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CONGRÉS PENITENCIARI INTERNACIONAL: 181

La funció social de la política penitenciària


Barcelona 2006

Bloc 2: Parlem de la intervenció amb els homes i dones presos

TAULA RODONA
MODELS DE BONES PRÀCTIQUES

INTERVENCIÓN INTENSIVA CON INTERNOS


AUTORES DE DELITOS VIOLENTOS Y CONTRA LA
LIBERTAD SEXUAL
SANTIAGO REDONDO ILLESCAS.
Profesor de Criminología, Departamento de Personalidad, Evaluación y
Tratamiento Psicológico, Universidad de Barcelona

1. TRATAMIENTOS GENERALES EN DELINCUENCIA

Según las revisiones efectuadas por distintos autores (Andrews y Bonta, 2003; Andrews,
Zinger, Hoge, et al., 1990a; Garrido, Stangeland y Redondo, 2001; Gendreau y Ross, 1979;
Lipsey, 1992a; McGuire, 1992; Redondo, 1994, 1995; Redondo, Garrido y Sánchez-Meca,
1997; Redondo, Sánchez-Meca y Garrido, 1999b), los principales modelos y técnicas de
tratamiento utilizadas en este campo han sido los siguientes:

1.1. Terapias psicológicas no conductuales

Tiene una larga tradición en el ámbito clínico en general, y en el tratamiento de los


delincuentes en particular, la creencia de que los delincuentes experimentan una serie
de problemas emocionales profundos y que sus comportamientos delictivos constituyen
una mera manifestación externa de esos trastornos (síntoma), Según tal concepción, el
tratamiento debería dirigirse a tratar los problemas psicológicos y emocionales subyacentes
más que al comportamiento delictivo en sí. Como resultado del éxito obtenido con la terapia
psicológica, la conducta delictiva debería reducirse o desaparecer. Este modelo incluye un
heterogéneo grupo de técnicas, tales como las basadas en el modelo psicodinámico, en una
concepción médica o patológica del delito, o en la terapia centrada en el cliente (Cullen,
1987; Day, 1988; Dünkel, 1982). Como elementos comunes a todos ellos aparecen los
siguientes: (1) se efectúa un diagnóstico de la problemática psicológica de los individuos,
que se supone en la base del comportamiento delictivo; (2) la esencia de la intervención
consiste en sesiones individuales o de grupo, que se realizan a lo largo de períodos
prolongados, dirigidos a esclarecer las eventuales problemáticas personales subyacentes
en los sujetos; (3) finalmente, se valora la posible recuperación de los «delincuentes-
pacientes». En estas técnicas «especializadas» se requiere que los operadores sean
terapeutas expertos.
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En España, bajo una orientación psicológica de corte prioritariamente psicodinámico,


se llevaron a cabo dos proyectos destinados a grupos seleccionados de internos. Uno,
denominado «Unidad experimental de jóvenes» de Alcalá y desarrollado entre 1980-84,
se describió como la «intervención personalizada y global» sobre una población media
de 15-20 internos jóvenes con buen pronóstico, con quienes se realizaba un proyecto
individualizado de tratamiento y reinserción (Corrochano, 1985). Otro, iniciado en 1982
en la prisión de mujeres de Valencia, tuvo como fundamento el tratamiento de un grupo
de penadas en la propia comunidad. Desgraciadamente, ni uno ni otro fueron evaluados
de forma sistemática.

1.2. Intervenciones educativas

Muchos delincuentes jóvenes, especialmente los procedentes de ambientes marginales, no


completaron sus estudios básicos (graduado escolar, etc.) y, por consiguiente, tienen un
gran déficit cultural y educativo que los inhabilita para un adecuado desempeño en diversos
ámbitos de la vida social (obtención y mantenimiento de un empleo, relaciones de pareja
y familiares, vecinales, etc.). Una derivación inmediata de ello es que para ayudarles de
modo eficaz una de las principales tareas que hay que realizar es incrementar su nivel
educativo a través de programas intensivos de escolarización.

1.3. Intervenciones conductuales

Las teorías del aprendizaje consideran que la conducta delictiva es fundamentalmente


aprendida (Akers, 1997; Bandura y Walters, 1983; Burguess y Akers, 1966). El objetivo
de los programas conductuales es emplear los mismos mecanismos del aprendizaje –que
sirvieron para aprender a delinquir- para invertir el proceso, de modo que los sujetos
puedan aprender a inhibir su conducta delictiva y puedan poner en práctica nuevos
comportamientos socialmente admisibles. Dos aplicaciones paradigmáticas de estos modelos
son los programas de economía de fichas y los programas ambientales de contingencias. La
economía de fichas es una técnica bien conocida en la intervención terapéutica en general
–ya comentada- y también en el tratamiento de delincuentes (Morris y Braukman, 1987;
Kazdin, 1988; Kazdin y Buela-Casal, 1999).

De acuerdo con esta perspectiva se diseño y aplicó el denominado «programa de fases


progresivas», iniciado en la prisión de Jóvenes de Barcelona en 1984 (Redondo, Portero y
Roca, 1985) y extendido posteriormente a diversas prisiones y centros de justicia juvenil
españoles y latinoamericanos (Redondo, Roca, Pérez, Sánchez y Deumal, 1991; Programa
de Seguridad Ciudadana –Uruguay-, 2001). Se trata de un programa de modificación de
conducta basado en los modelos de condicionamiento operante e imitativo (Redondo,
1993). En consonancia con estos modelos psicológicos, el funcionamiento de estos centros
fue estructurado en una serie de «unidades de vida» o «fases progresivas». Estas fases
establecen un gradiente de exigencia a los internos de paulatinas mejoras en ciertos
objetivos conductuales, relacionados con su participación académica, en programas
deportivos y ocupacionales, autocuidado e higiene, y reducción de sus comportamientos
violentos y autolesivos. Las fases se diferencian también en una disponibilidad creciente
de refuerzos, tales como ciertas ventajas institucionales, mayor disponibilidad del propio
dinero, mayor frecuencia de visitas íntimas con su pareja, disponibilidad de un trabajo
mejor retribuido, tiempo fuera de las celdas y movilidad dentro de la prisión. Los internos
son reclasificados periódicamente en estas unidades o fases contingentemente con su
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comportamiento en los diferentes objetivos antes mencionados. De este modo, acceden a


un incremento en el disfrute de estas ventajas como consecuencia de sus estables mejoras
en los objetivos establecidos, o perdiéndolas a resultas de sus empeoramientos.

