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Vayamos ahora al asunto de la Corredención de María, creencia de la que

disiente el R.P. René Laurentin. ¿En qué consiste? En considerar que la


Santísima Virgen, por concesión especialísima de Dios, contribuyó de
manera eficaz, aunque subordinada y unida a la acción salvífica de
Jesucristo, a la redención del género humano, principalmente mediante
su aceptación de la Divina Maternidad y sus Dolores, los que
experimentó principalmente durante la Pasión y Muerte de su Divino
Hijo. Esta cooperación especialísima de María a la obra redentora es
peculiar y privativa de Ella y difiere no sólo en grado sino en carácter de
la corredención común de los justos, dimanando del privilegio de su
Inmaculada Concepción. La Corredención mariana es indisociable de la
Redención por los méritos de Cristo. Los méritos de María son por gracia,
mientras los de su Hijo son por naturaleza. Dicho esto veamos y
analicemos lo que ha declarado René Laurentin, que, por tratarse de un
reconocido mariólogo, no nos puede dejar indiferentes. Se trata del
fragmento de una entrevista sobre Medjugorje concedida a Gianluca
Barile y publicada ayer por el periódico virtual Petrus:

Pregunta. ¿Ha sido María corredentora del mundo con su hijo Jesús? En la
Iglesia hace ya tiempo que se habla de ello, pero no parece que haya todavía
llegado la hora de la proclamación de un dogma, a pesar de que lo hayan pedido
varias veces y con insistencia muchos obispos y cardenales, especialmente de
América Latina. ¿Usted qué piensa?

Respuesta. Desde hace cincuenta años estudio el papel de María en la redención


del mundo. Y desde el comienzo he pensado lo que tiene de único esta
participación. Sin embargo, el título de Corredentora es ambiguo, a menudo mal
comprendido y, encima, contradictorio desde el punto de vista teológico y
ecuménico. Es por esto por lo que personalmente estoy en contra de la definición
de María Corredentora y pienso que los que firman –sin entender lo que hacen–
las peticiones para la definición de un dogma ad hoc harían mejor en profundizar
con seriedad el papel de María en la redención. Papel importante,
importantísimo, pero no igual al único de Jesús.

El Padre Laurentin, a pesar de toda su Mariología, se coloca con estas


declaraciones en las filas de los minimalistas, es decir de aquellos para
quienes cuanto menos se destaque el extraordinario puesto que tiene la

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Santísima Virgen en la economía de la salvación, mejor. Estos
minimalistas se oponen a los maximalistas, es decir a los que piensan, por
el contrario, que por mucho que se ensalce a María nunca se le hará
justicia, precisamente por esa excelencia suya, que la hace entrar en el
mismísimo orden hipostático: de Mariam numquam satis (nunca se dirá lo
suficiente de María) como decía san Bernardo. Fueron precisamente los
minimalistas quienes en el Concilio Vaticano II lograron impedir que a la
Virgen se la dedicara un esquema propio y consiguieron que se la
insertase, en cambio, en el esquema sobre la Iglesia. También se
opusieron ya entonces a la definición de la Corredención de María y de
su Mediación universal como dogmas de fe (según pedían muchos
padres conciliares) y no ocultaron su desagrado al proclamarla Pablo VI
en el aula conciliar Madre de la Iglesia. Pero vayamos al análisis de lo
dicho por René Laurentin.

“El título de Corredentora es ambiguo”. ¿Dónde está la ambigüedad? El


prefijo “co” indica en “colaboración”, “unión”. Decir que la Santísima
Virgen es Corredentora significa decir que ha colaborado en la obra de la
redención de un modo singularísimo en unión con Jesucristo y nunca sin
Él. Ambigüedad sería llamarla “redentora”, porque en esa palabra no va
implicada necesariamente la idea de la cooperación con el Señor y podría
dar lugar a ideas falsas, como la de la equivalencia de la redención obrada
por María y la obrada por su Hijo o de que Ella podía redimirnos sola, sin
necesidad de la redención por el Verbo encarnado. El término
“Corredentora”, pues, lejos de ser ambiguo es muy preciso. La Virgen es
Corredentora con Cristo Redentor de manera análoga a como Eva fue co-
pecadora con Adán pecador. Este paralelismo es muy sugestivo si se tiene
en cuenta la idea paulina de Jesucristo como “segundo Adán” o “nuevo
Adán”, que sugirió a san Ireneo de Lyon la de María como la “nueva
Eva”. Ahora bien, este Padre de la Iglesia es muy atendible porque
recogió la primera tradición apostólica de su maestro san Policarpo,
“oyente de Juan” (es decir, discípulo del Evangelista, a quien el Señor
confió a su Madre al pie de la Cruz).

