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CRITICÓN, 120-121, 2014, pp. 89-102.

El De rege de Juan de Mariana (1599) y la


cuestión del tiranicidio: ¿un discurso de ruptura?

A lex an d r a Mer le
Université de Caen - ERLIS

El De rege et regis institutione 1, publicado poco tiempo después de la muerte de


FelipeII, en 1599, por Juan de Mariana, fue considerado casi desde la época de su
primera publicación como un texto audaz, cuando no escandaloso y, en gran medida, es
visto hasta nuestros días como singular. Su autor, jesuita polígrafo, fue calificado no
pocas veces de rebelde2 o de pensador visionario, precursor de corrientes políticas que se
desarrollaron siglos después de su tiempo3. Estos juicios que, a pesar de su diversidad,
tienen en común la voluntad de hacer de Mariana un pensador distinto de sus coetáneos,
se basan en gran parte en el tratamiento de una cuestión particular en el De rege: la del
tiranicidio. En efecto, tanto el escándalo suscitado en los primeros años del xvii por los
capítulos VI y VII del primer libro del De rege y el rechazo de que fue víctima la obra

1
El título completo de la obra es: Ioannis Marianae Hispani e Soc. Iesu, De rege et regis institutione libri
III. Ad Philippum III Hispaniae Regem Catholicum. Anno 1599. Cum privilegio. Toleti, Apud Petum
Rodericum typo Regium.
2
Opinión que también se funda en otras obras, en particular el texto conocido como Discurso de las
enfermedades de la Compañía, redactado hacia 1605, y el De monetae mutatione (publicado con otros
ensayos en 1609 bajo el título de Joannis Marianae septem tractatus ). Para Jesús Mejías López, por ejemplo,
Mariana es «un pensador contra su tiempo» y en su vida hay «mucho de ruptura e innovación, algo de
extranjería voluntaria y no poco de marginación» (2007, p.7).
3
Para muchos autores de finales del xix, Mariana fue un precursor del liberalismo; en 1898 Joaquín
Costa hizo de él un partidario de la propiedad colectiva (en Colectivismo agrario de España). Más
recientemente, Luis Sánchez Agesta, quien publicó en 1981 la traducción española del De rege que
manejamos, considera a Mariana como padre del constitucionalismo, y José Rubio-Carracedo (2007) ve en él
un precursor de Rousseau. Harald E. Braun (2013, p.146) constata que las interpretaciones modernas «han
distinguido en su pensamiento corrientes proto-democráticas o proto-constitucionales» y que todavía hoy se
suele considerarle como un «precursor humanista de la democracia parlamentaria occidental del siglo xx».
90 ALEXAN DRA MERLE Criticón, 120-121, 2014

como la valoración extrema que de ella se hizo desde su redescubrimiento en el siglo xix
se relacionan con este tema.
Más recientemente, algunos estudiosos, considerando que se había ocultado el resto
del tratado, se mostraron resueltos a dejar de otorgar excesiva importancia a esta
cuestión para apreciar el pensamiento de Mariana en su conjunto, pero sin ponerse de
acuerdo sobre las posturas e intenciones del jesuita4. Mariana sigue siendo un personaje
en torno al cual se acumulan los misterios: así, se desconoce la fecha exacta de su
nacimiento5 y permanecen incertidumbres sobre su identidad y sobre distintos episodios
de su vida6.
Es muy probable que la cuestión del tiranicidio haya sido el objeto de una
sobrestimación, consecuencia de un escándalo causado por un acontecimiento
imprevisible, posterior a la fecha de publicación del tratado: el asesinato del rey
EnriqueIV de Francia en 1610. No obstante, si es cierto que las denuncias del tratado
de Mariana, impresionantes por su abundancia y su violencia, estallaron a raíz del
asesinato del monarca francés, hasta formar una verdadera oleada7, no hay que olvidar
el malestar expresado ya en 1599 —y sobre todo después de la segunda edición del
tratado en Maguncia (1605), que alcanzó mayor difusión que la primera8—, por los
propios jesuitas: no solo por los de Francia, cuya situación era difícil desde las tentativas
de asesinato perpetradas contra el rey en los últimos años del siglo xvi9, sino también
por las autoridades de la Compañía en su conjunto. Éstas preveían el uso que sus
enemigos podían hacer de una obra que aceptaba el tiranicidio, aunque en última
instancia. Según Fernando Centenera Sánchez-Seco, el general Aquaviva, avisado desde
1599 del peligro, hubiera intentado obtener de Mariana la modificación o la supresión

