, la precede una reflexión silenciosa que le sirve de preámbulo a una
alocución breve, preámbulo asimismo de la réplica ruidosa, con la que se cierra
definitivamente la secuencia de los discursos. Sensible a la perfección de la exhortación
quijotesca, a su calidad argumentativa y a su alta generosidad, parece Sancho hacerse
cargo, como para liberarla, de una admiración emocionada (supuestamente compartida
por el lector), expresándola para sus adentros en términos rústicos y familiares, bien
distintos de la elocuencia de su amo: —«El diablo me lleve —dijo a esta sazón Sancho
entre sí— si este mi amo no es tólogo, y si no lo es, que le parece como un güevo a
otro». Es imposible no percibir en ese comentario la malicia de Cervantes, genial artífice
de contrastes y despiadado azote de todo tipo de violación del aptum, de vana
altisonancia o de hinchazón16. Como en otras partes del libro y, principalmente, en la
Segunda parte, Cervantes hace de Sancho el detector y el revelador sensible de las
disonancias que, por ejemplo, se perciben —como bien notó Américo Castro—17 en el
uso de las palabras teologías y teólogo o tólogo y en los elocuentes discursos a los que
no siguen actos. El comentario de Sancho bien podría hacer, precisamente, de señal o de
llamada de atención no solo a su intrínseco carácter cómico sino al contexto en el que se
enmarca.
¿Qué es de los destinatarios directos del discurso de don Quijote, los soldados del
escuadrón del rebuzno? Permanecen mudos («todavía le prestaban silencio»)18, sumidos
en un silencio atónito, totalmente indefinido (al revés del silencio elocuente de Sancho),
entre la «admiración» primera, una posible y total incomprensión o cierta estupefacción
al oírse tratar de insensatos por don Quijote. Del espacio de ese silencio se aprovecha
Sancho, en el mismo momento en que, cobrando aliento, trata don Quijote de «pasar
adelante en su plática como pasara si no se pusiera en medio la agudeza de Sancho, el
cual, viendo que su amo se detenía, tomó la mano por él […]»19. Tomando pues la
palabra, hace un elogio gracioso de la erudición de su amo, de sus cualidades de
14
En su edición de 1958 [1911], afirma Rodríguez Marín (vol. VI, p. 140, n. 4, y pp. 181-182 n. 25) que
está a pique de descubrir el nombre del pueblo del asno. En la de 1947-1949 (tomo X, 1949, pp. 38-48),
dedica el anejo XXIX, Los Rebuznadores, a tradiciones y anécdotas de rebuznadores en España o en Italia. No
carece de interés señalar que Mauricio Molho (Molho, 1976) en ningún momento trata del cuento del rebuzno
ni evoca la agudeza de Sancho.
15
Quijote, ed. 1991, II, p. 251, n. 8.
16
Gómez Canseco, 2002.
17
Castro, 1972, p. 298, n. 201 y 202.
18
Quijote, II, 27, p. 940.
19
Quijote, II, 27, p. 940.
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soldado, de su ciencia de las leyes del duelo y, más curioso, de su conocimiento del
romance y del latín20, virtudes que garantizan y autorizan su juicio acerca del conflicto:
«es necedad correrse por solo oír un rebuzno»21.
Después de alegar la autoridad de don Quijote, trae Sancho otro argumento: la
autoridad de su propia experiencia. Como los dos regidores del cuento, él también, de
joven, sabía rebuznar y lo hacía con «tanta gracia y propiedad» que todos los asnos de
su pueblo le contestaban, y eso sin dejar de ser hijo de sus honradísimos padres y
envidiado de los más estirados. Para demostrar que esa ciencia nunca se olvida y
pasando del dicho al hecho —o mejor: al rebuzno— «puesta la mano en las narices,
comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron». La
respuesta es inmediata y contundente: uno del escuadrón, pensando que Sancho se
burlaba y pasando, sin mediación de palabras, del silencio a la obra, le asesta un
tremendo golpe que da con él en el suelo. ¿Agudeza, como la llama Cervantes, o
asnería? Para el lector, que no resiste la risa, para el escuadrón que reacciona
desacatando los consejos de don Quijote, y para el mismo don Quijote, mortificado por
el grosero contrapunto sanchesco a su bella exhortación, no se trata sino de una
fenomenal necedad que le vale a Sancho merecidos varapalos y, por parte de su amo,
que lo trata de vos y de asno, violentos e hirientes reproches22. Sin embargo, y a pesar de
lo irónica que indiscutiblemente es, vale la pena intentar la lectura literal de la fórmula
cervantina.
