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TEMA 51. EL DESARROLLO DE LA CIENCIA EN EL .

PENSAMIENTO HELENÍSTICO

Esquema del tema

1. La física estoica.

1.1. Cosmología. Una naturaleza dotada de "Logos".

1.2. Materia y razón.

1.3. Inexistencia del vacío. El "Logos" todo lo penetra.

2. La teoría física de Epicuro.

2.1. Principios fundamentales de la física epicúrea.

2.2. El vacío.

2.3. Sobre la naturaleza de los cuerpos celestes.

3. Los grandes científicos de Alejandría.

3.1. Introducción.

3.2. Caracteres de la cultura helenística.

3.3. Las ciencias biológicas.

3.3.1. El corpus hipocrático.

3.3.2. La medicina alejandrina.

3.4. . La matemática.

3.4.1. Los Elementos de Euclides.

3.4.2. Arquímedes y su producción científica.

3.4.2.1. El método.

3.4.2.2. La técnica.

3.4.3. Apolonio de Pérgamo.

3.5 La astronomía.
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4. Consideraciones finales.

5. Bibliografía.
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Es difícil delimitar qué se entiende por "ciencia" durante el periodo helenístico. Podemos caer en
la tentación de considerar como científicas sólo aquellas teorías o posiciones que estén
vinculadas con la investigación científica actual, pero si hiciésemos eso seriamos injustos con los
pensadores de la época y con su propia concepción del trabajo que estaban realizando. Por ello he
adoptado una posición intermedia. Primero veremos las concepciones del mundo físico del
estoicismo y del epicureísmo porque ambas suponen unos marcos de explicación de lo real con
vigencia hasta el triunfo del cristianismo. Posteriormente nos detendremos en el desarrollo
científico alejandrino donde se encuentra los hallazgos que, desde un punto más rigurosamente
científico y no filosófico, tienen más valor hoy para nosotros.

1. La física estoica.

En cuanto al estudio de la Naturaleza, la física estoica forma el centro de la doctrina filosófica. El


objeto de su atención es enormemente amplio, ya que abarca tanto lo que nosotros podemos
considerar supuestos metafísicos e incluso teológicos de su teoría -pero que los estoicos, al no
admitir la existencia más allá de lo material y mundano, negarían como "metafísicos"-, como los
conocimientos antropológicos o de sicología -ya que tanto el hombre como el alma humana son
un componente más de esa Naturaleza. Para el lector actual, la doctrina estoica sobre el universo
no deja de resultar un tanto paradójica, al conjugar un materialismo básico con un racionalismo
cósmico y un panteísmo vitalista, y al proyectar en la ética las consecuencias de los postulados de
la física.

El materialismo radical de la Estoa se explica históricamente como una reacción al idealismo de


la filosofía platónica, ya criticado duramente por Aristóteles y otros pensadores de la época. La
teoría de que las cosas de este mundo se conforman a la existencia de unas arquetípicas Ideas,
situadas en un ámbito trascendente, había sido descartada por Aristóteles, y acaso el propio
Platón la había sometido a una revisión crítica radical en sus últimos años. Hasta los mismos
académicos renunciaron a defender el idealismo y cayeron en el escepticismo. Pero la solución
hilemórfica de Aristóteles y su hipótesis metafísica de un Primer Motor, que mueve el universo
desde más allá del mundo, habían sido igualmente objeto de rechazo. También la existencia de
los universales había sido negada por los nominalistas de la época, quienes sólo admitían la
realidad de los individuos y de los cuerpos sensibles. El empirismo aristotélico les parecía a
muchos pensador-es postaristotélicos demasiado impregnado de resabios idealistas, y lo
sometieron a una revisión fundamental. En su materialismo, y en la consecuente teoría del
conocimiento, que admite como base tan sólo el conocimiento sensible ligado a lo corporal como
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lo único real, el estoicismo coincide con otras escuelas de su época, como el epicureísmo y el
cinismo, y recoge las críticas a los sistemas anteriores, ya hechas incluso desde la Academia y el
Liceo.

1.1. Cosmología. Una naturaleza dotada de "Logos".

Los estoicos entienden por naturaleza el principio creador de todo lo existente, lo que lo mantiene
en una cohesión unitaria y vivificadora, lo que lo dirige a través de un proceso universal de
causas y efectos con una finalidad inmanente, pero que tiene un sentido del que no están ausentes
lo útil y el placer de lo creado. La naturaleza está dotada de sentido racional, de logos. Este es el
concepto que anima el proceso físico, y a la vez el que da a la concepción física estoica su nota
fundamental. El logos impregna la materia cósmica y la dirige; pero no como una fuerza exterior,
como las Ideas o el Primer Motor aristotélico, sino como algo inmanente y omnipresente en lo
real. Puesto que se niega lo espiritual en principio, puesto que sólo se admite como capaz de
actuar a lo material, también el logos es algo corpóreo, incorporado en lo sensible y material.
Frente a la pasividad de la materia el logos es el elemento activo del proceso cósmico. Es difícil
traducir a nuestra lengua el término griego logos, que es "razón, proporción, fórmula" (además de
"palabra, discurso, tratado u obra literaria" en otros contextos). Y el logos es también el elemento
divino ínsito en el orden cósmico, objeto y resultado de la acción natural suya.

1.2. Materia y razón.

Esta visión de la naturaleza es la de un panteísmo vitalista, en el que la materia y la racionalidad


no se oponen, sino que se integran en esa totalidad animadora del devenir universal. Desde otro
enfoque el principio organizador de la materia es una especie de soplo o de fuego, de fuego
artesano, que opera con una finalidad artística, es decir, teleológicamente en el marco del
universo. Al ser logos, el motor cósmico, el proceso tiene un sentido inmanente, y esta
concepción funda la visión optimista del estoico, que se siente integrado en ese proceso lógico
universal.

La secuencia de causas y efectos en tal devenir asume el carácter de Destino, de Necesidad. De


ahí el consejo del sabio estoico de que hay que acomodarse al Destino y amar lo que sucede.
Mientras que la concepción atomista del universo deja al epicúreo libre de decidir su obrar y de
buscarle un sentido frente a la naturaleza que no ofrece finalidad a sus criaturas, la visión del
estoico le indica en la naturaleza un sentido, una orientación a la que el actuar humano queda
supeditado.
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De ahí que la base de la moral sea vivir en acuerdo razonable con la naturaleza, porque el logos
que gobierna la actividad física no es ajeno al logos que se incorpora en la mente del hombre.