De acuerdo con los modelos operante e imitativo, mediante este programa se espera
producir dos tipos de procesos psicológicos: (1) los cambios de fase de los internos en un
sentido ascendente funcionarán como «reforzamiento» de su comportamiento apropiado
y aumentarán éste en futuras ocasiones; mientras que los descensos de fase actuarán
como «castigo» de las conductas inapropiadas y las reducirán; y (2) los comportamientos
apropiados de los internos que sean reforzados por los ascensos de fase funcionarán como
«modelos positivos» para otros internos, y facilitarán el aprendizaje por éstos de conductas
semejantes; mientras que las conductas inapropiadas que sean castigadas mediante un
descenso de fase facilitarán la inhibición de tales conductas en otros internos observadores.
Si estos procesos entraran realmente en funcionamiento, se debería producir una mejora
gradual del clima general del centro, a partir del incremento de la conducta prosocial y de
participación de los sujetos en los objetivos propuestos y, también, de la reducción de los
comportamientos violentos.

Una evaluación de cinco años de funcionamiento de este programa en el Centro Penitenciario


de Jóvenes de Barcelona (Redondo et al., 1991) mostró la potencia del mismo para lograr
una elevada participación académica de los sujetos (de más del 66%) y una importante
mejora en sus comportamientos de higiene (de hasta el 100%). Asimismo, se redujeron
sustancialmente los conflictos individuales manifestados en informes negativos del personal
(desde 12 conflictos/interno y año, durante la línea base, a 4 conflictos/interno y año
con el programa de fases funcionando), los conflictos institucionales, y las autolesiones
(desde una proporción de 1,4 autolesiones/interno y año, durante la línea base, a 0,4
autolesiones/interno y año). También se realizó un seguimiento, tras su liberación, de una
muestra de internos que habían pasado por este programa. El reingreso en prisión de los
mismos fue del 22% durante el primer año, de 41% durante el segundo y del 47% durante
el tercero, en porcentajes acumulados. Resulta sorprendente el hecho de que, a semejan-
tes períodos de estancia en prisión, reincidieron en menor grado aquellos internos que
habían experimentado cuatro o más cambios de fase (y, por tanto, con más experiencias
de aprendizaje, por el reforzamiento/castigo de su comportamiento) que quienes no habían
experimentado ningún cambio de fase (que, teóricamente, habían sido menos afectados
por este programa) (Redondo et al., 1989).

1.4. Intervenciones cognitivo-conductuales

Se fundamentan en el modelo cognitivo-conductual o de aprendizaje cognitivo. Estas


técnicas realzan la necesidad de enseñar a los delincuentes todas aquellas habilidades
(resolución cognitiva de problemas interpersonales, habilidades sociales, etc.) necesarias
para la interacción apropiada y no violenta con otras personas, en la familia, en el trabajo
o en cualquier otro contexto social. Uno de los programas cognitivo-conductuales más
completo de los aplicados con delincuentes es el que sigue el modelo de «razonamiento y
rehabilitación» o programa de competencia psicosocial (McGuire y Priestley, 1995; Ross y
Fabiano, 1985; Ross y Ross, 1995), cuyos elementos fundamentales serían los siguientes:
(1) se evalúan los déficit cognitivos y de habilidades de interacción de los sujetos; (2) se
trabaja con grupos reducidos (8-12 sujetos), en sesiones de 1-2 horas, de 1-5 veces por
semana; y (3) en general, se aplican las siguientes técnicas estructuradas: Solución de
problemas, cuyo objetivo es enseñar a los sujetos a reconocer situaciones problemáticas
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y generar soluciones a las mismas; entrenamiento en habilidades sociales útiles para la


interacción más exitosa de los individuos con su entorno social (para ello se emplean
técnicas de modelado, role-play, «feedback» y práctica estructurada); control emocional de
la cólera, aprendiendo a anticipar situaciones y utilizar ciertas habilidades cognitivas para
evitarlas; razonamiento crítico, mediante el que se enseña a los sujetos a pensar reflexiva
y críticamente sobre su propia conducta y la de los otros; desarrollo de valores, técnica en
la cual, mediante el trabajo sobre «dilemas morales», se enseña a los individuos a tomar
una perspectiva social, poniéndose en el papel de los otros; habilidades de negociación, en
donde se enseña a negociar como estrategia alternativa a la confrontación; y pensamiento
creativo, programa en el que se procura desarrollar el «pensamiento lateral» o alternativo,
frente a las más habituales soluciones estereotipadas, frecuentemente violentas, con que
muchos delincuentes suelen abordar sus problemas. Son operadores corrientes de los
programas cognitivo-conductuales terapeutas expertos o educadores y para-profesionales
entrenados en estas técnicas.

Dentro de las terapias cognitivo-conductuales se inscribe el mayor número de programas


aplicados con los delincuentes, tanto en Europa como en Norteamérica (Andrews et al.,
1990; Garrido et al., 1989; González y Gutiérrez, 1989; Hollin et al., 1986; Hollin y
Courtney, 1983; Hopkins, 1991; Latimer, 2001; Lipsey, 1999a, 1999b; McDougall et al.,
1987; McGuire y Priestley, 1995; McMurran, 1990; Sánchez-Meca y Redondo, 2002).