20
Un primer indicio, como veremos, de un vínculo con la Segunda parte apócrifa.
21
Quijote, II, 27, p. 940.
22
Quijote, II, 28, p. 942: «—¡Tan enhoramala supistes vos rebuznar, Sancho! ¿Y dónde hallastes vos ser
bueno el nombrar la soga en casa del ahorcado? A música de rebuznos, ¿qué contrapunto se había de llevar
sino de varapalos? Y dad gracias a Dios, Sancho, que ya que os santiguaron con un palo, no os hicieron el per
signum crucis con un alfanje».
23
Quijote, II, Aprobación, p. 670. Agudeza se aplica a uno de los caballeros franceses que preguntan por
Cervantes.
LA AGUDEZA DE SANCHO 111
de poetas lascivos) y cuatro de la forma en singular. De esas cuatro, tres son parejas de
palabras: «agudeza y disimulación» para la Trifaldi (II, 38); «con su simplicidad como
con su agudeza» (II, 70) o «agudeza y simplicidad para Sancho» (II, 74). Por irónica y
antifrástica que pueda interpretarse «la agudeza de Sancho», presenta la originalidad de
aparecer aislada, sin ningún matiz añadido.
No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo
que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil
impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera y se escuchan
no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir, que como
yo llene mi talego, siquiera represente más impropiedades que tiene átomos el sol25.
24
Recuérdese el comentario irónico y lapidario de Vicente Gaos (Quijote, ed. 1987, II, p. 412, n. 158):
«Buena agudeza fue la suya», tan naturalmente espontáneo cuán complicada la lectio difficilior literal.
25
Quijote, II, 26, p. 928.
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Siendo manifiesto que, junto con Cide Hamete Benengeli, el personaje de Sancho es
el que más transformaciones presenta al pasar de la Primera a la Segunda parte
cervantinas, resulta asimismo obvio que la aventura toda del rebuzno se mantiene en el
filo de la asnada = necedad y de la asnada = agudeza del escudero. Al competir,
rebuznando, con los regidores asnos y con los asnos asnos en el momento de concluir su
discurso, Sancho obedece a la doble ley de imitatio aemulatio (que gobierna el trabajo
del escritor), colmando a la vez el deseo, consciente o inconsciente, del lector de que así
termine el torneo de los rebuznos y discursos —un lector en este caso espectador de una
de las actuaciones sanchescas más logradas. Más allá del deseo de medirse con excelsos
rebuznadores, el impacto profundo del rebuzno sanchesco es también psicológico26, ya
que se origina en esa bendita inclinación que mueve a ciertos individuos, sin que puedan
resistirla, a nombrar la soga en casa del ahorcado o a imitar inconsideradamente modos
de hablar, imperfecciones o incapacidades físicas y mentales. Más que todo, el ocurrente
y catastrófico rebuzno echa sobre la arenga de don Quijote una luz oblicua, al dar la
prueba de su definitiva ineficacia sobre los aldeanos del asno: en cuanto oyen rebuznar,
pegan.
26
O fisiológico, como sugiere maliciosamente Rodríguez Marín en Quijote, ed. 1947-1949, t. V (1948), p.
217, *4: «El rebuznar, a no dudar, es contagioso, como el bostezo. Échase de ver por este pasaje, que la fama
de los dos hábiles rebuznadores que buscaban el asno perdido hizo rebuznar a los habitantes de los pueblos
inmediatos, y a Sancho, por último [...]».
27
Romero-Muñoz, 1990, p. 117: «[...] no estará de más recordar que en el sensatísimo discurso de don
Quijote a los belicosos habitantes del “pueblo del rebuzno” (tan eficaz que está a punto de disuadirlos de la
inutilidad de la acción contra sus ofensores), el caballero recuerda el “demasiado” reto de Diego Ordóñez de
Lara [...]. Muy oportunamente, desde luego. Pero también —y es curioso— en coincidencia con un pasaje de
1614 (cap. VI), en que don Quijote “el malo”, completamente loco, sin el menor atisbo de razón (es decir, en
una situación polarmente contraria a la protagonizada por “el bueno”), habiendo sido golpeado por el
guardián de un melonar, empieza a recitar el romance Rey don Sancho, rey don Sancho [...]. No cabe mayor
contraste. Ni más evidente victoria que la de Cervantes, en su imitación conscientemente meliorativa».
