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TENTACIONES
1. El desánimo
La palabra desánimo significa falta de ánimo, fuerza o energía para hacer, resolver o
emprender algo, asimismo deriva de la palabra latina “anime” que significa alma. Es decir,
el desanimado es un cristiano sin alma, sin aliento, sin ganas de continuar el camino,
cansado y agobiado, sin Espíritu Santo.
El servidor en el los grupos de oración de la RCC, muchas veces puede tener miedo al
Fracaso, a las Propias limitaciones y sufrir la incomprensión de los demás. En algunas
ocasiones puede sentirse acusado y recibir expresiones como:
“Tú no eres digno de servir”, “te están usando”, “no sirves para esto”, “ya no puedes más”,
ocúpate de ti mismo” “nadie quiere comprometerse y tú lo harás todo”, lo que a menudo
lleva a nuestros hermanos servidores a querer tirar la toalla, al extremo de decir “ya no
puedo más…”. Estas, entre otras, son algunas causas del desánimo.
Finalmente consideremos que el mismo hecho de servirlo nos mantiene en comunión con
Dios y nos hace más libres.
2. La soberbia
La soberbia es el amor desordenado de uno mismo y éste es el origen de todos los males,
según Santo Tomás de Aquino.
Siendo la soberbia el origen de todos los males, si no se corrige a tiempo puede llegar a
destruir el grupo de oración o comunidad, por lo que los Responsables y/o coordinadores
en primer lugar debe cuidar de no caer en este terrible mal, y deben velar para que sus
hermanos superen estas tentaciones.
3. La rutina
“Necesito prevenirte todavía contra el peligro de la rutina –verdadero sepulcro de la
piedad–, que se presenta frecuentemente disfrazada con ambiciones de realizar o
emprender gestas importantes, mientras se descuida cómodamente la debida ocupación
cotidiana” (AD, 150). San José Maria Escribá de Balaguer.
Si la rutina puede destruir la vida de piedad, con mucha razón también puede destruir
nuestros grupos de oración. El hacer siempre lo mismo, y de la misma manera, nos hace
poco a poco caer en el ritmo acompasado de la vida, nos acostumbramos a las personas,
a la misma alabanza, el mismo predicador, y de pronto nos convertimos solo en piezas
de un rompecabezas.
Moisés, luego de haber huido del Egipto, se fue a vivir en el desierto de Madián, allí
conoció a Séfora con quien tuvo dos hijos. Pero en Madián, Moisés llevaba todos los
mañanas sus ovejas al desierto, y por la tarde volvía. Durante cuarenta años, la misma
rutina, ya se había acostumbrado a ser pastor de las ovejas de su suegro Jetró. Pero un
día Moisés decidió llevar a sus ovejas “más allá del desierto” y fue allí cuando tuvo lugar
la manifestación de Dios. Dios es siempre diferente, siempre nos sorprende, es
infinitamente creativo, como podemos ver en la zarza ardiente, cada llama es diferente,
nunca se repite.
Por lo tanto, debemos abrirnos más y más a las inspiraciones el Espíritu Santo, quien hace
todo nuevo, quien es cada vez diferente y sorprendente, de tal modo que nuestra vida se
2 “Camino al Jubileo de Oro de la RCC Perú”
convierta en una incesante invocación “Ven Espíritu Santo”, Ven y hazme de nuevo, ven
y hazlo todo nuevo.
1. ENTREGA INMEDIATA.
La conversión es el primer paso en la carrera del líder cristiano. No se puede ser servidor,
si no ha experimentado un profundo cambo interior, producto de una conversión genuina.
El líder cristiano debe estar rendido a Dios en cuerpo, alma y espíritu. La vieja estructura
de la carne y la voluntad propia, ha de ser desplazada para dar lugar al templo del Espíritu
y a la dependencia de Dios. Muchos católicos cristianos que llegaron a ocupar posiciones
de liderazgo fracasaron simplemente porque nunca vivieron la experiencia integra de la
conversión a Dios.
La auténtica conversión está marcada por el encuentro personal con Dios. En ese
encuentro se decide nuestro futuro, no se trata de una rutina superficial o frívola, sino de
una experiencia que tiene numerosos precedentes en la Biblia, como la de Jacob (Gn
32,22-32); la de Isaías (Is 6,8); la de Pablo.
Las experiencias espirituales no tienen por qué repetirse, pero las lecciones que de ella
se extraen pueden ser aplicables a nuestras vidas.
El servidor no debe ser un personaje robotizado. Desde el inicio de su ministerio debe
estar marcado por la experiencia de su conversión. Por su relación especial con Dios. Si
el servidor no es un hombre convertido auténticamente, su ministerio será siempre débil y
acabará languideciendo.
La competencia en verdad es una de las armas preferidas por satanás. Y para ello usa a
quienes aún no están completamente entregados al Señor, aquellos a quienes han
detenido su proceso de conversión, y aun luchan y trabajan para sí mismos y no para
Cristo.
El que compite sufre y alimenta rencor, porque cree que cada éxito ajeno es injusto, es un
hurto del propio éxito. Esta forma de pensar es parte de nuestra vieja naturaleza (Tito 3,
3-5).