1.3. Inexistencia del vacío: el logos todo lo penetra.

Frente al universo discontinuo de los atomistas, el cosmos estoico es un todo continuo (limitado
tan solo por el vacío exterior), material y dotado de una fuerza o tensión interna, algo similar a la
energía de las concepciones más modernas, que ellos califican como "cohesión". Las distintas
materias concretas, como el aire, el agua o la tierra, son transmutaciones del fuego o soplo fogoso
en que a lo largo de vastos procesos acaban por resolverse al final de largos y repetidos ciclos
cósmicos. También proceden de él cíclicamente, por procesos de rarefacción y condensación,
como los que postularon ya algunos presocráticos. Los estoicos, que no admiten el principio
físico de la impenetrabilidad de los cuerpos (es decir, el de que dos cuerpos no pueden ocupar al
mismo tiempo un mismo espacio), elaboran una teoría de la mezcla y la fusión de unas materias y
de unos cuerpos con otros. Así, puede concebirse la omnipresencia del logos como una
irradiación o una permeable sustancia que cohesiona el todo y las partes materiales. En el
cosmos, concebido como un organismo superior, actúan los unos sobre los otros, porque existe
una simpatía cósmica y una mezcla total, de modo que todos los seres colaboran en la marcha del
mundo como ser vivo. Así pues, la existencia de ese logos omnipresente ofrece una base de
referencia común a la lógica y a la ética. Con eso la meditación filosófica regresa a una
concepción unitaria que está más próxima a la de ciertos presocráticos que a la división científica
de los filósofos inmediatos.

2. La teoría física de Epicuro.

Epicuro escribió muchos libros acerca de nuestro saber de la Naturaleza, la mayoría de ellos
perdidos para siempre. Sólo en parte, gracias a los papiros de Herculano, al poema de Lucrecio y
a algunas críticas y restos de comentaristas posteriores, conocemos lo esencial de su teoría física.
De enorme valor nos resulta, en su caso, la historia de la filosofía griega titulada Vida y opiniones
de los filósofos antiguos, una historia de la filosofía griega redactada a comienzos del s. II d. C.
por el erudito Diógenes Laercio, compuesta de diez libros, el último de los cuales está dedicado
por entero a Epicuro.

2.1. Principios fundamentales de la física epicúrea.

1. Nada nace de nada; el todo es eterno e inmutable; todo lo componen los átomos y el
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vacío; los cuerpos son átomos o agregados de átomos; el todo es infinito.

La evidencia sensible nos muestra que hay cuerpos, cuerpos que se pueden ver y tocar, y que,
además, se pueden dividir; sin embargo, por mucho que dividamos llegará un momento en que la
división se hará imposible. Estos elementos que ya no pueden ser divididos, que permanecen
inalterables son los átomos. Esta doctrina ya había sido expuesta antes por Demócrito, aunque
Epicuro introducirá una serie de correcciones, que más adelante analizaremos. No hay duda de
que acepta la solución dada por los atomistas al problema del movimiento planteado por
Parménides, en el que, al no haber pluralidad de elementos, no cabía explicación alguna. Tanto
para Demócrito como para Epicuro los átomos se moverán siempre en el vacío, y los átomos, al
igual que el vacío, serán eternos. Junto a ellos, dice Epicuro, existe el vacío, el espacio o el lugar
que posibilita su movilidad y que nos permite explicar la realidad aparente, los fenómenos, sin
necesidad de tener que recurrir a un estado de caos previo al cosmos, que obligaría a admitir un
agente externo ordenador de ese caos. En la creación, en la constitución de los compuestos
atómicos que forman los infinitos mundos posibles no ha intervenido ninguna divinidad, ni en
forma de Demiurgo ni de Providencia ni de Necesidad sólo el azar.

2. Los átomos eternos permanentes e inmutables tienen forma, extensión y peso. La


inmutabilidad y permanencia de los átomos hace que nada se destruya, sino que todo se
transforme.

Los cambios en los cuerpos no son más que manifestación de la distinta combinación de los
átomos, que son inmutables.

Tienen tamaño, pero sin modificaciones infinitas, ya que esto supondría que podrían aumentar de
tal forma que fueran visibles, y esto no es posible. Tienen formas diferentes para facilitar las
distintas combinaciones, y tampoco son infinitas en todos ellos habrá al menos teóricamente unas
partes mínimas, homogéneas e iguales en cuanto a tamaño y figura, a partir de las que se
originarán los distintos tamaños y figuras que pueden adoptar los átomos. Tienen peso y ésta es la
razón que los impulsa a caer hacia abajo. Epicuro conoce las criticas que Aristóteles ha hecho a
los planteamientos de Demócrito, para quien los átomos se movían al azar y en todas direcciones,
sin que hubiera ninguna razón para que fuesen de un lado a otro o al contrario, o incluso para que
se movieran; e introducirá la razón que será la causa natural del movimiento: el peso. Todos los
cuerpos pesados, según Aristóteles, se mueven hacia abajo, entendiendo por "abajo" el punto
central que equidista de la esfera de las estrellas fijas. En Epicuro, que acepta la solución ofrecida
por Aristóteles, la explicación se presenta más complicada. Porque, ¿qué puede ser arriba, y qué
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abajo en un mundo infinito? ¿Dónde estaría ahí el centro equidistante aristotélico? Y, sin
embargo, no duda en afirmar que el peso provoca el movimiento hacia abajo -trayectoria vertical
pero no paralela-, en el que los átomos se desplazan a igual velocidad, y añade algo más; el
movimiento no es paralelo, pues si así fuera, los átomos no chocarían entre sí y no podrían dar
lugar al compuesto que son los cuerpos: aglomeraciones de átomos provocadas por los choques
producidos en las desviaciones de su caída.

3. El mundo no se originó del caos. Todo fue siempre lo que es ahora.

4. La percepción verdadera es a través de los sentidos. La sensación es el primer criterio de


verdad. Es esta sensación lo que nos permite decir que hay objetos sensibles distintos en forma,
tamaño, color, olor, etc., y que son verdaderamente reales. Son tan reales como los átomos. La
diferencia estará en que los átomos eran invisibles y estos objetos aparecen a nuestros sentidos;
aquéllos eran simples y éstos son el producto de un compuesto de átomos que, sometidos al
movimiento por razón de su peso, se desvían, entrechocan y provocan los primeros
conglomerados. Las combinaciones no son todas iguales, hay unas más sencillas que otras, bases
de futuros compuestos hasta originar los objetos físicos. Según sean las combinaciones así serán
las características de los cuerpos: unas permanentes, llamadas cualidades primarias, y otras más
accidentales y no permanentes o cualidades secundarias. Las primeras son aquellas cuya pérdida
acarrearía la pérdida de la entidad del objeto (si se pierden, el objeto deja de ser lo que es) y las
secundarias, aquellas cuya pérdida no alteraría la naturaleza o entidad del objeto. Entre las
primeras están el peso, tamaño, figura; entre las segundas, el color, olor, humedad o calor, etc.
Como, en lo social, son accidentales la riqueza, la pobreza, así como la libertad, la esclavitud, la
nobleza, etc.