4
Véanse en particular los estudios dedicados al De rege, desde diferentes formaciones metodológicas, por
Frédéric Gabriel (2007, 2010), Fernando Centenera Sánchez-Seco (2005), José Rubio-Carracedo (2007), José
Antonio Fernández-Santamaría (1997) y Harald E. Braun (2007, 2013). Éste último estima que el De rege
aboga por «a breathtakingly radical vision of theocratic renewal» (2007, p.161).
5
Para muchos, como Frédéric Gabriel (2007), Fernando Centenera Sánchez-Seco (2005), Gonzalo
Fernández de la Mora (1993), J. A. Fernández-Santamaría (1997) o Lucas Beltrán (en el estudio introductorio
a su edición del Tratado y discurso sobre la moneda de vellón, 1987), Mariana nació en 1536; por su parte
Luis Sánchez Agesta (1981) y Harald E. Braun (2007) mencionan la fecha de 1535.
6
Por ejemplo, no se explican muy bien las razones de su casi reclusión en Toledo tras años de docencia
fuera de la península, y no disponemos de muchos detalles sobre sus relaciones con otros jesuitas como
Dionisio Vázquez.
7
Tras la nueva promulgación (el 6 de junio de 1610) por la Facultad de Teología de la universidad de
París, a petición del presidente Achille de Harlay, del famoso decreto de 1413 contra Jean Petit confirmado
por el Concilio de Constanza el 6 de julio de 1415, la condena de la obra de Mariana por el Parlamento de
París tuvo una difusión rápida y amplia (hubo traducciones de los textos oficiales en varios idiomas europeos).
Entre las numerosas obras de denuncia contra Mariana que incluían por su mayor parte estos documentos,
FrédéricGabriel (2010) menciona principalmente dos publicaciones que se distinguen por la importancia de su
difusión: la de Michel Roussel, que conoció tres ediciones en París solo en el año 1610 (Antimariana ou
refutation des propositions de Mariana. Pour montrer que les Princes souverains ne dependent que de Dieu en
leur temporel, consequemment qu’il n’est loisible d’attenter à leur estat & personne, sous quelque occasion ou
pretexte que ce soit), y la de Antoine Leclerc, La deffense des puissances de la terre contre Jean Mariana (París,
1610). También se debe considerar la reacción contra Mariana en otros países europeos, en función de la
actualidad, por ejemplo en Inglaterra como lo refiere Harald E. Braun (2007, p.9).
8
F. Gabriel (2010, p.247).
9
Véase Roland Mousnier, 1964.
EL D E RE G E DE J UAN DE MARIAN A (1599) 91

de algunos fragmentos de su obra en la segunda edición10, sin llegar a formular una


censura pública para evitar atraer la atención. Así, los jesuitas intentaron distanciarse de
Mariana incluso antes del rechazo oficial formulado por la Compañía en 1610 11 —y es
interesante observar que el malestar fue particularmente duradero, como lo demuestra
un curioso libro publicado en la primera mitad del siglo xx por el jesuita John Laures,
determinado a demostrar que las ideas de Mariana sobre el tiranicidio no fueron nunca
las de la Compañía12.
En España, parece ser que el De rege no suscitó ninguna emoción en la época de su
publicación (1599), y se suele recordar que fue antes de esta fecha un tratado utilizado
para la educación del futuro Felipe III, inscrito pues en la tradición de los espejos del
príncipe. En efecto, el uso pedagógico del De rege —entonces llamado con mayor
sencillez De Institutio principis — no deja lugar a dudas13. Aunque no sabemos a ciencia
cierta si el texto que se leyó al joven príncipe era el mismo que el de la edición de 1599
—la insistencia que pone Mariana en describir las circunstancias exactas de la
composición de su obra puede parecer inhabitual—, bien es cierto que los censores que
examinaron el texto no vieron ningún obstáculo a su publicación. ¿Debemos deducir de
ello que el tratamiento de la cuestión del tiranicidio por Mariana pasó enteramente
desapercibido o les pareció a los censores de una total inocuidad? Este interrogante,
aunque ya esté presente en algunos valiosos trabajos, nos invita a contrastar las ideas
expresadas por Mariana con las de sus predecesores o de otros autores cuyos escritos
fueron producidos en el mismo contexto, el de los últimos años del reinado de Felipe II,
para saber en qué medida se inserta en una tradición o se puede considerar como
novedoso o radical.

10
Fernando Centenera Sánchez-Seco menciona una carta de Aquaviva a Mariana con fecha del 24 de
junio de 1600 (2005, p.72), tras la denuncia de los jesuitas franceses al general de la Compañía. Las
reacciones fueron más vivas tras la segunda edición, con la desaprobación expresada por las congregaciones
provinciales de París y Lyon, como lo refiere también Harald E. Braun. «Jesuits in France expressed concerns
about the De rege as soon as it was published. (…) The first request to suppress the book was duly put
forward by the provincial synod of the Society of Jesus in France in the very year of its publication. The
provincial congregations of Paris and Lyon duly repeated their calls for the suppression of the treatise
immediately after De rege was republished in Mayence in 1605» (2007, p.8).
11
Según F. Centenera Sánchez-Seco (2005, p.92): «el 6 de julio de 1610, Aquaviva intervino mediante un
decreto que prohibía a todo religioso del Instituto, bajo pena de excomunión, sostener que estuviera permitido
a cualquiera, so pretexto de tiranía, matar a los reyes o príncipes o atentar contra su existencia».
Posteriormente, el 14 de agosto del mismo año, «se prohibió a los jesuitas franceses defender al padre
Mariana, replicar a las acusaciones y contestar a las medidas que se habían adoptado contra él».
12
Este autor se dedica a rehabilitar la obra de Mariana, con la excepción notable de algunos errores, entre
los cuales se encuentra la defensa del tiranicidio. Además, al referirse al Discurso de las enfermedades de la
Compañía, difícil de descartar por completo, explica este desliz por el carácter difícil del padre Mariana,
incapaz, por su arrogancia, de llevar una vida apacible en una comunidad: «being himself over-sensitive at
meeting with opposition to his views he, nevertheless, criticized and found fault with everybody and
everything» (Laures, 1928, p.18).
13
Sobre este uso pedagógico del tratado, se suele citar una carta del futuro papa Camillo Borghese al
cardenal Aldobrandini, del 27 de abril de 1594, mencionada en un libro de R. de Hinojosa, Los despachos de
la diplomacia pontificia en España, Madrid, 1896. Véase por ejemplo G. Cirot (1908, p.95-96).
92 ALEXAN DRA MERLE Criticón, 120-121, 2014

La r e s i s t e nc i a a l t i r a no y e l t i r a ni c i d i o e n l a l i t e r a t ur a
d o c t r i na l e s p a ño l a a nt e r i o r a M a r i a na