Esto es algo tan ridículo como lo que Pablo nos enseña en 1 Co 1,11-13. Partidismo y no
cuerpo. Facciones y no Iglesia. Germen de escisiones y espíritu cismático. “Yo de Pablo,
yo de Apolo, yo de Cefas” que absurdo.
Hay quienes no participan de una misión, porque no son ellos, los que la han organizado.
Hay pastores que prefieren que sus ovejas no crezcan en conocimiento, en fe o aun en
santidad, con tal de que no se vayan de sus parroquias quizás, o de sus asociaciones o
grupos. ¡Qué triste y que frecuente!
Uno es que el sectario cree que tiene propiedad sobre un grupo de personas dentro de un
grupo mayor. Por eso, cuando él se siente incómodo y quiere irse, cree que debe retirarse
todo su grupo. Es lo que antes decíamos: espíritu cismático; y hemos visto que el grupo
ha terminado cayendo inevitablemente en la nada.
Sal 33,1 “« ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en
armonía!»
Los peregrinos judíos convivían en Jerusalén durante los días de la Pascua. Llegaban de
todos los países. Hablaban diferentes lenguas. Unos eran sabios y otros analfabetos.
Había pobres y ricos. El salmista invita a todos a estar por encima de todas estas
diferencias y animosidades, para estrechar los lazos de unidad en Dios. Eran miembros
de un mismo pueblo, adoraban a un mismo Dios, tenían un mismo origen y un mismo
destino; por tanto debían andar juntos.
La petición que Jesús hace en Jn 17,11 – es que todos los cristianos «sean uno», se repite
otras cuatro veces en los versículos 21, 22 y 23.
Esta unidad está dada entre el Padre y el Hijo por el Espíritu Santo; y como esta unidad
no es corpórea, ni física, ni substancial al ojo de la carne, pero la unidad de la Iglesia ha
de ser parecida a la unidad divina; conforme a la súplica de nuestro Señor, –una unidad
de espíritu y propósito, una unidad que admite funciones y operaciones diversas.
Repartición de dones por el mismo Espíritu. Diferencia de operaciones, pero es el mismo
Dios el que obra todo, en todos nosotros.
Ésta es la unidad por la que tiene que luchar y que debe promover el servidor con visión.
Una unidad en el Espíritu, en Dios, en el Cuerpo místico de Cristo, en la verdad y la
fidelidad a la Palabra.
Primero, el que así procede no sabe reconocer sus errores. ¡Claro, no va a rebajar su
imagen!
Pues el poder de Dios se le escapa al control propio. Y esa otra persona tiene cosas que
él no tiene.
Este es el origen del rechazo de los profetas. Los profetas son molestos, incómodos, no
se sujetan, no se adaptan, no son como los otros, son rebeldes, no se puede confiar en
ellos, no se sabe con qué van a salir. Tal como leemos desde el cap. 36 de Jeremías en
adelante.
San Pablo era un hombre así. “La fuerza de Cristo actúa poderosamente en mi” (Col 1,29).
Y todo profeta también es así.
6. NO TENER DISCERNIMIENTO.
Un líder sin discernimiento es un peligro para el grupo de oración o Comunidad. Puede
confundir a menudo la voluntad de Dios con la voluntad propia, o hasta con sus intereses,
conduciendo así al sus hermanos por un camino equivocado. Lo que acepta, lo acepta
fiándose de lo externo. No tiene capacidad de ir más allá para juzgar con la mente de
Cristo.
"Discernir" no es decidir. El discernimiento es preparar una decisión, pero no la incluye.
Es anterior a la decisión.
Así obró Pedro, cuando en Antioquia se separa de los gentiles por temor a los judaizantes
(Ga 2,11-14). Pablo reprocha a los Gálatas que se dejan guiar por las obras de la ley, por
la carne, y no por la fe (Ga 3,1-5).
Siempre se reserva el derecho de juzgar. Parece que su tarea, más que arriesgar, más
que salir delante de las ovejas, como un buen pastor (Jn 10,4) es juzgar. El mira desde
atrás y no se mancha. Se reserva la aprobación; decir que está bien o que está mal. Pero
él no empieza, no toma la iniciativa, no arremete ni afronta el peligro.
8. APOYARSE EN EL CARGO.
Su respaldo está en su cargo, en su nombramiento y no en sus dones de servicio.
Contra esto san Pablo nos dice: “Nosotros no podemos atribuirnos como propia cosa
alguna. Sino que nuestra capacidad es la que viene de Dios” (2Co 3,4-6)
Un ejercicio constante de tal defecto, mantiene un grupo apocado, sin germen de liderazgo
futuro.
No se le deja tiempo para él, para orar, para leer la Biblia, para pasear, para estar con la
familia. Y esto no se aguanta.
Cuando se presentan problemas que resolver y no se sabe que actitudes o caminos tomar,
por su propia falta de preparación, se acobardan y se derrumban ante las
responsabilidades que tienen que asumir.
3. Crisis de ideales
Se entra al servicio o ministerio con el corazón lleno de ilusiones. Pero al paso del tiempo,
el contacto con la gente, las incomprensiones de unos, los golpes bajos de otros, el tener
la sensación de que se está predicando en el desierto, van matando las ilusiones del inicio.
La luna de miel con el servicio o ministerio acaban en un divorcio sin reconciliación posible.
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