El mundo epicúreo -y cada mundo, puesto que Epicuro admite que puedan existir infinitos
mundos- será un conglomerado de átomos que, una vez engarzados, relacionados entre sí según
sus figuras y tamaños, producirán un mundo sensible susceptible de ser conocido por nosotros,
los hombres.

5. La naturaleza de los cuerpos celestes no es distinta a la de nuestro mundo.

6. El alma es mortal; el alma también se compone de átomos, sutiles. Es corpórea.

2.2. El vacío.

¿Qué es el vacío? El espacio en el que se mueven los átomos. El vacío no puede ser visto ni
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sentido ni tocado. Su existencia es necesaria para que en él puedan moverse los átomos; además
es infinito en extensión. Los cuerpos tienen necesariamente que estar en algún lugar, y este lugar
en el que se encuentran los cuerpos y que no puede ser ocupado al mismo tiempo por dos de ellos
es el vacío o espacio. Con esto volvía a aceptar de nuevo un planteamiento ya expuesto por
Demócrito para oponerse a Parménides que, negando el vacío como lo no-existente, había dejado
sin solución el problema del movimiento.

En este vacío, que Epicuro identifica con el espacio, se mueven los átomos y en él hay una
dirección privilegiada, la vertical, que los átomos recorrerán en su caída antes de mezclarse para
dar lugar a los compuestos. En este sentido se ha separado de Demócrito, que había dicho que los
átomos, antes de unirse para formar infinitos mundos, se encontraban detenidos en una especie de
danza precósmica en movimiento vertiginoso, así que sus átomos no tenían peso o, si lo tenían,
esa cualidad no influía en su movimiento.

2.3. Sobre la naturaleza de los cuerpos celestes.

La explicación de los fenómenos celestes tiene importancia siempre y cuando contribuya a


procurar la serenidad de espíritu. No le importa a su autor aceptar opiniones distintas, incluso
contrarias, mientras no vayan contra la evidencia, ya que si bien sus efectos pertenecen al campo
de nuestra experiencia, los cuerpos celestes en cuanto tales están más allá de lo verificable; pero
lo que sí deja claro es que hay que eliminar todo tipo de explicación mítica o divina, pues hasta
ahora esa clase de explicaciones no han servido más que para provocar la angustia y el terror a lo
desconocido. Esta posición "ficcionalista" en relación con la explicación científica ha adquirido
en las últimas décadas un lugar preeminente entre las tesis más debatidas de la moderna filosofía
de la ciencia.

3. Los grandes científicos de Alejandría. 3.1. Introducción.

Después de la muerte de Aristóteles el centro de los estudios científicos de desplaza de Atenas a


Alejandría. El desarrollo de esta ciudad es uno de los fenómenos más característicos de la nueva
época sacudida por convulsiones políticas unidas al nombre de Alejandro Magno. Alejandría fue
la capital del nuevo reino egipcio de los Ptolomeo sustituyendo a Atenas en lo que a elaboración
científica se refiere en el momento en que la segunda era cada vez menos incapaz de llevar a
cabo tal tarea. Entre el siglo IV y II está cambiando el público de las escuelas atenienses, y
cambian también las expectativas culturales: los oyentes que se agolpan por millares en las
lecciones de Teofrasto desean una cultura urbana, útil en la concurrida sociedad de las poleis
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helenísticas, alejada tanto de los sueños de dominio de los filósofos-científicos platónicos como
de los disciplinados especialistas, adictos a la enciclopedia aristotélica de las ciencias, a quienes
el sosiego del Museo alejandrino brindará el lugar adecuado para trabajar.

Era natural que un ambiente tan vivo y laborioso se convirtiese en el centro de atracción de los
mejores artistas, científicos y técnicos de la época. Ptolomeo 1 y sus sucesores favorecieron
generosamente este flujo de energías intelectuales, tanto para elevar el nivel cultural y la
capacidad productiva del nuevo estado, como para reforzar el peso del elemento griego. La
organización de la cultura se confió al ministro Demetrio de Fáleron, alumno de Teofrasto. La
biblioteca del Liceo fue trasladada en gran parte a la capital de Egipto.

El modo de vincular establemente con Alejandría a los numerosos científicos que afluyeron a
ella, fue el de concentrar en una gran institución todo el material científico y bibliográfico
existente en los diferentes centros culturales de Grecia y de Asia Menor. De esta manera se
originaron el Museo y la Biblioteca ("museos" se llamaban los antiguos cenáculos filosófico-
religiosos de los pitagóricos).. El Museo estaba dotado de cómodas salas de lectura, laboratorios
de anatomía, un observatorio astronómico, un jardín zoológico, un jardín botánico. El número de
volúmenes de su biblioteca superó rápidamente el medio millón.

La institución duró varios siglos; pero su vida verdaderamente gloriosa está limitada a un período
bastante más breve (el siglo ID a C. y la primera mitad del II). En 145 a C. el Museo sumó
grandes daños durante un saqueo de la ciudad realizado como represalia de la guerra civil. En 48
a C. se produjo un gravísimo incendio de la Biblioteca durante la campaña de Julio César en
Egipto; en ese momento comprendía setecientos mil volúmenes. Los daños sufridos se repararon
con dificultad y sólo parcialmente. Posteriormente se cerró el Museo y las lecciones se
suspendieron.

Restablecida la normalidad, bajo la égida romana, los estudiantes volvieron a at1uir~ pero no fue
posible lograr el renacimiento de la actividad científica del pasado. Con el transcurso de los
siglos cambiaron los intereses de los estudiosos alejandrinos y los caracteres de sus
investigaciones, alejándolos definitivamente de nuestras concepciones sobre qué es una
investigación científica bien orientada.

...

3.2. Caracteres de la cultura helenística.


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El Museo de Alejandría representa el triunfo de la cultura especializada; la llamada cultura


helenística. El campo del saber quedó subdividido en zonas bien circunscritas. Ya no se vuelven a
crear sistemas filosóficos generales ni vastas síntesis, sino que se hacen rigurosas investigaciones
sobre problemas aislados, afrontándolos uno a uno. La antigua figura del filósofo es reemplazada
por la del sabio; y la enseñanza en todas sus formas tiende a formar estudiosos cada vez mejor
pertrechado s de conocimientos serios y seguros. La nueva sociedad, efectivamente, necesita
sabios, no ya geniales y peligrosos innovadores como habían sido, por ejemplo, los sofistas y
Sócrates.