Si bien el tiranicidio —radicalización de la resistencia al tirano— no constituye a


finales del siglo xvi una noción de gran novedad en la literatura política, no deja de ser
un tema delicado que muchos tratados evitan. Todo escrito doctrinal —tenga o no la
función precisa de educar a los príncipes— que contiene una definición de las formas de
gobierno evoca, para oponerla al rey que vela por el bien común, la figura del tirano,
definido esencialmente por su dedicación a sus intereses particulares y la explotación
que hace de los súbditos. Pero no siempre se aborda la conducta a adoptar frente a tal
gobernante. Cuando se desarrolla el tema, se suele hacer una distinción entre la reacción
aconsejada contra un usurpador (tirano de usurpación) y la que se impone frente al rey
legítimo que ha caído en la tiranía (tirano de ejercicio), siendo más difícil de contemplar
la posibilidad de resistencia a este último.
En la literatura doctrinal producida en España, el tratamiento de este tema fue muy
desigual según las épocas. A pesar de la penetración de escritos considerados como
fuentes o autoridades sobre el derecho de resistencia —los de santo Tomás14 y el famoso
Policraticus de John of Salisbury 15, compuesto hacia 1159 y bien conocido en Castilla a
principios del siglo xiv según José Manuel Nieto Soria16— sin hablar de textos mucho
más antiguos que de ordinario se asocian a la defensa del tiranicidio, como por ejemplo
algunas sentencias del De officiis de Cicerón, pocos fueron los textos doctrinales que
admitieron la posibilidad de una acción contra el rey tiránico —sobre todo tratándose
de un monarca legítimo. Sin embargo, en el siglo xv la influencia de los escritos de los
juristas italianos (entre ellos Bartolo y Salutati 17) y la eclosión de un humanismo cívico

14
Compuesto hacia 1265-1267 y dejado inacabado por santo Tomás, el De regno, ad regem Cypri
(también conocido como De regimine principum, título de la edición en latín de 1486) fue probablemente
terminado por su discípulo Ptolomeo de Luca, quien murió en 1327. En ciertos fragmentos, el autor parece
desaconsejar toda intervención contra el tirano, puesto que en muchos casos el remedio se revela peor que el
mal. Pero también evoca la opinión de «algunos» que legitiman el tiranicidio en casos extremos; tras observar
que la licitud del tiranicidio puede incitar a matar sin motivo a los gobernantes, parece concluir que la acción
contra los tiranos debe ser decidida por la autoridad pública y no dejarse a la iniciativa privada. La naturaleza
de la autoridad en quien recae dicha responsabilidad es variable según las modalidades de designación del
gobernante (la comunidad entera, si tiene la posibilidad de elegir a su gobernante, o el superior quien lo ha
nombrado…). En el caso en que la intervención de esta autoridad superior sea imposible o inoperante, no
queda más remedio que dirigirse a Dios. Pero a continuación se lee que el poder de un tirano no puede ser
duradero, puesto que todos le odian. Estas ambigüedades permitieron que, en la famosa querella
desencadenada por el asesinato del duque de Orléans por el duque de Borgoña, tanto Jean Petit, quien
defendía a este último, como su adversario Gerson, se valieran de la autoridad de santo Tomás. También
fueron de uso para tratar el tema del tiranicidio el Commentum in IV Libros Sententiarum magistro Petri
Lombardi, una obra de juventud en la que santo Tomás cita a Cicerón (quien, en el De Officiis, se hace eco de
los elogios dirigidos a los tiranicidios) aunque sin dar a conocer su opinión personal, y la Summa theologiae.
15
Salisbury es considerado generalmente como partidario implacable del tiranicidio (véase por ejemplo
Turchetti, 2001, p.255), pero algunos trabajos han introducido matices en esta interpretación (remitimos a un
artículo de Julie Barrau, 2007, que ofrece al respecto una buena síntesis).
16
Nieto Soria, 2005. Incluso pudo haber sido conocido antes; en efecto, Joaquín Gimeno Casalduero
(1972) distinguió huellas del Policraticus en las Partidas de Alfonso X (aunque sobre otros aspectos, puesto
que las Partidas ni siquiera consideran la posibilidad de sublevación contra el tirano).
17
El De tyranno de Bartolo da Sassoferrato, compuesto entre 1355 y 1357, y el tratado posterior (1400)
de Coluccio Salutati, que tiene el mismo título, admiten la pena de muerte para el tirano pero no la iniciativa
EL D E RE G E DE J UAN DE MARIAN A (1599) 93

representado en Salamanca por la escuela de Pedro de Madrigal llevaron a la


justificación de la rebelión contra el rey tiránico —aunque fuese legítimo—, una rebelión
calificada de guerra justa para distinguirla de la sedición; en los Comentarios a la
Política de Aristóteles 18 compuestos por Pedro de Osma y/o Francisco de Roa, los
discípulos del Tostado, según la nueva traducción latina debida a Leonardo Bruni, se
llegó a proclamar lícito el tiranicidio, sin que fuera permitida la iniciativa privada en el
caso del tirano de ejercicio19.
Este texto fue sin duda un hito en la historia del pensamiento político en Castilla.
Pero a principios del reinado de CarlosV, la represión del movimiento de las
Comunidades tuvo consecuencias notables sobre el tratamiento del tema de la resistencia
al tirano en los tratados posteriores: si resultaba imposible hacer caso omiso de la
definición del tirano, en muchas ocasiones éste se vio reducido al usurpador, y la
cuestión de la licitud de una acción para derribarle quedó eludida o evocada de manera
vaga e indirecta 20. Los autores se mostraban en su mayoría más dispuestos a defender la
obediencia debida al monarca que el derecho de resistencia contra el tirano.
Incluso en los escritos de los teólogos de Salamanca, en los cuales los fundamentos
del pactismo (y esencialmente la afirmación de la mediación de la comunidad en la
transmisión del poder temporal) no habían desaparecido por completo, se produjo una
adaptación al contexto. Así, el De potestate civili, relectio que pronunció Francisco de
Vitoria en Salamanca en el año 1527-1528, no carece de ambigüedades, las cuales han
llevado a interpretaciones opuestas: en efecto, Vitoria establece una distinción entre la
potestas del monarca, de origen divino, y la auctoritas otorgada por la comunidad pero
no dice claramente si la comunidad conserva la facultad de quitarle dicha auctoritas en
ciertos casos 21. Algunos años después22, Domingo de Soto admite la deposición del
monarca tiránico únicamente «cuando se apartare de las leyes divinas y del fin
espiritual» 23, y precisa que esta acción depende de la autoridad del papa24. De este

