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Como señala Álvarez-Caperochipi, "vivir honestamente", "no dañar a nadie", "dar a cada uno
lo suyo", son los tres pilares centrales de nuestra concepción jurídica, y una de las facetas de
"dar a cada uno lo suyo" es "no enriquecerse torticeramente a costa del otro". Para este autor, a
lo largo de la historia, en los diferentes ordenamientos jurídicos, se han barajado nociones
distintas de enriquecimiento injusto, siendo considerado mayoritariamente como principio
general del Derecho, pero también, fundamento y desarrollo expansivo de la doctrina de los
cuasi-contratos, acción subsidiaria y acción fundada en la dinámica de la causa.
Dado que el Código Civil no recoge expresamente ni la acción de enriquecimiento sin causa, ni
el principio general que la fundamenta, ha sido la Jurisprudencia la que se ha encargado de
construir de forma teórica y dogmática esta institución.
En las primeras décadas del siglo XX, se estructura el enriquecimiento injusto como principio
general, regla ética cuya aplicación quedaba a la intuición de los jueces. Se consideraba que el
enriquecimiento es injusto cuando se obtiene por medios ilícitos, reprobados o inmorales, cuya
prueba debe acreditar quien promueve la acción.
1. Introducción
2. Definición de la acción
La acción de enriquecimiento sin causa se define como acción que obliga a restituir los
enriquecimientos adquiridos de forma injusta, sin causa que lo justifique, sobre la base de que la
construcción jurisprudencial del enriquecimiento injusto lo define como la adquisición de una
ventaja patrimonial con empobrecimiento de otra parte, con relación de causalidad entre el
enriquecimiento y el empobrecimiento y con falta de causa en tal desplazamiento patrimonial.
3. Carácter independiente
4. Subsidiariedad
En cuanto a la tradicional discusión sobre su carácter subsidiario, carácter que fue afirmado en
el primer tercio del siglo pasado, pero eliminado después -Sentencias de 19 de mayo de
1993 y 14 de diciembre de 1994-, la Jurisprudencia más reciente se decanta de nuevo por la nota
de la subsidiariedad de la acción de enriquecimiento, y así lo confirman las sentencias de 19 de
mayo y 15 de septiembre de 2006 y 31 de enero de 2007, afirmándose expresamente en ésta
última que se trata de una "institución concebida en nuestro Derecho como principio general y,
como tal, informador de las normas legales (especialmente, el cobro de lo indebido y la gestión
de negocios ajenos); se aplica directamente a un caso concreto subsidiariamente; es decir, si el
supuesto se apoya en otra institución, no puede alegarse este principio: aquélla tendrá sus
respectivas acciones, ésta la tiene a falta de acciones específicas".
En conclusión, desde el punto de vista procesal es una acción subsidiaria, aplicable ante la
inexistencia de otra para remediar el empobrecimiento, pero no cuando la ley otorga una acción
más específica.
1. Enriquecimiento
a) Definición
Por enriquecimiento podemos entender cualquier ventaja patrimonial que adquiere una persona,
sin un sacrificio equivalente, esto es, sin una desventaja para su patrimonio semejante a la
ventaja adquirida (por el contrario, cuando uno compra una cosa, es evidente que incorpora a su
patrimonio el bien adquirido, pero a su vez se ve empobrecido por el precio que paga por dicho
bien, no existiendo ni enriquecimiento ni empobrecimiento).
Los modos de adquirir una ventaja son muy variados. Nuñez Lagos distingue principalmente un
enriquecimiento positivo y un enriquecimiento negativo. En sentido positivo, el enriquecimiento
puede obtenerse directamente al adquirir una cosa corporal o un derecho, (que puede ser real o
de crédito, e incluye el goce y disfrute del mismo), incluso con la disminución del pasivo, o
indirectamente, con el aumento de valor de un bien adquirido (lucro emergente), incluyendo las
ventajas que proporcionan al adquirente del bien hacer suyas las mejoras y accesiones; en
sentido negativo, no empobreciéndose, por ejemplo, no sufriendo un daño (daño cesante)
cuando la ventaja consiste en el no padecimiento de una obligación o carga a la que un
patrimonio estaba adscrito.
A la hora de medir ese enriquecimiento, cabe que se utilicen distintos módulos, entre los que
destacan los siguientes:
2. Falta de causa
La doctrina científica suele oscilar entre dos posturas en torno a qué ha de entenderse
por ausencia de causa:
a) Un sector doctrinal defiende que la falta de causa es la ausencia de título para retener.
Título para retener puede ser un negocio jurídico válido y eficaz entre ellos, o una
expresa disposición legal que así lo establezca.
b) Otro sector sostiene que el concepto de causa debe considerarse como una
concreción de los criterios de cambio, es decir, como una contrapartida. Según esta
tesis, hay causa cuando hay contrapartida, y falta la causa cuando la contrapartida no
existe. Dado que la causa de la atribución patrimonial puede ser la ley o un negocio
jurídico, para estos autores, las ventajas que resultan amparadas en precepto legal no
pueden calificarse nunca de injustificadas, y con respecto a las que tienen su causa en
un negocio jurídico, la justificación estará en la liberalidad del empobrecido (que acepta
sacrificar su patrimonio en beneficio de otro) o en la contraprestación equivalente que
se percibe por este, llegando a la conclusión de que sólo serán justificados los
enriquecimientos que no respondan a esa liberalidad del empobrecido (se produce un
menoscabo en su patrimonio que no responde a un ánimo de liberalidad) o que carezcan
de contravención a cargo del enriquecido, o cuando la contraprestación a cargo de éste
no sea equivalente a la prestación del empobrecido (siendo así superior el sacrificio
experimentado por el empobrecido en su patrimonio que la ventaja recibida a cambio).
Ahora bien, una cosa es que en el ámbito de la autonomía negocial puedan pactarse
prestaciones originariamente no equivalentes, sin que ello de lugar a la revisión de la
fuerza obligatoria de lo pactado, y cosa distinta es que el desequilibrio aparezca o
sobrevenga durante el desenvolvimiento de la relación contractual, pues en ese caso
existen instituciones, como la claúsula rebus sic stantibus, que permiten modificar
judicialmente lo pactado, lo que es posible en los contratos de tracto sucesivo o
ejecución diferida y siempre y cuando las partes no previeron ni debieron prever la
alteración de las circunstancias.