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Pregunta. ¿Ha sido María corredentora del mundo con su hijo Jesús? En la
Iglesia hace ya tiempo que se habla de ello, pero no parece que haya todavía
llegado la hora de la proclamación de un dogma, a pesar de que lo hayan pedido
varias veces y con insistencia muchos obispos y cardenales, especialmente de
América Latina. ¿Usted qué piensa?
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Santísima Virgen en la economía de la salvación, mejor. Estos
minimalistas se oponen a los maximalistas, es decir a los que piensan, por
el contrario, que por mucho que se ensalce a María nunca se le hará
justicia, precisamente por esa excelencia suya, que la hace entrar en el
mismísimo orden hipostático: de Mariam numquam satis (nunca se dirá lo
suficiente de María) como decía san Bernardo. Fueron precisamente los
minimalistas quienes en el Concilio Vaticano II lograron impedir que a la
Virgen se la dedicara un esquema propio y consiguieron que se la
insertase, en cambio, en el esquema sobre la Iglesia. También se
opusieron ya entonces a la definición de la Corredención de María y de
su Mediación universal como dogmas de fe (según pedían muchos
padres conciliares) y no ocultaron su desagrado al proclamarla Pablo VI
en el aula conciliar Madre de la Iglesia. Pero vayamos al análisis de lo
dicho por René Laurentin.
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veces: la unión hipostática, la Transubstanciación, la Inmaculada… Por
poner un ejemplo muy común, este último se confunde frecuentemente
entre los fieles con el nacimiento virginal de Jesús. Y se puede dar por
seguro que la mayoría del pueblo creyente sencillo no sabría explicar el
dogma, pero se fía del Magisterio y lo hace suyo. Además, para tener la fe
católica basta con una profesión genérica de creer en todo lo que cree la
Iglesia. Si se fuera a considerar católicos sólo a los que comprenden bien
todas las verdades de fe, poquísimos cumplirían el requisito. Para
explicar los dogmas están precisamente los pastores (obispos y párrocos)
y los teólogos. En todo caso, nunca se ha frenado el avance de una verdad
por temor a que no se entienda.
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redimido, pues el justo en estado de gracia es corredentor con Cristo,
como afirma san Pablo: “Completo en mí lo que falta a la Pasión de
Cristo” (Col. I, 24). Al reparar Cristo nuestra naturaleza mediante su
gracia justificándonos, nos da la vida divina y nuestros actos pasan a ser
meritorios en el orden sobrenatural. Si esto es así con nosotros, nacidos en
pecado, ¡cuánto más en la Virgen, nacida inmaculada! Además la
cooperación de la Virgen a la Redención es de una categoría
especialísima, puesto que el Padre, por así decirlo, hizo depender todo su
plan de la libre voluntad de la doncella de Nazaret. No le impuso un
mandato perentorio (sí o sí); por medio del Ángel le expuso la cuestión y
María dio su asentimiento sin constricciones y con plena deliberación. Su
fiat sumiso y confiado posibilitó la regeneración de la creación salida del
fiat amoroso de Dios.
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Virgen, sino por su idea del poder de las llaves, ya que creen que todo
dogma debe ser colegialmente definido, como en los primeros siglos del
cristianismo, cuando la unión de las iglesias de Oriente y Occidente no se
había roto. Pero esos dogmas, en cuanto tales, no son un obstáculo
insalvable para la reconciliación con Roma, como sí lo son para los
protestantes, que tampoco admitirán la misa católica, con las ideas de
sacrificio propiciatorio, transubstanciación y presencia real. Claro, desde
la perspectiva de un ecumenismo irenista, la cosa se resuelve por el lado
católico mediante la delicuescencia y ocultación de nuestro credo. Pero
ése no es el verdadero ecumenismo.
“Pienso que los que firman –sin entender lo que hacen– las peticiones para la
definición de un dogma ad hoc harían mejor en profundizar con seriedad el papel
de María en la redención”. El tenor de estas palabras es ofensivo. Suponen,
sin distinguir, que los que firman las peticiones para la definición del
dogma de la Corredención no entienden lo que hacen ni saben lo que
piden, es decir son unos ignorantes. Es un desprecio en bloque a todos –
incluidos obispos y cardenales peticionarios– y expresión de una actitud
de intolerable soberbia de parte de alguien que da por válida y atendible
únicamente su opinión, que no es más que eso: una opinión, que valdrá lo
que valgan sus argumentos (y de momento no parece que los que ha
dado sean irrebatibles). Por otra parte, ¿por qué no se iba a poder
expresar libremente un deseo legítimo en la Iglesia? ¿Por qué descalificar
a los que lo hacen? Mientras se trate de materia opinable, nadie tiene el
derecho a hacer callar a otro sobre una cuestión. Los que defendemos el
título de María Corredentora y pedimos al Papa que defina el dogma
reconocemos perfectamente el derecho que asiste al P. Laurentin –como a
cualquier otro católico– de disentir y de expresar su disenso.
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porque reconozcamos las maravillas que ha hecho el Todopoderoso en su
esclava y una de ellas es la Corredención.