Esta época está caracterizada por un profundo sentido realista y reflexivo: el hombre griego se
recoge en sí mismo para volver a encontrar en su propia individualidad el fundamento de la
realidad. Esta tendencia hacia lo particular explica también el interés por la investigación
científica, por el método de la especialización adoptado por la ciencia helenística. Mientras que
los grandes filósofos trataban con igual desenvoltura y competencia la física o la matemática,
como lo hacía por ejemplo Platón, o las ciencias naturales como Aristóteles y Teofrasto, los
científicos de la edad helenística no se dedican a la filosofía y, a su vez, los filósofos, una vez
adoptada una explicación coherente y unitaria de la naturaleza, dejan de lado la investigación
científica para restringirse a sus propias competencias específicas.

En el campo del pensamiento de este período se produjeron grandes descubrimientos; además,


fue una época de recogimiento y de asentamiento, y los filósofos se dedicaron particularmente a
la sistematización, al reordenamiento y a la interpretación de las obras de los grandes
predecesores; en el ámbito de la filosofía se efectuó, esencialmente, un trabajo de filología.

3.3. Las ciencias biológicas.

3.3.1. El corpus hipocrático.

En las ciencias biológicas gran parte del trabajo importante lo han hecho hombres que se ganaban
la vida sobre todo como médicos. Hay, desde luego, excepciones y entre las más destacadas de la
antigüedad se cuentan las investigaciones zoológicas de Aristóteles y las botánicas de Teofrasto;
y en la antigua polémica sobre la generación y la herencia, una de las principales teorías (al
margen de la aristotélica), la llamada doctrina pan genética, que afirmaba que todas las partes del
cuerpo se encuentran ya representadas en la simiente, probablemente fue el atomista Demócrito
fue el primero en sugerida. Pero la gran mayoría de autores anónimos representados en el corpus
hipocrático y buena parte de los principales nombres ligados a la biología, en el periodo
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helenístico y después, como Herófilo, Erasítrato y Galeno, fueron médicos sobre todo. La actitud
de los médicos distó de ser unánime en lo que respecta a la filosofía, aunque data de antiguo la
formación de un grupo de médicos dispuesto a oponer la medicina a la filosofía tanto en lo que
afectaba a los objetivos como en lo relativo a métodos. Así, en el s. IV a. de C., el autor del
escrito hipocrático De antigua medicina atacaba lo que consideraba la intrusión de métodos
filosóficos en medicina, afirmando que ésta es un arte práctico con un método establecido,
basado en la experiencia, sin ninguna necesidad de las suposiciones arbitrarias en que la
especulación cosmológica tiene que apoyarse.

Lo que conocemos como corpus hipocrático consta de unos sesenta escritos, todos anónimos, de"
tema, estilo y fecha muy variados. No tratan sólo de patología, así como de métodos terapéuticos,
sino también de fisiología, embriología, cirugía y ética médica. Unos cuantos son conjuntos bien
definidos. Pero muchos son producciones mixtas, manuales o cuadernos de apuntes, en algunos
casos obras de varios autores. Aunque la mayoría se escribió entre c. 430 y 330 a. de C., otros son
posteriores; y si bien el grueso del corpus, tal como nos ha llegado, se reunió probablemente en el
s. ID a. de C., por obra de estudiosos alejandrinos, después fueron añadiéndose otros tratados
anónimos.

Es talla heterogeneidad de la colección que son escasas las generalizaciones significativas que
pueden hacerse sobre la "medicina hipocrática". Desde el punto de vista de la ciencia griega son
importantes las ideas sobre causalidad que manifiestan algunos escritos: por ejemplo:> la
insistencia en que todo fenómeno tiene una causa, y el tajante repudio de la idea de cualquier
intervención sobre natural en las enfermedades. Encontramos, además, un maremágnum de
doctrinas fisiológicas y patológicas, entre las más importantes las basadas en los humores del
cuerpo. Así el escrito De la naturaleza del hombre ofrecía un elaborado esquema de tétradas
correlacionadas de opuestos primarios, estaciones, edades del hombre y humores, mientras que
otras obras proponían otras doctrinas, y la cantidad y el origen de los humores eran los temas que
se discutían. Por encima de todo se constata el reconocimiento, en muchas obras, de la
importancia de la observación en la práctica médica, sobre todo en la diagnosis. El escrito De la
prognosis explica con detalle cómo examinar los síntomas del paciente, y en las series de historia
de casos conocidas como las Epidemias se registraron continuas y minuciosas observaciones.
Estas últimas son uno de nuestros mejores ejemplos conservados de la práctica de la observación
en la temprana ciencia griega.

3.3.2. Los médicos alejandrinos.


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El siglo posterior a la fundación de Alejandría fue testigo de grandes progresos tanto en medicina
como en biología, obra de hombres como Praxágoras (descubridor del valor diagnóstico del
pulso), Herófilo y Erasístrato. Éstos dos fueron los primeros investigadores en diseccionar, y
quizá también viviseccionar, seres humanos. Fueron asimismo los primeros en investigar el
sistema nervioso y ciertamente en identificar los nervios como tales y en distinguir entre los
nervios motores y sensoriales, y es Erasístrato a quien se atribuye el descubrimiento de las
válvulas del corazón y la deducción de la existencia de relaciones entre las venas y las arterias.

Pero, desde nuestro punto de vista, lo menos interesante son sus descubrimientos puntuales, sino
la concepción de la medicina que defendían. Para ambos el conocimiento profundo del cuerpo
era algo previo a cualquier trabajo práctico, por ello centraron su actividad en desarrollar
actividades experimentales. El objetivo era descubrir el número reducido de principios que ellos
suponían que gobiernan el funcionamiento del cuerpo humano, para poder detectar así la
enfermedad como un defecto en la aplicación de tales principios. Así, la enfermedad debía ser
algo que, proveniente del exterior, impedía el desarrollo natural de la vida del organismo. No es
extraño que colocaran las prescripciones higiénicas muy por encima de la terapéutica. Sólo la
higiene, en especial la alimenticia, puede prevenir las enfermedades y neutralizar sus causas.