“El título de Corredentora es a menudo mal comprendido”. Pero la mala


comprensión de una verdad no resta valor a la verdad en sí misma. Lo
contrario es caer en idealismo kantiano, para el cual la verdad no reside
en las cosas sino en nuestras ideas de las cosas (que pueden ser ideas
equivocadas). Tampoco otros dogmas son bien comprendidos muchas

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veces: la unión hipostática, la Transubstanciación, la Inmaculada… Por
poner un ejemplo muy común, este último se confunde frecuentemente
entre los fieles con el nacimiento virginal de Jesús. Y se puede dar por
seguro que la mayoría del pueblo creyente sencillo no sabría explicar el
dogma, pero se fía del Magisterio y lo hace suyo. Además, para tener la fe
católica basta con una profesión genérica de creer en todo lo que cree la
Iglesia. Si se fuera a considerar católicos sólo a los que comprenden bien
todas las verdades de fe, poquísimos cumplirían el requisito. Para
explicar los dogmas están precisamente los pastores (obispos y párrocos)
y los teólogos. En todo caso, nunca se ha frenado el avance de una verdad
por temor a que no se entienda.

“El título de Corredentora es contradictorio desde el punto de vista


teológico”. Quod est demonstrandum... ¿Dónde residiría la contradicción?
Quizás se refiera el Padre Laurentin a la famosa disputa sobre la
incompatibilidad de la condición de corredentora con la de redimida. Lo
cual nos introduce en otro tema todavía opinable sobre si la Virgen fue
redimida o no necesitó de redención y fue, por tanto, irredenta. Veamos.
Hay quienes sostienen que la Virgen tuvo que ser redimida en algún
momento porque si no, la universalidad de la redención quedaría en
entredicho. Pero los que así argumentan no saben explicar por qué esa
universalidad no se quebranta con la exclusión de la persona humana de
Cristo, que obviamente no necesitó redención, siendo que era hijo de
Adán secundum carnem. El P. Alcañiz ha expuesto muy bien su tesis según
la cual la universalidad de la redención no queda comprometida si se
considera que Dios, al crear al hombre, se reservó esas dos criaturas –
Cristo hombre y María– para sus planes de divinización de su creación y
los excluyó del destino común de los mortales. Con esta solución se evita
la abstrusa (de difícil comprensión) noción de redención anticipada, según
la cual la Virgen, si bien no tuvo de hecho el pecado original, debía
haberlo contraído como descendiente de Adán. Los escolásticos
distinguían, pues, el débito y la culpa, eximiendo a María de la segunda,
pero no del primero. Pero esto es como suponer que, por algún concepto,
Ella estuvo bajo el dominio del demonio del cual fue “re-comprada” (que
eso significa “redimida”) anticipadamente por los méritos del Redentor.
No parece muy halagüeño para la Madre de Dios.

Aun cuando admitiéramos que la Virgen fue redimida (y esto se concede


sólo como hipótesis), no hay incompatibilidad entre redimir y ser

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redimido, pues el justo en estado de gracia es corredentor con Cristo,
como afirma san Pablo: “Completo en mí lo que falta a la Pasión de
Cristo” (Col. I, 24). Al reparar Cristo nuestra naturaleza mediante su
gracia justificándonos, nos da la vida divina y nuestros actos pasan a ser
meritorios en el orden sobrenatural. Si esto es así con nosotros, nacidos en
pecado, ¡cuánto más en la Virgen, nacida inmaculada! Además la
cooperación de la Virgen a la Redención es de una categoría
especialísima, puesto que el Padre, por así decirlo, hizo depender todo su
plan de la libre voluntad de la doncella de Nazaret. No le impuso un
mandato perentorio (sí o sí); por medio del Ángel le expuso la cuestión y
María dio su asentimiento sin constricciones y con plena deliberación. Su
fiat sumiso y confiado posibilitó la regeneración de la creación salida del
fiat amoroso de Dios.