LA AGUDEZA DE SANCHO 113
cabecera.”»28. Disimulan los duques la risa «porque don Quijote no acabase de correrse,
habiendo entendido la malicia de Sancho; y, por mudar de plática y hacer que Sancho
no prosiguiese con otros disparates, preguntó la duquesa a don Quijote […]»29. En
presencia de la sorprendente fórmula y prescindiendo ya de tantas lucubraciones de
literatura-ficción, se ve que otro elemento «es quien tira de»30 la inexcusable literalidad
cervantina, según aclararemos al final de este estudio.
Compuesta la agudeza de Sancho de astucia y disparate, se resiste sin embargo la
fórmula a cualquier tipo de traducción, incluso diversificada y múltiple. El motivo de tal
resistencia parece imponerse: por su espontaneidad lapidaria31, su oportuna/inoportuna
e irresistible comicidad, la manera cómo le da al doble torneo de rebuznos y discursos
un desenlace afín a la tonalidad del episodio, iluminando a posteriori contrastes y
desatando paradójicamente (a costa suya) tensiones, es la agudeza de Sancho lo que
Gracián llama stricto sensu una agudeza. La dificultad, si la hay, radica en determinar si
es «agudeza por desempeño en el hecho» o «agudeza por desempeño en el dicho»32,
debate que según Gracián entronca con otro de más monta, el de las Armas y las Letras:
Antiga altercación, cuál sea mayor eminencia: en el hecho o en el dicho. Hijuela de aquella
otra: ¿qué varones sean más famosos: los que discurren o los que obran; los sabios o los
valerosos? Son más los desempeños por el dicho; acúdese en ellos por una razón tan relevante
cuan pronta y impensada, sacada a fuerza de ingenio de los más arcanos senos del discurso; de
suerte que, así como en los desempeños por la obra sale de la dificultad el ingenio hallando el
único medio, en éstos se desempeña con la razón sutil y adecuada33.
28
Quijote, II, 31, p. 969.
29
Ibid.
30
Parodiando la letrilla de Góngora «No son todos ruiseñores» (Letrillas, p. 8).
31
Blanco, 1992, p. 36-37 y passim.
32
Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio, vol. II, pp. 480-487 y 488-490.
33
Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio, vol. II, p. 488.
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No solo imita al asno y a los imitadores del asno, no solo adopta el lenguaje del asno
para hablar a unos asnos, provocándolos sin querer, sino que hace un eco animal y
burlesco a las palabras intrínsecamente sensatas de don Quijote, pero, en un contexto
tan superlativamente asnificado, cómicamente desfasadas. Imita pues Sancho, con ese
ingenioso y espontáneo hecho/dicho, la no pertinente pertinencia del discurso de su
amo, como si demostrara la fuerza del refrán: «no es la miel para la boca del asno».
Pero ese refrán no lo alega él sino que lo evoca, citando a Sancho, el propio don
Quijote, cuando, en II, 28, Sancho determina dejarle y él le propone pagarle lo que le
debe. Al decirle Sancho que hace «veinte años, tres días más o menos» que le tiene
prometida la ínsula, se enciende el caballero en cólera, insulta a su escudero echándole
en cara su condición de asno y recordándole, como en violenta réplica a su anterior
agudeza, el refrán:
[...] ¿Ahora te vas, cuando yo venía con intención firme y valedera de hacerte señor de la
mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel, etcétera. Asno
eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida, que para
mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres
bestia.34
—Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola: si vuestra
merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días
que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone [...].
34
Quijote, II, 28, p. 947.
35
Quijote, II, 27, p. 940.
36
Ehrlicher, 2007, en el mismo título: «Alemán, Cervantes y los continuadores. Conflictos de autoría y
deseo mimético en la época de la imprenta» (el subrayado es mío). La fórmula es de René Girard (Girard,
1961).
LA AGUDEZA DE SANCHO 115
37
Leo Spitzer interpreta la historia de los regidores como cuento de tontos y denuncia cervantina de la
vanidad: «El aspecto quimérico y ciego de la vanidad humana difícilmente podría encontrar ilustración más
convincente que esta historia, donde el arte del rebuzno se infla primero y después se desinfla ante nuestros
ojos, apareciendo como “un lenguaje especial de la vanidad humana”», Spitzer, 1955, p. 164.