privada. Sobre la proliferación de escritos relativos a la tiranía en Italia en aquella época, remitimos a Mario
Turchetti (2001). Ver también los trabajos de D. Quaglioni sobre Bartolo, los de Jean-Louis Fournel y Jean-
Claude Zancarini (2008) y la obra colectiva Della tirannia: Machiavelli con Bartolo (2007). Sobre la
penetración de estas obras (y en particular la de Salutati) en España, ver Cirilo Flórez Miguel (2007).
18
Los Commentarii in politicorum libros, redactados a finales del siglo xv por Pedro de Osma según José
Labajos Alonso (2006), no fueron publicados antes de 1502.
19
Sobre esta obra fundamental se pueden consultar los trabajos de Jesús Luis Castillo Vegas.
20
Así es como Juan Luis Vives, en su De concordia et discordia (1529), pinta con términos elocuentes las
angustias y el tormento perpetuo que sufren los tiranos, conscientes de ser odiados y temerosos de sus propios
súbditos, y cita una frase conocida de Séneca («es preciso que tema a muchos aquel a quien muchos temen»),
pero no va más allá de esta advertencia.
21
Según Jesús Cordero Pando, autor de una valiosa edición crítica del texto, si el monarca hace mal uso
de la jurisdicción que le fue concedida, «la república tendrá toda la potestad, a la que nunca ha renunciado,
para retirar tal autorización, para despojar al gobernante de su autoridad» (2008, p.409), lo que no implica ir
hasta el tiranicidio. En cambio, José Antonio Fernández-Santamaría, entre otros, propone otra lectura del
texto de Vitoria y estima que «una vez que la comunidad inviste al príncipe con su auctoritas, la transferencia
es total y absoluta y nada de este poder queda en la comunidad» (1997, pp.168-169).
22
El De dominio, relectio pronunciada en 1534-1535, constituye la base del libro IV del De Iustitia et
iure, publicado por primera vez en 1553-1554 en Salamanca, luego aumentado por el autor para la segunda
edición (1556).
23
«[E]l poder civil no depende de tal modo del poder espiritual que sea por éste instituido, ni reciba de él
la virtud, ni en virtud de él pueda un rey ser despojado de su trono, ni obligado, ni corregido, a no ser cuando
94 ALEXAN DRA MERLE Criticón, 120-121, 2014

parecer también es Domingo de Las Casas en su Quaestio theologalis, donde remite a la


potestas indirecta del papa para destronar todo monarca que intentare promulgar leyes
contrarias a la ley divina25, aunque en otro texto conocido bajo el título De regia
potestate y cuya atribución es todavía dudosa26 parece conceder a unos «hombres
poderosos y de mucho prestigio» la tarea de oponerse a las injusticias de un rey descrito
como mero administrador de la república, sin precisar los límites de su acción. En todos
estos casos, se trata de resistencia, a veces de deposición, mas en ninguna manera de
tiranicidio. En otros textos, como el De regno de Juan Ginés de Sepúlveda 27, la
deposición sólo se concibe contra el tirano de usurpación (y el ejemplo traído a colación
es el de Tarquino el Soberbio —considerado aquí como usurpador— que no permite
hablar de tiranicidio).
Sin embargo, ya bien avanzado el reinado de Felipe II, en un contexto cada vez más
apremiante de conflictos religiosos en Europa, algunos autores vuelven a tratar de
tiranicidio sin tomar tantas precauciones. Antes de los jesuitas, Vázquez de Menchaca
(1512-1569) no duda en disertar sobre el tema y propone en su Controversiarum
illustrium aliarumque usu frequentium (Barcelona, 1563) una lectura de santo Tomás
distinta de la de los dominicos. Ataca con vigor a Domingo de Soto, diciendo que se
equivocó «al escribir que si el príncipe procede tiránicamente, no les queda a los
ciudadanos ningún otro recurso que el pedir a Dios le enmiende, en el caso de no existir
ningún superior a quien poder recurrir. Pero se equivoca porque, atendiendo al derecho
natural, es incumbencia de todos los restantes príncipes del mundo el acudir en apoyo y
auxilio de aquel pueblo víctima de la tiranía» 28. Después de evocar lo que se puede
asimilar a un deber de ingerencia (en realidad ya esbozado por Vitoria en sus reflexiones
sobre la guerra), añade que, en ausencia de ayuda exterior, los propios súbditos pueden
intervenir, hasta matar al tirano, incluso si es un rey legítimo: «si el príncipe abusase
intolerablemente del supremo poder, pueden los mismos ciudadanos darle muerte, según