La Corredención de la Virgen no quita nada a la infinita eficacia por sí


sola de la Redención de Cristo, pero hace que ésta sea accidentalmente
más perfecta porque Dios ha querido adornarla con la participación única
de María, haciendo actuar a su criatura como causa segunda de su plan
de salvación. Y Dios muestra mayormente su poder, actuando a través de
las causas segundas. Cristo que es Dios, redime por su propia virtud:
María, que no es Dios sino pura criatura, redime por la virtud que le
otorga Dios y redime en su Hijo y por su Hijo. Para decirlo en lenguaje
teológico, Cristo redime por mérito de condigno, mientras María redime
por mérito de congruo. Además, Ella ha recibido todas sus perfecciones
del Señor, con lo cual no deja de ser un ser contingente, dependiente
absolutamente de Él, que es el Ser necesario. Si se tiene en cuenta esto, no
hay absolutamente ninguna contradicción teológica en el título de
Corredentora.

“El título de Corredentora es contradictorio desde el punto de vista ecuménico”.


Se referirá nuestro mariólogo a que hay temas en el catolicismo que son
signos de contradicción porque no se podría contentar a todo el mundo.
Por lo tanto, no sólo el tema de la Corredención es ecuménicamente
contradictorio, sino la Eucaristía, el Papado y el culto a los santos, por
citar unos pocos ejemplos. Desde luego, lo que es bueno para los
hermanos ortodoxos no lo es para los hermanos separados de las
confesiones protestantes (y entre éstas hay variaciones y discrepancias) o
incluso para la comunión anglicana. Los ortodoxos no admiten los dos
últimos dogmas marianos proclamados, pero no por poca devoción a la

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Virgen, sino por su idea del poder de las llaves, ya que creen que todo
dogma debe ser colegialmente definido, como en los primeros siglos del
cristianismo, cuando la unión de las iglesias de Oriente y Occidente no se
había roto. Pero esos dogmas, en cuanto tales, no son un obstáculo
insalvable para la reconciliación con Roma, como sí lo son para los
protestantes, que tampoco admitirán la misa católica, con las ideas de
sacrificio propiciatorio, transubstanciación y presencia real. Claro, desde
la perspectiva de un ecumenismo irenista, la cosa se resuelve por el lado
católico mediante la delicuescencia y ocultación de nuestro credo. Pero
ése no es el verdadero ecumenismo.

“Pienso que los que firman –sin entender lo que hacen– las peticiones para la
definición de un dogma ad hoc harían mejor en profundizar con seriedad el papel
de María en la redención”. El tenor de estas palabras es ofensivo. Suponen,
sin distinguir, que los que firman las peticiones para la definición del
dogma de la Corredención no entienden lo que hacen ni saben lo que
piden, es decir son unos ignorantes. Es un desprecio en bloque a todos –
incluidos obispos y cardenales peticionarios– y expresión de una actitud
de intolerable soberbia de parte de alguien que da por válida y atendible
únicamente su opinión, que no es más que eso: una opinión, que valdrá lo
que valgan sus argumentos (y de momento no parece que los que ha
dado sean irrebatibles). Por otra parte, ¿por qué no se iba a poder
expresar libremente un deseo legítimo en la Iglesia? ¿Por qué descalificar
a los que lo hacen? Mientras se trate de materia opinable, nadie tiene el
derecho a hacer callar a otro sobre una cuestión. Los que defendemos el
título de María Corredentora y pedimos al Papa que defina el dogma
reconocemos perfectamente el derecho que asiste al P. Laurentin –como a
cualquier otro católico– de disentir y de expresar su disenso.

Para no terminar con una nota negativa, recogemos su exhortación final


de “profundizar con seriedad el papel de María en la redención. Papel
importante, importantísimo, pero no igual al único de Jesús”. Es lo que
tendríamos que hacer todos, incluido el P. Laurentin. En cuanto a que el
papel de Cristo en la Redención sea único, nadie lo discute, pero Él
mismo ha otorgado a su Madre el suyo, importantísimo (como dice
nuestro mariólogo) y que le viene por pura concesión de Dios. No
temamos atribuir a la Santísima Virgen toda perfección compatible con la
dignidad de su Divino Hijo. Ésta seguramente no va sufrir menoscabo

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porque reconozcamos las maravillas que ha hecho el Todopoderoso en su
esclava y una de ellas es la Corredención.

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