38
Helena Percas de Ponseti recuerda que, entre los animales, el mono es el único que imita al hombre,
alejándose así de la perfección divina para acercarse a la imperfección del Diablo (Percas de Ponseti, 1975, pp.
398-399). A continuación analiza «El retablo de Maese Pedro. El creador a imagen del diablo o a la imagen de
Dios», (ibid., pp. 584-603).
39
Quijote, II, 27, p. 941, n. 39.
40
Del mismo modo que Cervantes responde a la agresión avellanedesca con una historia de asnos,
Góngora, en el mismo año de 1615, responde a los detractores de su Polifemo con un soneto escatológico
(«De los que censuraron su Polifemo»): «A pesar del lucero de su frente, / lo hacen obscuro, y él, en dos
razones / que en dos truenos libró de su occidente: / “Si quieren —respondió— los pedantones / luz nueva en
hemisferio diferente, / den su memorïal a mis calzones”», en Góngora, Obras completas, 288, p. 450. En
ciertos contextos y frente a según qué agresores, no valen discursos ni razones, como muestran Cervantes con
sus rebuznos y Góngora con los gases intestinales de Polifemo.
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Para mí, no cabe la menor duda de que los caps. XXIV al XXVIII, tal y como se nos presentan
en el Quijote de 1615 impreso (el único que conocemos) han sido escritos por Cervantes muy
tardíamente, después de tomar conocimiento de 1614, o bien corregidos, alterados (=
perfeccionados) tan a fondo que, por más de un motivo, sigue siendo legítimo llamarlos
«nuevos», no ya pertenecientes al Ur-Quijote de 1615. Prueba fehaciente de ello me parecen
las «suturas» constatables entre distintos trozos del segmento en cuestión y, sobre todo, la
aparición, a lo largo de sus páginas, de numerosos motivos que, ya sea aisladamente, ya sea
examinados de manera «solidaria», acaban remitiendo a 161441.
Uno de esos motivos, varias veces evocado por los cervantistas, es el de la ermita y el
ermitaño asociado a los motivos del soldado y de la narración de cuentos o historias.
41
Romero-Muñoz, 1990, p. 102-120. Los puntos son: la evolución de Cide Hamete; la cuestión de saber
si miente o no don Quijote; la ermita; el paje-soldado; las ventas ventas y ya no castillos; los italianismos;
Maese Pedro; los nombres de Teresa; el pago de las marionetas; el salario de Sancho, etc. La cita, p. 100.
42
Quijote, I, 52, p. 647.
43
Alusión probable a los falsos cronicones de Granada (Moner, 1991a, 1991b, 1994).
44
Quijote, I, 52, p. 640.
45
Quijote, I, 52, p. 645.
LA AGUDEZA DE SANCHO 117
46
Quijote, I, 26, p. 318.
47
Quijote, I, 26, p. 319.
48
Quijote, II, 24, p. 907.
49
Romero-Muñoz, 1990, p. 106.
50
Osuna, 1971.
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51
Para la exposición de la complejidad del fragmento y la confrontación de pareceres remito globalmente
al Volumen complementario en Quijote, vol. II: «Lectura» de Svetlana Piskunova (pp. 150-152), «repaso
bibliográfico» (pp. 152-153) y «Notas complementarias» (pp. 525-526).
52
Don Quijote, ed. 1947-1949, V, p. 198, n. 4: «A mi ver, no huelgan [las palabras “a la cual llegaron un
poco antes de anochecer”] si se toma esta frase por un inciso o paréntesis».
53
S. Piskunova cita a: Romero Muñoz, 1990, p. 106-108; Gómez Canseco, 2000; Martín Jiménez, 2001;
Rico, 2002, en «Notas Complementarias», pp. 525-526.
54
Gómez Canseco, 2008.
55
Eisenberg, 1976.
56
Casasayas, en Quijote, vol. II, pp. 950-970 y, para la indicación, p. 962.
57
Quijote, II, 24, p. 907, el subrayado es mío.
LA AGUDEZA DE SANCHO 119
58
«Fuese llegando a ellos don Quijote, no con poca pesadumbre de Sancho, que nunca fue amigo de
hallarse en semejantes jornadas. Los del escuadrón le recogieron en medio [...]», Quijote, II, 27, p. 937.
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Ostende, «el cual lo hizo así con mucha gracia, porque la tenía en el hablar, así latín
como romance» (el subrayado es mío). Recordamos que con la misma fórmula ensalza
Sancho las cualidades retóricas de la alocución de don Quijote al escuadrón del asno.