se apartare de las leyes divinas, y del fin espiritual», Libro IV, quaestio IV, art. 1. También escribe Soto: «si
[…] algún tirano quisiera inducirnos con sus leyes a la idolatría, o apartarnos de nuestros sacramentos o
arrastrarnos a otras costumbres, o ritos contrarios a nuestra fe, entonces no hemos de reparar en escándalos,
porque mayor escándalo sería si, con desprecio de la vida, no nos opusiéramos a ellas inmediatamente».
Citamos por la traducción castellana basada en el texto de la edición de 1556 (1967-1968, vol.I, p.51). Soto
retoma, como los autores monarcómacos, pero con consecuencias distintas, el principio de «obedecer a Dios
antes que a los hombres» (véase sobre su uso Mario Turchetti, 1999).
24
No obstante, existe un fragmento ambiguo del Libro III (quaestio VI, art. 4) en el que Soto, tras
exponer el principio de la transmisión de la «plena potestad» por la república al rey, de la que deriva
teóricamente la imposibilidad de toda acción de la comunidad contra él, añade: «por esta causa no puede por
ningún motivo deponerlo, ni privar a sus hijos del derecho a ocupar el trono una vez que se lo entregó, a no
ser en el caso el que manifiestamente llevara al reino a la ruina con su tiranía. Y en este caso solo se puede
hacer en virtud del derecho natural, que autoriza a rechazar la fuerza con la fuerza» (1968, vol. II, p.269).
25
Este tratado pudo haber sido redactado en 1545-1546 o entre 1560 y 1563.
26
Publicado en 1571, muchos años después de la muerte de Las Casas, y dedicado en apariencia al
problema de la enajenación de las encomiendas, el De regia potestate es quizás un texto apócrifo relacionado
con los acontecimientos de Flandes.
27
Dedicado a Felipe II y publicado en Lérida en 1571 bajo el título De regni libri III, el texto conoció una
segunda edición en 1601 como De regno et regis officio libri III. Se puede suponer que este nuevo título tendía
a sugerir una correspondencia con el tratado de Mariana. Sepúlveda se apoya en santo Tomás para concluir
que a los tiranos de ejercicio hay que soportarlos con paciencia.
28
I, XXI, 6, citado por José María Serrano Serrano (1976, p.284).
EL D E RE G E DE J UAN DE MARIAN A (1599) 95

el sentir de santo Tomás». Lo que no dice con claridad es si un simple particular puede
tomar esta iniciativa, sin decisión previa de alguna asamblea.
Otro autor, a quien al parecer no se ha tomado en consideración hasta ahora29, Juan
de Roa Dávila, dedica mucho espacio al tema de la resistencia contra el rey tiránico.
Autor de un De regnorum justitia publicado con otros textos en 159130, expone en este
tratado que toda forma de gobierno ha sido creada libremente por la voluntad de la
comunidad, y que ésta puede cambiar de gobernante o de régimen político por justos
motivos («por razón de iniquidad y tiranía de los gobernantes»). En cuanto a la acción
de un particular, no es legítima en ausencia de una misión confiada por una «autoridad
superior» cuya naturaleza no es explicitada. Así, Roa Dávila, sin llegar hasta la
aceptación de la iniciativa individual para acabar con la vida de un tirano de ejercicio,
expone ideas que son las de los tratadistas de finales del xv (en particular Osma y Roa),
y que se parecen también a las teorías defendidas por el jesuita Luis de Molina, a quien
se cita generalmente en todo estudio comparativo entre Mariana y sus contemporáneos.
Éste no sólo concede a la comunidad la facultad de destronar al tirano de ejercicio, sino
que admite igualmente el uso de la legítima defensa por un simple particular —con la
condición de que la destitución del monarca haya sido proclamada previamente31.

La m ue r t e d e Enr i q ue I I I d e F r a nc i a
y l a c ue s t i ó n d e l t i r a ni c i d i o e n e l D E RE G E

En su definición del tirano (en el capitulo V del primer libro del De rege), Mariana
no se aparta de los términos y características expuestos por una serie de autores fieles a
la herencia de Aristóteles (pasando por santo Tomás, a quien no cita pero que inspira
numerosos fragmentos de la obra 32), y no intenta descartar al tirano de ejercicio. En el
capítulo siguiente formula desde el título la famosa pregunta: «si es lícito matar al
tirano» 33, dándole así una gran importancia. Ya había afirmado, en el capítulo III del
mismo libro, que no veía ningún inconveniente en quitar el trono a un rey tiránico,

29
Entre los pocos estudios que lo mencionan hay que citar al libro de J. M. Iñurritegui Rodríguez (1998).
30
Forma parte de la Apologia de iuribus principalibus defendendi et moderandi iuste, una colección de
siete pequeños tratados publicada en Madrid en 1591. El primero de estos tratados era el más polémico,
puesto que su meta consistía en «demostrar que puede lícitamente el soberano defender a sus súbditos contra
todo abuso de poder, aunque éste sea perpetrado por las altas jerarquías de la iglesia», y suscitó la oposición
de la santa sede (véase la introducción de Luciano Pereña a su edición bilingüe del texto, 1970). Es de notar
que Roa Dávila, nacido en 1552, había frecuentado el noviciado de la Compañía de Jesús en Salamanca.
31
«[A] commonwealth (or its agents), he says, may depose a legitimate king ruling tyrannically by passing
sentence on him if his excesses and the common good demand it, and punishing him once he is deposed. What
Molina did not spell out was who exactly the agent pronouncing judgment was, and what kind of procedure
should be followed» (Braun, 2007, p.83). Turchetti (2001, p.479) precisa que «l’homme privé ne peut
légitimement tuer le souverain qui est devenu tyran pendant l’exercice de son pouvoir à moins qu’il ne s’agisse
de légitime défense ou que le tyran n’ait été déposé par l’autorité publique, telle que l’autorité impériale ou
papale» (véase De justitia et jure, Cuenca, 1593, III, 6, 2). Para Domingo Báñez, la autoridad encargada de
pronunciar la condena del tirano de ejercicio (definido por su carácter herético) es la del papa como lo
recuerda Mario Turchetti (2001, p.479).
32
Gabriel (2007).
33
Citamos por la traducción publicada por Luis Sánchez Agesta (1981).
96 ALEXAN DRA MERLE Criticón, 120-121, 2014