Sin embargo, los esfuerzos por hacer de la medicina una ciencia, suscitaron una vigorosa
reacción por parte de los médicos prácticos, para los cuales la medicina era, ante todo, el arte de
curar. Celso analizó las razones de su oposición. Según ellos es ocioso buscar las- causas oscuras
y las acciones naturales, porque la naturaleza es impenetrable. La prueba de ello .es el desacuerdo
entre los que discuten sobre estas cosas. Por otra parte, como se ha probado que los tipos de
tratamiento varían según la naturaleza de los lugares, esto confirma que las causas de las
enfermedades no son las mismas en todas partes por último, aun en los males cuya causa es
evidente, como las heridas, el conocimiento de esas causas no facilita el de la terapéutica. La
única cosa que cuenta en el arte de curar es la experiencia. Es evidente en estas tesis la influencia
de posturas escépticas en auge en estos años.

Pero así como casi toda la astronomía helenística fue suplantada por Ptolomeo, así también la
biología helenística fue eclipsada de un modo más absoluto por autores posteriores, sobre todo
por Galeno. No nos ha llegado ni un solo escrito completo de ningún gran biólogo alejandrino. Si
sus obras se conocen desde la misma época de Galeno es precisamente gracias en buena medida a
éste, que las cita con profusión, y su influencia en la historia de la biología, en consecuencia, no
se corresponde con su patente originalidad.
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3.4. La matemática.

3.4.1. Los Elementos de Euclides.

Para mostrar el altísimo nivel alcanzado por la matemática alejandrina en el período áureo
del que nos estamos ocupando basta con recordar los dos nombres de Euclides y de Apolonio
(además, por supuesto, del de Arquímedes, que ocupa una posición especial).

De la vida de Euclides se sabe muy poco, salvo que vivió alrededor del 300 y que enseñó en
Alejandría durante el reinado de Ptolomeo 1. Su obra principal está constituida por los Elementos
de geometría en libros; además de estos escribió otros trabajos de matemáticas de astronomía y
de óptica que sólo en parte han llegado hasta nosotros. Pero no fue el de Euclides el primer
intento de componer un libro de Elementos. Aristóteles nos cuenta que la expresión "elementos"
se utilizaba en las matemáticas del siglo IV cuando dice que los elementos son las proposiciones
iniciales de las que se pueden derivar otras. Procio, el más importante de los comentaristas
antiguos de Euclides, informa que el primero que compuso un libro de Elementos fue Hipócrates
de Quios (fines del s. V) y que hombres como Arquitas y Teeteto (del s. IV) "aumentaron la
cantidad de teoremas y trabajaron por una presentación más científica de los mismos". Al
describir la relación de Euclides con esta obra anterior, Procio dice que "reunió los elementos,
coleccionó los teoremas de Eudoxo, perfeccionó muchos de los de Teeteto y aportó proposiciones
demostrativas irrebatibles que habían probado con menor rigor sus antecesores. Es probable que
muchos de los teoremas y demostraciones de los Elementos no fueran un descubrimiento de
Euclides. Su contribución principal se refiere, más bien, al orden sistemático del material. Éste
había sido también el objetivo de anteriores autores de Elementos, pero lo consiguió el libro de
Euclides a una altura muy notable.

Partiendo de ciertos supuestos básicos y procediendo a demostrar proposiciones y a resolver


problemas de construcción en casos de creciente complejidad en serie ordenada, el conjunto es
un muestrario muy metódico y coherente de un corpus de teoremas considerable.

El impacto inmediata y a largo plazo de los Elementos fue notable. Primero, sirvió de
libro de texto de geometría elemental hasta el s. XIX y se le ha llamado con justicia el libro de
texto más conocido que se haya escrito. Segundo, los Elementos destacaron como modelo
metódico.

Ejemplificaba la idea de un sistema axiomático y deductivo. Aunque el empleo de las


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demostraciones fue característico de la matemática griega, nuestros principales testimonios


tocantes al desarrollo del concepto de prueba proceden de los filósofos. Platón, y sobre todo
Aristóteles habían investigado la naturaleza y condiciones de la prueba. Aristóteles en particular
insistió (contra Platón) en que no todas las proposiciones verdaderas se podían demostrar y en
que el punto de partida de las demostraciones son principios indemostrables, pero de los que se
sabe son ciertos, y distinguió tres ciases de estos principios, a saber: definiciones, axiomas e
hipótesis.

Euclides también distinguió tres tipos de primeros principios, dos de ellos en estrecha relación
con los de Aristóteles, las definiciones y las "nociones comunes" (equivalentes a los axiomas de
Aristóteles). Su tercera clase de primeros principios, los postulados, difieren de las hipótesis de
Aristóteles, que se distinguían de las definiciones en tanto que suposiciones sobre la existencia (o
no) de los objetos definidos. Los tres primeros de los cinco postulados de Euclides son
suposiciones sobre la posibilidad de llevar a cabo ciertas figuras geométricas (pro ejemplo,
"trazar una línea recta entre un punto y otro punto") y las dos últimas suponen determinadas
verdades tocantes a figuras geométricas, a saber, que todos los ángulos rectos son iguales y que
las líneas rectas no paralelas acaban encontrándose en un punto. Así donde las nociones comunes
son principios evidentes por sí mismos aplicables a todas las matemáticas, los postulados son los
supuestos geométrico s fundamentales que subyacen en la geometría de Euclides.

En algunas de las definiciones, nociones comunes y postulados particulares que adoptó, Euclides
tomó partido ante lo que eran ya temas polémicos. Así su definición de unidad (aquella por la que
cada cosa que existe se dice que es una) y de cantidad (serie de unidades) en el libro Vll, revela
que no se trataba al uno como a una cantidad. La diferencia entre Euclides y algunos
matemáticos posteuclidianos no es aquí sólo convencional. En Euclides, el uno es por
implicación en sí mismo indivisible. Para entender el trasfondo de esta concepción tenemos que
mirar otra vez hacia la filosofía, hacia los problemas tocantes a lo uno y lo múltiple planteados
por Parménides y Zenón. Euclides, según parece, pudo haber sufrido alguna influencia de
argumentos como los que expone Platón cuando dice que ciertos matemáticos se niegan a admitir
que lo uno es divisible "por miedo de que parezca entonces que no es uno, sino compuestos de
partes". Si se admite que el uno es divisible, entonces es al mismo tiempo múltiple: para soslayar
esta aparente contradicción, hay que definirlo como indivisible, por lo que la serie numérica se
contempla como constituida por unidades individuales antes que como una continuidad
infinitamente divisible.
TEMA 51. EL DESARROLLO DE LA CIENCIA EN EL .PENSAMIENTO HELENÍSTICO