Una divergencia: al léxico militar usado por Bracamonte, la planta del fuerte de Ostende
dibujada en un ferreruelo negro con un pedacito de yeso con todos sus torreones,
plataformas o estradas encubiertas, y las numerosas bocas o bombas de fuego,
sustituyen, en el libro de 1615, una falsa guerra entre pueblos vecinos, las alabardas y
lanzas del cervantino conductor de armas, la humorística imprecisión del día de la
batalla, así como el anonimato de los combatientes frente a la indicación, en 1614, de
que Bracamonte identifica —por sus nombres y de memoria— a cuantos generales,
maestres de campo y capitanes se hallaron en el sitio de Ostende.
A la mañana siguiente, habiendo salido todos de casa de Mosén Valentín y caminado
unas leguas hacia Madrid, empieza a herir el sol obligándolos a sestear a la sombra de
unos árboles, junto a dos canónigos del Sepulcro de Calatayud y un jurado de la misma
ciudad, que ya estaban esperando, debajo de los frescos sauces, que pasase el calor: nada
más natural o tradicional, en ese contexto, que entretener la siesta con unos cuentos, a
modo de alivio de caminantes. Se abre entonces una larga secuencia de nada menos que
seis capítulos (XV-XX), ocupada por las dos novelitas teológicas de El rico desesperado
y Los felices amantes y el cuento folclórico de los gansos, narrado por Sancho59. El
primer narrador es el soldado Antonio de Bracamonte, el segundo el ermitaño, fray
Esteban que, tratando en vano de excusarse, acepta contar la historia de los felices
amantes «con protesto de que nadie interrompería el hilo de su historia». A ese respecto,
dignos de notarse son los intentos de Sancho, así comentados por Luis Gómez Canseco,
para «encabezar el turno de narradores»:
Esta sucesión de narraciones orales se abre y se cierra con la intervención de Sancho. Antes de
que Bracamonte diera comienzo a su historia, Sancho intenta encabezar el turno de
narradores: «Si no es más de esto, yo les contaré riquísimos cuentos, que a fe que los sé lindos
a pedir de boca. Escuchen, pues, que ya comienzo: Érase que se era, en hora buena sea, el mal
que se vaya, el bien que se venga, a pesar de Menga. Érase un hongo y una honga que iban a
buscar mar abajo reyes...». Su gesto es cortado bruscamente por don Quijote, pero tiene su
continuación en el capítulo XXI, donde cuenta una historia de gansos. El de Sancho es un
cuento folklórico que sirve de contrapunto cómico a los dos narradores serios y que, como no
podía ser de otro modo, responde a los modos tradicionales del cuento [...]. Como ya había
anunciado en el prólogo, Avellaneda se limita a entremesar las dos historias teológicas con las
bufonadas de Sancho, que abren, interrumpen y cierran el ciclo narrativo, actuando en él
como descanso cómico y como enlace con la acción central. Al tiempo, las tres historias
conforman un alarde con el que Avellaneda posiblemente quiso demostrar su superioridad
como escritor y narrador frente a Cervantes60.
Esos intentos del Sancho de 1614 de tomar la palabra, tres en total (XIV, p. 157;
XVI, p. 180 y XXI, p. 223) y fallidos los primeros dos, se reducen en el de 1615 a uno
solo y éste, acertado: el brevísimo momento en que tomando aliento don Quijote, «toma
59
Avellaneda, Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Introducción, pp. 60*-
63*. Los preliminares y el cuento de los gansos, pp. 222-227. En adelante, Segundo Tomo.
60
Avellaneda, Segundo Tomo, pp. 61*-62*.
LA AGUDEZA DE SANCHO 121
la mano» Sancho con una maravillosa prontitud (haciendo eco el cervantino «tomar la
mano» al «saliendo de través» de Avellaneda61) y, en vez de contar cosas de gansos62
como hace, «entonando Panza su voz»63 el falso Sancho, produce, «puesta la mano en
las narices» el formidable y polifónico rebuzno, tan recio «que todos los cercanos valles
retumbaron». Sutilísima reescritura cervantina del episodio de su expoliador, asnificado
por esta hiperbólica asnificación de Sancho.