La primera aplicación de un programa integrado de carácter cognitivo-conductual con


delincuentes se realizó en España en el centro penitenciario de Jóvenes de Barcelona en
1987 (Garrido, Redondo y Pérez, 1989) e incluyó las siguientes técnicas o ingredientes:
• Terapia de Aprendizaje Estructurado (Goldstein, 1982). El fundamento del
entrenamiento en habilidades sociales es que los problemas de conducta son
el resultado de la carencia de habilidades sociales básicas. El programa de
entrenamiento emplea un conjunto de estrategias: instrucciones, modelado,
role-playing y feedback. Un grupo pequeño de sujetos observa la conducta que
se quiere enseñar (modelado), y posteriormente es ayudado por dos educadores
a ensayar la habilidad modelada (role-playing). La ejecución de cada sujeto es
seguida por el feedback de todo el grupo, pero siempre en un sentido positivo.
• Solución de problemas interpersonales (Programa T.I.P.S., Platt y Doume, 1984).
Una característica fundamental de este programa es su énfasis en los procesos
de pensamiento adaptativos como requisitos básicos del ajuste psicológico. La
enseñanza de estos procesos se dirige a que los delincuentes aprendan alternativas
amplias (estrategias generales) de actuación con las que enfrentarse positivamente
a un gran variedad de situaciones difíciles. El programa T.I.P.S., en concreto,
persigue el desarrollo de las siguientes habilidades cognitivas: sensibilidad para
el reconocimiento de los problemas interpersonales; mejora de la tendencia y
capacidad para unir causa y efecto espontáneamente (pensamiento causal),
capacidad para ver las consecuencias posibles de las acciones (pensamiento
consecuente), habilidad para generar soluciones alternativas (pensamiento
alternativo u opcional) y habilidad para conceptuar medios paso a paso para
alcanzar metas concretas (pensamiento medios-fines).
• Entrenamiento en Inoculación de Stress (Meichenbaum, 1984). Fundamentándose
en los trabajos de Meichenbaum sobre auto-instrucciones, este programa pretende
mejorar la capacidad de los sujetos para enfrentarse a situaciones provocadoras
de tensión emocional y de ira. Se pone un énfasis especial en el entrenamiento
cognitivo mediante auto-instrucciones, imaginación y ensayo, además de la
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práctica en relajación. El entrenamiento se realiza en dos fases; en la primera


fase, se proporciona al paciente una estructura conceptual con objeto de que
comprenda la naturaleza de la tensión, enseñándole el papel que juegan las
cogniciones en las reacciones de tensión. En la fase dos, se le enseñan diversas
habilidades de afrotamientos cognitivas y conductuales.
• Pensamiento lateral (Programa C.O.R.T.). De Bono (1981) desarrolló un conjunto
de técnicas de entrenamiento para el desarrollo de lo que él denomina el
«pensamiento lateral», que describe como un pensamiento generativo o creativo
ante la cotemplación de una situación problemática o una tarea intelectual. Este
pensamiento lateral tiene utilidad para resolver problemas, ya que permite generar
nuevas ideas en oposición al pensamiento más convencional, que tiende a inhibir
la producción de ideas y perspectivas innovadoras debido a su dependencia de
patrones conceptuales fijos. Su base para la aplicación con delincuentes radica
en el hecho de que muchos de ellos presentan en general un pensmiento rígido,
incapaz de conceptuar soluciones alternativas a los problemas interpersonales.
• Educación Ética o Moral. Los programas de educación se fundamentan en la obra
de Kohlberg y otros teóricos del desarrollo moral, quienes habían sugerido que
muchos delincuentes tienden a juzgar los hechos de la vida cotidiana con criterios
éticos básicamente egocéntricos, sin tomar en consideración los principios de
reciprocidad y justicia que son imprescindibles para las relaciones interpersonales
adecuadas. Aquí se adoptó el programa desarrollado por Galbraith y Jones (1976)
que, a través de la discusión de «dilemas morales» (o situaciones en las que
entran en conflicto de intereses diversas personas o grupos), busca conseguir
un paulatino desarrollo del nivel de razonamiento ético del sujeto, así como una
mejora de su capacidad de empatía o role-taking.
Este conjunto de técnicas abarcan un amplio rango de aspectos conductuales (habilidades
sociales, inoculación de estrés), cognitivos (solución de problemas sociales, inoculación de
estrés, pensamiento lateral, educación moral) y emocionales (inoculación de estrés), aunque
cada una de las técnicas se solapa, en mayor o menor medida, en estas tres áreas.

1.5. Comunidades terapéuticas

La principal afirmación teórica del modelo de comunidad terapéutica es que un contexto


participativo y saludable en los centros favorecerá un mayor equilibrio psicológico en
los internos y reducirá su comportamiento violento, tanto durante su estancia en las
instituciones de custodia como en su futura vida en sociedad. Para ello se suprimen los
sistemas rígidos de sanción y control de las instituciones cerradas, y el control de la conducta
de los internos se hace recaer en la propia «comunidad», integrada por el personal y los
internos, que celebra asambleas periódicas para debatir los problemas planteados.
Las comunidades terapéuticas pretenden abarcar toda la vida diaria de los sujetos;
las relaciones internados-personal son definidas como semejantes a las que deberían
existir entre pacientes-enfermeros en un contexto terapéutico. Como operadores de una
comunidad terapéutica suele mencionarse a todo el personal de la institución. Corresponden
a esta modalidad interventiva diversos programas desarrollados en prisiones europeas,
especialmente con encarcelados toxicómanos (por ejemplo Petterson et al. -1986-,
Robertson y Gunn -1987-, Cooke -1989-, Sánchez y Polo -1990-, y Berggren y Svärd
-1990-).
Esta modalidad de tratamiento ha sido ampliamente utilizada tanto con toxicómanos como
en unidades de delincuentes violentos condenados a sentencias de larga duración.
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La primera experiencia española en tal sentido se llevó a cabo entre 1980-86 en una
nueva prisión -Ocaña II- con capacidad para 300 jóvenes penados entre 21-25 años, que
tuvieran buen pronóstico (García García, 1987). Los internos eran clasificados por el tipo de
problemática que les era diagnosticada (reincidentes, toxicómanos, etc.), y se empleaban
sesiones de grupo y atención individualizada para motivarlos a un «cambio de sus actitudes
criminógenas» y para participar en actividades formativas. También se realizaban «salidas
al exterior» de pequeños grupos y «asambleas» periódicas de internos, directivos y
personal, para debatir los problemas del centro. Aunque sus directivos informaron de que
el programa había logrado mejorar los niveles de convivencia y confianza mutua entre
internos y personal no existe evaluación sistemática del mismo.