El trasfondo del célebre postulado quinto, sobre las paralelas, es más complejo. Una pasaje de
Aristóteles revela que la teoría matemática del siglo IV sobre el tema de las líneas par alelas se
consideraba proclive a la acusación de circularidad, ya que observa que los matemáticos que
"piensan que pueden trazar paralelas, sin darse cuenta dan por sentadas cosas que no se pueden
demostrar si las paralelas no existen". La posición de Euclides es muy distinta: tras definir las
paralelas en la definición 23 del libro 1, admite como postulado la proposición de que las rectas
no paralelas se encuentran en un punto. Ya en la Antigüedad, hubo entonces, entre ellos Ptolomeo
y Prodo, que quisieron demostrar este postulado, y fue un ataque a este problema el que al final
condujo al desarrollo de las geometrías no euclidianas como las de Lobachevski y Riemarm en el
siglo XIX. Mientras que no hay testimonio de que Euclides o cualquier otro geómetra griego
encarase la posibilidad de tales geometrías, conviene advertir que los Elementos de Euclides no
constituyen sólo un sistema axiomático, sino también explícitamente hipotético, en el sentido,
por lo menos, de que se basó en postulados y nociones comunes que comprenden proposiciones
que Euclides tuvo que saber que habían sido cuestionadas o denegadas por otros pensadores
griegos.

Más aún, mientras que a fines de la Antigüedad y luego en el Renacimiento fue una crítica
comente decir que Euclides no había demostrado el postulado de las paralelas, más
modernamente se ha reconocido su prudencia al enfocarlo como postulado.

3.4.2. Arquímedes y su producción científica.

3.4.2.1. El método.

Las matemáticas puras posteriores a Euclides cuentan con dos genios originales de primera
magnitud, Arquímedes y Apolonio y con una constelación de talentos menores, desigualmente
representados en nuestras fuentes, como Hiparco, Menéalo, Ptolomeo y Proclo. Los tratados
matemáticos de Arquímedes que han quedado comprenden obras de aritmética como el Arenario,
y geométricas, que van de la relativamente elemental De la medida del círculo a tratados más
avanzadas como el De las espirales y la Cuadratura de la parábola. Su estilo de exposición es, a
grandes rasgos, euclidiano. Arquímedes comienza por afirmar los supuestos decisivos y continúa
con la ordenada demostración de una serie de teoremas, aunque, a diferencia de Euclides y
gracias sobre todo a la obra de éste, Arquímedes da por sentada la prueba de muchos teoremas
geométrico s elementales.

Sus métodos arguméntales, además, siguen y se basan en los de Euclides, lo mismo en el empleo
TEMA 51. EL DESARROLLO DE LA CIENCIA EN EL .PENSAMIENTO HELENÍSTICO

general de la reducción al absurdo que en el método de la exhaustión en particular, éste es una


extensión de la reducción al absurdo. Consiste en mostrar que cada posible contrario de un
teorema tiene consecuencias que son incompatibles con los axiomas del sistema. Se ha
presentado a Arquímedes como el defensor del más extremado rigorismo, y por lo tanto
adversario declarado de todos aquellos que -frente a la lentitud y pesadez del método de
exhaustiones- proponían recurrir a procedimientos intuitivo s más rápidos (basados en la
descomposición de las curvas en infinitas cuerdas, de los volúmenes en infinitas hojas
infinitamente delgadas, etc.). Ahora bien, la realidad histórica fue muy diferente. En los primeros
años de nuestro siglo salió a la luz una valiosa carta de Arquímedes a Eratóstenes en la cual el
gran siracusano explica con inequívoca claridad que si bien se vale del método de exhaustiones
para darles a sus propios descubrimientos una base lógicamente segura, prefiere recurrir a los
métodos intuitivos (de carácter mixto: matemático-y mecánico) en la fase inventiva. Debe
excluirse, pues, que fuera un puro y pedante rigorista. Fue algo más complejo; o sea fue a la vez
rigorista e intuicionista y resumió en él la orientación eudoxiana basada en el método de
exhaustiones y la democritea basada, en cambio, en la infinita subdivisibilidad de las figuras
geométricas.

Esta capacidad de valerse simultáneamente de dos métodos diferentes (uno para la fase
demostrativa y el otro para la inventiva) muestra, mejor que cualquier otro hecho, la sutileza
mental de Arquímedes, su enfoque verdaderamente nuevo con respecto a la ciencia, considerada
como algo vivo y no como un montón de vínculos y cadenas. O sea que, en vez del pedante
enemigo de la intuición, encontramos en él al matemático de la antigüedad que se vale de ella
con una libertad más valiente (aunque sea en los limites de la fase inventiva); en vez del lógico
meticuloso, esclavo de la propia exigencia de rigor, encontramos en él al primer consciente
sostenedor de los derechos de la genialidad creadora.

3.4.2.2. La técnica.

Arquímedes fue un genio de primer orden también en el campo de la mecánica. En Egipto


inventó una bomba de espiral para sacar agua del Nilo; ideó un complejo sistema de poleas para
botar una galera de excepcional tamaño; construyó máquinas muy eficientes para lanzar pesados
proyectiles contra los soldados romanos durante la defensa de Siracusa, etc. La leyenda llega a
atribuirle el uso de los famosos espejos cóncavos. También muchas de las invenciones de
Arquímedes concernientes a la estática y a la hidrostática parecen haberse originado en una
investigación de un caso técnico para la solución de problemas particulares; por ejemplo, la
TEMA 51. EL DESARROLLO DE LA CIENCIA EN EL .PENSAMIENTO HELENÍSTICO

búsqueda de un medio para establecer la pureza del oro del que se componía la corona de
Geronte lo condujo al descubrimiento del fundamental concepto del peso específico. Frente al
éxito obtenido con un sistema de palancas y poleas, parece que él mismo, asombrado, lanzó la
célebre exclamación: "¡Dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo!".

En el campo de la técnica es indudable que ya se poseían muchos resultados en el siglo ID a C.


Alejandría, en esa época, se convirtió en un floreciente centro no sólo de especialistas en las
diferentes ciencias, sino de valiosísimos técnicos; tal como, por ejemplo, el arquitecto Dinócrates
de Rodas, que dirigió la construcción de la nueva ciudad, y su sucesor Sóstrato de Cnido, el
artífice del célebre faro.