Otra coincidencia: ambos soldados, el avellanedesco y el cervantino, cuentan una
historia — dejemos de lado al ermitaño, si bien narrador en 1614, radicalmente anulado
en 1615. En posible réplica cómica e intencionada a la novela corta y seria de El rico
desesperado contada por Antonio de Bracamonte, le toca al paródico proveedor de
armas del escuadrón del asno, natural además del pueblo del asno —y no, como
Bracamonte, «de la ciudad de Ávila, conocida y famosa en España por los graves sujetos
con que la ha honrado y honra en letras, virtud, nobleza y armas, pues en todo ha
tenido ilustres hijos» —, narrar el cuento folclórico, tradicional o inventado, de los
regidores rebuznadores. Un abismo separa las dos narraciones en cuanto a lo relatado,
por supuesto: teología y tragedia por una parte, asnerías por otra, como sugiere
humorísticamente Cervantes, por medio de la rápida despedida de su narrador: «Y éstas
son las maravillas que dije que os había de contar, y si no os lo han parecido, no sé
otras». Pero en cuanto a la calidad del contar (es decir del escribir cuentos), manifiesta,
sin duda alguna, en el caso de Avellaneda, se lleva Cervantes la palma de la elegancia y
de la malicia en elevar a la cima del arte un tema tan ridículo como humilde y villano: el
torneo de rebuznos del que se vale para hacer eco a las dos narraciones del soldado y del
ermitaño de Avellaneda.
Posiblemente, en ese juego cervantino de transposiciones que se pueden leer como
otras tantas respuestas a la agresión del apócrifo, el relato breve del sitio de Ostende por
el mismo Bracamonte da ocasión a varias «réplicas»64: el diálogo de don Quijote con el
soldadito que va al embarcadero de Cartagena a servir al rey; la evocación del ejercicio
de las armas y de la soldadesca enfrentada, como en otras partes, a las letras: «que
puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no
sé qué los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halla en
ellos, que los aventaja a todos»; la defensa de los soldados viejos y lisiados. Todo ello
dirigido contra un plagiario cuyo perfil puntual traza brillantemente Luis Gómez
Canseco65: hombre culto, aficionado a la literatura y «profesional de la cosa»,
moviéndose entre academias y letrados, amigo y defensor de Lope de Vega, hombre de
teatro, piadoso, cercano al entorno clerical, conocedor de cuestiones teológicas, del
ambiente universitario y estudiantil, y próximo a la corte y a la ideología nobiliaria:
61
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 222.
62
Del ganso escribe Covarrubias: «Por ser él clamoroso y de voz áspera y desagradable a los oydos, es
símbolo del mal poeta, como el cisne del bueno». Extremada paradoja: el ingenioso Sancho de Cervantes ni
siquiera compite con «poetas», ni es malísimo poeta, pero les echa en cara el insulto de un rebuzno.
63
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 225.
64
Remito a la valiente y excelente tesis de David Alvarez para el estudio sistemático de los préstamos de
Mateo Alemán y Cervantes y su varia definición en cuanto figuras recurrentes de las continuaciones auténticas
frente a las apócrifas. Espero no traicionar aquí su concepto de la «réplica» (Alvarez Roblin, 2014, pp. 144-
146).
65
Avellaneda, Segundo Tomo, Introducción, pp. 26*-27*.
122 NADINE LY Criticón, 127, 2016
opuesto en todo a Cervantes y al soldadito del capítulo II, 24, a pesar de que su
personaje, el soldado Bracamonte, vuelve de Flandes con cicatrices de balazos en los
muslos y el hombro medio tostado de una bomba de fuego. Por esas gloriosas heridas y
por ser criatura de Avellaneda, podría considerarse como motor de una doble y
profunda reelaboración, contrastada la primera, degradante la segunda: la figura
simpática, enternecedora y vivaracha del soldadito y el destino miserable de los soldados
viejos y pobres por una parte y, por otra, la figura cómicamente enigmática y
caricaturesca del conductor de armas, genialmente trazadas ambas figuras a partir de un
personaje con pocas perspectivas de desarrollo y rápidamente encharcado en un papel
de mero narrador.
Dos decisiones cervantinas quedan por aclarar: la primera, la decisión de intercalar el
episodio de Maese Pedro en medio del cuento del rebuzno y la batalla campal entre el
escuadrón del asno y otro pueblo; la segunda, la invención de la agudeza de Sancho.