1.6. Programas de derivación

La teoría del etiquetado (labeling approach) establece que uno de los factores que
mantiene la conducta criminal es la estigmatización del sujeto por el propio sistema de
justicia criminal. El proceso penal y el encarcelamiento por sí mismos determinan, según
esta perspectiva, una devaluación psicológica de la identidad de la persona y esto puede
promocionar la carrera criminal de los delincuentes. La implicación práctica de esta posición
teórica, consiste en la derivación (o diversion) de los delincuentes juveniles, desde el
sistema de justicia –especialmente desde la institucionalización-, a programas alternativos
de libertad condicional, mediación, reparación del daño, supervisión en la comunidad y
trabajo social.

2. UN ÁMBITO PARADIGMÁTICO: EL TRATAMIENTO PSICOLÓGICO DE


LOS AGRESORES SEXUALES

La aplicación de tratamientos a los delincuentes sexuales es una estrategia relativamente


reciente (iniciada, en sus parámetros actuales, en Canadá y EEUU en los años 70) y
limitada a unos pocos países desarrollados y, dentro de ellos, a unos cuantos programas
que se aplican en algunas prisiones, no en todas, y a veces en la propia comunidad. Ello
significa que la proporción de delincuentes sexuales que recibe tratamiento es muy pequeña
en contraste con la generalidad que tiene la aplicación de penas de prisión. Pese a todo,
los poderes públicos, y también muchos ciudadanos, son cada vez más conscientes de
la necesidad de aplicar tratamientos especializados a los delincuentes sexuales. Por ello,
en los países norteamericanos y europeos paulatinamente se van introduciendo nuevos
programas de tratamiento. Tales programas suelen tener las siguientes características
generales:
• Suelen ser programas intensivos de larga duración; generalmente las técnicas
de tratamiento se aplican varias horas por semana durante uno o más años.
• Incluyen técnicas dirigidas específicamente a las tres áreas problemáticas:
comportamiento sexual desviado, distorsiones cognitivas y funcionamiento social
del sujeto.
• A veces se utilizan, como una medida más dentro del conjunto del programa,
agentes químicos inhibidores del impulso sexual (fundamentalmente Acetato de
Ciproterona o Medroxiprogesterona, sustancias inhibidoras de la secreción de la
hormona sexual masculina testosterona y, consiguientemente, reductoras del
impulso sexual).
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• En la aplicación suelen intervenir diversos terapeutas (con frecuencia hombre y


mujer) que entrenan a los agresores sexuales en habilidades sociales específicas
con un doble propósito: 1) que aprendan a inhibir las conductas delictivas, y
2) que aprendan las habilidades de comunicación necesarias para establecer
relaciones sexuales adultas y consentidas.
• En general, el tratamiento suele tener un carácter voluntario, aunque en la mayoría
de los casos la participación del sujeto en un tratamiento suele ser recompensada
con beneficios penales y penitenciarios, tales como la concesión de permisos
de salida al exterior, un mejor régimen de vida en prisión, o la concesión de la
libertad bajo palabra.

2.1. Técnicas de tratamiento de la agresión sexual

En la actualidad los tratamientos más utilizados y efectivos con los delincuentes en general
y con los delincuentes sexuales, en particular, son los de orientación cognitivo-conductual.
Sin embargo, existen también otra serie de modelos y técnicas de tratamiento que a
veces se aplican, o se han aplicado, ya sea aisladamente o en combinaciones diversas.
Se presentan ahora brevemente tales técnicas (Berlin, 2000; Redondo, Sánchez-Meca y
Garrido, 2002a, 2003b; Rösler y Witztum, 2000; Stone et al., 2000; Wood, Grossman y
Fichtner, 2000).

2.1.1. Psicoterapia

La psicoterapia más clásica, generalmente de orientación psicoanalítica, interpreta la


desviación sexual como un síntoma de otras problemáticas subyacentes y de las cuales el
individuo no tiene plena conciencia. Como resultado de ello, el propósito de la psicoterapia
es facilitar que el sujeto se haga consciente de estas patologías y, de ese modo, sea más
fácil que pueda controlar su comportamiento inaceptable. Existe escasísima evidencia
empírica sobre la capacidad que la psicoterapia puede tener de manera aislada para
controlar el comportamiento sexual desviado (Berlin, 2000). Algo más prometedor puede
resultar este enfoque terapéutico cuando se aplica en formato de grupo, ya que entonces
el grupo puede ayudar al sujeto a confrontar y replantear sus creencias erróneas sobre
sus delitos y su estilo de vida.

2.1.2. Terapia de conducta clásica

Las teorías psicológicas del aprendizaje consideran que los delincuentes sexuales han
aprendido, a partir de sus particulares experiencias (p. ej., al haber sido víctimas de abuso
en la infancia), a sentir determinadas emociones y deseos sexuales (p. ej., hacia los niños), y
a conducirse de determinada manera (mediante el abuso o la agresión). Estas orientaciones
afectivas y de la conducta se mantienen debido a sucesivos procesos de condicionamiento
estimular, de recompensa de ciertos comportamientos y de imitación de modelos (véanse
capítulos 1 y 9). La terapia de conducta intenta revertir tales condicionamientos y establecer,
mediante los mismos mecanismos del aprendizaje, otros nuevos que impliquen afectos y
conductas sexuales legalmente permitidos.
Entre los procedimientos conductuales más clásicos se encuentran (véase Wood et al., 2000)
las terapias aversivas, en las cuales, con la finalidad de recondicionar la excitación sexual
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del sujeto, sus fantasías sexuales desviadas (e imágenes que promueven tales fantasías)
y sus estados de excitación, tales situaciones y estímulos se aparean a (condicionamiento
clásico) o son seguidos de (condicionamiento operante) estímulos aversivos, tales como
pequeñas descargas eléctricas u olores desagradables. También se han empleado técnicas
de saciación verbal (el sujeto debe verbalizar sus fantasías desviadas durante un tiempo
prolongado de manera que, como resultado de la repetición forzada, acaben resultando
incómodas y cargantes), recondicionamiento masturbatorio que incluye recondicionamiento
orgásmico (hasta que el individuo logra excitación y orgasmo, mediente la masturbación,
utilizando fantasías no desviadas) y saciación masturbatoria (a partir de la intensiva
imaginación de fantasías desviadas y práctica de la masturbación durante el periodo
refractario, de 30-60 minutos, que sigue al orgasmo, lo que hace que las fantasías y el
proceso masturbatorio asociado a ellas resulten fatigantes y sexualmente improductivos),
desensibilización sistemática por aproximaciones sucesivas (para reducir la ansiedad social
del sujeto y facilitar, de este modo, sus contactos sexuales normalizados; o bien con la
finalidad de, apareando en la imaginación estímulos sexuales desviados con relajación,
reducir el poder excitatorio de tales estímulos), y sensibilización encubierta (en que se
asocian, en la imaginación, los pensamientos y fantasías desviados con consecuencias que
al sujeto le resultan muy desagradables).