como se hizo en el caso de PedroI en Castilla —pero sin emplear todavía la noción de
tiranicidio y limitándose con mucho pudor a escribir que fue destronado34.
El capítulo VI se abre con el relato de un «suceso triste y notable», la muerte del rey
EnriqueIII de Francia, «lamentable espectáculo que en pocos casos será digno de elogio,
pero en el que los príncipes pueden comprender que no pueden quedar impunes sus
audaces e impías maldades»35. Mariana relata todas las circunstancias, remontando
hasta la ejecución de los hermanos de Guisa decidida por el rey, luego cuenta con
numerosos detalles y un talento de narrador sobresaliente —y digamos con cierto
sensacionalismo— la acción de Jacques Clément, antes de referir los juicios opuestos que
se formularon al respecto (aquí se sitúan las palabras que despertaron el furor del
Parlamento de París).
Esta variedad de opiniones sobre un hecho reciente le sirve de preámbulo para
examinar, adoptando ahora un tono pausado, los argumentos de las partes adversas,
aunque sin referirse precisamente a ningún autor. En esta segunda fase de la exposición,
muy estructurada, el lector ya puede formarse una idea de las preferencias de Mariana, a
pesar de su apariencia de neutralidad36: tras resumir los argumentos de los que
condenaron la acción de Clément, «negando que un particular, por su autoridad
privada, pudiere matar a un rey que había sido proclamado por el consentimiento del
pueblo y ungido y consagrado […], aunque las costumbres de este rey se hayan
corrompido y haya degenerado su poder en tiranía»37, concluye: «así razonan los que
defienden al tirano», quitando en pocas palabras toda legitimidad a estos autores
indefinidos; les opone «los abogados del pueblo», igualmente anónimos, cuyos
argumentos son el objeto de un examen parecido. Por fin, la conclusión aparentemente
neutra no resuelve nada: «tales son las razones de una y otra parte», constatación fría de
la existencia de un desacuerdo que permite, en la última fase más teórica del
razonamiento, y dejando aparte todo caso particular, tratar una «cuestión» en la pura
tradición escolástica.
Pasando a examinar con la debida seriedad esta cuestión, Mariana dispone
rápidamente del tirano de usurpación, sin implicarse personalmente en el razonamiento,
puesto que, según dice, hay sobre el caso general acuerdo: «tanto los filósofos como los
teólogos están de acuerdo en que si un príncipe se apoderó de la república, por la fuerza

34
Hablando de los reyes, escribe Mariana: «si por sus desaciertos y maldades ponen el Estado en peligro,
si desprecian la religión nacional y se hacen del todo incorregibles, creo que los debemos destronar, como
sabemos que se ha hecho más de una vez en España. Cuando dejados a un lado los sentimientos de humanidad
se convierten los reyes en tiranos, debemos, como si fuesen fieras, dirigir contra ellos nuestros dardos. Así fue
destronado públicamente el rey don Pedro, por su crueldad, y obtuvo el reino su hermano Enrique, aunque
bastardo. Así fue también destronado su nieto EnriqueIV, por su desidia y depravados hábitos, y fue
proclamado rey, por voto de los magnates en una decisión cuya justicia no entro a discutir, primero su
hermano Alfonso, que estaba aún en los primeros años de su vida» (1981, pp.47-48). Notamos que Mariana
parece equiparar el caso de EnriqueIV (y de la llamada farsa de Ávila) con el de Pedro el Cruel, como si la
tentativa contra el primero hubiese tenido éxito, probablemente porque lo que le interesa subrayar aquí es la
licitud de la acción contra el tirano de ejercicio, sin entrar en mayores detalles.
35
1981, pp. 70-71.
36
No seguimos enteramente sobre este punto el análisis de F. Centenera Sánchez-Seco (2004), quien
estima que Mariana se disocia de los que aprueban la acción de Clément o por lo menos conserva una perfecta
neutralidad.
37
1981, p. 75.
EL D E RE G E DE J UAN DE MARIAN A (1599) 97

de las armas, sin derecho alguno y sin que interviniera el consentimiento del pueblo,
puede ser despojado por cualquiera del gobierno y de la vida»38. Distinto es en principio
el caso del tirano de ejercicio: «creemos que ha de sufrírsele», escribe, «mientras no
desprecie las leyes del deber y del honor a las que está sujeto por razón de su oficio», lo
que equivale a admitir la resistencia contra los reyes legítimos quienes, como precisa
Mariana a continuación, «menosprecian las leyes y la religión del reino y desafían con
su arrogancia y su impiedad al propio cielo»39.
Así admitida la resistencia contra el tirano de ejercicio, quedan por examinar sus
límites y sus manifestaciones prácticas. En un primer tiempo, sólo se trata de destronar
al tirano, pero en última instancia, se puede «matar al príncipe como enemigo público,
con la autoridad del derecho de defensa»; y, si no se pueden organizar asambleas para
que la decisión sea colectiva, cualquier particular puede, con la condición de que la
tiranía del rey sea reconocida por la «fama pública» y la opinión de «hombres
respetados por su sabiduría y prudencia» (cuya identidad queda sin precisar, pero
obviamente no se trata de una alusión a la potestas indirecta del papa), «ayudar a la
salvación de la patria». Esta vez, Mariana se descubre y utiliza la primera persona del
singular para declarar: «nunca podré creer que haya obrado mal el que, secundando los
deseos públicos, haya atentado en tales circunstancias contra la vida de su príncipe»40.
Notemos que «tales circunstancias» remite a las fechorías del mal príncipe, tales como
«trastornar la religión patria y llamar al reino a nuestros enemigos»41. Por fin, el
capítulo VII se ocupa de los medios autorizados para acabar con la vida del tirano:
conviene determinar si es lícito valerse del engaño y emplear el veneno 42, preguntas que
fueron formuladas en otro siglo por Salisbury, a quien, como era de esperar, Mariana no
cita.