Pero en Arquímedes tenemos algo más; por primera vez tenemos una fusión de la ciencia con la
técnica; fusión que revela sorprendentes ventajas tanto para la una como para la otra. El uso de
máquinas ingeniosas en la ciencia matemática para la solución aproximada de problemas
demasiado complicados ya fue introducido por Arquitas y por Eudoxo. La novedad de
Arquímedes consiste en su habilidad para entrecruzar consideraciones teóricas e invenciones
prácticas, obteniendo de la experiencia la sugerencia de nociones (como la de palanca, el
momento estático, el peso específico, etc.) que luego la ciencia precisa y elabora
sistemáticamente, y de las consideraciones teóricas la sugerencia de modelos siempre nuevos de
eficientes máquinas para la resolución de los problemas prácticos.

Frente a las primeras realizaciones victoriosas de ese periodo, que luego se convirtió en la base
principal de la civilización técnica moderna, hay que preguntarse cuál es el motivo por el que no
tuvo en la antigüedad mayores desarrollos y quedó circunscrito a algunos casos aislados. Es un
problema bastante complejo, que de manera general puede ser formulado de esta manera: ¿por
qué motivo en el mundo antiguo no se desarrolló siquiera un esbozo de civilización mecánica,
pese a que indudablemente existían en él, aunque de manera limitada, las primeras premisas
teóricas? Para el caso particular de Arquímedes, sin duda debe tenerse presente que, aparte de
poseer una excepcional genialidad técnica, su enfoque filosófico era inconciliable con la
utilización práctica de la misma. Lo dice Plutarco cuando -después de hablar de los prodigios
realizados en ingeniería por Arquímedes- elogia la nobleza de su ingenio por haberse negado a
componer tratados sobre la mecánica u otras cuestiones prácticas. Pero el problema no puede
encontrar una solución completa con esta referencia a puros prejuicios filosófico-culturales.

3.4.3. Apolonio de Pérgamo.


TEMA 51. EL DESARROLLO DE LA CIENCIA EN EL .PENSAMIENTO HELENÍSTICO

Sin ocupamos de los matemáticos menores (como Nicomedes, Diocles, etc.), pasemos
directamente a hablar de Apolonio. Nacido en Perga, alrededor de 260, estudió largo tiempo en el
Museo guiado por los sucesores de Euclides; enseñó en Pérgamo que se había convertido en un
centro de estudios del tipo de Alejandría; finalmente volvió a Alejandría donde es probable que
diera algún curso. Se ocupó de matemáticas y de astronomía, y escribió sobre diferentes temas;
pero su fama la debe sobre todo a una obra de verdad grande, su trabajo sobre las cónicas (elipse,
parábola, hipérbola) .

Aunque muchos matemáticas ya se habían ocupado antes del tema, Apolonio no se limita (como
Euclides) a resistematizar lógicamente sus resultados, sino que agrega visiones nuevas y
originalísimas que lo colocan entre los mayores geómetras del mundo. Su rigor demostrativo no
es inferior al de Euclides. El estudio de las cónicas de Apolonio servirá de guía (en el siglo XVll)
a Kepler para la formulación de sus leyes sobre los planetas.

3.5. -La astronomía.

La principal dificultad a la que se enfrentaron los astrónomos alejandrinos fue superar los
inconvenientes que presentaba el mecanismo de esferas homocéntricas aristotélico expuesto para
explicar el movimiento de los planetas. Desde antiguo se venían observando variaciones en el
brillo de los planetas, las cuales -teniendo en cuenta la arraigada doctrina de la inmutabilidad de
los cielos excluía tajantemente la posibilidad de cualquier cambio rea1- sólo podían explicarse
postulando una variación en la distancia. Ahora bien, tal cosa resultaba de todo punto imposible
dentro del esquema de Eudoxo, Calipo y Aristóteles, puesto que la distancia de los planetas al
centro del universo -la Tierra- había de permanecer constante. El problema se obviaba sin
dificultad en la teoría heliocéntrica de Aristarco de Samos, al girar todos .los planetas en tomo al
Sol y, consiguientemente, variar las distancias entre éstos y la Tierra en cada uno de los puntos de
sus respectivas trayectorias. Pero, el heliocentrismo entrañaba nuevos y aún más serios
problemas. Para empezar, y desde un punto de vista estrictamente ideológico, desplazar la Tierra
del corazón del universo se interpretaba como un signo de irreverencia y ateísmo: de hecho, el
propio Aristarco fue ya objeto de tales acusaciones. Además, en el marco de un universo de
dimensiones relativamente pequeñas, como era el que entonces postulaban los astrónomos, la
mera rotación diaria habría de bastar para que se apreciaran variaciones en los paralajes estelares,
es decir, para que el observador terrestre le pareciera que había sobrevenido algún cambio en la
disposición o configuración de las estrellas fijas (cosa que el absoluto se observaba, puesto que
en la inmensidad del universo, todavía insospechada, tal variación no resultaba apreciable a
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simple vista). Por último, el carácter especulativo de la teoría de Aristarco, ajena a todo tipo de
cálculos y predicciones numéricas, contribuyó a su rápido olvido al no poder competir con los
sofisticados modelos planetario s de sus contemporáneos ni siquiera desde el punto de vista de la
exactitud y el éxito predictivo.

Es difícil precisar cuándo se ofreció una segunda y más afortunada respuesta al problema de la
variación del brillo de los astros (a la par que al de las detenciones y retrogradaciones planetarias)
-el modelo del epiciclo- aunque en cualquier caso parece tratarse de una contribución alejandrina.
Sabemos que Hiparco de Rodas fue el primero en utilizar tanto el epiciclo como el modelo
excéntrico. En el modelo de epiciclos deferentes, el planeta se mueve a lo largo de un círculo
epicíclico, cuyo centro se mueve a lo largo de un círculo deferente alrededor de la Tierra.
Ajustando las velocidades de los distintos círculos, se podía reproducir el movimiento retrógrado
periódico observado del planeta Que se convierte en un movimiento de retroceso aparente. El
modelo del movimiento excéntrico es matemáticamente equivalente a un sistema de epiciclos y
deferentes. En éste, el planeta se mueve a lo largo de un círculo centrado en un punto excéntrico,
el cual se mueve, con dirección opuesta, a lo largo de un círculo con centro en la Tierra. Gracias a
la combinación de estos dos movimientos circulares, más los inevitables reajustes, podían
explicarse con bastante precisión los fenómenos celestes. Ambos modelos eran perfectamente
equivalentes desde un punto de vista geométrico -e Hiparco también era consciente de ello-, por
lo que el astrónomo era libre de preferir una explicación en términos de epiciclos o de
excéntricas, cuando no una combinación de ambos dispositivos.