2.1.3. Cirugía

El impulso sexual de los varones guarda una estrecha relación con las secreciones de
testosterona. Es evidente que el impulso sexual de los varones no es «per se» el causante
de que algunos de ellos utilicen para satisfacerlo la agresión o el abuso sexual. La inmensa
mayoría de los varones, sexualmente motivados, emprenden comportamientos sexuales
aceptables para satisfacer su impulso sexual. Por tanto, la explicación de la violación y el
abuso es otra que el mero deseo sexual. Con todo, cuando un varón es violador o agresor
sexual de menores una alternativa para controlar su conducta puede consistir en reducir
directamente su impulso sexual, disminuyendo para ello sus secreciones de testosterona.
Ello puede hacerse o bien a través de la administración de cierta medicación, con un efecto
temporal, o mediante la extirpación de los testículos, o castración, con un efecto definitivo
e irreversible.

En la actualidad el uso de la cirugía con la finalidad de reducir el impulso sexual, incluso en


el caso de delincuentes sexuales convictos y reincidentes, no está jurídicamente permitido
en la mayoría de los países europeos. Sin embargo, durante las pasadas décadas, en
algunos países europeos y también en Norteamérica se utilizó este método con cientos
de delincuentes. Los estudios de seguimiento de muchos de estos casos evidenciaron
tasas de reincidencia muy bajas, de entre 1,3% y 7,3% (Freund, 1980, referenciado
por Berlin, 2000). Sin embargo, la castración presenta graves efectos secundarios, tales
como disminución generalizada del impulso y la actividad sexual (más allá de los propios
delitos sexuales), cambios metabólicos, pérdidas proteicas, alteraciones glandulares,
cambios en la distribución corporal de las grasas, descalcificación ósea, múltiples dolencias
difusas y disminución de la pilosidad corporal (Stone et al., 2000). Ello puede implicar
una transformación de la personalidad y del comportamiento de los delincuentes que
trasciende con creces las finalidades del tratamiento de cualquier conducta delictiva y
choca frontalmente con pautas éticas y, en el caso del sistema jurídico español, también
jurídicas.
En sociedades civilizadas y democráticas del siglo XXI ni la amputación de las manos a los
ladrones puede ser la solución de los robos ni tampoco la castración puede serlo de las
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Santiago Redondo Illescas

agresiones sexuales. Frente a ello, en ámbitos como el que nos ocupa se requiere para
encarar satisfactoriamente los problemas mucha más imaginación y prudencia.

2.1.4. Medicación reductora del impulso sexual

Un modo no irreversible de reducir el impulso sexual es la administración periódica


(generalmente semanal) de medicación antiandrogénica, que o bien directamente reduce la
secreción de testosterona o bien bloquea su acción en el nivel de los receptores nerviosos.
Con tales finalidades se han utilizado dos sustancias principales, el acetato de ciproterona
(CPA) (principalmente en algunos países europeos) y el acetato de medroxiprogesterona
–Progevera— (MPA) (sobre todo en Norteamérica). Aunque estas sustancias presentan
algunas contraindicaciones, tales como aumento de peso e hipertensión, su administración
a pedófilos ha logrado tasas de reincidencia inferiores al 10%. Recientemente se ha
desarrollado y comenzado a utilizar un antiandrógeno más potente y de efecto prolongado,
el agonista análogo de la hormona liberadora de gonadotropina (GnRH), que se inyecta
una vez cada 1-3 meses, elimina completamente –aunque de modo reversible- la secreción
de testosterona y, además, presenta mínimos efectos secundarios. Rösler y Witzhum
(2000) consideran que esta medicación resulta efectiva para controlar específicas parafilias
(logrando reducir tanto las fantasías sexuales desviadas como el nivel de impulso y las
propias conductas) y constituye, por ello, una terapéutica prometedora para el futuro
tratamiento de los delincuentes sexuales. Con frecuencia estas sustancias no se administran
de manera aislada, como único sistema de tratamiento, sino que suelen constituir un
complemento de otros tratamientos de cambio del comportamiento sexual. Pueden
ayudar a los pacientes a mejorar temporalmente su capacidad de control de la conducta
de agresión o abuso.

2.1.5. El tratamiento cognitivo-conductual

Las primeras aproximaciones conductuales, o de orientación conductual, al tratamiento


de los delincuentes sexuales se remontan a finales del siglo XIX y han reaparecido
intermitentemente en la bibliografía científica hasta finales de los años 60 y principios de
los 70, en que surgieron las modernas modalidades de este tipo de tratamientos (Marshall,
Anderson y Fernandez, 1999). Pese a todo, los programas utilizados en los sesenta y
principios de los setenta tenían una concepción muy limitada y se dirigían en esencia,
según se ha comentado, a intentar normalizar las preferencias sexuales de los sujetos.
Estos primeros acercamientos partían de la idea de que la motivación sexual era el origen
básico de estos delitos, y que las preferencias sexuales del delincuente se circunscribían
exclusivamente a aquellos actos desviados que llevaba a cabo de manera persistente.
Marshall (1971) cuestionó este planteamiento simplista y sugirió que si deseamos que
los delincuentes sexuales cambien de comportamiento, y orienten sus preferencias hacia
interacciones sexuales con adultos que consienten en la relación, lo mejor que podemos
hacer es entrenarles en aquellas habilidades que son necesarias para que puedan lograr tal
objetivo. En consecuencia, Marshall sugirió que el tratamiento debía incluir la enseñanza
a los sujetos de habilidades sociales y de interacción.