¿ Un d i s c ur s o s ub v e r s i v o ?

Parece cierto, pues, que Mariana se distingue de sus predecesores y de sus coetáneos
españoles. Incluso fuera de la península, no todos los autores calificados de
«monarcómacos» admiten la iniciativa privada en la muerte del tirano de ejercicio:
muchos insisten en la intervención de una autoridad inferior43. Pero la radicalidad de sus
posiciones no se debe apreciar sin tener en cuenta dos elementos que sobresalen en el De
rege: en primer lugar, la manera con que Mariana presenta el tema, valiéndose de un
episodio reciente utilizado como preámbulo al examen teórico del tiranicidio. En
segundo lugar, la definición misma del tirano, que privilegia la impiedad y las acciones
en contra de los intereses de la fe.
De hecho, debemos preguntarnos por qué motivo Mariana dio tanta importancia al
relato de la muerte del rey de Francia: en otras palabras, ¿es este episodio una simple

38
1981, p. 79.
39
1981, p. 80.
40
Como subraya acertadamente Harald E. Braun, «this is where he clearly deviates from mainstream
catholic doctrine» (2007, p.85).
41
De rege, 1981, p.81.
42
Duda que resuelve diciendo que se puede emplear el veneno sólo si se administra de tal modo que no
sea la víctima quien lo lleve a sus labios.
43
Sobre los monarcómacos se puede consultar por ejemplo el libro de Paul Alexis Mellet (2007).
98 ALEXAN DRA MERLE Criticón, 120-121, 2014

manera de plantear el tema, un exemplum particularmente eficaz por su proximidad en


el tiempo y en el espacio con el real alumno (admitiendo la plena conformidad del texto
impreso con la versión original), apropiado para servirle de advertencia? Nos inclinamos
a pensar que el ejemplo tiene valor de por sí. Mariana lo trata de una manera distinta a
la que propone su compañero jesuita, Ribadeneyra, pero ninguno de ellos lamenta el
hecho. Ribadeneyra, en su Tratado de la religión y virtudes que debe tener el príncipe
cristiano (1595), presenta la muerte del rey como un justo castigo de Dios, parecido a la
serie de ejemplos bíblicos que sirven para la edificación de todos los príncipes. Oculta la
acción humana (y en otro fragmento de su obra condena sin ambajes a los
monarcómacos) y cuenta todo el episodio como un milagro44.
A pesar de esta diferencia, los delitos cometidos contra la fe tienen en el De rege un
peso enorme y desempeñan un papel predominante en la calificación del rey de Francia
como tirano, como en la definición de las circunstancias excepcionales que justifican la
iniciativa privada en la parte final, más teórica, del razonamiento. Consideremos
también que Mariana se muestra de una total intransigencia en su actitud hacia los
herejes, superando en esto a Ribadeneyra: acepta la práctica de la disimulación en el
ejercicio del gobierno, pero no la admite con los súbditos heréticos, lo que hace
Ribadeneyra45; y la exhortación que dirige a los príncipes cristianos para que persigan a
los herejes46 no deja espacio para ninguna tibieza. Estas características permiten
entender por qué las autoridades no se opusieron a la publicación del De rege, dirigido
al rey católico, poco susceptible de sentirse amenazado por la obra. Por implacable que
parezca, el razonamiento de Mariana se inscribe en un contexto particular, de lo cual
tenían conciencia los que fueron encargados de su evaluación.
Así, por muy excepcional que sea el De rege en la aceptación de la iniciativa privada
en el tiranicidio —con las precauciones que hemos señalado—, esta actitud, que
representa una ruptura con el discurso anterior en España o por lo menos una
radicalización, no por eso tiene un valor subversivo47. El De rege se distingue quizás por
otras formas de ruptura, o de reorientación, menos visibles pero más duraderas. En
efecto, aunque Mariana parece inscribirse en la tradición del espejo o tratado de
educación para los príncipes, su independencia con respecto a esta misma tradición es
notable. No se apoya en sus antecesores —cita esencialmente al cronista Commynes

44
«[C]omo el consejo que tomó fue de político y maquiavelistas, no regulado por la ley del Señor, por su
justo juicio vino a morir el mismo rey Enrique por mano de un pobre fraile, mozo, simple y llano, de una
herida que le dio con un cuchillo pequeño, en su mismo aposento, estando el rey rodeado de criados y de gente
armada y con un ejército poderoso, con el cual pensaba asolar dentro de pocos días la ciudad de París. ¿Ha
habido en el mundo ejemplo como éste, tan nuevo y tan extraño, y jamás oído de los nacidos?» (Libro I, cap.
XV. Citamos por la edición del texto en las Obras escogidas del padre Rivadeneira, 1868).
45
Sobre otras diferencias entre las dos obras ver nuestro artículo (Merle, 2012). También remitimos a José
María Iñurritegui Rodríguez (1998).
46
Ver el capítulo final de la obra (Libro III, cap. XVII), titulado «no es verdad que puedan tolerarse
muchas religiones en un mismo reino».
47
Alain Milhou lo califica de «potentiellement subversif» (1999, p.116). Tampoco son siempre
subversivas las afirmaciones de otros autores que reivindican el derecho de la comunidad a destituir al tirano
de ejercicio. Así, los discursos de Juan de Roa Dávila, a quien hemos mencionado anteriormente, tienen un
corolario de gran importancia: con la misma firmeza desplegada para sostener el derecho de resistencia,
defiende la legitimidad de la represión ejercida por el rey sobre los súbditos que se hubieren sublevado contra
su autoridad invocando injustamente el motivo de tiranía.
EL D E RE G E DE J UAN DE MARIAN A (1599) 99