Recordamos que en el capítulo XIV de Avellaneda, el soldado (Bracamonte), amenazado
de muerte por Sancho y convencido por los argumentos del ermitaño, acepta declararse
vencido por él. Pronuncia entonces Sancho un discurso paródicamente quijotizado,
caricaturesco, no falto de gracia, en el que recuerda el episodio de los galeotes de I, 22,
recuerdo nuclear que bien pudo inspirarle a Cervantes la doble, enigmática y compleja
aventura de Maese Pedro así como las revelaciones de Cide Hamete (II, 27) relativas a la
identidad del estafador, ladrón y usurpador, tan oportunamente alegorizado por su
mono (posibles proyecciones ambos del usurpador máximo, Avellaneda, todavía sin
mención explícita en este capítulo del Quijote de 1615):
—¿Qué le parece, señor don Quijote, a vuesa merced? ¿Hanse de ser de esta manera las
aventuras? ¿Parécele que les voy dando en el hito?
—Paréceme, Sancho, —dijo don Quijote—, que el que se llega a los buenos ha de ser uno
dellos, y quien anda entre leones a bramar se enseña.
66
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 148, el subrayado es mío.
LA AGUDEZA DE SANCHO 123
que éste haya leído la continuación de aquél y modificado su Segunda parte en función
del incentivo que le ofrecían pasajes del Segundo Tomo inspirados en su Primera parte.
Compitiendo con la vanagloria de don Quijote, le opone Sancho una ciencia mucho más
ardua que la de bramar entre leones: «—Eso sí —dijo Sancho—, pero no a rebuznar
quien va entre asnos, que de otra suerte, días ha que podría ser ya maese de capilla de
semejantes monacillos, según ha tiempo que ando con ellos67».
67
Avellaneda, Segundo Tomo, p. 149. El subrayado no puede ser sino mío.
68
Quijote, II, 25, p. 915.
124 NADINE LY Criticón, 127, 2016
Para sacar más pruebas textuales de que Cervantes, antes del «extraordinario
suceso» del capítulo II, 59, alude a la continuación apócrifa, no es de más recordar la
significativa multiplicación del término apócrifo, a, as en la Segunda parte de 1615:
frente a su única aparición en la Primera parte, en I, 4869, en el solo capítulo II, 5, se
documentan tres apariciones de la palabra, aplicadas todas al nuevo estilo de Sancho. La
inaugural, en boca de Cide Hamete:
Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por
apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su
corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese, pero que no
quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía; y así prosiguió diciendo:
[…].
Las otras dos, insistentes y con inserción algo forzada, ilustran el asombro del
«tradutor» al comentar algunos razonamientos de Sancho. Se las puede relacionar con
las costuras o suturas que hacen perceptibles modificaciones o añadidos causados por el
descubrimiento de la continuación espuria: «Por este modo de hablar, y por lo que más
abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo»70.
O: «Todas estas razones que aquí va diciendo Sancho son las segundas por quien dice el
tradutor que tiene por apócrifo este capítulo, que exceden a la capacidad de Sancho71».
La aventura de Montesinos (II, 23), da lugar a dos manifestaciones más de la
palabra, en el título del capítulo («De las admirables cosas que el estremado don Quijote
contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y
grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa») e, inmediatamente después, en
nuevo comentario de Cide Hamete, que nota lo inverosímil del episodio conservándolo
sin embargo como para señalar el advenimiento de otro estilo de aventuras: «[...] y si
esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa y, así, sin afirmarla por falsa o
verdadera, la escribo»72.
Por fin, después de denunciada explícitamente la impostura de Avellaneda en II, 59,
la usa en sus palabras de bienvenida «el avisado de Roque», don Antonio Moreno, al
recibir a don Quijote y Sancho en Barcelona:
—Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería
andante, donde más largamente se contiene; bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de
la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han
mostrado, sino el verdadero, el legal, y el fiel que nos describió Cide Hamete Benegeli, flor de
los historiadores73.
69
En boca del cura, que critica las comedias divinas (Quijote, I, 48, p. 606), con el valor de «no
canónicas»: «¡Qué de milagros falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo a
un santo los milagros de otro!»
70
Quijote, II, 5, p. 727.
71
Quijote, II, 5, p. 730.
72
Quijote, II, 23, p. 905.
73
Quijote, II, 61, pp. 1235-1236.