Desde finales de los setenta, los programas de tratamiento para delincuentes sexuales se
han ido ampliando para incluir no sólo cambios en sus preferencias sexuales y la mejora
de sus habilidades interpersonales, sino también la erradicación de sus «distorsiones
cognitivas». Estas distorsiones hacen referencia a las tendencias de los sujetos a
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malinterpretar las señales sociales (p. ej., un individuo que abusa de menores puede
percibir a los niños como si en realidad estuvieran interesados en el contacto sexual),
a negar que causen daño a las víctimas, a minimizar la importancia de su agresión o
de la gravedad y frecuencia del delito, a atribuir la responsabilidad a otras personas o a
factores que se hallan fuera de su propio control, y a aceptar, en definitiva, un patrón de
actitudes y creencias favorecedoras del delito (p. ej., todas las mujeres realmente desean
ser violadas, o es adecuado ser agresivo). En consecuencia, los programas conductuales
acabaron incorporando amplios contenidos cognitivos. A principios de los ochenta estos
programas «cognitivo-conductuales» comenzaron a asimilar conceptos de prevención de
recaída que habían sido introducidos en el campo de las adicciones por Alan Marlatt y
sus colaboradores (Marlatt y Gordon, 1985). En el transcurso de los últimos quince años
tales programas se han continuado ampliando hasta incorporar en sus pretensiones la
mejora de la autoestima, el incremento de las habilidades para entablar relaciones de
intimidad, la mejora de la empatía de los sujetos, y la enseñanza de mejores habilidades
de afrontamiento de las situaciones problemáticas.

A continuación se describe el formato estándar aplicado por Marshall y su equipo, fundamento


originario de la mayoría de los programas aplicados en el mundo (véase también Marshall
y Fernandez, 1997; Marshall, 2001; Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000).

Los programas cognitivo-conductuales típicamente funcionan en un formato de grupo.


Uno o dos terapeutas trabajan con un grupo de 8-10 sujetos. Se evalúa a los delincuentes
para delimitar sus necesidades de tratamiento y su riesgo de reincidencia futura, y, como
consecuencia de ello, son incluidos en uno de tres posibles programas: necesidades y
riesgo altos; necesidades y riesgo moderados, y necesidades y riesgo bajos. Los sujetos
con necesidades y riego elevados reciben un tratamiento más amplio e intenso que los
restantes grupos (Marshall, Eccles y Barbaree, 1993). Ello permite optimizar los recursos
disponibles, en función de las necesidades de cada sujeto, con el objetivo de aumentar la
seguridad pública.

Los terapeutas intentan crear un estilo de trabajo que haga compatible el rechazo de las
distorsiones de los delincuentes con ofrecerles, paralelamente, el apoyo que necesitan
(Marshall, 1996). Existe evidencia científica (Beech y Fordham, 1997) de que este tipo
de acercamiento es el más efectivo para el tratamiento de los delincuentes sexuales. Se
insta a los sujetos a participar en las sesiones de tratamiento no sólo cuando cada uno de
ellos es protagonista de la intervención sino también cuando lo son los demás miembros
del grupo.

2.1.5.1. Programa estándar

Incluye las siguientes técnicas específicas:

2.1.5.1.1. Autoestima

Para comenzar, se intenta crear un clima que apoye y motive a los sujetos para creer que
tienen la capacidad de cambiar. Además, se pretende que los delincuentes sexuales mejoren
su nivel educativo y sus habilidades laborales, la amplitud de sus actividades sociales, y su
propia apariencia externa. También se les anima a detectar sus características personales
positivas (p. ej., es un buen trabajador, un amigo leal, es generoso) que deben escribir
Intervenció intensiva amb interns autors de delictes violents i contra la llibertat sexual 191
Santiago Redondo Illescas

en una cartulina para poder repasarlas con frecuencia durante el día. Hemos comprobado
(Marshall, Champagne, Sturgeon y Bryce, 1997) que estos procedimientos mejoran
la autoestima, lo que a su vez aumenta las posibilidades de cambio en los restantes
componentes del programa.

2.1.5.1.2. Distorsiones cognitivas

Aquí existen dos etapas sucesivas. En la primera, cada sujeto describe el delito desde su
propia perspectiva y se cuestionan los detalles que va dando en esta descripción. Para
ello se cuenta con la información sobre el delito procedente del testimonio de la víctima
y de los informes policiales, lo que permite una confrontación con la versión aportada por
sujeto. En una segunda etapa, se cuestionan las actitudes y creencias favorables al delito
que van emergiendo en distintos momentos del proceso del tratamiento. Existe alguna
evidencia científica, aunque todavía limitada, sobre le efectividad que tiene este modo de
operar para la erradicación de las distorsiones cognitivas (Marshall, 1994).

2.1.5.1.3. Empatía

Se conoce que los delincuentes sexuales no carecen de empatía hacia otras personas en
términos generales, sino que más bien carecen de ella por lo que concierne a sus propias
víctimas; Fernandez, Marshall, Lightbody y O’Sullivan, 1999). Ello parece deberse a su
incapacidad para reconocer el daño que han causado, por lo que el primer objetivo en este
punto del programa es sensibilizarlos sobre el dolor que experimentan las víctimas. Para ello
el grupo elabora una lista de posibles consecuencias de la agresión sexual y posteriormente
se pide a cada sujeto que considere tales consecuencias en su propia víctima. Entonces,
cada participante en el programa debe escribir una carta, que hipotéticamente le dirige su
víctima, y, después, una respuesta suya a la anterior. En la primera (la que supuestamente
le envía la víctima) el sujeto debe manifestar el odio y la rabia que probablemente la
víctima siente hacia él, los sentimientos que se le han generado de desconfianza hacia los
hombres y de inseguridad, su sentimiento de culpabilidad, y otros problemas emocionales
o de comportamiento que una víctima podría manifestar. En la carta de respuesta, el
delincuente debe reconocer su responsabilidad por el delito, aceptar la legitimidad de los
sentimientos de la víctima, y comentarle que está realizando esfuerzos para disminuir el
riesgo de volver a delinquir. Se ha comprobado (Marshall, O’Sullivan y Fernandez, 1996)
que este procedimiento realmente mejora la empatía con la víctima.