entre los autores modernos— y, si bien escribe en latín, prefiere prescindir de toda
erudición para fundar sus razonamientos sobre los hechos históricos. Sobre todo, inserta
dentro de la obra enseñanzas poco conformes con el catálogo de virtudes y la visión
idealizada del monarca que proponen de costumbre los espejos. Sin entrar en la
polémica sobre el príncipe de Maquiavelo, como lo hace su contemporáneo Ribadeneyra
y sin parecer prestar atención a la noción emergente de razón de Estado, adopta de
manera discreta o solapada algunas de las herramientas cuya legitimidad se discute con
ardor en dicha polémica. De hecho, logra introducir en un tratado de educación un
pragmatismo que linda con el cinismo, y muchas de sus observaciones no quedarían
fuera de lugar en las Políticas de Justo Lipsio o en cualquier otra obra impregnada de
tacitismo como la de Álamos de Barrientos 48. Podemos concluir, pues, que Mariana
hace entrar el tratado de educación del príncipe en la política moderna.

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1997, pp. 137-170.

48
Pensamos por ejemplo en sus consejos muy sensatos sobre la necesaria presencia entre los familiares del
joven príncipe de unos compañeros de su edad que sean hijos de grandes señores de toda la monarquía, cuyo
papel sería doble: contribuir a dar al príncipe un conocimiento personal de las costumbres de sus súbditos, y
garantizar por su presencia en la corte la perfecta obediencia de sus padres y la tranquilidad de los reinos
sometidos al poder del monarca. Mariana no duda en emplear la palabra «rehenes» (Libro II, cap.IX).
100 ALEXAN DRA MERLE Criticón, 120-121, 2014

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Resumen. El De rege et regis institutione publicado por el jesuita Juan de Mariana en 1599 es generalmente
considerado como un texto audaz, cuando no escandaloso, y no es ajena a estos juicios la cuestión del
tiranicidio, tratada de manera extensa por Mariana en el primer libro de su tratado, particularmente en el
famoso capítulo VI donde narra la muerte del rey de Francia Enrique III.
En este trabajo, pretendemos contrastar las ideas expresadas en el De rege con el pensamiento anterior sobre el
tema de la resistencia al tirano para determinar en qué medida el tratamiento del tema por Mariana puede
parecer novedoso. Demostramos que, si bien el De rege pertenece a una tradición y se inserta en una serie de
tratados que valoran de manera particular la cuestión de la resistencia en los últimos años del reinado de
Felipe II, el discurso de Mariana se distingue de todos los demás por su radicalidad. Sin embargo, su actitud,
que se relaciona con un contexto muy preciso, no nos parece subversiva. Si el De rege representa una ruptura
o una reorientación profunda en la literatura política española, esto se debe tal vez a otros aspectos menos
visibles.

Palabras claves. tiranicidio, resistencia, Mariana Juan de, pensamiento político.

Obra estudiada. De rege et regis institutione

Résumé. Le De rege et regis institutione publié par le jésuite Juan de Mariana en 1599 est généralement
considéré comme un ouvrage audacieux, voire scandaleux, jugement lié au traitement de la question du
tyrannicide dans le premier livre du traité et surtout dans le célèbre chapitre VI où Mariana narre la mort du
roi de France HenriIII.
Cet article a pour but de comparer les idées exprimées sur ce sujet dans le De rege avec les écrits antérieurs qui
traitent de la résistance au tyran, afin de déterminer dans quelle mesure Mariana se montre novateur. On
démontrera que, s’il est vrai que le De rege s’inscrit dans une tradition et fait partie d’une série de textes qui,
dans les dernières années du règne de PhilippeII, développent particulièrement la question de la résistance, les
positions soutenues par Mariana se distinguent bien de celles des autres auteurs par leur radicalité. Pourtant,
son attitude, qui est liée à un contexte très précis, ne nous semble pas être subversive. En définitive, ce sont
102 ALEXAN DRA MERLE Criticón, 120-121, 2014

d’autres aspects moins visibles qui peuvent représenter dans le De rege une rupture ou une réorientation
profonde de la littérature politique espagnole.

Mots-clés. tyrannicide, résistance, Mariana Juan de, pensée politique.

Œuvre étudiée. De rege et regis institutione

Summary. Juan de Mariana’s De rege and regis institutione, first published in 1599, is frequently described as
a daring or scandalous treaty, and this opinion is generally connected with the treatment of tyrannicide in the
first part of the book and especially in chapter VI, a famous chapter in which Mariana gives an account of
French king HenryIII’s death.
This work aims to compare Mariana’s ideas on this subject with earlier treatises’ approach of resistance to the
tyrant, in order to determine their degree of innovation. We shall endeavour to show that although De rege is
in keeping with a tradition and belongs to a period when a certain number of treatises were written about
tyranny and resistance, Mariana’s thought stands out against his contemporaries’ in Spain. Nevertheless his
radical defense of tyrannicide does not seem to be as subversive as it has been said. Other subjects in De rege
are more likely to give this treatise a special meaning in the new orientation of Spanish political literature.

Keywords. tyrannicide, resistance, Mariana Juan de, Spanish political thought.

Work studied. De rege et regis institutione

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