LA AGUDEZA DE SANCHO 125
El breve, absurdo e ineficaz episodio de los aldeanos que rebuznan (II, 25, 27) es claramente
de origen popular y muy diferente de cualquiera de los otros episodios intercalados de las
Primera o Segunda partes. Su valor ejemplar es obvio. Un grupo de hombres está dispuesto a
entablar batalla por una causa tan ridícula como la alegada por don Quijote en cualquiera de
las ocasiones en que llegó a medirse con las armas [...]. Desde la perspectiva realista, el
episodio es intrínsecamente tan inverosímil como el de las bodas de Camacho74.
A pesar de disentir del inapelable juicio, reconozco que acierta Riley al juzgar el
episodio «muy diferente de cualquiera de los otros episodios intercalados de las Primera
o Segunda partes», al considerarlo inverosímil y al concederle valor ejemplar, no tanto
—como escribe— porque le permite equiparar la absurda guerra de los rebuznos con los
impulsos belicosos de don Quijote, sino porque es un hito crucial entre la denuncia
declarada de II, 59, el final del libro y el prólogo a la Segunda parte, en cuya apertura se
concentran, en pocas palabras y en forma de jubilosa preterición, los temas más
ofensivos del episodio de los rebuznos:
¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier
plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo
Don Quijote, digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona!
Pues en verdad que no te he de dar este contento; que puesto que los agravios despiertan la
cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras que
lo diera del asno, del mentecato y del atrevido; pero no me pasa por el pensamiento: castíguele
su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya.
¿Que no le dio del asno? Pues tantas veces cuantas se lee la palabra asno en los
capítulos referidos, y tantas cuantas se oyen los rebuznos cambiados por los regidores
incluido el definitivo y agudísimo de Sancho.
Referencias bibliográficas
74
Riley, 1990, p. 123.
126 NADINE LY Criticón, 127, 2016
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Resumen: El objeto de este artículo es dar cuenta de lo que Cervantes llama en el capítulo II, 27 del Quijote,
con una fórmula excepcional, «la agudeza de Sancho». Se asocia el dúo formado por el discurso de don
Quijote y el rebuzno de Sancho con algunos motivos relevantes, observables en la Segunda parte, antes de
incluir el episodio dentro de la temática de la imitación cuya espectacular puesta en escena alcanza aquí, a la
vez que su nivel más elemental, su nec plus ultra ofensivo y cómico. Bien podría, en efecto, relacionarse el
episodio de los asnos con el affaire Avellaneda, como sugiere el cotejo de ciertos capítulos del Quijote apócrifo
de 1614 y del auténtico de 1615.
Palabras clave: Sancho Panza, agudeza, imitación, episodio de los asnos, Cervantes Miguel de, Fernández de
Avellaneda Alonso
Obras estudiadas: Quijote (Miguel de Cervantes), Quijote (Avellaneda)
Résumé: L’objet de cet article est de rendre compte de ce que Cervantès appelle, au chapitre II, 27, du
Quichotte, d’une formule exceptionnelle, la finesse (ou le trait d’esprit) de Sancho. Il associe le duo que
composent le discours de don Quichotte et le braiement de Sancho à quelques motifs saillants observables dans
la Deuxième partie, avant de replacer l’épisode dans la thématique de l’imitation, dont la mise en scène
spectaculaire atteint ici son niveau le plus élémentaire mais aussi son nec plus ultra offensif et comique.
L’épisode des ânes pourrait, en effet, être mis en relation avec l’affaire Avellaneda, comme le suggère la mise
en regard de certains chapitre du Quichotte apocryphe de 1614 et de l’authentique de 1615.
Mots clefs: Sancho Panza, trait d’esprit, imitation, épisode des ânes, Cervantes Miguel de, Fernández de
Avellaneda Alonso
128 NADINE LY Criticón, 127, 2016
Summary: The object of this article is to account for what Cervantes calls, in Chapter II, 27 of Don Quixote,
in an exceptional formula, the smartness (otherwise sharpness) of Sancho. He associates the duo that is Don
Quixote’s speech and the braying of Sancho with some salient motifs observable in the second part, before
situating the episode in the theme of imitation, where the spectacular scene here reaches its most elementary
level, but also its offensive and comical nec plus ultra. The braying episode may well, in effect, be comparable
to the Avellaneda affair, as suggested through the comparison of certain chapters of the apocryphal Quijote of
1614 and the 1615 authentic.
Keywords: Sancho Panza, sharpness, imitation, braying episode, Cervantes Miguel de, Fernández de
Avellaneda Alonso
Works studied: Quijote (Miguel de Cervantes), Quijote (Avellaneda)