2.1.5.1.4. Relaciones personales/aislamiento

Marshall y sus colaboradores desarrollaron una estrategia específica para incrementar las
habilidades para las relaciones personales y reducir el aislamiento, y se ha comprobado
que tal estrategia es efectiva (Marshall, Bryce, Hudson, Ward y Moth, 1996). En ella se
abordan una variedad de objetivos: comunicación, compatilidad, celos, sexualidad, y
miedo a no tener pareja. Como en los restantes componentes del programa, se pide a cada
participante que compruebe si los problemas mencionados aparecen en su experiencia
pasada. Se espera que cada sujeto hable de sus relaciones personales pasadas con el
objetivo de ayudarle a identificar estrategias de relación inapropiadas y estilos de apego
afectivo pobres y superficiales, y a partir de ello estructurar caminos más efectivos para
sus relaciones personales.
192 CONGRÉS PENITENCIARI INTERNACIONAL: La funció social de la política penitenciària
Bloc 2: Parlem de la intervenció amb els homes i dones presos

2.1.5.1.5. Actitudes y preferencias sexuales

Record (1977) puso de relieve que los delincuentes sexuales son inexpertos en cuestiones
sexuales y que ello contribuye, junto a otros problemas, a que sus relaciones sexuales
normales con adultos no resulten satisfactorias. Además, suelen enfrentarse a los
problemas recurriendo al sexo, tanto no delictivo como delictivo (Cortoni y Marshall,
2000). Por estas razones este programa ofrece a los agresores una cierta educación
sexual y les ayuda a hacerse conscientes de que suelen utilizar el sexo como estrategia de
afrontamiento. Paralelamente se les enseñan estrategias más efectivas para enfrentarse
a sus problemas.
Cuando los sujetos presentan fuertes preferencias sexuales de carácter desviado y una alta
frecuencia de fantasías desviadas, se aplican procedimientos específicamente encaminados a
reducir tales preferencias y fantasías. Técnicas conductuales del tipo del recondicionamiento
masturbatorio (Laws y Marshall, 1991) parecen obtener ciertos resultados positivos aunque
de carácter limitado. Por ejemplo, la terapia de saturación (Marshall, 1979) logra reducir
los intereses desviados de los sujetos, y la masturbación dirigida (Maletzky, 1984) parece
mejorar sus intereses normativos. Sin embargo, estos procedimientos no siempre obtienen
los resultados esperados, y en tales casos se emplea o bien un antiandrógeno o algún
inhibidor de la serotonina (Greenberg y Bradford, 1997).

2.1.5.1.6. Prevención de la recaída

Se pide a cada delincuente sexual participante en el programa que identifique la secuencia


de elementos sucesivos que le llevan a la comisión del delito (es decir, la concatenación de
eslabones de la cadena delictiva), los factores fundamentales que le ponen en situación de
riesgo, y, también, las estrategias más adecuadas para evitar los riesgos futuros. El interés
de ello reside en lograr que el sujeto adquiera consciencia de la aparición de los primeros
eslabones de su cadena delictiva, con la finalidad de que pueda interrumpir la ascensión
en la cadena en estos primeros peldaños, en los que resulta más fácil detenerse. También
se pretenderlo que comprenda qué factores le sitúan en riesgo como, por ejemplo, el tener
acceso a potenciales víctimas, o sentirse deprimido, aislado, o furioso, o hallarse estresado,
tener problemas en sus relaciones o, simplemente, utilizar estrategias inefectivas para
afrontar sus problemas. Como resultado de la identificación de estos factores de riesgo
y de la cadena de conducta delictiva, el sujeto debe elaborar un conjunto de estrategias
para enfrentarse a las situaciones de riesgo imprevistas y para reducir las oportunidades
de que éstas aparezcan.

2.2. La situación en España

2.2.1. Posibilidades legales para el tratamiento y el control de los delincuentes sexuales


peligrosos

Tanto la legislación española como las normas internacionales permiten e instan a la


Administración penitenciaria a aplicar programas con delincuentes violentos y sexuales, y
a tomar las medidas de control necesarias para facilitar su reintegración social y evitar su
reincidencia. Sin pretensión de exhaustividad, algunos de los referentes normativos más
específicos sobre esta materia son los siguientes:

Aparte de las referencias genéricas (tanto de las Reglas Penitenciarias Europeas como
de las leyes positivas españolas –Constitución española, Ley penitenciaria, Código penal
Intervenció intensiva amb interns autors de delictes violents i contra la llibertat sexual 193
Santiago Redondo Illescas

y Reglamento penitenciario-) sobre la necesidad de orientar la actividad penitenciaria,


mediante el tratamiento, hacia la reeducación y reinserción social de los internos, el artículo
116.4 del Reglamento penitenciario de 1996 establece de manera concreta lo siguiente:
«La Administración penitenciaria podrá realizar programas específicos de tratamiento para
internos condenados por delitos contra la libertad sexual, de acuerdo con su diagnóstico
previo (...). El seguimiento de estos programas será siempre voluntario...»

Como para el resto de actividades y tratamientos penitenciarios, la legislación española


garantiza la voluntariedad, es decir la imposibilidad de forzar a nadie a hacer aquello que
no desea hacer. Sin embargo, se comprueba que existe una correlación elevada y positiva
entre la variedad y cualidad de los programas que se ofrecen a los internos y la motivación
de éstos para participar en tales programas.

Las Reglas Penitenciarias Europeas –Recomendación n. R(87) 3- establecieron en su


artículo 87 lo siguiente: «En relación con los internos condenados a penas de más larga
duración [como es el caso de muchos de los delincuentes sexuales], conviene asegurarles
un retorno progresivo a la vida en sociedad. Este objetivo se podrá conseguir, en particular,
gracias a un programa de preparación para la puesta en libertad, organizado en el mismo
establecimiento o en otro establecimiento adecuado, o gracias a una puesta en libertad
condicional bajo control con una asistencia social eficaz.»