Será Ptolomeo quien sistematice todas estas sugerencias dispersas, pues ni siquiera Hiparco había
sido capaz de extraer todas sus consecuencias y aplicar rigurosamente dichos modelos: su
Composición matemática (o Almagesto, corrupción del título original griego a resultas de
diversas traducciones al árabe) contiene la teoría planetaria más sofisticada de toda la
Antigüedad. Surgió una tradición es astronomía según la cual el astrónomo debía construir
modelos matemáticos para salvar las apariencias, pero no debía teorizar sobre los "movimientos
reales" de los planetas. Esta tradición debe mucho a la obra de Ptolomeo sobre los movimientos
planetarios. El propio Ptolomeo, sin embargo, no defendió consecuentemente esta posición.
Insinuaba en el Almagesto que sus modelos matemáticos eran sólo artilugios para el cálculo, y no
debía entenderse que afirmaba que los planetas describían realmente movimientos epicíclicos en
el espacio físico. Pero en una obra posterior, Hypotheses Planetarum, afirmó que este
complicado sistema de círculos revelaba la estructura de la realidad física.
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4. Consideraciones finales.

Se suele decir que la causa de esa falta de desarrollo de una civilización mecánica en la
antigüedad deba buscarse en la misma estructura social del mundo grecolatino, que no sentía la
necesidad de inventar nuevas máquinas, ya que tenía a su disposición -a un precio
suficientemente barato- la gran máquina natural constituida por la esclavitud. Recordemos al
respecto que Marco Terencio Varrón, al describir los instrumentos con los que se trabaja la tierra,
dice textualmente que ti algunos los dividen en tres categorías: instrumentos parlantes,
instrumentos semiparlantes e instrumentos mudos. Los primeros son los esclavos, los segundos
los bueyes y los últimos los instrumentos inanimados". Estas palabras confirman con ruda
claridad cómo la esclavitud fue efectivamente concebida -en la antigüedad- como verdadera
máquina, y pudo por lo tanto disuadirlos de buscar otras máquinas menos cómodas y eficientes.

Sin embargo, no parece ésta una respuesta muy satisfactoria. ¿Creemos que cuando surgió la
aplicación mecánica de la física, los siervos habían desaparecido de Italia, de Holanda, de
Francia, se piensa que la máquina de vapor y la termodinámica aparecieron en el siglo pasado
cuando cesó la explotación de los hombres por los que no se consideraban sus semejantes?
Quizás la explicación no se encuentre en el orden social antiguo, sino en su "orden mental".
Carecían del concepto de un Dios único ordenador del espacio y rector del universo; vivían en un
mundo en el que cada árbol, cada pueblo y cada mar estaba regido por su dios, -su ninfa, su fauno
particular. Habrá que esperar al Dios único para que sea posible concebir un universo
homogéneo. Un ser más allá de los seres vivientes, es un ser sin discontinuidades que hace
posible la existencia de las ciencias naturales y de las técnicas. La transparencia y unicidad
suprimen toda singularidad. Las condiciones de tipo religioso o metafísico pueden aparecer como
más decisivas que las razones económicas y sociales.

Pero, sobre todo, los griegos no inventaron la física debido a las ciencias humanas. Pues las
ciencias humanas preceden a las ciencias físicas. Anteriores en el tiempo y condición de las
segundas, las primeras les impiden aparecer. Este conflicto, fuera de las facultades, asedia
nuestros primeros conocimientos. Nos ocupamos de nuestras propias relaciones mucho antes de
preocupamos por el mundo. Hemos interpretado tanto tiempo las religiones y las mitologías en
términos de ciencias naturales, contrasentido impuesto por nuestra modernidad, que todavía
creemos fuertemente que nuestros ancestros ante todo tenían miedo al trueno o a la noche. No,
temían al otro y al grupo, sus enemigos. Todas las mitologías y las religiones son ciencias
humanas de manera exquisita, infinitamente más precisas, eficaces y llenas de sentido que lo que
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hoy llamamos con ese nombre. Para llegar al mundo y luego a la física, había que atravesar
aquella valla, tejida por los propios colectivos.

Los números, primero, codifican los impuestos, el comercio o los salarios. La aritmética y
geometría primera no mide cualquier tierra, sino que más bien, sopesa el debe y el haber. Por
contra, los físicos jonios descubren los objetos totalmente independientes de nuestras relaciones
de voluntad o de poder, de las cosas sin causas humanas. Existe un mundo fuera de las
sociedades cerradas, en el que las cosas nacen sin normas ni leyes impuestas por un rey o un dios.
Cuando el logos se convierte en una proporción, anula, debido a su relación, las bocas que lo
dicen y las órdenes que lo imponen, de forma que se conserven solamente las relaciones del
mundo al mundo y de la cosa a sí misma. El nuevo logos se convierte en la relación entre dos
antiguos logos o enunciados. Existen objetos cuya aparición y nacimiento no dependen de
nosotros y que se desarrollan solos en relación a otros objetos del mundo. El logos racional habla
sin boca humana como una ley fuera de la ley, a partir de esta trascendencia.

El faraón Keops, divino, todopoderoso, representa el cuerpo social, hace construir su pirámide de
piedra por el pueblo y Tales la mide sin que la proporción descubierta tenga en cuenta de manera
alguna al rey. El logos proporción desaloja al logos discurso, existe una ley o un orden que el
orden o la ley social no conoce o no reconoce.

Pero el logos-proporción retorna en el discurso y en el cercado social: ordena el entramado del


Político, educa a los guardianes de la República y Sócrates aplasta a Calicles en el Gorgias, por
la igualdad geométrica todopoderosa entre los dioses y los hombres. Vuelve a ser matemáticas
para las ciencias humanas. A pesar, o gracias al esfuerzo del Timeo, la invención inaugural de un
objeto mundo independiente de nosotros se derrumba otra vez en lo colectivo. La política, las
ciencias humanas, los mitos, unidos y en conjunto, impidieron el surgimiento de la física
matemática y de una concepción de la técnica a ella vinculada.

5. Bibliografía.

Elena Alberto. Las quimeras de los cielos. Siglo XXI. Madrid, 1985.

Finley, M.I. El legado de Grecia. Grijalbo. Barcelona, 1983.

García Gual, C. La filosofía helenística: éticas y sistemas. Cincel. Madrid.

Geyrnonat, Ludovico. Historia de la filosofía y de la ciencia. Vol. l. Grijalbo. Barcelona.


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Losee, John. Introducción histórica a la filosofía de la ciencia. Alianza. Madrid, 1985.

Serres, M. (ed.). Historia de las ciencias. Cátedra. Madrid, 1991.

Taton, René (co.). Historia general de las ciencias. Vol. 2. Destino, 1971.

Vegetti, Mario. Los orígenes de la racionalidad científica.

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