Por su parte, la legislación española dispone de diversas figuras legales (salidas programadas
de los internos al exterior, permisos de salida, régimen abierto y libertad condicional),
cuyo objetivo es, precisamente, acercar a los delincuentes a la comunidad de una
manera progresiva y con suficiente supervisión y control. Además de constituir beneficios
penitenciarios para reforzar los esfuerzos que efectúan los encarcelados para mejorar sus
posibilidades futuras, la finalidad principal de todas estas medidas es la de servir como
instrumentos de prueba y de control del comportamiento de los sujetos, con antelación a
su liberación definitiva.

2.2.2. Lo hecho hasta ahora

En España el análisis específico de los delincuentes sexuales y la aplicación de programas


con ellos se inició en Cataluña. Con el apoyo del Departamento de Justicia, desde 1992
hasta ahora se han realizado diversas investigaciones sobre delitos y delincuentes sexuales
con el objetivo de desarrollar, aplicar y evaluar un programa de intervención homologable
a los de otros países más avanzados en esta materia. La primera investigación (Garrido,
Redondo, Gil, Torres, Soler, y Beneyto, 1995) estudió una muestra de 29 violadores, autores
de 226 delitos de diversas tipologías. La segunda (Garrido, Beneyto, y Gil, 1996) analizó a
33 delincuentes sexuales que habían abusado de menores y eran autores de 116 delitos.
Una tercera investigación (Garrido, Gil, Forcadell, Martínez, y Vinuesa, 1998a) estudió una
muestra de delincuentes sexuales menores de edad con la finalidad de adaptar un programa
específico para jóvenes. Una cuarta investigación (Garrido, Beneyto, Català, Aguilar,
Balfagón, Sauri, y Navarro, 1998b) evaluó la aplicación en dos prisiones del programa de
tratamiento que previamente se había diseñado para los delincuentes sexuales adultos.

A partir de la primera investigación mencionada se creó el primer programa específico


para delincuentes sexuales adaptado al contexto español (Garrido y Beneyto, 1996, 1997).
La primera aplicación de este programa se llevó a cabo paralelamente en dos centros
penitenciarios de la provincia de Barcelona: Quatre Camins y Brians. En cada uno de estos
194 CONGRÉS PENITENCIARI INTERNACIONAL: La funció social de la política penitenciària
Bloc 2: Parlem de la intervenció amb els homes i dones presos

centros completaron el tratamiento, de una duración aproximada de un año y más de 500


horas de aplicación, 7 personas. Además del grupo de sujetos tratados, la evaluación del
programa de Quatre Camins contó con un grupo de comparación, integrado por internos
que estaban en listas de espera para formar parte del programa.

El contenido del programa de tratamiento incluyó la modificación del pensamiento favorable


a la agresión sexual, la enseñanza de habilidades para la mejora del funcionamiento social
y un subprograma específico para entrenar a los sujetos en la prevención de la recaída (es
decir, de la reincidencia) (véase Roca y Montero, 2000).

Como es lógico, el problema de la delincuencia sexual preocupa en toda España, y la


Administración penitenciaria del Estado también ha iniciado la aplicación de programas
con delincuentes sexuales. Para ello inicialmente se seleccionaron 8 centros penitenciarios
repartidos por todo el territorio nacional y en 1998 tuvo lugar un curso de capacitación en
Madrid destinado a técnicos de instituciones penitenciarias.

Recientemente se ha llevado a cabo una investigación evaluativa sobre la eficacia del


programa de tratamiento de agresores sexuales en la prisión de Brians. Para ello se
seleccionaron dos grupos equivalentes: un grupo de tratamiento integrado por 49 sujetos,
que habían recibido el programa de tratamiento completo, y un grupo de control compuesto
por 74 individuos, que no habían sido tratados. Los dos grupos fueron seleccionados
tomando en cuenta su similitud en un conjunto de variables demográficas, criminales y
de riesgo que debían ser controladas a los efectos de garantizar su comparabilidad. Los
principales resultados de este estudio avalan la gran eficacia del programa de tratamiento
aplicado, ya que se obtuvo una diferencia de tasa de reincidencia entre el grupo control
y el grupo de tratamiento del 14%. Este resultado no sólo apunta en la dirección de la
mayor eficacia de los programas cognitivo-conductuales de tratamiento de agresores sino
que incluso supera la eficacia promedio obtenida por dichos programas en las revisiones
meta-analíticas hasta ahora realizadas.

Las experiencias que se han llevado a cabo hasta ahora en España en el tratamiento de los
delincuentes sexuales son positivas y prometedoras, pero apenas constituyen un primer
paso en esta materia. En un futuro deberían dedicarse más recursos y esfuerzos para
profundizar en estos programas. Dos medidas que parecen convenientes para ello son:
• Crear unidades penitenciarias especializadas en el tratamiento de los delincuentes
sexuales y violentos. Ello permitiría la concentración de esfuerzos en estas
tipologías de delincuentes que son, en definitiva, los que suscitan una mayor
preocupación y temor ciudadanos. Estas unidades especializadas podrían llevar
a cabo la evaluación, el tratamiento y el seguimiento en el centro penitenciario
de estos internos, con las consiguientes mejoras en la disminución de su riesgo
delictivo.
• Crear equipos especializados en el seguimiento y desarrollo de programas fuera
de las prisiones para delincuentes sexuales y violentos, tal y como se ha hecho
en algunos casos, por ejemplo, para poner en práctica las nuevas medidas
alternativas a la privación de libertad como los trabajos en beneficio de la
comunidad.
La creación (ya sea mediante la dotación de nuevos recursos de personal especializado o
a través de la reconversión de algunos de los existentes) de equipos específicos para el
tratamiento de los delincuentes violentos y sexuales constituiría un avance muy importante
en España en esta materia. Tanto las actuales legislaciones penales como las penitenciarias
Intervenció intensiva amb interns autors de delictes violents i contra la llibertat sexual 195
Santiago Redondo Illescas

regulan suficientemente la posibilidad de aplicar programas de tratamiento y de establecer


normas de conducta y de control (incluso en la comunidad, durante los periodos de libertad
condicional). Lo más importante es, en consecuencia, hacer efectivas estas posibilidades
legales y destinar recursos concretos a ponerlas en práctica, diseñando y aplicando los
programas técnicos necesarios.

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